TIPOS SOCIALES Selecci贸n de textos de alumnos de 1潞 de bachillerato IES Serrallarga | Blanes
Lourdes Domenech
Una mujer de la calle Entonces vi a la mujer. Una mujer de la calle, alta, flaca, bonita. Una mujer con un pelo largo y despeinado, un pelo apagado como una tarde de otoño, un pelo ni liso ni rizado, ni oscuro ni claro flotando con el viento como una mariposa encima de sus hombros fríos. Una mujer con ojos de gata, ojos grandes como pelotas de goma, ojos con restos de lágrimas espesas, ojos verdes, de ese verde oscuro que tienen los árboles cuando llueve, ojos recubiertos de unas pestañas infinitas y puntiagudas, unas pestañas maquilladas y negras. Una mujer con una nariz pequeña, puntiaguda como la espina de una rosa, una nariz desapercibida en un rostro muy pálido y sin expresión alguna. Una mujer de boca diminuta y labios gruesos, labios rojos carmín, labios sensuales y provocativos, labios que dejan ver unos dientes menudos, relucientes como perlas de un collar antiguo, afilados como una hoja de afeitar. Una mujer con una camiseta sin mangas, ajustada, tan negra que se confunde con la penumbra de la noche, una camiseta con un gran escote por el cual se escapan unos voluptuosos pechos. La falda corta, prieta, negra como la camiseta, vieja, deshilachada. Unas piernas delgadas que aparecen por debajo de la falda pequeñita. Una mujer de manos suaves y cuidadosas, con dedos largos y finos como los de un pianista. Una mujer subida a unos tacones altísimos y sucios, unos tacones rotos, de piel gastada que dejan ver la tela de debajo. Una mujer que día a día se levanta con la cabeza alta y sigue adelante con la vida que le ha tocado vivir. Laia Vancells
El hincha Llega el domingo, y el hincha se saca la ropa y se pone su indumentaria, esa ropa de todo tipo de colores que nunca se compraría a no ser que no fueran los de su equipo, como azul y rojo, verde y negro, amarillo y azul, u otras combinaciones. Es invierno y lleva un gorro de los mismos colores, esos colores que también lleva en la bufanda, una bufanda larga, estrecha, y que no da calor, no abriga, pero que le sirve para animar a su equipo. Los pantalones de chándal, unos pantalones oscuros y lisos, unos pantalones que solo saca del armario los fines de semana. La cara pintada, pintada de los colores de su equipo, rayas de arriba abajo en la cara, en la frente, con esa barba de cuatro días. Las manos endurecidas, con el cigarro en una, y con el frankfurt en la otra, ese frankfurt que está envuelto con el papel pegajoso de la mostaza y el tomate que derrama por los lados, ese fankfurt que sirve un señor con gorro y vestido con ropa de la marca de la mostaza y que va gritando los precios de los frankfurts que le quedan por vender. El hincha se hace amigo de los vecinos que tiene a su alrededor. Se hacen amigos durante unas horas porque defienden al mismo equipo, los mismos colores. Se hacen amigos porque tienen himnos que solo entienden ellos, esos cánticos que cuando se escuchan por la televisión no se entienden, esos cánticos que van acompañados con los movimientos ondulatorios de las banderas, esas banderas que se levantan cuando el equipo marca el gol. A veces el hincha se va del estadio, sin saber el resultado exacto del partido, porque él ha ido a animar al equipo, a disfrutar, aunque mataría por defender a su equipo, por eso durante el partido se pelea, insulta y hasta tira bengalas a los aficionados del otro equipo, a los más radicales, con las cabezas afeitadas, corpulentos y tatuados. Entonces, ese hombre llega a casa, se vuelve a poner su indumentaria, se transforma para colocarse ropa formal, y dejar la resaca para ir a trabajar el lunes. Gerard Maresma
Ana Ella es una chica de estatura media, delgada, fuerte. Una chica con ojos de un marrón oscuro, llenos de vida, alargados como almendras, brillantes como el Sol. Una chica de rostro moreno, liso, suave, con orejas diminutas, redondas, tapadas por el pelo, un pelo negro azabache, largo, ondulado como las olas del mar. Una chica con una boca perfecta, labios carnosos, finos. Los dientes rectos, blancos, pequeños. Con un cuello largo, fino. Una chica con unos brazos infinitos, delgados, acompañados por unas manos pequeñas con los dedos largos y finos y uñas largas, fuertes, perfectas, brillantes. Una chica con chaqueta gris, de manga larga, con capucha y camiseta amarilla, con pantalones tejanos, azules, desgastados, con bambas negras, rojas, blancas. Una chica que juega a baloncesto, que hace ballet, que es muy deportista. Que tiene dos perros, un Yorkshire y un Cocker. Una chica con una hermana. Una hermana de estatura media, delgada, con ojos marrones, alargados, nariz pequeña, dientes rectos, blancos, con brazos largos, finos. Una chica que tiene una hermana mayor que ella, pero a la que se parece mucho. Así es Anna.
Sandra Vilche
Mi vecino José, así se llama mi vecino. Mi vecino para a hombres, mujeres, niños y niñas para charlar un rato, incluso sin conocerlos. José siempre lleva su gorro de paja y su ramita de madroño en la boca. Un gorro viejo, sucio, y con las puntas de paja desgastadas. Suele ir por la calle con las zapatillas de andar por casa. Sus manos son ásperas, duras y arrugadas por los largos años. José vive en la calle de la Riera y tiene un huerto justo detrás de su casa. José tiene 91 años y otros tantos más por delante. José es un hombre fuerte, alto y, según tengo entendido, fue campesino. Últimamente tiene que ir con bastón por la calle, pero si lo ven no creerían que tiene más de 90 años. José tiene dos hijos y mujer. Dos hijos altos, fuertes, activos y trabajadores. José suele hacer el mismo trayecto todos los días. Suele salir a las 11 de la mañana, se da una vuelta por el parque y me espera cerca de mi portal a que llegue del instituto. A veces, resulta un poco pesado, porque siempre cuenta lo mismo y yo tengo ganas de llegar a casa, pero prefiero aguantar y seguirle la conversación. A José le gustan mucho los animales. Siempre me preguntaba por mi perro, hasta que éste falleció hace ya tiempo.
Rafa Luna
Niña de papá
Tan solo unos pasos allá, se podía ver a una chica. Una chica guapa y delgada. Era esbelta como una jirafa, de pelo rizado y negro como el carbón, que el viento hacía bailar a su aire. Una chica de ojos negros, alargados como almendras y abiertos como platos. Unos ojos enmarcados por unas pestañas espesas, abundantes y largas, que al moverlas parecían abanicos. Una boca grande, de labios gruesos y carnosos, pintados suavemente de brillo. Unos labios que al sonreír dejaban ver sus perfectos dientes de color marfil. Una chica que no tenía la cara ni muy alargada ni muy redonda, pero perfectamente perfilada. Tenía unas manos cuidadas y grandes, con dedos largos como los de un pianista. Decoradas con unas uñas perfectas y pintadas. Una chica con una cintura de avispa, y unas piernas finas. Una piel suave, cuidada, ni blanca ni negra, de un tono marrón, como el chocolate con leche. Una chica con un rostro apasionante. Un cuerpo vestido con ropas caras, no de cualquier marca, y ajustadas a su irresistible figura. Llevaba un vestido negro, brillante y de escote muy pronunciado. Un vestido que le llegaba justo a las rodillas, dejando enseñar unos altos zapatos de tacón de aguja. Se podían apreciar cada una de las joyas que llevaba. Un anillo blanco. Blanco como una perla que le decoraba la mano, y un collar de piedras preciosas que le hacía conjunto con el vestido. Caminaba imitando a una modelo, con un bolsito también negro y brillante de mano. Se dirigía hacia un caserón. Un caserón como un palacio de grande, rodeado por una gran valla que no dejaba ver el gran jardín. Justo delante de la casa había aparcado un Ferrari. Un Ferrari descapotable. Un cochazo de color gris, abrillantado y perfectamente equipado con asientos de piel. Nada comparado con cualquier coche de pobre. Llevaba unas bolsas. Bolsas de Gucci, Carolina Herrera, Christian Dior… Era una chica que desprendía prepotencia y aires de grandeza. Una chica a la que le daba igual blanco que negro. No le faltaba de nada. Tenía todo lo que cualquier persona normal podía desear. Una chica que parecía no haber trabajado nunca y a la que le gustaba pasar la vida no haciendo nada. Una chica que era el foco de muchas miradas. Miriam Tormo
Mods
Era una mujer. Una mujer alta y delgada. De rostro fino, muy fino. Piel clara. Su pelo era liso; liso y corto. Era oscuro, casi negro. Negro como el azabache. Peinada con la raya de lado, igual que su flequillo. Un flequillo largo sujetado con un clip. Un clip pequeño pero vistoso. Un clip amarillo, como sus gafas. Gafas de sol grandes, vistosas, relucientes. Gafas de cristales negros; negros y redondos. Apoyadas en la cabeza permitiendo observar sus ojos. Una mujer de ojos grandes y azules como el mar. De pestañas largas y abundantes. Con un ligero maquillaje de carbón. Conjuntada con pendientes. Pendientes largos, ovalados, vistosos. Pendientes de azafrán. Anillos grandes, llamativos, relucientes… Una mujer con vestido. Un vestido corto de seda, un vestido llamativo. De colores naranjas, amarillos, rojos, rosados... Un vestido de arco iris, un vestido de colores revueltos. La mujer llevaba una chaqueta cruzada, corta, amarillenta. Con botones grandes, redondos y negros. Con botas planas. Botas lisas, relucientes, llamativas. Botas amarillas. La mujer estaba sentada en su moto. Una escúter antigua, pequeña, chillona. Con retrovisores plateados, largos como antenas. Una moto de segunda mano. Una Vespa roja que ya no relucía. La mujer de la Vespa esperaba a su novio. Un hombre alto, delgado, casi curvado. De pelo largo, liso y oscuro. Peinado de lado, con flequillo largo, liso, de puntas onduladas. Un hombre con largas y frondosas patillas. Con camisa ceñida. Una camisa clara de color crema con estampados marrones. Un hombre con pantalones entallados, lisos, con pinzas. Parece que le queden cortos. Pantalones negros, marrones, verdes, azules… pantalones de color oscuro; color indefinible. El hombre lleva unos zapatos oscuros, brillantes, de punta. Zapatos de charol. Se abriga con una chaqueta larga, oscura, cruzada. Un pañuelo verde oliva adorna su cuello largo y delgado. Son una pareja diferente. Son Mods. M. Àngels Maresma
Poeta bohemio Era un hombre de ojos tristes, pelo largo y barba espesa. Llevaba una chaqueta a cuadros, unas botas viejas y unos pantalones rotos. El hombre callejero siempre paseaba con su peludo perro. Él amanecía con el frío despertar del Sol. Por la mañana, perreaba por cualquier rincón de su ciudad, de su hábitat natural. Se sentaba en alguna esquina y pedía pesos, a cambio de sus versos o de sus besos. El hombre estudió en la universidad de la calle, era calleólogo de su ciudad. Su poesía bohemia era parecida al edén. Y cuando entraba la tarde, iba al parque. Allí, podía ver cómo falsos niñatos de trece años sostenían algún que otro porro en la palma. Así, ellos parecían más grandes, pero no sabían que por dentro, estaban matando a su alma. Por la noche, las calles se llenaban de putas, yonkis y ladrones. En la ciudad condal, no se parecían el día y la noche. Cuando aparecía la tranquilidad, el poeta empuñaba el lápiz y ejercía de hechicero. Hacía trucos de magia con el lápiz y el papel. Follaba con las palabras al unísono. ¡Barcelona era tan bonita gracias al vagabundo! Porque su poesía provocaba que las calles tomaran vida por sí mismas. Al final del día, el poeta dormía, entre cartones, en algún lugar de la ciudad. Esa ciudad tan hermosa de dolidos corazones. Este era el día a día de un poeta vagabundo que no tenía hogar ninguno.
Ignasi Navarro