Junio 4
Venid a mí
Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Mateo 11:28. Buenos Aires despierta, perezosa, esta mañana, sumergida en una niebla espesa. Me levanto, y bajo al restaurante del hotel, a desayunar. En mi mesa, tengo un par de medialunas y una taza de chocolate con leche. A mi lado, en otra mesa, una pareja discute la relación hecha pedazos. No les importan los demás. En el climax de la discusión, el hombre golpea la mesa con violencia, se levanta y vocifera: "Estoy cansado de esta vida miserable. No quiero verte más. Me voy". Y se va. Quién sabe adonde. Toma la avenida 9 de Julio y desaparece. La señora lo sigue, inundada en lágrimas. Subo a mi cuarto. Mi ventana da al Obelisco. Me quedo un rato, observando aquella joya arquitectónica, símbolo de esta ciudad cosmopolita. Después, recordando el triste incidente del desayuno, empiezo a escribir. "Estoy cansado de esta vida miserable", dijo aquel hombre, antes de partir. Todos los días, hay gente que despierta cansada. No es cansancio físico; ¡ojalá lo fuera! Para ese tipo de cansancio, hay remedio. Pero ¿qué haces con el hartazgo del alma? ¿Adonde vas cuando las sesiones de psicoanálisis no resuelven tu problema, ni los somníferos logran que duermas? El hastío de vivir lleva al ser humano a la inercia emocional: ama sin amar; camina sin observar. No disfruta de las cosas bellas que la vida ofrece. Simplemente, sigue el rumbo de la existencia, sin alegría. Más de dos siglos atrás, el Señor Jesucristo dijo: "Venid a mí todos los que estáis cansados". Esta es una invitación para quienes están cansados de vivir las acritudes cotidianas; para los que luchan y no alcanzan; para los derrotados; para los que cayeron en la rutina agobiante de trabajar sin motivación. Nadie jamás vino a Jesús y volvió frustrado. Él es el agua de vida, que calma la sed del alma. El pan que satisface el hambre del espíritu. Millones lo han buscado, y han recibido el bálsamo curador de la paz que inunda el corazón del cansado peregrino. Hoy puede ser tu día de encuentro con Jesús. Es tan simple. Solo abrir el corazón y decirle que no puedes. Aceptar tus limitaciones humanas y confiar en su poder divino. No salgas hoy, a enfrentar las cosas que te esperan allá, afuera, sin repetir la promesa de Jesús: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar".
Junio 5
Tus vestiduras
Pero tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus vestiduras; y andarán conmigo en vestiduras blancas; porque son dignas. Apocalipsis 3:4. Las personas en Sardis eran dignas. Dignidad, perfección, rectitud, justicia: cualidades deseadas que, al mismo tiempo, asustan. ¿Quién se atrevería a decir que es digno? Mucho menos, Charles. No es que Charles sea malo o que sea un pecador contumaz. Es, simplemente, un hijo de Dios que lucha todos los días para vivir en conformidad a las enseñanzas de la Palabra de Dios. Charles es la imagen de muchas personas que van a la iglesia todas las semanas. Es un buen ciudadano, buen padre, buen amigo, buen empleado; pero, de ahí a decir que es digno, perfecto, recto y justo... hay mucha distancia. Por lo menos, eso piensa Charles. Su problema es que no sabe qué patrones utilizar para medir su dignidad, su justicia, su perfección y su rectitud. Él se mide por aquello que le parece correcto; por lo que los otros dicen; por lo que hace, come o viste. El legalismo hace, de la propia vida, el centro de la experiencia cristiana. Se concentra en la opinión de las personas, y no en Dios ni en su amor. El legalismo despoja a la Ley de la gracia; la deja, fría, seca y sin vida. La definición de "dignidad", tal como aparece en el texto de hoy, no es merecimiento; no es la recompensa por el buen comportamiento. No soy digno por lo que hago o dejo de hacer, sino por lo que creo y acepto. Las personas de Sardis eran dignas porque poseían vestiduras blancas. Esas vestiduras son el símbolo maravilloso de la justicia de Cristo. Esas personas no esgrimen su propia justicia, sino que se esconden en la justicia de Cristo; se visten con las ropas del Cordero, y Dios las ve como si nunca hubiesen pecado. Hoy es un nuevo día. Apodérate de la justicia de Cristo. No dirijas los ojos hacia tus propias consecuciones, ni confíes en lo que eres capaz de hacer. Si lo haces, quedarás frustrado. Confía en el Señor Jesús. Por eso, no salgas para enfrentar las luchas de este día sin arrodillarte, y pedir que la gracia maravillosa de Cristo cubra tus pecados. Y recuerda las palabras de Jesús: "Pero tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus vestiduras; y andarán conmigo en vestiduras blancas; porque son dignas".
Junio 6
Buscar a Dios
Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra. 2 Crónicas 7:14. Rigoberto despertó con el rostro amarillo, ojeras profundas y una horrible sensación pastosa en la boca. Como un autómata, se levantó y se dirigió al baño. El encuentro con su imagen, ante el espejo, le produjo una horrible sensación de náuseas. Casi no se reconoció. Se lavó la cara con jabón, como si en aquel acto quisiese borrar de su mente el recuerdo de la noche de pecado que había vivido. No era la primera vez. El joven de ojos grises y sonrisa de niño ingenuo sabía que no podía continuar con aquella vida. Conocía los principios bíblicos desde niño. Pero, eso no marcaba mucha diferencia. Cuando la tentación surgía, se convertía en una pobre e indefensa víctima de las tendencias que cargaba en su naturaleza. Después de pecar se sentía sucio, inmundo, indigno del amor de Dios... y con ganas de morir. Había prometido a Dios tantas veces que su vida cambiaría. Pero, cuanto más lo intentaba, más se hundía en la arena movediza de sus pobres intenciones. Un día, en su desesperación, tomó la Biblia y encontró el versículo de hoy: "Si mi pueblo buscare mi rostro, yo sanaré sus tierras", expresaba la promesa. Sanar sus tierras; era eso lo que Rigoberto necesitaba. Sus tierras estaban enfermas de pecado. Nada podía hacer él para resolver ese problema, a no ser buscar a Dios. La palabra "buscar", en hebreo, es baqash; literalmente, significa "desear". Todo lo que Rigoberto necesitaba hacer era desear, mirar a Jesús, y decirle: "Señor, yo no puedo. Si dependiera de mí, estoy perdido. Por eso, vuelvo los ojos a ti. ¿Puedes hacer algo por este humilde pecador?" En ese momento, viene el cumplimiento de la promesa divina: "Yo sanaré tu tierra". Esa promesa continua válida para ti. Nada hay, en tu vida, que el Señor Jesús no pueda sanar. La enfermedad del pecado es la peor de todas las enfermedades, porque no solo mata el cuerpo sino también el espíritu. Pero, a lo largo de la historia, Dios siempre ha cumplido su promesa en la vida de aquellos que se han acercado a él con fe. ¿Qué harás tú con la promesa? Sal, para enfrentar la batalla de hoy, recordando que "si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra".
Junio 7
Bienaventurado
Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman. Santiago 1:12. El otoño se va. Aquí, en los Estados Unidos, el invierno llegó. Los copos de nieve ya empiezan a caer, como motitas encantadoras de algodón. Pero, lo que me impresiona es la resistencia de las hojas ante el frío destructor. No mueren conformadas, luchan. Su lucha es una explosión de maravillosos colores: verde, amarillo, rojo, anaranjado, en fin... como si un pintor hubiera pasado por la naturaleza derrochando todo su arte. Las hojas mueren resistiendo hasta el fin. Mueren la gloriosa muerte de los inconformistas con la situación. Mueren derramando la última gota de vida, para alegría de los hombres. Si las hojas fuesen gente, la bienaventuranza de hoy sería para ellas. Soportan los vendavales del invierno hasta la muerte. Su corona de vida es el festival colorido de su muerte. Dios jamás habría presentado esta bienaventuranza si la victoria sobre el pecado no fuese segura. Al morir Jesús en la cruz y al resucitar el tercer día, estaba clavando la estocada fatal en el mismo corazón del enemigo de las almas. Satanás, hoy, es un enemigo derrotado, agonizante... gimiendo los estertores de la muerte. No tiene más derecho de vencer a nadie; no tiene condiciones. Todo lo que puede hacer es tentarte; obligarte a ceder, no. Si caes es porque, de alguna manera, decidiste caer. Si hay algo que el enemigo no puede hacer es obligarte a hacer lo que no quieres. Haz como las hojas: resiste. No estás solo. Cuando caes de rodillas, Dios envía millares de ángeles para auxiliarte. La batalla es dura, pero la victoria es segura. Hoy puede ser el día de victoria que tanto esperabas; hoy puedes levantarte de las cenizas. Camina por la vida sin temor; levanta la frente en alto. Tu enemigo está a tus pies. La hora final le llegó. ¡Hoy es tu oportunidad! Sal en el nombre de Jesús, y enfrenta todo lo que venga por delante sabiendo que a tu lado marcha alguien que no conoce la derrota. Y no te olvides: "Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman".