comunicacionpluralderayuela

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Heiner Müller

A

medida que la vida ocurre y se gesta en nuestros cuerpos (mezclas de mortalidad y tiempo) uno va descifrando su propio destino. Se vive en el presente pero también en lo que fue o será, es por eso que la necesidad de comprender, hasta el mínimo detalle, un futuro por demás adverso, es sumamente asfixiante. Ciegos ante lo que nos espera, navegamos cual Ulises en busca del hogar, de la tierra que nos vio nacer, ilusión pagana que descubre el paraíso perdido, quimera de retorno al líquido amniótico. ¿Qué hacemos aquí, si tan sólo podemos ser testigos de nuestra infelicidad, esa que parece plegarse como una medusa en aguas extrañas? ¿Cómo habitamos nuestro presente? Cuando a Mario Vargas Llosa obtuvo el premio Nobel de literatura, en la conferencia de prensa un reportero del New York Times, le pregunto lo siguiente: ¿Maestro, usted por qué escribe? Vargas Llosa se tomó su tiempo, respiró profundamente cerró los ojos por unos segundos y dijo: escribo porque no soy feliz, escribir es una manera de combatir la infelicidad. De esta forma terminó la conferencia. Escribir y leer son actos de salvación, anhelos de inmortalidad, deseo de trascender la propia tragedia. Allá donde la acción alcanza lo sublime, la lectura se vuelve sueño, poesía, detonante de universos. Yo leo porque no soy feliz, y leer es mi manera de combatir la infelicidad. ¿Qué hay detrás de la lectura y porque es ahora tan importante? Quizá la respuesta la encontramos en lo cotidiano, en las pequeñas certezas que poco a poco van conformando el hábitat del individuo, colección de miserias que se encierran en un corazón pagano y van filtrándose por el camino de lo incierto, del riesgo, de la idea y la razón. Leer

disipa las sombras, la luz que antes estaba oculta entre nubarrones de inconsciencia ahora es nítida. Tal vez después de leer uno es un poquito menos infeliz, o quizá no. Pero, ¿es acaso la lectura un arma de humanización y de mejor interrelación con el entorno? He aquí algunos ejemplos que dicen lo contrario: Hemingway se disparó a sí mismo con una escopeta en el año de 1961. Nerval terminó ahorcándose en alguna oscura calle de París. Rimbaud pasó sus últimos días como traficante de armas y con una pierna amputada. A la edad de veinte años dejó de escribir. Edgard Allan Poe murió pobre y miserable ahogado en su propio vómito. Salinger odiaba a sus semejantes y vivió en el autoexilio. El alcohol, la depresión y los fármacos terminaron con Truman Capote. Mishima se dejó seducir por el ritual del Seppuku. Kawabata, un ser solitario, acabó con su vida en el año de 1972. Después de varios intentos, Silvia Plath logró suicidarse asfixiándose con gas. La lista puede extenderse toda la noche, esta noche que escribo esto mientras lloro. Tal vez el exceso de luz, al igual que exceso de oscuridad, no deja ver. La luminosidad es tanta que delata las cuarteaduras del paisaje. Dentro de la lectura, así como en el mundo de la tierra y el plano celestial, existen las categorías, las divisiones que como en el box separan a los gladiadores del resto de los púgiles. Hay quienes portaran el cinturón de campeón hasta la eternidad, mientras los demás ven desde la lona el

conteo implacable del tiempo. En la categoría de los pesos pesados están los bien llamados clásicos, hombres que presumen de un buen punch y movimientos precisos, combatientes que pueden llevarte hasta doceavo round o bien noquearte en el primer asalto. Homero, Shakespeare, Dostoievski, Kafka, Tolstoi, son algunos nombres que figuran con letras doradas en la historia de los combates. Modelos a seguir, conflictos primigenios en la literatura, los clásicos son el punto de referencia, el primer conducto por el cual cada lector o escritor tiene que pasar si quiere adentrarse a puertos más siniestros o lugares ocultos. Ahora bien, ¿qué es lo que hace a un buen lector? ¿Qué procedimiento debe de seguir el buen lector para con una obra? La respuesta quizá nos lleve a los elementos de comparación, análisis y sobre todo la critica que pueda ejercer una persona con el texto, su relación con él, las interrogantes que aparecen constantemente en el pensamiento del lector a la par del mensaje. ¿Qué leemos? ¿Qué buscamos cuando lo leemos? ¿Es la lectura un hecho que humaniza o por el contrario aleja al individuo de la sociedad, lo mueve como una partícula que abandona el núcleo para vagar por el limbo? ¿Nos perdemos en la lectura? ¿Buscamos extraviarnos entre las páginas? ¿A qué le tememos u odiamos? ¿Es acaso nuestra existencia tan vacía y los libros entretejen nuestros hilos de salvación? ¿Seremos distintos después de leer, o al contrario nos hundimos más en nuestra miseria? ¿Puede un libro mitigar el dolor o sólo añade un concepto al sufrimiento? Tal vez leer no nos lleva a ningún puerto seguro, tal vez nos aleja del centro, nos oculta de los otros, quizá leer sea el crimen por el cual perdimos el paraíso, probablemente esto sean sólo palabras.

Sábado 02 de Marzo de 2013. Año III . Suplemento sabatino de arte, literatura y sociedad

No creo en una historia que tenga pies y cabeza.

Rayuela 202

La soledad del lector

El Nihilismo… o la fuga de la realidad


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