Jacinto Convit

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COLABORADORES I gnacio Moreno. L icenciado en P sicología (UCV). Se

ha dedicado a la in -

vestigación en los campos de la educación informal y el desarrollo humano,

Índice

Jacinto Convit: La vocación como apostolado

17 Cien años de una vida útil

22 Un importante hallazgo: la vacuna contra la lepra

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y al diseño y realización de talleres en las áreas educativa , psicosocial y

Se desem Servicio Autónomo Instituto de Biomedicina . Francisco K erdel Vegas . Médico dermatólogo y doctor en Ciencias Médicas de la UCV. Embajador y académico. I ndividuo de N úmero de la Academia Nacional de Medicina y de la Academia de Ciencias Físicas y Matemáticas. Vicerrector Académico (fundador) de la Universidad Simón Bolívar. Elsa R ada . L icenciada en Biología , con doctorado en Parasitología mención in munoparasitología . D urante treinta años trabajó en el área de I nvestigación en I nmunología C elular y H umoral en la Enfermedad de H ansen (lepra ). Colaboradora docente dirigida a estudiantes de pregrado en Medicina y de posgrado en D ermatología . A lberto Paniz M ondolfi . M édico internista y patólogo. I nvestigador adscrito al L aboratorio de B ioquímica del I nstituto de B iomedicina . R eside temporalmente en Estados U nidos , donde se desempeña como el winchester fellow en microbiología médica en la Escuela de M edicina de la U niversidad de Yale y como investigador asociado al L aboratorio de Enfermedades I nfecciosas del D epartamento de M edicina del H ospital St. Luke’s-Roosevelt de la Universidad de Columbia , Nueva York. R afael Muci -Mendoza . Médico cirujano (UCV), doctor en Ciencias Médicas (LUZ) y estudios posdoctorales en la U niversidad de C alifornia (EE.UU.). P rofesor titular de la UCV y fundador de la U nidad de N euro -O ftalmología del H ospital Vargas de C aracas , que hoy lleva su nombre. P ertenece a nu merosas sociedades científicas nacionales e internacionales . P residente de la Academia Nacional de Medicina .

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recreativa orientados a la creatividad y al desarrollo personal . peña como psicólogo social del

Creo en la juventud

29 Un legado que trasciende

36 Mi querida Venezuela

38 Jacinto Convit: el Philippe Pinel de los leprosos

CRÉDITOS DE LAS IMÁGENES A rchivo de la Fundación Jacinto Convit. El Grupo Editorial Macpecri agradece la colaboración de Julio Urdaneta , A simismo, deja constancia de su especial gratitud a la Fundación Jacinto Convit.

quien nos facilitó el material gráfico que ilustra este número.

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JACINTO CONVIT:

VOCACIÓN

LA

COMO APOSTOLADO Ignacio Moreno

Nacido en la caraqueña parroquia La Pastora, este médico venezolano perfiló desde sus días de estudiante su vocación de servicio a favor de los afectados por la lepra. Con un empeño inquebrantable y un claro concepto del trabajo en equipo, ha sumado voluntades en una cruzada dirigida no solo al tratamiento y cura de esta enfermedad sino a transformar la visión que históricamente ha estigmatizado a quienes la padecen 6

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Estamos ante un niño caraqueño de la popular parroquia La Pastora que corretea en las faldas de nuestro preciado Ávila, rodeado de aire fresco y cotidianidades costumbristas. Nacido en 1913, en una Venezuela prepetrolera, sumida bajo el yugo de un gobierno autoritario, con unos padres inmigrantes —catalán él y canaria ella—, que aún se adaptaban a nuestros modos mientras levantaban una familia amplia —como solía ser—, entre la actividad comercial y el hogar. Jacinto Convit, el segundo de cinco hermanos, fue un niño afortunado en cursar estudios en una Venezuela en la que aún la educación no había sido asumida como política pública de vasto alcance. En esos primeros años sería tutoreado por maestros de buena estirpe: los sobrinos y sobrinas de Antonio José de Sucre, prócer de la todavía cercana independencia.

El joven Convit En 1928, al adolescente de 15 años le corresponde vivir de cerca el movimiento entusiasta de otros jóvenes —los de la Generación del 28—, en espacios de tertulias y buenas costumbres. Posiblemente por entonces estaría deslumbrado por don Rómulo Gallegos, su profesor de filosofía y matemáticas en el Liceo Andrés Bello de Caracas, institución emblemática en el desarrollo de la educación media y en la que cultivaría su pensamiento analítico.


Junto a su padre, Francisco Convit y MartĂ­, y su hermano Miguel. Todo lo que usted debe saber sobre Jacinto Convit

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A sus 19 años, ya en la edad de un joven que quiere independizarse, ingresa a la Universidad Central de Venezuela, la de la vieja sede, actual Palacio de las Academias. Pocos años más tarde, en 1936, cursando el cuarto año de la carrera de medicina, como consecuencia de la revuelta de febrero de ese año, le corresponderá realizar una intervención quirúrgica para desalojar un proyectil instalado en el cuello de un viandante herido en los predios cercanos a la antigua universidad. Ese mismo año, tras la muerte de Juan Vicente Gómez, se crea el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social y se da amplio desarrollo a la infraestructura hospitalaria, especialmente en la capital: el Puesto de Socorro de Santa Teresa, el Hospital de la Cruz Roja Carlos J. Bello y el Hospital Oncológico Luis Razetti; también se inicia la construcción del sanatorio antituberculoso Simón Bolívar y de la maternidad Concepción Palacios, y al año siguiente, del Hospital Municipal de Niños.

El joven, pronto a graduarse, sería ampliamente seducido por esa vitrina de ofertas, muchas cerca de su hogar. Convit ya había sido tocado en su sensibilidad, tras la invitación del doctor Martín Vegas a asistirle en el Leprocomio de Cabo Blanco, una institución que ni siquiera quedaba en la ciudad. Allí fue a medir su capacidad de entrega por tres lustros. Pronto se comprometería también con su compañera de vida, aunque la unión como tal esperó varios años.

Ni héroe, ni mártir

Jacinto Convit García a la edad de 8 años.

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Durante su estancia entre menesterosos, Jacinto Convit supo que era necesario trascender la manera como hasta entonces se trataba a los enfermos de lepra. Con tesón y con los pies en la tierra, poco a poco generó la estructura y los vínculos para hacer posible sus sueños. Le sigue la huella a las investigaciones en el campo y desde allí decide experimentar con medicamentos promisorios; busca apoyo de expertos y de no tan expertos, pero con voluntad y entusiasmo. De esta forma logran revertir lo que parece ser una condena anclada en el foso de la historia. En ese tiempo, cuando se estima que un profesional busca reciclarse —seis a siete años—, viaja a los Estados Unidos a realizar estudios.


Son momentos álgidos de hechos belicosos: 1944-1945. Cierra esta etapa con un mes sumido en los Servicios Antileprosos de Brasil. Antes de partir a este ciclo de formación ya había echado raíces en su rol como gerente de servicios de salud —entre ellos, de Cabo Blanco—, al que retorna con renovados bríos; siempre compartiendo el entusiasmo desde un trabajo tesonero y con claridad de foco para no dejarse desviar por circunstancias de nuestro acontecer político. Ya es un padre haciendo hogar y un infatigable coordinador del programa con el cual se comprometió a nivel nacional: un titánico esfuerzo epidemiológico.

En 1938, recién egresado de la carrera de medicina.

Con su esposa Rafaela y sus hijos Oscar, Rafael, Antonio y Francisco. Todo lo que usted debe saber sobre Jacinto Convit

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Junto a colegas durante la celebración de la II Conferencia Panamericana de la Lepra, realizada en Río de Janeiro, Brasil, en 1950.

Sembrar y abonar una infraestructura para que la detección y la investigación se realizaran a nivel nacional contó con apoyos más allá de la gestión oficial. Convit consideró constituir una figura jurídica: la Asociación para la Investigación Dermatológica, la cual permitió sumar las voluntades de quienes creían en él y garantizar la pulcritud de sus trabajos. De eso ya hace más de sesenta años. Un trabajo emblemático en la lucha contra la lepra fue el levantamiento epidemiológico en la Colonia Tovar: muchos cuadros con árboles genealógicos aún reposan en su oficina de Biomedicina, que dan cuenta del acucioso trabajo realizado en esa comunidad, donde se llevó la prevalencia del 12% a 0%. Por entonces ya sus procedimientos convocaban el interés de la comunidad internacional. En los revueltos años iniciales de la década de 1960 viaja como profesor invitado por la Stanford University. Podemos intuirlo seducido por el momento político y las oportunidades que este generaba para un trabajo productivo. Él, fiel a su raigambre, sabe hacer de la consideración y el respeto que le brindan 10

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una herramienta para fortalecer el trabajo, siempre compartido. Se establecen nuevos laboratorios, la formación continua y redes. Un trabajo de Quijote que va consolidando un desarrollo sostenible, que incluye la formación de médicos propios y de otras latitudes. Sus roles como médico y docente son cumplidos a cabalidad e intensifica la asunción de responsabilidades internacionales, como la presidencia de la Asociación Mundial de Lepra. El engreimiento jamás le acompaña y no ceja, aun careciendo de una sede digna para sus trabajos. Su norte está claro.

Un sueño compartido Iniciando la década de 1970, con un país un tanto más estable, aunque con una Universidad Central de Venezuela nuevamente detenida y con sus hijos buscando cupo, o más bien esperando iniciar esta etapa de formación ya que el cupo lo garantizaba la condición de profesor titular de su padre, migran. El padre permanece frente a las responsabilidades con el país, lleno de esperanzas, montado sobre los planos de una infraestructura que abriría


brecha al sueño compartido del Complejo Asistencial Vargas. Este anhelo se hizo promesa cumplida en 1972 y el Instituto Nacional de Dermatología logró un espacio donde Convit integró docencia, investigación y asistencia, como todo universitario integral. En la nueva sede da cobijo a la asistencia de sus pacientes de siempre: los afectados por las secuelas de la lepra. Se hace necesario entonces crear el Instituto Nacional de Rehabilitación y sus gestiones seguramente propiciaron ese logro para tantos otros necesitados. Aún no es el señor de los cachicamos. Contar con una sede contribuye a su capacidad multitareas y a experimentar con algunas especies. Llega así al logro de la vacuna contra la lepra. Fueron varios años de trabajo con estos animales, lo que llevó a la construcción de bioterios para los cachicamos, tanto en la misma sede como en el Hospital Martín Vegas de Catia La Mar, pequeño “pueblo” sui generis

que se desarrolló con los afectados de lepra, dependientes o sin familiares, o simplemente habituados a esa vida comunitaria y asistida. Él no perdió el vínculo; tampoco se vistió con el traje de campechano, lo que no era. Adusto, comedido, podía tal vez resultar antipático, pero muchos lo guardan en su corazón.

Entre la gratitud y las “bajas pasiones” La gratitud hacia Jacinto Convit está sembrada en lo más recóndito de la geografía nacional. Y es que los logros con la vacuna impulsaron su sed de asestar un mazazo a la enfermedad, bajando drásticamente la prevalencia. Son numerosas las personas que hoy en día ven hacia atrás y lo aprecian con gratitud. Los reconocimientos internacionales no se hicieron esperar en la década de 1980, también los modos turbios que empañan los logros de otros. Convit lo que hizo fue ayudar

En la nueva sede da cobijo a la asistencia de sus pacientes de siempre: los afectados por las secuelas de la lepra. Se hace necesario entonces crear el Instituto Nacional de Rehabilitación y sus gestiones seguramente propiciaron ese logro para tantos otros necesitados

Con sus colaboradoras María Eugenia Pinardi y Nacarid Aranzazu, y un visitante belga. Todo lo que usted debe saber sobre Jacinto Convit

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En un congreso científico. Numerosos países e instituciones internacionales han premiado su labor.

entonces a los otros países y en el tejemaneje del Nobel para Convit, acentuó otra lucha, esta vez contra el parásito Leishmania. A mediados de los años 1990 logró, bajo el mismo esquema de la vacuna contra la lepra, acciones efectivas contra algunos tipos de leishmaniasis. Esta vez desde la tribuna de los iguales, las bajas pasiones quisieron doblegarle. Le dolía tanta injusticia y él mismo clamó a su amada UCV que analizara los hechos, sin marcos mediáticos de por medio. Ya el Congreso Nacional le había citado y le interpeló. Quienes conocen bien su rectitud y los entretelones en el plano internacional, particularmente la Organización Mundial de la Salud, estuvieron atentos a su trabajo y le ofrecieron respal12

do. Aún hoy sigue el empeño por la validación de la vacuna contra la leishmaniasis. Jacinto Convit se ha manifestado orgulloso por el ahorro que ha significado para el país el poder llevar este protocolo desde el Instituto de Biomedicina que dirige y por la acción de las unidades dermatológicas dependientes de este, que diseminó por el territorio nacional, y sobre todo por el claro avance en la mejora de la calidad de vida de los afectados, sin las consecuencias y riesgos de otros medicamentos. Gotean los reconocimientos. A veces llegan en modo de “chaparrón”, cada uno con particulares palabras honrosas. Uno siente que muchas van más allá de la forma. Es franca gratitud.

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Los nuevos retos del soñador

Sigue el soñador tras nuevos retos y en la sencillez con la que aprecia y confía en el cuerpo y su sabiduría, dirige su mirada al cáncer. Simplemente hay que procurar que el cuerpo pueda reconocer esas células producto de un desarrollo desquiciado, como algo a controlar, a retornar al equilibrio, a través de sus mecanismos. Y pone a prueba su inmunoterapia. No era la primera vez que el doctor Jacinto Convit disponía de los recursos extraordinarios de un premio recibido para impulsar alguna inquietud por desarrollar. Y así lo hizo saber en septiembre de 2009. En forma graneada, a lo largo de un semestre, se da cuenta en los medios impre-


sos nacionales de la investigación incipiente que realiza sobre la inmunoterapia del cáncer. De pronto, a partir de junio 2010, se hace una avalancha informativa. El doctor Convit atiende personalmente la situación. De nuevo se adelanta una matriz oscura, casi calcada de los tiempos duros del ataque a la vacuna contra la leishmaniasis. En su estilo comedido da algunas declaraciones y sigue trabajando, consciente de la brevedad de la vida del hombre, pensando en maneras de mejorar y potenciar los procedimientos. Su voz puede aún resonar: “Queremos sumar voluntades”. Un clamor que podría captarnos a todos. Cada uno sabe desde dónde. Su ejemplo es un compromiso. ♦

En su 95 cumpleaños, sembrando un árbol.

Diploma que lo acredita como Oficial de la Legión de Honor, reconocimiento que le fuera otorgado en 2011 por el Gobierno de Francia. Todo lo que usted debe saber sobre Jacinto Convit

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CIEN AÑOS

DE UNA VIDA ÚTIL Francisco Kerdel Vegas

Las vivencias compartidas, entre ellas las que caben en 25 años de diario trabajo, le permiten al autor de este texto ofrecer un testimonio de primera mano del camino recorrido junto al doctor Convit tras “un sueño casi irrealizable”, una “obsesión” que se plasmó en logros sustanciales en la lucha para controlar y curar las enfermedades de la piel


Cumplir cien años es de por sí una proeza y si son dedicados con persistencia y disciplina, como en el caso del doctor Jacinto Convit, a la mejor salud y bienestar de los seres humanos, quien así se comporta se convierte en un verdadero benefactor de la humanidad. Ya es hora de que el gran público así lo reconozca y se aperciba de que un gran país lo construyen hombres y mujeres con esa vocación indeclinable. Cuando regresé de hacer mis estudios de posgrado en dermatología en los Estados Unidos, en septiembre de 1954, por mi definida inclinación por la docencia y la investigación, de inmediato intenté ingresar a la Cátedra de Clínica Dermatológica y Sifilográfica de la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela que funcionaba en el Hospital Vargas de Caracas. El profesor titular y jefe de la Cátedra, doctor Carlos Julio Alarcón, formado como dermatólogo en el famoso Hospital San Luis de París, había sido anteriormente el “segundo de abordo” cuando mi tío materno, el doctor

Martín Vegas, se desempeñaba como jefe de esa Cátedra —y Decano de la Facultad de Medicina— y sin duda por ese motivo me trató muy amablemente y me abrió una rendija de la puerta al manifestarme que, aunque no había cargos vacantes ni en la Cátedra ni en el Servicio de Dermatología del Hospital Vargas, podía asistir regularmente y trabajar allí si así lo deseaba, como una especie de asistente ad honorem. No lo dudé ni por un momento. Me incorporé de inmediato al trabajo asistencial y docente del Servicio y a desarrollar mi propia línea de investigación clínica centrada en la dermatología tropical y vi premiada mi dedicación y persistencia muchos meses más tarde cuando fui nombrado instructor de la Cátedra. En ese entonces el Servicio de Dermatología disponía de una sala de hombres y otra de mujeres —con 40 camas cada una—, consulta externa y dos pequeños laboratorios, de micología, a cargo del doctor Dante Borelli, y de dermatopatología, a cargo del doctor Jacinto Convit.

En pocos meses me di cuenta de que la persona del grupo más comprometida con el avance de la especialidad, y por tanto con la investigación, era el doctor Jacinto Convit

Patio interior de la antigua Universidad Central de Venezuela, hoy Palacio de las Academias.

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Un compromiso con el avance de la dermatología

Todos los compañeros del Hospital Vargas eran dermatólogos bien formados y la jerarquía en la Cátedra y en el Servicio se determinaba exclusivamente por la antigüedad, criterio objetivo pero insuficiente a todas luces, ya que carece de incentivos, para determinar el rendimiento, dedicación y productividad del personal. En pocos meses me di cuenta de que la persona del grupo más comprometida con el avance de la especialidad, y por tanto con la investigación, era el doctor Jacinto Convit. Tal vez por circunstancias especiales de vivencias compartidas —ambos fuimos alumnos en primaria del Instituto San Pablo de los hermanos Martínez Centeno, en secundaria del Liceo Andrés Bello y estudiamos medicina en la Universidad Central de Venezuela, iniciándonos en la dermatología con las enseñanzas del doctor Martín Vegas—, cuando llegó el momento de mudar la Cátedra al nuevo, moderno y bien equipado Hospital de la Ciu-

dad Universitaria, situado en el propio campus de la Universidad Central de Venezuela, y surgió la posibilidad de que una nueva escuela de medicina paralela se estableciese en el Hospital Vargas, no dudé ni por un momento de formar cuerpo con el doctor Convit y quedarme con él en el vetusto nosocomio, compartiendo un ambicioso plan de transformación de la enseñanza e investigación en la especialidad dermatológica, que era para nosotros, en ese entonces, una especie de sueño casi irrealizable pero obsesionante.

Recuento de logros Algún tiempo después, al producirse la mudanza del viejo Hospital de Niños J. M. de los Ríos (al lado del Hospital Vargas), a su nueva sede en San Bernardino, nuestro Departamento de Dermatología del Hospital Vargas obtuvo nuevos espacios en el viejo edificio para disponer de un amplio salón de clases, y locales para la consulta externa y para los laboratorios de investigación. En ese salón empe-

Junto al doctor Martín Vegas, en la residencia de este eminente médico, profesor universitario e investigador científico. El doctor Vegas dirigió el Leprocomio de Cabo Blanco entre 1926 y 1936, y sus investigaciones sobre la lepra fueron continuadas por Jacinto Convit. Todo lo que usted debe saber sobre Jacinto Convit

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zamos a realizar seminarios de uno y dos días de duración, invitando a reconocidos personajes de la dermatología internacional. Todo ello financiado con modestas sumas de matrículas recabadas entre los dermatólogos asistentes y contribuciones del sector privado a través de una institución creada para tal efecto. Movilizamos, con éxito, a nuestros antiguos profesores y amigos en los Estados Unidos, que nos ayudaron a diseñar los laboratorios de investigación y la adquisición de los equipos. Todo ello fue posible gracias a una donación inicial —sin precedentes en Venezuela— de 100 mil dólares que obtuvimos de los institutos nacionales de salud de los Estados Unidos para investigación de diversas enfermedades de la piel, consideradas como “tropicales” por su prevalencia en nuestra zona geográfica, tales como la lepra, la leishmaniasis, la oncocercosis, la buba, el carate, el rinoscleroma, y varias enfermedades por hongos.

Junto a colegas latinoamericanos, ganadores como él de la beca otorgada por concurso por el Leonard Wood Memorial, institución dedicada a la investigación de la lepra.

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En poco tiempo la percepción en nuestro medio académico de que la dermatología era una especialidad de la medicina con numerosísimas enfermedades crónicas, difíciles de tratar —con una muy compleja nomenclatura—, pero de baja mortalidad, cuya jerarquía era bastante secundaria, fue difuminándose, dando lugar a otra, diametralmente opuesta, de respeto y hasta admiración, con una vocación por la investigación y con logros sustanciales en la eterna lucha por el control y cura de las enfermedades de la piel. El espaldarazo final a este mantenido esfuerzo lo obtuvimos cuando el organismo regulador de la formación de especialistas en Estados Unidos, el American Board of Dermatology, reconoció al Hospital Vargas de Caracas —junto al St. John’s Hospital de Londres— como las dos únicas instituciones extranjeras calificadas para entrenar por un año —de los tres años requeridos— como residentes a los aspirantes a tomar los exámenes del “Board”. Ello permitió que de inmediato pudiésemos entrenar residentes norteamericanos en el Vargas, y dio lugar a una consiguiente reciprocidad que permitió enviar jóvenes dermatólogos venezolanos a los más prestigiosos hospitales de los Estados Unidos. Estas relaciones se cultivaron muy especialmente con la Universidad de Stanford, en California, y la Universidad de Miami, en Florida. Durante casi un cuarto de siglo que trabajé a diario con el doctor Jacinto Convit puedo dar fe de su devoción por la medicina, su bondad y desprendimiento. Sus hábitos y costumbres morigerados, casi espartanos, me recordaban siempre los de su maestro Martín Vegas. Su elevada posición en la jerarquía sanitaria del país, como Jefe de la División de Lepra —más tarde denominada Dermatología Sanitaria— del entonces Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, permitió darle una unidad sólida y coherente al esfuerzo de consolidar y hacer avanzar la dermatología a nivel nacional. Con-


secuencia de esa sólida labor fue la creación del Instituto de Dermatología —hoy Instituto de Biomedicina— construido en terrenos adyacentes al Hospital Vargas.

Verdadero icono de la medicina

El doctor Convit fue un hombre introvertido, no vacilaría en calificarlo de un tanto tímido, que dedicó toda su vida, con singular coherencia, al estudio y combate de la lepra y otras enfermedades contagiosas de la piel en nuestro medio, y por lo tanto consideradas como “tropicales”. Ejerció la medicina privada por muy corto tiempo, dedicándose por completo a su trabajo hospitalario, docente y de investigación, con muy modesta retribución pecuniaria. De manera lenta pero progresiva se ganó, en buena lid, no solo la gratitud de sus pacientes y el respeto de sus colegas, sino la admiración y el afecto de sus compatriotas, que se extendió con el paso del tiempo en el ámbito internacional, convirtiéndose así en un verdadero icono de la medicina. Fueron cien años de una vida útil que dejó un ejemplo digno, cargado de enseñanzas, a las futuras generaciones de venezolanos. ♦

El doctor Convit frente al Centro Internacional de Investigación y Adiestramiento sobre Lepra y Enfermedades Afines, fundado en 1973 en el Instituto de Biomedicina.

Jacinto Convit (en el centro) junto a estudiantes del Primer Curso Internacional de Histopatología e Inmunología de la Lepra y algunos de sus colaboradores en el Instituto de Biomedicina. En la imagen aparecen, entre otros, Merlin Brubaker, Antonio J. Rondón, Héctor Monzón, Gustavo Rodríguez Garcilazo, Gustavo Rodríguez Ochoa, Samuel Mendoza y René Garrido-Neves. Todo lo que usted debe saber sobre Jacinto Convit

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Un importante

hallazgo:

la vacuna contra la lepra Elsa Rada

Hallar la cura para la lepra en tiempos en los que no se contaba con los avances tecnológicos que abundan hoy en día es un hecho histórico de trascendencia mundial. Un logro por el que el doctor Jacinto Convit ha recibido múltiples reconocimientos, que no han mermado en lo más mínimo su calidad humana y su admirable humildad El 29 de noviembre de 1971, de la mano del otrora Ministerio de Sanidad y Asistencia Social y gracias a las gestiones del doctor Jacinto Convit, se fundó el Instituto Nacional de Dermatología, que el 22 de octubre de 1984 fue bautizado con el nombre de Instituto de Biomedicina (IB). Allí, en 1973, se estableció la sede del Centro Internacional de Investigación y Adiestramiento sobre Lepra y Enfermedades Afines de la Organización Panamericana de la Salud y de la Organización Mundial de la Salud, lugar en el que se creó la vacuna contra la lepra, hace casi treinta años.

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La lepra es una enfermedad que ha venido afectando a la humanidad desde hace al menos 4.000 años, es del tipo granulomatosa, infectocontagiosa, no hereditaria, y es causada por la bacteria Mycobacterium leprae, conocida también como bacilo de Hansen porque fue descubierta en 1874 por el médico noruego Gerhard Armauer Hansen. De evolución lenta, la lepra se transmite a través de la inhalación de secreciones naso-respiratorias y del contacto piel a piel, no obstante, es de nula transmisibilidad cuando ha sido tratada debidamente.Puede afectar a las personas de cualquier edad y sexo, pero los hombres son dos veces más vulnerables que las mujeres, al igual que quienes tienen edades comprendidas entre los 10 y 14 años, y los 30 y 60 años. Aunque puede afectar diversos órganos, exceptuando el pulmón y el sistema nervioso central, ataca principalmente la piel, el sistema nervioso periférico y las mucosas. Hoy la lepra continúa siendo un padecimiento endémico que afecta a miles de personas en África, Asia y América. El 87% de los 33.953 casos que se registraron en 2011 en Latinoamérica, se encuentran en Brasil.

A partir de los estudios concluyentes realizados en los armadillos, y luego de realizar pruebas en animales y enfermos, se elaboró la primera vacuna preventiva contra la lepra al combinar la vacuna de la tuberculosis (Mycobacterium bovis, BCG) con el bacilo Mycobacterium leprae

El desarrollo de la vacuna

La primera vez que se usó el término de vacunación en lepra, fue en una publicación que Convit y Marian Ulrich realizaron en 1978. Años más tarde, un grupo de enfermos fue tratado con la mezcla M. leprae + BCG, y los cambios inmunológicos que estos presentaron marcaron el camino que se siguió a partir de la siguiente década, época en la que, en las instalaciones del Instituto de Biomedicina, sumaron trabajo y esfuerzo poco más de cien profesionales de la salud, que agrupados en equipos de diez, abarcaban las secciones de Clínica, Bioquímica, Dermatopatología, Inmunología, Leprología y Parasitología, entre otras. Todo lo que usted debe saber sobre Jacinto Convit

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Con sus asistentes y colaboradores en el Instituto de Biomedicina.

Recién graduada en Biología, y tras haber realizado mi tesis de pregrado sobre el ciclo reproductor del armadillo—animal en el que se cultivó el bacilo de la lepra porque lo reproducía en grandes cantidades, le pedí a la doctora Imelda Campos-Aasen una oportunidad laboral, que en ese momento no conquisté porque el doctor Convit no tenía cargos disponibles. Sin embargo, por cosas del destino quizás, más adelante logré ingresar a su equipo de trabajo luego de responder a un aviso de empleo publicado por la UCV. Sería fácil pensar que por mi inexperiencia me fueron delegadas las labores más irrelevantes, pero no fue así; allí todos teníamos muchísimo trabajo, y trabajo de altura, que siempre realizábamos con el mayor compromiso y convencidos de que pronto hallaríamos la vacuna contra esta terrible enfermedad. El doctor Convit confiaba en cada uno de nosotros, a todos nos daba nuestro espacio, y una vez al mes organizaba conferencias en las que las distintas disciplinas intercambiábamos opiniones e información sobre nuestros avances y hallazgos. Por si fuera poco, y a pesar de ser el director del Instituto, nunca abandonó el laboratorio, y con la mayor dedicación, al 22

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final de cada día, examinaba bajo el microscopio más de 1.500 láminas al mes para hacerle seguimiento a cada uno de sus pacientes, quienes se sometían a todos los tratamientos y pruebas que se les solicitaban sin ningún tipo de reservas.

De Venezuela para el mundo A partir de los estudios concluyentes realizados en los armadillos, y luego de efectuar pruebas en animales y enfermos, se elaboró la primera vacuna preventiva contra la lepra al combinar la vacuna de la tuberculosis (BCG) con el bacilo Mycobacterium leprae. En 1984 la Organización Mundial de la Salud le dio el visto bueno, le encomendó al laboratorio Wellcome (Inglaterra) que la fabricara bajo un código secreto y en las mismas condiciones en las que se trabajó en Venezuela, y lo autorizó a probarla en personas sanas que habían estado en contacto con enfermos, para así corroborar su efectividad. Para ello, en 1985, Apure, Táchira y Mérida fueron seleccionados como los estados piloto en los que se realizaron pruebas y estudios, previo consentimiento de cada persona, a 29.113 contactos de familiares que cumplían con el perfil requerido.


Años más tarde, cuando finalmente se reveló el código que permitía identificar cuáles pacientes habían recibido la vacuna y cuales habían sido tratados con un placebo, se descubrió que la vacuna Wellcome había utilizado una concentración inferior a la original elaborada. Esto requirió la intervención de ocho laboratorios a nivel mundial, y a pesar de que los responsables esgrimieron excusas como que la cadena de frío se había roto durante el traslado, el doctor Convit prefirió no caer en diatribas y asumir una postura diplomática que dejó en evidencia, una vez más, su calidad humana y esa admirable humildad que ni siquiera las múltiples condecoraciones que recibió a lo largo de su vida han podido mermar. ♦

Medalla de la Orden de la Legión de Honor recibida del Gobierno de Francia en 2011.

En su laboratorio con un armadillo de experimentación. Lo acompañan Jesús Rodríguez y Jorge Luna, empleados del Bioterio. Todo lo que usted debe saber sobre Jacinto Convit

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“En la lucha contra la Lepra hace falta más educación. Hay un componente social que debe ser resuelto. Se trata de un cambio social que permita transformar a los pueblos con pobreza y falta de educación, en pueblos educados, bien alimentados, con capacidad para resolver sus problemas, tener un trabajo y poder vivir con mayores facilidades”.

Jacinto Convit.

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CREO EN LA

JUVENTUD Jacinto Convit Encontrar en la vida un deseo, una pasión para vivir, es un impulso fundamental. Uno nunca puede pensar en el futuro si no trae la historia. La historia enseña mucho, cómo comenzó, cómo se desarrolló. Se hace camino al andar. La Leprosería de Cabo Blanco, en Maiquetía, Venezuela, lugar espantoso donde predominaba la miseria y el dolor, fue para mí una escuela de bondad. Cuando estudiante hice una visita a Cabo Blanco. Me impresionó la situación de un grupo muy grande de pacientes, serían cerca de mil, donde la situación era tan grave que no tenían ningún tratamiento, estaban execrados, rechazados por una sociedad profundamente egoísta, incapaz de entender lo que es el dolor humano. Sentí un gran deseo

de trabajar por esa gente, de ver qué podía hacer por ellos. Una vez graduado y trabajando en ese lugar, lo primero que hicimos fue estudiar la posibilidad de desarrollar un tratamiento que curase la enfermedad, que acabase con las leproserías y con las leyes que obligaban al aislamiento compulsorio. Ese fue el objetivo. Con un grupo de ocho jóvenes estudiantes de medicina, que tendrían para aquella época alrededor de 22 años y yo, que tenía 24, nos dedicamos con pasión a trabajar para liberar a un grupo humano que era perseguido por su enfermedad. Con nuestra vocación y la experiencia de un equipo de excelentes profesionales, dimos con una solución efectiva. Con resultados en mano, nos dirigimos a las autori-

dades y les dijimos: “Miren, se está cometiendo un error grave al aislar compulsivamente a estas personas, separarlos de sus seres queridos crea una gran tragedia en los grupos familiares y nosotros encontramos una solución”. Lo que teníamos era el deseo de luchar por la libertad, un derecho al que no se puede renunciar. El prejuicio es el elemento más grave y más difícil de combatir. Creo que no se ha estudiado a fondo y parece que no es un asunto que resuelva la educación. Como decía Goethe: “Ser humano es un deber”. El estigma afecta a la sociedad y hace extremadamente difícil el control de la afección, incide sobre la familia y sobre el enfermo mismo, quien se esconde para evitar el rechazo. No hay nada que alivie más a un ser humano de su sufrimiento, que ser liberado de la marca de un estigma. Yo creo que los sentimientos de amor hacia el ser humano van a estimular en él la vocación de servicio, que no

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es otra cosa que pura y simplemente un profundo amor a la vida. El que tenga facilidades para amar a los demás, que lo haga con lo que disponga. Luchar por la felicidad de los demás, sirve para la evolución de uno como persona. Dedicarse con ahínco a tratar de mejorar la situación del prójimo es fundamental en la vida. Lo importante es que la gente progrese, transforme su forma de vida y tenga lo suficiente para ser feliz, que tenga salud y educación. La sociedad tiene que comprender que la salud es la base para el progreso. Para la evolución es preciso la autonomía, la iniciativa, la disposición para el esfuerzo, las evaluaciones periódicas para asegurarse de que se está en la vía correcta. Es necesario impulsar la vida del pueblo para que este tenga la información suficiente, para que se organice y obtenga los

recursos requeridos. El maestro tiene que aprender, tiene que impulsar la evolución. Los padres y la organización familiar deben edificar la estructura para el desarrollo de la persona desde el comienzo de la vida. Los hombres de ciencia, los científicos, luchamos contra lo imposible, consagrándonos a los demás, transitando los posibles caminos para lograr que la vida se parezca cada vez más a la vida. Cuando tengo un ratico libre, me gusta soñar en las otras cosas que quisiera hacer por esos otros pacientes cuyas enfermedades aún siguen sin respuesta alguna. De allí surgió el interés por el modelo de una inmunoterapia del cáncer, que venimos desarrollando como un estudio que puede resultar importante. Hay mucha gente con un lenguaje depresivo, insistiendo en que estamos mal. Creo que, al contrario, tene-

mos que formar a los jóvenes con la capacidad de superar las situaciones, sin importar las dificultades en las que se encuentren. Debe haber un cambio de actitud. Los hombres aman más el esfuerzo y la producción hecha por ellos mismos. Me gustan los filósofos que hablan del porvenir y de la proyección sobre el futuro del mundo. Los países se hacen pensando y haciendo. Hay que crear un ambiente adecuado para el pensamiento. En medio de una batalla campal no se puede construir una nación. Las naciones se hacen cuando se complementan todos y se ponen de acuerdo. Creo en la sociedad, creo en la juventud, que son los que deben cargar ese peso importante, hacer un esfuerzo enorme. Nosotros haremos, con el tiempo que nos queda, todo lo que podamos, pero ellos tienen que hacer esa carrera de relevo. ♦ 2 DE AGOSTO DE 2010

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LEGADO QUE TRASCIENDE UN

Alberto Paniz Mondolfi

A los muchos aportes realizados por el doctor Convit al estudio y tratamiento de la lepra y la leishmaniasis, se suma un aspecto esencial de su ejercicio profesional: su visión integradora de las ciencias básicas y la práctica clínica, enfoque novedoso en el que profesionales hacen causa común con el paciente para buscar solución a su padecimiento Todo lo que usted debe saber sobre Jacinto Convit

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La trayectoria académica del doctor Jacinto Convit podría abarcar cientos de páginas y muchas vertientes, tan numerosas que sería imposible enumerarlas en unas cuantas cuartillas. Podríamos decir que tuvo una educación temprana de excepción bajo la tutela de don Rómulo Gallegos, con quien cursó estudios básicos de filosofía y matemáticas en el Liceo Andrés Bello. Su carrera médica tampoco fue inmune a la influencia de grandes mentores, como el doctor Martín Vegas, quien junto a otros moldeó lo que sería el destino final de su obra científica.

Bajo su visión novedosa e integradora

Podemos describir sus aportes científicos a la quimioterapia e inmunoterapia de enfermedades endémicas como la lepra y la leishmaniasis, pero, aunque es la piedra angular de su obra, sería desviarnos de un aspecto esencial

de su faena: su particular visión de conjugar las ciencias básicas con la práctica clínica en un mismo espacio. Tal enfoque, pionero en sus tiempos, nunca antes se había visto en Venezuela, que hasta entonces se mantenía bajo el manto e influencia tradicional de las escuelas médicas europeas. Convit supo desde el principio que hechos trascendentales como lograr una alternativa terapéutica para enfermedades como la lepra no era empresa de individualidades, sino de esfuerzos conjugados de un amplio grupo de profesionales. Y fue precisamente este escenario el que se generó en el Leprocomio de Cabo Blanco, donde el joven médico Convit, con la experiencia de notables científicos, como la doctora Elena Blumenfeld, entre otros, logró la alquimia perfecta que pronto se traduciría en una esperanza para los pacientes afectados por la lepra, llamada también enfermedad de Hansen.

Jacinto Convit (segundo de izquierda a derecha) con los doctores Martín Vegas, Elena Blumenfeld y otros colegas en el Leprocomio de Cabo Blanco.

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Junto a sus colegas en Cabo Blanco. Es el segundo de izquierda a derecha.

Es precisamente este modelo de conjugar las ciencias básicas y la práctica clínica lo que inspiró al doctor Convit a traducir estos esfuerzos a una escala mayor, y a proyectar la creación de una institución, pionera en el país, que reuniera tanto a científicos investigadores y médicos en la misma mesa junto al paciente en la búsqueda de soluciones a su enfermedad. Este enfoque multidisciplinario de la mano del paciente, maduraría durante años para finalmente derivar en la creación del Instituto de Biomedicina, su gran legado.

Hacia la creación del Instituto de Biomedicina La historia del Instituto de Biomedicina está ligada a la vida misma del doctor Convit, quien es su fundador y director desde el año 1971. Pero, a su vez, la historia del Instituto de Biomedicina está íntimamente vinculada al proceso de creación de la Asociación para la Investigación Dermatológica y a la necesidad de otorgarle a esta un espacio físico para el desarrollo de los estudios e investigaciones para los cuales fue concebida.

Sería durante los primeros años de la década de 1960 cuando se sentaron las bases del futuro Instituto. Fueron tiempos de intensa actividad académica, en los que figuras como los doctores Convit y Francisco Kerdel Vegas jugaron un rol vital con el fin de captar el apoyo de autoridades mundiales de la dermatología. Kerdel Vegas llegaba de entrenarse como dermatólogo en el Massachusetts General Hospital, en la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard, y traía consigo la cadencia vanguardista de la medicina norteamericana, notable por su aproximación multidisciplinaria al paciente, muy parecida al contexto vivido años antes en Cabo Blanco. Durante este período se establecen intercambios académicos con destacadas universidades norteamericanas, tales como la Universidad de Stanford, la Universidad de Tufts, la Universidad del Sur de California y la Universidad de Nueva York. Igualmente se recibe la visita de eminentes científicos, como los doctores Eugene Farber (Stanford), Bernard Gordon (Stanford), J. Walter Wilson (Universidad del Sur de California), Marion Sulzberger Todo lo que usted debe saber sobre Jacinto Convit

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(Universidad de Nueva York) y el notable dermatopatológo Walter Lever (Universidad de Yale/Universidad de Tufts). En 1961 ocurre un hito histórico en el proceso de creación del Instituto de Biomedicina al aprobarse, por parte del National Institute of Health (NIH) de los Estados Unidos, un proyecto de financiamiento por tres años destinado a fortalecer, consolidar y expandir las actividades clínicas y de investigación que se venían efectuando en el Servicio de Dermatología del Hospital Vargas, bajo el auspicio de la Asociación para la Investigación Dermatológica. Dicho financiamiento sirvió para dotar a la Asociación con los más modernos mobiliarios e insumos de laboratorio existentes para la época; incluso, muchos de los espacios fueron diseñados por prominentes investi-

gadores de la Universidad de Stanford, constituyéndose así los primeros laboratorios en el área de Bioquímica, Microbiología, Histopatología e Histoquímica. En 1964, el Departamento y la cátedra de Dermatología ocupaban un área importante del edificio de consulta externa del Hospital Vargas, razón por la cual se inicia la restructuración del servicio y sus laboratorios con la finalidad de crear el Instituto Nacional de Dermatología. Sin embargo, fue en 1969 cuando el doctor Convit planteó formalmente ante las autoridades sanitarias y académicas la necesidad de construir un edificio destinado a albergar tanto los servicios de Dermatología como los distintos laboratorios de investigación en el contexto de una visión multidisciplinaria en el abordaje y cuidado de los pacientes.

Laboratorio del Instituto de Biomedicina.

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Gracias al apoyo del doctor Martín Vegas —su mentor y consejero—, el doctor Convit obtiene los fondos para la construcción del nuevo edificio sede. Esta gestión se agiliza mediante el oportuno e incondicional apoyo de doña Cecilia Pimentel, quien ayuda a lograr la aprobación de los recursos por parte del Congreso Nacional y convence al presidente Rafael Caldera para iniciar su edificación a la brevedad. Es así como el 29 de noviembre de 1971 se funda el nuevo Instituto Nacional de Dermatología, hoy conocido como Instituto de Biomedicina, dando inicio a una prolífica producción científica al servicio del país.

En el nacimiento de la Escuela José María Vargas Sin embargo, la influencia académica de Convit no termina con la creación del Instituto de Biomedicina, sino que, en paralelo, picaba y se extendía a un proyecto de trascendencia invaluable, una iniciativa de la cual Venezuela vería surgir a múltiples generaciones de médicos: la creación de la Escuela de Medicina José María Vargas. Junto a un grupo de visionarios profesionales, como Otto Lima Gómez, Francisco Montbrun, Francisco Kerdel


Vegas, Eduardo Carbonell, Blas Bruni Celli, Fernando Rubén Coronil, entre otros, Convit participa activamente en la creación de una escuela de medicina que buscaba romper los esquemas tradicionales y crear nuevos enfoques dirigidos a abordar al paciente como una unidad bio -psico -social integral. Posterior al derrocamiento del general Marcos Pérez Jiménez en el año 1958 y tras la proclamación solemne del restablecimiento de la autonomía universitaria en la persona del doctor Francisco De Venanzi, se aceleran los eventos que derivarían finalmente en la apertura de la Escuela José María Vargas en el año 1962, con Convit a la cabeza de la cátedra de Dermatología.

Una estrategia para la Venezuela rural Pero había un último hecho que preocupaba a Convit. En una Venezuela que comenzaba a despuntar hacia el desarrollo, la mayor actividad industrial, comercial y académica se concentraba en torno a las grandes urbes, sin embargo, el epicentro de las enfermedades endémicas se situaba en las más remotas áreas rurales del país. Convit tenía que diseñar una estrategia para que estos logros científicos y académicos llegaran a los más necesitados, y la fórmula ya estaba trazada y era otra pieza de su trascendental obra, no como científico, sino como médico sanitarista: la creación de los servicios regionales de Dermatología Sanitaria.

La creación de la Red Nacional de Dermatología Sanitaria, dirigida a extender la asistencia a los pacientes afectados con lepra a escala nacional, fue concebida por Convit desde muy temprano en su carrera. Sus orígenes se remontan a 1937 cuando se creó el Servicio de Lucha contra la Lepra, adscrito a la Dirección de Asistencia Social del Ministerio de Sanidad, persistiendo bajo tal denominación hasta 1962, cuando se transforma en la División de Dermatología Sanitaria, bajo la tutela de su primer médico adjunto, el doctor Carlos Sisirucá, gran aliado del doctor Convit en la lucha antileprosa en Venezuela y cuyo nombre hoy funge de epónimo de la coordinación central de los servicios.

Vehículo de la Sanidad Nacional. Para atender las áreas rurales, donde se concentraba la mayor incidencia de enfermedades endémicas, Jacinto Convit impulsó la creación de los servicios regionales de Dermatología Sanitaria. Todo lo que usted debe saber sobre Jacinto Convit

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Fue en 1946 cuando Convit —entonces médico director de los servicios antileprosos— presentó ante la Comisión Planificadora de Instituciones médico-asistenciales el plan general de lucha antileprosa a escala nacional, hecho que sirvió de base para la creación de la actual red. Esta visión era compartida por él y el doctor Martín Vegas ya desde el año 1941, cuando comenzaron a concatenarse los acontecimientos que derivaron en la creación del Instituto Nacional de Dermatología. Con el fin de proveer un aval institucional tanto al Instituto Nacional de Dermatología como a la División de Dermatología Sanitaria, el 2 de noviembre de 1960 se creó la Asociación para la

Investigación Dermatológica, hoy parte y pilar esencial e histórico de la Fundación Jacinto Convit. Dicha asociación nació con el objeto de organizar, mantener y administrar los diversos laboratorios de investigación dermatológica existentes en el país.

Logros de un equipo de lujo

Ya en 1967 existía en Venezuela una completa infraestructura asistencial conformada por la División de Dermatología Sanitaria del Ministerio de Sanidad, la Cátedra de Dermatología de la Escuela de Medicina José María Vargas y el Servicio de Dermatología del Hospital Vargas, los cuales eran reconocidos como centros de talla mundial, con-

virtiéndose en uno de los dos únicos centros, junto al St. John Hospital for Skin Diseases de Londres, en tener acreditación del American Board of Dermatology, máximo órgano colegiado de la Dermatología en Norteamérica. Es conveniente acotar que para las décadas de 1960 y 1970 la división de Dermatología Sanitaria comenzaba a contar con un personal médico-asistencial de lujo, entre quienes destacan J.J. Arvelo —experto en rehabilitación de pacientes leprosos—, Enrico Rassi, Zino Castellazzi, S. Mendoza y Oscar Reyes, este último pionero y maestro de la dermatopatología en Venezuela. Este hecho resalta de nuevo la importancia que daba Convit al trabajo en equipo.

El establecimiento de los servicios de Dermatología Sanitaria es uno de los logros más notables en la trayectoria del doctor Convit.

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La década de 1970 trae consigo una serie de hitos históricos para la Red de Dermatología Sanitaria. En primer lugar, en 1973 se crea en el Instituto de Biomedicina el Centro Internacional OPS/OMS de Investigación y Adiestramiento sobre Lepra y Enfermedades Afines (CIALEA), con el fin de desarrollar investigación científica y métodos operacionales y administrativos efectivos para el control de la lepra y otras enfermedades tropicales. A este hecho le sigue la creación del Centro para el Estudio y Control en Lepra y Otras Enfermedades Tropicales de la Organización Mundial de la Salud, con sede en el Instituto, lo que termina de reflejar el reconocimiento mundial que comenzaban a adquirir tanto el Instituto como la División de Dermatología Sanitaria, su brazo operacional en el campo. Paralelamente a la apertura del curso de posgrado en dermatopatología, en 1979, se eleva a rango académico la práctica asistencial en dermatología sanitaria, tras abrirse un curso

de posgrado que comienza a recibir becarios de la Oficina Sanitaria Panamericana, así como a entrenar médicos locales que vuelven posteriormente a sus regiones a dirigir los servicios que hasta hoy han servido de manera ininterrumpida a los pacientes del interior del país.

Una lección y una inspiración Los hechos aquí enumerados —y me quedo corto — dan fe de la prolífica carrera académica de Jacinto Convit. Hasta su fallecimiento, a los cien años, siguió desempeñándose como médico Jefe de la División de Dermatología Sanitaria, dependiente del Ministerio para el Poder Popular de la Salud, y como responsable de la supervisión asistencial y académica del Instituto de Biomedicina. No hay dudas de que su legado trasciende a la inmortalización del cachicamo para la ciencia. Convit deja una impronta en la historia de la medicina venezolana, una lección de humildad profunda y una inspiración para seguir haciendo ciencia con conciencia social. ♦

Con José Vicente Scorza durante la realización de estudios de campo en Sanare, estado Lara, en el año 1992. Todo lo que usted debe saber sobre Jacinto Convit

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MI QUERIDA

Venezuela Jacinto Convit Venezuela, te escribo con el objeto de rendirte cuentas sobre la utilización de gran parte de mi tiempo como médico, a partir del mes de octubre de 1938, fecha en la que obtuve el grado de doctor en Ciencias Médicas en la Universidad Central de Venezuela. Ingresé en la misma fecha de mi graduación a la Leprosería de Cabo Blanco como residente y esto representó un hito en mi vida profesional, la que te dediqué con especial entrega desde su inicio. Las condiciones en las que se encontraba dicha leprosería eran lamentables: estaba concebida para realizar el aislamiento compulsorio de enfermos provenientes de toda tu geografía, ya que no se disponía de un medicamento efectivo para su tratamiento, se contaba únicamente con el aceite de chaulmoogra, de muy dudosa eficacia. El primer esfuerzo que se hizo para cambiar esa grave situación fue organizar un equipo de investigación para establecer como actividad fundamental encontrar un medicamento eficaz. Mi entusiasmo para ofrecer bienestar a tus hijos fue compartido por otros compañeros. Este equipo humano estuvo formado por ocho estudiantes de medicina de la Universidad Central de Venezuela, entre quienes permanecieron al graduarse los doctores Pedro Lapente y José de Jesús Arvelo, añadiéndose posteriormente al grupo los doctores Enrico Rassi y Zino Castellazzi, de origen italiano, y años después la doctora Nacarid Aranzazu. La búsqueda de medicamentos eficaces para el tratamiento fue larga y difícil, necesitándose como unidades de apoyo dos laboratorios: 34

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clínico y farmacéutico, lo que se resolvió con el ingreso de la doctora Elena Blumenfeld, médica, y el doctor Antonio Wasilkouski, farmacéutico, ambos de origen polaco. Siempre hemos contado con personas de otras latitudes, que también han querido brindarte su amor. Después de algunos años de investigación, logramos determinar que un derivado de un compuesto (sulfota), diamino-difenil-sulfona (DDS) y la clofazimina tenían suficiente efectividad para curar la enfermedad. Esto tuvo una feliz consecuencia: eliminar el aislamiento compulsivo y, por tanto, las leproserías donde este se realizaba. En los años subsiguientes, en la década de 1960, llevé a una reunión convocada por la Organización Mundial de la Salud en Londres, junto a investigadores de otros países que trabajaron en un proyecto similar al nuestro, los resultados de nuestra experiencia. Se preparó un trabajo científico publicado en el boletín de esa organización (Bull. Org. Mond. Sant, 42:667-672,1970) denominado: “Therapy of Leprosy”, realizado por Convit, J., Browne S.G., Languillon, J., Pettit, J.H.S., Ramanujam, K., Sagher, E, Sheskin, J., Des Souza Lima, L., Tarabini, G., Tolentino, Waters, M.F.R., Bechelli, L.M. y Martínez Domínguez, V. Los avances señalados sirvieron de base para el programa de Poliquimioterapia de la Lepra, difundido por la OMS en todos los países endémicos, suministrándose sin costo alguno los medicamentos para tratar a todos los enfermos existentes. Este programa funciona actualmente.


El objetivo más satisfactorio del esfuerzo realizado fue la eliminación de las leproserías, pasando el enfermo, de esta forma, a ser tratado en servicios de campo creados para dichas actividades. En este aspecto deseo informarte la importancia que tienen estas actividades de campo, donde el enfermo es curado de su afección sin detener las actividades como ciudadano. Y el orgullo que sentimos en lograrlo. Tú, mi Venezuela, fuiste la primera de las naciones en el mundo en mostrar que la dignidad del ser humano enfermo de lepra debe ser preservada. También te ofrezco veinte años de esfuerzo durante los cuales desarrollamos dos modelos de vacunación comparables, dirigidos al control de la lepra y leishmaniasis, enfermedades estas que las sufren buena parte de los pueblos que te habitan. Ambos modelos son efectivos en la inmunoterapia de dichas afecciones. Refiriéndome a la leishmaniasis cutánea, has de saber que desarrollamos una vacuna que resultó muy eficaz en el tratamiento, lográndose 95% de curaciones sin fenómenos secundarios. Como esta vacuna fue concebida como un instrumento social, será por lo tanto sin costo para el enfermo. Lo mejor que tienes son tus hijos, particularmente las nuevas generaciones. De ellas queremos ocuparnos con lo mejor que hemos aprendido: nuestro amor por la ciencia. Tenemos el empeño de acercar la cultura científica a las nuevas generaciones a través de docu-

mentales que favorezcan su interés por la vida, por la investigación, la solidaridad con el prójimo, el desarrollo de un espíritu curioso y crítico. Ya venimos ofreciendo dos obras: “Ciencia y arte”: la cruzada que devolvió los derechos humanos a los enfermos de lepra y “Los secretos del volcán”. Venezuela, tienes un grupo muy distinguido de investigadores científicos, no hay la menor duda de eso. Gente que ha producido cosas importantes. El desarrollo de la ciencia condiciona la evolución de los países. Un país que no tenga una ciencia evolucionada será siempre un país de tercera o cuarta categoría. Todas las grandes naciones le dedicaron a la ciencia un esfuerzo gigantesco. Y aún hoy lo hacen. Es ya el tiempo de que todos los que te amamos, así como a nuestro pueblo, hagamos un esfuerzo conjunto para eliminar la pobreza y la falta de una educación esmerada basada en la libertad y autonomía, como seres humanos que deben ser formados para gozar de una solidaridad profunda y de un amor hacia ti y tu naturaleza y por nuestro Dios, a fin de que sea erradicada la violencia y reemplazada por un amor sin fronteras, antídoto del odio, de la envidia y de la mezquindad. Te agradezco el haber sido formado en tu seno y el haber entendido en mi tránsito en la vida asentado en ti, que es el trabajo compartido en equipo, consciente y sostenido, el más fructífero. ♦ 29 DE JULIO DE 2007

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JACINTO CONVIT:

EL PHILIPPE PINEL DE LOS LEPROSOS Rafael Muci-Mendoza

La figura del médico francés Philippe Pinel, quien libero a los enfermos mentales de las cadenas que sumaban el castigo a su padecimiento, lleva al autor del presente texto a establecer una analogía con la labor del doctor Jacinto Convit, para quien ha sido un compromiso de vida cambiar la visión que a lo largo de la historia ha estigmatizado a quienes sufren de lepra

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La historia de la hominización de la insania

El médico francés Philippe Pinel (1745-1826) fue uno de los fundadores de la moderna psiquiatría. Como director del Hospital Bicêtre, en París, estuvo al frente de un momento mítico en la historia de la clínica psiquiátrica: propugnó la humanización del trato que se daba en su época a las personas aquejadas de enfermedades mentales (las denominadas “vesanias” de entonces), eliminando, como primera medida, su reclusión forzosa, las sangrías y su inhumano encadenamiento a las paredes; esas crueles cadenas que como animales sujetaban a las personas con insania mental. Consideraba posible la recuperación de un amplio grupo de los “alienados” —tal era la denominación social que a los “locos” se daba en su época—; al efecto, se les daba el llamado tratamiento moral, en el que se recurría con fines terapéuticos a aquella parte de la razón que no estuviese perturbada. Así, en la década de 1790, él y sus discípulos comenzaron a tratar humanitariamente a los pacientes internos del asilo, permitiéndoles sol, ejercicio y terapia humana basada en enfoques empíricos. La orientación de Pinel al tratamiento se describe en su libro Tratado médico-filosófico de la alienación mental (1801), que tuvo una decisiva influencia internacional sobre la reforma en el tratamiento de los enfermos mentales.

Philippe Pinel propugnó la humanización del trato a los enfermos mentales, suprimiendo, como primera medida, su encadenamiento a las paredes.

La plaga bíblica La lepra históricamente incurable, mutilante y vergonzosa se ha paseado con la humanidad como el cuerpo acompaña a su sombra desde que en la India 2000 años a.C., aparece su primera mención y su cura ritual mediante plegarias. Generalmente en las Sagradas Escrituras un dictamen divino como castigo por el pecado usualmente se expresa como una pestilencia o enfermedad virulenta, o como una catástrofe producida por una acción inusitada de fuerzas naturales, como las conocidas diez plagas bíblicas que cayeron sobre Egipto (Éx. 9:14).

Esta pintura, obra de Tony Robert-Fleury, muestra el momento en el que los enfermos mentales son liberados de las cadenas frente al doctor Philippe Pinel. Todo lo que usted debe saber sobre Jacinto Convit

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La lepra fue considerada como pecado y las dos fuentes primarias de información eran la Santa Biblia o la medicina griega. Basado en la doctrina cristiana los leprosos eran condenados al ostracismo y segregados de la sociedad, tanto por temor a la infección moral, como física. En el Levítico 13,46, se lee que cuando hay una persona con una “enfermedad leprosa permanecerá impuro siempre y mientras tenga la enfermedad; él es inmundo. Vivirá solo; su morada será fuera del pueblo”. La Iglesia también apoyó y perpetuó esta creencia. El papa Gregorio VII (1073-1085) pensó que la herejía era la causa de la lepra y la cura para esta lacra era la misma que la cura para cualquier pecado: la penitencia, la oración y la fe.

Curación de Lázaro, por el pintor alemán Konrad von Soest, siglo XV. La tradición apócrifa según la cual Lázaro de Betania, resucitado por Jesucristo, había padecido de lepra, dio lugar a que esta enfermedad fuera conocida también como “mal de San Lázaro”.

La humanización de los lazaretos en Venezuela En el polo opuesto de la enfermedad mental, pero ligada a ella, durante los siglos XVIII y XIX, los enfermos del mal de San Lázaro eran segregados y confinados a instituciones denigrantes llamadas lazaretos, leprosarios o leproserías. A imagen de Pinel, Jacinto Convit, nacido en Caracas en 1913 y graduado de doctor en ciencias médicas en 1937, constituyó para los leprosos de Venezuela y del mundo en general, la rotura de simbólicas cadenas, la libertad plena y la reinserción de sus personas en la sociedad como socios igualitarios. Su larga historia médica es una muy inspiradora y señera; así, desde el día siguiente de su graduación se marchó al Leprocomio de Cabo Blanco en el litoral guaireño, construido en 1906 en tiempos de Cipriano Castro. Había allí 1.200 internos y estaba ubicado en el espacio que hoy ocupa el Aeropuerto de Mai38

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quetía y sitio que conocía desde sus tiempos de estudiante. La frontera del lazareto era la montaña por un lado y el mar por el otro. Si se quiere, un lugar de reclusión forzada o de encadenamiento social donde los pacientes con el “mal bíblico” eran arrojados por la sociedad, vivían y, más que vivir, vegetaban sin derechos ciudadanos. Su sino, al ser considerados incurables y muy contagiosos, era permanecer estigmatizados como desde los tiempos bíblicos, secuestrados de la sociedad de sus semejantes. Se recuerda que en la mustia época medieval, durante los domingos, vistiendo un pedazo de paño rojo de advertencia, se situaban cerca de caminos y veredas, llamando la atención de los transeúntes tañendo una campanilla implorando caridad, siempre marcados con la indeleble tinta de sus atribuidos pecados, hecho tangible hasta épocas contemporáneas, cuando la ciencia rompió la oscurana de la enfermedad y se hizo innecesaria la campanilla o la castañuela de precaución y el secuestro institucional. El leprosario indigno de naciones civilizadas, era todo cuanto podía ofrecérsele al enfermo: una especie de república independiente, con monedas o fichas propias hechas de aleaciones de cobre y


Leprocomio de Cabo Blanco.

zinc para evitar la proliferación de la enfermedad a través del dinero, con estrictas reglas, y de circulación restringida en sus confines, días y horas de visita, separación de sexos, salones de lectura, escuelas primarias y de artes y oficios. Cuenta una antigua leyenda birmanesa que Rama, rey de Benares, y su prometida descubrieron que tenían lepra. Llevados por los dioses a apartarse del mundo e internarse en lo profundo de un bosque, fueron dirigidos hacia un árbol con frutos grandes, el árbol de la chaulmoogra (Hydnocarpus whigtiana), cuyas semillas comieron

Cementerio de Cabo Blanco.

obteniendo la curación. El doc tor Aarón Benchetrit (1886-1967), director de los leprocomios venezolanos entre 1921 y 1926, lo introdujo en el tratamiento de la lepra; la sustancia poseía severos efectos secundarios. Anteriormente a él, en el leprocomio los enfermos no recibían tratamiento alguno y desde él, se les administraba el citado aceite de chaulmoogra, llamado también ginocardio o aceite de Paul Unna, con resultados muy mediocres. A principios del siglo XX se empleó el aceite en inyección de ésteres etílicos, el preparado Antileprol® de la casa Bayer.

Así que, ayudado por estudiantes de medicina, Convit inició una cruzada tendente a encontrar un medicamento efectivo. Más tarde se sumaron médicos extranjeros comprometidos, y de entre ellos un farmacólogo que le ayudó a fracturar las cadenas sociales de estos desprivados del respeto de sus pares, al probarse el efecto terapéutico de una droga llamada sulfona o más propiamente, diamino-difenil-sulfona, DDS o dapsona, bacteriostática y poco bactericida e inhibidora de la síntesis del PABA necesario para sintetizar ácido fólico y conocida frenadora del cre-

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cimiento y multiplicación del bacilo ácido-alcohol resistente de Hansen o Mycobacterium leprae, su agente productor. Se elaboraron comprimidos y se realizó un estudio en quinientos enfermos. Pronto se vio su efectividad, se notó mejoría clínica en ellos y se obtuvo control de la enfermedad y al favor de su ímpetu investigador, como un amanecer esplendoroso, los leprosarios o leproserías fueron cerrando sus puertas uno a uno. Gracias a sus trabajos pronto Venezuela, con él a la cabeza, se transformó en un centro de entrenamiento en la lucha antileprosa. Las bases para la fundación del Instituto de Biomedicina se iniciaron con la creación, en 1945, de la División de Lepra, la cual, al ampliar el campo de las patologías que eran de su responsabilidad, pasó a ser el Departamento de Dermatología. Luego, con sede aparte, el Instituto Nacional de Dermatología —creado en 1971, bajo la presidencia del doctor Rafael Caldera— expande aún más sus funciones, y por gestiones del doctor Convit se convierte en el actual Instituto de Biomedicina de la Universidad Central de Venezuela, bautizado en octubre de 1984 bajo el auspicio del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social. El instituto pudo competir exitosamente en la esfera 40

Atendiendo a un paciente en el Leprocomio de Cabo Blanco, donde inició su cruzada a favor de los enfermos de lepra.

internacional y al lado de su asociado, el doctor Francisco Kerdel Vegas, se establecieron vínculos con universidades e instituciones extranjeras. Es de hacer notar que tres presidentes venezolanos ayudaron sucesivamente a la consecución de esta obra de bien común. Convit, el de la antorcha, es un hombre de convicciones, humilde y desinteresado por lo material, ha sido un lucha-

dor tenaz y no improvisado en un medio nada fácil, agreste y mezquino, y debido a la constancia y perseverancia de su cerebro inquieto han surgido como por encanto ideas traídas a escena con el único fin de ayudar a sus pacientes. En la búsqueda de esa excelencia y de fijar una política científica en Venezuela, con la asistencia de Kerdel Vegas recibió desde el CDCH, la Asovac y el Conicit, y de mu-

En Cabo Blanco, en 1940. En la imagen, sentado junto a Jorgen Jorgensen y su esposa. Jorgensen, inmigrante alemán y experto en química, fue hasta su fallecimiento, ocurrido en 1982, un cercano colaborador del doctor Convit.

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chos alumnos, destacándose los doctores Mauricio Goihman Yahr y José Luis Ávila Bello. Pero, además, promovió el envío del doctor Goihman a la Universidad de Stanford en 1962 y escasos años más tarde desde la misma universidad la venida de la doctora Marian Ulrich, inmunóloga de recordada valía. Luego el doctor José Luis Ávila Bello, brillante y sencillo, fue enviado a Lovaina a estudiar con el profesor Christian De Duve, el descubridor de los lisosomas y Premio Nobel de Medicina 1974; Luis Villalba a estudiar farmacología experimental en Canadá, e Imelda Campo-Aasen, dermatóloga investigadora, a estudiar histo y citoquímica en Londres. Muchos otros, no nombrados en este artículo, también se enriquecieron en viajes de

cursos o períodos de perfeccionamiento al exterior. Convit se interesó por la dermatología científica y la medicina translacional, vale decir, aquella que se ocupa de trasladar o llevar a la práctica clínica los resultados de la investigación básica o aplicable. En ese orden de ideas, mostró que la adición de suspensiones de BCG junto a suspensiones de Mycobacterium leprae (eliminados por el calor) producía activación macrofágica que hacía posible la digestión de la bacteria aun en pacientes lepromatosos. Ello dio forma a la base conceptual de interesantes trabajos de uso de estas mezclas (con BCG y los agentes específicos correspondientes) como agentes vacunales profilácticos y en ocasiones terapéuticos en la lepra y la

leishmaniasis. El juicio definitivo sobre estas aplicaciones depende de los resultados de los trabajos de campo que se han realizado, están siendo llevados a cabo y deberían continuar realizándose... Todo este esfuerzo le valió en 1987 el Premio de Investigación Científica y Técnica Príncipe de Asturias, el Premio Ciencia y Tecnología (República de México), el Premio José Gregorio Hernández de la Academia Nacional de Medicina, el Premio Abraham Horwitz de la Organización Panamericana de la Salud, y en 2002 el otorgamiento, por parte de la misma organización, del título “Héroe de la Salud Pública de las Américas”. ♦ Una

versión más completa

de este texto fue publicada

Gaceta Médica Caracas,Vol. 121, n.° 3, julio -septiembre de 2013. en la

de

Con el papa Juan Pablo II durante la realización de un congreso científico que tuvo lugar en Ciudad del Vaticano, en 1982. Todo lo que usted debe saber sobre Jacinto Convit

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Fotografía: Nelson Pulido

Próximo número Juan Arango 44

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