Dejen que los niños vengan a mi

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Re-situando al niño/a. Claves culturales, teológicas y eclesiológicas para empoderar la niñez en riesgo. Por Nicolás Panotto

Lausanne Consultation on Children at-Risk Quito, Ecuador – 16-20 de noviembre

En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó. Lucas 10.21 El grupo estaba ya de regreso con evidente entusiasmo. Los setenta y dos habían sido enviados como obreros para cosechar el campo que estaba listo para la siega. Milagros increíbles, encuentros inesperados y grandes sucesos esperaban su camino. Fueron enviados como portadores de la promesa del reino, esa realidad tan esperada por el pueblo que ya no se encontraba ni ausente ni situada en un futuro incierto. Estaba allí entre ellos y ellas, como un anticipo vívido, manifiesto en las vidas transformadas y en la aceptación amorosa del pueblo. Era la promesa cumplida del reino de Dios, concepto teológico medular en la vida de Israel, suceso ansiado por generaciones. Allí estaba, presente entre la humanidad, encarnado en la persona de Jesús. La alegría de los recién llegados se hacía sentir. La experiencia había sido más que gratificante. Podríamos imaginar el momento: todos juntos, saludándose calurosamente, con un gran bullicio de fondo resultado de las charlas espontáneas y entremezcladas de aquellos que se encontraban y compartían apresuradamente lo vivido. “¡Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre!” (Lc. 10.17), decían con asombro y sorpresa. Jesús mismo no pudo retener el gozo. Es así que este pasaje evidencia un suceso poco común en los Sinópticos: se dirige directamente al Padre para dar gracias y rendir alabanzas por haberse revelado de esta manera tan sorprendente en y a través de sus seguidores. Pero antes de ello, Jesús lanza una advertencia, seguramente para calmar los ánimos frente a tanta adrenalina. “Sí, han vivido experiencias que muy pocos tienen el privilegio de ver. Pero cuídense. Lo más importante es que son salvos”. Esta breve pero contundente respuesta, vista en el contexto general del pasaje, refleja uno de los símbolos teológicos más importantes del libro de Lucas. Los setenta y dos –número representativo de la totalidad de las naciones- fueron salvos. Es la realidad del reino de Dios: salvación para todos los pueblos a través de la transformación, la cura, el amor y la esperanza escatológica. Esta advertencia toma un cariz especial en la oración dirigida al Padre. Todo lo que estos seguidores habían vivido, todo aquello de lo que se alegraban y gloriaban, había sido escondido de los sabios, los entendidos de la ley y los líderes religiosos de la época. Por el contrario, “se las has revelado a los que son como niños”. Esta frase, tal vez, no sonaba extraña a quienes allí estaban (contrariamente a una mayoría de comentaristas contemporáneos que simplemente pasan de largo esta mención). Los pequeños y pequeñas de Dios representaban un concepto 1


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