CUENTOS DE LA INDIA
Fundaci贸n de Estudios Tradicionales, A. C.
CUENTOS DE LA INDIA
Compilación original de Alejandro Gorojovsky
Buenos Aires — Argentina
Cuentos de la India Editor e Impresor Fundación de Estudios Tradicionales, A. C. Camino a Lagunillas s/n Llanos de la Fragua 36220, Guanajuato, Gto., México.
Primera Edición 2012 ISBN en trámite Código Fundación: 70
Fundación de Estudios Tradicionales, A. C. Institución Cultural de Beneficencia Privada Registro Público de la Propiedad y del Comercio 67,127 (V07, X12) RFC: FET040828LA0 Callejón de Temezcuitate Nº. 83, Guanajuato, Gto., México Teléfonos: (473)6522597 y (473)7560090 Correo electrónico: fundaciondeestudiostradicionales@yahoo.com.mx 2
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S U MA RI O
El E r m it añ o , el E mi s ar i o y l a Mu ert e
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U n a Le cc i ón I n e sp er ad a
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La Ll av e d e l a F el i c i d ad
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¿ Qu i é n P o s e e l a Ver d ad ?
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U n Homb r e E c u án i me
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Cu an d o Hi e r e s , Me Hi er e s
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A nt e s y De sp u é s
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U n S ant u ar i o m uy E sp ec i al
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Lo s S u e ñ o s d el R ey
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La Van i d ad
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El R ey d e l os M on os
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Lo s Or f eb r e s y l o s Di os es
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¿ Qu i é n Deb e A g r ad ec er ?
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El Cam i n o Hac i a l a Ver d ad
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Las Do s S o rt ij as
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El P o d e r d el M ant r a
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El Cu e nt o d e l a Cr i ad a
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El F il ó s o f o De s c o n ce rt ad o
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La Taz a d e Té
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El Top ac i o d e l o s Mil Lad os 3
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E L ERMITAÑO, EL EMISARIO Y LA MUERTE
Sólo aquel que se libera del yo es verdaderamente quien jamás ha dejado de ser.
H
acía ya mucho tiempo que aquel hombre había decidido apartarse de la compañía de los otros hombres.
Había optado por convertirse en un ermitaño, para dedicar su vida a obtener la sabiduría y desarrollar las facultades de su mente. Durante largos años el ermitaño se había impuesto a sí mismo las más duras pruebas, se había sometido a la más exigente de las disciplinas y había tolerado estoicamente la mayor austeridad. Al cabo de esos años, los resultados eran sorprendentes. 5
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La blancura inmaculada del cabello y las profundas arrugas que dibujaban una intrincada retícula en la cara delataban su avanzada edad. Su sagacidad, agudeza y su viva inteligencia, a las que se agregaba la maleabilidad de su cuerpo, ágil aún, no parecían concordar, en cambio, con los atributos de un hombre que había vivido ya más de un siglo. Sin embargo, a pesar de esos prodigios, un hecho inevitable puso al descubierto que, al cabo de todos esos años, el anciano no había logrado doblegar su yo. Inesperadamente, la llegada de un desconocido perturbó la calma de su retiro. La sorprendente capacidad intuitiva del ermitaño le permitió adivinar al instante que aquel visitante no era sino un emisario de Yama. El Señor de la Muerte no admitía excepciones y el ermitaño comprendió que el momento en que debía ser conducido a su reino había llegado.
El emisario descubrió con asombro que el anciano no estaba dispuesto a acatar la voluntad de Yama y asistió demudado al ardid con el que consiguió desorientarlo; repentina6
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mente, cuarenta cuerpos iguales aparecieron ante él. Uno era el verdadero ermitaño; los restantes, sólo proyecciones que plasmó con sus poderes. Con pesar por haber fracasado en su objetivo, el enviado regresó junto a Yama y le relató lo que acababa de presenciar. Hasta el mismo Yama, el poderoso Señor de la Muerte, se quedó pensativo durante unos instantes, impresionado por el relato. Luego acercó los labios al oído del emisario para darle instrucciones precisas. Al oírlas, una sonrisa ocupó el afligido rostro y sin demora se dirigió nuevamente hacia la morada del ermitaño. Otra vez el tercer ojo del anciano percibió que el enviado volvía a su encuentro. No tardó en repetir el ardid del que se había valido antes y creó otra vez las treinta y nueve figuras iguales a la suya. El emisario de Yama siguió las instrucciones de su señor y al verlas, exclamó: 7
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—¡Qué portento! ¡Es admirable! Siguió observándolas con detenimiento y tras un breve silencio, dijo: —Pero aparentemente hay aquí un error. El ermitaño, ignorante de que a pesar de sus muchas proezas no había sido capaz de eliminar el orgullo, se sintió menoscabado y le preguntó: —¿Cuál?
Fue entonces cuando el emisario de la muerte pudo distinguir el cuerpo real del ermitaño. Sin esfuerzo lo atrapó y lo condujo a los lúgubres dominios del Señor de la Muerte.
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U NA LECCIÓN INESPERADA
Existen cuatro clases de hombres virtuosos que tienen fe en mí, Arjuna: el hombre que sufre, el que busca poder, el que busca sabiduría y el sabio. BHAGAVAD GITA
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n un bosque cercano a un pequeño pueblo de la India vivía un hombre que despertaba la admiración de los
aldeanos por su gran santidad, a la vez que los desconcertaba frecuentemente con sus muchas extravagancias. 9
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Un día, un grupo de hombres del pueblo decidió ir a verlo para pedirle que predicara para las personas de aquella pequeña comunidad. Argumentaron que sería de gran beneficio para ellos poder recibir aunque más no fuera una ínfima proporción de su sabiduría. En realidad, habían decidido que esa sería una excelente ocasión para poner a prueba sus dotes y aclarar los confusos sentimientos que aquel extraño personaje les despertaba.
El hombre, siempre solícito a los deseos de los demás, aceptó inmediatamente la petición. No obstante, al llegar el día señalado para la prédica, su intuición le dijo que una intención oculta había motivado a los hombres del pueblo. Decidió acudir de todos modos a la cita y darles una enseñanza, aunque posiblemente diferente de la que ellos esperaban recibir.
Llegado el momento, todo el auditorio estaba reunido con la expectativa de pasar un buen rato a costa del predicador. El maestro no tardó en hacerse presente ante ellos. 10
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Saludó brevemente, hizo silencio durante un instante y luego les dijo: —Mucho me honra estar aquí. ¿Saben ustedes acerca de qué voy a hablarles? —No —contestó el auditorio al unísono. —En ese caso —dijo—, no les diré nada. Frente a tanta ignorancia, nada de lo que yo pudiera decirles merecería la pena. Hasta en tanto sepan de qué vaya hablarles, no pronunciaré una palabra.
Sin decir más, el hombre se retiró. Los asistentes, atónitos, no supieron qué actitud adoptar y se fueron desconcertados a sus casas.
Al día siguiente, los aldeanos se reunieron para decidir qué hacer. Resolvieron reclamar nuevamente la palabra del santo, que aceptó con la misma buena disposición con que lo 11
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había hecho la primera vez. El día convenido se presentó ante ellos y preguntó: —¿Saben de qué voy a hablarles? —Sí, lo sabemos —contestaron los aldeanos. —En ese caso —dijo el santo—, nada tengo para decirles que ya no sepan. Buenas noches, amigos. Los aldeanos se sintieron burlados por la abrupta despedida y manifestaron su indignación. Sin embargo, no se dieron por vencidos. Por tercera vez convocaron de nuevo al hombre santo, que con su habitual bondad aceptó la invitación. El santo miró lentamente a cada uno de los asistentes allí reunidos. Después les preguntó: —¿Saben, amigos, de qué les hablaré hoy? 12
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Los aldeanos estaban preparados, no querían dejarse atrapar de nuevo y ya habían convenido cuál sería la respuesta: —Algunos lo sabemos y otros no. Y el hombre santo dijo: —En ese caso, lo indicado será que los que saben transmitan su conocimiento a los que no saben. Después de pronunciar estas palabras, el hombre santo volvió a su apacible vida en el bosque.
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L A LLAVE DE LA FELICIDAD
Sólo encontrará la suprema felicidad el hombre que la busque dentro de sí mismo.
E
l Divino se sentía solo. Para mitigar su soledad creó unos seres que pudieran hacerle compañía. Lo logró
hasta que, cierto día, estos seres encontraron la llave de la felicidad, siguieron el camino hacia el Divino y se reabsorbieron en Él. Dios se quedó triste, nuevamente solo. Reflexionó. Llegó a la conclusión de que había llegado el momento de crear al 15
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hombre, pero temió que también pudiera descubrir la llave de la felicidad y encontrar el camino hacia Él. Si eso ocurriera, volvería a quedarse solo. Siguió cavilando. La solución era encontrar un lugar suficientemente recóndito donde ocultar la llave de la felicidad para que el hombre no la hallara. La elección de ese lugar debía ser sumamente cuidadosa. Primero pensó en ocultarla en las profundidades del océano. Luego, en una caverna de los montes Himalayas. Después, en un remoto confín del espacio sideral. Sin embargo, ninguno de estos lugares le satisfizo por completo: todos le parecían poco seguros. Pasó la noche en vela mientras trataba de resolver cuál sería el lugar indicado para ocultar la llave de la felicidad. El hombre, guiado por su curiosidad y sed de conocimientos, terminaría descendiendo hasta lo más abismal de las profundidades del mar: allí la llave no estaría segura. Tampoco lo estaría en una solitaria gruta de los Himalayas. Antes o después algún espíritu aventurero exploraría esas inhóspitas alturas. Ni siquiera estaría bien oculta en los vastos espacios 16
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siderales, porque llegaría finalmente el día en que el hombre pudiera surcar todo el universo. Las horas pasaron. El sol que comenzaba a disipar la bruma matutina encontró al Divino preguntándose aún dónde ocultarla. Súbitamente halló la solución: descubrió el único lugar en el que —no tenía dudas— el hombre no buscaría la llave de la felicidad: dentro de sí mismo. Fue así como creó al ser humano y en su interior colocó la maravillosa llave.
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¿
Q
UIÉN POSEE LA VERDAD?
Encuentra un sabio maestro, pregúntale, hónralo; quien ha visto la verdad te guiará en el sendero de la sabiduría. BAGHAVAD GITA
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l rey estaba pensativo y ausente. Hacía días que se lo veía ensimismado en sus pensamientos, ajeno a todo
lo que ocurría a su alrededor. Un estado de honda perplejidad parecía haberlo invadido. 19
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Muchas preguntas a las que no hallaba respuesta acudían a su mente. Una de las cuestiones que le resultaba más acuciante era comprender por qué los seres humanos no eran mejores. No podía resolver solo este interrogante y decidió pedir auxilio a un ermitaño que moraba en un bosque cercano. El hombre llevaba años dedicado a la meditación y había logrado justa reputación de fama de sabio y ecuánime. Sólo ante la exigencia del soberano accedió a interrumpir su pacífica vida en el bosque. Los emisarios lo condujeron hasta la morada del rey. —Señor, ¿qué deseas de mí? —preguntó ante el meditabundo monarca. —He oído hablar mucho de ti —dijo el rey—. Sé que aunque casi no hablas, no aprecias honores ni placeres, ni admites diferencia alguna entre un trozo de oro y uno de arcilla, todos te consideran un hombre sabio. —La gente dice, señor —asintió indiferente el ermitaño. 20
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—Es precisamente acerca de la gente que desearía hacerte una pregunta —dijo del monarca—. ¿Existe algún modo de conseguir que la gente sea mejor? —Puedo decirte, señor —contestó el ermitaño—, que las leyes por sí mismas no son suficientes. Sólo quienes estén dispuestos a cultivar ciertas actitudes y practicar con disciplina ciertos métodos, podrán alcanzar la clara comprensión que les permitirá acceder a la verdad de orden superior. Una clase de verdad que, desde luego, poco tiene que ver con la verdad ordinaria. El rey permaneció unos momentos en silencio, pensativo. Al cabo de un rato reaccionó para replicar: —Como bien sabrás, yo, al menos, cuento con los medios para lograr que la gente diga la verdad, si así lo requiero. Tengo el poder de conseguir que sean sinceros. El ermitaño guardó un noble silencio. Se limitó a esbozar una leve sonrisa. 21
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El rey lo observaba sin alcanzar a comprender el significado de su silencio. Finalmente, pergeñó un plan para probar que tenía la potestad de lograr que las personas dijeran la verdad. Dispuso que se instalara un patíbulo en el puente por el que se accedía al reino y ordenó al jefe de uno de los escuadrones a su servicio que detuviera el paso de todo aquel que deseara atravesar el puente. En todo el territorio se difundió un bando que decía: “Será condición para ingresar en la capital del reino que cualquier persona que desee hacerlo sea previamente interrogada. Sólo los que respondan con la verdad podrán entrar. Quienes mientan, serán conducidos al patíbulo y ahorcados”.
Los mensajeros llevaron la noticia hasta los lugares más alejados del reino, para que nadie pudiera argumentar que desconocía la voluntad del rey. Llegaron, incluso, hasta el lejano paraje en el bosque donde vivía el sabio anciano. Amanecía. El ermitaño, que había reflexionado largamente durante la noche, se puso en marcha hacia la ciudad. A sus 22
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espaldas quedaba el amado bosque. Avanzó lentamente por un sendero y tomó la dirección que lo llevaría al puente. Como era de esperar, al intentar cruzarlo el capitán del escuadrón lo interceptó y le preguntó: —¿Adónde vas? —Voy camino de la horca —respondió imperturbable el ermitaño. El capitán lo desafió: —No lo creo. —Pues bien, capitán, si he mentido, ahórcame. La confusión invadió el semblante del capitán. Sus pensamientos pronto se hicieron audibles:
—Si, para cumplir las órdenes que nos han dado, te ahorcamos por haber mentido —reflexionó el capitán—, habremos convertido en verdadero lo que has dicho. En23
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tonces, no te habríamos ahorcado por mentir, sino por decir la verdad. —En efecto, así es —concluyó el ermitaño—. Ahora que eres capaz de comprender que para ti la verdad no es más que tu verdad, puedes explicárselo al rey.
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U N HOMBRE ECUÁNIME Aquel que comprende el curso de la existencia recibe con ánimo sereno la crítica y la alabanza, la alegría y la pena.
E
n un pueblo del interior de la India vivía un hombre al que todos respetaban por su rectitud y bondad. Había
enviudado tempranamente y tenía un hijo. Entre sus pocas posesiones, contaba con un caballo. Una mañana, cuando como de costumbre fue hasta el establo para dar de comer al animal, se sorprendió al no encontrarlo allí. Resignadamente, aceptó que se había escapado. 25
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Como suele suceder en los pueblos pequeños, la novedad se difundió rápidamente. Comenzaron a llegar los vecinos y, con ellos, los comentarios, habitualmente de este tenor: —En verdad, la fortuna ha sido ingrata contigo. Sólo poseías un caballo, y se ha marchado. —Así es —dijo el hombre.
Pocos días habían pasado desde la huida del caballo. Una soleada mañana, cuando el hombre salía de su casa, se sorprendió al ver en la puerta a su caballo, que había regresado. Mayor aún fue su sorpresa al comprobar que había traído otro con él. Los vecinos volvieron para verlo. Dijeron esta vez:
—¡Qué buena suerte la tuya! No sólo recuperas tu caballo, sino que ahora tienes dos.
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—Sí, así es —dijo el hombre. Ahora, como disponía de dos caballos, podía salir a montar con su hijo. Iban a cabalgar juntos con frecuencia, hasta que un día, mientras galopaban, el hijo se cayó del caballo y se fracturó una pierna. Cuando los vecinos lo supieron, fueron a ver al hombre y opinaron:
—¡Lo tuyo sí es verdadera mala suerte! Si tu caballo no hubiera traído un compañero consigo, tu hijo no se habría accidentado.
—Sí, así es —dijo el hombre sin perder la tranquilidad Algunas semanas después, se declaró la guerra y todos los jóvenes del pueblo fueron convocados para la batalla. Todos, con excepción del muchacho que tenía la pierna fracturada.
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Los vecinos fueron visitar al hombre y exclamaron: —¡Qué buena suerte la tuya! Por no poder andar, tu hijo se ha librado de la guerra. —Sí, así es —convino, una vez más, sin inmutarse, el hombre ecuánime.
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C UANDO HIERES, ME HIERES
Ruego sinceramente tu perdón. Así como un padre perdona a su hijo, un amigo a su amigo querido, un amante a su amado, perdóname. BAGHAVAD GITA
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na de las diosas más bondadosas, piadosas y benevolentes del panteón hindú es Parvati, la esposa de Shiva.
Su atributo más sobresaliente es su extraordinaria compasión. Uno de sus hijos era Kartikeya. Cierto día, mientras jugaba, Kartikeya hirió con sus uñas a uno de sus compañeros. 29
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De regreso a su casa, el joven se acercó —como de costumbre— a su madre para darle un beso. Pero al aproximarse al bello rostro de la diosa, notó con sorpresa que ella tenía un arañazo en la mejilla. —Madre —dijo Kartikeya—, hay una herida en tu mejilla, ¿qué ha sucedido? —preguntó, sin adivinar que aquel día su madre le obsequiaría, una vez más, su sabiduría.
Con sus ojos oscuros y serenos la amorosa Parvati contempló a su querido hijo. Se dirigió a él con su habitual dulzura y un dejo de melancolía en la voz para explicarle:
—Lo que ves en mi mejilla no es sino un arañazo hecho con tus uñas. El joven se sintió confundido y se apresuró a responder: —Madre, jamás osaría hacerte daño. No concibo en mí ningún sentimiento o actitud que pueda herirte en lo más 30
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mínimo. No hay ser al que yo ame tanto como a ti, querida madre. La diosa sonrió plácidamente. La sonrisa iluminó su rostro. —Hijo mío —dijo entonces—, ¿acaso has olvidado que esta mañana arañaste a uno de tus compañeros de juego?
—Así fue, madre —repuso Kartikeya—; no lo he olvidado. —Pues entonces, hijo mío, de nada debes sorprenderte. Como bien sabes, nada en este mundo existe fuera de mí. En mí existe la creación entera. Al herir a otro ser, no puedes evitar herirme. Si haces daño, me dañas.
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A
NTES Y DESPUÉS
La mera contemplación de una hoja que se desprende de un árbol es capaz de revelar la esencia del Ser.
U
n joven que había elegido el camino de la evolución interior preguntó en una oportunidad a un
maestro:
—Guruji, ¿cuál es el saber que debo adquirir, cuál es la senda que debo seguir para cumplir mi ferviente anhelo de alcanzar el conocimiento verdadero? El maestro le dio su respuesta: 33
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—Todo es el Ser, la conciencia pura, que adopta las infinitas formas del universo. Nada existe fuera del Ser. Tú también eres parte de él y sólo cuando seas capaz de reconocerte en él habrás alcanzado la verdad que tanto deseas. Es todo cuanto tengo para decirte —concluyó el venerable anciano. El joven no creyó que aquella explicación fuera suficiente. Necesitó seguir preguntando:
—¿Es esa toda tu enseñanza? ¿No puedes decirme algo más? —Es toda mi enseñanza —afirmó el maestro—. No puedo ofrecerte más instrucción que la que ya te he dado. El desaliento que invadía al muchacho se hizo visible en su expresión. Había alentado la esperanza de que el maestro le descubriría técnicas especiales y pronunciaría palabras secretas, mantras prodigiosos para lograr su objetivo. Aunque su decepción era genuina, era un espíritu honesto. Su bús34
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queda estaba fundada en una verdadera convicción. No obstante, era todavía muy ignorante y decidió que la mejor manera de expresar el tesón que estaba dispuesto a poner para llegar a la verdadera sabiduría era dirigirse a otro maestro a quien solicitar instrucción mística. Este segundo maestro dijo: —Tendré mucho gusto en proporcionarte la instrucción que deseas, pero para que pueda hacerlo, antes tendrás que trabajar duramente en mi ashram. Deberás ser mi servidor durante doce años para poder hacerte merecedor de ella. Hay en este momento un trabajo disponible para ti, si aceptas: podrás recoger estiércol de búfalo. El joven estuvo de acuerdo en cumplir las condiciones que el maestro le había impuesto. Trabajó ininterrumpidamente en esa ingrata tarea durante doce años, tal como prometió. Por fin llegó el día en que el plazo establecido por el maestro se cumplió. Después de haber pasado doce largos 35
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años recogiendo estiércol de búfalo, se dirigió al maestro y le dijo: —Maestro, he cumplido y me he hecho merecedor de tu enseñanza. El tiempo ha transcurrido. Ya no soy tan joven como cuando llegué hasta aquí en busca de tu saber. He pasado ya una docena de años a tu servicio. Por favor, entrégame ahora la instrucción.
El maestro sonrió. Una de sus manos se apoyó con gesto amoroso sobre el hombro del abnegado y paciente discípulo, que despedía un rancio olor a estiércol.
—Debes poner toda tu atención en lo que voy a decirte: todo es el Ser. Es el Ser el que se manifiesta en todas las formas posibles del universo. Tú eres el Ser.
El discípulo comprendió inmediatamente la enseñanza y obtuvo la iluminación. Los duros años de trabajo en el ashram le habían permitido alcanzar la madurez espiritual nece36
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saria para ello. Pero al cabo de unos momentos, un recuerdo acudió a su mente y reaccionó: —Maestro, me siento sorprendido. No me has dado sino la misma enseñanza que otro maestro que conocí hace doce años. ¿Puedes explicarme el porqué? —Sencillamente, porque la verdad no cambia en doce años. Tu actitud ante ella, sí.
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U N SANTUARIO MUY ESPECIAL Pero fugaz es la recompensa para los hombres de mente pequeña ellos van hacia los dioses que reverencian pero mis devotos vienen a mí. BHAGAVAD GITA
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n una oportunidad el afamado y desconcertante personaje sufí Mullah Nasrudín estuvo de visita en la In-
dia. Llegó hasta Calcuta y fue protagonista de algunas de sus risueñas anécdotas durante su recorrido por aquellas tierras.
La historia que a continuación se relata, y que tiene a Nasrudín como protagonista, es bien conocida por el pueblo indio, que no ha cesado de narrarla hasta nuestros días. 39
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El padre de Nasrudín era el cuidador de un santuario muy célebre al que acudía una extraordinaria cantidad de fieles. Toda clase de devotos llegaba hasta allí para rendir culto. El lugar había cobrado gran fama. A lo largo de los años, tanto había escuchado Nasrudín hablar sobre las verdades espirituales que se dispuso a viajar para poder adquirir así un conocimiento directo sobre ellas. Antes de emprender el camino se despidió de su padre, quien, como regalo de despedida, le obsequió un burro. Agradecido y satisfecho, Nasrudín comenzó su viaje en busca de realidades supremas. Nasrudín viajó incansablemente, siempre con la fiel compañía de su burro, hasta que un día éste, que había dejado de ser joven, se desplomó y murió. Su cansado corazón le había fallado. Nasrudín se sintió profundamente acongojado ante la repentina muerte del que había sido su compañero de travesía durante años. Se sentó al lado de su amado burro muerto y comenzó a gemir dolorosamente. Los caminantes que por allí pasaban se apiadaban de su sufrimiento y se quedaban a hacerle compañía por un rato. Algunos, a modo 40
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de ofrenda, depositaban ramas y hojas sobre el cadáver del burro, que, poco a poco, fue quedando oculto. Otros echaron piedras y barro sobre las ramas y así, después de un tiempo, se formó un santuario sobre el burro muerto. Nastrudín seguía apenado y día tras día continuaba sentado en el mismo lugar, haciendo compañía al burro. Los peregrinos que en su camino pasaban por aquel paraje, al ver a Nasrudín sentado junto al santuario, pensaban que debía tratarse de un gran maestro espiritual y muchos de ellos decidían entonces quedarse durante algún tiempo. Solían dejar ofrendas, en especies y en dinero. La noticia se iba propagando. Los comentarios que iban de boca en boca aseguraban que se trataba del santuario de un gran iluminado. No tardaron en llegar peregrinaciones compuestas por fieles de las aldeas y pueblos vecinos y, con ellas, los aportes de dinero que se hacían en señal de devoción. Tanto fue el dinero reunido que Nasrudín pudo construir una enorme mezquita junto al santuario. Miles de hombres piadosos provenientes de los lugares más remotos acudían a visitarla. Llegaban hasta allí peregrinos, fieles e incluso maestros espirituales. Nasrudín alcanzó riqueza 41
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y una celebridad inesperada. Tanto creció la fama de su santuario que los comentarios llegaron hasta oídos de su padre, que, sin demora, emprendió el viaje para reencontrarse con él. Una profunda alegría los invadió al verse después de tanto tiempo. —Hijo mío —dijo el padre a Nasrudin— tu fama es sorprendente. No se oye sino hablar de tu santuario hasta en los lugares más alejados del país. Pero hay algo que me tiene profundamente intrigado desde hace tiempo. ¿Quién es ese gran hombre, el iluminado que yace en este lugar, el que atrae hasta aquí a miles y miles de devotos?
—Oh, padre! —exclamó con pesar Nasrudín—. Ni yo mismo puedo creer lo que vaya contarte. Nadie sería capaz de imaginarlo. ¿Recuerdas el burro que me regalaste? Me acompañó fiel y mansamente en mi camino, hasta que un día, inesperadamente, murió. Pues aquí está enterrado aquel pobre animal.
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—Hijo mío, los designios del destino son impredecibles para los hombres —dijo entonces el padre de Nasrudín—. ¿Sabes una cosa? Tu historia no ha hecho sino repetir la mía. En el santuario que yo custodio yace un burro que a mí se me murió.
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L OS SUEÑOS DEL REY
Sólo aquel que domina su pensamiento logra conocer su verdadero yo.
U
n próspero reino del norte de la India estaba gobernado por un poderoso monarca. Sucedía en el trono a
su padre, que antes de morir le hizo un pedido que encerraba una profunda enseñanza: —Hijo, el destino o el azar pueden hacerte poseedor de grandes riquezas pero sólo es verdaderamente rico quien sabe dar y compartir. No hay peor defecto que la avaricia. Es45
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fuérzate por ser siempre generoso. Tienes mucho, y mucho puedes dar a otros. Durante los años que siguieron a la muerte de su padre, el rey tuvo un sinfín de gestos generosos y magnánimos. Pero más tarde, poco a poco, sin que hubiera una causa aparente, se fue tornando avaro. No sólo era mezquino con los demás, sino que comenzó incluso a negarse a sí mismo la satisfacción de sus necesidades básicas. Actuaba como lo hubiera hecho un pordiosero. Su secretario, que lo conocía desde pequeño porque también había asistido a su padre, solicitó ayuda a un rishi que vivía en una caverna en las alturas del Himalaya. —Nadie puede comprenderlo —se lamentó el asistente ante el rishi—. Es uno de los reyes más acaudalados y se comporta como un indigente. Mucho te agradeceríamos si pudieras develar la causa de tan extraña conducta. El secretario se presentó ante el rey y le pidió que recibiera al rishi. El monarca dijo: 46
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—De acuerdo, siempre que no haya venido a verme para pedirme algo, porque soy tan pobre …
El monarca hizo pasar al rishi a una de las cámaras del palacio. Llevaba puesto un vestido harapiento, sucio y hediondo que contrastaba con el lujo y la pulcritud del espléndido palacio en el que vivía. Sus pies estaban descalzos. Tampoco usaba ningún ornamento o atributo que denotara su estirpe real. —Estoy arruinado —se quejó el rey.
—Pero, señor, eres rico y poderoso —replicó el rishi. —No me vengas con lisonjas —dijo el monarca. De nada te servirán. Puesto que nada tengo, nada podrás obtener de mí. Ni siquiera sé con qué podré cubrir mi cuerpo cuando estos harapos se hagan definitivamente jirones. 47
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El rey no pudo evitar que un llanto desconsolado brotara de sus ojos. Entonces el rishi entrecerró los suyos, concentró su mente y llegó hasta el cerebro mismo del monarca. Pudo ver allí el sueño que atormentaba al rey noche tras noche: soñaba que era un mendigo, el más misérrimo de cuantos existían. Esa era la causa de que, aun siendo rico y poderoso, se comportara como un pordiosero. Después de varias jornadas de trabajo logró enseñar al rey a dominar sus pensamientos y a adoptar otra actitud. El monarca volvió a ser generoso. La primera muestra de que el cambio se había operado en él fue que quiso hacer un obsequio al rishi. Sin embargo, no encontró ningún argumento con el que convencerlo de que aceptara su regalo.
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L A VANIDAD Soy el padre del universo y su madre, esencia y fin de todo conocimiento, el sagrado Om, y los triples Vedas BHAGAVAD GITA
A
orillas de un río moraba un ermitaño. Cerca de allí vivía una mujer que subsistía vendiendo la leche que
daban sus vacas. La lechera llegaba cada día a ver al ermitaño y le regalaba un jarro de leche, con la que él se alimentaba. A modo de reconocimiento, el hombre había concedido un mantra a la buena mujer y le había dicho: —Si repites este poderoso mantra serás capaz de atravesar el océano de la existencia. 49
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El tiempo pasó y cierto día, cuando la lechera se disponía a cruzar el río para alcanzar el acostumbrado jarro de leche al ermitaño, se desató una lluvia torrencial que hizo salir de cauce las aguas del río. No era posible cruzarlo en una embarcación. Fue entonces cuando la mujer recordó las palabras del ermitaño: “Si repites este poderoso mantra serás capaz de atravesar el océano de la existencia” y dijo para sí: “Y esto sólo es un río”. Comenzó a recitar el mantra y lo repitió con amor y fervor. Mientras lo hacía, sin darse cuenta, había empezado a caminar sobre el agua y no tardó en llegar al lugar donde estaba el ermitaño, que no pudo sino asombrarse al verla.
—¿Cómo has podido llegar hasta aquí si el río se ha desbordado? —preguntó, extrañado. La mujer respondió con naturalidad: —Cuando me entregaste el mantra, me dijiste que con él podía atravesar el océano de la existencia, ¿lo recuerdas? 50
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Pensé que si lo recitaba, sería posible cruzar el río. Así lo hice y logré llegar a la otra orilla caminando sobre las aguas. “He alcanzado un notable grado de evolución. ¡La lechera ha podido hacer esta proeza gracias a mi mantra!”, pensó el ermitaño, envanecido por la explicación de la mujer. La estación de las lluvias monzónicas continuaba y el río permanecía desbordado. No obstante, algunos días después de la experiencia vivida por la lechera, el ermitaño debía ir a la ciudad. También él podría acudir al mantra para cruzar el río. Si le había dado buen resultado a aquella mujer, funcionaría también con él. En esto pensaba mientras mecánicamente empezó a repetir el mantra y se lanzó a las aguas del río. Su vanidad le hizo olvidar que el poder y el alcance del mantra dependen de la convicción de quien lo repite. Instantáneamente se hundió hasta el fondo y pereció.
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EL REY DE LOS MONOS ¿Adónde pueden conducir el engreimiento y la fatuidad, sino al abismo?
U
n buen día, el rey de los monos se enteró donde se encontraba Buda predicando sus enseñanzas. Presu-
roso, corrió hacia allí y le dijo: —Señor, me extraña que no hayáis enviado por mí algún emisario para que venga a buscarme y puedas conocerme. Soy el rey de los monos, de millares de monos. Tengo gran poder. Buda guardó un noble silencio. Sólo una leve sonrisa se dibujó en sus labios. 53
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El rey de los monos continuó su discurso, en un tono descaradamente arrogante y fatuo: —Soy el más fuerte, el más ágil, el más resistente y el más diestro. Es por eso que soy el rey de los monos. Si dudas, señor, de mis cualidades, puedes ponerme a prueba. Soy capaz de superar la más exigente. Estoy dispuesto a viajar hasta el fin del mundo para demostrarlo, si ese fuera tu deseo. Buda permanecía en silencio mientras lo escuchaba con atención.
El rey de los monos creyó oportuno añadir entonces: —Partiré hacia el fin del mundo ahora mismo. Luego regresaré de nuevo hasta vos. Muchos días duró su viaje, durante los cuales cruzó mares embravecidos, inmensos desiertos, dunas ardientes, 54
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bosques umbríos, montañas nevadas, áridas estepas, lagos serenos, verdes llanuras y fértiles valles. Llegó por fin a un lugar en el que se encontró con cinco columnas. Detrás de ellas sólo había un abismo y el rey de los monos se dijo a sí mismo: “No cabe duda, he llegado al fin del mundo”. Entonces comenzó el camino de regreso. Nuevamente surcó desiertos, valles y dunas, hasta que finalmente llegó al lugar del que había partido y se encontró frente a Buda. —Bien, ya estoy de vuelta —dijo con arrogancia. Supongo que tienes ahora prueba suficiente de que soy el más intrépido, resuelto, y tenaz, sobradas razones para ser el indiscutible rey de los monos. Buda esperó que el rey de los monos terminara su exposición y se limitó a decir: —Mira dónde te encuentras. 55
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El estupor invadió al rey de los monos: estaba en medio de la palma de una de las manos de Buda. Comprendió que jamás había salido de ella. Las cinco columnas a las que había llegado eran los dedos del Bienaventurado. Nunca había abandonado su mano. Más allá de ella, sólo lo esperaba el abismo.
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L OS ORFEBRES Y LOS DIOSES
Sus deseos y acciones son vanos. Su saber es completo error. Surgidos de la luz, caen en la crueldad, el egoísmo, la codicia. BHAGAVAD GITA
T
odos los viajeros que pasaban por ese pequeño pueblo de la India conocían el negocio de orfebrería en el que
trabajaban aquellos cuatro hombres que lucían, pintados en la frente, los signos del dios Vishnú; adornaban su pecho con un collar de semillas sagradas, llevaban en la mano un rosario y el nombre del Divino permanentemente en sus labios. 57
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Los vecinos del lugar admiraban tanta santidad y tanto ellos como los ocasionales visitantes de la localidad acudían hasta la tienda de los orfebres para comprar las maravillosas piezas que sus manos fabricaban. Al llegar, comprobaban gozosos la piadosa naturaleza de los cuatro orfebres, que repetían los nombres de distintas divinidades hindúes. A modo de recibimiento, uno de ellos exclamaba: “Keshava, Keshava”. Otro entonaba “Gopal, Gopal” y el tercero recitaba “Hari, Hari”. Los clientes, impresionados por seres tan devotos, expresaban su reconocimiento con una buena compra. Era entonces cuando el cuarto orfebre decía fervorosamente “Hara, Hara”. Los clientes de la orfebrería eran hindúes y en su lengua las palabras que los artesanos pronunciaban son los nombres de distintas divinidades del panteón hindú. Desconocían los ingenuos compradores que aquellos hombres eran bengalíes y en su idioma el significado de tales palabras era por completo diferente. Keshava significa “¿quiénes son?”. Esto es lo 58
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que pregunta el primer orfebre. Gopal es “un rebaño de vacas”, que es lo que contesta el segundo. Hari quiere decir “¿puedo robarles?”, que es lo que pregunta el tercero. Finalmente, hara quiere decir: “sí, róbales”, que es lo que consiente el cuarto.
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¿
Q UIÉN DEBE AGRADECER?
El sabio goza en la generosidad, abre su corazón, lo engrandece en la compasión y honra su virtud en el otro mundo.
E
l destino quiere que mucho dinero llegue a mis manos, y yo ayudo al destino dando mucho dinero a los po-
bres. Hago méritos, como seguramente los hice en mi vida pasada y por eso soy tan afortunado —declaraba con orgullo un comerciante. Era aquel un hombre tan rico como petulante. Se jactaba de saber ganar mucho dinero y también de saber dar genero61
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sas limosnas. Un día, después de haber cerrado un trato especialmente lucrativo, se dijo: —El señor es generoso conmigo, hoy he ganado una gran suma de dinero. He decidido imitar su generosidad y llenar los bolsillos del primer pobre que se cruce en mi camino. El acaudalado comerciante salió a pasear por la ciudad. Estaba orgulloso de sí mismo; pensaba que era un gran hombre de negocios y, además, un hombre caritativo. Recorría las calles con su mente ocupada en tan gratos pensamientos cuando se topó con un pobre hombre harapiento. No podía haber peor aspecto que el suyo. El comerciante detuvo su marcha y lo observó unos momentos. Era el hombre que esperaba, para hacerlo destinatario de su altruismo. Puso en las trémulas manos del pordiosero un generoso puñado de rupias y se quedó frente a él unos instantes, a la espera de recibir un afectuoso agradecimiento. Los minutos que pasaban le parecían una eternidad. ¿Qué esperaba ese menesteroso para reaccionar? Exasperado ante el silencio de aquel hombre ingrato, lo increpó: 62
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—Eres un desvergonzado. Has recibido de mi mano más dinero del que jamás hayas podido imaginar que tendrías. ¿Y cuál es tu actitud? No eres capaz siquiera de dedicarme un gesto de agradecimiento. Los labios del pordiosero habían permanecido cerrados mientras escuchaba al hombre que lo amonestaba. Cuando el sermón terminó, esbozó una leve sonrisa y rompió el silencio para decir: —Señor, ¿no crees que deberías ser tú el agradecido? —¡Eres un insolente! ¿Cómo te atreves? —No hay razón para que pierdas la calma —dijo serenamente el hombre pobre. Es gracias a mí que puedes hacer méritos y favorecer un buen karma ¿Te parece poco lo que tienes que agradecerme?
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E L CAMINO HACIA LA VERDAD
Cuando ve que las miríadas de seres emanan del Único y tienen su origen en Él, el hombre alcanza la total libertad. BHAGAVAD GITA
E
l maestro escuchó serenamente al desasosegado discípulo, que le imploraba:
—Te ruego, Guruji, que me develes el secreto para acceder a la Verdad. Tú, con tu enorme sabiduría, debes poseer la enseñanza que me ayude a llegar a ella. 65
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Durante unos instantes, el maestro permaneció en silencio. Luego dijo: —El único gran secreto reside en la observación, que es la enseñanza misma para una mente observadora y perceptiva. —¿Qué me sugieres entonces? —preguntó el joven.
—Observa —dijo el gurú—, todo el tiempo que consideres necesario, no importa cuánto sea, cuánto te demande tu comprensión. Puedes simplemente llegar hasta la playa, sentarte a la orilla del mar, contemplar el sol que se refleja en sus aguas, hasta que sientas que aquello sobre lo que te preguntabas ha encontrado su respuesta. El discípulo así lo hizo. Se dirigió hacia la playa y durante días se mantuvo en extática contemplación, sentado a la orilla del mar. El sol se reflejaba en las aguas, unas veces serenas, otras tempestuosas. Sus ojos percibían las leves ondula66
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ciones de los días calmos y las encrespadas olas del temporal. Fiel al consejo de su maestro, observó con suma atención, con la mayor ecuanimidad, alerta a todo cuanto sucedía. Poco a poco, de modo casi imperceptible, su comprensión se acrecentaba, su mente se ampliaba y él era consciente de todo aquello. Inmensamente agradecido, el discípulo regresó finalmente junto al maestro. —¿La observación te ha permitido comprender? —le preguntó el maestro al verlo llegar—. Así es —respondió con satisfacción el discípulo—. Hacía ya años que practicaba los ritos, participaba de las ceremonias sagradas, estudiaba las escrituras, pero aun habiendo puesto en ello el mayor empeño, no lograba comprender lo que ahora es claro para mí tan sólo con unos pocos días dedicados a la observación. El sol se aloja en nuestro interior, es nuestro ser, siempre radiante, luminoso, inalterado. Está más allá de la calma y la tempestad aparentes. 67
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—Has comprendido la enseñanza —afirmó complacido el gurú—; ahora eres capaz de percibir la esencia sublime de la enseñanza que proviene del arte de la observación.
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L AS DOS SORTIJAS La vida depara el placer y el sufrimiento, el encuentro y la pérdida, el triunfo y la derrota, el halago y el insulto. Aquel que no se aferre al disfrute ni odie el dolor alcanzará la sabiduría.
U
n próspero comerciante dejó al morir una cuantiosa fortuna, que debía repartirse entre sus dos hijos en
partes iguales. Así se hizo, pero transcurrido algún tiempo de la muerte de su padre, los hermanos hallaron un paquete que había sido celosamente guardado. Lo abrieron, expectantes, y encontraron dos sortijas. En una de ellas brillaba un valioso diamante; la otra era una sencilla pieza de plata. El mayor de los hermanos, al verlas, sostuvo que lo más probable era que hubieran pertenecido a sus antepasados. Eso explicaría 69
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por qué el padre las había guardado con tanto cuidado y no las había incluido en la herencia paterna. —Como soy el primogénito —dijo, movido por la codicia—, me corresponde la sortija del diamante. El hermano menor no opuso argumento alguno. Por el contrario, le respondió:
—Estoy de acuerdo, espero que tú seas tan feliz con la sortija del diamante como yo lo soy con la de plata. Cada hermano emprendió su vida por separado, con la sortija que le había tocado en suerte. Unos días después, el hermano menor, se preguntó cuál habría sido la razón de que el padre guardara con tanto celo una sortija sin valor aparente. La examinó detenidamente y pudo apreciar unas letras grabadas en la cara interior. Con algún esfuerzo, logró leer la frase que las letras formaban: “Esto también cambiará”. 70
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—Tal vez este era el mantra de mi padre —pensó. El tiempo transcurría para los dos hermanos con sus inevitables fluctuaciones, los buenos y los malos momentos, las situaciones favorables y las adversas, el placer y el dolor. El hermano mayor vivía exaltadamente las circunstancias favorables y se deprimía frente a las desfavorables. Su equilibrio espiritual comenzó a tambalear y llegó al límite de la insania. De poco le servía poseer la valiosa sortija con el diamante. Mientras tanto, la vida del hermano pequeño discurría de modo igualmente dispar. También había para él momentos buenos y momentos malos, alegrías y sufrimientos, situaciones placenteras y otras dolorosas. Pero en los momentos de zozobra siempre recordaba la inscripción grabada en la sortija de plata: “Esto también cambiará”. Eso lo ayudaba a mantener una actitud ecuánime y equilibrada, el ánimo siempre dispuesto y la claridad de pensamiento. El placer no le provocaba apego y lo desagradable no le cau71
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saba aversión. “Esto también cambiará”. No se exaltaba ni se deprimía. Vivía en armonía consigo mismo y con el mundo que lo rodeaba.
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EL PODER DEL MANTRA Por eso, la palabra Om es siempre pronunciada por aquellos que explican las escrituras, al comenzar un acto de devoción, de contricción o de caridad. BHAGAVAD GITA
S
on infinitas las evidencias del poder de la palabra, del indudable ascendiente que tiene sobre la mente humana,
sin embargo, hay quienes dudan de la eficacia del mantra para encauzar la energía mental hacia el crecimiento espiritual. En una ocasión, un grupo de personas deseosas de beneficiarse con su sabiduría, escuchaban la explicación de un yogui: 73
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—El mantra tiene el poder de conducirnos al Ser. Un escéptico que formaba parte del auditorio argumentó: —¿Con qué fundamento puede afirmarse que la mera repetición de una palabra es capaz de conducirnos al ser? ¿Significa eso, acaso, que si repitiéramos “pan, pan, pan” hasta el cansancio, el pan se manifestaría y se volvería realidad ante nosotros? El yogui se dirigió al incrédulo y le gritó:
—Siéntate ahora mismo, sinvergüenza. —Jamás hubiera sospechado que un hombre como tú, que presume de santidad, se atrevería a hablarme en ese tono —gritó el escéptico, presa de un furor tan ingobernable que hacía temblar todo su cuerpo.
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Entonces la actitud del yogui hacia él cambió por completo. Volvió a hablarle, pero esta vez se percibía en su voz afecto y ternura: —Créeme que de verdad lamento mucho haberte ofendido y te pido disculpas por ello. Pero, dime, ¿cómo te sientes en este momento? —¡Me siento ultrajado! —Ha bastado una sola palabra injuriosa para provocar esa sensación en ti, que dudas del poder de la palabra. Puedes comprobar por ti mismo el enorme efecto que es capaz de ejercer. Si esto es así, ¿por qué dudar de que el vocablo que designa al Ser posea el poder de transformarte?
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E L CUENTO DE LA CRIADA
La vida no es lógica, no es previsible, no es controlable. Es como un sueño del Alma Cósmica.
“E
n una ciudad que nunca había existido vivían tres hermosas princesas, de las cuales dos no habían
nacido y la tercera no había sido concebida”. Así comenzaba el cuento que la solícita y afectuosa criada narraba al niño que estaba bajo su cuidado. Y prosiguió: “Todos los seres cercanos a las tres bellas princesas fueron muriendo y cuando se encontraron solas, decidieron par77
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tir hacia lejanos y desconocidos territorios. El viaje fue largo y penoso. Debieron cruzar las ardientes arenas del desierto, con el sol implacable sobre ellas. El calor sofocante las ponía al borde del desmayo y las dunas quemaban sus delicados pies. En cierto punto del trayecto, extenuadas, buscaron refugio a la sombra de tres árboles, de los cuales dos no existían y uno nunca había sido plantado. Se alimentaron de sus frutos y se reconfortaron bajo su sombra fresca y generosa. Prosiguieron poco después el viaje. Llegaron así a la orilla de tres ríos; dos estaban secos y por el cauce del tercero no corría ni un hilo de agua. Las tres dulces princesas bebieron de sus aguas y en sus aguas bañaron los armoniosos cuerpos de marfil. Volvieron a emprender la fatigosa marcha, hasta arribar a una espléndida ciudad que todavía no había sido edificada. Recorrieron sus calles y divisaron tres palacios; dos de los cuales todavía ni siquiera habían sido proyectados y un tercero que carecía de paredes. Contentas, las tres princesas entraron en los palacios y en una de las magníficas estancias hallaron tres platos dorados, dos de los cuales estaban rotos y el tercero hecho añicos. Fue el tercer plato el elegido para 78
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servir la comida que iban a prepararse: noventa y nueve menos cien granos de arroz que iban a cocinar. ”Una vez lista la comida, invitaron a comer con ellas a tres ascetas; dos no tenían cuerpo y el tercero no tenía boca. Los ascetas degustaron y aprobaron la comida, y las princesas comieron luego. Ascetas y princesas quedaron muy satisfechos con el suculento banquete que se habían dado”.
Así terminó la amorosa criada el relato. El niño la miraba en silencio. Ella percibió su desconcierto y le dijo: —Cuando crezcas, recuerda siempre esta historia y serás un hombre sabio.
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E L FILÓSOFO DESCONCERTADO
El hombre que me ve en todas las cosas y ve a todas ellas en mí no se perderá; siempre estaré con él. BHAGAVAD GITA
E
ra un hombre con grandes ansias de conocimiento. Tenía una genuina necesidad de dar respuesta a las muchas
preguntas que era capaz de formular, aunque no de responder. Durante largos años había investigado en las más variadas filosofías, había tratado de ahondar en los conceptos de la vida, la muerte, el devenir, el destino, los enigmas de la existencia, las 81
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contradicciones de la naturaleza y del ser humano, pero no conseguía resolver sus interrogantes. Desalentado, decidió visitar a un sabio que vivía plácidamente en una cabaña cerca del río, en busca de una palabra que mitigara su angustia. —Señor, me siento fatigado y confuso —dijo al sabio—. Nunca he estado más desanimado y entristecido. —¿Cuál es la razón de tu pesar? Posiblemente no sea tan grave como crees. —Claro que lo es —respondió—. He dedicado toda mi vida a escrutar los fenómenos de la vida y de la muerte, y aunque he puesto mi mayor esfuerzo, no consigo comprender el sentido de la existencia. El sabio le dirigió una mirada compasiva y guardó silencio. En sus ojos profundos se reflejaban las aguas plateadas del río que corría frente a la casa. Colocó la mano sobre el hombro del atribulado filósofo y le dijo: 82
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—Quiero pedirte algo. Esta noche visita la ciudad un prestidigitador ambulante. Dará allí una función, que desearía que presencies. Cuando termine, por favor, vuelve a verme. Estaré esperándote. Amanecía cuando el desdichado filósofo regresó a la cabaña del sabio. Encontró al anciano sumido en profunda meditación. Una paz infinita emanaba del rostro surcado de arrugas. —¿Te molesto? —preguntó el visitante. —Nunca un ser humano molesta a otro ser humano —respondió el sabio—. Y bien, cuéntame qué has visto. —Presté mucha atención al prestidigitador. Es un ilusionista muy diestro, sus juegos son asombrosos —explicó el filósofo. —¿Descubriste el truco en alguno de ellos? —preguntó el sabio. 83
CUENTOS DE LA INDIA
—No, en absoluto —repuso el filósofo—. Es increíblemente hábil. La madrugada anunciaba una jornada cálida en ese remoto paraje de la India. En los labios del anciano se dibujaba una leve sonrisa. —Si no eres capaz de entender los juegos de un prestidigitador, ¿cómo quieres comprender los mandatos de Dios? Abandona tus especulaciones. Deja de perderte en los laberintos de la mente y empieza a meditar. Emprende el camino que te llevará a fundirte con tu verdadero ser. Mira hacia dentro y allí encontrarás lo que buscas.
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L A TAZA DE TÉ El verdadero conocimiento es asequible a aquel que ha aprendido el arte de reverenciar a la creación con total humildad.
U
n erudito llegó hasta un bosque de la India en busca del consejo y las sabias enseñanzas de un mahatma. El
hombre, a pesar de ser un prodigio de ilustración, no podía acceder al camino de la meditación y trataba de explicarle sus dificultades al maestro. El mahatma, ni bien comenzó a escuchar las argumentaciones del viajero, le sugirió que después de tomar una taza de té ambos estarían en mejores condiciones de abordar el tema de la meditación. Pero el desasosiego, la inquietud y la impaciencia invadían el ánimo de aquel hombre, que respondió con acritud a su invitación: 85
CUENTOS DE LA INDIA
—Olvide el té. He venido aquí a aprender meditación y quiero hacerlo ahora mismo.
El mahatma no se sorprendió. Sabía que las personas que creen saber son las más ignorantes. No se escuchan más que a sí mismos. —¿Por qué estás tan apurado? —le preguntó. Tenemos tiempo de sobra para relajarnos y tomar una taza de té. Luego hablaremos sobre el tema que te ha traído hasta aquí. En cuanto terminó de decir estas palabras, el hombre sabio se dispuso a preparar tranquilamente la infusión. Al cabo de un rato regresó junto al erudito trayendo una tetera humeante y dos tazas. Se sentó, le ofreció una taza a su invitado, que la tomó entre sus manos y comenzó a llenarla de té. La taza se llenó pero él continuó vertiendo el té en ella hasta que comenzó a derramarse. 86
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El erudito agitaba su mano en el aire mientras exclamaba: “¡pare, la taza está llena!”, pero como el mahatma no lo escuchaba y seguía sirviendo el té, que ya formaba un charco en el suelo, gritó, fuera de sí: —¿Está ciego? ¿Acaso no ve que la taza está llena y el líquido está desbordando? —Así es —respondió el maestro—. La taza está llena y no puede contener ni una sola gota más. Veo que se da cuenta de eso. ¿Cómo puede entonces una persona colmada de información escucharme hablar acerca de la meditación? Eso es imposible. Primero debes vaciar tu mente. Luego podré hablar contigo. La meditación es una experiencia. No puede ser explicada por medio de la palabra y sólo se hace posible para aquel que se libra de su mente y sus pensamientos. El mejor modo de acercarse a lo indescriptible y eterno es aceptar que siempre se es un principiante.
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E L TOPACIO DE LOS MIL LADOS
Yo soy el calor del sol, yo retengo la lluvia y la libero, yo soy muerte e inmortalidad, y todo lo que es o no es. BHAGAVAD GITA
E
ran cinco los discípulos de aquel maestro y todos habían comprendido la enseñanza que les había imparti-
do durante largos años, excepto uno de ellos, que vivía aprisionado entre las rejas del ego. 89
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El maestro se preguntaba ¿qué hacer con él? Sus ojos están cerrados a la comprensión de la existencia, tanto como cuando comenzó su sadhana. Los métodos que siempre había empleado no resultaron eficaces con este discípulo. El maestro cavilaba acerca del mejor modo de ayudarlo en el camino del conocimiento porque sabía que la dificultad no residía en el desinterés sino en la rigidez de las estructuras de su mente, que le impedía superar la barrera de las propias opiniones. Era un hecho comprobado que el entrenamiento espiritual que había seguido durante años no había sido suficiente. Habría que hallar un artificio para que el aspirante pudiera ver la transitoriedad del mundo material y trascenderse a sí mismo. Después de evaluar varias posibilidades, el maestro decidió, para lograr su cometido, valerse del único bien que poseía: un deslumbrante topacio de mil caras heredado de su familia. 90
CUENTOS DE LA INDIA
Aquella gélida noche el discípulo y su maestro se sentaron junto al fuego y tuvieron un diálogo fundamental. —La función del maestro es guiar a su discípulo para que su visión se ilumine —comentó el mentor. —Muchas veces te he oído decir que todo es transitorio, excepto el estado sublime de la conciencia, que sólo logra quien se desprende de sus apegos. Pero por mucho que lo intento —dijo el discípulo con sinceridad—, no lo consigo. Con frecuencia eso me sume en un estado cercano a la desesperanza que me provoca el deseo de abandonar la búsqueda. El maestro sabía que la motivación del discípulo era auténtica, aunque sabía también que sus karmas no tenían fácil resolución y creyó que era el momento de poner en práctica un método distinto del usual. —Hagamos un viaje juntos —propuso. 91
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—Un viaje juntos —repitió incrédulo el discípulo—. Hemos hecho juntos muchas peregrinaciones y no han sido de ninguna ayuda para mi evolución. —Éste será diferente. El maestro sacó el extraordinario topacio de una bolsita de terciopelo que llevaba colgada al pecho. En sus facetas se reflejó el fuego. —Ven conmigo. Viajaremos por el topacio —invitó el maestro.
Después de pronunciar estas palabras el maestro entrecerró los ojos y quedó en estado de profunda concentración. El discípulo comenzó un viaje inigualable. En las mil caras del topacio veía pasar vertiginosamente las más diversas escenas. Pudo ver encuentros y desencuentros, seres de toda clase que entraban y salían de la vida de las personas, amigos que imprevistamente traicionaban a sus mejores amigos, desalmados 92
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que ayudaban a sus enemigos, amantes fieles e infieles. El bandido se volvía santo y el santo se transformaba en el más cruel de los asesinos. Vio nacer y morir a sus propios antepasados. Descubrió que el gusto de unos era el disgusto de otros y lo que para unos estaba arriba, estaba abajo para otros. Para que unos seres vivieran con holgura muchos pasaban privaciones. Vio monarcas destronados que se convertían en mendigos y pordioseros que se convertían en reyes. Los palacios más fastuosos se tornaban miserables chozas. Donde un día había vergeles, luego quedaba sólo el desierto. Comprobó cómo las cumbres más elevadas se tornaban planicies y de las planicies surgían enormes montañas. Miríadas de seres de todas las formas y tamaños, muchos jamás vistos, aparecían por las caras del topacio. Él mismo, mientras las miraba, adoptaba las formas más extrañas. Universos sin límite pasaban, inestables y vacuos ante sus ojos desorbitados. Lo informe adquiría un contorno y lo manifestado se disipaba a cada momento como una gota de rocío se evapora con los primeros rayos de sol. Imperios surgían y declinaban. Civilizaciones florecían y se extinguían. Millones de astros se apagaban y otros millones de 93
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estrellas se encendían en un espacio sin límites. Era maestro de su maestro y luego el discípulo de su mentor. Era un fakir o un príncipe, un harapiento mendigo o un esclavo al que habían robado la vista con hierros candentes. Los seres vivos se comían entre ellos según sus diferentes escalas. Incesantemente todo brotaba y se desvanecía. Sus hijos habían sido sus padres o sus abuelos. Sus concubinas sus madres; sus esclavos, sus amigos. Infinidad de escenas, lugares, rostros y masas informes nacían y se extinguían simultáneamente en todas las caras de la magnífica gema. Cuando el discípulo recobró la conciencia ordinaria despuntaba el día. Comenzó a llorar con profundo dolor, tanto como el que había visto en el universo infinito. Había, finalmente, aprendido la lección ¿A qué puede aferrarse un ser? Miró a su maestro a los ojos, que le devolvieron una mirada de profunda ternura. Una campesina emprendía su dura jornada de labor. El guía espiritual le obsequió el topacio. Ella lo agradeció con 94
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una reverencia. Sus labios eran como un rosal sonriente. Inmediatamente tomó un recodo del camino y se perdió en el campo. —¿Alguna pregunta? No hubo respuesta. Sólo un silencio perfecto.
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Fundación de Estudios Tradicionales, A. C. Títulos Publicados 1.
MARCO PALLIS ¿Los Hábitos Hacen al Monje?
2.
FRITHJOF SCHUON Del Sentimiento
16. JAKOB BOEME Teosofía Revelada
3.
TITUS BURCKHARDT El Amor Caballeresco
17. MARTIN LINGS ¿Qué es el Sufismo?
4.
MAESTRO ECKHART El Hombre Noble
5.
A. K. COOMARASWAMY El Vedanta y la Tradición Occidental
6.
RENÉ GUÈNON Sobre el Esoterismo Islámico y el Taoísmo
7.
8.
9.
H. SADDHATISSA Introducción al Budismo J. C. COOPER Lo Natural. El Arte VALMIKI Historia de la Reina Chudala
10. SEYYED HOSSEIN NASR. ¿Qué es Tradición? 11. SRI RAMAKRISHNA El Hombre y el Mundo 12. TITUS BURCKHARDT Psicología Moderna y Sabiduría Tradicional 13. TITUS BURCKHARDT Cosmología Perennis 14. FRITHJOF SCHUON Tener un Centro
15. INAZO NITÖBE El Bushido
18. FRITHJOF SCHUON Pilares y Estaciones de la Sabiduría 19. RENÉ GUÈNON El Sagrado Corazón y la Leyenda del Santo Graal 20. FRITHJOF SCHUON El Problema de la Sexualidad 21. SEYYED HOSSEIN NASR El Redescubrimiento de lo Sagrado 22. ARTHUR OSBORNE Las Enseñanzas de Bhagavân Srî Ramana Maharshi 23. SEYYED HOSSEIN NASR ¿Quién es el Hombre? 24. FRITHJOF SCHUON Comprender el Esoterismo 25. FATIMA JANE CASEWIT El Feminismo Moderno a la Luz de los Conceptos Tradicionales de la Feminidad 26. La Enseñanza de BUDA Dharma 27. La Enseñanza de BUDA El Camino de la Práctica
CUENTOS DE LA INDIA
28. RAMA P. COOMARASWAMY El Bhagavad Gîtâ; Introducción para el Lector Occidental
42. ELIZABETH COATSWORTH El Gato que Fue al Cielo 43. FRITHJOF SCHUON Racionalismo Real y Aparente
29. FRITHJOF SCHUON El Esoterismo Quintaesencial del Islam
44. FRITHJOF SCHUON De las Virtudes Espirituales
30. VLADIMIR LOSSKY La Vía de la Unión
45. ANANDA K. COOMARASWAMY El Budismo
31. MARCO PALLIS Anatta (La Divinidad Inmanente)
46. TITUS BURCKHARDT Ciencia Moderna y Sabiduría Tradicional
32. FRITHJOF SCHUON Principios y Criterios del Arte Universal 33. ANÓNIMO Relatos de un Peregrino Ruso
47. RENÉ GUÈNON El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos
34. ANÓNIMO Relatos de un Peregrino ruso
48. RENÉ GUÈNON Ciencia Sagrada y Ciencia Profana
35. MAESTRO ECKHART La Imagen Desnuda de Dios
49. TITUS BURCKHARDT El Origen de las Especies
36. MAESTRO ECKHART Dios y Yo Somos Uno
50. EPICTETO Enquiridión (Manual de Vida)
37. ANANDA K. COOMARASWAMY La Filosofía del Arte Cristiana Oriental o Verdadera
51. RENÉ GUÈNON Del Racionalismo a la Mitología Científica y su Vulgarización
38. EVAGRIO PÓNTICO Y OTROS La Filocalia de la Oración de Jesús
52. RENÉ GUÈNON La Confusión de lo Psíquico con lo Espiritual
39. TITUS BURCKHARDT Reflexiones sobre la Divina Comedia de Dante, Expresión de la Sabiduría Tradicional
53. PLATÓN Apología de Sócrates
40. FRITHJOF SCHUON Modos de la Oración
54. D. T. SUZUKI Budismo Zen
41. SEYYED HOSSEIN NASR Algunos Principios Metafísicos Pertenecientes a la Naturaleza
55. JAKOB BOEHME Del Cielo y del Infierno
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CUENTOS DE LA INDIA
56. FRITHJOF SCHUON El Islam
57. FRITHJOF SCHUON Trascendencia y Universalidad del Esoterismo 58. AMRITA ANANDAMAYI Para mis Hijos; Enseñanzas Espirituales 59. TITUS BURCKHARDT Esoterismo Islámico; (Primera parte) La Naturaleza del Sufismo 60. JAKOB BOEHME Confesiones 61. TITUS BURCKHARDT Esoterismo Islámico: (Segunda parte) Fundamentos Doctrinales 62. TITUS BURCKHARDT Esoterismo Islámico: (Tercera parte) La Realización Espiritual 63. PLUTARCO Alejandro 64. PLUTARCO Julio César 65. FRITHJOF SCHUON Cristianismo e Islam 66. AA.VV. Relatos y Cuentos Tradicionales 67. PATANJALI Yoga Sutras 68. GUSTY L. HERRIGEL El Camino de las Flores 69. MARIO MEUNIER La Leyenda de Sócrates 70. CUENTOS DE LA INDIA
99
CUENTOS DE LA INDIA
Vincit Omnia Veritas
La Verdad lo Vence Todo
Fundación de Estudios Tradicionales, A. C.
LI BR ER ÍA Francisco I. Madero No. 320-2, Centro, León, Gto. Teléfono: 477-716-63-85 Correo electrónico: fundaciondeestudiostradicionales@yahoo.com.mx
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