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Navidad en casa
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Por Erzengel
Netflix apostó bien al animarse con esta serie noruega para su catálogo. Donde en otras producciones sobra clichés y romance rosa, en Navidad en casa se ve un realismo que hace que conectes con la protagonista de manera casi inmediata. Johanne es una joven de 30 años que trabaja como enfermera y disfruta de su soltería, aunque su familia vive molestándola, justamente, porque no tiene pareja. Así, al iniciar diciembre, ella toma la decisión de mentir y decir que está saliendo con alguien para que dejen de presionarla, lo que deriva en que todos en su familia estén a la expectativa y emocionados por conocer al hombre en cuestión. Esta podría ser la típica historia de cómo una chica engaña a su familia, contrata a alguien para aparentar y termina enamorada del galán de turno. Pero, en cambio, la trama sigue por un lado más sincero y verosímil. Johanne intentará tener citas con diferentes pretendientes, pero no logrará buenos resultados. Su queja es algo que muchas mujeres (por no decir todas) se sentirán identificadas por alguna situación vivida: no se siente escuchada. Ella habla, intenta contar sobre su vida, sueños y ambiciones; y los hombres con los que sale actúan sin atender a nada de lo que ella diga. Nuestra protagonista reconoce que no se siente mal viviendo en soltería. Le sigue pesando su último ex, aunque llevan tiempo separados, y se siente cansada de intentar hacer funcionar relaciones que no tienen futuro alguno porque no se tratan de la persona indicada. Sin pretenderlo, por motivación de su compañera de casa y mejor amiga, se anima a conocer a un candidato que cualquier lógica dejaría fuera de
concurso: Jonas, un muchacho de 19 años. Con Jonas, Johanne se dejará llevar y vivirá el momento, en tanto los días avanzan y la fecha de la Navidad está cada vez más cerca. Así, las cosas se irán complicando en tanto Johanne sigue en su búsqueda de alguien para presentar en casa para a cena de Nochebuena y se anima a reencontrarse con Jonas incluso sabiendo que la diferencia de edad vuelve imposible el que puedan tener algo serio juntos. Con el correr de los capítulos, conocemos sobre el día a día de Johanne en el hospital, de los pacientes que tiene a cargo y de las amistades que forja. Así, la historia va más allá del romance que la familia espera para la protagonista y nos muestra el valor de otras relaciones que también influyen de alguna u otra forma en la vida de Johanne. Una serie distinta para mirar en Navidad, que me resultó muy original y donde la protagonista se compra a los espectadores con el carisma. ¿Lo mejor? Tiene dos temporadas, los capítulos son cortos y se puede maratonear un fin de semana sin problema.
Acá es donde te dejo
Por Isaias Rapan
Llegaremos tarde a la cena Él se recostó en el asiento del acompañante a mirar por la ventana. Dejó salir un suspiro sonoro, esperando que su hermana lo escuche. - No hay apuro, cálmate. – le contestó ella, con la mirada puesta en el camino cubierto de nieve y escarcha. Más de una vez, su hermana se vio obligada a girar el auto de forma espontánea e inesperada porque el camino seguía repleto de pequeños bloques de hielo, reacios a derretirse o quebrarse y que hacían el trayecto más peligroso y lento. El clima estaba del lado del hielo, con su temperatura bajo cero, el viento cortante y las gotas heladas de aguanieve. Él solo quería llegar a la cena a tiempo porque a más pronto llegaran, más pronto se irían. Odio la Navidad, pensaba para sí mientras miraba el bosque blanco y se imaginaba que si se adentraba en lo más profundo de allí, encontraría el castillo de la reina de hielo. Se rió en voz baja, casi burlándose de su propia imaginación. ¿Qué te imaginas? ¿Cómo haces eso? ¿Qué? – ella se volteó un instante para mirar-
Saber cuando estoy imaginándome algo - Lo veo en tu cara. No creo que pensar en otra cena aburrida con la familia te haga sonreír así. Claro que no ¿Por qué odias la Navidad? - Eh…- él estaba a punto de responder pero se quedó con la boca abierta. Era una buena pregunta. Si recordaba bien, hasta hacía unos años no le molestaba la Navidad, le gustaba la comida, los regalos, incluso el monstruoso clima. ¿Por qué odiaba la Navidad? sonrió. Sus ojos seguían en el camino. - ¿Por qué sonríes? - Por nada. Es interesante que a veces uno no vea las respuestas que están enfrente de uno. - No tengo ganas de filosofar, sólo… – un chirrido que le dejó los oídos silbando lo detuvo. El auto estaba girando pero su hermana no parecía poder controlarlo. Sus manos sostenían el volante con fuerza pero su rostro estaba inerte, no mostraba ninguna impresión. ¿Qué pasa? – preguntó. El auto estaba dando vueltas y el parabrisas se empezó a llenar de nieve. Los copos golpeaban con tanta fuerza que, cada vez que uno rozaba el cristal, el ruido simulaba un disparo. Un nuevo giro hacia la derecha, luego medio giro hacia la izquierda, y el auto parecía haberse estabilizado. Ahora iban hacia adelante, pero a mucha velocidad. Hermana, soltá el acelerador - No lo estoy apretando. – Su voz sonaba muy relajada, dada la situación. – Nos estamos deslizando por el hielo. ¡Hace algo! Nos vamos a estrellar Eso intento Sus oídos volvieron a taparse, esta vez por el sonido de unos truenos. ¿Va a llover ahora? Intentó mirar entre la nieve que cubría su ventana y notó que el cielo estaba oscuro. Demasiado. Al punto que todo su cuerpo se vio temblando mientras sus rodillas se chocaban contra la puerta. Su hermana seguía al volante, pero parecía sostenerlo con menos fuerza. La oscuridad enfrente de ellos era asfixiante. Él tragó saliva y quiso tomar del brazo a su hermana para intentar aliviarse pero sabía que no podía si manejaba. Su miedo se transfor-
Acá es donde te dejo
Por Isaias Rapan
mó en sorpresa al siguiente segundo que su hermana le dijo: Tenes que manejar ¿Qué? La vio reclinar su asiento bien hacia atrás, y el volante quedó girando solo, expuesto. El auto seguía andando. La oscuridad los envolvía y afuera taladraban los truenos. Ella tiró sus piernas hacia atrás para dejarlo pasarse de asiento, pero él estaba todavía asombrado para moverse. El auto viró hacia un costado y ahí dejó de dudar. Se pasó al asiento del conductor mientras su hermana se deslizaba por debajo de él para pasarse al del acompañante. Reclinó el asiento hasta sentir el apoyo en su espalda y tomó el volante. El auto se movía para todos lados, pero por lo poco que podía ver, seguía en el camino. Ahora la nieve estaba siendo limpiada por la lluvia, pero los limpiaparabrisas no funcionaban. No había una luz en el camino. Los truenos rugían. No puedo. No sé qué hacer. Solo sigue. Estamos bien. ¡No! - Sigue – el volante se deslizaba de sus manos, como si tuviera vida propia. Otro giro violento le hizo golpearse la sien contra la ventana. Más truenos. Lo único que podía ver frente a él era la nieve siendo levantada por el viento de la tormenta y la lluvia golpeando de lleno contra ellos. Sigue – repitió su hermana - No puedo. Es…- un trueno rugió. - ¡Es peligroso!
No podemos quedarnos quietos. Sigue. Pero… Siguió intentando controlar sus piernas para no pisar de lleno el freno, aunque sabía que probablemente eso solo los mataría más rápido. Volteó un segundo para intentar ver por su ventana. La oscuridad solo le dejaba ver su reflejo y el de su hermana detrás de él, sentada con la espalda recta, muy concentrada en el camino pero a la vez, muy controlada. Él sentía que los nervios lo iban a hacer explotar. Ya no había bosque, no había pavimento, no había luces, no había nieve. Solo la oscuridad a su alrededor. Y más intentaba mantener el auto en el camino, sentía que solo estaban entrando al corazón de toda esa oscuridad. Ya no sé qué hacer Sigue – repitió su hermana, su voz inerte. Más truenos. El sonido de la lluvia ya se sentía tan cerca que temió que el agua estuviese empezando a entrar al auto. Sigue No puedo Las ruedas del auto chirriaron más fuertes que antes. El auto volvía a dar vueltas, pero él seguía sin ver el camino. No sabía si daban vueltas en un lugar o el auto giraba, avanzando hacia un árbol, avanzando a lo que sea que se escondiese entre esa oscuridad. Un nuevo trueno opacó los gritos de las llantas. Él se aferró al volante, apretó el freno con el pie y cerró sus ojos. No podía ver. No quería ver. El auto se detuvo. Ya está La voz de su hermana le hizo abrir los ojos. La oscuridad se había ido. Su auto estaba en medio de la carretera, envuelto en agua y nieve, pero ahora él podía ver el bosque a sus costados otra vez, veía el camino. Ya no había truenos, solo el silbido de una suave brisa.
- Bueno – a pesar de su inesperada relajación, su voz seguía agitada. – Creo que hay que quitar el auto del medio del camino, ¿puedes? – se detuvo cuando volteó hacia su hermana. Estaba cargándose su mochila al hombro y se limpió las rodillas con las manos. La vio mover la mano hacia la traba de la puerta. ¿Qué haces? Ella abrió la puerta y el auto se enfrió en medio segundo. Acá es donde te dejo, hermano - ¿Qué decis? Si ya pasó la tormenta, estamos bien. Lo hicimos. - Sí. Lo hicimos. – le sonrió y volvió a hacer amago de bajarse Espera, ya podemos ir a la cena Vas a tener que ir solo, hermanito No entiendo. Pero lo hicimos. Ella siguió sonriendo mientras se bajaba. Él alargó a su cuerpo para tomar su brazo. ¿Por qué se estaba yendo? ¿Justo ahora? Su mano chocó contra la puerta del auto. - ¡Ay! – se frotó su mano golpeada, e intentó mirar por la ventana del acompañante. Su hermana ya no estaba en el camino al costado de la carretera, no la veía por ningún lado. vo. ¿Cómo…? – el sonido de una sirena lo detu-
Abrió los ojos y forcejeó con sus sábanas por un largo rato hasta darse cuenta que estaba en su cama, que su alarma estaba sonando y no había auto, carretera ni tormenta cerca. Se sentó en su cama y se frotó el rostro con las manos. Fue solo un sueño, se dijo para tranquilizarse. Fue solo un sueño, se repitió mientras empezaba a sentir las lágrimas caer por sus mejillas. Las dejó caer al suelo, formando pequeñas aureolas grises en el piso de madera. Se quedó en esa posición un largo rato, un suspiro se le escapó un par de veces junto a un gemido ahogado. Se frotó las lágrimas del rostro, sintiendo su salina calidez en sus manos y se acercó a la ventana. Ya había amanecido. Las calles estaban cubiertas de nieve y muchas luces rojas, azules, verdes, naranjas y blancas seguían titilando desde las ventanas, los balcones y los porches de las casas. La navidad estaba cada día más cerca. Se rió en voz baja, imaginándose que su hermana pasaría en su auto y le tocaría bocina como solía hacer cuando iba al trabajo. No había ningún auto en la calle. - Feliz navidad hermana – dijo en voz alta antes de alejarse de la ventana.
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