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Rayuela 234

La Máquina Hamlet No creo en una historia que tenga pies y cabeza. Heiner Müller

Sábado 12 de Octubre de 2013. Año IV. Suplemento sabatino de arte, literatura y sociedad

Mutis y Eliot Ness

Hoy presentamos: El trono vacío Con Robert Stack, Barbara Nichols, Bruce Gordon, Con la actuación especial de Niamaya Phersof. Chicago, 5 de mayo de 1932.

Los intocables Marcelino Champo

D

espués de 7 meses de demoras legales, Al Capone iba en camino a prisión a purgar una condena de once años por evasión de impuestos. Observándolo todo estaba Eliot Ness, jefe del grupo especial de la policía federal mejor conocido como: Los intocables. Un grupo que había trabajado durante 18 meses para presentar a Al Capone ante la justicia. Para estos hombres el fin de la carrera de Al Capone, sería el principio de otra era de Violencia. El rey del hampa había dejado el trono vacío, quien quisiera llenarlo pagaría ese privilegio con balas y sangre. ¡Ah cómo será la vida de veras, tan pequeño el mundo y tan amplias las coincidencias! Y es que cuando dos caminos o dos historias se cruzan, en algún punto del trayecto de la vida, se asimila algo que los viejos llaman: destino. Jamás conocí en persona a Álvaro Mutis, esa presencia avasallante de la que tanto habla García Márquez me es tan lejana como los anillos de Saturno. Sin embargo, con el paso de los años, los encuentros con el escritor colombiano fueron no sólo azarosos o simples accidentes, serían a la larga una hendidura en mi camino por la literatura. De mi niñez, para ser sincero, rescataría pocas cosas. Si a caso el ritual jugo de naranja que mi abuela me servía todas las mañanas en el desayuno, o los viajes en carretera, o el silencio debajo de la cama, o los chistes de mi

padre, o las noches viendo, desde el sillón de la sala, la serie Los intocables. Muchos años después, y no precisamente en un pelotón de fusilamiento, había de recordar aquella remota tarde en la que mi maestro de filosofía comentó que la voz del presentador de Los intocables era nada menos que el señor Álvaro Mutis. Eso fue lo primero que pensé el pasado 23 de septiembre, cuando tuve que publicar, a dos columnas, la triste noticia de su muerte en el periódico para el cual trabajo. Curiosamente también en el mes de septiembre pero del año 2006 cuando viajaba del DF a Chiapas, me encontré con uno de sus versos en una revista: “Y, de repente, llega la noche como un aceite de silencio y pena.” Álvaro Mutis. Ese mismo día enterraban a mi padre. Nada tan presente como la ausencia, con la muerte de Álvaro Mutis, la palabra pierde algo de sentido, o mejor aún se fisura y nos transgrede. ¿Qué nos queda? Sin duda su obra, pero también las preguntas a las que ésta nos ha llevado, la sensación de vacío que se prolonga como la noche. “Los amigos no mueren, sino van a un viaje muy largo a Nueva York”, comentó Gabo sobre el fallecimiento de su amigo. El mismo Márquez también escribió: Siempre pensé que la lentitud de su creación era causada por sus oficios tiránicos. Pensé además que estaba agravada por el desastre de su caligrafía, que parece hecha con pluma de ganso, y por

el ganso mismo, y cuyos trazos de vampiro harían aullar de pavor a los mastines en la niebla de Transilvania. Él me dijo cuando se lo dije, hace muchos años, que tan pronto como se jubilara de sus galeras iba a ponerse al día con sus libros. Que haya sido así, y que haya saltado sin paracaídas de sus aviones eternos a la tierra firme de una gloria abundante y merecida, es uno de los grandes milagros de nuestras letras: ocho libros en seis años. Basta leer una sola página de cualquiera de ellos para entenderlo todo: la obra completa de Álvaro Mutis, su vida misma, son las de un vidente que sabe a ciencia cierta que nunca volveremos a encontrar el paraíso perdido. Es decir: Maqroll no es sólo él, como con tanta facilidad se dice. Maqroll somos todos.

Marcelino Champo: @marcechampo & emarcelinochampo@gmail.com

La máscara de la muerte roja Recordamos el 164 aniversario de la muerte del escritor Edgar Allan Poe con el cuento “La máscara de la muerte roja”, publicado por primera vez en 1842


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Sabadode2013copenchiaprayuela12 by Luis Enrique Rios Aguilar - Issuu