re v is ta p a rro q u ia l m e n s u a l d e S a n C ris to v o d a s v iñ a s nº 141 - Anon XII M XUÑO a rz o 22020 009 º2 - A n o I DAR AL CÉSAR LO QUE ES DEL CÉSAR, Y A DIOS LO SUYO Estamos en el tiempo de la Declaración de la Renta de las Personas Físicas (IRPF), y, gracias a Dios, parece que la batalla contra el covid-19, la estamos ganando, hago, en alta voz, la pregunta que lleva por título esta reflexión. ¿Qué significa dar al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de DIOS? (Mc. 12,1317): Que muchos jóvenes, inmigrantes y personas mayores de 45 años tengan que asumir contratos abusivos y horarios agobiantes, para poder llevar algo de dinero a casa. Que cuando los poderosos de la tierra se reúnen a organizar la economía mundial, tengan como criterio prácticamente exclusivo el beneficio económico de los países más ricos. Que cuando los organismos internacionales hablan del hambre en el mundo, la destrucción de la naturaleza y el creciente abismo entre ricos y pobres... no sean capaces de llegar a un acuerdo, porque tendríamos que renunciar a algo de nuestra comodidad y lujos, y a eso no estamos dispuestos. Que llevemos un estilo de vida vertiginoso, con la agenda repleta, y nos falte tiempo para estar con la familia, comer juntos, tener una conversación tranquila, o encontrar tiempos y espacios de silencio para la oración y la meditación. Pero en cambio sí tengamos «tiempo» para viajar por Internet, ir al cine, ver la televisión, ir a una terraza a tomar una cerveza o pasar las horas tontas tomando el sol en la playa para poder estar morenitos. Que nos empeñemos en meter en la cabeza de los jóvenes la importancia de estudiar y conseguir un buen puesto de trabajo, ser los primeros a toda costa... aunque luego sean unos egoístas, insolidarios, exigentes, comodones y señoritos. Que ir a comprar no sea ya consecuencia de la necesidad de adquirir un producto, sino una costumbre y un placer: «a ver qué encontramos», y, por, culpa de la cual, nos llenamos de chismes inservibles y de cosas que realmente no necesitamos, y que no sabemos dónde poner, ni recordamos que hemos comprado, y que acabamos buscando a quién se la damos, porque ya no está de moda. Que las relaciones personales. en lugar de ser de verdadera amistad, se conviertan en «relaciones sociales», donde los favores se apuntan y se cobran... pero donde no hay confianza, libertad, gratuidad... Que haya cada vez más grupos de personas que están de más y hay que aparcar o desterrar: ancianos, niños y jóvenes, inmigrantes, enfermos, parados... Que la fe, la cultura, el compromiso solidario, etc., se conviertan en cosas privadas, de minorías, y que estorben en todo este sistema, que procurará desprestigiarlas e ignorarlas a no ser que puedan ganarles unos votos o un barniz que «venda». Que algunos césares movilicen a toda la diplomacia internacional y todos los fondos económicos que sean necesarios para hacer justicia a «sus» víctimas, para reclamar sus derechos, para «vigilar» a los países peligrosos... y no haya un esfuerzo paralelo para llevar agua potable, medicinas accesibles, vacunas, alimentos o paz a muchos rincones de la tierra donde están muriendo ingentes cantidades de personas, sin que salgan en los medios de comunicación, sin que, aparentemente a nadie le importe lo más mínimo. ¿Y QUÉ SERÁ DAR A DIOS LO QUE ES DE DIOS? Pues lo de Dios es la felicidad del hombre; que puede tener otros nombres: salvación, conversión, comunión. Lo de Dios, tal como lo leemos en la Biblia, es lo que huela a justicia, paz, fraternidad, compartir, curar, liberar de esclavitudes, madurar y profundizar en nosotros mismos y en nuestras relaciones, dar sentido a las pequeñas cosas de cada día, y, también, a las decisiones importantes... Dar a Dios lo que es de Dios es impedir que cualquier «hombre» o institución se tome atributos que no le corresponden para lograr sus propios beneficios en contra del ser humano. Esta es la tarea de los que «son de Dios», de cualquier creyente, que sabe cuál es el interés máximo del Dios de Jesús: la felicidad del hombre, cualquiera que sea su condición y pertenezca a la etnia o país que sea.
A LAREIRA
VOLVEMOS A LAS CELEBRACIONES Hace más de dos meses que el dichoso coronavirus nos obligó a cambiar nuestra vida y nuestros hábitos. Llegó el estado de alarma al país y con él el confinamiento que nos tuvo más de dos meses encerrados en nuestras casas, saliendo lo imprescindible en unas franjas horarias señaladas para cada grupo de edades o actividades. Pero todo eso fue pasando y después de más de dos meses de confinamiento, pudimos empezar a salir de nuevo; fueron abriendo diferentes locales y también las iglesias. Ahora, ya podemos encontrarnos de nuevo y compartir las celebraciones en comunidad. Es cierto que debemos hacerlo de una manera un poco diferente: tenemos que tomar medidas de seguridad como respetar el tanto por ciento que mandan para el aforo, mantener las distancias entre nosotros, utilizar mascarilla y gel desinfectante, salir en orden, poco a poco, no pararnos a comentar cosas a la salida, etc. Es todo un poquito raro, pero no importa. Nos reunimos, nos encontramos y compartimos juntos la fiesta de la Eucaristía. Y a pesar de la distancia física y de todas las medidas de seguridad, nos sentimos cerca, sabiéndonos hermanos, miembros de una misma familia en la que lo más importante es lo que nos une, quién nos convoca, y que estamos llamados a ser buena nueva para los demás. Seguiremos encontrándonos, seguramente cada vez estaremos mejor y poco a poco volveremos a poder estar como antes, dándonos la paz, tocándonos, acercándonos, sonriéndonos sin mascarilla… Pero mientras tanto, seguiremos aquí, con las puertas abiertas, con los brazos abiertos aunque no podamos abrazarnos de verdad, pero diciendo una y otra vez que aquí está nuestra casa, vuestra casa, la casa donde todos y todas tenemos cabida, donde siempre nos convoca el Padre que sólo sabe amarnos. Desde aquí os invitamos a acercaros. No sabemos si habrá sitio para todos según marca la ley, pero podemos aseguraros que encontraremos la forma de poder estar juntos y orar y celebrar que estamos aquí y que seguimos siendo una familia. No olvidéis que Jesús dijo que donde alguien se reúna en su nombre allí está Él, así que , seamos los que seamos, no olvidemos que estamos con Él y en presencia del Padre. ¡Nos vemos el domingo, FAMILIA!
A FUME DE CAROZO PENTECOSTE… O VENTO SOPRA ONDE QUERE (Xn 3,8) Hai uns días na Igrexa celebramos Pentecoste e festexamos que Deus nos dá o Espírito Santo e nos ilumina na nosa andaina, a cada un de nós, é ás comunidades cristiáns. Pois ben, imos recoller algunhas frases da homilía do papa Francisco do domingo de Pentecoste deste ano: “Vaiamos, pois, ao comezo da Igrexa, ao día de Pentecoste. E fixémonos nos Apóstolos: moitos deles eran xente sinxela, pescadores, afeitos a vivir do traballo das súas propias mans, pero estaba tamén Mateo, un instruído recadador de impostos. Había orixes e contextos sociais diferentes, nomes hebreos e nomes gregos, caracteres mansos e outros impetuosos, así como puntos de vista e sensibilidades distintas. Todos eran diferentes. Xesús non os cambiara, non os uniformara e convertira en exemplares producidos en serie. Non. (...) Pero volvendo a nós, a Igrexa de hoxe, podemos preguntarnos: “Que é o que nos une (...)?”. Tamén entre nós existen diferenzas, por exemplo, de opinión, de elección, de sensibilidade. Pero a tentación está sempre en querer defender contra vento e marea as propias ideas, considerándoas válidas para todos, e en levarse ben só con aqueles que pensan igual que nós. (...) O noso principio de unidade é o Espírito Santo. El lémbranos que, ante todo, somos fillos amados de Deus; todos iguais, nisto, e todos diferentes. O Espírito descende sobre nós, a pesar de todas as nosas diferenzas e miserias, para manifestarnos que temos un só Señor, Xesús, e un só Pai, e que por esta razón somos irmáns e irmás. (...) O Espírito ámanos e coñece o lugar que cada un ten no conxunto: para El non somos confeti levado polo vento, senón teselas insubstituíbles do seu mosaico. Regresemos ao día de Pentecoste e descubramos a primeira obra da Igrexa: o anuncio. (...) Os Apóstolos (...) cando estaban encerrados alí, no cenáculo, non elaboraban unha estratexia, non, non preparaban un plan pastoral. Poderían repartir ás persoas en grupos, segundo os seus distintos pobos de orixe, ou dirixirse primeiro aos máis próximos e, logo, aos afastados; tamén puidesen esperar un pouco antes de comezar o anuncio e, mentres tanto, profundar nos ensinos de Jesús, para evitar riscos, pero non. O Espírito non quería que a memoria do Mestre se cultivase en grupos pechados, en cenáculos onde se toma gusto a “facer o niño” (...) Por iso, os apóstolos lánzanse, pouco preparados, correndo riscos; pero saen. Un só desexo anímaos: dar o que recibiron. (...). É importante crer que Deus é don, que non actúa tomando, senón dando. Por que é importante? Porque a nosa forma de ser crentes depende de como entendemos a Deus. Se temos en mente a un Deus que arrebata, que se impón, tamén nós quereríamos arrebatar e impoñernos: ocupando espazos, reclamando relevancia, buscando poder. Pero se temos no corazón a un Deus que é don, todo cambia. Se nos decatamos de que o que somos é un don seu, gratuíto e inmerecido, entón tamén a nós gustaríanos facer da mesma vida un don. E así, amando humildemente, servindo gratuitamente e con alegría, daremos ao mundo a verdadeira imaxe de Deus. (...) Preguntémonos que é o que nos impide darnos. Dicimos que tres son os principais inimigos do don: (...) O narcisista pensa: “A vida é boa se obteño vantaxes”. E así chega a dicirse: “Por que tería que darme aos demais?”. (...) O victimista está sempre queixándose dos demais: “Ninguén me entende, ninguén me axuda, ninguén me ama, están todos contra min!”. (...) E o seu corazón péchase, mentres se pregunta: “Por que os demais non se doan a min?”. Por último, está o pesimismo: (...) “Todo está mal, a sociedade, a política, a Igrexa...”. O pesimista arremete contra o mundo enteiro, pero permanece apático e pensa: “Mentres tanto, de que serve darse? É inútil”. (...) Líbranos da parálise do egoísmo e acende en nós o desexo de servir, de facer o ben. Porque peor que esta crise, é soamente o drama de desaproveitala, encerrándonos en nós mesmos. Ven, Espírito Santo, Ti que es harmonía, fainos construtores de unidade; Ti que sempre che dás, concédenos a valentía de saír de nós mesmos, de amarnos e axudarnos, para chegar a ser unha soa familia. Amén.”