Una oración sencilla que cambia la vida

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una oraci贸n sencilla

que cambia la vida Descubriendo el poder del Examen Diario de san Ignacio de Loyola

JIM

MANNEY


ESPIRITUALIDAD

$9.95 U.S.

Atraviesa la barrera de la oración. Para la mayoría de las personas, casi siempre, rezar es difícil. Resulta especialmente difícil —sin mencionar insatisfactorio— cuando las personas lo experimentan como algo formal, árido y repetitivo. Pero, ¿qué sucedería si descubrieras un modo sencillo de rezar que cambiara todo eso? ¿Qué si encontraras una oración que te cambiara a ti? En Una oración sencilla que cambia la vida, Jim Manney presenta a los cristianos una forma de oración que existe desde hace 500 años y que cambió drásticamente la forma en que él reza y la manera en que “ve” la vida. La oración es el Examen Diaro, que san Ignacio de Loyola desarrolló como un hábito de reflexión que nos mantiene en armonía constante con la presencia de Dios. Lo que hace que la oración sea tan poderosa es su capacidad de disipar cualquier noción de que Dios está en algún lugar “allá arriba”, desconectado de nuestras tareas y preocupaciones cotidianas. El examen nos lleva a establecer una relación con un Dios que desea estar involucrado personalmente en la vida de aquellos a quienes ha creado. Tan solo con seguir los cinco sencillos pasos del examen podemos encontrar al Dios que, como nos dicen las Sagradas Escrituras, “no está lejos de ninguno de nosotros”, el Dios cuya presencia en nuestra vida puede cambiarlo todo. Jim Manney es un popular escritor sobre temas ignacianos (What’s Your Decision? [¿Cuál es tu decisión?], Ignatian Book of Days [Libro ignaciano de los días], God Finds Us [Dios nos encuentra]), así como también editor de muchos libros sobre espiritualidad ignaciana, incluido ¿Qué es la espiritualidad ignaciana? Manney vive en Míchigan con su esposa y escribe blogs en http://www.ignatianspirituality.com/dotmagis. ISBN-13: 978-0-8294-4389-9 ISBN-10: 0-8294-4389-4

www.loyolapress.com Chicago


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Otros libros sobre espiritulidad ignaciana de Loyola Press: ¿Qué es la espiritualidad ignaciana? de David Fleming, SJ Desafío de Mark Link, SJ


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Descubriendo el poder del Examen Diario de san Ignacio de Loyola

JIM MANNEY


© 2011 Loyola Press, versión en inglés. Todos los derechos reservados. © 2015 Loyola Press, versión en español. Todos los derechos reservados. Título original en inglés: A Simple Life-Changing Prayer: Discovering the Power of St. Ignatius Loyola’s Examen (Chicago, IL: Loyola Press, 2011). Traducido por Redactores en red. Las citas del libro Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola provienen del texto modernizado por Manuel Iglesias, SJ (© 2011, 1991 Buena Prensa). Las citas de la Autobiografía de Ignacio de Loyola provienen de la Compañía de Jesús, Provincial Mexicana. Ver http://www.sjmex.org/documentos/autobiografia.pdf. Los textos bíblicos en esta obra corresponden a La Biblia de nuestro pueblo (© 2007 Pastoral Bible Foundation y © 2007 Ediciones Mensajero). Rummaging for God: Praying Backwards through Your Day [En busca de Dios: la oración retrospectiva a lo largo del día] por Dennis Hamm se imprime con el permiso de la revista America, © 1994. Todos los derechos reservados. Diseño de la portada: PhotoAlto/Federic Cirou/Getty Images ISBN-13: 978-0-8294-4389-9 ISBN-10: 0-8294-4389-4 Número de Control de Biblioteca del Congreso USA: 2015942852 Impreso en los Estados Unidos de América. 15 16 17 18 19 20 Versa 10 9 8 7 6 5 4 3 2 1


Índice Prefacio

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El Examen en resumen

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¿Por qué es este un buen modo de rezar?

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Algunos problemas que el examen soluciona (al menos en parte)

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Paso uno: rezar pidiendo ser iluminado

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Paso dos: dar gracias

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Paso tres: repasar el día

45

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Paso cuatro: enfrentar lo que está mal

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8

Paso cinco: hacer algo, pero no cualquier cosa

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El examen en tiempo real

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Ahora es tu turno

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Nota sobre el lenguaje, los recursos y las fuentes

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Apéndice

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Acerca del autor

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Prefacio El Examen Diario cambió completamente mi vida, pero esto estuvo a punto de no ocurrir. Durante años había oído a personas hablar del examen como una buena manera de rezar. Asistí a un colegio jesuita; recuerdo que uno de mis maestros solía decir que el mismo san Ignacio de Loyola creía que el examen era la oración indispensable por excelencia. Pero eso no me interesaba porque creía que todos se referían al examen de conciencia. El examen de conciencia no era sino la lista de pecados que de niño me enseñaron a hacer de forma metódica cuando estudiaba en una escuela católica en los años sesenta. Solía revisar mi lista de faltas y contar una por una todas mis ofensas en preparación para el sacramento de la confesión. Era un ejercicio desagradable y a la vez confuso. Sabía lo que era la mentira, y con el tiempo entendí lo que era la lujuria. Pero ¿qué cosa era la “acedía”? (Significa pereza espiritual). En cualquier caso, el encanto del examen de conciencia fue desapareciendo a medida que yo iba creciendo. Lo dejé de lado y me ocupé de otros asuntos, aunque no todos eran mejoras. Cuando escuchaba hablar del examen, creía que se referían a eso, y la verdad es que no me interesaba. Creía que eso

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era justamente lo que necesitaban quienes gustaban de este tipo de cosas, pero yo no era uno de ellos. Más tarde aprendí que el examen ignaciano no era aquel viejo y deprimente examen de conciencia, sino todo lo contrario. Se trataba de una oración que se centraba en la presencia de Dios en el mundo real. Se enfocaba en un Dios cercano a mí, presente en mi mundo y activo en mi vida. Me decía que me acercara a la oración con gratitud y no con culpa. Me ayudó a encontrar a Dios en mi vida tal como la vivía y no en un ámbito celestial más allá del tiempo y del espacio. El examen hizo que me tomara a mí mismo en serio, tal como era y no como deseaba ser o como creía que podía llegar a ser algún día si me esforzaba lo suficiente. No exagero al decir que el examen cambió mi vida. Y también puede cambiar la tuya.


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El Examen en resumen Yo no sé con certeza lo que es una oración. Sin embargo sé prestar atención. —Mary Oliver, The Summer Day [El día de verano]

El Examen Diario es un método para revisar tu día en la presencia de Dios. Es en realidad más una actitud que un método, un tiempo dedicado a reflexionar con gratitud acerca del lugar que ocupa Dios en tu vida diaria. Consta de cinco pasos, que se suelen seguir más o menos en orden, y por lo general toma entre 15 y 20 minutos cada día. Estos son los puntos clave del examen: 1. Pedir a D Dios ios que te ilumine. Quieres ver tu día con los ojos de Dios, no simplemente con los tuyos. 2. Dar gracias. El día que acabas de vivir es un don de Dios. Agradéceselo. 3. Repasar el día. Repasa el día que acaba de terminar con detenimiento, dejándote guiar por el Espíritu Santo. 4. Enfr nfrentar entar las faltas. Enfrenta lo que está mal, tanto en tu vida como en ti. 5. Mirar hacia el día que vendrá. Te preguntas dónde necesitas de Dios mañana.

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¿Sencillo? Sí. ¿Fácil? La verdad es que no. A veces rezar el examen es algo agradable y jubiloso, pero a veces es una tarea ardua. Si la oración del examen cumple su función, hará surgir momentos de dolor y te llevará a examinar comportamientos de los que puede que te avergüences. Algunas veces rezar el examen te hará sentir incómodo, pero ¿por qué lo harías si no fuera a ser así? La oración verdadera se hace para que ocurran cambios, y el cambiar nunca es fácil. Pero no hay nada complicado o misterioso en hacer que el examen sea parte de tu vida. El tema central del examen es tu vida, específicamente el día que acabas de vivir. El examen busca señales de la presencia de Dios en los sucesos del día: un almuerzo con un amigo, un paseo por el parque, una palabra amable de algún colega, un desafío superado, un deber cumplido. Al examen le gusta la rutina. Dios está presente en los momentos “espirituales” trascendentes, pero también lo está mientras preparas la cena, escribes una nota, contestas correos electrónicos y haces recados. El examen se enfoca en tu experiencia consciente. La fluctuación de tus estados de ánimo y sentimientos está llena de sentido espiritual. Nada es tan trivial como para que no tenga sentido. ¿En qué piensas mientras estás en un atasco de tráfico o mientras esperas en una larga fila en el supermercado? ¿Cuál es tu estado de ánimo mientras realizas tareas aburridas y repetitivas? Te sorprenderás de lo significativos que pueden ser estos momentos cuando realmente les prestas atención. El examen me sorprendió porque era muy distinto a lo que yo entendía como oración. Para mí, la oración era un tiempo


El Examen en resumen

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dedicado especialmente a rezar. Con el examen las líneas que dividen la oración y la vida dejaron de ser tan claras. Las personas suelen rezar el Examen Diario a una hora determinada (que en mi caso suele ser por la mañana), pero no hay razón por la cual no podamos rezar el examen mientras esperamos en esa larga fila en el supermercado. Después de todo, Dios también está allí. Pero en otro sentido el examen no me sorprendió en absoluto. Dios está ahí, sin duda, mientras esperamos en la fila del supermercado. Todo lo que necesitamos para rezar el examen es un poco de tiempo en el que podamos estar tranquilos. Esto tenía sentido de forma intuitiva. Soy una criatura de Dios viviendo en el mundo de Dios; por supuesto que Dios está presente en mi vida diaria. Si la oración consiste en conectarme con Dios, entonces es perfectamente lógico que dedique tiempo para encontrarlo en mi experiencia consciente de la vida cotidiana. De hecho, el examen es una práctica muy antigua. La palabra examen viene de una palabra latina que significa tanto examinar como el acto de sopesar o juzgar algo. Es tan antigua como la célebre frase de Sócrates: “Conócete a ti mismo”. En la mayoría de las religiones del mundo existe la práctica de examinarse a uno mismo con frecuencia, y eso ciertamente también se hace en el cristianismo. Seguir los pasos de Jesús implica examinar con frecuencia nuestro comportamiento y preguntarnos si nuestras acciones se ajustan a las de Cristo. Hace quinientos años, san Ignacio de Loyola le dio un giro innovador a esta antigua tradición de oración reflexiva. Halló la manera de vivir una experiencia de Dios y a la vez evaluar nuestro


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comportamiento. La famosa obra de san Ignacio, Ejercicios espirituales, es una guía para vivir una experiencia profunda de conversión para la causa de Cristo. San Ignacio diseñó el Examen Diario para mantener y ampliar esta experiencia. Deseaba ayudar a las personas a desarrollar un hábito reflexivo de la mente que estuviera en armonía constante con la presencia de Dios y que respondiera a su guía. El examen se convirtió en la base para desarrollar esta conciencia llena de gracia. San Ignacio quería que los jesuitas rezaran el examen dos veces al día: al mediodía y antes de irse a dormir. Lo creía tan importante que insistía en que los jesuitas rezaran el examen aun cuando estuvieran demasiado ocupados como para rezar de otro modo. A lo largo de los siglos la práctica del examen ignaciano ha adoptado diversas formas. Durante mucho tiempo se asemejó mucho al examen de conciencia que en mi juventud había llegado a ser un obstáculo en mi vida de oración. En las últimas décadas los jesuitas han tratado de restaurar el examen para que sea más parecido a la visión original de san Ignacio de una práctica de oración que nos ayude a encontrar a Dios en la vida diaria y a responder con más generosidad a sus dones y bendiciones. Esta es la forma del examen que se presenta en este libro. He leído todo lo que he podido hallar acerca del examen. Es interesante destacar que no hay mucho material sobre el tema. Salvo un par de libros pequeños y algunos ensayos eruditos, la mayor parte del material que encontré consiste en folletos y páginas digitales que brindan un resumen breve sobre el tema. Realmente no es de extrañar, pues la mayoría de las personas


El Examen en resumen

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aprenden sobre la oración hablando con otras personas. Las noticias sobre el examen se difunden de boca en boca. Pero en algún momento podría resultar útil algún libro, al menos para algunos. Espero que este sea ese libro. El examen no es la única manera de rezar, pero sí es una manera en la que cualquiera puede rezar. Descarta lo abstracto y se deleita en lo concreto. Es inagotable. Trata cada momento de cada día como un momento de bendición en el que Dios puede aparecer. Es una manera de encontrar a Dios en todas las cosas.



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¿Por qué es este un buen modo de rezar? Dios no se halla lejos de nosotros. Se halla en la punta de mi pluma, de mi pico, de mi pincel, de mi aguja, de mi corazón y de mi pensamiento. —Pierre Theilhard de Chardin, SJ, Himno del universo

El Examen Diario parece reunir todos los requisitos: es sencillo; trata de lo que hacemos a diario; nos conecta con Dios; nos ayuda a caminar con Cristo en nuestras actividades cotidianas. Parece la oración perfecta, pero ¿lo es? Comencé a ensalzar el examen apenas lo empecé a usar como práctica de oración, y no pasó mucho tiempo antes de que una amiga me preguntara con escepticismo: “¿Por qué repasar los recuerdos de las últimas veinticuatro horas es una buena manera de rezar?”. No podemos confiar tanto en nuestra memoria. Me contó sobre una ocasión en la que descubrió que algo que ella recordaba con nitidez, en realidad, nunca había ocurrido. Señaló que todos filtramos los recuerdos a través de nuestras ideas preconcebidas y nuestros deseos; que solemos “recordar” las cosas como deseamos que hubieran ocurrido. Y además, a ella el examen le resultaba muy egocéntrico. “¿Qué impide que el examen se convierta en algo como una obra de teatro donde yo soy la heroína de una escena con solo un personaje?”, preguntó. 7


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Buenas preguntas. El examen no cobra sentido de inmediato para todos; no es como la mayoría de las oraciones. El examen no es una oración litúrgica, ni devocional, ni de intercesión, ni es rezar con las Sagradas Escrituras. No es contemplación ni oración centrada, que implica vaciar la mente de imágenes, palabras e ideas. No es la clase de oración que eleva el corazón a un Dios que se mantiene alejado de nuestra vida. Desde la perspectiva de la oración con “O” mayúscula, el examen apenas parece una oración. Es una manera de mirar la vida cotidiana de un modo determinado. Entonces, ¿por qué termina siendo una buena manera de rezar? La gran respuesta teológica

La respuesta teológica es que Dios está realmente presente en nuestro mundo. Está aquí, no allá arriba. El cristianismo tiene mucho en común con otras religiones, y uno de esos puntos en común es la disciplina y la autoevaluación. Pero también hay diferencias, y la principal es la creencia cristiana de que Dios se hizo hombre en Jesucristo. El proyecto de Dios de salvar nuestro mundo conlleva que Dios se involucra personalmente en la vida de sus criaturas. Esta es la doctrina de la Encarnación: la convicción de que el Dios que creó al hombre y a la mujer conoce íntimamente su vida porque es humano y a la vez divino. La palabra clave aquí es personal. Dios es una comunidad de Tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. La relación que tenemos con Dios es también personal. La palabra para esta relación es amistad, como dice William Barry, director espiritual jesuita.


¿Por qué es este un buen modo de rezar?

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No hay nada en nuestra vida que sea tan insignificante como para no merecer la atención de Dios. De hecho, lo mundano y lo rutinario de nuestra vida dan profundidad y textura a nuestra relación con Dios. Lavar las ventanas y preparar la comida son parte de esa relación tanto como lo es el día de nuestra graduación. Si es parte de nuestra experiencia humana, entonces Dios allí está. Dios también está presente para nosotros de muchas otras maneras: en la No hay nada en nuestra vida que sea Creación misma, en las Sagradas Escritu- tan insignificante ras y en la historia de la comunidad cris- como para no tiana. Nos conectamos con Dios por merecer la atención de Dios. medio de muchas formas de oración, entre ellas la adoración comunitaria, la meditación en silencio, las prácticas devocionales y las oraciones formales. El examen se centra en Dios como alguien que está presente en nuestra experiencia humana. Esto no representa la totalidad de nuestra relación con Dios, pero es una parte vital. La respuesta práctica y realista

Ese es el argumento teológico para el examen. El otro es de índole práctica. La experiencia demuestra que el examen puede ser un elemento central de una vida espiritual dinámica. El hombre que descubrió esto fue san Ignacio de Loyola. La espiritualidad ignaciana, es decir, la tradición espiritual que se asocia con san Ignacio, se ha convertido en una disciplina sofisticada. Es muy compleja. Las personas la estudian, escriben libros sobre el tema y obtienen doctorados en ella. Pero la espiritualidad


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ignaciana es también sumamente práctica. Prácticamente todo lo relacionado con la espiritualidad ignaciana tiene su origen en la vida misma de san Ignacio. El discernimiento, la oración imaginativa, la manera de tomar decisiones y los demás componentes de lo que más tarde se convertiría en la espiritualidad ignaciana, surgieron de las necesidades de Ignacio y de sus amigos. Estas prácticas espirituales eran una respuesta práctica a los problemas del mundo real. San Ignacio no inventó un sistema espiritual, sino que descubrió algunas verdades que sabía que eran ciertas porque veía cómo ayudaban a las personas a prosperar espiritualmente. San Ignacio era un observador cuidadoso y perceptivo, y tenía una gran capacidad para “percatarse” de determinadas cosas. Lo imagino como un detective del ámbito espiritual. Encontraba pistas que otros no podía ver. Así fue como encontró a Dios y así fue como surgió el examen. Los sueños de un soldado

Ignacio de Loyola era un noble vasco, originario de una región en las montañas del norte de España conocida por la fortaleza e independencia de sus gentes. El joven Ignacio no era ningún santo; era un soldado y un presumido cortesano que disfrutaba de la compañía de las damas. En 1515 fue arrestado por participar en una pelea callejera, lo que lo convirtió en uno de los pocos santos con antecedentes policiales. En 1521, cuando tenía alrededor de treinta años, resultó malherido en combate y pasó muchos meses recuperándose en el castillo de su familia. Se aburría tanto


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que pidió algo para leer. Sus lecturas preferidas eran las novelas de romance y aventuras, algo así como el equivalente del siglo XVI a las novelas de Harry Potter y John Grisham. Se decepcionó al enterarse de que los únicos libros en la casa eran una vida de Cristo y una colección de historias sobre los santos. De mala gana se puso a leer lo que tenía a mano. A Ignacio le gustaron estos libros religiosos más de lo que esperaba. La vida de Cristo lo conmovió, y las vidas de los santos lo llenaron de inspiración. Imaginó cómo sería realizar hazañas para Dios como lo hicieron san Francisco y santo Domingo (conjeturando que él sería mejor que Francisco y Domingo). Después de un tiempo, el atractivo de los santos disminuyó, e Ignacio comenzó a rememorar su vida pasada: sus amoríos, lo emocionante del entrar en combate y las proezas que esperaba volver a realizar algún día. Al final estas fantasías se esfumaban, e Ignacio volvía a soñar con la vida de los santos y a imaginar lo bueno que sería poder servir a Dios. Así es como Ignacio pasó las semanas y meses de su convalecencia, alternando en su imaginación entre fantasías de gloria y romance y sueños de seguir a Jesús. Pero la pregunta que en realidad se estaba haciendo era la misma que se hace cualquier otra persona al llegar a los treinta: ¿qué haré de mi vida? Las fantasías de gloria militar y valentía caballeresca de Ignacio eran simplemente eso, fantasías. Sus emociones lo tenían intranquilo. A veces se sentía feliz y confiado; otras, inquieto y angustiado. Comenzó a notar un patrón en sus emociones. Finalmente se le encendió la lamparilla: sus emociones estaban relacionadas con su vida imaginativa. Sus


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sueños eran siempre entretenidos, pero las emociones que les seguían eran diferentes. Sentía alegría y confianza después de soñar acerca de seguir a Cristo, pero se agitaba y se entristecía después de soñar sobre el machismo, la lujuria y el honor. San Ignacio se dio cuenta de que estas emociones no eran solo estados de ánimo pasajeros, sino que tenían un significado espiritual. Dios se encontraba en los sentimientos de dicha que le sobrevenían después de pensar en una vida de servicio a Dios. Algún otro espíritu, un espíritu “maligno”, estaba en los sentimientos de pesadumbre y agitación que le venían después de pensar en su vida anterior. Se dio cuenta de que algo importante estaba ocurriendo, que Dios estaba comunicándose con él por medio de sus emociones. La paz y la dicha parecían dirigirlo a encontrar una respuesta a la pregunta “¿Y ahora qué?”. Pronto comprendió que la satisfacción duradera que él buscaba le llegaría al seguir a Cristo. Durante el resto de su vida, san Ignacio siguió profundizando en el entendimiento que obtuvo durante esos largos meses de convalecencia: que podía escuchar a Dios al prestar cuidadosa atención a los movimientos de su vida interior. Dios en nuestra experiencia

Esta es la historia del “génesis” de la espiritualidad ignaciana, ya que muchos de sus principios se hallan aquí en estado embrionario. Uno de ellos es que podemos confiar en nuestra experiencia. Dios habló a san Ignacio sobre la decisión más importante de su vida por medio de las emociones que vivió durante su convalecencia. Los libros, las ideas y los consejos prudentes son


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importantes, pero el lugar en el que fundamentalmente encontramos a Dios es en lo que nosotros mismos experimentamos. Al igual que san Ignacio, podemos discernir el camino correcto a través de una reflexión a conciencia sobre nuestra relación con los demás, sobre nuestro obrar en el mundo y sobre las emociones que nos generan esos encuentros. El examen es un modo de lograrlo. Podemos confiar en nuestra experiencia porque Dios trata con nosotros de manera directa. Este es otro principio de la espiritualidad ignaciana. La Iglesia y las Sagradas Escrituras enseñan verdades, y los sacramentos y la oración devocional nos alimentan, pero Dios también se comunica directamente con cada uno de nosotros. Podemos tener una relación personal con Dios. Otro principio que encontramos al inicio de la historia de san Ignacio es la importancia del camino. San Ignacio se levantó de su lecho de enfermo decidido a servir a Dios. Pero, sobre todo en los primeros años tras su conversión, anduvo por una sinuosa senda espiritual llena de cambios de sentido, de callejones sin salida, de calles cerradas, de arranques en falso y de giros extraños. Dios acompañaba a san Ignacio en cada paso del camino. Al final de su vida, san Ignacio escribió una breve autobiografía en la que se refería a sí mismo en tercera persona como “el peregrino”. Vio su vida como un camino, marcado por una comprensión cada vez más profunda de quién era Dios y de cómo podía servirle mejor. Mi escéptica amiga planteó problemas reales: no siempre podemos confiar en nuestra memoria y una oración como el


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examen, en la que reflexionamos sobre nuestra experiencia, puede llegar a ser egocéntrica. Pero estos son obstáculos a evitar, no grandes señales de alerta que indican CARRETERA CERRADA. San Ignacio halló una manera de seguir adelante. Desarrolló el examen para que le ayudara a encontrar a Dios en el camino. Nosotros lo rezamos por esa misma razón.


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