N U A A C I N Ó R C LOCO ENAMORADO POR: LUCÍA SALA ZAR ORTEGA
Cuando llegué a París por primera vez, lo primero que hice fue preguntarme como una ciudad tan bella podía estar tan sucia, y mientras mis pasos me llevaban al cementerio Père-Lachaise, sentí como si retrocediera en el tiempo, a aquel frío 30 de noviembre de 1900. En el hotel D'Alsace, aquella mañana se respiraba un aire lúgubre, y es que en una de sus habitaciones, respiraría su último aliento el infame Oscar Wilde.
Tal y como sus amigos contarían más adelante, las últimas horas del escritor no fueron tan excéntricas y fabulosas como se cree. Y aunque vivió una vida, la cual por su importancia nunca se tomó en serio, la muerte tiende a ser más justa, y cuando sus últimos momentos llegaron, la mirada del escritor no reaccionaba ya a la luz, perdida quizás, en alguna de sus obras o en algún recuerdo de su vida, antes del exilio y la cárcel. De sus labios, ya no salían las elocuentes, ácidas e ingeniosas frases que le habían acompañado toda su vida, lo único que se escapaba por ellos era sangre y espuma, que era preciso secar constantemente.
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Mientras miraba la curiosa tumba que hoy es el último hogar de Oscar Wilde, no pude evitar pensar en cómo hubiera sido su vida sino le hubieran condenado, tan solo por el simple hecho de amar a alguien, pero debéis saber que no ha sido olvidado, ya que todos los besos de carmín rojo que cubren su tumba, nos recuerda a la gente que no ha olvidado su historia.
Tal y como nuestro querido Oscar dijo, sorbiendo una copa de champán, que no podía pagar: “Estoy muriendo por encima de mis posibilidades”.