La sucesión es un hecho indiscutible, incluso en el mundo ma-terial. Nuestros razonamientos sobre los sistemas aislados no implican que la historia presente, pasada y futura de cada uno de ellos se despliegue de un solo golpe, como un abanico; esa historia se desarrolla poco a poco, como si ocupase una duración análoga a la nuestra. Si quiero prepararme un vaso de agua azucarada, por más que haga debo esperar a que el azúcar se disuelva. Este pequeño hecho está lleno de enseñan-zas. Porque el tiempo que tengo que esperar no es ese tiempo matemático que también se aplicaría a lo largo de la historia entera del mundo material, aunque ésta se expusiese toda de una vez en el espacio. El tiempo coincide con mi impaciencia, es decir, con una determinada porción de mi duración en mí, que no es extensible ni reducible a voluntad. No se trata ya de lo pensado, sino de lo vivido. No es ya una relación, sino lo absoluto ¿Y no supone esto decir que el vaso de agua, el azúcar y el proceso de disolución del azúcar en el agua no son sin duda más que abstracciones, y que el Todo en el que están recortados por mis sentidos y mi entendimiento progresa quizá a la manera de una conciencia? 1
Y por esta razón el arte anima a hacer visible lo que de du-radero pueda tener lo pasajero: recuerda con insistencia que el milagro alquímico (o ¿un simple truco de magia?) es posi-ble. El arte respira eternidad. Gracias al arte, una y otra vez la muerte queda reducida a su verdadera dimensión: es el fin de la vida, pero no el límite de lo humano. 2
A Mondrian no pareció gustarle la idea, pero poco le importó a Calder, que acabaría inventando él solo lo que vendría en llamarse 'arte cinético'. "Los movimientos se pueden componer del mismo modo que se componen colores y formas", así definió Calder su proyecto artístico. "En este caso, la composición nace de la interrupción, provocada por el artista, de la re-gularidad: la ruptura de la regularidad crea y destruye la obra de arte". 3
Hacer que se muevan objetos inanimados, inmóviles, no tiene en definitiva nada de especial: lo hacemos a diario con esos ensamblajes de hierro y plástico que llamamos coches y trenes. En estos casos, queremos que los artilugios se muevan en la dirección y los tiempos que hemos marcado: queremos que sus movimientos sean normales y predecibles. Pero esta mono-tonía predecible no da vida a esos objetos, simplemente se les obliga a moverse, de modo parecido a como condenamos otros objetos a permanecer inmóviles, clavándolos en la pared o encerrándolos en un cajón o en un marco. Calder buscaba un movimiento completamente distinto, un movimiento espontáneo y elemental, sin ninguna rutina ni regularidad, cambiante de un momento a otro y sin secuencia previsible, que sorprendiera incesantemente al observador, que no tuviera pauta. Un movi-miento que significa algo más que movilidad en el espacio: es un símbolo, o quizá la esencia misma, de la vida. Alexander Calder quería, nada menos, que dar vida a la materia muerta. 4
Un elemento muy pequeño de una curva es casi una línea recta. Y se asemejará tanto más a una línea recta cuanto más pequeño se tome. En última instancia podrá decirse, según se quiera, que forma parte de una recta o de una curva. En efecto, en cada uno de sus puntos, la curva se confunde con su tangente. Así, la «vitalidad» es tangente en no importa qué punto con las fuerzas físicas y químicas; pero estos puntos, en suma, no son más que las consideraciones de un espíritu que imagina paradas en tales o cuales momentos del movimiento generador de la curva. En realidad, la vida no está más hecha de ele-mentos físico-químicos que una curva de líneas rectas. 5
Así, se trate del interior o del exterior, de nosotros mismos o de las cosas, la realidad es la movilidad misma. Esto es lo que yo expresaba al decir que hay cambio, pero que no hay co-sas que cambian. Ante el espectáculo de esta movilidad uni-versal, algunos de nosotros se sentirán presas del vértigo. Están acostumbrados a la tierra firme; no pueden adaptarse al balanceo y al cabeceo. Necesitan puntos «fijos» a los que amarrar el pensamiento y la existencia. Creen que si todo pa-sa, nada existe; y que si la realidad es movilidad, no existe en el momento en que se la piensa, que escapa al pensamiento. Según dicen, el mundo material va a disolverse y el mundo va a ahogarse en el flujo torrencial de las cosas. ¡Qué se tran-quilicen! Si consienten en mirarlo directamente, sin velos interpuestos, el cambio les parecerá muy pronto como lo más sustancial y duradero que el mundo puede tener. Su solidez es infinitamente superior a la de una fijeza que no es más que un acuerdo efímero entre movilidades. 6
Evitar que la humanidad olvide su propia mortalidad, es de-cir, su propia naturaleza −evitar que se olvide a sí misma −es tarea que compete hoy en día, justa y abiertamente, al arte. 7
En la tradición filosófica materialista que inauguraron Epi-curo y Lucrecio, los átomos caen paralelos en el vacío, lige-ramente en diagonal. Si uno de esos átomos se desvía de su recorrido, "provoca un encuentro con el átomo vecino y de en-cuentro en encuentro, una serie de choques y el nacimiento de un mundo". Así nacen las formas, a partir del "desvío" y del encuentro aleatorio entre dos elementos hasta entonces para-lelos. Para crear un mundo, este encuentro debe ser duradero: los elementos que lo constituyen deben unirse en una forma, es decir que debe haber posesión de un elemento por otro (de-cimos que el hielo "se solidifica"). 8
En la exposición Kunst und Natur (Arte y naturaleza) celebra-da en la galería Zacheta de Varsovia, la polaca Jonna Przyby-la también se acerca a este misterioso dilema. Del techo de la sala cuelgan un montón de ramas rotas, en putrefacción, desordenadas, pero que aún se mueven, se balancean huyendo de la muerte, como volando en un sueño de vida. Las paredes de la sala, por el contrario, están cubiertas de otro tipo de madera: tableros cuidadosamente cortados, acuchillados y bar-nizados, barnizados con productos químicos para que no se de-sintegren nunca, para que duren para siempre. El precio de esta eternidad es la muerte irrevocable. 9
El arte como la vida debe ser libre, ya que ambos son expe-rimentales. George Santayana
1. Bergson, Henry, Memoria y vida (Textos escogidos por Gilles Deleuze), Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1977. P. 11 – 12. 2. Bauman, Zygmunt et al., Arte, ¿líquido? , Sequitur, Asmara, Buenos Aires, Ciudad de México, Madrid, 2007. P. 17. 3. Ìdem. Bauman. P. 11 – 12. 4. Ìdem. Bauman. P. 12. 5. Ìdem. Bergson. P. 14. 6. Ìdem. Bergson. P. 21. 7. Ìdem. Bauman. P. 15. 8. Bourriaud, Nicolas, Estética relacional, Adriana Hidalgo editores, Buenos Aires, 2008. P. 19. 9. Ìdem. Bauman. P.13