ENCONTRARSE Unirse a aquello que se demuestra como verdad. Partir de ahí Un rencuentro, un descubrimiento, un vasto movimiento de huelga, un temblor de tierra: cualquier acontecimiento produce verdad, alterando nuestra manera de estar en el mundo. Inversamente, una constante que nos resulta indiferente, que nos deja iguales, que no compromete a nada, no merece el nombre de verdad. Hay una verdad subyacente a cada gesto, a cada práctica, a cada relación, a cada situación. La costumbre de eludirla, de gestionar, es lo que produce el desvarío característico más frecuente en esta época. De hecho, todo se implica con todo. El sentimiento de vivir en la mentira todavía es verdad. Se trata de no perderla, incluso de partir de ella. Una verdad no es una visión el mundo sino lo que nos mantiene unidos a él de modo irreductible. Una verdad no es cosa alguna que se posea sino algo que nos sostiene. Me hace y me deshace, me constituye y me destituye como individuo, me aleja de muchos y me vincula con los que la comparten. La insurrección que llega El ser aislado que se apega al estado de las cosas tropieza fatalmente con sus semejantes. De hecho, cualquier proceso subversivo parte de una verdad que no se abandona. Se ha visto en Hamburgo, en los años 1980,en los que un puñado de ocupantes de una casa ocupada decide que, en lo sucesivo, será necesario pasar sobre ellos para expulsarles. Fue un barrio asediado por tanques y helicópteros, por días de lucha callejera, por grandes manifestaciones — y un ayuntamiento que, finalmente, capituló. Georges Guingouin, el “primer guerrillero de Francia”, no tuvo en 1940, otro punto de partida que la certeza de su rechazo a la ocupación. Para el Partido comunista no era entonces más que un “loco que vivía en el monte”; hasta que fueron veinte mil los locos que vivían en el monte, y liberaron Limoges. 47