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¡NOPE!

Por Malena Yohai

Nope! (2022) es la última película de Jordan Peele (Get Out, Us) y como lo hizo con sus anteriores entregas, Nope no se queda atrás en sumergirnos en una historia que aparenta a primera vista suceder en un mundo tranquilo y sin mayores problemas, salvo los cotidianos.

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Así en su cotidianidad nos presenta a los protagonistas de este multinominado film: los hermanos Otis y Emerlad quienes viven en el rancho y criadero de caballos heredado de su padre quien falleció en circunstancias extrañas años atrás. Ellos tratan, cada uno a su manera, de mantener viva la tradición familiar: Otis trata de mantener el negocio a flote de la manera tradicional mientras que la hermana busca la fama en Hollywood. Pese a esto el rancho pasa a ser una carga porque el trabajo ya no es el de antes, y así comienzan a aceptar negocios y tratos que no habrían hecho antes. Una noche las cosas en el rancho empiezan a ponerse extrañas: electricidad inestable, los caballos se alteran, incluso desaparecen inexplicablemente.

Pronto los hermanos aceptan la realidad por lo que es: un OVNI acecha su rancho y ellos deciden embarcarse en la aventura de grabarlo y probar que no están locos, y quizás más importante: volverse millonarios con las pruebas de vida extraterrestre.

Se podría decir que estamos frente a una película de ciencia ficción y terror psicólogico: el saber que algo acecha, desconocemos su origen, y lo que es más inquietante: de lo que es capaz.

Mucho me hizo recordar a ‘Signals (M.Night Shiamalan) dado que el escenario en el que sucede, y los protagonistas siendo acechados por seres de otro mundo.

Nope pretende ir más allá tratando temas como la tradición y la industria del entretenimiento como un ser vivo que todo lo traga y descarta lo que no le sirve. Me resultó un film entretenido, visualmente es una maravilla y el sonido está increíblemente logrado. A los fans de estas temáticas se la recomiendo fuertemente. Espero atenta lo siguiente que haga Jordan Peele.

Por Sol Balesta

Resulta maravilloso y difícil de creer que, de todas las series de Star Wars que han estado inundando Disney+ desde su lanzamiento, ésta sea la que más ha penetrado el corazón de la saga y alcanzado semejante nivel de calidad. Si bien Cassian Andor fue un personaje bien recibido por aquellos que disfrutaron de Rogue One, el anuncio de una serie entera protagonizada por él resultó una gran sorpresa cuando se la reveló al público. No tiene nada que ver con los Jedi o la familia Skywalker, ni es idealizado por los fans nostálgicos como lo es Boba Fett: es, dentro de todo, un hombre común en una galaxia que es todo lo contrario. Y eso mismo lo hace fascinante.

En una decisión narrativa que causó cierta controversia, Rogue One se adentró en las partes menos glamorosas de Star Wars: lejos de ser sólo virtuosos paladines de la libertad y la justicia, los rebeldes emergieron como guerrilleros dispuestos a ensuciarse las manos en nombre del bien mayor. Pocos lo demuestran tanto como Cassian: personajes como él existen para recordarnos que ningún conflicto es del todo blanco y negro, y que ni siquiera la causa más noble está por encima de los reproches. Andor no sólo se ahonda todavía más en la ambigüedad moral de la rebelión, sino que, por primera vez en la saga, nos permite observar el funcionamiento interno del Imperio.

Es difícil encontrar representaciones certeras del fascismo fuera de la no-ficción. Esta afirmación tal vez resulte extraña al escucharla por primera vez, pero vale la pena considerarla: ¿cuántas veces ha sido utilizada la simbología del fascismo como atajo para indicarle a la audiencia “estos son los Malos, no hace falta elaborar”? Hemos visto a las hienas de Scar marchando a paso de oca en El rey león, a los seguidores de Voldemort persiguiendo a los llamados “sangre impura” en Harry Potter, y posiblemente al ejemplo más famoso, el Imperio Galáctico de Star Wars. ¿Oficiales uniformados con pantalones de montar? Los hay. ¿Banderas rojas y negras? Las tenemos. ¿Discursos furiosos y grandilocuentes sobre el comienzo de una nueva era? Sí, sí y sí.

Sin embargo, casi ninguna de estas alusiones se molesta en ir más allá de la superficie. Esto resulta entendible en historias dirigidas a un público infantil (aunque algunos lo han hecho con gran éxito: fíjense en la Nación del Fuego de Avatar), pero si la audiencia tiene edad suficiente para comprender, ¿por qué ser tan simplista? ¿Por qué usar la estética del fascismo sin mostrar qué, exactamente, lo hace tan vil? ¿Cuál es la representación más certera del mal: un hechicero con espada láser, o un burócrata aburrido que autoriza la tortura y asesinato de millares por su propia conveniencia?

Por suerte, los guionistas de Andor parecen haberse hecho esas mismas preguntas antes de ponerse a trabajar en la serie, y las respuestas pueden encontrarse en cada uno de sus doce capítulos.

Todos los antagonistas, además de ser personajes tridimensionales, sirven como ejemplos de la banalidad del mal: la dedicación al deber y el deseo de hacer un trabajo lo mejor posible pierden todo valor cuando ese trabajo consiste en oprimir a otros.

Otros aspectos de la serie que no pueden ser ignorados son el diseño de producción, la actuación y el diálogo. Éste último, en particular, fue uno de los mayores placeres que he recibido de esta franquicia en un largo tiempo. Si bien Star Wars está repleto de líneas famosas que han pasado a la historia (“Que la Fuerza te acompañe”, “¡Nunca me digas las probabilidades!”, “Yo soy tu padre”, etc.), ninguna de sus producciones hasta ahora llegó jamás al nivel de Andor. El episodio diez concluye con el personaje de Stellan Skarsgard dando un monólogo que me dejó boquiabierta, con la piel de gallina y la certeza de que a la saga le será muy difícil volver a impresionarme tanto.

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