vida de vivos | liliana felipe

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>Vida de Vivos >> Esos diez >>> Liliana Felipe El arte aparece cogiendo

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> Conversaciones incidentales y retratos sin retocar



Vida de Vivos / Liliana Felipe / 3

>> canta la cordobesa Liliana Felipe desde su CD El hábito. Pero yo ignoraba que era un grito de guerra, una plataforma electoral y una profecía periodística. Conseguir una entrevista vía e-mail fue un hara­kiri profesional, una desilusión personal y comprensión tácita entre tí­midas. Le envié una serie de preguntas que eran una mezcla de multiple choice, entrevista de selección de personal y cliché de telefo­nista bancaria (“Soy Romina, ¿en qué puedo servirle?”), pero que sólo ambicionaban ser un tanteo con derecho a réplica. No estoy a la altura de Tomás Eloy Martínez, que alguna vez realizó una genial entrevista a Saint-John Perse mientras éste agonizaba y decía una sola frase que, creo, era “El sol siempre está”. ¿O no? (Creo que al escribir sobre Liliana Felipe evoqué sin querer a nuestra cantautora Marilina Ross.) Así escribí a último momento este borrador de coitus interruptus vir­tual… El hábito se llama el primer CD que Liliana Felipe grabó en la Ar­gentina y El hábito es también un espacio cultural que ella comparte con la directora teatral Jesusa Rodríguez en Coyoacán, México. Un lu­gar de la izquierda exquisita y de casi todo el mundo, siempre que no exude olor a santidad u oficialidad. En El hábito —la paja, la sotana, la homosexualidad— Sigmund Freud es una suerte de chivo expiatorio al que se mezcla en canciones y parlamentos teatrales con el ex presi­dente Zedillo —extraídos de sus discursos oficiales— y el doctor Scholl —extraídos de sus prospectos—. En Los hijos de Freud, piecita teatral de Carmen Boullosa y Jesusa Rodríguez, subtitulada “Pastorela inconsciente”, Freud, por ejemplo, dialoga con Zedillo de este modo: Doctor Freud: Dice usted que ya no aguanta a su esposa. Zedillo: Llevamos veinte años de casados, y son veinte años en los que hemos vivido de todo, cosas buenas y cosas difíciles. Pero han sido años de mucha solidaridad. Doctor Freud: ¿Alguien en su familia les ha dicho a los mexicanos del peligro que corren este último año con usted como presidente? Zedillo: Mi esposa ha sido muy insistente con ellos. Les ha insisti­do que esto no es un privilegio, sino una responsabilidad. Doctor Freud: ¿De vez en cuando ve películas pornográficas? Zedillo: Para nosotros, para mi esposa y para mí, es una gran sa­tisfacción. Doctor Freud: ¿Podría hablarme de sus hijos, tratando de que no se le trabe la lengua? Luego el maestro vienés interpretará los pies de una paciente del doctor Scholl como “productos de fantasías anales” y declarará didác­ticamente: “Hay sujetos, y sobre todo sujetas, cuyo erotismo anal ha sido localizado siempre en el mismo esfínter, incluso más allá de la pubertad. Recuerde usted los calcetines de Maeterlinck como expre­sión de la madre fálica”. En toda la pastorela, que comienza con la proyección de un video de la película Freud, the Secret Passion, de John Huston con guión de Jean-Paul Sartre, se sostiene ese tono de pulla seguramente dirigido a la Internacional del Inconsciente, integrada por gran parte de los exiliados argentinos. Y es, por lo general, el tono camorrero del mexicano cabaret político-cultural de El hábito, espacio en el que — según la página web— Liliana y Jesusa son patronas (me­dio decentes y medio putonas). ¿Hay instantáneas cordobesas recurrentes? (Las que recordás por haberlas recordado muchas veces, las que los psicoanalistas lla­man “novela familiar” y que se corrigen según le convenga a uno. Y las otras: las que ocultás o les confiás a unos pocos.)

Realmente no es que recuerde las cosas recurrentemente, es que así son las cosas. Lo mío no es una “novela familiar”, es una familia de novela, pero de una novela cara, no comercializable. Creo que uno de los grandes errores del siglo pasado fue el psicoanálisis. Yo no creo en la mentira que nuestro cerebro sabe decir frente a una persona edu­cada para escuchar lo que nosotros podemos mentir sobre nosotros. Me parece que Freud es un equívoco terrorífico en el mundo, que so­bre todo sirvió a franceses y argentinos, que tienen mucho tiempo li­bre. El psicoanálisis no funciona en África ni en México. Las juchitecas aquí dicen que es estúpido cortar el cordón umbilical. Yo les creo: ja­más he necesitado dejar de contar con mi mamá o mi papá aunque estén muertos. Ahí sigo yo, al lado de ellos. Córdoba siempre está en mí. Absolutamente siempre. El año pasado estuve y me emocioné de andar por los pasillos de la Escuela de Música donde había estudiado, pero donde un día me recibió el Ejército y desde ese día dejé de oír las notitas.


No existe en la Argentina una soberanía de mujeres trabajando en común y con tal insolencia, sin padre ni patrón, ni una existencia pública de amor lésbico que no esté golpeando meramente a las puer­tas del reconocimiento jurídico, ni un coming-out del closet al cabarute y de ahí a todo el mundo como los de Jesusa y Liliana. Menos un reco­nocer maestras —“el más de la otra mujer”, dicen las feministas italia­nas— como ellas hacen con Marta Lamas, Chavela Vargas y Elena Poniatowska. Liliana y Jesusa son como Gertrude y Alice, pero sin que ninguna parezca un atributo romano, como Marguerite Yourcenar y Grace Flick pero más calientes, como si fueran capaces de perseguirse por la eternidad como el preso N° 9 de la canción. Liliana no puede creer que esta semana una revista haya sacado como título “La confesión gay” y que el proyecto de unión civil sólo dé pasaportes de legalidad a concubinatos de larga data, ella que se casó con Jesusa tirando México por la ventana. ¿En serio lo que contás? Habría que pensar que la Inquisición en este continente comenzó en Córdoba y que todavía seguimos es­cuchando los gritos de los quemados. No por nada los milicos y los curas se llevan muuuuuuyyyy bien. Ambos estudian para no ser per­sonas. Sobre lo de la lesbiandad, me causa cierta impresión. Yo creo que no es que la gente no diga que es joto o lesbiana, es que el entor­no no quiere oír. Yo tengo un hermano al que se lo he dicho quinien­tas mil veces y hasta el día de hoy me lo sigue preguntando. Y eso aburre mucho en la vida. De estúpida, alguna vez asocié a Liliana Felipe con la Nacha Guevara del Di Tella que se traspapeló en la Nacha Guevara actual. Carlos del Peral, George Brassens, Boris Vian podrían ser las “marcas” de La Felipe, pero ella sortea esa parte del e-mail ida y vuelta, que en buen cayetano pregunta de dónde sale ella, aunque ella podría haber dicho que salió de las aguas como sirena con patas. (La incomunica­ción me vuelve obsecuente.) Como Néstor Perlongher, que preguntaba en un poema, en tono proféticamente felipesco estilo paródico: “Dime, Delia, ¿qué es el arte?”, le pregunto cómo le nació lo de componer. El arte aparece cogiendo. Depende de dónde comience tu or­gasmo. Yo soy descendiente de abuela comechingona. Ese dato impor­ta aquí, no en la Argentina. Pero lo sé, lo sé y lo disfruto. Soy indígena, ¿entiendes? A juzgar por las fotos, la comechingona es una mezcla de Tamara de Lempicka con Marlene Dietrich, con la nuca desnuda por un corte de pelo que parece quirúrgico como el de las muchachas que concu­rrían al cabaret parisino de principio de siglo El Monóculo. En los vi­deos cultiva el glamour de cierta desesperación como quien en los próximos minutos tiene, como la mayoría de las rubias de ficción, una cita con el abismo. Hubo la vocación de analizar la literatura, pero en la primera clase de El Principito me decepcioné y continué con la composición.

¿Tu tema “Mercado de Abasto” es una aguafuerte de esos tiempos de Villa María?

“Mercado de Abasto” es mi vida. Yo trabajé, aprendí, viví ahí muchos años. Los personajes son los changarines del Mercado. Ellos eran mis amigos cuando yo tenía quince años. Varios han muerto, pero no deja de ser importante para mí mencionarlos, eran y siguen siendo. Y a ese tango lo hice en Villa María en bicicleta de mi casa al río.

¿Cómo es posible una experiencia como la de El hábito? Quiero decir: algo que articula lo vanguardista y lo popular al mismo tiempo. ¿Cómo es posible que en ese espacio se crucen la orquesta Dimas de Danzón y un homenaje cantado a Carlos Monsiváis?

Yo soy muy elitista, para mí significan los changarines del Mercado de Abasto de Villa María y significan las vendedoras del Mercado de la Viga. No sé cómo explicártelo. El día que el neolibe­ ralismo me compruebe que se puede respirar dinero, quizás ese día sea yo una soreta más.

No es que La Felipe haga canciones de protesta; más bien son co­lumnas de opinión en solfa como “O dicho de otro modo”, monumen­tos orales como “Rigoberta Rigobertita”, invitaciones a una catarsis colectiva y musicalizada contra la globalización y el neoliberalismo. Ha militado en derechos humanos de muchas formas, pero no quiere ponerse ese hábito: ésa parece ser su zona de respeto y de seriedad. ¿Fuiste militante? ¿Tu ida a México tiene que ver con eso?

¿Hubo un Buenos Aires?

México se escribe con x. (Se atreve a decirme quien, en porción eliminada de e-mail, confiesa que confunde las b y las v.) Nunca quise ser militante. Creo que fui militante sin saberlo, pero no por obliga­ción. Yo era una muchacha pianista provinciana que colaboraba con su hermana, que era del ERP. Era muy joven, no entendía nada, a mí se me mezclaban Bach con las muertes. Además nunca me di cuenta de que había muertos cuando nos fuimos en 1976. Sí, existía Buenos Aires, desde hacía varios años; yo iba a estu­diar piano allá. Jamás vi nada de Buenos Aires ni me interesaba, en cuatro años fui cada mes a estudiar piano con Antonio de Racco. Un día me tocó conocer a Marta Argerich, pero no me dio ni tron­co ni bola. Una de las preguntas enviadas a Felipe se refería a su hermana desaparecida. Era torpe, no calibraba el destiempo del contacto en la red, la convivencia de ésa con muchas otras preguntas banales. Se enojó. Para que veas, aquí no me gusta nada tu tono. Yo no puedo hablar de mi hermana como si fuera un garbanzo más de la sopa, te suplico que reestructures tu pregunta, que puedas sentir un poquito mi dolor. Ester, mi hermana, no es una más de la lista; si la hubieras conocido, estarías peor que yo. Hicimos el piedrerío: Memoria sin Tiempo en Villa María. La canción que hice para ella se llama “Otro adiós sin Dios”. ¿Querés la letra?


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Me disculpé textualmente: “Lamento que te haya molestado mi tono de la pregunta sobre tu hermana. Pero sucede que no es un ‘tono’ precisamente

porque

no estoy presente y que todo por e-mail suena como

un

cachetazo.

Quizás — aunque me pidas

que

reformule

la pre­gunta — estés de acuerdo conmigo en que la retórica queda chica para ciertos temas. Si te estuviera haciendo un

reportaje

cara

a

cara, quizá no te haría la pregunta, esperaría a que vos hables del tema. A lo mejor no fue una buena idea lo del e-mail”

No me manda la letra de “Otro adiós sin Dios”. Pero el tono de las respuestas cambió, párrafos abajo: .Para mí la Argentina es Córdoba, Horacio Acosta, la doctora Segura, mi sobrina Paula y todos mis sobrinos, la tumba de mis papás, Alejandra Flechner y la bomba que algún día le pondré en el culo a Benjamín Menéndez. Y luego quedaron en el e-mail preguntas sin respuesta como las que quedan en un examen aplazado del estudiante de Prévert (“Dice que no con la cabeza, dice que sí con el corazón”). Se las reenvío con acotaciones imperiosas pero suplicantes. Siento que avanzo por el es­pacio virtual, en cuatro patas y con las rodillas sobre granos de trigo —castigo que, según la leyenda, las monjas de mi escuela aplicaban a las huérfanas— y un collar de esclavo en el cuello. Pasan días, meses. Me quejo a su agente de prensa, a su editor, a sus admiradoras que, excitadas por la posible vigencia de la unión civil, andan reflotando el cantito:


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tomado de las femi­nistas españolas y cuyo primer destinatario fue Felipe González, quien casi inmediatamente les prohibió abortar. Hasta que llega, en lugar de las respuestas, un mensaje escueto: “¿Qué querías saber de mis cancio­nes?” Siento que clava un estilete no bien abro el Outlook. Y, por fin, la semana pasada, llega un e-mail con la cita telefónica y una amable confidencia: quiere mostrarle a su “Jechu” la primavera de Buenos Ai­res (¿sabrá que, al mismo tiempo que las flores, la ciudad prolifera de argentinos buscando su comida en la basura?). También: “El domingo 16 voy a hacer “La Catrina” (La Muerte), para inaugurar en el PROA la exposición de Diego Rivera. Hay una parte que dice: << Quiero compro­bar y ver / y quiero, como mujer /platicar con las mujeres /entender sus entenderes, / saborear la golosina / de la mujer argentina, /parar­me a mirar sin prisas, /cómo avanza largos trechos / ese torrente de pechos /empitonando camisas.>>” Y como última palabra, una leve snobeada: “La semana pasada cumplí mis primeros cuarenta y siete años. Ya estoy medio viejita, entonces cuando nos veamos, recuérda­me quién eres”. Primera llamada. Una voz me dice: “Ella duerme, aquí son las nue­ve y media de la mañana”. Sospecho que es ella y que habla en tercera persona como Maradona. Es más: SÉ QUE ES ELLA. Vuelvo a llamar al día siguiente. Su contestador escupe una risa de bruja y luego: “¡¡¡Ton­tos!!!”. Basta, Felipe (pienso en Luis Sandrini), aunque haya escrito can­ciones como “A las vanguardias envejecidas”, “Tango ardido” o “Mala”, que podrían cantarse hasta que se olvide el nombre del autor como suce­de con “Las hojas muertas” o “Qué queda de nuestros amores”. Último ¿diálogo?: Contestador: “No insista. El cupo de enemigos de Fox es de 80 millones de personas. Está totalmente saturado”. Yo: Soy otra vez María Moreno. ¿Sabés una cosa? Las histéricas son lo mínimo. Cuando la veo por primera vez, es a diez metros de distancia, desde una de las mesitas de La Trastienda. Para entonces, ni pienso presentarme para que ella


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pretenda no recordarme del intercambio de e-mails. La primera imagen es la de una figura que me evoca a la Jua­na de Arco de Dreyer, o sea, alguien más allá de la diferencia de los sexos y de la carne. No, en cambio, a la Audrey Hepburn de Desayuno en Tiffany’s —el grosor pétreo del cuello y las quijadas es el de un gla­diador—. La luz que oculta la coronilla y el chaleco de fuerza que la envuelve no la despojan de una severidad “castrense” —esta asocia­ción, si llega a leerla, hará que me putee, pero no me importa porque, a pesar de todo, ya conseguí un reportaje; soy rastrera, pienso—. Pero entonces, una voz grave de mujer emerge de la figura y dice con un acento de gran trágica: << Ustedes el trigo, nosotros la paja /ustedes los machos, nosotros los maricas, los locos, /los putos, los enfermos, los anormales, los sidosos, /los civiles, los contagiosos, las lesbianas, /ustedes el alma de la nación, nosotros los enemigos /siempre presentes, detectados y has­ta inventados /para que ustedes no dejen de existir >> Es así como la odiosa corresponsal se presentó en Buenos Aires. La Trastienda estaba llena hasta el quedarse de pie por un público de enterados, es decir, argenmex, cordobeses, chicas que aman a chicas y ese, más numeroso de lo que se esperaba, de los que la conocen a través de CD pasados de mano en mano por los contagiadores de pasiones. Cuando dio un paso, se sacó el chaleco de fuerza y se quedó en enaguas, luego en ca­miseta y calzoncillo cortado a ras de la rodilla. Entonces se le vio el peinado que el pintor Fuyita explotaba en el París de 1920 pero platinado. Si una cultura y una política son capaces de modelar los cuerpos, el cuerpo de la Felipe es impensable en una Argentina donde la señal emitida al macho envuelve los culos femeninos en pantalones que los cubren más apretadamente que la propia piel y donde hasta las grandes actrices, al mostrar el cuerpo, se detienen ante un límite común: cualquier signo de decadencia. Eso pensé. Musculoso, aunque trabajado en función de la destreza para ejercer un oficio arduo y no de evitar la caída de la carne, grueso de torso y sin senos desbordados, transmite una soberanía donde el soporte anatómico no le ha dado poco: una altura considerable y un par de piernas evidentes —me acor­ dé de Batistuta, pero me arrepentí ni bien la vi sumergir la punta de los pies en unos zapatos de putón fino —. Para quienes escucharon la selección de temas de su CD El hábito, el recital fue una sorpresa. Si el CD muestra desde la tapa a esa Felipe marlenizada, que yo imaginaba mientras nos escribíamos, y constituye una especie de retrospectiva que abarca dos décadas de su obra como compositora en su explora­ción por las diferentes músicas populares latinoamericanas, sus temas de amor de feminismo bufo y sus reminiscencias de la nueva canción de los años sesenta, se ocupa menos de lo que fue el carozo del recital: el estilo del cabaret político y de blasfemia y escatología anticlericales. Liliana Felipe no vacila en seguir la tradición del ojo del culo de Quevedo y las barrocas alusiones intestinales de François de Rabelais aunque conceda en el uso familiar del “coger” nacional. En algún mo­mento hizo pasar a escena a Jesusa Rodríguez para cantar un tema del que las dos son coautoras (“Plancarte”), primero en un tono malicioso y mal hablado hasta donde podría llegar la misma María Elena Walsh: << Hoy domingo se casa Pirineo /con una señora que no tienen tetas, /que fuma dormida que sueña al revés, /que cuando se baña se ensucia los pies >>


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Pero la continuación subió la apuesta mientas ellas hacían gestos de asiento en el water y pedorreos bucales: << Estaba con su so­brino el arzobispo /y estaba su sobrino un poco chispo /pero además de chispo estaba acedo /y soltó una cosa que decir no puedo. /Y díjole a su sobrino el arzobispo: /Plancarte, vete con tu música a otra parte /porque en el regio reino arzobispal, /la música de viento suena mal >> Así siguieron versos de siglo de oro global que enviaban a otra parte a los fetos del aborto y las encíclicas. Pero cuando Jesusa deseó a Susan —por Su Santidad el Papa— una muerte por mala enfermedad, las ri­sas cómplices de la sala se congelaron en la misma medida en que se habían desatado cuando Felipe terminó su primer monólogo diciendo “A los milicos argentinos hay que hacerles un monumento, pero enci­ma”. Ésa era su parte más demagógica pero menos interesante, de ofensa gruesa pero literal. El “exceso” hizo que se entendiera la decla­ración de amor instantáneo y hermandad meteórica que Liliana Felipe había hecho, en el comienzo del recital, a Fernando Peña que saludó, tiró besos y subió al escenario para hacer de atril cuando a la cantante le falló una letra. Un video de la boda entre Liliana y Jesusa, ceremonia hereje en donde las contrayentes, declaradas hacia el final “mujer y mujer”, y vestidas con trajes de papel blanco, rubrican su acto firmando una pó­liza de divorcio, apoyó involuntariamente el proyecto de unión civil presentado esos días a la Legislatura. Entonces ya me simpatizaba. Otro video, como fondo del tema “Mercado de Abasto”, ese donde va nombrando uno a uno a los changarines del puesto de verduras que su padre tenía en Villa María, fue proyectando las imágenes de los prota­gonistas, a la manera de una galería de Calé pero “contraporteña”. El público presionó para que cantara el homenaje a Chavela Vargas o la “Sirena con patas”, ella cedió con “Y dicho de otro modo”, “Las histéricas” y “Cuando cumpla los ochenta”, pero el tono fue des­lizándose al acto político. Un par de adolescentes entraron en el esce­nario y fueron desenrollando una pantalla con la foto de Ester, la her­mana de Liliana. El tono de elegía del texto, su retórica compleja y atenta a un especialmente aventurado trabajo con la lengua —bien ale­jado de la tradición murguera de algunas de sus letras burlescas— y el piano al que la Felipe arranca cada vez más sutilezas convirtieron la escena en un ademán estético del que el estilo de la política de dere­chos humanos suele abstenerse. Y ahí ya me gustó. Me gustaron menos los temas de código, invitadores a una fácil catarsis, como “Curucucha”, donde la Felipe ejerce el arte del insulto a los represores —nunca tan recordados a lo largo de un recital — : << Las flores están durmiendo /la medusa no es un pez /Los mariscos son crustáceos /Los moluscos son mariscos /Los milicos son unos hijos de puta /Y muchos curas también… >>

No se trata de canciones de protes­ta, no hay en los temas de esta blasfema ningún “mensaje”, a menudo son gritos de guerra, maldición in æternum, jactancia desafiante a lo François Villon. Por eso los distintos momentos del recital parecie­ron formar parte de un ritual de regreso al país, a la manera de una autobiógrafa en performance que no escapaba al público pero que, en cierto modo, la Felipe realizaba por distintas razones ajenas a él, de todos modos político-sociales en cada uno de sus tramos. Hacia el fi­nal, un autorretrato a la manera del Yo la peor de todas sorjuanesco: << Callen culebras, callen, / no soy como imaginan, callen, /soy peor de lo que opinan, hablen… /y me da igual, si soy banal, /si tal por cual, por animal, /y si hago mal, total, total, total, así soy yo… profesional (…) /Peor que el infierno, peor que el gobierno, /yo soy la peor de todas, la ternura que se atora /en la impresora. (…) Callen culebras, callen… /Y me da igual, el coito anal, ser virgen, ser anormal, /échenle sal, al animal…>> La Felipe le da al tango machista tradicional, a la vez, una ironía y una fuerza que bien podría concentrarse en hacer sólo eso, aunque sería una desgracia. Como ella misma lo confesó, utilizó La Trastienda como espacio experimental para ejercitar temas y géneros que no se conocían de su repertorio, se abstuvo de atenerse machaconamente a su CD —lo que suele hacerse con fines promocionales—, estableció con el público un entre nos sin obsecuencia, puso en contraste su esta­tura haciendo la aldeana torpona, y en ningún momento se sostuvo en la eficacia profesional, más bien mostró el revés de su trama. “Estoy viejita”, afirmó un par de veces, dejando las letras allí sobre el piano, perdiendo alguna de vez en cuando, confesando haber olvidado otras y manteniendo un aire de living room, seguramente por costumbre de El hábito, donde ella no teme afirmar que concurre la elite, sea del danzón como del zapatismo. Nunca aplaudí la transgresión volunta­ria, pero si se transforma en un ritual colectivo, una suerte de limpia como la queimada gallega donde se maldice barrocamente a los males encarnados y de este mundo, mi timidez puede deshacerse en el feste­jo sudoroso y acrítico. Como espectadora, soy peronista. Entonces, al final casi pido que la Felipe, transpirada y sonriente como una ogra después de comer, me tire a la cara los calzoncillos largos. Cuando vuelvo a verla de cerca, Liliana Felipe sigue pareciendo aquella giganta de la que hablaba Baudelaire, pero un poco menos en­juta porque dejó de fumar. Si el año pasado, en su función de La Tras­tienda, amarreteó algunos tangos, ahora, con el pretexto del festival de tango, que cerró el sábado, los cantó en serie, con muchas novedades que si Gardel viviera, más vale que no sucediera. Nada más te voy a leer esta letra que es muy tradicional, pero es un tango (saca una parva de papeles). A ver qué te parece la mezcla. La escribí en septiembre del año pasado y de un tirón cuando me fui de aquí:



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Parecía una profecía. Ahora, no me lo imagino como una letra de tango.

Es un tangazo. Mirá, allá en México también hay un ambiente tanguero muy convencional como aquí, con las revistas del entrevero, la escuela y la academia para las que yo no existo. Definitivamente, ¿sabés que eso es genial? No existir, porque entonces hacés lo que te hincha un huevo. ¿Así que dudás de que sea un tango? “Cooomo Madame Bovaryyy/ toooooodos teneeemos un amaaante por ahííí...”

La Felipe se sale del silloncito Imperio del hall del hotel Nogaró donde se aloja, y se para bajo lo que parece ser la misma araña de bronce de la habitación de la Amalia de José Mármol, pero con bom­bitas, aunque falten los jilgueros en su jaula, que no cantan porque son literarios. La que canta es ella, Felipe, que a menudo escribe canciones desde el punto de vista de una ballena. El recepcionista está apuntan­do en el libro de entradas a un norteamericano que pregunta no dónde queda La Boca o Puerto Madero sino dónde hay “una toma de fábrica, un escracho... Para ir a un piquete, ¿puede ir en remise?”. “¡Cooomo Madame Pompadooouuur, tanta miseria nos da un to­que de glamour”, ha seguido la Felipe. Y el gringo la mira porque se­guro que también la ve gringa a ella y aferra un bolso de una de las marcas denunciadas por Naomi Klein (la autora de No Logo) para irse detrás del botones y Felipe va llegando a la parte de “Aguantaaamos y aguantaaamos y aguantaaamos hasta que ya no aguantamos mááás”. Da una mezcla de vergüenza y honor.

Sí, sí, sí, es un tango. ¿Y qué más?

Y tengo esta canción nueva que viene con una reflexión de Lactancio. ... << Lactancio, de los romanos. /“O Dios quiso quitar el mal del mundo y no pudo, /o pudo y no quiso, /o no quiso ni pudo, /o quiso y pudo. /Si quiso y no pudo, es impotente, /y esto es contrario a la natu­raleza de Dios. /Si pudo y no quiso, es perverso; y esto también es /contrario a la naturaleza de Dios. /Si no quiso ni pudo es al mismo tiempo perverso e impotente. Si quiso y pudo, que son los únicos partidos que convienen a Dios, /¿por qué existe el mal del mundo?>>

¿Y cómo hacés de eso una canción?

Al tango “Como Madame Bovary”, un día le hice la música y le dije a Jesu: “Te escribí esto, pero no es lo que tiene que decir, es nada más para que veas la métrica, cómo tienen que sonar las palabras: ‘Como Madame Bovary todos tenemos un amante por ahí’”, y luego fue una parte elemental de la canción. Ayer por ejemplo salí a tomar aire y dije: “Bueno, también se podría pensar que hay gente que cree que la vida es un calzón sucio, pringoso y viejo para tirar, y otra que cree que la vida es una bombachita para estrenar cada vez”. Entonces fui y le dije a Jesu: “¿No te gustaría?”. “Claro, vamos a hacerlo.” A esta otra canción la hicimos porque una amiga se peleó con su novia, y en­tonces hay cosas que describe relacionadas con su odio en ese momen­to:


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<< Si por el vicio, si por el vicio me dejas / no se te olvide poner entre tus triques /los dos tomos de María Moliner /para que entiendas que el vacío no es tu ausencia /y que silvestre no es lo mismo que revuel­tas /vivir conmigo no es peor que estar contigo /pero te conozco mosco tanto que te desconozco”. Y luego la letra dice que la otra se lleve el horóscopo chino, el tarot, el I Ching, para que no se enrede las enaguas al cruzar las grandes aguas. Y termina: << No va más, no va más /Duermo sola yo con mis huesos, /duermo deteniendo el techo /Por lo que fue brindaremos /voy al súper y tú cierras la llavecita del gas, /déjame escrito algún adiós, una receta /cuando regrese no te quiero ver la jeta >>. A veces las canciones mueren, duermen ahí eterna­mente, y otras no.

¿Hay marcas de otros autores en tus letras, por ahí de la lengua oral o de un chiste con Jesusa? ¿Y todas esas “chanchadas”?

Yo, sobre todo, escucho —tal vez es una locura mía, además lo tengo que oír con audífono, es insoportable, no lo puedo poner fuerte en mi casa porque Jesu me mata— a Shostakovich, que me abre el cerebro. Mi material de lectura siempre será algo que hable contra la Iglesia o contra el manual del inquisidor, ¿no? Digo, es raro que yo me ponga a leer una novela gringa sobre la salud si es un pueblo que come mierda. No es mi intención ser blasfema, pero es que mi cerebro está jodido, por eso salen cosas así.

Esto diciendo, se levanta, va a la cabina telefónica y responde a un reportaje donde se recortan expresiones como “neoconservador de la chingada” y “todos los milicos son unos hijos de puta” (insiste, insis­te). Desde el juego de living del Nogaró se puede ver su pierna izquier­da levantada en el aire y haciendo chasquear la chancleta, porque ella es así de cómoda y esa noche actuará otra vez en camiseta y calzoncillos largos (ella los llama culottes y los describe como “para señoras que ya usan pañal”). Luego vuelve y consulta: “Mirá, hay un tema que se llama ‘No te lo puedo decir’ que dice: << No es inyectable, no se chupa, no idiotiza / No está en el Sambors, no se mete, no suaviza /No tiene pre­cio. No está en la Bolsa /No paga impuestos igual Televisa /No es com­patriota de nadie, no va a misa. /No es un aborto (que el Papa canoni­za)>>. Y entonces mejor le pongo, en lugar de ‘No está en el Sambors’, ‘No está en el súper’ y, en lugar de eso de los impuestos y Televisa, digo ‘No son los chorros del Banco de Galicia’. ¿Qué te parece? Que ahora vas a tener que dejar de contarme las letras para contarme tu vida porque esto es una nota de tapa.

No jodas.


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O al menos tu vida como ballena.

Pero si yo tengo cara de caballo.

Pero cantás muchas canciones desde el punto de vista de las ballenas.

Es que las ballenas me emocionan. ¿Cómo podían ellas comu­nicarse antes de los barcos y antes de las ondas? A mí me tocó presen­ciar un suicidio masivo de ballenas. Fue terrible. Sobrecogedor. Claro que yo no soy de esas luchadoras de Greenpeace, ni estoy en ningún organismo así. Pero como una amiga oceanógrafa vive allá en Baja Ca­ lifornia, tengo un proyecto de irme más o menos un mes allí, para em­pezar a diseñar un disco de solidaridad con las ballenas. Tuve un pro­blema porque con Jesusa escribí: “ Soñé que se me caían los dientes soñé que mis dientes enormes como submarinos se iban al fondo del mar “ Y mi amiga me dijo: “No son dientes, son precisamente balle­nas”. Entonces reemplacé la palabra “dientes” por la palabra “barba”. Es una canción de una ballena que está soñando y que luego se des­pierta y ve que el agua está muy bonita y piensa que qué bueno que soy ballena y no un japonés, ojete mata ballenas, o un gobierno que se hace de la vista gorda, como si fuéramos tan chiquitas y ora sí que con pena, pero qué bueno que soy ballena y no un ser humano.

Jesu, la “esposa” de la Felipe, es Jesusa Rodríguez, una actriz ge­nial metida en un cuerpo miniatura al que no vacilará —durante el recital de la noche del 8 de marzo— en cubrir con ropa de soldadera zapatista más el fantástico agregado de un pene de goma que ella utili­zará para amenazar al público con un chorro de insurrecta orina. Todo para anunciar la transexualización del Universo. A los bigotes ni se los sacaría siquiera para besar a Liliana, al terminar su intervención, en la que recomendaba lo bueno que es ser hermafrodita, sobre todo cuan­do se busca empleo y los avisos dicen “ambos sexos”.


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Con Jesu, cuando nos conocimos, desde ese momento nos ena­moramos y empezamos a vivir juntas. Yo había ido con Tununa Mer­cado y con Nora Saga a ver una obra sobre Sylvia Plath llamada Vacío donde actuaba Jesusa y todo su grupo, el Sombras Blancas, y entonces una de las actrices me vio a mí, y dijo que yo era idéntica a su mamá, que había muerto hacía seis años. En ese momento Jesu me vio tam­bién y bueno... le gusté mucho. Al final vinieron todas ellas a encarar­ me. Yo también me enamoré de Jesusa y de ahí seguimos. ¿Siempre fue un romance público?

Entonces el machismo mexicano tiene sus fisuras.

Pero nunca te han agredido.

Estaban en la Argentina.

Nunca tuve necesidad de ocultarlo, ni de disimularlo, ni de nada. Es cierto que Jesu y yo no somos de las que andan besándose en la calle o provocando. Simplemente vivimos lo que tenemos que vivir. Pero, por ejemplo, el día en que nos casamos —en chiste—, el año pa­sado, fue un jueves, y el domingo cuando fui al mercado a comprar verduras, Tere, la limonera, tenía la revista con la noticia y se la mos­traba a todos. Yo creo que la gente nos festeja porque El hábito cumplió once años y es también el resultado, no sólo del trabajo sistemático, concienzudo, constante, sino del amor. Como si todos dijeran: “Estas dos pueden hacer esto gracias a que se quieren”. El machismo siempre es muy exageradamente doble. En el sen­tido de que está el tipo, el macho, el bigotón, pero que tiene a su aman­te jovencito, y la discusión es sobre quién se la mete a quién, y eso de “yo no soy puto porque no me dejo penetrar”. Una vez sí, en el Aeropuerto de Ezeiza. Era el día en que llega­mos, creo que en el 85. De pronto me puse a darle masajes a Jesu en los pies. Una señora vino y preguntó: “¿Qué están haciendo?”. “Le estoy dando masajes en el pie”, contesté. “No es el lugar adecuado para dar­le masajes”, dice. “Ah —le pregunto—, ¿y dónde está el lugar donde se dan los masajes en este aeropuerto?” Se fue diciendo: “Vayan a ha­cerse sus cosas a otro lugar”. Lo que tiene de bueno la relación entre Jesu y yo es que las dos hacemos algo muy diferente, pero que se puede complementar. Hay momentos en que yo me desbarranco y entonces está ella y al revés. No hay esta cosa de la envidia, ni de los celos. Eso no existe. Nunca existió. Claro que Jesu es más protagónica en las cosas. Yo no, ni me gusta ni me interesa. No soy capaz de pasearme como ella con un ves­tido totalmente transparente donde te estén viendo la concha o las nal­gas, como hizo hace poco en El hábito, donde la distancia con la gente es casi nada. ¿Sabés lo que inventó en Venezuela? Se llevó mota. Ahí, haciendo Frida, en el teatro Álvaro Carreño y con las cámaras de HBO, se puso a fumar. ¿Y qué podían hacer si era teatro?


Ya parezcan canciones de protesta o denuncia pública —como si fueran periódicos orales o bandos—, los temas de Felipe siguen favo­reciendo algo de ritual entre clandestinos, y esa noche, cuando actuó en el Alvear, el fervor se repartía entre disidentes sexuales y exiliados políticos, los últimos como si fueran a evocar tiempos durísimos, pero acompañados por ese piano furioso y esa lengua desbocada. Pero, aunque se la asimile fácilmente al progresismo, la Felipe no es, como se piensa, zapatista, de cajón. A mí me conmueve toda la historia de los grupos de indígenas zapatistas porque creo que ellos tienen otra cosmovisión de todo. Pero no sé si me gusta mucho la figura emblemática de Marcos, o su cosa militar. Sí creo que es un tipo súper inteligente. Pero me acuerdo de que cuando comenzó toda la cosa, yo no participé directamente, pero sí enviaba miles de fax. Esto es típico de lo que suelo hacer: no aparez­co, pero ¡cómo jodo! Cuando fue el levantamiento, estábamos ahí, frente a la Secretaría de Gobernación, por supuesto. Pero no fui a la Convención Nacional. ¿Por qué?

Porque yo no sé vivir en la selva ni andar con barro hasta las rodillas, porque me da pavor que me pique un mosquito, porque no tengo vida aventurera en absoluto. ¡Odio la aventura! A mí me gusta la aventura del cerebro, de la tranquilidad, de cocinar, de charlar con alguien o de ponerme a que algo me salga. Los que fueron —entre ellos Jesu— estuvieron un día y medio encima de un autobús que se estaba por desbarrancar cada dos segundos. Yo no hubiera podido.

Te hubieras puesto insoportable. Pero militás políticamente.

Y en ese libro entendiste cosas que antes todavía no podías pensar.

Claro. Al volver, me dijeron: “¡Qué suerte que no viniste, si no, nos matabas!”. A mí me gusta mucho Rosario Robles, del PRD, el Partido de la Revolución Democrática. Es una mujer fantástica que, cuando Cárde­nas decidió lanzarse a la candidatura, ella se quedó como jefa de go­bierno de la Ciudad de México, y su gestión fue increíble. Ahora creo que va a ganar, va a ser la directora del Partido de la Revolución De­mocrática, que había caído en una suerte de burocracia tremenda. En­tonces me voy a nacionalizar —con lo cual no perdería mi condición de argentina— para poder apoyarla… O que yo no me había atrevido a sentir así. En la dictadura uno se borraba el cuerpo, porque era el objeto del dolor, entonces creo que nos convertimos en puro cerebro para que no doliera. Eso que contaba el libro, y que yo había sentido y no podía nombrar, me dejó helada. Cerré el libro y dije: “Sí, claro”. A lo mejor no lo sentí tanto porque yo me fui muy jovencita a México. Ni sabía lo que pasaba, no me daba cuenta, yo estaba en esto del piano. Cuando desapareció mi hermana Ester, mi papá me escribió para que me quedara. Pero luego sí sentí esa cosa del no cuerpo, no sé si en mí o en los que se quedaron aquí.


El año pasado dabas la impresión de que seguías percibiendo en la Argentina la atmósfera de la dictadura.

Pero tenés una militancia en el feminismo.

Aún percibo la continuación del mismo proyecto. Me parece que la mayoría de la gente que hicieron desaparecer es la gente que había previsto o sabía hacia dónde podíamos ir, ¿no? Para instalar gobiernos como los que se instalaron era necesario que no existiera la clase política que desapareció. Entonces, todos agachaditos y sin juzgar lo que ocu­ rrió. Pero yo no sé de esas cosas, es un sentimiento, nada más. Dediqué dos años de mi vida a luchar por la libertad de una mujer, Claudia Rodríguez, que salió de fiesta una noche con una ami­ga y el novio. Antes de salir su marido le dijo: “Llevate por las dudas la pistolita”. Era calibre 22. En la fiesta, el tipo se tomó una botella de brandy y empezó a agredir a su novia y a Claudia. Estaban en un puente, intentando llevárselo al tipo para que se durmiera. En un mo­mento la otra salió corriendo para buscar ayuda porque era un hombre muy grande. Entonces él se abalanzó sobre Claudia. Ella le pidió que no le hiciera nada, que por favor, que ya venían. Entonces el tipo le arrancó la ropa, y ella sacó la pistola y le disparó. Él se puso, entonces, furibundo. Hasta que llegaron unos policías a detener a

Claudia. Ella les pidió que llamaran a una ambulancia. Pero la ambulancia demoró dos horas. Entonces el tipo se murió, nadie sabe si por el tiro o porque se desangró. A Claudia —que tiene cinco hijos— la metieron presa porque no la había violado. Le iban a dar una sentencia de quince años. Enton­ces, con los grupos de mujeres que trabajan en violencia, de feministas y militantes de derechos humanos, empezamos una gran campaña. La sentencia hablaba de “exceso de legítima defensa”. Ahora que está libre, eso sienta jurisprudencia y pronto se podrá elaborar una ley. ¿Sabés qué hizo Claudia cuando salió de la cárcel? Para dar la conferencia de prensa —es muy bonita— se puso un vestido rojo, muy pegado, muy cortito. Y declaró: “Me voy a dedicar a aprender defensa, porque la próxima vez no le quiero meter un tiro sino pegarle una paliza”. Claudia era una mu­jer pobre con un marido que trabajaba como cloaquero. Y ella tenía un negocito donde vendía cuadernos, lápices, esas cosas, y los domingos, en la feria, ropa. Ahora, esta flor de tipa se puso a estudiar abogacía. Junto con otras mujeres profesionales, Liliana Felipe se reúne to­dos los viernes en la casa de la feminista Marta Lamas para practicar esa militancia eficaz que bien puede convivir con “una buena charla sobre tamaños de pitos”. Ahora se trata de participar en la campaña por el esclarecimiento de los crímenes de mujeres y niñas de Ciudad Juárez, más de doscientas desde 1993, la mayoría trabajadoras de la maquila, “esas fábricas de ensamblar Sony, zapatillas, toda esa mierda”. En el recital del 8 de marzo, Liliana Felipe mostró un piano frené­tico, pareció una perdida Yegua del Apocalipsis, de esas que integra­ban el grupo del escritor Pedro Lemebel. Seguramente porque era viernes de caceroleo y eso estaba en la atmósfera de la ciudad, segura­mente también porque era 8 de marzo y en la otra cuadra, frente a la Librería de la Mujer, estaban las feministas, entre cuyas hordas jóve­nes un grupo fue a pintar blasfemias felipescas en la Catedral de Bue­nos Aires; el hecho es que pareció que la cantante sólo iba a parar si se le acertaba con un disparo de gomera bajo el flequillo. ¿Y ahora qué te traés entre manos? ¡!

Big Mother, el Gran Desmadre. Y es una mezcla de Big Brother con La casa de Bernarda Alba.


Pรกgina/12, Suplemento Radar, 9 de septiembre de 2001 Pรกgina/12, Suplemento Las/12, 21 de septiembre de 2001

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