Tipos sociales

Page 1

TIPOS SOCIALES Selecci贸n de textos

Lourdes Domenech IES Serrallarga | Blanes


Rafael Arozarena, Mararía

Me habían descrito al hombre. Un hombre bajo, débil, pequeño. Un hombre con ojos de ratón, ojos negros, diminutos como cabezas de alfileres, brillantes bajo unos párpados nerviosos. Un hombre con bigote grande, espeso, de puntas afiladas, puntas señalando al horizonte, como las agujas de la rosa de los vientos. Un hombre en mangas de camisa, con corbata negra, verdosa, pardusca. Los pantalones grises, amarillos, viejos, gastados, con remiendos de telas diversas en los perniles y en el trasero. El sombrero negro arenoso, con manchas de humedad y cinta desflecada. Un hombre con un diente arriba y otro diente abajo. Con manos ásperas, duras, encallecidas, morenas y rojas, con uñas negras, fuertes y largas. Un hombre con un pie descalzo y otro calzado con un zapato descosido, un zapato con varias suelas superpuestas, suelas de goma, de cubiertas de camión. Un hombre viudo, con un hijo. Un hijo alto, muy delgado, con pelo movido y rubial. Un hijo activo, trabajador, nervioso, diligente, con ojos azules con pestañas largas, con brazos largos, con piernas largas. Un hombre que tenía un hijo así. Un hombre que vivía en la calle transversal, en una casa pequeña, enjabelgada, con una puerta verde, con una ventana verde. Un hombre que se llamaba Pedro, que lo llamaban Geito, Pedro el Geito. Un hombre que tenía un camión. Un camión antiguo, un camión Ford. Un camión con bigotes, como él, como Pedro. Un camión lleno de grasa, de tierra, de alambres, de ruidos, de humos, de herrumbre, de clavos de astillas, de escachaduras. Un camión con un motor que tosía, escupía, jadeaba. Un motor agotado, enfermo de nervios, de rabia, de sed. Un motor que nunca terminaba de morir. Pedro, Pedro el Geito, un hombre solicitado en la isla, a quien siempre había que buscar, que esperar, que pedir, que pagar. Un hombre que transportaba hombres, mujeres, barricas, cabras, chicos, pescado. Un hombre que lo metía todo en el camión y lo llevaba isla adentro, a los pueblos, a Tias, Yaiza, Uga, Haría. Un hombre que regresaba con su camión lleno de sandías, de leche, de garbanzos, de mujeres, de hombres, de niños...



Vacío MANUEL VICENT

EL PAÍS - Última - 22-02-2009 Montó en el coche de 16 válvulas y primero se palpó los genitales para comprobar que seguían en su sitio, luego acarició el salpicadero para estimularlo como se hace con los caballos, estiró la yugular con un gesto de halcón, puso en marcha el motor y finalmente el tipo arrancó encabritado para convertir la máquina en un arma. Tumbó la aguja a 190 y enseguida montes, valles y sembrados se fundieron con su mente en el cristal del parabrisas. Le bastaba con impulsar un poco la suela del zapato y la máquina obedecía: a cada segundo se tragaba el horizonte con más voracidad. Podía aniquilar a su antojo el tiempo y el espacio, esos dos conceptos estúpidos de la creación; de hecho a 220 por hora el tipo comenzó a sentirse amo del vacío. En plena exaltación decidió hacer un alto en el camino y en cuanto entró en aquel bar de carretera su existencia volvió a llenarse de intrascendentes actos anodinos que pertenecen al resto de los mortales. Bostezó, se rascó una oreja y después de vaciar la vejiga sobre la raja de limón del urinario, escribió el número de su teléfono móvil en la puerta de uno de los retretes. Lo había hecho muchas veces en otros bares de carretera. Mientras tomaba una ración de queso contempló una vitrina repleta de mantecadas, tarros de miel y embutidos de la comarca. Dudó si comprar un chorizo. Ése fue el pensamiento más profundo que tuvo ese día. Miró el reloj. Volvió a montar en el coche, acarició el salpicadero y salió disparado. De nuevo el tiempo y el espacio se constriñeron en un punto, pero ahora el vacío no era distinto de la propia soledad. Si es cierto que un segundo antes de morir se concentra toda la vida en un solo pensamiento, a 220 por hora, antes de ver el camión que se le venía encima, el tipo pensó en el chorizo que estuvo a punto de comprar. Jamás supo si se había salvado del golpe mortal, aunque al llegar a su destino comprobó que los genitales seguían en su sitio. Vivía solo. Su número de teléfono anotado en todos los retretes del camino era su única conexión con el mundo, pero nunca nadie le había llamado. Una vez en casa, el tipo habló con el gato en la cocina y luego se cortó las uñas mirando por la ventana. Como les pasa a muchos, tal vez había muerto y lo ignoraba.



El idiota ELVIRA LINDO EL PAÍS - Última - 06-11-2002 Cuando llega la visita el niño está viendo la tele. La visita se acerca al niño con la pretensión de darle un beso, pero el niño ni se inmuta, el niño no piensa apartar los ojos de la tele. 'Es que es su programa favorito', explican los papás. Y los cuatro adultos se quedan un momento paralizados, ridículos en su empeño de entablar algún tipo de comunicación con la criatura. La visita sonríe, dejadle, no le molestemos. Más tarde la criatura asomará la cabeza por el comedor. Viene a dar su beso de buenas noches. No está dispuesto a concederle un beso a la visita. Los padres lo disculpan, es que es tímido: cariño, dales un beso a estos amigos que te han traído un juego tan bonito. No y no. El rey de la casa se lleva a su madre secuestrada. El padre explica a la visita que sin mamá la criatura no se duerme, tiene mamitis. La visita sonríe enternecida. Al poco, la criatura exige también la presencia del padre. Papitis. El padre desaparece y la visita se queda sola, incómoda, esperando a que los padres sean liberados. La criatura crece. Le salen granos, bigote, la nariz deja de ser chata, la mandíbula se expande, de la espalda inmensa cuelgan dos brazos que llegan hasta las rodillas. Pero la vida sigue igual. La visita llega y la criatura está tumbado en el sofá viendo la tele. Les hace un leve gesto con la cabeza. No cenará con nosotros, murmuran los padres, está pasando una época un poco retraído. La adolescencia, dice la visita, qué edad tan difícil para estos pobres. Sufren mucho.El sufrimiento debe ir por dentro porque, por fuera, quién diría que esta desproporcionada criatura sufre. Parece satisfecho consigo mismo. Sus padres lucharon para que tuviera la autoestima alta. ¡Ah, la autoestima! Tanto la asignatura 'Conocimiento del medio' como la televisión autonómica se encargaron también de que pensara que vivía en el mejor de los mundos. Su mundo es pequeño. Nuestra criatura no concibe conceptos como España, y menos como Europa (¿qué es Europa al lado de mi pueblo?, piensa con orgullo). Está cerca de convertirse en un idiota. Pero en un mundo donde abundan los idiotas se siente bastante acompañado.



Mastines MANUEL VICENT EL PAÍS - Última - 17-01-2010 Los guardaespaldas de políticos, de financieros e incluso de dignatarios eclesiásticos tienen hoy un diseño exterior, que marca una tendencia estética, mitad ángel, mitad gorila. Aunque todos son productos de gimnasio y sus músculos podrían intercambiarse, los distingue un aura especial según el jefe al que tratan de proteger. No es lo mismo el guardaespaldas de un mafioso ruso que uno de esos elegantes matones con aire de diáconos, que orlan la figura del Papa cuando abandona el Vaticano. Un mafioso ruso baja del coche blindado y entra en un hotel de Moscú rodeado de media docena de sicarios con chupas de cuero abiertas, que muestran colgando de ambas axilas dos pistolones como patas de cordero. En cambio, los guardaespaldas del Papa llevan, tal vez, chaleco antibalas de Armani o de Prada, muy flexibles, que no les impiden moverse como panteras. La coraza de los antiguos guerreros se ha convertido hoy en una prenda interior, en fina lencería de acero, frente al azar de los asesinos. Los chalecos antibalas ya forman parte de la alta costura. En el fondo el Estado sólo es una organización, cada día más costosa y compleja, para que los pobres no maten a los ricos, pero hoy legiones de desheredados han hallado en el fanatismo su liberación y el fanatismo, similar a la venganza, ha hecho síntesis con el poder de destrucción de la alta tecnología. Ante la paranoia general se impone el reinado de los mastines y ya no valen las viejas plegarias. Cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro angelitos que me la guardan, recitaban nuestras madres para que conciliáramos un sueño seguro. Pero aquellos angelitos hoy están obligados a llevar una pistola del nueve largo si aquel niño, que dormía en la cuna, se ha convertido en un gerifalte o lo desnudan con sumo desprecio si sólo es un ciudadano corriente que va a tomar el avión. Los mastines son parte esencial de la política. Hasta ahora su misión consistía en proteger a sus jefes, pero han terminado por marcarles la agenda y pronto serán ellos los que los creen de la nada, como la guardia pretoriana acabó nombrando emperadores. De momento los ángeles de la guarda con pistola vuelan en torno al mandamás y le indican el itinerario inexorable que deberá seguir sin poderlo eludir jamás.



Hikikomori VICENTE VERDÚ EL PAÍS - Última - 14-12-2002 Desde finales de los novena, en Japón aumenta el número de los hikikomori, los "enclaustrados". Esta población, formada por adolescentes y por jóvenes entre los 20 y los 30 años, se caracteriza por encerrarse en sus cuartos y no salir en meses. Entre los cientos de miles en esta situación se encuentran los otaku, que ya ganaron fama llevando hasta la exacerbación el aislamiento con los walkman.Ahora, además, se suman especies diferentes y nuevas. Se trata, en conjunto, de criaturas, pasivas como bultos, que creen haber visto todo lo que había por ver y desdeñan cuanto ocurra más allá de sus cuatro paredes. ¿Salir para qué? Son, en su mayoría, hijos de empleados medios que llevan una vida media, telespectadores de programas mediocres que compran en supermercados con descuento, veranean en playas atestadas y duermen los domingos hasta la hora de comer. A través del testimonio que aporta la biografía de sus padres consideran innecesaria otra edición propia e igual mientras obtienen, por el contrario, una cierta voluptuosidad en su inacción y paladean una liberación en lo más inane. Han decidido, en fin, cambiar el exterior, rutinario y hacinado, por una vida en el interior. Tampoco por una vida interior porque, según afirman los psicólogos, los hikikomori eluden implicarse en una experiencia íntima que les requiriría desgastes y conflictos. Se enclaustran, pues, no para orar, sino para no gastar. Para ahorrarse la vida que les caería encima si siguieran los pasos establecidos y de cuya fatalidad procuran defenderse mediante el antagonismo de su indiferencia. Efectivamente, la desaparición de las utopías ha desencantado notablemente el mundo o la excitación por vivir, pero hasta hace poco, el afán de hacerse famoso o comprar muchos bienes de lujo habían llenado parte del vacío. ¿No ocurre ya así en Japón? Los hikikomori, contemplados a simple vista, parecen vegetales y, por lo tanto, más simples que cualquier animal, pero observados con otros ojos, su lela compostura resulta orgánicamente justa: la clase de vida que se les ofrece, en cuanto parte de la gran masa, no merece el precio que el sistema les reclama. De modo que una de dos: o la calidad mejora o los hikikomori, como seres humanos, no darán más que cero de sí.



Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.