(Sal 1:1) ¡Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni en la senda de los pecadores se detiene, ni en el banco de los burlones se sienta, (Sal 1:2) mas se complace en la ley de Yahveh, su ley susurra día y noche! (Sal 1:3) Es como un árbol plantado junto a corrientes de agua, que da a su tiempo el fruto, y jamás se amustia su follaje; todo lo que hace sale bien. (Sal 1:4) ¡No así los impíos, no así! Que ellos son como paja que se lleva el viento. (Sal 1:5) Por eso, no resistirán en el Juicio los impíos, ni los pecadores en la comunidad de los justos. (Sal 1:6) Porque Yahveh conoce el camino de los justos, pero el camino de los impíos se pierde. (Sal 2:1) ¿Por qué se agitan las naciones, y los pueblos mascullan planes vanos? (Sal 2:2) Se yerguen los reyes de la tierra, los caudillos conspiran aliados contra Yahveh y contra su Ungido: (Sal 2:3) «¡Rompamos sus coyundas, sacudámonos su yugo!» (Sal 2:4) El que se sienta en los cielos se sonríe, Yahveh se burla de ellos. (Sal 2:5) Luego en su cólera les habla, en su furor los aterra: (Sal 2:6) «Ya tengo yo consagrado a mi rey en Sión mi monte santo.» (Sal 2:7) Voy a anunciar el decreto de Yahveh: El me ha dicho: «Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy. (Sal 2:8) Pídeme, y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra. (Sal 2:9) Con cetro de hierro, los quebrantarás, los quebrarás como vaso de alfarero.» (Sal 2:10) Y ahora, reyes, comprended, corregíos, jueces de la tierra. (Sal 2:11) Servid a Yahveh con temor, (Sal 2:12)