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El umbral

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estrellas de plata

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Hace un par de meses, en mi reseña de «Gente que habla dormida», comenté que los libros de relatos no son fáciles de analizar por la variedad que tienen. Imagínense, entonces, lo complejo que es evaluar un libro en el que participa más de una persona (o, en este caso, ocho). Ahora bien, la tarea se vuelve mucho más sencilla cuando la calidad y el talento de quienes escriben es bueno… como es el caso de «El umbral de la ficción», lo último en el catálogo de Editorial Ofidia.

Aunque siempre se lo tenga en un segundo plano, el terror está inmerso (y, hasta me atrevería decir, fusionado) con muchos otros géneros: la ciencia ficción, la fantasía, el YA e, incluso, la autobiografía. No es casual que haya mencionado estas categorías, pues, entre las páginas de esta antología, las distintas ramas y vástagos del horror se entremezclan y retuercen para formar una amalgama de relatos terroríficamente harmónica. Además, si bien las influencias para cada relato están clarísimas, cada quien deja su impronta y marca su estilo. Me atrevería a decir que el punto fuerte de este libro radica en eso: la originalidad, la voz propia y, sobre todo, el sabor autóctono que hace que cada cuento sea más creíble aunque trate de esqueletos vivientes, parásitos interdimensionales o cultos a entidades antiguas.

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El libro comienza a toda máquina con Escalas, de Ariel Bosi, un relato en el que el horror yace en lo cotidiano y las piezas se van uniendo de la mano de una narrativa más orientada al desarrollo de personajes. La vida en los pueblos chicos, las relaciones padre/hijo o entre amigos y la sensación de ese ALGO que interrumpe en el día a día y que nos hace dudar de lo que está pasando son los ingredientes que, aunque puedan tener sabor a Maine (guiño, guiño), integran una entrada fuer- te, local y desgarradora.

Tras algunas páginas, llegamos a El último pedido de Rod Serling, de Esteban Dilo Dejamos atrás los pueblitos pampeanos y nos adentramos en la profundidad del espacio, el futuro distópico y el tono blanco y negro. ¿A qué me refiero con esto? Por si no lo notaron, estamos ante un homenaje a The Twilight Zone, pero con el terror y la originalidad subidos a once. Con el Sol a punto de apagarse y los recursos de la Tierra cada vez más escasos, Rodolfo Serling, astronauta argentino, va en busca de una solución a Luna II. Basta decir con que no todo sale de maravilla y, como todo en esta vida, hay un precio que pagar. ¿Soy yo o por acá también hay algún que otro tinte del padre del horror cósmico? Se las dejo picando.

Seguimos avanzando y nos topamos con Lo importante, de Facundo Dell Aqua Acá se combinan tres cosas que me fascinan: los relatos narrados al estilo «conversación», las voces autóctonas (sí, lo repetí mucho, pero es el punto fuerte del libro) y, sobre todo, el folk horror. Ahora, viajamos al sur, a la Patagonia, al medio del bosque. La tranquilidad reinante es… demasiado tranquila, casi opresiva. Lo único que interrumpe esa calma es el viejo, ese vecino de al lado que no parece estar del todo cuerdo. Una historia que bien podría estar allá arriba junto a The Ritual, Midsommar o The Wicker Man. Cuidado: nosotros nos olvidamos de los dioses, pero que no les quepa duda de que ellos se acuerdan de nosotros.

Alcanzamos el punto medio de este libro. ¿Y si nos tomamos un descanso, bajamos un cambio y nos reímos con Maratón infernal, de Chirimbolito? Dejamos atrás los problemas de la vida adulta, volvemos a la adolescencia y nos relajamos… Bueno, Matilda no se relaja. No, señor. Ella tiene

Elián Aguilar, Ayi Turzi, Durgan A. Nallar y Lucas Robledo

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