Tercer círculo: “La vida, la salud, el amor son precarios ¿por qué habría de escapar el trabajo a esta ley?” No hay una cuestión tan embrollada en Francia como la del trabajo. No hay relación más enrevesada que la de los franceses con el trabajo. Id a Andalucía, a Argelia, a Nápoles. En el fondo se desprecia el trabajo. Id a Alemania, a los Estados Unidos, a Japón. Se sueña con el trabajo. Las cosas cambian, es verdad. Hay muchos otaku en Japón, frobe Arbeitslose en Alemania y workoholics en Andalucía. Pero por el momento esto no son más que curiosidades. En Francia, se emplean manos y pies para trepar por la jerarquía, pero se halaga en privado el no trabajar más que el otro. Se queda a trabajar hasta las diez de la noche cuando el curro está desbordado, pero nunca hubo escrúpulos en robar, por aquí y por allá, material de la oficina, o en purgar del stock de la caja las piezas defectuosas para venderlas luego. Tener trabajo es un honor y trabajar una marca de servilismo. En resumen: el perfecto cuadro clínico de la histeria. Se ama detestando, se detesta amando. Y cada uno sabe del estupor y el desarraigo que golpea al histérico cuando este pierde a su víctima, a su maestro. Lo más frecuente es que no se restablezca. En este país, en el fondo político, que es Francia, el poder industrial siempre ha sido sumiso al poder estatal. La actividad económica nunca ha dejado de estar desconfiadamente dirigida por una administración puntillosa. Los grandes patronos que no provienen de la nobleza de Estado por vía PolitechniqueENA son los parias del mundo de los negocios donde se admite, en secreto, que dan un poco de lástima. Bernard Tàpie es su trágico héroe: adulado un día, en la cárcel al siguiente, siempre intocable. Que ahora cambie de escena no tiene nada de sorprendente. Contemplándole como se contempla a un monstruo, el público francés le mantiene a distancia y, por el espectáculo de una tan fascinante infamia, se preserva de su contacto. Pese al gran bluff de 15