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CA7RIEL
CA7RIEL MATERIAL COMBUSTIBLE
Su universo musical arde. Tiene rap, fantasía, jerga, efectos especiales, chispa. En plena carrera como solista, sabe lo que quiere y va por eso.
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Por ROMINA ZANELLATO Fotos GONZALO ROMERO Estilismo MATIAS CARBONE
Nunca me hizo falta que confíen en mí Todo lo ´quje´ decía mi papá era for real Solo es cuestión de tiempo ‘Tá má’ flama a fuego lento
Un fósforo. Con el pelo que no llega al centímetro de largo cortado a máquina y recién teñido de rojo, CA7RIEL aparece en la vereda frente a la plaza Mafalda de Colegiales. Trae el tapabocas colgando de una oreja, una cucharita de plástico azul en la boca y un pote de helado en la mano. “Lo mezclo. A mí los colores y los sabores me gustan mezclados”, dice y la imagen remite a “Polvo”, el video que acaba de lanzar, donde aparece en una escena pop azucarada de colores fosforescentes. Ahí escupe frases que mezclan el castellano con el inglés y palabras raras del reino de Internet, mientras un efecto de producción hace girar en movimientos concéntricos las manchas circulares de su remera batik, como el helado que también mezcla y se lleva a la boca durante la entrevista.
Su trap, que puede ser oscuro y progresivo o rápido y urbano, es tan complejo que no entra cómodo en la categoría de música de moda. Calza mejor en los festivales o cuando comparte cartel con nombres como Duki, Neo Pistea, Khea, Nicki Nicole o hace una sesión con Bizarrap. A veces no tanto, como cuando canta “Crimen” de Gustavo Cerati con su amigo Paco Amoroso en el Teatro Colón; se suma a tocar la guitarra con Juana Molina o hace música con la ATR Vanda. “No me siento un trapero”, dice y señala que es otra cosa, aunque no sabe qué. Pero más allá de quién se sienta, Catriel Guerreiro es una llama encendida de energía.
En el escenario, intercala tres actitudes: salta de un lado para el otro como bola de un videojuego; se para erguido con el torso siempre medio desnudo, rapeando al micrófono las frases de su lenguaje inventado; se calza la guitarra, herencia de un padre rockero, o toca la batería o el piano. Su habilidad con los instrumentos la trae de su paso por la Escuela de Música Juan Pedro Esnaola, esa “Hogwarts para nerds-magos musicales”, como la llama.
De chico, en su barrio Villa Santa Rita o en Coronel Pringles donde pasaba los veranos, experimentaba con la música. Tenía cuatro casetes que hoy, a los 26 años, arman la receta perfecta del sonido que lo identifica: uno se lo dio su hermano mayor, con Megadeth y Pantera en cada lado; uno de María Elena Walsh, uno de Bandana y el de Queen at Wembley, un show en vivo de 1986. De este último, que retrata el momento más alto de la banda inglesa, dice: “Me enloqueció con todos los gritos del público. Eso me llamaba y yo me armaba una película, como que entraba en rollers y era un rockero en rollers. Nunca supe andar en patines, pero flasheaba esa”. Sus videos, que son superproducciones, reflejan la combinación de influencias y fantasías que menciona. “No era que yo quería ser Freddie Mercury, quería ser Queen, quería ser la banda entera yo solo”, agrega.
El año pasado, su carrera se aceleró. Con su amigo de la infancia Paco Amoroso sacó canciones como “Ouke”, el hit que dice “fumando flores con Lamo-
ESTA PAGINA: Buzo, LACOSTE. PAGINA OPUESTA: blazer en poplin de algodón, JT BY JT. Musculosa, TRES ASES. Jogging, LACOSTE. Medias, CALVIN KLEIN. Zapatillas, ADIDAS.
the” y ya tiene casi 20 millones de reproducciones en Spotify y 15 millones en YouTube, y otras como “McFly”, “Cono hielo”, “Ola Mina XD” y “Jala Jala”, que también lograron millones de escuchas. Estuvieron en todas partes: llenaron tres Niceto Club, el Estadio Obras, firmaron un convenio de exclusividad con adidas, viajaron por Europa. El era un nómade. Sin casa, estuvo todo el año durmiendo donde alguien le diera asilo por un par de días. Tuvo que llegar la pandemia de la COVID-19 para hacerle clavar los frenos. La dupla artística se tomó un descanso y en 2020 exploró música en solitario. “Polvo”, su primera producción del año, la trabajó con Tomás Sainz, un “hermano mayor musical” con quien hizo unas sesiones prepandemia de improvisación que después, a la distancia y desde sus casas, llenaron con capas de sonido.
¿Qué es lo que te decía tu papá, lo que mencionás en el estribillo de “Polvo”?
Ah, sí, a mi papá le gustaba cocinar y a mí me encantaba el pollo a la cacerola, y a fuego lento es más rico, punto. Y cuanto más tiempo, después más rico, más tiernito está. ¿Te estás cocinando a fuego lento?
Totalmente. Soy medio a fuego lento porque a mí a veces me agarra ansiedad, me encantaría ir mucho más rápido, hasta crear temas que no me gustan tanto y llenarme de dinero y esas cosas. Tengo la posibilidad artística, pero prefiero hacerlo lento, a fuego lento. Siento que estoy más cómodo también, si vas muy rápido, te la podés pegar muy rápido contra la pared. Vino la pandemia y frené, metí freno de mano antes de, quién sabe… Las cosas que estaban pasando eran todos los días un quién sabe.
Catriel, que en mapudungun, la lengua mapuche, significa cara cortada o quien lleva una cicatriz, hace gala de una marca vertical en su rostro. Un tatuaje como un tajo, como un rayo que cae de su ojo derecho para marcar su vertiginoso 2019 y su búsqueda, que ganó una nueva perspectiva desde que paró. “Me siento un outsider, totalmente”, señala. “No me hallo ahí en el trap, aunque tenga la cara tatuada o estéticas de trapero o en el escenario salte, porque yo siempre estuve copiando al cantante de Pantera, a Phil Anselmo”.
Tiene objetivos claros: quiere plata para comprarse una casa, con patio y pileta. Dice que todavía no es lo suficientemente famoso para eso, pero que está trabajando en ese sentido. En 2020 alquiló un PH en Villa Crespo. No tiene muchas cosas, pero es la primera vez que consigue un espacio propio para acumular algunos objetos. El encierro le cambió la cabeza. Borró la mayoría de sus contenidos en redes sociales; dejó las stories porque el show, para él, no está en el living. “Ahora solo tengo exposición cuando me filmo en mi casa, nada más”, y no es algo que le guste mucho. “Cada tanto me cambio la remera, me pongo perfumito en la nuca, pero nada más. Antes me re montaba”.
Las fotos para L’Officiel lo motivaron a teñirse y retomar el juego de la estética que relegó en la pandemia. “Me gusta disfrazarme, sentirme una drag queen”. Heredó su interés por la ropa de su madre Estrella, dueña de una fábrica de moldería con una marca propia. Con ella planea en algún momento diseñar su línea. “Necesito una persona con dinero y con ganas de meterle a eso. Creo que me falta más llegada para vender, porque no quiero fallar. Quiero tener una pyme y cero margen de error”. Mientras tanto, modeló con su amigo Paco Amoroso para la campaña Primavera/Verano 2020 de AY Not Dead.
En un mundo supercompetitivo, tiene claro cómo crecer con su marca personal para lograr sus objetivos y no lo oculta. “Mi sueño es a los 40 hacer la música que me salga del alma, mi disco de boleros”. Mientras tanto sabe que las oportunidades pueden apagarse en un soplido, y piensa mantener su llama encendida todo lo que pueda. n