Testimonios de Mineral de la Luz y Sangre de Cristo

Page 1

Testimonios de Mineral de la Luz y Sangre de Cristo _______________________________ Recuento de una herencia

Guanajuato, MĂŠxico



(TESTIMONIOS DE MINERAL DE LA LUZ Y SANGRE DE CRISTO) Copyright © 2013 Proyecto realizado por la Fundación Comunitaria del Bajío en apoyo al desarrollo y preservación de la memoria histórica de las comunidades de Mineral de la Luz y Sangre de Cristo.

Introducción y entrevistas: Janet Izzo Fotografías: Luis Amézquita Traducción: Alejandra Valdivia Corrector: Joel González Garay Edición: Gerado A. Cortés Mariño y Mauricio Cortés Mariño

Todos los derechos reservados. Ningún fragmento de este escrito puede ser reproducido o transmitido de ninguna forma o por ningún medio sin la autorización de la Fundación Comunitaria del Bajío, LINTEL y las comunidades de Mineral de la Luz y Sangre de Cristo.

Impreso en México

Agradecememos el generoso apoyo de LINTEL, empresa comprometida con el desarrollo comunitario.



Testimonios de Mineral de la Luz y Sangre de Cristo _______________________________ Recuento de una herencia



La Fundaci贸n Comunitaria del Baj铆o expresa un especial agradecimiento a los habitantes de Sangre de Cristo y Mineral de la Luz que participaron semana tras semana en los talleres. De no haber sido por su generosidad y dedicaci贸n, este proyecto no hubiese sido posible.



Índice

Introducción ...................................................................... 6 Primeros Recuerdos .......................................................... 8 El Catrín ........................................................................... 27 La Llorona ......................................................................... 30 La Mina ............................................................................. 36 Mi Pueblo ......................................................................... 45 Fiestas .............................................................................. 50



Introducción Las campanas resuenan. La luz del atardecer se torna dorada y los camiones mineros pasan en su constante procesión. Las comunidades mineras insertadas a lo largo de estas montañas guanajuatenses resuenan como campanas de iglesia, con actividad constante. Reaccionan a los cambios de la historia con paciente flexibilidad mientras las minas abren, luego cierran, y luego reabren con nueva administración y nuevos procedimientos. Su supervivencia es un baile cuidadoso en medio del cambio, un balance entre mantener la tradición y aceptar las oportunidades que surgen, reconociendo una inesperada, pero necesaria, puerta abierta.Originalmente, nuestras reuniones semanales fueron propuestas como un taller de redacción, con la intención de enfocarnos en recolectar las leyendas y anécdotas individuales de las singulares comunidades de Mineral de la Luz y Sangre de Cristo. Una vez que notamos que muchos de los participantes tenían limitadas habilidades de escritura, decidimos grabar sus recuerdos para transcribirlos después. Entonces revisamos las historias como grupo y trabajamos para hacerlas más suaves, más legibles. El resultado de nuestro cambio de enfoque, de narraciones escritas a narraciones orales, fue inmensurable. Los participantes compartieron sus historias sin las limitaciones o restricciones de sus habilidades personales de escritura. Las historias habladas mantuvieron las características sutiles de los individuos involucrados con más claridad que la que un texto escrito podría lograr. Al tiempo que nuestro proyecto evolucionaba, los participantes mejoraban poco a poco sus habilidades narrativas, tomando en cuenta el desarrollo de la historia, la claridad y la velocidad de su discurso. Nos brindaron detalles adicionales necesarios y decidieron eliminar repeticiones, que a veces resultaban innecesarias. Las sesiones fueron tomando una atmósfera de celebración con participantes de todas las edades, desde miembros ancianos de la comunidad hasta niños, sin sentimiento de exclusión. El ánimo en el que se compartían estas historias era un regalo, un regalo ofrecido por respeto y reconocimiento a la delicada relación entre salvaguardar una voz única e individual y la necesidad de compartir sus historias con las comunidades que se encuentran más allá de su remoto pueblo montañoso. La luz de la tarde da paso al cielo nocturno. Lentamente, los camiones mineros le abren paso a más estrellas de las que pueden contarse. Las campanas de la iglesia resuenan.

6


7


Primeros Recuerdos

I.

Nací en 1927, a esta fecha me cuentan 85 años. Yo no soy de aquí,

yo soy de un rancho. Me vine pa’ cá, pa’ la Luz, a la edad de 7 años. Pero primero voy a contar la historia de allá, la historia de allá es bonita y yo quisiera contar la historia de mi rancho primero. Mi historia fue así: que me crié con tierra. Con tierra, ya no respeté ni la del panteón ni la de los adobes que hacían, nada. Pura tierra. Huerfanillo, yo no conocí mamá, Dios me dio licencia de arrastrarme por ahí y agarrar puños de tierra. Me ‘ingrí’ a comer tierra. Total, llegó el caso que me enfermé. Mi papá se apuró a traerme medicina y trajo medicinas de distintas y me las daba y… no. Me coció la leche con hojas de aguacate, que sabe re’ feo, es purga muy fuerte, y no… no vomité nada, quería que vomitara las lombrices. Y dijo: “A ese muchacho ya lo agarró la tierra y ya nomás hay que esperar a ver qué pasa más adelante.” Yo no hacía caso. Total que se me acabó la vista, como se me está acabando ahorita. Se me acabó la vista, creo por debilidad. Sí… la tierra sí da provecho, da nopales, da varaduces, da mezquites, da todo, hasta mazorcas. Pero no, decían: “Éste ya no.” Ya estaba yo panzón, así, gordote como marrano, por la tierra. Hinchado. Pasó eso y encuentra mi papá una señora grande, ya de noventa y tantos años. Se llamaba doña Gabriela. Hasta me impuse yo a decirle ‘tía’. Un día le dijo a mi papá: “Luisito, Luisito.”

8


Y mi papá le dice: “Mande usted.” ‘Mande usted’, esa era la palabra de más antes, ‘mande usted’. No ahora que responden: ‘qué’, ‘por qué’. No… ‘mande usted’. Y para saludar se decía: ‘buenas tardes le dé Dios’, o ‘buenos días le dé Dios’. Ahora nada más dicen: ‘buenos días’, ‘buenas tardes’. Decía mi padre que cuando dicen esas palabras, nomás de ‘buenas tardes’, le saludan al diablo. ¿Qué trabajo da de la otra manera? Mienta uno a Dios: ‘buenas tardes le dé Dios’. Es una palabra muy correcta, ‘buenos días le dé Dios’. Bueno, total, la señora le dijo a mi papá que me llevara con ella para que le cuidara los animales. Entonces, llegó mi papá y me dijo: –Oyes hijo, ya puedes caminar. Anda a cuidarle las vaquitas a la señora Gabrielita. –Sí, papá. –Mira, allí te van a dar centavos. Entonces gastaba uno el centavito, había centavitos: dos centavos pegados, cinco centavos pegados, 10 centavos. Centavitos. Ya me fui con ella, y me dijo: –Mira, hijo, ahorita te suelto las vacas. Ahí quédate en aquel lado, para que no se vayan para la otra propiedad. Me fui y en ese entonces traía un gabancito negro, de lana de borrego. Ustedes casi no la conocen, la lana de borrego. Lana prieta. Y estando ahí, me dije: “¿Aquí dónde voy a comer tierra?” Porque, con perdón de ustedes, allá era una nopalera y había puras suciedades de gente. Porque más antes no había baños. Entonces dije: “¿Dónde revuelco yo mi gabán?” Me revolcaba yo en los revolcaderos donde se revuelcan los burros, ya ves que dejan bien parejito, hasta que mi gabán quedara de otro color. La tierra por allá es blanca y el gabán prieto. Así que, después de revolcarme, lo agarraba y me ponía a ‘sorbe’ y ‘sorbe’ la tierra que tenía el gabán. Lo dejaba de nuevo negro. ¡Cómo me gustaba la tierra! Resulta que la señora grande se para y me dice: –¡Hijo, ven! 9


–¡Ahí voy! –Vente, ándale. Cómete una gordita. –Ay, tía… no, yo no quiero gorda, yo quiero tierrita, yo quiero tierrita. –¡Ay, hijo! ¿Qué te gusta mucho la tierra? –Sí, la tierra es mi vida, la tortilla ya no. –Mira hijo, te voy a acomodar tu banquito para sentarte. Me acomodó un banquito de una piedra o de un palo. Quién sabe de qué era, era lo que se usaba antes para sentarse. Ya me sentó y me dijo: –Hijo, mira… ponme cuidado a mi vista, ponme cuidado a mi vista. –Ay, caray -dije-, ¿pues qué querrá? –Mira, hijo, no parpadees… ¿Así que te gusta mucho la tierra? Yo con los ojos pelones, viendo su cara de ella. Me cansaba, pero no me podía voltear. –Mira: ya sabes que la tierra produce mucho. ¿Por qué crees que caminamos? –Pues quién sabe tía. –Pues porque tenemos humedad en el estómago, ¡tenemos sangre! Tenemos, mira -y se tocaba la panza-, tenemos humedad. La tierra produce muchos, muchos árboles. Cuando le das el bocado a la tierra, ¿no sientes que se te van algunas raicitas como unos cabellitos? –Sí tía, un día me saqué una gruesecita, como hebra de hilo. Le di un trago a la tierra y la raicilla quedó de fuera, hasta me talló. Sí tía, ¡hasta me sacó un susto! –Pa’ que veas hijo, déjame tentarte tus costillas –y me tentó aquí en la panza-. Mira, aquí está el hueso, aquí está blandito, mira… por un lado del ombligo. Como yo era muy cosquillento, pues me tentaba y yo le sacaba, pues tenía cosquillas. Entonces, resulta que me dijo: “Mira, hijo: la tierra produce varaduces, produce mezquites, huizaches… pa’ no 10


alargarla, produce nopales. Esto es lo más sencillo, ¡el nopal! ¿No te has fijado que por donde uno va, van saliendo de la tierra? Así… van saliendo de la tierra. Para que veas hijo, mira: si te sale tu nopal aquí, por un lado de tu ombligo, va creciendo, va creciendo el nopal con tu humedad y sube arriba de tu cabeza. Si se llena de tunas, ¿Cómo las vas a alcanzar? ¿Cómo las alcanzas para comértelas? ¿Cómo? Otros se las van a comer y tú cargando el nopal por donde andes. Tú vas a cargar el nopal y los otros son los que se lo van a comer. “¡Ah! -me quedé pensando-, de verdad que sí.” Los nopales se llenan de tunas alrededor de la penca… así es que van a comérselas los otros, y yo cargándolo. Y como Dios me dio licencia, ese fue el remedio para no comer tierra. Llegué con mi papá y le dije: “Papá, ya no voy a comer tierra.” –¿Por qué hijo? –Porque mi tía dice que me va a nacer un nopal y no me voy a poder comer las tunas que dé y los otros se van a subir a comérselas. –Ah… pa’ que veas hijo, pa’ que veas. Eran viejos consejos de viejitas antiguas.

II. Pues yo… cuidar a los animales, a las reses. Estaba pequeñito, tenía 5 años cuando empecé. Era mi obligación, pues si no había quién las cuidara yo tenía que cuidarlas. Tenía mis otros hermanos, salían ellos a trabajar y entonces yo me quedaba con los animales. Me aventé siete, ocho años cuidando a mis animales. A la escuela, pues, de repente iba y de repente no. Porque no había la manera de estar en dos lugares al mismo tiempo. En ese entonces, si yo tenía hambre, pelaba los nopales y me los comía. Cargaba una tacita, así, pequeña, en mi mochilita y agarraba una vaca y… sssss, la ordeñaba, o me arrimaba a los magueyes que 11


habían quebrado por ahí y entonces iba a llenar mi botella de aguamiel. No… pues para mí, mi infancia fue muy bonita. Muy bonita. Tortillas, las tortillas que me hacía mi madre, así grandotas, quebradas en el metate. Para mí fue comida de lujo.

III. Me acuerdo de niña, muy chiquita, como quien dice, de bebé, cuando descubrí que mi papá tenía sus ojos de color; porque yo a todos les miraba sus ojos igual. Y mi impresión fue cuando yo le vi, a mi papá, sus ojos de color azul.

IV. Mi papá sembraba maíz y frijol. Vivimos agusto con mi papá y mi mamá. Teníamos una huerta de durazno y uno de mis hermanos, que era muy listo, hizo una huerta de chayotes. Era mucho trabajo, pero mis recuerdos de entonces son bonitos, muy bonitos, Era bonito estar chiquita y vivir con ellos. Uno conoce a sus papás jóvenes. Yo me acuerdo cuando mi papá estaba más joven. Cuando mi mamá estaba joven y se ponía su delantal, preparaba las tortillas, se lavaba sus manos hasta el codo y muy peinada haciendo tortillas. Para hacer el queso, también se lavaba las manos casi hasta el codo. El queso era fresco. Es bonito el recuerdo, ¿verdad? No había juguetes, pero hacíamos monos de trapo, porque no había juguetes. Hacíamos la cabecita, entonces le ponía uno el vestido de otro color, de otra tela para que se notara. Para jugar a los trastecitos, pues eran tepalcates, de donde hubiera, por ahí, de donde hubiera cazuelas quebradas. Eso era el juguete que había. Mis hermanos hacían sus carros de órgano de nopal. Había entonces unas 12


rueditas de lámina, con eso y con un ganchito hacían sus cochecitos, las ruedas corrían en el camino cuando lo jalabas con el ganchito. En las noches se juntaban, vecinos, primos, y jugábamos a ‘los encantados’. También jugábamos a ‘los pajaritos’. Así, por ejemplo, yo era una calandria, aquél era un gorrión, aquélla un cenzontle, y estaba otro nada más adivinando: “Vengo a buscar… al cenzontle.” Y entonces salía corriendo el que era el cenzontle, hasta que el otro lo atrapara. “Vengo buscando… un gorrión.” Y salía el otro que era el gorrión y también, hasta que lo atraparan. Así era, porque nadie tenía juguetes, a eso estaba uno acostumbrado. Jugábamos en la noche, un rato, en la oscuridad. No tuvimos miedo.

13


14


V. No teníamos agua en la casa. Salíamos a lavar en lo que son los ríos, a donde hubiera agua, pero lejos. Y ese día me dejaron en la casa y se fue mi hermana, porque nada más somos dos mujeres. Se fueron a lavar al río, hagan de cuenta, salían a las 11 de la mañana y regresaban como a las cinco o seis de la tarde. Entonces, ya iba haciéndose un poco tarde y nos dejaban el fogón para poner los frijoles. Para cuando regresaran, pues ya que estuvieran, ¿no? Yo hacía el quehacer de la casa, lo que podía hacer, a mis siete años. Y a esa edad, pensé: “Van a llegar y no van a encontrar comida.” Entonces, como estaban los frijoles, me puse a hacer una sopa, recuerdo que había una pasta que se llamaba ‘petatillo’, un cuadrito con piquitos. Y vi esta pasta y me puse a hacerla. Ya estuvo mi sopa, ya estaban los frijoles, pero luego me decía yo: “Mi mamá también hace chile de molcajete.” Y agarré el chile y los tomates y los puse a asar. Entonces cuando yo hice aquella comida llegan mi mamá y mi hermana como a eso de las cinco o seis de la tarde. Y le dice a mi hermana: “Tú tiende la ropa y déjame ir a hacer algo de comer.” Y yo me acerco a ella y le digo: “Es que yo ya hice de comer”. Pero yo con aquel miedo porque ella, si no hacíamos algo bien, ella siempre nos golpeaba. Entonces, yo con aquel miedo de decir, a lo mejor no me va a quedar bien y me iba a regañar. Me acerqué y le dije que ya estaba la comida. Agarra y va a la cocina y ve que ya estaba la comida y sale muy contenta y le dice a mi hermana: “Ay, pero si ya tu hermana nos hizo de comer.” Me dice: “Ya mi muchachita no nos deja morir de hambre.” Fue una motivación, al menos para mí, el que mi madre no me hubiera regañado y que le gustara la comida que yo hice. Para mí fue un gusto, me sentí muy contenta de lo que yo hice para ayudar en la casa. Porque a nosotros no nos dejaron disfrutar la niñez, porque fue mucho trabajo y ayudar a los papás. No, nada. Ahora si que era puro trabajar y trabajar, no nos dejaban jugar, a las seis la mañana y levántate. 15


VI. Pues cuando fui a dar con mi esposo, yo francamente le tenía miedo a los animales, a las reses. Yo sí les tenía miedo, casi salía huyendo. Me fui con él los días en que sembraban, y luego dice: “Ándale, ¿sabes qué? vamos a ir a sembrar, voy a uncir la yunta.” Yo volteaba para todos lados para saber cuál era la yunta. Había dos bueyes negros y uno era malísimo. Miren, no son mentiras, nos echó en carrera que yo creo que de ahí brincamos para abajo, estaba hondo, pero era pura arena. No nos pasó nada, nos escondimos, porque si no nos ‘corneaba’ el buey porque se nos dejaba ir encima. Para uncir ese buey necesitaban de amarrarlo de los cuernos a un árbol, para ponerle las coyundas, se llaman coyundas, para luego amarrar el yugo, así se llama lo que se les pone atravesado para amarrarles el yugo la primera vez. Luego, ya tenían el yugo, ya lo habían asegurado, amarraban al otro de los cuernos bien para poderlo amarrar al otro y así fue. Como le acabo de decir, nosotros nos criamos muy humildes. Comíamos los frijolitos con chile, con tortilla, con atole de maíz, con nopales, con aguamiel. Mmm, al aguamiel no le ponía uno ni agua ni azúcar ni nada, pero quedaba dulce aquel atole con el aguamiel de los magueyes. Quebraba mi suegro magueyes, así se dice. Se les hace un hoyo y luego ya, con el tiempo, se va hondeando el hoyo, porque va uno raspándole con el raspador, que es una cucharita de fierro. Cada que va uno a sacar el aguamiel, le raspa uno para que vuelva a dar más y para que no se sequen. Nosotros tomábamos mucha aguamiel cuando yo fui a dar con esta gente. Después hubo animales también y pues leche. Hacía una olla de jocoque así de grande para darle de almorzar a mis hijos. Cuajaba, me enseñaron a cuajar la leche, y luego que ya estaba cuajada se junta, se va haciendo bolita, bolita. La leche iba quedando como agua, le nombran suero a eso. Entonces yo, cuando miraba que ya se estaba juntando la leche en bolitas, yo iba apretando, apretando, apretando y la sacaba de donde estaba y la echaba a otro traste para 16


que se volviera a escurrir más. Ya de ahí, le daba otra apretada hasta que ya no saliera suero. Ese suero uno lo ponía a hervir, soltaba otra cosa que se le nombraba requesón. Y es también como bolita, ¿verdad?

VII. Duré 63 años de casada con mi marido. A él lo conocí por un hermano mío que conoció a una hermana del que fue mi marido. Se hicieron novios y luego él se la trajo. Mi cuñada y su familia eran de un rancho no muy lejos de aquí, y allá le veneran su fiesta a la Santa Cruz, cada 3 de mayo. Mi hermano iba a ir con mi cuñada a la fiesta de la Santa Cruz, y antes de irse le dice a mi mamá: –Deje ir a mi hermana con nosotros, mamá. – No… no va. –Déjela ir, mamá, ya ve que nunca sale a ningún lado. Y después de un rato de decirle y decirle: –Bien, pues, que vaya. Ese día me dio 25 centavos para ver qué compraba allá… y me fui. En ese entonces, andaba un muchacho pretendiéndome, él tampoco era de aquí. Bueno, yo ya estaba en la fiesta, cuando se me cae mí peineta, usaba yo peineta grande y se me cayó la peineta. Yo no me di cuenta, pero la levantó el que después fue mi esposo sin hacer nada, sin regresármela, nada. Después se acercó al que me estaba pretendiendo y se pusieron a platicar, allí, afuera de la iglesia. El que después fue mi esposo le dijo al que me estaba pretendiendo: –¿A poco tienes novia aquí? –Sí, y ¿a poco tú también tienes novia aquí? –Sí, aquí traigo la peineta.

¡La peineta! Y sin haber hecho nada, sin ser nada, sólo porque se bajó del burro a juntar mi peineta ya decía eso, pero con eso él ganó. Ahí me dejó a mis hijos. 17


18


19


VIII. Yo tengo muchos recuerdos, y sí, yo sí quiero soltar uno de estos. Quiero compartir esto: Yo recuerdo de cuando, pues, estábamos pobrecitos, ¿verdad? Estábamos yo y mi hermano en el cerro con las chivas y vacas y todo eso. Me acuerdo que mochábamos las pencas del nopal, del maguey y las partíamos a la mitad y les quitábamos las espinas. Y todo fue en este tiempo, cuando era tiempo de lluvia estaba el pasto muy verde, el cerro estaba muy verde y las partíamos a la mitad y buscábamos las inclinaciones y nos subíamos en las pencas y era el cochecito que nos divertía todo el día. Resbalaba. No teníamos carritos. Ese era nuestro juego en el cerro. Las chivas se iban a andar por ahí y nosotros divirtiéndonos con eso, con el nopal. Jugamos mucho con eso. Nosotros tuvimos una pobreza tan triste que cada cosa que nos pasaba. Cuando andábamos de chiveros me acuerdo que yo y mi hermano estábamos jugando aquí en la tierra blanca que había antes, porque era puro desperdicio de la mina. Antes estaba muy grande el terreno de toda la tierra que había ahí, en la tierra jugamos muchísimo. Casi todos los de aquí, de La Luz, de Mineral, de San Pedro; de dondequiera se venían a divertir. Y ahí nos divertíamos mucho. Y andábamos pues con las chivas. Y nos pusimos a jugar ahí. Hicimos carreritas, pues, así en la tierra hicimos las carreteras y nuestros carros eran los zapatos. Nos quitamos los huaraches y eso era el carro que traía cada quien. Y luego, ¿qué cree que pasó? De tantos que andábamos jugando con ‘carros’, se nos perdió uno. Era el único huarache que tenía yo y nunca lo hallamos. Tuvimos que llegar a casa. Llegué con nada más un huarache. Y viera la ‘friega’ que me pusieron porque se me perdió. Pero sí, sí se divertía mucho ahí.

20


No tuve clases. No sé leer ni escribir. El asunto fue que nos mandaron a la escuela, pero yo y un amigo nos quedábamos a medio camino jugando canicas. Una vez veníamos con los libros aquí en la mano porque no teníamos mochilas. No teníamos nada con qué cargarlos. Cargamos los libros así, abajo del brazo y venía un camión de los que vienen de Guanajuato a Cristo Rey y nos subimos, como dicen, ‘de mosca’, y ¿qué cree? que no se paró el camión. No se paró. No se daba cuenta de que nos habíamos subido. No se paró el camión. Por allá por donde está el panteón se dejó caer el primero, el primer compañero que iba conmigo. ¡Serio! y yo lo vi rodar en la carretera, y se paró y yo estaba todavía agarrado ahí. Él iba corriendo detrás del camión a ver dónde caía yo. Y yo no me dejé caer. No me soltaba, si no me pasaba lo de aquél. Me fui bajando pasito a pasito, pero arrastrando los pies y ¿qué cree? que cuando me solté pasó lo mismo, me fui rodando todo tallado, todo raspado de la espalda. Fue la última vez que hice eso y la última vez que fui a la escuela. Y ya cuando llegué aquí, llegué sin zapatos porque toda la suela de los huaraches se acabó. Y todos descalabrados, todos sangrados nos fuimos a un río a lavarnos.

IX. Yo todo el tiempo cuidaba chivas o vacas. Por parte de mi papá o mamá. Dondequiera anduve prestado o rentado; primero con unas personas y luego con otras. Duraba un año o dos con aquél, dos años con el otro. Mucho tiempo duré yo allí en el cerro. Yo me acuerdo cuando vivíamos aquí en Villarín, allí teníamos las chivas y yo salí temprano con ellas, aquí en el lugar que le decimos ‘el Tinaco’. Yo andaba con las chivas. Como dijo mi hermana, en aquellos años, estaba todo obscuro, no había luces, todo estaba obscuro: San Pedro, Sangre de Cristo… todo estaba obscuro. 21


Para entonces yo no había escuchado ningún ruido, pues así, como de propaganda; pero sí había yo escuchado algo de la historia de Juan Diego. La historia de Juan Diego que brincaba en el cerro para llegar al lugar donde estaba el doctor para su abuelo o su papá o su tío, no sé, no me acuerdo. Y él decía que le hablaba una voz, que le hablaban de verdad. Él escuchaba, según la historia. Y ¿qué cree? Yo andaba con mis chivas. Entonces, yo nunca había escuchado una propaganda, nunca había escuchado un ruido de los que vienen anunciando que ‘pomadas para los dolores de rodillas’. Nunca había escuchado nada de eso. Y créamelo, yo nada más andaba con mis chivas, aquí en ‘el Tinaco’, cerquita; cuando escuché ese ruido muy lejos. Yo me imaginé a Juan Diego. Estaba la propaganda en La Luz, p’ allá; pero yo, al oír este ruido, yo pensaba que me hablaban de arriba del cielo. Entonces, cuando yo escuchaba eso, me dije: “¡Es la Virgen! ¡Es Dios!” Porque yo nunca había escuchado un ruido de esos. ¿Qué cree que pasó? Venía saliendo p’ acá, de la Luz p’ acá, el ruido. Yo lo oía siempre más cerquita. No sé… la ignorancia, no sé… Me dejé caer, hincado, de rodillas, buscándola. Yo me imaginaba que era la Virgen, de veras, que era Dios, porque nunca había escuchado un ruido de esos. Allí en el mero cerro hincado, de rodillas, buscando quién me hablaba. Cuando va pasando un carro, allá para el panteón. Un carro que iba con su ruido. Pasó el carro y llevaba esas bocinotas allí e iba gritando. Ya me paré yo. Pos’ nomás me miraban las chivas, ¿quién más? X. Les puedo platicar del gato. Estaba muy chica, y mi mamá desde muy chiquita me ponía a hacer el quehacer, a mí y a otra hermana. Desde muy chiquitas nos íbamos hasta La Luz a llevar una cubeta de nixtamal para hacer tortillas. Apenas podíamos cargar la cubeta, 22


porque estaba grandecita. Un día hacía tortillas mi hermana y otro día yo. Y un día que me tocó a mí, me dice mi mamá: “Ándale, te toca hacer las tortillas.” Yo decía: “Todo yo, todo yo.” Era bien rezongona y esa vez estaba bien enojada porque no tenía ganas de hacer tortillas. Donde hacíamos las tortillas no estaba alto, estaba en el piso, junto al fogón, donde poníamos el comal y la leña. En ese entonces mis papás tenían chivas; ordeñaban las chivas, les sacaban leche diario en unas cubetas. Llegué ahí, cerca del fogón, y junto estaba la leche que acababan de sacar. Entonces agarré la leña y la aventé a las cubetas y pues tiré toda la leche. Se me quitó hasta el coraje. –“¡No! –dije– ¡Me van a pegar!, ¿qué hago, qué hago?” Había un gato… pues yo le eché la culpa al gato. Dije: “¡Mamá, mamá, venga, venga! ¡Ya tiró el gato toda la leche!” Y mi mamá con unas malas palabras dijo: “¡Gato! Hijo de su…” Y yo le dije: “Es que brincó el gato, mamá… y la volteó.” Pero antes de hablarle a mi mamá, yo le pegué al gato, para que me creyera la historia. Yo le pegué con un palo. Creo que le pegué muy fuerte, porque el gato se quedó tirado. Entonces yo pensé: “Ya tiré la leche y ya maté al gato.” Entonces yo agarré el gato y lo eché detrás de unas cajas. En eso llegó mi mamá y dijo: “¿Pa’ dónde ganó el gato?” Yo le dije pa’ donde y ella se fue tras él. Cuando mi mamá salió, me puse bien contenta a hacer las tortillas. Luego fui a buscar al gato y ya no estaba, se había ido. No estaba muerto. El pobre gato… yo tenía como unos diez u once años.

XI. Otra vez, como llegaba una peregrinación, que va a San Juan que se quedaba en el llanito, y nosotros íbamos de niñas a ver qué nos daban los hermanitos, así se llaman entre ellos los que van a San Juan, ‘hermanitos’. Yo fui a ver que nos daban los sanjuaneros. Traían atolito y muchas cosas más. Y luego me dice uno: “Ay, hermanita, ¿no 23


tendrán en tu casa leña? ¿No nos pueden vender una brazada de leña?” Y fui a hablar con mi papá: “Dicen los hermanitos que si no les vende leña.” Mi padre era muy buena gente y agarró una buena brazada de leña y me la envuelve y me dice: “Llévaselas, no se las vayas a cobrar.” Y yo pensé: “¿Cómo no les voy a cobrar? No, no es justo.” Agarro la leña y allí voy con mi leña. Y me dice el hermanito: –¿Cuánto es? –Lo que sea su voluntad. Más antes usaban unos ‘veintes’ bien grandotes, unas monedas bien gruesas y grandes. Pues me dieron una de esas. ¡Uy!... pues me fui bien contenta con mi moneda. Llego y me dice mi madre: “Lávame los trastes del lunch.” Porque diario le echaba la comida a mi padre para su trabajo, él era albañil y trabajaba en Cristo Rey. Entonces, para poder lavar los trastes, me eché el veinte a la boca para que no lo fueran a ver. Ya estaba lavando los trastes y ¡ándale! Que se me va más pa’ dentro la moneda. ¡Ya me estaba ahogando! ¡Me estaba ahogando por mentirosa! Me dijo mi papá que no les cobrara la leña. Y luego chico gritote que eché, para que vieran que me estaba ahogando que mi padre me ve, dice: “¿Qué tienes?” Y yo le dije: “El veinte.” “¡Ándale, ándale!” Y ahí andaban ‘bocabajeándome’ para sacarme el veinte, pues ya lo sentía acá en el cuello atravesado. Hasta quedé cansada de haber sufrido. Y me dijo mi padre: –¿De dónde agarraste esto? –Es que el hermanito me pagó la leña. –No te dije que no le cobraras. –Es que él me dijo que sí, él me dijo que sí. Yo no quería papá, y no quería. Pero él me dijo que lo agarrara y pues yo agarré el veinte. Las cosas que hace uno mal, salen mal.

24


XII. Yo no tuve quince años porque éramos muy pobres y mis padres no tenían los recursos para darnos ese gusto. Yo tengo una tía que tiene una hija que es igual que yo, de la misma edad. Entonces, ella me dijo: –No te preocupes, te vamos a hacer tus quince años junto con tu prima. Se los vamos a hacer juntas. Quince años es como una fiesta que les hacen a todas las muchachas como para decir que pasó de niña a mujer. Es una tradición para decir que ella ya es adulta. No es una niña, es una señorita. Yo entonces andaba bien contenta. Pero resulta de que mi prima, que es de México, se vino para acá, se vino con mi mamá unos días antes de los quince años y aquí un muchacho se la llevó. Se fue de catorce años. Entonces mi prima se casó y pues ya no me hicieron nada a mí. Me quedé con las ganas de tener quince años.

25


26


El Catrín

D

on Heriberto Morales, que le decíamos el Catrín, para que todos tuvieran trabajo, le daba dos días a cada quien, dos días a éste y dos días a aquél. Le daba dos días a cada persona para que tuvieran algo que darle a su familia de comer. Muchos le sacaban a ir a la mina cuando el difunto Catrín les decía que fueran, porque donde sacaban a uno de la mina era como una olla, no era una balsa como ahora, era una olla redonda, así como un bote. Esa era ‘la balsa del Refugio’, porque la mina así se llamaba, ‘Refugio’. Esa olla no tenía guías que la ayudaran a subir y bajar derechito, uno iba vuelta y vuelta. Cuando iba con gente pa’ bajo, iba como volantín. Entonces Don Heriberto, cuando ya tenía bien su trabajo, ocupó mujeres para que escogieran lo que era bueno y apartaran lo que no servía. A estas mujeres se les conocía como las ‘galereñas’… eran en total como 6 mujeres. El Catrín se murió aquí en la Luz, en una carrera de caballos.

27


En esa carrera de caballos, salieron los dos caballos parejos. El difunto Catrín tenía ‘vedores’, tenía ‘vedores’ que vieron cuál caballo picaba primero en la raya al salir. Pero salieron igualitos los caballos, nadie levantó la mano. Al final le dieron el ‘gane’ a la yegua de Pancho, con tantito, con el que le llaman “piquete”, y el difunto Catrín, por su ley, porque era el mero capataz de aquí, les dijo: “No, señores: salieron parejos y parejos se dan. Y si quieres Pancho, aquí nos matamos.” Se puso uno de este lado y otro de aquel lado y se tiraron balazos el uno al otro. Primero, Pancho disparó, agujeró todo al Catrín: “¡Ay, Pancho! ¡Ya me diste!” Y le brotaba la sangre al Catrín. El otro se quedó parado, asustado, andaba dando servicio en el gobierno, andaba de conscripto. Al Catrín se le salieron las tripas por acá, por detrás. Pero como el Catrín se recargó en una pared, enfrente de Santa Clara, ahí sentado se sacó la pistola y ¡paaa! Con uno tuvo Pancho. Ahí se quedó Pancho también, se quedaron los dos. Esa es la historia del difunto Catrín, que es de aquí, del Mineral de la Luz. Él era de aquí y esa es la historia verdadera.

28


29


La Llorona

I.

Y

o andaba enamorándome en ese entonces. Tenía mi trabajo allá en la mina y pues traía un buen animal, una buena yegua. La yegua me avisaba cuando alguien me estaba esperando o cuando me querían asaltar, luego, luego, la yegua orejeaba, así, una oreja pa’ trás y la otra pa’ delante. Yo andaba ahí en la silla y alisaba a la yegua: “¿Y ahora qué traes? ¿qué miras?” Pues no me iba a responder el animal… nada más me prevenía. El callejoncito estaba obscuro, había un árbolote que hacía una sombrota. Pues ahí me va saliendo una mujer: bien bañadita, bien relumbrosa, hasta iba sacudiéndose su pelo, de donde le iba escurriendo el agua. Entonces luego, luego se me fue la vista, dije: "Ah...¡Qué bonita mujer! Y le hablaba a la yegua: "Apriétale para alcanzarla." Ella iba adelante. La alcancé, pero como que no se dejaba alcanzar, porque se me resbalaba. La agarraba de la espalda: "¡Párate, hombre! ¿Quién eres?" Pero no me daba la cara a ver. Cuando bajamos al terrero, al arroyo del Chino, que lo nombran porque no había todavía el caminito ahí debajo de Santa Clara para pasar al otro lado nomás oí un derrumbadero, se derrumbó el cerro y ahí se me desapareció. “¡Ah caray! -dije-, esa era la cosa mala.” Le di a la yegua y brinqué p’ al arroyo, p’ al otro lado de la carretera. Cuando iba a media carretera, tiró el lloridote, ahí por abajo, por el Chino. Ahí dio el gritote: ¡Aaaaaaaaaah! ¡Larguísimo! Como si chiflara… era la Llorona. 30


II. Esta es la historia de un joven de aquí. Yo le estaba preguntando si creía en la Llorona y me dijo que él sí creía en la Llorona, pues dice “de hecho, yo sí creo, porque a mí me llevó, pero no sé exactamente si era la Llorona”. Dice que venía por las calles de aquí abajo, cuando miró a una muchacha muy bonita, pero vestida de negro. Dice que la muchacha le empezó a hablar y que se fue tras de ella. Ella caminaba, pero él nunca la pudo alcanzar. Era muy bonita. Él la quería alcanzar y ella seguía andando y se lo llevó, lo llevó hasta una parte que le decimos el Refugio. Dice que cuando llegaron ahí, empezaron a ladrar mucho los perros. Me dijo que ya casi alcanzaban Silao, pero que los perros lo despertaron, porque dice que no sabía ni qué, cuando luego, luego lo despertaron los ladridos. Sintió, dice, como si hubiera despertado de un sueño, que cuando los perros ladraron ya iba hasta allá, hasta el Refugio. Cuando se despertó, se le desapareció la mujer. Dice que estaba muy bonita, pero no le vio la cara. Dice que no sabe si sería la Llorona o qué sería. Pero eso pasó ahorita, en estos días, hace poquito. Estábamos platicando mis hijos, mi esposo y yo sobre la Llorona y yo lo que les digo es que yo no creo que la Llorona haga un mal, o sea, no, no asusta por mal. Ella sí, es verdad, ahogó a sus hijos en el río y llora por sus hijos, pero no para hacer el mal a nadie. Aparte, a los hombres se los lleva a lo mejor porque quiere hacer un bien, que, a lo mejor, quiere que recapaciten, para que no anden en las noches ya tan noche tomando y en los peligros, porque ella nunca ha hecho nada malo. Nunca se ha oído que mató a alguien, no, nada de eso. Nada más se los lleva y ya cuando reaccionan, se desaparece. Dicen que parece que es como un sueño y los que la han visto dicen que tiene una cara de mula, de caballo. 31


III. Yo creo que sí existe la Llorona. Dice mi esposo que él antes tomaba mucho y que en uno de esos días andaban unos cinco o seis tomando en Mexiamora y que él se quedó dormido en una camioneta en la que andaban y los demás decidieron ir a Sangre de Cristo para echarse otras. Dice que les pasó cada cosa, que esa vez estaba la luna como si fuera de día, que alumbraba re’ bonito y que él despertó y se bajó de la camioneta, se quedó parado y oyó como si alguien le hablara, que entonces volteó y parada ahí, en una covachita, estaba una mujer muy hermosa de pelo muy largo. Dice que vio que le hizo señas como llamándolo y él fue. Y que se preguntaba: “¿Y ésta, de dónde salió?, ¿quién es que nunca la había visto por ahí?” Que no le hablaba, nada más le hacía señas y que ella empezó a caminar para abajo; que era el tiempo en el que llovía mucho y que ella no le daba la cara, nada más le hacía señas y se iba. Que él se empezó a sentir mal porque pensaba que no era cosa buena, ya que iba por el río y que él decía: “Bueno, ¿cómo le hace ella?" Pues había agua, palos, estaba feo el río y que llegó un momento en el que ya no volteaba hacia ella, que empezó a sentir un escalofrío en todo el cuerpo y que dijo: “¡Padre santísimo, esto no es bueno!” Y que ya no quería voltear para donde ella iba. Y que dijo: “¿Por dónde voy?, ¿pues dónde ando?” Se muere uno por la impresión, por el susto.

32


IV. La Llorona es una mujer como ustedes. No asusta porque no da la cara, pero dicen que se hizo mula. Cuentan que se volvió así porque tiró a sus hijos o los abandonó, los dejó en el río. Ella los ahogó en el río. Se habla de ella por lo que hizo con sus hijos. Por eso ella siempre anda sobre los ríos. Buscando, supuestamente, a sus hijos en el río. Antes se oía que gritaba: “¡Ay, mis hijos!” Como si buscara a sus hijos. Eso es lo que yo tenía entendido. Era una mujer normal. Pero tiró a sus hijos al río. En aquellos años que era chivero, bueno, yo a la Llorona no la conozco ni nunca la he visto, pero a mí lo que me pasó cuando estaba con las chivas, que llegaba aquí a un río que le decimos “El Rancho Viejo”. Iba con mis chivas y las chivas iban para el cerro. Y yo llegaba a ese río y ahí me entretenía. Los ríos de antes tenían mucha agua. Me entretenía haciendo presitas y zanjas a la orilla del río; allí estaba yo bien entretenido, allí me la pasaba todo el día y las chivas iban y regresaban. Y yo allí. Y al lado de debajo de donde yo estaba, allí haciendo mis juegos, había un charco grande, muy grande que alrededor tenía mucha hierba y yo jugando, haciendo mis carreteritas, haciendo mis ríos y presas, jugando allí. Cuando de repente, empecé a oír como un ruido entre las hierbas, algo caía en el agua. Como si anduviera un animal nadando, ¡harto ruido que hacía! No hacía caso de eso, yo estaba en mi juego. Cuando después de mucho rato de escuchar que andaba nadando aquello, pues me levanté y ahí voy como pude, estuve quitando ramas para fijarme a ver qué había abajo. Entonces vi que una persona con cabello largo estaba sentada. Yo nada más vi la espalda. En el mero charco, en el mero día. Yo la vi de espaldas, bañándose toda, y haciendo un ruido grande con el agua. Cuando yo intenté dar la vuelta para verla, nada más escuché un ruido en las hierbas y se perdió. Ya no la vi. Se perdió. Yo por eso digo, a como cuenta la gente, que la Llorona se aparece y se deja ver así, que con cara de mula, que yo eso no vi, estaba de espaldas. 33


34


35


La Mina

I.

L

es voy a contar un poquito de mi papá, él nos platicaba que su mamá era de un rancho que se llama “La Cuesta” y que ella venía a vender, de muy joven, gorditas en canasta y tortillas. Aquí se encontró a mi abuelito, se casaron y aquí vivieron. Siempre fueron carniceros. Mi papá quedó huérfano de tres años, él fue el último de sus hermanos. Entonces mi tío, el más grande, decidía por mi papá, porque mi papá se quedó huérfano de papá. Luego, cuando llegó el tiempo para que mi papá empezara la escuela, nada más fue un día, porque mi tío decidió que servía mejor cuidando los animales, que eran vacas y chivas. Entonces mi papá se fue a cuidar los animales. Así estuvo, cuidando animales, hasta la edad de 12 años. Después se enfadó de cuidar animales y se fue a trabajar con el difunto Catrín que era quien les compraba el metal a los mineros. Él compraba todo lo que escogían los mineros, por eso andaba él muy catrín, porque tenía dinero. Decía mi papá que como el Catrín lo miró que estaba muy chico no lo metió tan profundo en la mina sino que lo enseñó a conocer el oro y la plata. Pasó el tiempo, mataron al señor, al Catrín, y mi papá se fue a trabajar a México al Auditorio Nacional. Ahí trabajó mucho la obra, se llevó a mi mamá con mi primer hermano, pero a ellos no les gustó la ciudad y se vinieron. Trabajó también en la carretera Dolores Hidalgo-Guanajuato. 36


Después, él anduvo trabajando aquí y allá, pero ya por aquí cerquita. En este tiempo las minas estaban todavía cerradas, pero en los 70’s llegaron unos ingenieros a abrir las minas para ver si encontraban de nuevo vetas, sólo que ya no con maquinaria de antes, sino con maquinaria más moderna. Entonces entraron a trabajar muchas personas de aquí con mi papá a la mina, pero no encontraban el metal. Mi papá nos contó que un día los ingenieros dijeron: “¿Saben qué? ya vamos a cerrar, porque no encontramos la veta buena.” Mi papá decía que él lo sentía mucho, porque se iba a quedar mucha gente sin trabajo, y de por sí el pueblo ya estaba casi solo. Entonces mi papá les dijo: “No, miren espérense, sí lo vamos a encontrar.” Pero muchos dijeron: “¿Sabes qué? no, esto ya no va a funcionar.” Sólo un ingeniero sí creyó: “Yo sí te creo. Te voy a dejar herramientas para que sigan trabajando, a ver qué sacan.” Unos se quedaron ahí con mi papá trabajando. Entonces se dio el día, en el mes de octubre, que de tanto buscar, sí la encontraron, encontraron una veta enorme de oro y plata. Entonces, mi papá fue y le avisó al ingeniero que ya había salido el oro y la plata. Vinieron los ingenieros a ver y entonces se volvió a hacer el trabajo muy grande. De ahí en adelante, hubo mucho trabajo de vuelta; hasta que, no recuerdo bien la fecha, se volvió a cerrar la mina. Pero sí, duró mucho tiempo abierta, luego se cerró, hasta que empezaron a venir contratistas. La mina estuvo de mano en mano hasta que llegó Endeavour Silver, que es la empresa que está trabajando la mina actualmente. Por eso es todavía una fuente tan grande de trabajo para los de aquí.

37


II. Por un lado la mina es bonita y por otro lado es peligrosa. Mire, yo anduve con una compañía de unos americanos, que fueron de los primeritos que trabajaron la mina. Yo estaba mediano, pero estaba muy arruinado, muy flaco, así, falto de comida, de alimento, pues no conocí mamá. Lo que hacía era esperar los camiones cargueros que subían pal’ cerro, esos que cargaban en las tolvas el mineral y luego subían. Pero me acuerdo que cuando estaba muy joven, a mí me gustaba mucho echar ‘mosca’, pegarme a los camiones de carga de la mina para pasearme, pero a escondidas del chofer. Como hacían subida, ahí se paraban un tantito para meter la velocidad, porque era subidita, ahí mero me les colgaba y me subía arriba de la carga. Entonces cuando llegábamos a donde iban a descargar, ahí pesaban el camión con todo y carga, en San Pedro. Ahí rápido tenía que bajarme yo, porque ya pesándolo pues luego, luego, vaciaban el camión en el molino, nomás me atonto tantito y me voy en la carga y me muele junto con la carga. Entonces tiraba el brinco y me escondía. Cuando ya iban de regreso, me volvía a trepar. Después de esos americanos, vino otra compañía más pobre, una que no traía los instrumentos necesarios para trabajar, ahí trabajábamos a puro marro, a puro pulso. Total, llegué a crecer yo y empecé a meterme a la mina, n’ ombre ahí se hace un ratito el turno, me gustaba el trabajo, se iba rápido el tiempo. Pero una vez, mi compañero, que era muy bueno pa’ trabajar, pa’ pegarle al fierro, haciendo unos barrenos pegándole a un fierro; una vez, haciendo un barreno, yo le estaba dando la vuelta al fierro para echarle un buche de agua, para que entrara más rápido, pero yo creo que le hice la seña por su lado ciego, porque tenía un ojo apachurrado, y que cuando me acerco a echarle el buche de agua, que me da el marrazo y me quiebra todos los dientes. Eso es feo… bonita la mina, sí, pero cuando sale uno golpeado, eso es feo. 38


Después trabajé de muestrero, trabajé como un año de muestrero, pero la compañía quebró. Ya anduve de vuelta en mi campo, en mi cerro, trayendo leña en los burros, cuando el Jefe me fue a solicitar, me dijo: “Mire maestro, ya quítese de andar detrás de esos burros. Vengo a solicitarlo para que venga a trabajar aquí con nosotros.” La mina donde trabajaba el Jefe era Bolañitos, ahí estaba una compañía, Las Torres. Le dieron un contrato para ver si él podía encontrar vetas en la mina. Cuando ya abrió la veta, que ya la encontró, entonces se fue a Las Torres y le habló al ingeniero, porque ya los ingenieros lo querían correr, porque iba en obra muerta. No sacaba nada y la compañía estaba pagando los gastos de todo a todo y el dinero para pagar a la gente que traía el Jefe. Entonces, cuando lo encontró, se destapó todo un cuartón de veta, de la anchura de todo el tajo. Ahí llevó a los ingenieros y se metieron a ver. En el último disparo que hizo fue descubriendo la vetota de puro oro, puro bueno. Ahí fue cuando dieron el realce a él, le dieron fuerza. Él se creyó ya grande, “Yo ahorita mando hasta a los ingenieros.” decía el Jefe, “Ahorita soy más que ellos.” Porque le dieron la fuerza. Le dijeron: “Ahora sí, consígase la gente.” Y así estuvo, hasta hace poco, hasta que se retiró, porque ya estaba ‘cascao’, ya estaba enfermo de los pulmones, por todos los gases que absorbió él. Y fue por las ansias, las ansias que traía, porque a él ya lo querían correr, ya no le querían dar gastos, entonces cada que había un ‘disparo’, cada que había una explosión, quería correr a ver que habían encontrado. Entonces, cuando estaba negro de puro gas, de puro humo, él se metía y pues absorbía todo ese humo; ese humo hasta (con perdón de ustedes) lo absorbe uno hasta por detrás. Es muy dañino. Por eso le platico que la mina es bonita, pero también es fea, da castigos fuertes. Yo he durado porque no le entré derecho a la mina, los que le entran derecho se acaban rápido.

39


III. Antes los mineros trabajaban muchísimo, porque el trabajo lo tenían que hacer a mano, ahora hay muchos aparatos modernos, pero antes no. Cuando trabajaba mi esposo en la mina, no tenían estos aparatos. Él era ayudante de perforista; un perforista trabaja una máquina, con la que se va muy profundo en la mina. La primera vez que entró a la mina sí tenía miedo, tenía miedo a bajar. Pero ya después se acostumbró; incluso él, después, ya no quería salir de la mina. Se le figuraba que no se iba a mantener afuera de la mina. Le gustó. Es que la mina los ‘ingre’, como que se acostumbran ellos a la mina. Cuando ellos ya tienen mucho tiempo trabajando allí, se acostumbran a tal grado a la mina que fuera de la mina ya no están agusto.

Sienten

ellos

que

les

falta

algo,

porque

ya

están

acostumbrados a estar dentro de la mina. Mi esposo no quiere dejar su trabajo en la mina. Yo le estaba insistiendo de dejar la mina porque una vez, a él no le tocó, pero iban tres en la ‘balsa’, donde los meten y donde los sacan con malacate. Iban tres nada más, los iban a sacar. Estaba el capitán de la mina, el compañero de mi esposo y otro trabajador. Cuando los iban sacando de la mina, la ‘balsa’ se volteó. No iban muy alto, pero tampoco tan bajito. Se cayó el capitán hasta abajo. No se murió luego, luego pero duró en el hospital y se murió. Mi esposo dice que los otros se quedaron colgados de la balsa.

40


IV. Ellos cargaban una lámpara, decían ellos, de carburo. Entonces, esta lámpara que ellos llevaban, donde hubiera gas, gas de la misma mina, se apagaba. Cuando se apagaba, eso quería decir que estaba peligroso, porque había mucho gas. Cuando eso pasaba, ellos tenían que salir. Dice mi esposo que una vez andaban dentro de la mina él y su ayudante y se les apagó la lámpara, pero no alcanzaron a salirse y entonces, ¿qué pasa?, que el gas los desmaya. Se desmayaron él y su ayudante. Entonces, después de eso, los socorrieron y los sacaron. Después que los sacaron, se los llevaron a Guanajuato para reanimarlos, porque los sacaron inconscientes. Les ponen oxígeno y los bañan para que reaccionen.

V. Seguimos bajando a la mina porque nos llama la atención el material que tiene, lo que es la plata y el oro. Hay algún conecte… en cuestión de que… a uno le gusta… el dinero. Me acuerdo, como en un sueño, que cuando mi padre vivía, estábamos en una mina por aquí atrás del cerro, nos llamaban por aquel entonces ‘buscones’, así llamaban a la gente que andaba metiéndose en las minas abandonadas, ahora les dicen ‘lupios’. Me acuerdo que en aquellos años, nos mandaban y yo iba con mi papá, él tumbaba y yo, con unas cubetas grandes, lo que podía cargar lo echaba para afuera y allí escogíamos la piedra que traía la plata, el oro. Lo escogimos nosotros. En aquellos años, cuando estaba el molino de San Pedro, lo que juntábamos allí con mi papá, lo llevábamos al molino. Y es por eso que yo andaba en eso. Yo seguía explorando minas a ver cuál era la que tenía mejor valor. Había siempre la posibilidad de que uno se encontrara una veta grande con bastante valor y rendimiento. 41


Andaba, como dicen, clandestinamente en las minas abandonadas. Buscando a ver qué había. Hay unas minas que están muy peligrosas, a ésas no entraba. Y hay otras que están fáciles y tienen buen material. Entraba con una lámpara, mi marro y una cuña. Una pala y mi morral. Iban otras dos o tres personas más conmigo. Y cada quien lleva su lámpara y su mochila, para que lo que tumbes lo pongas en la mochila. La mina sí es bonita, cuando uno se acostumbra a ella. Se acostumbra uno por el trabajo. También se acostumbra uno a la obscuridad. Algunas minas son grandes como los túneles de Guanajuato, por donde caben camiones, porque a veces andan camiones trabajando en las minas sacando el material. Nosotros nos metíamos en minas pequeñas, donde hay lugares donde apenas cabe uno caminando, pero están seguras. Y hay otras que están muy peligrosas, a ésas no íbamos.

VI. Antes, cuando uno iba a trabajar a las minas abandonadas, las que ya tienen muchos años cerradas, después de trabajar un rato, cuando estabas descansando, es cuando se escuchaban ruidos en ciertos lugares de la mina. Se escuchaba que vaciaban cubetas de metal, se oía que estaban pegando con el marro. Era algo normal, pues, ¿por qué se iba a asustar uno? Porque decían que se oyen estos ruidos cuando la mina tiene mejor valor. Cuando se escuchaban estos ruidos es porque estaba rica la mina. Y sí, sucedió así. Se escuchaban voces, no se entendía lo que decían, nada más se oía como un eco. No había temor porque sabíamos que es mineral, que era cosa buena. Era como una señal, avisando que había material bueno. 42


Hay una mina que está al pie del río. En el río hay unas piedras, como de 20 toneladas, muy grandes; esa mina dicen que tiene mucho valor. Un señor que me llevó a esa mina, me platicaba que allí, al pie de las piedras, a un lado de la mina, a unos cinco o seis metros de la bocamina, se aparecía una niña. Iba toda vestida de blanco y su cabello era muy largo, hecho de puros hilos amarillos. En las minas, cuando se ve algo así, es porque esa tiene mucho valor, porque está rica. Esta niña se aparecía ahí porque esta mina está muy rica. Los hilos que se le ven en su cabello es puro oro. Es oro y plata.

43


44


Mi Pueblo

I.

D

e mi pueblo me gustan las calles empedradas y los amaneceres, son hermosísimos. En cada amanecer aquí en la Luz siento que se juntan el cielo y la tierra. Cuando empieza a salir el sol, se ve una luz, a veces se ve roja, a veces azul o naranja; empieza a salir el sol entre las lomas y se ve como si estuvieran la tierra y el cielo juntos. Me encantan los amaneceres igual que los atardeceres. Los atardeceres son también algo muy hermoso porque también son de colores; a veces, los ves rosa o, a veces, por los rayos del sol, los ves de un tono rojo que da al mismo tiempo un azul muy fuerte, a mí me encantan. Como un sacerdote decía, que aquí, en la Luz, nosotros todavía podíamos tocar el cielo con las manos: “A mí me encanta Mineral de la Luz porque salgo, estiro la mano y pienso que estoy tocando el cielo.” El cielo todavía tiene un color natural. Cuando está estrellado, en las noches, se ve el cielo estrelladísimo, miles de estrellas, millones. También la luna cuando sale en octubre, que dicen que la luna de octubre es la más bonita, igual, una luna impresionante que hasta parece de día. Aquí estamos acostumbrados a estar solos con nuestra naturaleza. Todavía en las mañanas se puede escuchar el despertar de los pájaros, que son un montón, el cantar de los gallos, el burro que rebuzna, todavía todo está muy bonito. Tenemos tierras de sembradío: de 45


maíz, frijol, calabazas, habas. Todavía tenemos ese privilegio, de que en tiempos de lluvias, tenemos todo esto en nuestro pueblo; todavía disfrutamos de los sabores de nuestra tierra. Los niños todavía salen a jugar, con mucha confianza a la plaza, sin ser acompañados, porque no hay ningún peligro. Todavía tenemos todos estos privilegios aquí. Nuestro pueblo todavía encierra lo mágico de antes, todavía conservamos todo eso. También lo que tenemos muy hermoso, hermosísimo, es el sonar de las campanas de la iglesia. Las campanas de la iglesia me dan tanta alegría, porque no sólo se escucha dentro del pueblo; tú puedes andar hasta en Sangre de Cristo, en San Pedro o hasta en la Palma y nuestras campanas hasta allá se escuchan. Es un sonido que cuando lo escucho, siento que es Dios mismo que nos está llamando, porque suena muy bonito. Tiene muchísimos años esa campana porque está desde que fundaron la iglesia.

II. Un recuerdo bonito para mí es cuando se hizo una película, la que filmaron aquí en Mineral de la Luz. Yo tenía diez años cuando se filmó, se llama “La ira de Dios”. Ahí nos ocuparon, no tanto como personajes importantes, sino como puro relleno. Pero para mí fue muy

importante,

porque

nosotros

carecíamos

de

dinero

principalmente, entonces ahí trabajábamos; nos ocupaban una hora, media hora y nos pagaban dinero. Fueron momentos que vivimos en familia, ahora sí teníamos algo de dinero para seguir viviendo. Me emocionaron mucho todas las construcciones que hicieron: un salón donde ahora está la clínica, un salón hermoso, bonito, que lo ocupaban para hacer filmaciones. Ahí nos ocuparon hasta dos, tres veces a la semana y nos pagaban en ese entonces 30 pesos, 40 pesos 46


por filmación. A veces, las teníamos que hacer dos o tres veces, o la primera salía y ya. Pues, por un ratito nos pagaron. Me sentí muy contenta, porque ahí conocimos personas que, pues, no eran de aquí, pero llegaron a tomarle cariño a uno. Había dos señores ya grandes que agarraban mucha voluntad de andar ahí con nosotros. Mi papá les alquilaba caballos, entonces iban mucho a la casa de mi papá. Traían sus ‘trailes’, donde cocinaban y todo eso, entonces había un señor que se llamaba Don Jesús, era un señor ya grande. Seguido me hablaba y me invitaba a comer un taco de todo lo que cocinaban ahí. Cerca estaba también el lugar donde se cambiaba uno de ropa, de guaraches, zapatos, de todo, porque le daban la vestimenta a uno para ocuparnos en la filmación. Son momentos que a mí me gustaban mucho, en lo económico igualmente y en lo bonito que dejaron el pueblo. Que lástima que ya se cayó o tiraron todo lo que estaba, porque ese salón estaba muy bonito. Yo tengo la película, me la regalaron. Algún día, el día que vayamos a nuestra casa, vemos la película y va a ver ahí, a un lado de donde está la clínica, el salón, muy bonito, como había quedado. Ese es el recuerdo que yo tengo, incluso hasta tengo un verso que compusieron las mismas señoras que trabajaron en la película de aquí. Compusieron un verso muy bonito, lo escribieron en el ‘72. Tengo la hojita, ya se estaban empezando a borrar las letras pero hice que mis hijas me lo pasaran a una libreta. Se quedaron filmando entre un año y un año pasadito. Mi papá trabajó también. A mi papá lo llegaron a ‘matar’ ahí en la película. Les tiraban balazos y mi papá y los otros se cayeron ahí al piso. Luego la gente los levantaba y los atravesaban en los burros y ahí llevaban a la gente ‘muerta’ en los burros.

47


III. Cuando mi suegro empezaba a promover lo del alumbrado, yo emocionado y todos emocionados aquí. En ese entonces no había ni un radio, ni una tele, nada, nada. Tiene como 36 años que llegó la luz. No teníamos nada, pero dije: “Bueno, ya va a haber luz, voy a comprar una consola.” Entonces se usaban mucho las consolas. Yo me adelanté. Tenía una consola, tenía televisión, tenía todo, antes de que llegara la luz. Tardó como unos cinco años para que hubiera luz y yo con todo esto… y no había luz. Nada más miraba los muebles: ¿con qué los tocaba? Ahora sí, miramos la tele. Antes, nada. Antes estaba todo lleno de sombras, no habían calles, sólo había unos caminos, nada más.

48


49


Fiestas

I.

U

n sacerdote quiso que los mineros tuvieran su Cristo Minero, para que le hicieran su fiesta y para que los mineros tuvieran su día. Se hace la última semana de diciembre. Esta fiesta también está muy bonita porque todo el pueblo le hace su fiesta al Cristo Minero, pero para los mineros, ese día es su día. Ellos entran en la peregrinación desde la entrada del pueblo vestidos de mineros, con sus lámparas y su casco. Entran con su Cristo Minero y atrás de ellos, ahorita, como ya hay mucha tecnología, vienen las máquinas con las que trabajan en las minas. Entonces, ya llegan ellos a la iglesia y se hace una misa; la misa es en la noche, porque es como estar en la oscuridad de la mina, llega un momento en que apagan todas las luces de la iglesia y ellos, con sus lámparas de casco, ‘aluzan’ al Cristo Minero. Algunos tienen todavía su lámpara original de carburo y la llevan. Antes de eso, durante el día, hay danza y música, en la tarde se hace la misa de los mineros, que es cuando viene la peregrinación. Ya en la noche, con la banda, los jóvenes disfrutan un rato de baile. Está muy bonita nuestra fiesta. Todavía tenemos nuestras tradiciones.

50


II. La tradición aquí es de la Virgen de Dolores. Es un viernes antes de la agonía de Jesús Cristo. Entonces, el viernes de Dolores, nosotros no lo tomamos de fiesta, sino de dolor, porque es el dolor de la mamá de Jesús Cristo. Es la Virgen María, pero con la advocación de la Dolorosa, porque ya faltaban ocho días para la crucifixión de su hijo. Entonces nosotros más que festejar, guardamos respeto. Se le hace su altar ocho días antes. Entonces, la tradición aquí, de nosotros, es hacerle el agua de frutas a la Virgen, pero el agua tradicional es de frutas, se hace con plátano, lechuga, naranja, melón, sandía y fresa, todo junto. Le puedes poner toda la fruta que tú quieras, también se le pone chía, una semilla chiquitita. Después se pinta con betabel el agua, como sangre, porque el agua representa las lágrimas de la virgen. Dicen que la Virgen de tanto dolor, sí llegó a llorar lágrimas de sangre. Por eso, los niños, cuando es el viernes de Dolores, siempre pasan a las casas y preguntan: “¿Ya lloró la Virgen?” Y entonces les dan su vaso de agua de frutas, las lágrimas de la Virgen. Mi mamá, desde chiquitas, decía: “Vamos a hacerle el agua a la Virgen.” Ese día también la comida es especial, porque se hacen: el caldo de haba, las lentejas y los nopales con camarones, que es la comida tradicional de Cuaresma de aquí, de nosotros. Para hacer los nopales, primero se cuecen los nopales con papas, después se fríen los nopales con las papas y se guisan con chile de guisar. Después, se muele el chile de guisar con cebolla y ajo, para que después lo cueles y lo pongas en los nopales. Ya que se hace esto, se sacan las tortitas de camarones secas y se las pones a los nopales.

51


Para preparar las tortitas, se muele el camarón con una tortilla tostada, se muele y después se bate el huevo, ahí se le pone el polvo de camarón. Después se hacen las tortitas en aceite. Esa es la tradición de nosotros y todos los viernes de Cuaresma esa es nuestra comida. En la noche es la capirotada y el atole blanco. Las minas tienen la tradición también, porque todos los mineros veneran mucho a la Virgen de Dolores, es protectora de los mineros. En la mina le hacen una fiesta muy grande, pero también se guarda respeto. Este día también en la mina regalan nieve, agua, tostadas… muchas cosas les regalan a todas las personas. Es una fiesta muy bonita, pero se guarda respeto. No hay ni huevos ni baile, no. En el altar de la Virgen de los Dolores se pone fruta: plátanos, cocos, naranjas y flores. En ese tiempo son flores especiales, flores moradas, lilas y blancas. Mi mamá con nosotros siempre sembró en sartencitos el trigo, ella decía que eran sus plantas especiales para la Virgen de los Dolores. Estas plantas de trigo o de lenteja eran especiales nada más para el viernes de Dolores, para la Virgen. Entonces nosotros siempre, siempre las sembrábamos. Hasta mi mamá sabía el tiempo que tomaban las plantas en crecer, porque para el viernes de Dolores ya estaban. Tenía, incluso, su día para sembrar.

III. A mí me encantaba meterme a quebrar las piñatas. Antes, eran de ollas de barro. Y las adornábamos, cuando íbamos a las posadas. Seguimos la tradición, pero antes era más bonito. Me encantaba meterme a quebrar piñatas, después no me gustó porque una vez, cuando quebré una piñata, me cayó un tepalcate, se le llama tepalcate al pedazo de la olla, y me descalabró. 52


IV. Yo organicé un torito, porque a mí desde niña me llamó mucho la atención el 'torito' en las fiestas; pero antes, los papás, no permitían que uno fuera a bailar. No. Cuando llegaba a la fiesta de la Virgen de la Luz, yo ya estaba con ansias esperando que llegara el torito. Siempre me gustó mucho. Llegaba el torito y ¡n’ ombre! Luego, luego salía corriendo a ver el toro. Nunca le tuve miedo, me gustaba mucho. Ya después de que me casé, a mi niño le gustaba mucho el torito. Siempre le miraba las ganas de bailar el toro, y le decía: –Hijo, ¿quieres bailar el toro? –Sí, yo quiero bailar el toro. En ese entonces lo tenía a él y a la niña y por eso organicé el torito, para darles gusto a mis niños. Porque como yo ya había sentido eso de que a mí me gustaba y hubiera querido andar ahí bailándolo, dije: “Les voy a hacer un toro a mis niños.” Y juntamos niños de aquí de la comunidad que también tenían ganas y les hicimos el torito. Los personajes son: el toro, la maringuía, la borracha, el tipitante, el viejito, el charro, la mulita, el diablo y la muerte. El viejito tiene un rosario y le pide clemencia al toro para que no lo cornee. El viejito le pone al torito hasta la cruz del rosario, ni siquiera él puede dominar al toro. Solamente la muchacha ésa. Primero empieza la mulita, después la maringuía, luego es la borracha, luego es el tipitante y luego el viejito, después el charro y al último es el diablo. La maringuía gana, ella regresa al final, según esto le baila al toro, le coquetea y al final, cuando se reúnen todos, lo agarra de los cuernos. El torito tiene su música, un tamborcito y una flauta de carrizo. Cada personaje tiene su diferente tono para bailar, baila cada quien diferente. La maringuía es más coqueta, más movidito. El viejito, más despacio. 53


54


Fundación Comunitaría del Bajío Directora: Adriana Cortés Jiménez Manuel Altamirano No. 480-1 C.P. 36500 Col. Centro Irapuato, Gto, Mex. Tel: (462) 624 5158 y 62 42590 contacto@fcbajio.org www.fcbajio.org


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.