Malnutrición infantil: una de las grandes prioridades de salud pública para Uruguay Las cifras de la reciente Encuesta de Salud, Nutrición y Desarrollo Infantil (ENDIS 2015) muestran que en la población menor a 3 años la pobreza por ingresos asciende al 32,79%, triplicando las cifras nacionales. Más del 40% de esta población sufre algún tipo de inseguridad alimentaria, y dentro de ella, el 9% presenta inseguridad alimentaria moderada y la inseguridad alimentaria severa alcanza al 4,3%. Este concepto basado en definiciones técnicas de organismos internacionales como la FAO (ver http://www.fao.org/3/a-i3065s.pdf) incluye la cantidad y calidad de los alimentos, la seguridad y aceptabilidad social de su adquisición y la seguridad alimentaria en el hogar. Más de 10% (10,7%) de los hogares pobres tienen inseguridad alimentaria severa (hambre) en sus niños. La pobreza infantil y los malos hábitos alimentarios son dos problemas distintos de enorme importancia para el desarrollo de la sociedad. Hay campos donde se cruzan, generando mayores vulnerabilidades. La infantilización de la pobreza ha sido una de las peores herencias que dejó el modelo neoliberal cuando llevó al país hacia una grave crisis en el año 2002. La población bajo la línea de pobreza en el año 2004 llegó al 40% y en la infancia estas cifras alcanzaban al 60%. Se produjo una fractura social profunda, con segregación territorial hacia la periferia de Montevideo y el área metropolitana. Hay una impronta de género porque son los hogares con jefatura femenina los que presentan peores indicadores. Desocupación, precarización del trabajo, caída del salario real, emergencia habitacional, cambios en la estructura familiar, pérdida de hábitos de crianza, deterioro del espacio comunitario, son aspectos que, juntos, generaron un proceso de desintegración social con consecuencias de largo plazo. A partir del 2005 comenzó a llevarse adelante una estrategia de crecimiento con redistribución, donde los Consejos de Salarios, el crecimiento y la formalización del empleo, el Plan de Emergencia, las Asignaciones Familiares, el Sistema Nacional Integrado de Salud, fueron generando cambios importantes. La pobreza por ingresos bajó hasta llegar al 9,7% de la población en 2014 y la indigencia desde un 4,7% en 2004 a 0,5% en el mismo período. Comparado con cualquier otro período de nuestro país o con el contexto latinoamericano y mundial, son avances extraordinarios. A pesar de ello continúan habiendo desigualdades importantes por razones etarias así como de género, de etnia y de territorio. Mientras la pobreza promedio de la población baja a menos del 10%, en la infancia estas cifras superan el 20%. Con una medición multidimensional de la pobreza llega al 27 % de la infancia. Es realmente mucho menos que el 60% del que partimos pero sigue siendo inaceptable para una sociedad democrática que pretende ser más justa e igualitaria. Con un enfoque de Ciclos de Vida estos problemas adquieren mayor relevancia todavía. Quienes han padecido malnutrición en etapas tempranas de la vida, tienen menores posibilidades de desarrollo cognitivo y social, y mayor riesgo de enfermedades no transmisibles en la vida adulta.
En los malos hábitos alimentarios destacan el elevado consumo de productos altamente industrializados, con altos contenidos en sodio, grasas y azúcares. Son un fenómeno mundial, cuya presencia creciente se da junto al desplazamiento de la costumbre de cocinar, a la socialización que acompaña las comidas y al abandono de tradiciones culinarias basadas en alimentos de producción local o regional. Por motivos como estos la Organización Panamericana de la Salud (154 sesión del Comité Ejecutivo) aprobó recientemente el “Plan de acción para la prevención de la obesidad en la niñez y la adolescencia”. .1 Para erradicar la desnutrición infantil y la inseguridad alimentaria severa, detener la epidemia de sobrepeso y obesidad infantil, abatir sustantivamente la inseguridad alimentaria moderada y leve en familias con menores de 3 años, así como fomentar una alimentación óptima a la infancia y mujeres embarazadas, se requieren medidas universales y focalizadas. Incrementar aquellas medidas que han mostrado resultados positivos (aunque insuficientes) y diseñar otras que den respuestas más efectivas y amplias. Las estrategias de cambio deben ser integrales, alertando frente a la situación y promoviendo compromisos en múltiples actores.
1
Plan de acción para la prevención de la obesidad en la infancia y adolescencia. 154 sesión del Comité Ejecutivo. OPS-OMS, 2014