FILIACIÓN 1
Por qué llamamos Padre a Dios (1) Porque nos ha creado a su imagen y semejanza: somos persona y somos persona espiritual. Por la especial providencia que Dios tiene sobre todos los hombres, a quienes ama y gobierna como seres libres. Sobre todo porque nos ha elevado a tomar parte, por la gracia en la vida íntima de la Santísima Trinidad, concediéndonos una participación en la naturaleza divina (2P 1,5), que nos diviniza, y nos hace hijos en el Hijo, hermanos, por adopción, del Hijo Unigénito.
FILIACIÓN 2
Por qué llamamos Padre a Dios (2) Porque habiendo perdido esta dignidad por el pecado, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer... para que recibiéramos la condición de hijos. Y la prueba de que ustedes son hijos, Dios envió a su interior el Espíritu de su Hijo (el Espíritu Santo), que grita: ¡Abba Padre! (Ga 4, 5-6). Porque nuestro Señor Jesucristo nos ha dicho: ustedes, pues, oren así: Padre nuestro... (Mt 6,9).
FILIACIÓN 3
El sentido de la filiación divina: fundamento de la vida espiritual en la creación: persona
en el orden sobrenatural (re-creación): hijo de Dios
en el Cielo: plenitud de filiación divina
Ya ahora somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que seremos. Cuando se manifieste seremos iguales a Él porque le veremos como es (1Jn 3, 2).
La vida cristiana —la santidad— consiste en vivir de acuerdo con esta altísima dignidad: como hijos de Dios Padre en el Hijo (formando como una sola cosa con Él), por el Espíritu Santo (vínculo de unión entre el Padre y el Hijo, y por tanto, quien nos hace hijos adoptivos del Padre).
FILIACIÓN 4
Filiación divina:ser el mismo Cristo Para vivir como hijos de Dios es preciso considerar frecuentemente que lo somos: en esto consiste el sentido de la filiación divina. Una vez que el Hijo Unigénito se ha hecho hombre, vivir como hijo de Dios significa imitar a Cristo. No sólo externamente, sino vivir su misma vida sobrenatural, cada vez con más plenitud, hasta llegar a ser, no sólo otros Cristos sino el mismo Cristo: cumplir la voluntad divina haciéndonos, como Jesús, obediente hasta la muerte y muerte de Cruz (Flp 2,8), para redimir a las almas: Estoy crucificado con Cristo. Vivo, pero ya no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí (Ga 2, 19-20)
FILIACIÓN 5
Filiación divina y Santa Misa La Misa es el centro y raíz de la vida de un hijo de Dios, porque es renovación sacramental del sacrificio de Cristo. Cada día podemos unir nuestras obras a los méritos de Cristo, como la gota de agua al vino que se convertirá en su Sangre, para corredimir con Él, con afán de salvar a todas las almas. En la Misa adquieren valor nuestras acciones diarias, hasta las más pequeñas, realizadas por amor a Dios. En la Misa adquieren valor nuestras acciones diarias, hasta las más pequeñas, realizadas por amor a Dios.
FILIACIÓN 6
Hijos de Dios, hijos de María Cristo es Hijo de Santa María, y nos dio a su Madre por Madre en el Calvario. Ser hijo de Dios es ser hijo de Santa María. Por Ella nos viene toda la vida sobrenatural que nos ha ganado su Hijo.
FILIACIÓN 7
Filiación y virtudes teologales La vida de un hijo de Dios es vida: —de fe: confiar plenamente en Dios y a abandonarnos en sus manos: Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura (Mt 6,33); —de esperanza: porque si somos hijos, también herederos de Dios (Rm 8, 17). La filiación divina nos da la garantía de que Dios nos tiene preparada la herencia de Cielo; —de caridad: porque los que se dejan guiar por el Espíritu Santo, ésos son hijos de Dios (Rm 8, 14), que es Amor.
FILIACIÓN 8
Filiación divina: consecuencias
fortalecimiento ante tentaciones y dificultades
aborrecimiento del pecado: venial deliberado
temor filial de ofender a Dios
confianza en la misericordia de Dios
tratar como hijos de Dios a los hijos de Dios
ver la mano amorosa de Dios en los acontecimientos de la vida: todo es para bien (Rm 8, 28)
vivir contemplando a nuestro Padre Dios
FILIACIÓN 9
Filiación divina y fraternidad cristiana (1) Al llamar a Dios Padre Nuestro reconocemos que la filiación divina nos une en Cristo "primogénito de muchos hermanos" (Rm 8,29), por medio de una verdadera fraternidad sobrenatural.
tratar como hijos de Dios a los hijos de Dios
La Iglesia es esta nueva comunión de Dios y de los hombres (cf. Catecismo, 2790). Por esto, la santidad cristiana, aun siendo personal e individual, no es nunca individualista o egocéntrica: todos los cristianos han de sentir una gran responsabilidad apostólica: ¡Todos con Pedro a Jesús por María!
FILIACIÓN 10
Filiación divina y fraternidad cristiana (2) La fraternidad que establece la filiación divina se extiende también a todos los hombres, porque todos en cierto modo son hijos de Dios —criaturas suyas— y todos están llamados a la santidad: No hay, pues, más que una raza: la raza de los hijos de Dios. Por ello, todos hemos de sentirnos solidarios en la tarea de conducir a toda la humanidad hacia Dios.
La filiación divina nos impulsa por tanto al apostolado, que es una manifestación necesaria de filiación y de fraternidad. La santidad —plenitud de la filiación divina— es inseparable del apostolado. tratar como hijos de Dios a los hijos de Dios
FILIACIÓN 11
Vivir siempre en presencia de Dios Dios no está lejos de nosotros, porque en É1 vivimos, nos movemos y somos (Hch 17,28). Está presente en lo más íntimo de sus criaturas (cf. Catecismo, 300).
Además, la Santísima Trinidad inhabita en el alma en gracia como en un templo (cf. Jn 14,23; 2Co 6,16). Es posible ser habitualmente conscientes de la cercanía de Dios procurando transformar la vida entera en una oración continua, mediante el cumplimiento exacto y amoroso de los deberes cotidianos (cf. Catecismo, 2659 y 2745). Toda la jornada puede ser tiempo de oración: de la noche a la mañana y de la mañana a la noche (Es Cristo que pasa, 119).
vivir contemplando a nuestro Padre Dios
FILIACIÓN 12
vivir contemplando a nuestro Padre Dios
Vivir siempre en presencia de Dios (2) Para llegar a vivir siempre en la presencia de Dios es preciso un esfuerzo constante por elevar el corazón al Señor: para esto nos son de gran ayuda las industrias humanas o despertadores de la presencia de Dios.
Primero una jaculatoria, y luego otra, y otra..., hasta que parece insuficiente ese fervor, porque las palabras resultan pobres...: y se deja paso a la intimidad divina, en un mirar a Dios sin descanso y sin cansancio. Vivimos entonces como cautivos, como prisioneros. Mientras realizamos con la mayor perfección posible, dentro de nuestras equivocaciones y limitaciones, las tareas propias de nuestra condición y de nuestro oficio, el alma ansía escaparse. Se va hacia Dios, como el hierro atraído por la fuerza del imán. Se comienza a amar a Jesús, de forma más eficaz, con un dulce sobresalto (Amigos de Dios, 296).