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Cronos. Rafael, alma renacentista de retablos y salas
Rafael, alma renacentista de retablos y salas pontificias EN EL ANIVERSARIO QUINIENTOS DE SU MUERTE, EL ARTE MUNDIAL CELEBRA LA ICONOGRAFÍA DEL GRAN PINTOR ITALIANO Italia y prestigiosas colecciones de arte conmemoran cinco siglos de la desaparición física de Rafael Sanzio, admirado por la perfección y belleza de sus pinturas y retratos, privilegiado por mecenas y papas, y amado por su personalidad cálida y sociable.
Rafael nació el 6 de abril de 1483 en el antiguo ducado de Urbino y mostró un temprano talento en el taller de su padre, el pintor de la corte Giovanni Santi. Además, adquirió experiencia en Perugia, la tierra de El Perugino, una influencia presente en iniciales retablos y vírgenes, aunque con pinceladas propias de particular expresividad.
Se consagró en Florencia donde se familiarizó con las técnicas artísticas de Da Vinci y Miguel Ángel, este último su más claro rival profesional. Pero fue en Roma donde alcanzó la máxima plenitud a partir de la decoración de dependencias papales.
Con el éxito sobrevino un gran volumen de trabajo no solo en pintura y retratos, sino también en arquitectura. Cercanos ayudantes como Giulio Romano y Gianfrancesco Penni asumieron la ejecución de varios encargos bajo las directrices del maestro italiano.
Rafael formó parte del grupo de artistas que durante los pontificados de Julio II y León X llevó genialidad pictórica a la Santa Sede. Las Estancias de Rafael, aposentos pontificios decorados entre 1508 y 1524, revelan exquisitos frescos (tras la muerte del pintor, una sala fue encargada a sus discípulos).
En esas estancias, señala el sitio www. arteespana.com, sobresalen “historias con vida propia” en las que el artista de Urbino fusionó “su habilidad como dibujante, su pericia como colorista, su conocimiento de las reglas de la perspectiva y el uso de las peculiares arquitecturas bramantescas, su aprecio por un naturalismo que no descarta la exacerbación, junto con un equilibrio y armonía completamente renacentistas (no siendo posible tampoco olvidar sus dulces y vívidas madonas)”.
Otra belleza iconográfica son diez tapices diseñados por Rafael para la Capilla Sixtina (de por sí encumbrada con el pincel de Miguel Ángel) que el Vaticano exhibió en febrero último. Una excepción en honor al “divino pintor” que, aunque solo por siete días, devolvió a su sitio original y en los mismos ganchos del siglo XVI la sofisticada tapicería que habitualmente se conserva en la pinacoteca. La transfiguración fue la última obra en la que trabajó el genio. El biógrafo del Renacimiento italiano, Giorgio Vasari, la consideró “la más celebrada, la más bella y la más divina”.
El eximio pintor de Urbino murió en Roma el 6 de abril de 1520, por fiebres muy altas (se dice que por excesos sexuales). Sus restos descansan en el panteón de Agripa con el epitafio “Aquí yace Rafael: cuando estaba vivo, la naturaleza temía ser vencida, ahora que él ha muerto, teme morir”.
Autorretrato de Rafael (1506). Junto a Miguel Ángel y Leonardo da Vinci forma el trío de grandes maestros del Alto Renacimiento italiano.
Madonna del jilguero (1506).