LA NOCHE Ediciones
Edición preliminar
México 2024
Diseño de Portada: Salvador Loza
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TERMINATOR EN LA HAMACA
Desde que llegaron esas máquinas toda la tranquilidad se fue, si es que realmente había existido, pues los moscos y los animales ponzoñosos siempre la joden un poco, pero todos saben que ese es el precio de vivir en el paraíso. Esos ruidos de motores enmudecían a las gallinas que trataban de ganar decibeles entre los fierros móviles. Ni la música del vecino a todo volumen por la mañana podía competir con sierras eléctricas, grúas y un montón de picos y palas que sin armonía hacían un ruido molesto que empezaba a las seis de la mañana y terminaba a las seis de la tarde. Doce horas de martirio laboral y sonoro.
Pero un día por la tarde se escuchó un gritó tan fuerte que ni los motores y ruidos de las máquinas pudieron opacar. Un trabajador de la obra se había enterrado una varilla en el costado izquierdo después de haber caído dos pisos. La sangre caliente escurría por el fierro sucio, su cuerpo se había convertido en un instrumento que la varilla tocaba, un instrumento que gemía, gritaba y respiraba con desesperación, nunca había escuchado algo así, yo era un niño y vivía en una pequeña casa justo frente a la construcción. Eran vacaciones y tenía todo el tiempo del mundo para ver lo que pasaba en la obra mientras jugaba con mi nuevo juguete de Terminator que me había traído mi tío Tom de Los Ángeles, el único
hermano de mi papá que se había cruzado al otro lado y que ahora prefería que le dijeran Tom en vez de Tomás. Por un momento pensé que ese hombre agonizante era un personaje de la película siendo atravesada por los brazos de metal del T-100, me dió fascinación y un poco de miedo, es por eso que me acerqué entre los chismosos para poder ver a este hombre de cerca, quien movía la cabeza sudada con desesperación mientras trataba de ocultar el dolor respirando lento. Se percató de mi pequeña presencia y me vio directamente a los ojos, nunca olvidaré su mirada, era muy vital, fuerte, como si en mí estuviera viendo lo que estaba a punto de perder; la juventud, la vida… todo.
El hombre regresó a trabajar a la obra meses después, tuvo suerte, pues la varilla apenas y rozó uno de sus pulmones. El día que regresó yo venía de la escuela junto con mis dos hermanas y me reconoció inmediatamente, de nuevo me miró fijo y frío, o al menos así lo percibí, como si el regresar a la vida realmente se la hubiera quitado: extraño. Con miedo entré corriendo a la casa donde mi mamá preparaba un plato caliente en un verano infernal, como era su costumbre.
Los días pasaron y la construcción comenzaba a tomar forma. Era un hotel de seis pisos, el primero por la zona y al lado de nuestra pequeña choza, en la que mi padre solía dormirse tapándose del sol con el periódico humedecido por la brisa del mar; esta costumbre iba a dejar de ser necesaria cuando los seis pisos del espantoso hotel blanco con azul llamado “Hotel Virreyes” estuvieran erguidos a nuestro lado. Pero debo ser sincero, todos en la zona estaban entusiasmados con que esto sucediera, y cómo no íbamos a estarlo si lo único que veíamos a diario eran las pencas de plátano, el mar, una televisión con mala señal y balsas viejas varadas en la bahía,
estábamos aburridos, cualquier cosa sería mejor que lo mismo de siempre, además mi padre fue uno de los que vendió terreno para que el hotel se pudiera construir, y no sólo eso, también fue de los que convenció a la comunidad de que nos vendría bien a todos. Desde que le compraron el terreno a mi papá, ya no salía nunca a pescar, sólo quería ir a comer al restaurante de Pepe, y muchas noches no llegaba porque estaba de fiesta con algunos de los albañiles que trabajaban en la obra, aunque él siempre aspiró a poder irse con el dueño del hotel, cosa que nunca sucedió. El olor del dinero gastado por las noches, se quedaba en los dedos de mi padre, cuando tocaba mi cabeza, el pelo quedaba impregnado de él, pero mientras más olía el pelo a dinero, más se iba escurriendo esa ligera riqueza temporal.
Después del hotel, se inauguró el alcoholismo de mi papá y vinieron unos cuantos años de miseria llantos y violencia, cada que mi padre regresaba borracho a casa recordaba la mirada de ese albañil viéndome fríamente, como si supiera que el futuro estaba por hacerse mierda desde ese momento, y con su mirada maldijera toda felicidad que antes traía el mar. Sus ojos convertidos en millones de máquinas escarbando en el corazón de la gente que cree en el progreso, viendo nuestro pequeño mundo arder junto con nuestras esperanzas de seres tropicales mareados por la promesa del cemento.
Comenzaron a llegar más turistas, uno de mis hermanos consiguió trabajo en el hotel, mi madre ya no aguantaba a mi padre y mis hermanas jugaban a aventarse en la grava que había quedado tirada en la entrada a la playa, justo del lado de nuestra casa. Mi hamaca favorita se mecía por el aire y mi muñeco de Terminator se mecía con ella. A mi hermano terminaron echándolo del hotel por
insultar a uno de los turistas y le fue muy difícil reubicarse, por lo que empezó a entrarle a la bebida como mi padre, quien llevaba dos meses sin llegar a la casa y mi mamá estaba a nada de darlo por muerto. Por las calles llegué a escuchar que mi padre debía mucho dinero y que seguro por ello había escapado, a veces llegaban pescadores a buscarlo a la casa y mi madre tenía que salir con la vergüenza a cuestas para decirles que no sabía dónde se había metido. Se había llevado todo el dinero que le sobraba, después de dos años de construído el hotel.
En esos dos años, muchas aves se habían ido de la zona porque ahora todo estaba lleno de construcciones de Hoteles Boutique que las ahuyentaban. Mi mamá comenzó a sufrir migrañas debido a los ruidos eternos de los taladros, y las máquinas de construcción, y mi hermano comenzó a trabajar en las obras de algunos de esos hoteles. Él era bueno, pero desde que mi papá se había ido, algo había cambiado en él, su alcoholismo de fin de semana era severo y podía ver la mirada de aquel trabajador agonizante en sus ojos, posiblemente el sonido de la sierras, los taladros y los picos de construcción le habían robado algo de sí mismo al igual que a mi madre. Yo comencé a andar cada más sólo, no tenía muchos juguetes y mi Terminator cada vez estaba más despintado, develando una capa color carne detrás de su cuerpo robótico. El robot se desnudaba y al hacerlo mostraba su carne, su humanidad plastificada; aún así seguía siendo mi juguete estrella, y a veces me lo llevaba a la playa para jugar con los hijos de los lancheros, bueno, con algunos de ellos, porque desde que mi papá desapareció mucha gente del pueblo no nos dirigía la palabra, creían que mi mamá sabía dónde estaba y lo encubría, Estoy seguro que si mi madre hubiera sabido, les hubiera dicho. Algunos decían que se lo habían tronado y lo habían desaparecido, la cosa es que nosotros
no sabíamos donde estaba y mi madre tenía que soportar las malas caras de un pueblo que se había ensañado con nuestra familia.
Cuando olía billetes húmedos, recordaba a mi padre, y trataba de pensar en él, de recordarlo, pero su cara se iba borrando más de mi memoria, la humedad todo desgasta, todo.
Un día, de sorpresa, y mientras yo estaba en la tienda comprando huevo y tortillas, llegó mi tío Tom. La familia estaba bastante feliz de verlo, él sabía las noticias de mi padre y fue a hablar con las personas del pueblo, al parecer pagó una parte de sus deudas para que nos dejaran en paz. Fuimos a comer a la marisquería favorita de mi mamá “La Jaiba Azul”, y nuestro tío nos contó muchas cosas de Estados Unidos, todos los lugares donde había estado, nos contó cómo eran los gringos ahí en Connecticut, y que había fumigado todos los malls de la ciudad con su empresa de fumigación.
Me llamaba mucho la atención su ropa, toda era nueva, brillaba, y mi madre lo veía con admiración. Sus tenis eran rojos con blanco, muy llamativos, el color favorito de mi mamá, de quién escucharía sus gemidos en la noche, mientras mi tío susurraba cosas que no logré entender.
Los días siguientes mi madre se mostraba muy amorosa con él. Él jugaba mucho con mis hermanas e iba conmigo a la playa para enseñarme a meterme a las olas gigantes, me daba seguridad, era muy amable y suave, una brisa fresca en ese pueblo ingrato, era fácil dejarse llevar por él. Nunca se había casado y antes venía mucho de visita, los últimos dos años no había podido vernos porque tenía miedo a que hubiera represalias por lo que había hecho mi padre. Fue bueno que viniera, aunque fuera por un mes. Fue un mes cálido y feliz, recuerdo que mi hermano había dejado de beber y comenzó a salir mucho con mi tío, parecía que su pres -
encia entre nosotros cambiaba todo y también un poco al pueblo.
La última noche me asomé por la ventana de mi cuarto y lo vi llorando, mi madre se acercó a él y lo abrazó por la espalda. Recuerdo lo que le dijo mientras pegaba la mirada en el árbol de mangos que estaba enfrente: “Este pueblo es decadente” se tienen que ir de aquí. Al día siguiente hizo sus maletas y se fue. Lo despedimos en el camión que lo iba a llevar al aeropuerto. Mi madre me dijo que iba a regresar, nadie quería que se fuera.
Pasaron seis meses y todo volvió a la normalidad, mi hermano comenzó a beber de nuevo y las víctimas de las deudas de mi padre volvieron como buitres para molestar a mi mamá. Mi tío hablaba una vez a la semana con ella, y me encantaba que lo hiciera, porque ese día mi madre estaba feliz. Nos llevaba por helado y jugaba con nosotros juegos de mesa. Generalmente hablaba los jueves y la felicidad le duraba a mi vieja unos tres días, después se deprimía hasta que la otra llamada llegaba. Mis hermanas comenzaron a hacer cada vez más hoyos en la arena y yo junto con ellas me metía a las construcciones para jugar escondidas cuando no había nadie. Los hijos de los pescadores ya no se querían juntar conmigo, ahora decían que por culpa de mi padre estaban perdiendo sus terrenos. Un día por la noche mi hermano regresó completamente golpeado, la sangre brotaba de su rostro como las imágenes que había visto de Jesús en la pequeña parroquia tropical. Se había peleado con los hijos de Fernando, uno de los mayores promotores del odio hacia mi padre y mi familia. Traía la nariz rota, pero triunfante gritaba “Me los chingué a los dos, a los dos”. Horas después llegaron las patrullas a la casa, uno de los hermanos había fallecido en el hospital y el otro estaba grave. Los dos agujeros que mis hermanas habían estado cavando en la playa por meses
parecían haber sido una premonición.
A mi hermano le dieron cuarenta y cinco años de cárcel, y para su suerte, el otro hermano había sobrevivido pero perdió el ojo derecho. La noticia era bien conocida hasta por los turistas que llevaban viviendo su sueño paradisíaco por más de un mes, y en parte eso fue lo que empezó la ola de peleas y violencia que se dejaron venir en días posteriores.
En tres años se habían construido más de diez hoteles en la zona y los turistas llegaban con mayor frecuencia. En la tiendita de la esquina se reunían los lancheros a tomar por la noche y los taxistas de la zona bajaban más a nuestra playa. No sé cuántas peleas hubo durante ese año, pero la violencia escalaba mientras más gente había en nuestro pueblo. El alcoholismo había tomado de rehenes a casi todos los pescadores, y sus hijos se habían vuelto muy buenos para extorsionar turistas o venderles cosas a sobreprecio.
Mi tío seguía hablando con mi mamá, pero ya había pasado un año desde su antigua visita, y mi madre la pasaba mal, aunque mi tío siempre le mandaba dinero para que no nos faltara nada. Un día por la noche, después de pasado el año, llegó por sorpresa y la casa volvió a brillar. Mi madre trataba de esconder su tristeza vistiéndose bonito para él, y él nos llevaba a dar vueltas por la costera y nos compraba todo lo que queríamos, por un momento se nos olvidaban las malas caras que nos hacían a diario por culpa de mi padre. Esta vez mi tío nos dijo que se quedaría más tiempo.
Con mi tío no sólo había llegado otra vez la felicidad a la casa, sino que había traído más juguetes para mí y para mis hermanas, mi Terminator seguía siendo el favorito, pero ahora había traído
dos juguetes más, un batman y una tortuga ninja. Un día, jugando con ellos en la playa dos niños hijos de los pescadores me los quitaron, yo intenté pelear por ellos pero me aventaron una piedra en la cabeza y quedé ahí tirado por media hora. Eran los hijos menores de Fernando. Mi tío me vio en la playa y me preguntó qué había pasado, yo preferí mentir y decirle que no sabía cómo me había caído, en su mirada notaba su incredulidad, pero no dijo nada, me levantó, me dio un abrazo y me llevó por un agua de limón bien fría, además de que pidió hielos extras para que me los pusiera en el golpe.
Ese día en la noche escuché a mi mamá discutir con mi tío, ella le decía que no aguantaba más estar sin él, él le prometía que ya casi estaba listo todo para que nos largáramos de ahí. Oí a mi mamá llorar, y de niño cuando alguien llora siempre crees que es porque está triste, pero creo que ese llanto era de alegría. Yo también estaba alegre de lo que escuchaba, aunque no sabía cómo decirle a mi tío que me habían robado sus regalos. El Terminator me veía desde la repisa del buró de mi cuarto, mis hermanas dormían juntas en la cama, y yo con el tiempo me volvía más noctámbulo.
Al día siguiente, escuché decir a mi tío que iba a hablar con Fernando, mi mamá desesperada le decía que no lo hiciera, le repetía que estaba loco y que era muy peligroso irlo a ver. Pero mi tío era muy confianzudo y la verdad era muy fuerte, la comida gringa lo había hecho más grande.
Mi tío salió de la casa y se dirigió a la casa de Fernando, seguro en ese transcurso se dio cuenta lo mucho que había cambiado el pueblo en el que había crecido, siempre pude notar que no le gustaba mucho en lo que se había convertido su pueblo pesquero, pero
al final él qué podía decir, si había escapado de ahí varios años atrás. Yo, como pude, me escapé de la casa aprovechando que mi madre se había encerrado a llorar en su cuarto. Lo fui siguiendo sin que se diera cuenta.
La casa de Fernando estaba en la calle principal, era de las pocas que seguían en pie de guerra contra los hoteleros que buscaban cualquier pretexto para tirar esas casas. Fernando era un tipo respetado por todos, pero también se sabía que era bueno con las armas porque había sido militar. Desde que había muerto su hijo, ya no salía tanto de su casa y se decía que había entrado en una depresión muy grande.
Vi a mi tío tocar a la puerta, supongo que gritó su nombre y salió la esposa de Fernando, quien no estaba segura de dejarlo pasar. Mi tío volvió a gritar más fuerte ¡Fernando! y su esposa intentó detenerlo. Habrán pasado unos diez segundos cuando por fin salió de la puerta con la mirada baja y una pistola en la mano derecha, quitó a su esposa de enmedio y mi tío y él empezaron a hablar, como si discutieran, podía entender algunos gritos, pero como me tenía que esconder, no podía entender todo. Estuvieron afuera unos cinco minutos hablando y de la nada escuche dos balazos. Los turistas que cruzaban por ahí gritaron conmocionados y salieron corriendo, los taxis tenían que frenar en seco para no atropellarlos, entre sus piernas y el desorden pude ver como mi tío caía frente a la casa, tocándose el costado derecho del abdomen. Traía sangre y salí corriendo a la casa para avisarle lo que había pasado a mi mamá. Mientras corría logré escuchar un alarido furioso de Fernando “Esto es por mi hijo, cabrones”.
Al llegar a la escena con mi madre, mi tío estaba en el suelo, que -
jándose del dolor mientras uno de los turistas que era paramédico contenía la sangre de su abdomen. Al igual que el albañil que había visto años atrás atravesado por una varilla, podía ver en su mirada una vitalidad que luchaba por sobrevivir, pero que también se iba desvaneciendo. Algunos de los pescadores estaban intentando abrir la casa de Fernando para sacarlo y llevarlo a la policía, mi madre lloraba desconsolada mientras le besaba la frente y los labios sin importar que su secreto fuera revelado. Vi como la sangre se mezclaba con la arena mojada y mi tío gritaba ¡Fernando!, ¡Fernando, ven a ver lo que me hiciste!.
En el hospital dijeron que no sabían si iba a sobrevivir. Mis hermanas estaban sentadas en el suelo jugando a hacer agujeros en el piso del hospital, mi mamá suplicaba por que no lo dejaran morir, y yo no podía dejar de pensar en su sangre uniéndose a la arena, a su tierra. Pasamos cinco días en el hospital, mi mamá no nos ponía atención, yo tenía que ir por la comida para ella y mis hermanas. Mi tío no mejoraba, había perdido mucha sangre y no despertaba. Al sexto día murió.
Lo enterraron en el cementerio municipal, y a lo lejos, mientras el padre intentaba dar su sermón se escuchaba la maquinaria pesada construyendo un nuevo hotel de diez pisos, entorpeciendo todo el ritual. A Fernando lo sentenciaron a sesenta años de cárcel, en la misma cárcel donde estaba mi hermano. Nosotros nos fuimos al gabacho con el dinero que mi tío le había dejado a mi mamá y con la indemnización que le habían dado en su chamba. Tenía diez años cuando nos fuimos del pueblo, ahora tengo treinta y cinco. Mi mamá se había muerto cuando yo tenía veinte, nunca pudo realmente superar lo de mi tío, y como allá en California hay un chingo de droga, pues comenzó a inyectarse, y en año y medio de
estar metiéndose esa porquería, murió.
Yo me hice cargo de mis hermanas por un tiempo, pero después nos fuimos distanciando un poco. Una de ellas se fue a vivir a Alaska con un gringo que era camionero y que quería abrir un negocio de reparación de llantas, y la otra después de pasar por todo tipo de empleos terminó bailando en un table de la zona, por eso yo prefería no acercarme en ninguno de esos lugares para no encontrarla. Hablamos a veces y nos queremos, pero cada uno ha hecho su vida. Así es esto.
Me dediqué a la cocina, empecé desde abajo, pero terminé siendo chef en un restaurante italiano ahí en Pacific Ave. Me caían bien los italianos, son como nosotros, nomás que con menos malicia, o así los veía yo. Me tenían tanto cariño que llevaba saliendo con la hermana de uno de ellos por tres años: Corinna, narizona cómo me gustaban.
Desde los veinte años me había cambiado el nombre por el de mi tío, me hacía sentir bien escuchar que me dijeran su nombre:
Tomás, los gringos me decían Tom y también me latía. Tom esto, Tom aquello, primero me traían de su pendejo y ahora me cojo hasta a sus hermanas.
La verdad por todos esos años sólo fuí tres veces al pueblo para visitar a mi hermano en la cárcel. Mis hermanas y yo le mandamos dinero. pero no nos gustaba ir para allá, nos traía muy malos recuerdos y nos habían dicho que justo al año de que nos fuimos habían tirado nuestra casa para construir un hotel ahí también. Ese pueblo estaba maldito decía mi tío, y yo creo que sí estaba.
Una tarde por la noche, recibí una llamada mientras estaba en el trabajo, era uno de los hijos de Fernando, sí, de esos que me habían robado mis juguetes. Me dijo que habían visto a mi papá en el pueblo, que había ido a ver a mi hermano. Yo le dije que mi papá estaba muerto, que eso no era posible, pero él insistió. Me dijo que se veía jodido, que parecía que estaba enfermo pero que estaba seguro que era él. Uno de sus antiguos amigos lancheros lo estaba dejando dormir en su tienda por las noches, y había preguntado por nosotros. Le pregunté cómo había conseguido mi número, mi hermano se lo había dado.
Al día siguiente avisé en el trabajo que tenía que ir a México de urgencia y me trepé en el primer avión que pude agarrar. Corinna quería ir conmigo, pero no iba a dejar que a ella la atrapará esa maldición del pueblo, le dije que no. Mientras el avión despegaba recordé la primera vez que volé, cuando huimos de ese pinche pueblo maldito, y también recordé que cuando el avión estaba por despegar, mi mamá nos preguntó si no habíamos olvidado nada, me puse bien nervioso y comencé a hacer memoria y justo cuando escuche los motores del avión, lo ví, ahí todo enredado en la tela roída: mi terminator en la hamaca.