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LITERATURA Desde esde las lentes realista-mimética y fantástico-maravillosa fantástico-maravillosa.
El matadero (frag.) Esteban Echeverría Los hechos narrados en El matadero se desarrollan en la tercera década del siglo XIX, durante la Cuaresma, un tiempo de penitencia en que los fieles católicos no ingieren carne. El texto comienza con el relato de una inundación que asoló la ciudad de Buenos Aires y que sirve como marco para establecer un cuadro de denuncia del régimen rosista y sus aliados. A pesar de que la mía es historia, no la empezaré por el arca de Noé y la genealogía de sus ascendientes como acostumbraban hacerlo los antiguos historiadores españoles de América que deben ser nuestros prototipos. Tengo muchas razones para no seguir ese ejemplo, las que callo por no ser difuso. Diré solamente que los sucesos de mi narración, pasaban por los años de Cristo del 183... Estábamos, a más, en cuaresma, época en que escasea la carne en Buenos Aires, porque la Iglesia, adoptando el precepto de Epicteto, sustine, abstine (sufre, abstente), ordena vigilia y abstinencia a los estómagos de los fieles, a causa de que la carne es pecaminosa, y, como dice el proverbio, busca a la carne. […] Los abastecedores, por otra parte, buenos federales, y por lo mismo buenos católicos, sabiendo que el pueblo de Buenos Aires atesora una docilidad singular para someterse a toda especie de mandamiento, solo traen en días cuaresmales al matadero, los novillos necesarios para el sustento de los niños y de los enfermos dispensados de la abstinencia por la Bula, y no con el ánimo de que se harten algunos herejotes, que no faltan, dispuestos siempre a violar las mandamientos carnificinos de la Iglesia, y a contaminar la sociedad con el mal ejemplo. Sucedió, pues, en aquel tiempo, una lluvia muy copiosa. Los caminos se anegaron; los pantanos se pusieron a nado y las calles de entrada y salida a la ciudad rebosaban en acuoso barro. […] Parecía el amago de un nuevo diluvio. Los beatos y beatas gimoteaban haciendo novenarios y continuas plegarias. Los predicadores atronaban el templo y hacían crujir el púlpito a puñetazos. Es el día del juicio, decían, el fin del mundo está por venir. La cólera divina rebosando se derrama en inundación. […] Vuestra impiedad, vuestras herejías, vuestras blasfemias, vuestros crímenes horrendos, han traído sobre nuestra tierra las plagas del Señor. La justicia y el Dios de la Federación os declarará malditos. Las pobres mujeres salían sin aliento, anonadadas del templo, echando, como era natural, la culpa de aquella calamidad a los unitarios. Continuaba, sin embargo, lloviendo a cántaros, y la inundación crecía acreditando el pronóstico de los predicadores. Las campanas comenzaron a tocar rogativas por orden del muy católico Restaurador, quien parece no las tenía todas consigo. Los libertinos, los incrédulos, es decir, los unita-
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rios, empezaron a amedrentarse al ver tanta cara compungida, oír tanta batahola de imprecaciones. Se hablaba ya, como de cosa resuelta, de una procesión en que debía ir toda la población descalza y a cráneo descubierto, acompañando al Altísimo, llevado bajo palio por el obispo, hasta la barranca de Balcarce, donde millares de voces conjurando al demonio unitario de la inundación, debían implorar la misericordia divina. […] Lo que hace principalmente a mi historia es que por causa de la inundación estuvo quince días el matadero de la Convalecencia sin ver una sola cabeza vacuna, y que en uno o dos, todos los bueyes de quinteros y aguateros se consumieron en el abasto de la ciudad. […] Algunos médicos opinaron que si la carencia de carne continuaba, medio pueblo caería en síncope por estar los estómagos acostumbrados a su corroborante jugo; y era de notar el contraste entre estos tristes pronósticos de la ciencia y los anatemas lanzados desde el púlpito por los reverendos padres contra toda clase de nutrición animal y de promiscuación en aquellos días destinados por la Iglesia al ayuno y la penitencia. Se originó de aquí una especie de guerra intestina entre los estómagos y las conciencias, atizada por el inexorable apetito y las no menos inexorables vociferaciones de los ministros de la Iglesia, quienes, como es su deber, no transigen con vicio alguno que tienda a relajar las costumbres católicas: a lo que se agregaba el estado de flatulencia intestinal de los habitantes, producido por el pescado y los porotos y otros alimentos algo indigestos. Esta guerra se manifestaba por sollozos y gritos descompasados en la peroración de los sermones y por rumores y estruendos subitáneos en las casas y calles de la ciudad o dondequiera concurrían gentes. Alarmose un tanto el gobierno, tan paternal como previsor, del Restaurador creyendo aquellos tumultos de origen revolucionario y atribuyéndolos a los mismos salvajes unitarios, cuyas impiedades, según los predicadores federales, habían traído sobre el país la inundación de la cólera divina; tomó activas providencias, desparramó sus esbirros por la población y por último, bien informado, promulgó un decreto tranquilizador de las conciencias y de los estómagos, encabezado por un considerando muy sabio y piadoso para que a todo trance y arremetiendo por agua y todo se trajese ganado a los corrales. […] Sea como fuera; a la noticia de la providencia gubernativa, los corrales del Alto se llenaron, a pesar del barro, de carniceros, achuradores y curiosos, quienes recibieron con grandes vociferaciones y palmoteos los cincuenta novillos destinados al matadero. […] El primer novillo que se mató fue todo entero de regalo al Restaurador, hombre muy amigo del asado. […] Es de creer que el Restaurador tuviese permiso especial de su ilustrísima para no abstenerse de carne, porque
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siendo tan buen observador de las leyes, tan buen católico y tan acérrimo protector de la religión, no hubiera dado mal ejemplo aceptando semejante regalo en día santo. Siguió la matanza y en un cuarto de hora cuarenta y nueve novillos se hallaban tendidos en la playa del matadero, desollados unos, los otros por desollar. El espectáculo que ofrecía entonces era animado y pintoresco aunque reunía todo lo horriblemente feo, inmundo y deforme de una pequeña clase proletaria peculiar del Río de la Plata. Pero para que el lector pueda percibirlo a un golpe de ojo preciso es hacer un croquis de la localidad. El matadero de la Convalescencia o del Alto, sito en las quintas al Sud de la ciudad, es una gran playa en forma rectangular colocada al extremo de dos calles, una de las cuales allí se termina y la otra se prolonga hacia el este. […] En la casilla se hace la recaudación del impuesto de corrales, se cobran las multas por violación de reglamentos y se sienta el juez del Matadero, personaje importante, caudillo de los carniceros y que ejerce la suma del poder en aquella pequeña república, por delegación del Restaurador. […] La casilla, por otra parte, es un edificio tan ruin y pequeño que nadie lo notaría en los corrales a no estar asociado su nombre al del terrible juez y a no resaltar sobre su blanca cintura los siguientes letreros rojos: “Viva la Federación”, “Viva el Restaurador y la heroína doña Encarnación Ezcurra”, “Mueran los salvajes unitarios”. Letreros muy significativos, símbolo de la fe política y religiosa de la gente del matadero. […] La perspectiva del matadero a la distancia era grotesca, llena de animación. Cuarenta y nueve reses estaban tendidas sobre sus cueros y cerca de doscientas personas hollaban aquel suelo de lodo regado con la sangre de sus arterias. […] Por un lado, dos muchachos se adiestraban en el manejo del cuchillo tirándose horrendos tajos y reveses; por otro cuatro ya adolescentes ventilaban a cuchilladas el derecho a una tripa gorda y un mondongo que habían robado a un carnicero; y no de ellos distante, porción de perros flacos ya de la forzosa abstinencia, empleaban el mismo medio para saber quién se llevaría un hígado envuelto en barro. Simulacro en pequeño era éste del modo bárbaro con que se ventilan en nuestro país las cuestiones y los derechos individuales y sociales. En fin, la escena que se representaba en el matadero era para vista, no para escrita. Un animal había quedado en los corrales de corta y ancha cerviz, de mirar fiero, sobre cuyos órganos genitales no estaban conformes los pareceres porque tenía apariencias de toro y de novillo. Llegole su hora. Dos enlazadores a caballo penetraron al corral en cuyo contorno hervía la chusma a pie, a caballo y horquetada sobre sus ñudosos palos. Formaban
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en la puerta el más grotesco y sobresaliente grupo varios pialadores y enlazadores de a pie con el brazo desnudo y armado del certero lazo, la cabeza cubierta con un pañuelo punzó y chaleco y chiripá colorado, teniendo a sus espaldas varios jinetes y espectadores de ojo escrutador y anhelante. El animal, prendido ya al lazo por las astas, bramaba echando espuma furibundo y no había demonio que lo hiciera salir del pegajoso barro donde estaba como clavado y era imposible pialarlo. […] Los dicharachos, las exclamaciones chistosas y obscenas rodaban de boca en boca y cada cual hacia alarde espontáneamente de su ingenio y de su agudeza excitado por el espectáculo o picado por el aguijón de alguna lengua locuaz. —Hi de p... en el toro. […] —Es emperrado y arisco como un unitario. —Y al oír esta mágica palabra todos a una voz exclamaron—: ¡Mueran los salvajes unitarios! […] —El matahambre a Matasiete, degollador de unitarios. ¡Viva Matasiete! —¡A Matasiete el matahambre! —Allá va —gritó una voz ronca, interrumpiendo aquellos desahogos de la cobardía feroz—. ¡Allá va el toro! —¡Alerta! Guarda los de la puerta. Allá va furioso como un demonio. Y en efecto, el animal acosado por los gritos y sobre todo por dos picanas agudas que le espoleaban la cola, sintiendo flojo el lazo, arremetió bufando a la puerta, lanzando a entre ambos lados una rojiza y fosfórica mirada. Diole el tirón el enlazador sentando su caballo, desprendió el lazo de la asta, crujió por el aire un áspero zumbido y al mismo tiempo se vio rodar desde lo alto de una horqueta del corral, como si un golpe de hacha la hubiese dividido a cercén una cabeza de niño cuyo tronco permaneció inmóvil sobre su caballo de palo, lanzando por cada arteria un largo chorro de sangre. […] Una parte se agolpó sobre la cabeza y el cadáver palpitante del muchacho degollado por el lazo, manifestando horror en su atónito semblante, y la otra parte compuesta de jinetes que no vieron la catástrofe se escurrió en distintas direcciones en pos del toro, vociferando y gritando: —¡Allá va el toro! ¡Atajen! ¡Guarda! […] Una hora después de su fuga el toro estaba otra vez en el Matadero donde la poca chusma que había quedado no hablaba sino de sus fechorías. […] Del niño degollado por el lazo no
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El texto y la crítica
El nacimiento de nuestra literatura La selección de textos críticos que aparece a continuación problematiza cuestiones fundamentales en torno al nacimiento de la literatura argentina, como las características generacionales, la oposición civilización-barbarie, el uso del lenguaje y el rol de los intelectuales. Estos fragmentos constituyen un punto de partida insoslayable para pensar la literatura argentina del siglo XIX.
Literatura argentina y realidad política (frag.) David Viñas Son varias las coordenadas que se entrecruzan y superponen en el período rosista y que inciden en la aparición de una literatura con perfiles propios. Son conocidos: en primer lugar, la presencia, unidad y desarrollo de una constelación de figuras de cronología, nivel social y aprendizaje homogéneos; con una implicancia decisiva: se trata de la primera generación argentina que se forma luego del proceso de 1810. En segundo lugar, su inserción en las tensiones que provoca el momento rosista que los crispa, motiva y moviliza alejándolos del país y otorgándoles distancia para verlo en perspectiva y desearlo, interpretarlo, magnificándolo y descubriéndolo como condición sine qua non hasta poetizarlo en una permanente oscilación entre carencia y regreso. […] Son los términos espaciales y significativos los que operan: el desierto rústico, amenazador y desnudo que acecha, provoca […] vértigo a la vez que urgencia por llenarlo. […] El otro término es el matadero con sus dos connotaciones clave, lo pintoresco y lo pringoso. Es decir, el matadero es la estancia impura. Viñas, David, Literatura argentina y realidad política, Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1964.
Echeverría y el lugar de la ficción (frag.) Ricardo Piglia El origen. Se podría decir que la historia de la narrativa argentina empieza dos veces: en El matadero y en la primera página del Facundo. [...] De hecho los dos textos narran lo mismo y nuestra literatura se abre con una escena básica, una escena de violencia contada dos veces. La anécdota con la que Sarmiento empieza el Facundo y el relato de Echeverría son dos versiones (una triunfal, otra paranoica) de una confrontación que ha sido narrada de distinto modo a lo largo de nuestra literatura por lo menos hasta Borges. […]
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El lenguaje y el cuerpo. […] en el cuento de Echeverría todo está centrado en el cuerpo y el lenguaje (marcado por la violencia) acompaña y representa los acontecimientos. Por un lado un lenguaje “alto”, engolado, casi ilegible: en la zona del unitario el castellano parece una lengua extranjera y estamos siempre tentados de traducirla. Y por otro lado una lengua “baja”, popular, llena de matices y de flexiones orales. La escisión de los mundos enfrentados toca también al lenguaje. El registro de la lengua popular, que está manejado por el narrador como una prueba más de la bajeza y la animalidad de los “bárbaros”, es un acontecimiento histórico y es lo que se ha mantenido vivo en El matadero. Piglia, Ricardo, “Echeverría y el lugar de la ficción”, en La Argentina en pedazos, Buenos Aires, Ediciones de la Urraca, 1993.
Mártires o libres: un dilema estético. Las víctimas de la cultura en El matadero de Echeverría y en sus reescrituras (frag.) Cristina Iglesia En El matadero el pueblo es sordo, ciego y sobre todo dócil ante los mandamientos de los federales. [...] El momento es difícil porque el sistema impugnado por los intelectuales por dictatorial y represivo se atribuye las marcas de lo popular, las exhibe a cada paso. Artista y pueblo están brutamente distanciados y el narrador elige el reproche engarzado en la ironía: no hay peor sordo que el que no quiere oír, ni peor pueblo que el que no quiere escuchar la palabra ilustrada y salvadora de los que se oponen a Rosas. La distancia irremediable ratifica la inutilidad de quedarse y la conveniencia del destierro. El matadero fue escrito con un pie en el estribo. Justamente porque problematiza una disyuntiva dramática para la palabra esclarecedora de los ilustrados: a quién hablar si nadie quiere oír, a qué pueblo adorar si el que buscamos adora a los tiranos y para quién escribir si el pueblo no nos leerá. […]
Actividades Iglesia, Cristina, Mártires o libres..., disponible en [http://goo.gl/sigRzL] . 3
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Link acortado de http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/martires-o-libres-un-dilema-estetico-las-victimas-de-la-cultura-en-el-matadero-de-echeverria-y-en-sus-reescrituras/html/5dbfe4e4-5257-11e1-b1fb-00163ebf5e63_2.html.
Guía de lectura 1. La oposición civilización-barbarie aparece trabajada de manera diferente en los tres textos críticos. Establezcan similitudes y diferencias entre las tres posturas. 2. ¿Qué relación pueden establecer entre el uso del lenguaje que analiza Piglia y la relación artista-pueblo que plantea Iglesia? 3. ¿De qué manera aparece la problemática del destierro en los fragmentos de Viñas e Iglesia?
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Escritura
Con mirada irónica Las miradas sobre El matadero han sido muy variadas e, incluso, contradictorias entre sí, ya que los críticos manifiestan sus propias valoraciones y concepciones ideológicas. 1. Lean el siguiente fragmento de un artículo del escritor José Pablo Feinmann. La desmesura de lo que Echeverría cuenta solo es comparable a la enormidad del error que cometió el unitario. Pareciera que el joven elegante y culto no conocía mucho sino casi nada la ciudad en que vivía, y eso que no era grande. Porque desviar su cabalgadura para el lado del matadero es una desviación tan desviada que más no podía serlo. Pero Echeverría —es él quien encarna, quien se refleja en el unitario distraído, que de altanero que era no miraría hacia abajo y eso lo perdió— quería una historia que buscara los extremos, y extremada debía ser la distracción del unitario. La historia no empieza con el unitario, empieza con el lugar en que el unitario perderá sus pasos y luego la vida: el matadero. Ahí no pueden ser más horribles las cosas. La sangre corre y se mezcla con el barro. Los perros se quedan con los bofes y se los disputan a tarascones. La brutalidad de los faenadores se despliega generosa. Se sabe que Echeverría no escribió este cuento —admirable— para publicarlo. Lo habrá escrito en su estancia, en un exilio interior, digamos. Y después se lo llevó a Montevideo, y aquí se lo habrá leído a sus amigos, los hombres del exilio unitario. Pongamos: Alberdi, Juan María Gutiérrez, Florencio Varela.
Feinmann, José Pablo, “La desmesura argentina”, en Página 12, 9 de marzo de 2008. 2. Expliquen cómo califica el autor de la nota al texto de Echeverría. 3. ¿Qué uso de la ironía hace Feinmann respecto del joven unitario? 4. Escriban un fragmento similar haciendo uso de la ironía respecto de algunos de los personajes de El matadero.
El lenguaje de El matadero Discutan en pequeños grupos qué inquietudes y sensaciones despertó en ustedes El matadero; tengan en cuenta la relación violencia-lenguaje. 1. Elijan una de estas opciones: a. Escriban en sus carpetas un breve artículo sobre el uso de la lengua que hace el personaje del unitario. b. Escriban en sus carpetas un breve artículo sobre el uso de la lengua que hacen los personajes de los federales. 2. Lean a sus compañeros los artículos que escribieron y discutan entre todos las ideas que cada uno plasmó en ellos.
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Debate entre unitarios y federales Dividan el curso en dos y armen un debate en que uno de los grupos defienda la posición del joven unitario y el otro a los trabajadores del matadero. 1. Piensen en las ideas que va a defender cada grupo y los argumentos que van a utilizar para hacerlo. Preparen sus discursos. 2. Durante el debate, recuerden respetar los turnos de habla y no se superpongan con sus compañeros. 3. Una vez finalizado el debate, escriban en sus carpetas la crónica de lo sucedido.
Cadáveres exquisitos Se llama cadáver exquisito a un tipo de escritura colectiva que consiste en redactar una frase por turno en un papel, doblarlo para cubrir lo anotado y pasárselo al compañero más próximo para que este, a su vez, haga lo mismo. El papel debe completar dos o tres vueltas y, al final, se desplegará para poder leer el texto creado. 1. Observen con atención esta imagen y reflexionen, en forma individual, qué les evoca. 2. Reunidos en grupos de cuatro o cinco compañeros, creen “cadáveres exquisitos” con las ideas que pensaron. 3. Compartan sus creaciones con el resto del curso.
Carlos Enrique Pellegrini, Matadero, 1829.
Memorias de Echeverría Siguiendo el estilo que propone Andrés Rivera para darle voz a Rosas, traten de imaginar la voz de Esteban Echeverría en el exilio. 1. Escriban en sus carpetas un pequeño relato autobiográfico que dé cuenta de los ideales e intereses de los jóvenes románticos.
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CAPÍTULO
BLOQUE 1 | DESDE LA LENTE REALISTA-MIMÉTICA
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LITERATURA Y MILITANCIA
PUNTO La literatura militante | Literatura y periodismo: la non fiction | Operación Masacre, de Rodolfo Walsh | Un texto en construcción
CONTRAPUNTO Militancia, periodismo y poesía: Urondo y Gelman | “La verdad es la única realidad”, de Paco Urondo y “Glorias”, de Juan Gelman | Trascender a través de la escritura
EL TEXTO Y LA CRÍTICA “Gasolinera”, de Walter Benjamin | “Tres propuestas para el próximo milenio...”, de Ricardo Piglia | “Palabras”, de Juan Gelman
Una estética de cercanías A fines de la década de 1830, Esteban Echeverría escribe El matadero, una narración literaria en la que se denuncia la violencia ejercida contra los opositores del rosismo. En ese cuento, Echeverría hace hablar al pueblo por primera vez en la literatura argentina: allí, entre las críticas y denostaciones, se escuchan las voces plebeyas. De esta manera, se inaugura una literatura nacional en que los sectores populares y su habla dejan de ser un simple decorado y pasan a ocupar un lugar protagónico. El matadero; Facundo, de Domingo F. Sarmiento; Martín Fierro, de José Hernández; y Juan Moreira, de Eduardo Gutiérrez, conforman un recorrido de la historia literaria argentina que atraviesa, en el siglo XX, la poética de Juan Gelman y Francisco Paco Urondo, como también la obra periodística de Rodolfo Walsh. El poder actúa y se manifiesta sobre los cuerpos y sobre el lenguaje para imponer su propia verdad. Frente a ella, estos tres escritores, entre otros, elaboran una estética y una ética de cercanías. No hablan solamente de los otros, como en el realismo del siglo XIX, ni por los otros, como los boedistas1, que buscan una literatura comprometida que dé cuenta de los conflictos sociales de su época, sino con los otros: los excluidos, los oprimidos y los fusilados. Rodolfo Walsh es un hombre que descifra enigmas; por eso, el policial, el ajedrez y las mentiras pergeñadas por el Estado entraman su escritura ficcional y también la periodística, la de denuncia. “Empuñé un arma porque busco la palabra justa”, dice Urondo, poeta y narrador santafesino. “No hubo abismos entre experiencia y poesía”, lo elogia su amigo Gelman, quien hasta hoy lucha y escribe. Las biografías de Walsh, Gelman y Urondo tienen varios cruces: todos ellos nacieron en la misma década y publicaron sus primeros libros entre 1953 y 1956. El primer poemario de Urondo se titula Historia antigua y el de Gelman, Violín y otras cuestiones, en tanto Walsh llama Variaciones en rojo a la compilación de sus cuentos policiales. Como literatos, periodistas y militantes políticos de Montoneros, la organización armada en los años setenta, estos hombres hacen de la escritura un instrumento más de su compromiso político y social. Pero también son tres intelectuales alcanzados por la violencia represiva del Estado: la última dictadura militar (1976-1983) fue responsable de la muerte de Urondo y Walsh, y obligó a Gelman a exiliarse. 1
Los boedistas eran los autores que conformaron el Grupo de Boedo, exponente de la vanguardia literaria argentina de la década de 1920. Algunos de sus representantes fueron Álvaro Yunque y Raúl González Tuñón.
Biblioteca
La mirada realista y la violencia Desde la perspectiva de la cosmovisión realista, esta Biblioteca Activa permite recorrer distintos textos de la literatura nacional y universal, articulados sobre el tema de la violencia que atraviesa las sociedades de todas las épocas. En una clara relación intertextual con Martín Fierro, Eduardo Gutiérrez presenta en Juan Moreira a un gaucho hostigado por una justicia caprichosa y rencorosa, que se ve obligado a abandonar una buena vida para vivir al margen de la ley. Además, la obra de Gutiérrez muestra a su protagonista, a la vez, como víctima de un sistema injusto y victimario de sus persecutores. Por su parte, Truman Capote, quien acuñó el término non fiction para referirse a un tipo de relato testimonial, nos muestra en su novela A sangre fría la contracara de una sociedad aparentemente perfecta, en la que la violencia ataca bajo la forma del sinsentido. Para establecer la relación entre literatura y militancia, la Biblioteca Activa incluye un poema de José Martí, uno de los escritores latinoamericanos que asumió un compromiso político desde dentro y desde fuera de la letras. Por su parte, Dashiell Hammett, en Cosecha roja, permite al lector asomarse al sórdido submundo del hampa en las grandes ciudades, donde ni siquiera el investigador está a salvo de la violencia, que abarca tanto la traición como el ataque físico y que funciona como eje estructural de ese universo y de los relatos del policial negro. Las cuatro propuestas de universos ficcionales que esta Biblioteca Activa presenta funcionan bajo la lógica de lo real y abren una puerta a nuevas lecturas.
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Juan Moreira (frag.) Eduardo Gutiérrez
Juan Moreira (1879) se publicó originalmente como folletín en el diario La Patria Argentina. Los hermanos Eduardo y Ricardo Gutiérrez incluyeron en sus publicaciones un tipo de trama y de lenguaje criollos, lo que generó una enorme adhesión entre el público lector. La obra cuenta la historia de un gaucho honesto y valiente, que es arrastrado a una vida fuera de la ley por la persecución y el maltrato de una sociedad que se ha ensañado con él, y muestra un sistema de “justicia” viciada y antojadiza. Juan Moreira es perseguido y acosado por don Francisco, el teniente alcalde de su pueblo, que le impone castigos inmotivados e injustos. El desencadenante de la tragedia se produce cuando don Francisco acepta la palabra del pulpero, que niega haber contraído una deuda con Moreira, y, en cambio, pone a este en el cepo y lo golpea. Cansado del maltrato, Moreira decide hacer justicia por mano propia: mata al pulpero y huye. Luego, un amigo lo alberga y le trae noticias de su pago: han matado a su suegro y puesto a su mujer en prisión. Don Francisco se ha instalado en su rancho y lo espera para matarlo; además, piensa llevarse con él a la esposa del gaucho. Entonces, la reacción de Moreira no se hace esperar. Al oír esta revelación, la voz de Moreira sonó como un trueno al pronunciar una imprecación horrible. Con una precipitación febril se dirigió a su caballo, que ensilló y enfrenó en un segundo de tiempo, y saltando sobre él con una agilidad vertiginosa se alejó a gran galope, gritando al amigo Julián que se había quedado como clavado en el suelo: —Ahora, ni el mismo diablo es capaz de librarlo de mi puñal. A eso de las ocho de la noche, Moreira detenía la marcha de su caballo a unas tres cuadras de su antiguo rancho. En el interior había cinco personas, siendo estas el teniente alcalde, dos soldados de la partida y dos paisanos de la vecindad. En momentos en que Moreira, ocultándose entre las sombras, asomaba su pálida cabeza por las junturas de la puerta, aquellos
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© 2013 Daniel Santoro/SAVA, Buenos Aires
© 2013 Daniel Santoro/SAVA, Buenos Aires
El descamisado gigante expulsado de la ciudad y El descamisado gigante arrasa un sembradío de soja transgénica, Daniel Santoro, 2008, óleo sobre tela.
La obra del pintor argentino Daniel Santoro (1954) recupera de diversas maneras el imaginario del peronismo. En sus pinturas, el movimiento peronista constituye una suerte de utopía ubicada en el pasado. En la serie del “Descamisado gigante”, a la cual pertenecen estas obras, la figura del descamisado —término asociado con el trabajador que simpatiza con el peronismo— se presenta de manera simbólica. En El descamisado gigante expulsado de la ciudad se alude a la caída del gobierno peronista, representada por el bombardeo a la Plaza de Mayo en 1955. La escena también remite a la película King Kong, en la que el gorila —término que se usa, además, para llamar despectivamente a quienes se oponen al peronismo— sufre una suerte similar. En El descamisado gigante arrasa un sembradío de soja transgénica, el artista remite al tiempo presente y convierte al descamisado en un justiciero que destruye campos de soja, un cultivo envuelto en polémicas.
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Nighthawks, Edward Hopper, 1942, óleo sobre tela.
Esta es la pintura más conocida de Edward Hopper (1882-1967) y se encuentra entre las obras más representativas del arte estadounidense. Su título Nighthawks (“halcones de la noche”) alude a quienes acostumbran a salir por las noches. El cuadro presenta una escena urbana, de clima oscuro —en que la única fuente de luz proviene del local de comidas— y solitario —que se refleja en las actitudes ensimismadas de los personajes—. Muchas de las obras de Hopper muestran ambientes y personajes similares a los escenificados por la novela negra norteamericana de la primera mitad del siglo XX.
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