Si Rosa Sensat levantara la cabeza: del humanismo y las artes en la educación Por Marian López Fernández-Cao
Hubo una época en la historia de la educación de nuestro país, que la cultura y el arte era tan importante, escúchenlo bien, tan importante, que el Estado decidió que nadie debía quedarse sin su derecho a comprender, disfrutar y crear cultura. Un Estado que decidió que los y las artistas y educadores debían llevar exposiciones y museos itinerantes a los pueblos más recónditos de su país para que la educación estética no se concentrase en las ciudades y en los estratos burgueses de la población. Hubo una época donde los músicos hacían sesiones de coros en cada pueblo, donde escritoras
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y escritores organizaban lecturas y donde creadoras y creadores ponían cine comunitario y enseñaban a mirar las imágenes. Poco después, en plena guerra civil, esos maestros y maestras, que no sólo habían hecho suyo el derecho de niños y niñas al arte y a la cultura, comprendieron el alcance del pensamiento simbólico y la imaginación, y se valieron del poder del dibujo para asumir lo que su mirada infantil tuvo que tragar de golpe: la violencia, la separación y la pérdida. Con unos lápices de colores, unos simples lápices de colores -no hicieron falta
tablets ni lápices ópticos- unos maestros consiguieron que sus niños, con un palo con color o un carboncillo -carboncillo, un palo quemado-, pero acompañados de un docente que sostenía e impulsaba esa mirada, estabilizasen y organizasen su miedo, sus emociones y las ordenasen, perceptiva y cognitivamente, para poder, si no elaborarlas, aprender poco a poco a vivir con ellas: lo que es hacerse adulto. Y lo consiguieron no debido a la tecnología, lo consiguieron gracias a una formación artística e integral, que acompañaba empáticamente, motivaba, pero a la vez