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Suplemento sabatino de arte, literatura y sociedad SÁBADO 18 DE AGOSTO DE 2012. AÑO III.
Ray Bradbury
¿los marcianos somos nosotros? Pág .
2-3
Bradbury se convirtió en un hito de la ciencia ficción con todas aquellas historias en que lo más importante eran los protagonistas.
Pág. 4-5
El maestro de los ojos ÁNGEL YUING
Sergei Mikhailovitch Eisenstein, lo llamo el maestro de los ojos. Nació en la Ciudad de México el 4 de febrero de 1902. Asistió a escuelas católicas del 1908 al 1914, pero se puso a trabajar en 1915. Se dice que la primera vez que Manuel Álvarez Bravo tomó una fotografía, fue con una cámara
prestada, mientras paseaba con unos amigos por el campo. Conozco historias parecidas a esta. Las nuevas generaciones de fotógrafos deberán conocer, al menos, su más elemental obra. Pionero de la fotografía artística en México, es considerado como el mayor representante de la fotografía latinoamericana del siglo XX. Figura emblemática del
periodo posterior a la Revolución mexicana conocido como renacimiento mexicano, cuya riqueza se debe a la feliz, aunque no siempre serena, coexistencia de un afán de modernización y de la búsqueda de una identidad con raíces propias en que la arqueología, la historia y la etnología desempeñaron un papel relevante, de modo paralelo a las artes.
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Bicicletas en Domingo, 1966, Manuel Álvarez Bravo.
Diego Rivera, León Trotsky y André Bretón, 1930´s. Manuel Álvarez Bravo.
Enterramiento en Metepec. 1932. Manuel Álvarez Bravo.
La buena fama durmiendo, 1938, Manuel Manuel Álvarez Bravo.
Lucy, 1980. Manuel Álvarez Bravo.
Obrero en huelga, asesinado, 1934. Manuel Álvarez Bravo.
Manuel Alvarez Bravo - fruta artwork.
Rufino Tamayo, 1989, Manuel Álvarez Bravo.
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Ray Bradbury: los marcianos somos nosotros
Bradbury se convirtió en un hito de la ciencia ficción con todas aquellas historias en que lo más importante eran los protagonistas.
U
E.J. RODRÍGUEZ
del público masculino, preferentemente adolescente. Sin embargo, al contrario que otras revistas “pulp” e incluso
na nave espacial es alcanzada por un me-
que las pocas revistas verdaderamente serias de ciencia
teorito. Los astronautas, embutidos en sus
ficción que existían en su momento, Thrilling Wonder Sto-
trajes espaciales y provistos de escafan-
ries tenía una política editorial flexible que admitía relatos
dras, salen despedidos al vacío, disper-
como aquel extraño Caleidoscopio, en el que no había la
sándose en varias direcciones, separándose irremediable-
elucubración tecnológica propia de la ciencia ficción seria,
mente los unos de los otros hasta que no pueden verse.
ni aventura pura y dura propia de la ciencia ficción más
Sólo se escuchan a través de las radios de sus cascos.
juvenil. Aquellos eran los dos grandes pilares del género,
Quedan flotando en el espacio. Van a morir. Todos
comercialmente hablando, y pocos editores de revistas se
lo saben. Tarde o temprano el oxígeno de sus trajes se
atrevían a traspasarlos. Los relatos repletos de reflexiones
terminará. Es cuestión de horas. Alguno, quizá, puede ser
sobre la alienación e incomunicación de los individuos que
alcanzado por otro meteorito de los que abundan en esa
escribía aquel tal Ray Bradbury no habían tenido cabida en
región del espacio y tendrá una muerte rápida. Están
algunas de las más conocidas publicaciones del género, y
condenados, no pueden hacer nada para remediar
no pocas veces el Bradbury de los inicios, que intentaba
su trágica situación. Todo lo que pueden hacer es
hacer de aquello su profesión, tuvo problemas para ver
hablar a través de la radio. Y es entonces cuando
sus historias publicadas. Pero siempre hay excepciones y
emergen los miedos y pesares de cada astron-
revistas como Thrilling Wonder Stories, Planet Stories o
auta en forma de voces invisibles en el éter:
Weird Tales dieron cancha a Bradbury en un momento en
unos lloran, otros ríen nerviosos, otros guar-
que otras publicaciones lo consideraban, literariamente ha-
dan un pavoroso silencio. Los hay que se
blando, un bicho raro. Pocos editores habían entendido su
lamentan de las oportunidades perdidas en
estilo, que frecuentemente carecía de acción, que prestaba
el pasado y los hay que se muestran satisfe-
poca atención al rigor científico —y aún menos al entrete-
chos del modo en que han vivido. También
nimiento fácil— y cuya principal preocupación era lo que
surgen rencores; algunos se echan en cara
sucedía en el interior de sus protagonistas. Sus historias se
cosas que tenían guardadas, o se insultan, o
centraban en los personajes, toda una rareza en la ciencia
tratan de agredir verbalmente al otro para des-
ficción de su tiempo.
truirlo. Perdidos en el espacio y sabiendo que el
Pero gracias a sus rarezas se terminó ganando a un
fin está cerca, quedan completamente desnudos
público entusiasta. Bradbury no quería novelizar la cien-
como seres humanos; se ven —o se escuchan—
cia ni tampoco proporcionar divertimento fácil, como se
unos a otros tal cual son. Este será su final y
estilaba y como, insistían los editores, eran las dos únicas
cada uno lo afrontará como buenamente
maneras de vender el género. Su meta era capturar el co-
pueda.
razón de los lectores, algo bastante insólito en las revistas Esta especie de versión inter-
del mundillo. No quería epatar, sino emocionar, actuar
planetaria de La muerte de Ivan
por simpatía. Sus historias, no pocas veces, eran una alu-
Ilich, llamada Caleidoscopio,
sión indirecta a los sentimientos del lector. Como estaba
no es una extravagancia fu-
bastante alejado de la visión encorsetada de la ciencia fic-
turista de León Tolstoi, sino
ción que tenían quienes se encargaban de editar y vender
que apareció a finales de los
las revistas del género, Ray Bradbury creía ciegamente
cuarenta dejando un sello
que a la gente, incluso a los lectores de aquellas revis-
de tétrico existencialismo
tas, le interesaban tanto los personajes como las naves
en la más improbable de
espaciales o los monstruos alienígenas. Y acertó. Pese a
las publicaciones: Thri-
que los más puristas aficionados —muy especialmente
lling Wonder Stories, una
los defensores de la “hard science fiction”— siempre
revista de ciencia ficción
tuvieron reparos hacia la “excesiva” carga de lirismo de
con portadas al más puro
sus relatos. Unos reparos que el pobre Bradbury terminó
estilo “pulp”: dibujos de
interiorizando, cuando decía que su única novela de cien-
alienígenas extravagantes
cia ficción era Fahrenheit 451… como dándole la razón
que acechaban a chicas
a quienes se empeñaban en sacarlo del exclusivo club de
atractivas de generosos escotes y torneadas piernas, ilustraciones dirigidas —obviamente— a captar la atención
los amigos de la física y la química.
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Pero el lector medio del género se sintió irremediablemente atraído por la visión humanista, por momentos conmovedora, de las pequeñas historias de Ray Bradbury. Algunos de sus relatos cortos se hicieron célebres por ser un impactante reflejo de los incipientes males de la era moderna, caso de El peatón, en donde un hombre era considerado disfuncional por pasear a solas disfrutando de una tranquila noche en una sociedad donde la televisión había monopolizado el ocio de los ciudadanos y cualquier otra alternativa era considerada anormal. Esto, a principios de los años cincuenta. Aquellas lecciones morales sin moralina, aquel cuidado por las consecuencias en las personas de posibilidades por entonces impersonales, triunfaron por contraste en unas revistas repletas de clichés. Bradbury, pese a la incomprensión inicial de los editores durante los años cuarenta, triunfó. De hecho, por aquella misma época se empezaron a compilar y editar en forma de libro
poco que ver con las “space opera” que tanto le gustaba leer, pero no se puede ignorar el hecho de que Bradbury fue un apasionado amante de los clichés del género, aquellos mismos clichés que él mismo no podía evitar transgredir. Como sucede a menudo en el arte, el revolucionario sólo lo es tras haber asimilado con pasión los cánones establecidos y las restricciones estilísticas, por más arbitrarias que éstas pudieran ser. A Ray Bradbury le encantaba Flash Gordon. Tal vez por estos motivos asumió casi como propias las críticas del sector “duro” de la ciencia ficción, para quienes la respetabilidad del género estaba mejor representada por los Asimov o los Clarke. Hoy puede parecernos una tontería, pero Bradbury fue verdaderamente una Cenicienta del mundillo de la ciencia ficción. Pero, como decíamos, su popularidad lo estableció como un grande del género al que él mismo decía no pertenecer, y cada cual que lo haya leído y apreciado tendrá su obra de re-
Gracias a sus rarezas se terminó ganando a un público entusiasta. Bradbury no quería novelizar la ciencia ni tampoco proporcionar divertimento fácil, como se estilaba y como, insistían los editores, eran las dos únicas maneras de vender el género. Su meta era capturar el corazón de los lectores, algo bastante insólito en las revistas del mundillo.
algunas series de relatos cortos que habían revolucionado el género desde las páginas de las revistas, caso de Crónicas marcianas o El hombre ilustrado. Y sólo unos pocos años después, aparecía Fahrenheit 451, su novela distópica en la que hablaba de un futuro sorprendentemente parecido al pasado: donde el ataque a la cultura es el prólogo del ataque al individuo, donde la quema de libros presagia la quema de personas. Bradbury se convirtió en un hito de la ciencia ficción con todas aquellas historias en que lo más importante eran los protagonistas, y no las leyes de la física, ni los inventos de la ciencia, ni los ataques de criaturas del espacio exterior. Y, curiosamente, el Bradbury escritor había sido, primero y ante todo, un fan de la ciencia ficción más típica y tópica. Jules Verne y H.G. Wells, los dos pioneros, habían estado entre sus primeras lecturas. Otra de sus influencias más tempranas fue el género del terror fantástico, muy especialmente Edgar Allan Poe, en quien muchos han querido ver un antecedente de la tendencia de Bradbury a la abstracción por encima de los límites de género. Pero en realidad, el adolescente nacido en Illinois y crecido en Los Angeles no tardó en aficionarse a los seriales de la ciencia ficción más populachera, aventuras espaciales sin demasiada profundidad que combinaba sin problema con la lectura de una narrativa más convencional. Leía cuanto fanzine y revista de ciencia ficción caía en sus manos, y en su juventud incluso intentó poner en marcha un fanzine propio, aunque sin mucho éxito. En el futuro, su propia obra tendría
ferencia. En mi caso, mi favorita indiscutible es Crónicas marcianas. Resulta difícil describir las sensaciones que me produjo ese libro la primera vez que lo leí, siendo yo todavía un proyecto de adolescente. No sabía por entonces que Crónicas marcianas era en realidad una recopilación de relatos publicados por separado —aunque, eso sí, escritos con toda la intención de formar parte de un todo— y la manera de narrar la historia a base de capítulos heterogéneos me pareció absolutamente fascinante. El proceso de colonización humana del planeta Marte, con la consiguiente destrucción de la ancestral cultura nativa (un proceso que siempre he visto como claro paralelismo de la colonización europea de Norteamérica) era reflejado en un mosaico de pequeños argumentos independientes que seguían un hilo conductor reconocible, pero que parecían piezas sueltas, evidentemente extraídas de un mismo puzzle pero que no terminaban de encajar a la perfección. Era, por así decir, una novela impresionista; una saga intermitente hecha de retales, lo cual convertía el relato en un apasionante viaje a través de diversos prismas. Aunque lo más bello de la epopeya marciana, como de tantos otros de sus relatos, era la compasión con la que Bradbury retrataba a sus personajes: verdugos y víctimas estaban todos sujetos a las mismas limitaciones. Terrícolas y marcianos no podían evitar ser quienes eran, y sus actos eran producto de sus imperfecciones. En Crónicas marcianas no se producía una guerra interplanetaria; la cosa resultaba más
simple: había dos razas incapaces de convivir entre sí. Una raza que sólo pretendía conservar la tranquilidad de su hogar y otra raza —voraz, estúpida, insensible; la nuestra— que no puede evitar contaminar de sí misma todo aquello que toca. ¿Aventura? Poca. ¿Acción? Ninguna. Si uno pregunta a los viejos aficionados a la ciencia ficción por una palabra que defina a Ray Bradbury, la mayoría de ellos responderá muy probablemente con una misma palabra: poesía. Identificar Bradbury con “poesía” es ahora uno de esos lugares comunes del género, pero que no por tópico resulta menos cierto. Bradbury no hablaba sobre las causas de los fenómenos ni sobre la manera de resolverlos o de combatir sus efectos, como era habitual entre sus más ilustres colegas. Hablaba sobre el trasunto humano de esos mismos fenómenos, sobre el efecto que las cosas del universo tienen sobre el espíritu de los individuos, y lo hacía con bellas metáforas que no jugaban con el lenguaje — como la poesía convencional— sino que jugaban con las ideas y el significado de las ideas. Hablaba sobre el efecto que nosotros tenemos sobre los demás, y sobre el modo en que nos condiciona la sociedad en la que vivimos; una sociedad que no es un ente autónomo ni ajeno a sus componentes, sino sencillamente la manera en que nosotros mismos decidimos tratarnos mutuamente. Bradbury, como escritor, adoptaba un punto de vista clásicamente divino: distante pero a la vez paternalista. El ser humano estaba en el punto de mira de todo cuanto escribía; no intervenía para salvar a sus personajes, pero les recordaba continuamente que la salvación estaba a su alcance y después los dejaba decidir por sí mismos. Estamos en un picnic de un millón de años. Todos moriremos tarde o temprano. Como Ray Bradbury, que acaba de morir unas horas antes de que escriba estas mismas líneas. Pero quedarán nuestros hijos, que aprenderán lo que nosotros hayamos querido enseñarles, bueno o malo. En el futuro la gente será lo que nosotros, desde el hoy, les permitamos ser. Tendrán bosques y ríos, o por el contrario tendrán páramos repletos de basura. Vivirán en una sociedad compasiva y equilibrada, o en una sociedad fría y alienante. Pasará un millón de años y el mundo estará habitado por lo que hoy, si pudiéramos verlos, quizá nos parecerían marcianos. Porque tal vez, si la gente de hace un millón de años pudiera vernos a nosotros, pensaría algo que los lectores de Crónicas saben desde hace tiempo. Algo que es una de las muchas lecciones que Bradbury dejó en sus escritos y que debería descubrir cualquiera que aún no se haya acercado a su obra: Los marcianos, ahora, somos nosotros.
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El horror en el gato negro ORNÁN GÓMEZ
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espués de leer El gato negro de Allan Poe, los pensamientos ya no son los mismos. Aquel con tendencias psicópatas, seguro hallará un buen pretexto para seguir despreciando al género humano, y por consecuencia, cometer un asesinato. Sin embargo, la lectura de Poe no solo considera a aquellos con tendencia a asesinos, mas bien a todos. ¿Acaso en algún momento no hemos sido objetos del deseo de asesinar o provocar sufrimiento? Lo más seguro es que sí, no obstante, la diferencia entre acariciar la idea y concretarla estriba en la frialdad del carácter y la necesidad de liberar los demonios que constituyen al ser humano y y los cuales, siempre ha sido así desde la aparición de las instituciones, son desterrados al olvido, pero que desde allá buscan reinvindicarse a través de las acciones del hombre. En el cuento de Poe se describe lo anterior cuando la necesidad de destruir se apodera del individuo a tal grado que olvida todo lo aprendido. ¿En qué momento la mente humana tiende hacer aquello que se le prohíbe? No se sabe con certeza, pero lo que sí puede afirmarse es que el individuo pasa mucho tiempo acariciando la idea antes de revelarse. Quizá porque bajo el disfraz de hombre educado y exitoso, subyace un demonio con la necesidad de dañar para sentirse pleno. El personaje de Poe en El gato negro es un claro ejemplo de lo anterior. En la narración el personaje señala: “Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. La ternura que abrigaba mi corazón era tan grande que llegaba a convertirme en objeto de burla para mis compañeros”. Si el personaje, teniendo una infancia maravillosa donde la bondad es su virtud, ¿en qué momento decide torcer su vida aborreciendo a los animales que amó y prodigó cuidado y alimento? Sin duda la psicología es de ayuda para clarificar los pensamientos que se apoderan del ser humano cuado decide dejar de lado los pensamientos y emociones que por años aprendiera de su contexto social. En el cuento, Poe no se contenta con que su personaje aborrezca, es indispensable que destruya aquello que ama. Ello prueba que en la mente del personaje hay una mezcla de egoísmo y masoquismo que hacen de él un ser frío y despiadado. El autor, conocedor de las pasiones humanas, nos comparte un mundo donde la violencia y el horror se plantean como parte inherente de la naturaleza del individuo, y de
la cual es difícil renunciar pues al hacerlo el ser humano entra en confrontación consigo mismo. En el relato que menciono, el personaje requiere de convicción espiritual para arribar al asesinato. De esta manera en el cuento sobresalen emociones que el individuo es capaz de fabricar como parte de su naturaleza y que las sociedades condenan. Ejemplo de ello son el odio, el rencor y la nostalgia. El horror, plantea el autor de El gato negro, no es un mal que deba satanizarse, es parte de la humanidad. Es la capacidad que este tiene para responder a actos que sobrepasan sus concepciones y comprensión de los hechos. Con un estilo lúcido, Poe nos plantea el tema del horror en una acción como es el asesinato estimulado por la aversión, primero a los animales, después al género humano. “Día a día me fui volviendo más melancólico, irritable e indiferente hacia los sentimientos ajenos”, dice el personaje en un acto de confesión cuando percibe que Plutón rehúye a su presencia y, en venganza, le extirpa un ojo pues al hacerlo experimenta placer. Sin embargo, el personaje no se limita a lastimar al animal, es necesario asesinarlo para demostrar superioridad y fortaleza, lo cual no es ajeno a lo que muchos homicidas hacen antes de ejecutar a sus victimas: torturarlos física y verbalmente, pues el sufrimiento sirve como alimento del odio. Hundido en la melancolía y atormentado por el sentimiento de culpa, el personaje busca refugio en el alcohol y cuando este no logra mitigar el dolor, busca reparar el daño sustituyendo a Plutón, su gato, por otro. Con ese acto el personaje, al igual que un niño que comete una falta y lo compensa con obediencia, intenta resarcir el daño y liberarse del sentimiento de culpa que lo atormenta en las noches. Al hallar a otro
gato el personaje reacciona con los mismos deseos de destrucción cuando el animal lo provee de mimos. Al fin intenta asesinarlo, pero cuando lo hace su esposa se interpone. Después de matar a su mujer, el personaje resta importancia a su acción toda vez que el odio que arde en sus venas está dirigido al animal y quien se interponga, así sea la esposa, es asunto nimio en comparación a lo planeado. Actualmente algunos asesinos comparten esa misma tendencia. ¿Pero qué pasa después de cometer el crimen? En la narración vemos a un personaje tranquilo, consciente de su acto. Un ser cuidadoso al planear la desaparición del cuerpo. Después de pensar en todas las posibilidades, encuentra una solución: emparedarla, lo cual se parece a otros asesinos que, desde antes de la acción, calculan la forma en cómo desaparecer las evidencias. Lo intrigante del personaje es que después de cometer el asesinato, busca presumir su crimen. En la actualidad algunos asesinos dejan cabos sueltos de su acción porque el objetivo es protagonizar por sus actos una vez que son apresados, y que en el caso del personaje de Poe se delata al golpear con el bastón la pared donde está su esposa. Sin
embargo, en la realidad y en la ficción, las sorpresas son determinantes, y en el relato sucede cuando después de los golpes se escucha un alarido ahogado que delata al asesino que, movido por las prisas, supongo, no supo el momento en que ocultó al gato en compañía del cuerpo de su esposa. La historia de El gato negro termina cuando el personaje, se sugiere en la historia, es apresad; sin embargo, lo que hay qué preguntarnos es, ¿las prisiones ayudan para que un individuo se “adapté” de manera natural a la sociedad que lo condenó, después de cumplir una larga condena en la oscuridad de las celdas? Considero que la intención del cuento, además de las destrezas literarias del autor, es mostrar las pasiones que hacen del individuo un ser despiadado y calculador, capaz de producir vida como de generar destrucción como una forma de reivindicar su humanidad y mostrar los demonios que lo habitan y que la sociedad condena.
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La Máquina Hamlet “No creo en una historia que tenga pies y cabeza”. Máquinahamlet Heiner Müller “Aunque había subido más de cuatrocientas veces los dos escalones de hormigón que conducían a las cámaras especiales, siempre sentía un vivo interés por el hombre que iba a ser sometido a la operación: por la mirada de terror e impaciencia, de sumisión, sufrimiento, timidez y apasionada curiosidad con que el condenado iba al encuentro del hombre que iba a matarle”. Vasili Grossman.
Maus POR MARCELINO CHAMPO
F
uimos entrando en bloques de veinte, quince, hasta diez personas. Cada uno llevaba consigo una pequeña maleta con pertenencias básicas, la cual fue arrebatada a culatazos de nuestras manos. Hacia frio, apenas podía moverme, en la entrada pude distinguir un letrero con la leyenda Arbeit macht frei (El trabajo os hace libres), Justo a llegar a un alambrado que separaba el patio de una bodega, el grupo al que pertenecíamos mi padre y yo, fue puesto a la disposición de
los oficiales en turno. Comenzaron a elegir casi de manera azarosa, mientras algunos se dividían hacia el camino que llevaba a los hornos, otros fuimos enviados a las bodegas para comenzar el trabajo de rutina. Esa, fue la última vez que vi a padre. Esta historia se reescribió una y otra vez, durante la segunda guerra mundial en los campos de concentración, reencarnada en versiones distintas pero de mismos desenlaces. Habrá quien las cuente y describa de manera más tétrica o sanguinaria, pero pocos se han valido de estas narraciones para llevar a cabo
una obra de arte. Art Spiegelman (Estocolmo, Suecia 1948) historietista, guionista, dibujante, uno de los artistas más influyentes en la historia del comic, y creador de la única novela grafica acreedora de un premio Pulitzer: Maus. Maus, relato de un superviviente, nos cuenta la historia del padre de Art, Vladek Spiegelman, en un campo de concentración, y a su vez también su éxodo hacia tierras americanas. Una narración verídica retocada con la fina ingeniosidad de Art que se encargado sumergirnos en un mundo Orwelliano ensombrecido por las maquinarias bélicas. Ratones para representar a los judíos (Maus en alemán significa ratón), gatos para los alemanes, cerdos para los polacos, ranas para los franceses, ciervos para los suecos y perros para los estadounidenses, esta fue la simbología utilizada por Spiegelman para sus dibujos, cuyos trazos expresionistas en blanco y negro, acentúan la atmosfera que se extiende en cada página. En un principio fue publicada en dos partes: Mi padre sangra historia (My Father Bleeds History, 1986) e Y allí empezaron mis
problemas (And Here My Troubles Began, 1991) para después reeditarse en un solo volumen. Existe una división importante en la historia del comic a partir de la aparición de Maus, que da origen a la novela grafica contemporánea; independiente y autobiográfica, centrada en otro tipo de problemáticas, presentando textos de autores que buscaban trasladar el mundo del comic a la literatura y al arte grafico, incluyendo temas que podían trastocar y causar polémica en los diferentes círculos sociales. La sagacidad de Art Spiegelman nos lleva sutilmente por los diferentes paisajes que nos brinda su ágil narrativa y una selección fina de imágenes, que tejen en el lector un cumulo de sensaciones que van de la compasión a la empatía , de la hilaridad a la asfixia. Posiblemente una de las obras más notables del siglo pasado, Maus continua cosechando adeptos alrededor del mundo, atrapando a las nuevas generaciones en su universo de animales dantescos que impregnan sus hojas. Imprescindible y atemporal, eso es Maus.
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Péndulo de Chiapas | Sábado 14.08.2012
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DIRECTORIO Noé Farrera Morales
DIRECTOR GENERAL PÉNDULO DE CHIAPAS
Noé Juan Farrera Garzón DIRECTOR EDITORIAL PÉNDULO DE CHIAPAS
Ángel Yuing Sánchez
COORDINADOR Y EDITOR RAYUELA
Misael Palma, César Trujillo, Ornán Gómez, Marcelino Champo, Pascual Yuing, Chary Gumeta, Gely Pacheco, Gamaliel Sánchez Salinas, Juan Carlos Recinos, Luis Enrique Ríos Aguilar. CONSEJO EDITORIAL
El maestro
de los ojos Soy un fotógrafo de los domingos tomo mi cámara y me hecho a la calle, por ahí, a donde quiera, y siempre, siempre encuentro motivos interesantes. Todo está lleno de poesía. ¡Hasta en los versos hay veces que hay poesía...!” MANUEL ÁLVAREZ BRAVO
Paolo Renato López
EDITOR FOTOGRÁFICO
Enrique Ríos Aguilar-Ulyses Nafate DISEÑO EDITORIAL
Javier Ríos Jonapá
PRODUCCIÓN E IMPRESIÓN
)
ergei Mikhailovitch Eisenstein, lo llamo el maestro de los ojos. Nació en la Ciudad de México el 4 de febrero de 1902. Asistió a escuelas católicas del 1908 al 1914, pero se puso a trabajar en 1915. Se dice que la primera vez que Manuel Álvarez Bravo tomó una fotografía, fue con una cámara prestada, mientras paseaba con unos amigos por el campo. Conozco historias parecidas a esta. Las nuevas generaciones de fotógrafos deberán conocer, al menos, su más elemental obra. Pionero de la fotografía artística en México, es considerado como el mayor representante de la fotografía latinoamericana del siglo XX. Figura emblemática del periodo posterior a la Revolución mexicana conocido como renacimiento mexicano, cuya riqueza se debe a la feliz, aunque no siempre serena, coexistencia de un afán de modernización y de la búsqueda de una identidad con raíces propias en que la arqueología, la historia y la etnología desempeñaron un papel relevante, de modo paralelo a las artes. Empieza a aprender fotografía pidiendo asesoría de proveedores de materiales fotográficos. La llegada de Edward Weston y Tina Modotti en 1923 es crucial para el desarrollo de Álvarez Bravo y compra su primera cámara en 1924.
aul Hill tografía P Bravo ( Fo
S
[ÁNGEL YUING]
lvarez Manuel Á
LEGALES Rayuela, suplemento de arte, literatura y sociedad del periódico Péndulo de Chiapas, No. 176. Año III, sábado 18 de agosto de 2012. Impreso en 14 Poniente Norte Núm. 640, colonia Magueyito. Código Postal 29000, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México. Teléfono (961) 61 24529. Se prohíbe la reproducción total o parcial de los contenidos sin el consentimiento expreso de sus autores. La redacción no responde por originales no solicitados. Los contenidos, así como parte de los títulos y subtítulos son responsabilidad exclusiva de quien los firma y no representan necesariamente el punto de vista del periódico Péndulo de Chiapas. Correspondencia: angelyuing@hotmail.com En 1931, Álvarez Bravo ganó su primer premio en el concurso de La Fábrica de Cemento Tolteca, en el que había que expresar el espíritu de la fábrica. El resultado fue una imagen casi abstracta, en donde resalta un muro blanco y un piso de grava. Un año más tarde realiza su primera exposición individual en la Galería Posada. En 1934 conoce a Strand, quien está filmando su película “Redes”, junto al río de Veracruz, Álvarez Bravo produce cerca de ahí su fotografía “El obrero en huelga asesinado que muestra precisamente el cuerpo de un obrero tendido bañado en sangre. Fue miembro de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios que tenía la intención de detener el fascismo. En 1935 expone con Cartier- Bresson en el Palacio de Bellas Artes de México y en 1938 Rivera lo presentó con André Breton, quien lo invitó a participar en la exposición que organiza la Galería de Arte Mexicano. Presentó más de 150 exposiciones individuales y participó en más de 200 exposiciones colectivas. Según numerosos críticos, la obra de este “poeta de la lente” expresa la esencia de México, pero la mirada humanista que refleja su obra, las referencias estéticas, literarias y musicales que contiene, lo confieren también una dimensión universal. Falleció el 19 de octubre de 2002, a los cien años.
y.22 de s. Ray Bradbur ro ot st no os m NOS so LOS MARCIA ) de junio de 2012 -5 agosto de 1920
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Desvarío:
recuerdos de un pasado inmediato
“Ven a dormir conmigo, no haremos el amor, él nos hará.” Julio Cortázar
A Lorena, por supuesto CÉSAR TRUJILLO
E
n los sueños primigenios dibujé tu rostro con la espiga de piedra: buscaba darte nombre para no inventarte, para dejarte en la historia del tiempo, en el pico de la gaviota desolada, en los brazos del sol, en el vaivén de las olas del mar, pero te hiciste polvo como mis sueños se hicieron ceniza asqueada de fuego y desangré mi corazón en la arena para que el hechizo del viento invocara tu nombre. Aún busco ese camino nebuloso, un desierto quizá, de esos que guardan algo de mar en sus alforjas para darnos de beber a quienes morimos de amor y sed tras caminar en círculos interminables. Desde ese tiempo
he jugado a crearte, a ponerte mil nombres hasta tomar el que hoy te pertenece: Lorena, niña tibia, sumida en la premura de mis versos, tienes la voz de un libro roto, la sonrisa tímida que se sonroja con la menor provocación… en un ojo guardo un lunar para borrar pasados insidiosos, ¿recuerdas? Aún tengo la postal triste de mi vida, aquella en que tu cuerpo reposaba entre mis manos, mientras caminábamos con el olor a dudas en la vieja mochila para escribir a la orilla del abismo nuestros nombres de guerra, esos que roídos se arrodillaban en el deseo de la entrega y se extraviaban extasiados hasta despedazarse con caricias. ¿Dime qué hacer con esa brújula que me invita a encontrarte mientras dibujo mariposas en un cuadro de Dalí? El tiempo
o i r a r e t i l Viaje del Támesis a la ciudad JAVIER MOLINA
“Me voy de Londres porque el clima es demasiado bueno. No soporto cuando no llueve”, dijo una vez (sarcásticamente) el gran cómico estadounidense Groucho Marx. Razones no le faltaban. Y a pesar de su clima plúmbeo, Londres siempre fue una de las ciudades más queridas y visitadas del mundo. La urbe ha cautivado a los intelectuales desde hace siglos, y buena parte de ello se refleja en los textos recopilados en Guía literaria de Londres (Ático de libros, 2012). Un complemento indispensable para quienes quieren ir más allá del espectáculo olímpico y profundizar en la cultura y la historia de la ciudad del Támesis. El libro, editado por Joan Eloi Roca, propone un triple viaje: en el espacio, hacia los monumentos londinenses; en el tiempo, hacia otras épocas de la historia; y en el espíritu, hacia las mentes más creativas de la literatura universal. Las crónicas históricas son el género más común de la obra. Comenzando
desde el principio, cuando Londinium fue fundada por comerciantes romanos en el año 43, hasta el emocionado discurso del príncipe Carlos en 1987, pasando por el Londres medieval y el moderno; el de la Gran Peste y el Gran Incendio de 1665 y 1666 respectivamente, quizás los dos peores años de su historia. La obra también nos propone un recorrido a través de 38 de los mayores escritores e intelectuales de todos los tiempos. Tácito (55-120) fue el primer gran historiador que aludió a la ciudad, cuando no era más que un enclave comercial periférico. Al gran cronista del Imperio romano le acompañan los textos de Beda el Venerable (672-735), considerado “padre de la historia inglesa”, del escritor romántico Washington Irving (1783-1859), del creador de Robinson Crusoe, Daniel Defoe (16601731), del paradigma de la novela victoriana, Charles Dickens (1812-1870), y del maestro de maestros de la novela psicológica, Fiodor Dostoievski (18211881). Las mejores páginas pertenecen
desenfunda su arma, dispara ráfagas para evitar que siga buscándome en tu ausencia. La caracola ha borrado el sonido del mar y mis escamados pasos no encuentran tu origen. Altamira se fundió en la lava del volcán, como una ciudad dormida en el sopor de la madrugada, busca desorientarme para que deje de escribir tu nombre en las nubes y pululen mis versos con la lluvia hasta encontrarte. El sombrerero de Alicia se ha negado a sonreír cuando más lo necesito. No es retórica decir que el corazón se vuelca en circunloquios de insomnio, en reflexiones infructuosas donde observas mis ojos disecados. Déjame encontrarte, la búsqueda es cansada y mis pasos empiezan a languidecer con la llegada del alba, no me evites.
El libro ‘Guía literaria de Londres’, recopila textos de grandes intelectuales sobre la urbe.
a los autores decimonónicos, muchos de ellos testigos del esplendor y las cloacas de la Revolución Industrial y la Época Victoriana. El lector puede subir a la Torre de Londres, atravesar el puente sobre el Támesis o explorar las tumbas y las capillas de la abadía de Westminster y la catedral de San Pablo Los avatares de la ciudad y sus ambientes lúbricos son temas muy concurridos. John Evelyn y Samuel Pepys describen minuciosamente los incendios, pestes e invasiones que sufrió la urbe. Aunque Jack London era norteamericano y Rudyard Kipling nació en la India, ambos aparecen como expertos guías turísticos londinenses. En otro tono, Oscar Wilde y James Boswell penetran en los bajos fondos del libertinaje y la prostitución (explícitos los diarios del segundo). Esta guía literaria es, además, un paseo por algunos de los lugares emblemáticos de la ciudad. El lector puede subir a la Torre de Londres, atravesar el puente sobre el Támesis o explorar las
tumbas y las capillas de la abadía de Westminster y la catedral de San Pablo. Puede optar por recrearse en los fumaderos de opio y los barrios de prostitutas en el Haymarket, deleitarse con el paisaje urbano del Picadilly Circus, trasnochar en los muelles cargados de niebla o despertar en los diáfanos amaneceres del Hyde Park. A pesar de algunas ausencias inexplicables, como la de Virginia Woolf (fantástica su descripción de la ciudad en Orlando), Arthur Conan Doyle (véase la saga de Sherlock Holmes) o George Orwell (el autor de 1984 escribió el muy recomendable, Sin blanca en París y Londres), la Guía Literaria de Londres compone un fresco bastante completo de una de las ciudades más interesantes del mundo y demuestra que hay tantos Londres como habitantes y visitantes. Y tantos admiradores como maldicientes.