María Teresa
López Por Mareta Espinosa
S
“ er la modelo del pintor me amargó la vida” Me llamó la atención esta afirmación que hizo María Teresa en una de sus entrevistas y que me ha llevado a revisar con vosotras la historia de La Chiquita piconera que posó para Julio Romero de Torres desde los ocho años hasta la muerte del pintor en 1930. Nueve años que definirían el resto de su vida. De la que se imprimirían sellos, calendarios y casi mil millones de billetes de cien pesetas con su rostro. De la que se compuso una Zarzuela , coplas y un libro y un corto sobre ella y jamás tuvo réditos de ello.
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María Teresa nace a pocos kilómetros de Buenos Aires donde fue su familia a “hacer las américas” y en la que invirtieron una copiosa herencia. De allí vuelven a su ciudad natal, Córdoba, cuando ella tiene siete años, después de que la Primera Guerra Mundial acabase con la prosperidad que antes tenían. En Córdoba se instalaron en la casa de su abuela paterna, en el barrio de San Pedro, cerca de la Plaza del Potro, donde Julio Romero de Torres tenía unidas su casa y su estudio. “Mi abuela tenía muchas casas en alquiler, y una de sus inquilinas
era Margarita, recadera del Museo. Como Julio había estado en Argentina pintando, Margarita le dijo que conocía a una niña muy guapa, recién llegada de allí, y me llamó para retratarme”... El pintor le propuso posar por las tardes por tres pesetas por sesión que con el tiempo se convertirían en seis. Según ella contó “decían que tenía muy mal carácter aunque conmigo no, ya que cuando iba me quedaba inmóvil durante horas en sesiones que me parecían interminables y luego no podía casi andar. Solo una ver se puso “agrio” cuando pinto el cuadro de