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EMOCIÓN VS NEGOCIO
Moda y arte se necesitan hoy más que nunca. Delfina Delettrez, directora creativa de Joyería de Fendi, bendice (y sella) esta rentable alianza.
Por JAVIER QUESADA
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La última edición de Art Basel Miami consolidó el romance que mantienen la moda y el arte, que amenaza con ser de tan larga duración como el que ha tenido con otras disciplinas, como la sociología, la historia o la sexualidad. L’Officiel México fue uno de los escasos medios mundiales invitados por Fendi para conocer la colección Kompa, una serie de muebles que parecen también esculturas nacidas de la colaboración entre Mabeo, estudio de accesorios y diseño industrial fundado por Peter Mabeo en Botswana en 1997, y la casa italiana, a instancias de su director artístico, Kim Jones, así como de Silvia Venturini Fendi y Delfina Delettrez, quien nos develó en exclusiva el origen del proyecto. «Nos interesaba la visión de Peter y sus colaboradores, artesanos que conectan con la tradición, las raíces y la pureza de los materiales, como esa madera que proviene de árboles que son la memoria de un pueblo, transformada por las manos de estos artistas en muebles exquisitos», destaca. En efecto, se trata de otorgar a la madera la misma dignidad que la joyería confiere al oro, metal noble que, no por ser un cliché, deja de poseer un aura que trasciende su valor material para transformarse en metáfora perfecta del lujo. «Hay una vuelta a los valores clásicos que encarna a la perfección el oro amarillo, mi favorito; o el diamante», confirma la directora creativa de Joyería de la casa fundada en 1918 por su bisabuela, Adele Casagrande. La línea Kompa parte de una idea plenamente contemporánea: la intersección entre diferentes visiones de un mismo objeto, que se puede traducir en piezas que son producto de un solo artesano mientras otras han sido concebidas como una obra coral que amalgama distintas técnicas, en diseños que trascienden la estética en favor de la funcionalidad. Así, además de taburetes, armarios y sillas como el modelo Maduo (traducción directa de la línea O’Lock, diseñada por Delfina Delettrez) y una pieza de gran formato, a medio camino entre una escultura brutalista y un confidente decimonónico, llamada Gabi-Gabi, elaborada en chapa galvanizada con cajones de madera que, según Delfina, es su favorita, además de una reinterpretación de la icónica bolsa diseñada por su madre, la Peekaboo. El de Fendi fue uno de los pabellones más visitados en Art Basel Miami, pero no fue la única iniciativa surgida al amparo de la moda: desde Louis Vuitton, que homenajeó al fallecido Virgil Abloh con un desfile póstumo que fue un auténtico performance, a la cena de Tod’s celebrada para conmemorar el lanzamiento de la Mosiac Collection fruto de su colaboración con el estadounidense Willie Cole, pasando por el homenaje que Saint Laurent rindió al nipón Sho Shibuya, una instalación efímera del franco-suizo Saype frente al pabellón de Balmain, la presentación de la colección Party de Valentino en el Museo Rubell, la celebración del 40 aniversario de Prada y YoungArts en la boutique de la marca en Miami y, por supuesto, el brindis de bienvenida organizado por L’Officiel y The Miami Edition que marcó el inicio de la feria.
Las piezas de la colección Kompa traducen la visión clásica de los artesanos de Mabeo, en Botswana, con la funcionalidad contemporánea de una casa como Fendi.
Tras colaborar con Sarah Coleman, Sabine Marcelis, Cristina Celestino y Formafantasma, Fendi ha apostado por la mirada orgánica de Mabeo que une estética y funcionalidad.
Es natural que la moda y el zeitgeist de nuestra época evolucionen de la mano. Si Balenciaga se inspiró en Zurbarán y Schiaparelli se alió con Dalí y Jean Cocteau; si maisons como Louis Vuitton han presentado colecciones cápsula con popes como Richard Prince, Yayoi Kusama y Jeff Koons; si marcas como Prada y Saint Laurent tienen sus propias fundaciones y museos, y coleccionistas como Bernard Arnault, presidente y CEO de LVMH, o François Pinault, fundador del grupo Kering, se convierten en los sucesores contemporáneos de los Guggenheim o los de Menil no se puede decir que estemos ante el nacimiento de una tendencia, sino ante el triunfo definitivo de un cambio de valores. Primero fue la alianza entre las casas de moda con starchitects como Tadao Ando (Armani), Herzog y Meuron (Prada) y Renzo Piano (Hermès); después, el salto a los museos de la mano de estos mismos arquitectos; y en los últimos años, también, a través de colaboraciones como la que Fendi presentó en el marco de Art Basel Miami, que borran los límites —por no llamarlos directamente prejuicios— que tanto académicos e investigadores, como directores de museos, historiadores, artistas y los propios diseñadores encuentran entre ambas disciplinas. Giorgio Armani no duda en afirmar que la moda es arte: «La relación entre ambos universos es muy estrecha; son medios de expresión de gran potencia, que crean objetos no sólo bellos, sino también capaces de emocionar. De
Si algo caracteriza tanto a Mabeo como a Fendi es el respeto absoluto por los materiales, a quienes confieren una dignidad que trasciende su origen y los acerca al universo del lujo.
hecho, la industria de la confección es el mejor espejo de una sociedad y su cultura». Idea con la que coincide una artista como Marina Abramovic, quien considera que «en ambas disciplinas hay grandes nombres, imitadores y revolucionarios; son estos últimos los que me interesan». Un ejemplo paradigmático podría ser el de Marc Jacobs, quien posee esa visión particular, la mirada del artista, que es signo inequívoco de un universo estético absolutamente personal. Para muchos, él representa con John Galliano y Alexander McQueen —quien sería la tercera hipóstasis de esta Santísima Trinidad creativa—, el epígono de la figura del diseñador-artista, que llegó a su cénit con Yves Saint Laurent. Sin embargo, Jacobs tiene una idea muy diferente: «Nuestro trabajo sólo tiene sentido cuando alguien lo lleva puesto. Hago ropa, bolsos y zapatos para que las personas los usen, no para colgarlos en una pared. La ropa en un museo es la muerte absoluta». Incluso alguien tan fascinado por esta ambigua frisson como J. W. Anderson, quien ha llevado una casa como Loewe a la vanguardia, no duda en afirmar que, para él, «la industria textil nunca será una forma de arte: es algo más mecánico. Puede que un artista y un diseñador sean comerciales, pero mientras la moda lo es por definición —y necesidad—, el arte no tiene por qué serlo, pues no se ve limitado por el mercado». Falta por saber si el director de Marketing de Loewe, que reabrió su boutique en Miami durante la pasada edición de Art Basel con un concepto inspirado en la obra de Sol LeWitt, estará de acuerdo. Una cosa está clara: en tiempos de crisis, la creatividad cotiza al alza.