Los misioneros del mañana

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Los misioneros del mañana por P. Michael McCabe, SMA Introducción En su famosa encíclica sobre la misión, Redemptoris Missio, el Papa Juan Pablo II afirmaba la validez permanente de la misión ad gentes de la Iglesia y la continua relevancia de una “vocación especial” al servicio de la misión (cf. RM 65). Las palabras del Papa, sin embargo, han podido en poca medida detener el drástico declive – y en muchos casos la completa desaparición – de las vocaciones de las congregaciones e institutos misioneros en el mundo occidental, o compensar las radicales críticas y los cuestionamientos al movimiento misionero y sus presuposiciones teológicas. Dando un curso sobre la teología de la misión en el Kimmage Mission Institute de Dublín, muchas veces los estudiantes me preguntaron por qué, no abandonaba por completo el concepto de misión, dadas sus exageraciones de arrogancia intelectual y de superioridad espiritual. Les contesté que abandonar la misión sería destruir la identidad de la Iglesia y menoscabar su razón de ser. Lo que se necesita hoy, les dije, nos es abandonar la noción de misión sino volver a centrarla y redefinir el papel del misionero. Esto es exactamente lo que propongo hacer en esta breve reflexión sobre los misioneros del mañana. Recentrar la misión Según Carl Braaten, “la misión es el proceso de exploración de la importancia universal del Evangelio en la historia”1 No conozco mejor definición de la misión que esta. La misión se basa en la convicción de que el Evangelio de Cristo es importante para todos los pueblos – una convicción que se manifiesta en el constante salir a los demás y por el que se realiza esa relevancia universal de manera concreta. En la misión, la Iglesia está llamada a descubrir y expresar de manera cada vez más adecuada y completa el tesoro que le ha sido confiado. En la misión, la Iglesia está llamada a convertirse en algo que todavía no es, y a crecer en todo su potencial evangélico. Cuando la Iglesia es verdaderamente misionera es centrífuga, mira hacia el exterior y se mueve hacia el exterior, explorando y descubriendo lo que todavía no ha llegado a ser. La misión, por tanto, no se refiere primordialmente a la expansión de la Iglesia en el tiempo y el espacio. Su centro no es el desarrollo institucional o el aumento numérico. Su centro es fundamentalmente teológico, es decir, la realización de la plenitud del conocimiento y el amor de Dios, que no conoce fronteras y abarca a todos. Cuando la Iglesia primitiva, predominantemente judía, entró en el mundo griego, lo que estaba operativo era este concepto de su llamada misionera. Así, mediante un profundo diálogo transformador con la cultura y la filosofía griegas, la Iglesia pudo descubrir algo de la importancia universal del Evangelio de Cristo que le había dado la existencia. Por otra parte, en este proceso de encuentro, diálogo y descubrimiento nació la teología. Martín Kahler expresó esta importante verdad en su memorable y sucinta declaración: “la misión es la madre de la teología”2

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The Flaming Centre (A theology of the Christian Mission), Fortress Press, Philadelphia, 1977, p.2. Citado en Braaten, op. cit., p. 13

McCabe: Misioneros – página 1


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