U M B R A
PRIMERO FUI UN SIMPLE BUSCADOR , MÁS TARDE UN VORAZ LECTOR , UN COLECCIONISTA , HOY SOY UN ENFERMO DE LAS SOMBRAS .
FIRST I WAS A SIMPLE SEARCHER , LATER A VORACIOUS READER , A COLLECTOR , TODAY I AM SICK OF SHADOWS .
DIARIO DE SOMBRAS Las fotografías imprecisas y borrosas de Mauricio d’Ors, fugaces como los pensamientos, recuerdan aquellos intentos iniciales de fijar las imágenes obtenidas por la acción de la luz. Las primeras luces del día se proyectan desde el exterior para mostrar los accidentes que encuentran en su camino hasta la pared de una habitación, creando esas sombras de bordes inciertos. La habitación se convierte en una cámara oscura, en un recinto de sol y sombras donde lo que genera estas imágenes y le da cualidades de materia, es la sombra que se resiste a la luz, luz que revela de modo lúcido y coherente lo que hubiera permanecido invisible, incomprensible. Desde dentro de esa luminosa cámara oscura, el fotógrafo se deja llevar por estas imágenes que iluminan un rincón del mundo, de su mundo. La fotografía es hoy tan cotidiana que olvidamos que está hecha de luz, que es escritura de luz, y que el intento de fijar imágenes en un soporte perdurable costó décadas de pruebas y luego otras tantas de perfeccionamiento. Esta técnica irrumpía en la larga tradición de imágenes creadas por la mano humana. Talbot destacaba precisamente esa virtud en The Pencil of Nature (1844), el primer libro con fotografías de la historia, que daba a conocer las posibilidades del descubrimiento: “Las láminas de la presente edición fueron realizadas por la acción de la luz únicamente, sin ninguna intervención del lápiz del artista”, y añadía: “La imagen no es más que una sucesión o variedad de luces de mayor intensidad proyectadas en una parte del papel, y de sombras más profundas en otras”. Los primeros fotógrafos se esforzaron enormemente en representar líneas, volúmenes y luz, materias y texturas. Poco a poco, fueron superando las dificultades técnicas y científicas
y la fotografía se fue haciendo cada vez más presente en nuestra vida, y ahora omnipresente en cada momento de nuestra existencia, en plena era digital. Pero hay algo que no ha cambiado, independientemente del artificio empleado para filtrar la luz y retenerla en el instante preciso; su principal interés sigue siendo el hecho tan simple como profundo de generar imágenes que están vinculadas a emociones, de visibilizar pensamientos. Por ello la fotografía es tan rica en evocaciones, porque nos induce a vagar por un mundo de recreaciones cuando los fragmentos del mundo que recoge el fotógrafo extraen una parte de nuestro interior. Esta serie de imágenes mantienen la sorpresa infantil que transmite la fotografía, que se muestra más libre precisamente cuando no está obligada a cumplir ningún papel, cuando se aleja de cualquier función relevante, y se centra en la que tal vez sea la principal de todas ellas: el puro placer, la magia de inmovilizar ese juego de luces y sombras, grabadas como huellas que evocan momentos personales y que nunca se repetirán. Y a veces, un conjunto tan sencillo, tan personal, tan cotidiano, fruto de la contemplación y el recogimiento, como este diario de sombras, nos remite a experiencias propias con la alegría compartida de quien se detuvo en ellas, quien jugó con las sombras como hacíamos de niños creando figuras de animales, sombras chinescas, con nuestras manos. Daido Moriyama, quien también se apropiaba de una cantidad enorme de fragmentos diminutos de la historia, dijo cuando le pidieron que describiera en una línea qué era la fotografía: “es un fósil de la luz y el tiempo”. CARLOS GOLLONET CARNICERO
SHADOWS DIARY Las fotografías imprecisas y borrosas de Mauricio d’Ors, fugaces como los pensamientos, recuerdan aquellos intentos iniciales de fijar las imágenes obtenidas por la acción de la luz. Las primeras luces del día se proyectan desde el exterior para mostrar los accidentes que encuentran en su camino hasta la pared de una habitación, creando esas sombras de bordes inciertos. La habitación se convierte en una cámara oscura, en un recinto de sol y sombras donde lo que genera estas imágenes y le da cualidades de materia, es la sombra que se resiste a la luz, luz que revela de modo lúcido y coherente lo que hubiera permanecido invisible, incomprensible. Desde dentro de esa luminosa cámara oscura, el fotógrafo se deja llevar por estas imágenes que iluminan un rincón del mundo, de su mundo. La fotografía es hoy tan cotidiana que olvidamos que está hecha de luz, que es escritura de luz, y que el intento de fijar imágenes en un soporte perdurable costó décadas de pruebas y luego otras tantas de perfeccionamiento. Esta técnica irrumpía en la larga tradición de imágenes creadas por la mano humana. Talbot destacaba precisamente esa virtud en The Pencil of Nature (1844), el primer libro con fotografías de la historia, que daba a conocer las posibilidades del descubrimiento: “Las láminas de la presente edición fueron realizadas por la acción de la luz únicamente, sin ninguna intervención del lápiz del artista”, y añadía: “La imagen no es más que una sucesión o variedad de luces de mayor intensidad proyectadas en una parte del papel, y de sombras más profundas en otras”. Los primeros fotógrafos se esforzaron enormemente en
representar líneas, volúmenes y luz, materias y texturas. Poco a poco, fueron superando las dificultades técnicas y científicas y la fotografía se fue haciendo cada vez más presente en nuestra vida, y ahora omnipresente en cada momento de nuestra existencia, en plena era digital. Pero hay algo que no ha cambiado, independientemente del instante preciso; su principal interés sigue siendo el hecho tan simple como profundo de generar imágenes que están la fotografía es tan rica en evocaciones, porque nos induce a vagar por un mundo de recreaciones cuando los fragmentos del mundo que recoge el fotógrafo extraen una parte de nuestro interior. Esta serie de imágenes mantienen la sorpresa infantil que transmite la fotografía, que se muestra más libre precisamente cuando no está obligada a cumplir ningún papel, cuando se aleja de cualquier función relevante, y se centra en la que tal vez sea la principal de todas ellas: el puro placer, la magia de inmovilizar ese juego de luces y sombras, grabadas como huellas que evocan momentos personales y que nunca se repetirán. Y a veces, un conjunto tan sencillo, tan personal, tan cotidiano, fruto de la contemplación y el recogimiento, como este diario de sombras, nos remite a experiencias propias con la alegría compartida de quien se detuvo en ellas, quien jugó con las sombras como hacíamos de niños creando figuras de animales, sombras chinescas, con nuestras manos. Daido Moriyama, quien también se apropiaba de una cantidad enorme de fragmentos diminutos de la historia, dijo cuando le pidieron que describiera en una línea qué era la fotografía: “es un fósil de la luz y el tiempo”. CARLOS GOLLONET CARNICERO