1
LA NATURALEZA EN EL CORAZÓN MAITE SÁNCHEZ ROMERO Ilustraciones de la autora
Copyright © 2016 Maite Sánchez Romero All rights reserved ISBN-10: 1537295624 ISBN-13: 978-1537295626
2
ÍNDIICE
INTRODUCCIÓN: NATURALEZA, TEMPLO SAGRADO
10
PIARES
12
UNA PLAYA ESPERA
14
VENCEJOS
16
PALOMAS
18
EN LA PLAYA
20
GATA DE OJOS DE ÁMBAR
22
PINCELADAS POÉTICAS
24
KIKIRIKÍ
26
Y EN EL RÍO TÚ
28
GRACIAS
30
UN PINO CENTENARIO
32
AL ESCARABAJO RINOCERONTE
33 3
YO REBUZNO
34
LA VOZ DEL RUISEÑOR
36
NOCHE DE GRILLOS
38
TRAS LA LLUVIA
40
GORRIÓN
41
LAS ABEJAS SENCILLAMENTE SON
42
NOSTALGIA DE TI, TIERRA MEDITERRÁNEA
44
PINCELADAS POÉTICAS
46
MANTIS
48
GATOS
50
MI PERRA DE OREJAS CANELA
52
ABRIGO DE MAÑANAS
54
INCENDIO
56
LLUVIA
58
NIDO VACÍO
59 4
PAREDES ROCOSAS. EL MILAGRO DE LA GEOLOGÍA
60
NOCHE
62
AMAPOLAS
63
ENCUENTRO EN LA NOCHE
64
LA FUENTE
66
ALAS DE VIDA Y MUERTE
68
PINCELADAS POÉTICAS
70
COLORES DE BOSQUE
71
HACIA LOS PIRINEOS. TIERRAS DE SORIA
72
BOSQUE
74
SE SIENTEN LOS SUEÑOS DE UN CABALLO
76
CABALLOS, AMADOS DE COBRE Y VIENTO
78
HUNDIR LOS PIES
80
DESPERTAR DEL MUNDO
82
HOY ES DÍA DE CUMBRES
84 5
ASCENSIÓN
86
PINCELADAS POÉTICAS
88
EPÍLOGO
90
6
Para Pedro, mi querido compañero de paseos y excursiones por la naturaleza
PRÓLOGO Quienes, como yo, amamos la naturaleza con profundidad de mente, de sentimiento e incluso de cuerpo físico y táctil, comprenderán al instante los textos vivos de Maite. Sus palabras trascienden la mera vocalización para 7
transmutarse en hebras coloridas de alma encarnada, como las propias almas de los seres que describe. Casi no aparecen las personas: plantas, animales, rocas, vientos y aguas, en su vivísima simplicidad, representan el espíritu del universo. Si se es capaz de amar a una simple piedra se amará igualmente hasta al más desalmado de los hombres. Quienes todavía no alcanzan esta comprensión, pero se sienten inclinados hacia ella, encontrarán en estas prosas poéticas el acicate que les falta, el impulso para terminar de descubrir que la vida es toda una, y el amor puro la llave de una puerta que conduce -literalmente- al infinito. Hallaréis unos dibujos acompañando al texto. No son meras ilustraciones prescindibles. Tienen su propia vida. Son otro modo paralelo de ver el alma de los seres. Pedro Torres Tenedor
8
9
INTRODUCCIÓN: NATURALEZA, TEMPLO SAGRADO En la naturaleza no se debe entrar de cualquier modo, sino en silencio, despacio y con reverencia, como en un templo. Si se logra acallar nuestra propia voz y se penetra en ella, entonces su intimidad satura de placer. A ella no le importa mostrarse, pero es cautelosa y escurridiza. Los montes y las nubes desfilan con descaro, mas su belleza auténtica sólo es ofrecida a sus mejores amantes: los que miran con el alma abierta de par en par. La naturaleza también nos pide que nos acerquemos con alegría a su rueda de eternos giros. Es entonces cuando se nos descubre del todo, y un diamante de mil facetas brota en nuestro pecho. Y encontramos arriba, abajo, a un lado, a otro, incluso bajo el zapato, guiños cómplices como éstos: La determinación moteada de la mariquita que sube y baja por su planta. Los pasos sigilosos y naranjas de un zorro entre el carrizal. El orgulloso cáliz embarazado de la flor del manzano. La austera seriedad de los acantilados estremeciendo a las paseantes mariposas. El trueno desgajando en abismos la estupefacción de los montañeros. El viento reptando por el silencio de las cimas. Las hélices de las semillas voladoras susurrando esperanzas. Los ríos pintando serenamente raíces de agua en la piel de la tierra. La cascada, obedeciendo entre risas a su destino. Los escarabajos, con la noche aterciopelada en sus antenas... Y tantas y tantas voces más… Todas son distintas notas de la misma incansable laringe. Y cuando entran finalmente en tu corazón, te elevas; brota tu oculta semilla, te haces grillo y acabas cantándole a la luna con toda la savia de tu sangre. 10
11
PIARES Todos los pájaros duermen ya; miles de párpados ¬chocaron hace poco en un canto de profundidades muy suave y quedo. Ahora se están meciendo en las ramas de un sueño azul que va brotando de sus corazones lentos. Las plumas calientes, a veces, se remueven. Yo creo escuchar algún que otro piar insomne, perdido en la oscuridad. "Dormid, carnes de alba, dormid...", susurran los árboles. Un fuego rosa va escapando poco a poco del sol. Tras los montes, el magno dedo de la claridad se acerca. Muy pronto despertarán: primero un pico, luego otro, después cientos; y recitarán la frescura azul del alba; y se elevarán sus dulces melodías junto a los clarines de la luz.
12
13
UNA PLAYA ESPERA Playa, qué quieta esperas cada día, qué quieta... Pasan los diminutos barcos, pasa la brisa con su pañuelo azul. Y las gaviotas de ceniza y nieve dejan caer sus gozosas patas sobre ti. ¿Qué esperas, tan callada, tan secretamente tierna? Las susurrantes caracolas socavan tu silencio; y en la noche, la luna dibuja sobre las algas los sueños del mundo. Bañada en espumas de nostalgia, nadie sabe lo que esperas. Pero yo sí lo sé... A los niños esperas. Ellos son tus invitados predilectos. Quieres volver a sentir sus piececillos libres y suaves como panecillos. Ansías notar sus manos construyendo fantásticos castillos; esos que se alzarán en ti desafiando la mordedura blanda del mar. Y así verás a la misma inocencia vestida con tu cuerpo. Sé que anhelas oír las campanillas florales de sus voces, alimentar las golondrinas inquietas de sus ojos, atrapar los peces voladores de sus risas. Ya llegan, ya... a la playa callada los pasos rosados... Traen delfines en sus almas a rebozarse en tu regazo fiel.
14
15
VENCEJOS Cuando venís cada año al marco de mi cielo, dejáis caer en vida la flor inmortal de la primavera, venida de lejanas eras, flotando, rosa, pujante y libre. Cuando oigo en la distancia vuestros gritos traspasados de luz, mi sonrisa quiere escapar y acariciar vuestro entusiasmo, allá en lo alto de la vida. Las reposadas palomas despiertan preguntándose qué prisa es esa que va chillando por el aire, y algún niño pensativo, tras la ventana, persigue con el dedo vuestro negro serpenteo. ¡Caen vuestras esbeltas sombras como música triunfal sobre las grises calles! Vencejos, amigos, hermanos: la vida siempre es una fiesta entre vosotros. ¡Qué fantástico sería poder unirme a vuestro vuelo, sentir ondas de vértigo y júbilo recorriendo mi cuerpo! ¡Oh, sí! Tocar desde lo alto, desde lo más alto, la respiración quebrada de las nubes; seguir volando o corriendo, o bailando o soñando, o tremolando... con las plumas abiertas, abrazando el abismo... Ágil, vibrante y sonora, gritaría: Sííííí... Sííííí... Sííííí... hasta el estremecimiento del alba. Y tampoco yo pisaría el suelo; me haría transparente y aérea, como vosotros. Mas aquí, con mis raíces en la tierra, sólo puedo coger un instante de vuestra imparable alegría, amados vencejos, y llevármelo, para colmar de luminarias los rincones de mi alma.
16
17
PALOMAS En la orilla del mar avanzan mis pies. Se humedecen de savia marina. Deslizo mis ojos entre la espuma, el hilo tenso del horizonte y un grupo de palomas blancas posadas en la arena como huevos de luz. A lo lejos, las palmeras tallan en el cielo penachos de inquieto júbilo. Sus naranjas dátiles cuelgan exponiendo con descaro el peso sonoro de la abundancia. Dos palomas blancas caen, como nieve nueva, casi infantil, sobre las lanzas grises de sus hojas. Una explosión repentina, un ruido torvo, salido del azaroso vaivén humano, espanta a los cientos de palomas que, aquí y allá, habitaban la placidez de la vida. Y forman un conjunto de alas puras, abiertas al unísono, resonando con los latidos azules del cielo. Y dan vueltas y vueltas, diluyendo su sorpresa en el mero acto de girar y girar. Son una repentina tormenta de belleza: un pequeño ciclón de alas aplaudiendo. Hasta que las plumas se vuelven a plegar en su redonda y mansa cotidianidad. Y el arrullo, el pico curioso, el ojo atento, el sosegado adormecimiento bajo el sol, o la búsqueda incansable de ramas para el nido, vuelven a ocupar su viejo y amasado lugar de siempre. De nuevo, un inflado macho va mostrando, por todos los rincones posibles en los que una dama pueda esconderse, su esplendorosa virilidad. Las hojas sonríen, todas a la par, en un instante de viento. El palomo baila girando sobre sí mismo. El sol colabora, resaltando la silueta masiva y valiente de su porte. Se siente irresistible, impulsado por su sangre ardiente, irrefrenable. Los niños, con su empeño en espantar a las palomas, rompen, a pisotones de aire, el fino cristal tallado del palomo frente a su elegida. El mundo, hoy, no deja de mostrarme su hambre de armonía. Yo, tan blanca como la paz de una pluma sobre un estanque, despliego un vuelo instantáneo y fugaz; me adentro en lo profundo del ramaje. Exploro la copa frondosa de un ficus. Y me sonrío descubriendo la dulce claridad de un grupo de palomas, que me recibe. 18
19
EN LA PLAYA Estoy tendida en la playa. Se diría que soy una turista más. Pero en vez de disfrutar de lo que ellos disfrutan, disfruto de ellos. Después de intentar amoldar la arena a mi cuerpo, una familia aparece súbitamente a mi lado. Padre, madre, Tete y Samuel, el pequeñín. A nuestro alrededor hay arena de sobra, quizá por eso, porque el vacío asusta, rozan sus sombras mi toalla. El bebé, que ya anda, disfruta de su reciente aprendizaje apisonando torpemente la arena con brusquedad rosada. Balbucea el mar entre las rocas ecos frescos desbordados de azul. Y el pequeño corre sin rumbo con una zapatilla bamboleada locamente en el aire: ¡Qué alegría ese caerse en tanta blandura!; ¡qué llanto atroz los golpes soberbios del hermano! (Tete le ha pegado con su incipiente autoridad). - El niño, ponlo a la sombra. - Anda, vamos a jugar. Cabalgando sobre un castillo de arena, y cercados por dos piernas adultas, firmes como murallas, los retoños encumbran muchos años de ilusión, caídos como pétalos de los ojos de un padre viejo. A su vera, la tibieza de los muslos femeninos, satisfechos, hundidos con tesón en la arena, y ansiosos por vivir ese cobijo íntimo, reunido por fin en los confines de una sombrilla. Y yo me alejo, entre conversaciones recalentadas por el sol, dejando una familia entre familias; a los peces entre los peces; recolectando minutos en una mañana de septiembre.
20
21
GATA DE OJOS DE ÁMBAR Apareciste con tu manto de seda y espuma, con pasos suaves, como una brisa de verano. Te dirigías a mis manos. Tus ojos se posaron en mí, eran de oro y me interrogaban el alma. ¿Qué podría hacer yo por este aliento de primavera, tan pequeño como un brote nuevo? Tus huesecillos, delicadamente hilvanados, casi flotaban por el césped. ¿Qué pasado recorrieron tus patitas sin ruido? ¿Cuáles habrán sido tus horas en la indiferencia áspera de la calle? ¿Qué planeta sin Dios te expulsó? ¿Cómo se manchó tu angelical belleza? ¿Cuántas lágrimas de fuego se hundieron en el barro? No podía imaginar algo tan etéreo como una nube y con un corazón tan accesible, tan vivo. Ni unos ojos de amor líquido, en un animal, mirándome, diciéndome: aquí está el oro puro: vívelo, obsérvalo, y luego, déjalo ir. Una vez en mi hogar, mientras intentaba buscar otro para ti, te deslizaste por todo mi mundo, despacio, con sigilo de libélula. Colocaste la quietud de un cabello tuyo en cada objeto; una tímida caricia de luna en cada rincón, una mota de maullidos sobre la ráfaga de mis pasos. Y con tu frente tallándose en la dulzura, dejaste caer toda la inocencia posible en mis manos. No me cabía más. Con tristeza, te llevé hacia tu destino, y vi cómo te alejabas, sabiendo que todo busca su propio camino. Pero hoy mis brazos siguen impregnados de tu perfume nevado, y por mucho tiempo, en mi casa quedará un hueco con la forma de tu ternura.
22
23
PINCELADAS POÉTICAS GRAZNIDOS Mientras juegan las gaviotas con la brisa del océano, mis ojos viajan, impregnados de horizonte, donde los caminos no terminan nunca. Y las olas se acercan a mis pies, y los graznidos ensordecen de lluvia fresca mi alma. ARMONÍA La sombra de los niños juega con la sombra de los árboles. Los gritos de los niños bailan al son de los vencejos. Las estrellas mueren en paz. MÚSICA Por los bajos de las puertas se cuela una música especial: El lento aroma de los jazmines. CREPÚSCULO Pasó una bandada de gorriones piando toda la fiebre roja de la tarde. 24
25
KIKIRIKÍ Oigo tu canto rojizo rasgar las cuerdas del alba con áspera impaciencia. ¿Anhelas sorber el sol por ese pico gallardo? Una hoja se desprende de su rama, temerosa. Pero suena tu grito y le da bríos para su paso final... Gallo: altiva cresta, frágil ansia, calor de la tierra... Sigue cantando...Me recuerdas la llamada aguda del ahora. Las montañas se dan la mano mientras la mañana bosteza con voz de abejorro. La alondra despista su vuelo y choca con mi sueño. Tu canto estriado rasga mi almohada en plumas de alba para decirme que es el momento, el instante, ¡la hora ya!, de zambullirse bulliciosamente en la ola de la vida.
26
27
Y EN EL RÍO TÚ Por la corteza lisa de la adelfa suben y suben las hormigas como un rosario fervoroso de pasos diminutos. Tu pensamiento también escala, hasta mirarse en el raudo espejo de las golondrinas. Y sus destellos abren tu mente más y más… Juega la brisa en verde, haciéndole cosquillas al río; la llama de un chopo viaja por el agua mientras contempla tu reflejo. Y son tus ojos dos pinzones azules que pían el viaje de las ondas. Y tus pies acaban de descubrir el tacto turquesa de la calma. Una cascada tersa de paz rodea tus hombros. El río está escalando por tu alma. Te susurra con frescor cómo teñirte de todos los cielos, cómo extender tus plumas por todos los valles; cómo descubrir caminos de plata que acaban en la contemplación del misterio; cómo tamizar con tu luz el colibrí del instante. El río te conoce. Dice tu nombre al pasar, y lo va cubriendo de hojas y latidos larvarios. Él te siente, y desea llevar tu suave peso de loto sobre sus grandes manos ancestrales. Él te cura suavemente con sus burbujas lunares. Te sumerges entre sus piedras redondas hasta hacerte espejo de la eternidad... Y todos los seres pasan y se miran... y se sumergen en ti...
28
29
GRACIAS Las gracias se me desprenden cada vez que miro mis manos vivas, dispuestas para tocar la sonrisa solar en todas las cosas. Llueven sobre mi rostro gotas de un amor sin nombre. Las gracias estallan en mi clarinete loco, en mi ilusión teñida de gorriones, porque voy a ser como tú, lluvia. Me enseñarás… Gracias: A ese ganso que avanza por el aire, sostenido por las manos de la armonía. Sigue raíles azules que sólo él ve. Su plumaje abriga con fruición la confianza. Gracias: A este bosque que suspira quietud, donde yo me acuesto e imagino sus hojas más niñas soñar con un viento osado y misterioso. Gracias: A esta cima que regala su abrigo de nieves a los ríos. Y cuando ya no le queda más, le desgrana su corazón mineral; el mismo que yo bebo. Gracias: A estos cuervos que planean su ronca belleza azabache. Porque sus voces transportan la húmeda nostalgia de los valles; y me arrancan un pétalo rojo del pecho. Gracias: Al hermano escarabajo, por su ovalado poema que espejea sobre las flores. (¡Quién fuera tú para zambullirse en el melocotonero y, manchado de polen, salir apresurado con un ramillete de libertad!) Mi agradecimiento (lo siento) tiene la forma de un trébol: 30
Tres
corazones
verdes,
cerrรกndose al
anochecer,
con un tesoro
prendido
en
cada hoja.
31
UN PINO CENTENARIO Cierra mi puño blando un trocito de corteza de pino centenario, rojiza, gris y azul. Y el gigante me mira, y me cuenta su vida con aliento de resina ya vieja: He redondeado el tiempo en mi tronco. Tengo sabor a lluvia de siglos y a cantos de tordos experimentados. Nací entre hermanos que me miraban sin compasión. Clavé en el cielo la lanza de mi deseo, y crecí, dudoso, pero con fuerza de auroras flamígeras en mis capilares. Fui dejando las risas pareadas de mis hojas en el suelo, año tras año, mientras pulía nuevos destellos de clorofila. En mí durmieron ejércitos ruidosos de hormigas, apoyaron su cabeza los enamorados; me picó incansable toda una generación de carpinteros, y abrigué el piar de miles de polluelos. También calmé la sed de belleza de no pocos caminantes; fui cama de millones de larvas esperanzadas; me moldearon once mil vientos, y me torné sinfonía verde a fuerza del cosquilleo de los trinos. Y mi vida es tan larga, que no acabaría en un día, ni en dos, de contártela. Soy tan viejo que hasta los ángeles me han puesto un nombre, y la luna sólo confía en mis ramas para peinar su luz. Gracias, hermano. Yo cierro mi puño hasta hundir tu calor de árbol en mis venas: En mis venas tus aros amarillos en expansión. En mis venas tu copa dulce rebosando sabiduría. Y en mis venas un pequeño borbotón riente por cada uno de tus siglos.
32
AL ESCARABAJO RINOCERONTE Tu magna mancha devora el camino: la coraza bruñida, la espada bien alta de tu cuerno contra las voces que amenazan. Yo he cogido tu cuerpo, bramador montañoso entre hormigas. Yo he sacado tus alas de su envoltura tozuda. Y he podido ver tus patas trenzadas de rayos, clavando su fulminante negación en la palma de mi mano. Y en mi carne he sentido tu peso, henchido de siglos diminutos. Escarabajo rinoceronte: sé que tu nombre es otro, mucho más profundo, barnizado con el coraje de un pequeño dios.
33
YO REBUZNO - Ji Jaaa. Ji jaaa. Ji jaaa. Admiro la silueta de un burro rebuznando sobre la plateada colina. Al atardecer, al amanecer, junto a la parsimoniosa corriente, bajo los estupefactos eucaliptos; o quemándose las patas en la ardiente arena, se le ve tozudo, dientes en alto, hasta hacerse uno con el estridente manojo de cardos florecidos que sale de su garganta. Las horas, verdes o amarillas, y los silencios cálidos, fragantes y pletóricos de ranas son los que más le gustan. - ¿Por qué rebuznas, burro? - Porque sí, rebuzno. Rebuzno, rebuzno... Rebuzno porque sí. Porque adoro las cosquillas que la vida me hace en el hocico. Ji Jaaa. Ji jaaa. ¡Ji jaaa! Luz. Sombra. Se deslizan por mi cola de cometa. Día. Noche. Suben por mis orejas de lana. Y rebuzno… Lo mismo que tú cuando silbas pompas o mares o ánades violetas. Igual que silba relámpagos de gozo la abeja entre las flores, o esparce libélulas ese niño cuando corre. Fabrico notas de pelo y tierra que estremecen a los árboles. Ji Jaaa. Ji jaaa. Ji jaaa. ¿Sabes?, a veces rebuzno la explosiva exclamación de sorpresa de una supernova; otras, el ansia de un agujero negro sale por mi boca. 34
Pero cuando mรกs insistente, agudo, turbado y loco es mi rebuzno es cuando retiembla en mis crines el aterciopelado recuerdo... de ella.
35
LA VOZ DEL RUISEÑOR Esta tarde de suaves rayos naranjas se ha colado, súbitamente, una aurora boreal en nuestros oídos: Es la voz, la extasiada y modulada voz del ruiseñor. Quien bebe de ese trino reverdece por dentro. Pero escucha, escucha otra vez esa espuma de diamantes rebullendo en el alma. ¿Es tan solo un ave? Entonces su pecho no tiene plumas sino ondas de un río inacabable; entonces su pico es una nube violeta que corre y corre, enamorada de todos los cielos.
36
37
NOCHE DE GRILLOS Las mantis se han alejado para dejar el sitio a los grillos. Las he visto dormidas, con su verde relajado bajo las piedras. Ahora yo me tiendo boca arriba, para sentir el pulso del cielo y de la tierra. Me van goteando estrellas intimidadas por la luz de la luna. Es extraña esta noche; no sé si por su claridad gris recostada en los lomos negros de las montañas, o por el coro pululante de los insectos. Me he tendido como una hoja pálida en el suelo, desgajada de su árbol. Se me va la conciencia. Miro al cielo y dormito con los ojos abiertos. Si el morir se parece al sueño, creo que es hermoso dejarse ir, esparcirse entre vastedades de nubes, blanquecinas, reflectantes de realidades profundas, misteriosas y musicales. Mi pequeñez no existe. No soy grande ni pequeña. No tengo límites ni me pesa el yo. Aspiro con pausa un aliento de tacto muy lejano, discreto, como una brisa cálida que tan sólo rozara mi frente: son leguas de creación. Puede que la muerte se parezca a ese perder la individualidad y ganar la totalidad. Puede parecerse a acostarse en la orilla de la vida, y despertarse en una noche titilante de grillos.
38
39
TRAS LA LLUVIA Las aguas corren suavemente monte abajo. Una pareja de tórtolas se ama bajo el vientre deshilachado de una nube. Salta una rana hacia su ocaso de agua. Las flores lamen las gotas de sus pétalos mientras una mariquita escala sus colores. Resuena el coloquio luminoso de los álamos. Se alimenta el aire de las frondas húmedas como un recién nacido. Resuenan campanas de una frescura inmaculada: por todo el bosque, por todo el valle, por los tejados, por las manos, por los labios, por toda la vida verde que sueña en nuestra piel.
40
GORRIÓN Has traído a mis párpados dormidos una gota fresca de la mañana recién hecha, gorrión. Has entrado en mi casa por la ventana y te has posado en una maceta. Muy quieto, te he visto piando con la alegría del descubrimiento. Eras inexperto. Sí, lo he notado en el temblor quebrado de tu canto. Y eso ha hecho tu venida aún más espontánea y temeraria. Ya te veo, vagando sin rumbo, viniendo a mi ventana y chocando blandamente con mi sueño. Has logrado penetrar en él y abrirme los ojos con una ráfaga de viento de las montañas. Pero ya sé que perteneces a los jardines y a los tubos de escape; que llevas saludos de alegría ciudadana, reverdecida de chopos y césped. Eras muy joven, pero sabías dónde entrabas. Me has visto asomar un ojo, y has huido. Tu curiosidad era encanto; la mía lo ha destruido. Pero lo efímero de tu presencia no se ha roto; me has dejado la casa impregnada del aroma inocente de tus alas. Gorrión sin nombre: no imaginas que tu poesía son holas y adioses de un instante; que vas derramando tu esencia deliciosamente ruidosa por los balcones, las aceras y los árboles. Enséñame a ser como tú, pequeña, inocente y libre: sublime sin saberlo.
41
LAS ABEJAS SENCILLAMENTE SON Las abejas liban. Las abejas van y vienen con su comida entre las patas y las alas. Las abejas acunan el universo de sus celdas con sus zumbidos labrados desde la eternidad. Nada las rebela. Nada atormenta ni agita sus íntimos pensamientos. La calma duerme en sus antenas. El tiempo charla con ellas de cosechas y deberes, de relojes que no paran, pero que saben a miel de sosegados soles. Y ellas lo aceptan todo limpiándole con brío las alas al dios de las flores. Quién ha dicho que no piensan, que tan solo existen unas rayas que zumban entre los pétalos, inconscientes de las manos del mundo. Quién dijo alguna vez que esas máquinas carecen de alma, cuando hasta el viento evita la picadura de sus voluntades. Sus cuerpos forman entre todos un oscuro santuario, perfecto y cálido, trenzado por irrompibles engranajes de cera. El ídolo que adoran se llama "Perfección". (Ellas -piensa el monte ondulado que las ve volar- cumplen día a día su misión con la precisión de los astros; hasta dejar caer sus vidas silenciosamente sobre mis prados. Luego, alguien las toma de las alas y las trasporta blandamente. ¿Adónde? Seguramente donde las flores prolongan su exquisita canción.) Las abejas no preguntan al río por qué hoy viene seco; esconden el miedo a la muerte entre el romero; su religión se llama actuar; sus rezos son la miel. Ignoran que han hallado la clave de la felicidad: Ser aquello para lo que uno ha nacido. Nadie es más fiel a sí mismo que ellas. Pura y simple felicidad sin labios que sonrían. 42
43
NOSTALGIA DE TI, TIERRA MEDITERRÁNEA Descorriendo la niebla que me nubla la mañana, te he visto, amada tierra. Seguías recogiendo hilos de sol para tus trenzas verdes, y un pájaro parecía decirme: “Estás aquí todavía.” Era tan clara su voz como un pétalo de almendro. Y el aire tuyo, de llama blanca, venía e irradiaba sobre mis lágrimas hambrientas de luz. No sé de dónde, ni cómo llegabas, atravesando el asfalto, las gasas del tiempo y la tristeza. Pero era así. Toda tu luz inundaba mi estancia con trinos de tibieza. Aquí el romero, aquí el vencejo, y aquí la sierra austera, espinosa pero alegre, ruidosa, chicharrera y cordial. Y allá, perenne, el mar. Tu gigante de ojos de calma. Tierra, todo tu vientre, casi seco, humilde y suave como el de una perra que alimenta a sus cachorros con todo lo que tiene, hoy está aquí, amamantando mis sueños. En esos sueños reposo, bajo un algarrobo. Y el paisaje abierto y puro canturrea a mi lado una antigua melodía de olas, lenta, rumorosa... Y mi sangre, al reconocerla, alcanza un tinte verde-limón que me estremece. Luego, mi sedienta alma de aliaga se desliza por el aire, cantando, como una alondra en la ondulada libertad de los campos. ¡Cómo has grabado en mí tus tibias sonoridades, tu esparcido sol, la melancolía ocre de tus piedras, tu sonrisa tímida de tomillos! Es tan fácil para ti devolverme la calma con tan sólo un graznido de gaviota rebotando en la quietud de tu mar... Descorriendo cortinas de océanos y nubes, tierra querida, estás ahí, con toda la piel mía que fue cayendo sobre tus huesos. 44
CuĂdala
hasta
vuelva,
porque
todo lo que
soy.
45
que es
PINCELADAS POÉTICAS CIPRESES Cipreses, velas encendidas de la tarde, la niebla viene a hablarme de vosotros y lleva un aroma de resina y luces, de verdor y de calma. CIGARRA Canto tras canto, la cigarra deja arrugas de bronce por los troncos. RAYO Un rayo quiebra el ojo caliente de la noche. Abrimos los brazos. ALGUNOS ÁRBOLES Algunos árboles junto al río se inclinan, se mecen. Sus hojas son agudas notas que caen al agua, a la corriente honda. Algunos árboles junto al río se despiden, eternamente, llorándole al tiempo sus hijas caídas, sus ramas quebradas, perdidas para siempre. 46
47
MANTIS A un águila le trocaron las alas por palos; la disminuyeron al formato de una hojita de pino; la rociaron del verde de la maleza nueva, convirtieron sus patas en muelles y su pico en un óvalo mudo. Sólo quedó intacto el fondo de su mirada: su gallardía. De ella nació la mantis. Desplegando sus alas rígidas como bastones la descubrí. Deambulaba sintiéndose amenazada, y quería fundirse entre miles de mantis convertidas en ramas de arbusto. Saltaba de un universo a otro. Después se detenía en una pose de estatua atemporal, creyendo que no la veía; yo la perseguía con mis dedos, hasta que su cabecita se aturdió. No comprendía que yo no advirtiera su perfecto camuflaje. Me convertí en un ocaso destructor e impenetrable. Me abalancé, con el estruendo de la curiosidad, en la calma de su vida. Busca, busca la paz en un sitio seguro. Oigo tu corazón latir intensamente en el compás verde de tus venas. Adiós, mantis. Que resuenen de nuevo para ti los timbres de la tarde anaranjada. Tuyo es todo el campo, el tomillo y la tierra pedregosa. Se relajaron sus miembros en un silencio de insecto. Y la mantis con recuerdos de águila se enseñoreó, una vez más, de un castillo de romero.
48
49
GATOS Me pareció ver una brisa con pelos de angora cruzar el patio lleno de hojas muertas. Llovió, luego, sobre mis dedos, un maullido. Era tan lento y tan largo… Me pareció ver dos estrellas desterradas lamiéndose, en pleno acto nupcial. Sonaban a pesadilla infantil, a llanto abandonado y salvaje, a herida embriagada de sí misma. Me pareció tocar un fuego amarillo, vulnerable, sentir dos llamas mudas dando vueltas por mis piernas: ¡Ay, erais vosotros, gatos! Chispazos de la noche. Inesperado guiño del abismo. Me pareció que andabais celebrando una boda con el infinito... Habéis entrado sin permiso otra vez... Estoy maullando bajo este cielo de párpados grises y cansados. Y mientras os persigo me transformo en la sedosa túnica del silencio. Mi cuerpo se hace espiral de caracola... y empiezo a adentrarme en un ombligo universal. Gatos, gatos, ¡ay, gatos! Decidme: ¿Por qué espejo se sale?
50
51
MI PERRA DE OREJAS CANELA Las paredes blancas recortan tu espera, y tus pupilas se enfrentan a ellas con inmóvil sumisión. Sólo aguardas, rígida en el tiempo encajonado, a que tus deseos sean oídos, o sentidos. Y cuando al fin bajas tu guardia de cálido terciopelo canela, te sumes en una curva humilde y cálida sobre el reposo del suelo. Luego redondeas con una cola y dos ojos tus olvidos. Has nacido perra. Te ha tocado llevar esa máscara de bigotillos de nailon y lengua adherente; ese peluche de tu lomo, apretado y digno. Te han moldeado con una sonrisa de látigo que hace bailar el aire. Y pareces feliz jugando a morder las sombras de las perdices, oliéndole el aliento al mundo, perfumándote con las piedras abandonadas. Cuando te acercas por las mañanas a nosotros, con esa sonrisa amaneciendo en tu penacho ondulante, y te aproximas a la tibieza de nuestras caricias, entonces, nuestro abrazo te traspasa, y abrazamos la tierra, y abrazamos la verdad de las almas.
52
53
ABRIGO DE MAÑANAS Un haz de aves negras recorre los barrancos; van a la búsqueda de tus ramas siempre fieles. Mientras, las hadas de luz cosen sus canciones a la mañana con las púas de tus hojas. Árbol puro, árbol neto, árbol sonando limpiamente a plenitud… Déjame tocar el pájaro eterno de tu copa soleada; cédeme tu abrigo verde de mañanas. ¿Cómo ser tú? Cómo desplegar ilusiones de clorofila en la palma entusiasmada de la primavera... ¡Dímelo! Dueño de melodías ascendentes, háblame; conciencia soñadora de luz, cuéntame tu gigante verdad de vegetal esparcida sin tiempo por el valle. Árbol puro, árbol neto, árbol sonando limpiamente a plenitud.
54
55
INCENDIO Se presiente, se acerca... la gran respiración ardiente, que trae jirones de muerte volando en una nube negra. Viene a por vosotros. Quemará el aire, vuestro oxígeno, con hambre roja y furiosa de vida. Y os atravesarán soles, abrasándoos en un violento mordisco que sabe a llaga de ángeles llorando. Se presiente, viene y se lleva… a las copas inmóviles y al arbusto, que supuran la resina inerme de su condena; a los troncos atados juntos a los nidos, a las pieles redondas de las guaridas, a las patas insonoras que pelean desde la hojarasca. A todos se los lleva, a todos, desintegrándolos en un vacío de gritos amarillos. ¿No hay nadie para salvaros?, ¿Tendré que ver cómo os consumís en ese atroz silencio que cruje entre el chisporroteo de las estrellas ciegas? Si mi lágrima pudiera ser de luna inmensa y generosa, tan grande que apagara la culebra que os derrite a dentelladas: una gigantesca lágrima blanca sobre vuestras abrasadas cabezas… Descansad en vuestros ataúdes de cenizas al viento. Dormid... floreced más allá de mis impotentes manos. Verde monte, verde valle, eterno... ¡brillante verde!; caminaré descalza sobre tu muerte hasta que sienta, entre mis dedos, rebrotar la vida.
56
57
LLUVIA Mi cráneo estaba encerrado en una vitrina de fuego. Las horas pasaban ardiendo, la sangre se descomponía en mariposas quemadas. Vi, que tras mis cristales llovía una torre líquida de saludos, gotas sin sal, auroras redondas, individuales y frescas, encadenadas en un susurro sinfónico. Lluvia… millones de vuelos sumisos, blandos, con la sola voluntad del fin, dejando caer su transparencia al suelo lactante. Podía verla en todas partes, con su contundencia lejana bramando frescura en los oídos, y en los hundidos vientres verter su verde plenitud. Podía seguir su ritmo de síes repiqueteando en los tejados; su llamada esparciéndose en un vasto aroma de mañana naciente. Lluvia… rezumaba tu aliento, y desde las semillas silenciosas llegabas hasta mí. Y me pedías abrir mi ventana para que yo sintiera tu golpe mudo de flores en masa. Lluvia bendita. Loca. Nueva. Fiel. Agua.
58
NIDO VACÍO A mis pies encuentro un nido vacío. Lo tomo, y siento cómo un cielo de hojas sube por mis brazos. Experimento un palpitar amoroso de plumas cubriendo tres frágiles huevecillos. Alrededor de ellos, las ramitas armoniosamente entrelazadas son el hogar de las futuras bocas desafinadas. Soplo, sobre el nido, un resto de plumón aún con la música del crecimiento. Huele a inquietud, cobijo y aventura. El viento continúa mi soplido y eleva esa alma tan tenue, tan blanca y tan lánguida hacia arriba. ¿Adónde irá su inocente levedad? Vuelvo a mirar el redondo vacío de este nido. Está tan quieto, tan detenido en esa soledad suya... Pero súbitamente, oigo un quebrarse de verdes cristales desde las copas. Hay un ser alado cantando. Y yo me diluyo... despacio... en ese canto que traduce todos los colores palpitantes del bosque. Sobre mi cabeza, continúa su juego musical, deletreando la brisa azul que lo acaricia. Quedamos solos, el pájaro y yo, sobrecogidos en la profunda quietud. Parece que el instante empieza a anidar en mi cuerpo, y quedo suavemente detenida. Abro mis ojos, y miro nuevamente en mis manos el nido vacío. Y lo coloco en el suelo como si aún tuviera vida. Y me parece, que tras de mí, él se queda cantando, finamente, con las hebras del tiempo.
59
PAREDES ROCOSAS. EL MILAGRO DE LA GEOLOGÍA Paredes, os toco, y os dejáis tocar, cual un perro ansioso de caricias. Pero vosotras sois rojas, afiladas. Y en vosotras mora la templanza junto al vértigo. Guardáis el secreto enorme y silente de la Tierra. Y cuando pongo mi oreja en vuestra lisura, dulcemente áspera, por vuestros poros se siente aquel gran corazón de la Tierra, que nunca detiene su carrera sublime. Vosotras lo estáis protegiendo, y en vuestro tacto está el tacto de su latido, viejísimo y niño a la vez. Vuestras vetas pétreas, ocres, grises, amarillas, terrosas..., contienen dentro de sí el viaje más largo: un peregrinar de infinitud de seres, cuyos cuerpos fueron abandonados en el mar. Después vino el abrazo apasionado y lento, la presión titánica… Hasta que todo fue parido y se petrificó, se onduló, se elevó en un solo grito de piedra inmensa: ésta que yo ahora toco con mis dedos blandos y admirados. Montaña: un día y otro vuelven a besarte los salvajes labios de la vida: te tallan, te hielan, te acarician, te mojan, te queman.... hasta expeler tu polvo de roca por todas partes. Y cada partícula tuya llevará un mensaje, dispuesto a amarrarse al puzle de la vida. Las raíces de las plantas lo harán alimento; viajarás con los ánades pacientes; como polvo iluminado flotarás por las estancias; te abrasarás sobre la piel de los lagartos, y, finalmente, volverás a ser plateada escama de vida reluciendo en el fondo del mar. Y puede que yo te trague, inconscientemente, en mi baño. Entonces, serás, ínfimo mineral, grandioso sol nutriendo mis células, ayudándome a descifrar, como ahora, tu misterio de piedra.
60
61
NOCHE En mi mano cerrada llevo la noche, acurrucada como un gatito negro. No puedo apretar mucho su hondura; las estrellas se me clavan. La he cogido por sus cabellos de brisa y la he aprisionado en mi minúscula voluntad, para amarla a placer, ella conmigo y yo con ella, negra, como su alma ensimismada. Pero se escapa, como una lágrima de pájaro asustado, en un líquido aleteo, con sus gigantes pies descalzos hacia su aire universal, dejando caer redondas palomas negras entre mis dedos. Ha penetrado en mi carne, ha penetrado en mi voz, y mi andar ahora es sombra colmada de soledad. Es un solo pensamiento anhelante, como boca de recién nacido, de totalidad.
62
AMAPOLAS Vertida sobre la tierra, acariciando las decididas hojas verdes de la hierba, contemplo borbotones de pasión salpicando el cielo: son las amapolas.
Temblorosas y abiertas, cantan, con sus voces de sangre risueña.
¡Amapolas, niñas de mejillas luminosas! Vuestros cantos alborozan al viento de la pradera. Sus miradas rojas, impetuosas, se cruzan, de unas a otras, entre el trasiego de las abejas y los alocados trinos de la tarde. Escapa un pétalo, y luego otro, volando hacia la totalidad del cielo, ajenos al tiempo que va cayendo... como polvo de tiza, sobre la tierra. Tendiéndose sobre la hierba, la noche va apagando uno a uno vuestros cálices. Y yo, dormida, sueño con vuestros ondulantes corazones sumergiéndose, muy despacio, muy despacio… en mi corazón.
63
ENCUENTRO EN LA NOCHE La raíz olía casi con desesperación de tan intensa. Se le humedeció la boca y se dispuso a hozar hasta llegar a aquel corazón blanco e indefenso. Su sabor era delicioso; una mezcla de enebro, sueño de hongos y luna creciente. No encontraba algo así desde hacía mucho tiempo. Y había más. Llamó a su madre y a sus hermanos. Compartieron el festín entre el silencio cómplice de los árboles. Hasta que un brusco ruido los asustó. Todas las orejas se elevaron, y los ojos comenzaron a reflejar miedo, como pequeñas ascuas rojas en mitad de la noche. El encanto se había quebrado y la pelambre, antes dichosamente relajada, se erguía ahora como lanzas dispuestas a la defensa. Una tos. Todo se reducía a una tos de bípedo. Había que tener mucho cuidado con ellos. Más de un compañero se había desplomado a su lado tras el impactante sonido que salía de aquellos extraños animales. Era necesario huir. Tras aquella tos podía esperarse el derrumbe de sus mundos; la cuchillada a sus caminatas pacíficas y el adiós a los arrullos del barro. Se oyó un pequeño coloquio de quejidos, miedo e impaciencia. Y luego el crujir de las hierbas secas bajo sus pezuñas. Se alejaron, no sin antes gruñir hoscamente su frustración. Y yo me levanté de mi improvisado vivac, con el corazón latiéndome al máximo, y feliz de mi primer encuentro en plena noche con los jabalíes.
64
65
LA FUENTE Como una piedra en el zapato. Sí, así es tener sed. No puedes olvidar esa martilleante y aguda sensación. Cada paso, un aguijón. Las flores te saben a agua, el movimiento de las hojas de los pinos tienen una frescura verde irresistible; los cantos de las aves son torrentes... Pero el camino se te aparece reseco y resquebrajado, ¡y tan largo! ¡Cómo apartar de tu mente esa sequía, absoluta, chillona, quemante! El cansancio iba sumándose a nuestros pasos. Creíamos que la fuente estaría mucho más cerca. La sangre no llegaba a espesarse, pero parecía haberse dormido en su solo deseo de beber, y se despertaba a sí misma, una y otra vez, diciéndose como un niño agotado: ¿ya?, ¿ya hemos llegado a la fuente? Yo notaba los pinchazos de sol tan claros como los de las aliagas, y poco a poco iba perdiendo energías y deseos se continuar. El camino parecía no tener fin; daba vueltas y revueltas, importándole muy poco que los pasos de nuestras piernas fueran dejándole gotitas de sudor... o sed. Inesperadamente, ella apareció. Estaba clara y bullente de vida y movimiento, como la cola de un caballo líquido y eterno. Se la veía secretamente acogida en un rincón por verdes trepadoras. Un mullido suelo herbáceo, y un aire fresquísimo eran la continuación de su cristalino aliento. Varias abejas portaban su sosiego como una ofrenda; flores de hiedra se abrían en el lento clamor de las sombras; y un pájaro, un pájaro que bebía en ese instante, salió volando, dejándonos la suavidad de su secreto silvestre y soleado. Nuestras gargantas, manos y almas se llenaron de gozo; nuestros labios bebieron ese jugo con sabor a nieves, cielos y rocas imperecederas. Satisfechos, felizmente saciados, nos tumbamos en la hierba, que, súbitamente, nos recordó la belleza turgente de estar vivos.
66
67
ALAS DE VIDA Y MUERTE A un lado del camino, entre el reseco sueño de las piedras, unas plumas se movían levemente debido al paso de la brisa. Estaban deshilachadas, rotas, mordidas, sesgadas en todo su esplendor de pluma. Aquello parecía la estampa de la agonía, fresca todavía por el picotazo de la muerte. Un halcón había comido allí. Y allí permanecían los restos. ¿Dónde estaban los otros restos, los no digeribles; la mirada de la tórtola, su arrullo insistente, hondo, su vuelo de abanicos sigilosos? Me senté sobre una gran piedra. Me hallaba en un estrechísimo paso entre rocas, y ante mí se abría un magnífico escenario de paredes rocosas, bravas y magníficas, moldeadas durante milenios por la voluntad imparable de los elementos. Me hallaba relajada, dejando caer en aquel rincón la impresión de la evaporada tórtola, cuando un sonido súbito, rasante, brusco, de amortiguada explosión, cruzó con la instantaneidad de un parpadeo. Era una bala de viento. Era el halcón. Lo estuve contemplando planear gloriosamente, meciendo sus plumas entre el vetusto rostro de las imponentes paredes. Desde una lejana oquedad respondía su cría, reconociéndolo. Entonces imaginé el cuerpo de la tórtola transmutándose en huesos, músculos, ansias y vigor de joven halcón. Todo parecía una obra de perfecta ingeniería. En ese instante, un canto monótono, oscuro y melancólico, la llamada de una tórtola, se aferraba a las nieblas del valle. Creí imaginar al ave que buscaba a su pareja muerta… cogidos de la mano.
68
Y me pregunté por qué el dolor y la vida van tan
69
PINCELADAS POÉTICAS TORMENTA La voz del camino se hincha… hasta que explota la tormenta. Corremos y jadeamos empapados con pétalos de amapolas en los brazos. COMPRENSIÓN Escuchas el leve mecerse de la copa del almendro. Sobre tu mente caen sus pétalos de invierno. Puedes comprender su latido rosado cuando lo acaricias. Te arrodillas ante la esperanza de su tronco. ESTELA Una estela de caracol atraviesa la inmensidad de un tronco. Cierro los ojos. ALMUERZO Ya hemos ascendido mil metros. Se adormecen en nuestros párpados las nubes. Un bocado de pan con sol mientras el mar, a lo lejos, resplandece. Y canta 70
para sus adentros.
COLORES DE BOSQUE Hoy el bosque ha decidido regalarse: por eso todo está repleto de hojas rojas, y amarillas y ocres como soles dormidos; en los naranjas que caen desde los arces se escuchan risas de niños; ¡qué delicia! Voy pisando crepitares, corazones aún latentes de los árboles, voy palpando con mi oído sinfonías de colores que tiñen de pasión mi respirar. Una blanquísima lechuza ha terminado de hacen Rojos, amarillos, naranjas y ocres brillan panzarriba en un constante beso con el cielo. ¿Quién dice que no puedo coger un poco y refulgir yo también en este instante de ensueño?; el bosque se ofrece. Toma tú también este día generoso, repetido en ciclos infinitos; vamos a pintar el mundo de bosque en otoño: pondremos cálido verde en los abrazos, amarillo limón en las ideas, rojo vivo en las manos, oro en las palabras. Pintaremos de cárdeno los hermosos mares ocultos en nuestras almas y se teñirá de amor toda la tierra.
71
HACIA LOS PIRINEOS. TIERRAS DE SORIA Me encuentro sobre una anchísima planicie de melodías estoicas y rojas: Castilla. He bajado de mi moto a pisar este suelo; a tocar sus raquíticos brotes de hierba inclinada bajo este cielo sin fin. Y ya atardece. Noto un soplo ligero de infinitud en mi nuca: es una brisa cálida sin lugar de nacimiento ni muerte que me hace disfrutar de este cansancio tibio. A lo lejos, un perro. También sin cuna, y quizás, sin sepultura. Es castellano. Lo dicen sus huesos hincados en su pelaje tostado (piel dura, pero sin soberbia). ¿Ladra? Sí. Y con él los adioses del trigo en la distancia. Y allá se estremece un viejo alcornoque en su propio ladrido de ramas retorcidas. El perro se está anaranjando con el sol y empieza a husmear el tiempo que se guardan las piedras. Yo lo miro, lo llamo plácidamente. Deseo acariciar a un ser tan anónimo como yo. Somos dos solitarios que pueblan el paisaje. ¿Será mi olor blanco para él, nuevo, sin ninguna señal que le recuerde al cuadro en el que vive? Toma, te ofrezco mi mano, mis vibraciones hechas tarde. Y él baja la cabeza, ya a mi lado. La cola quieta, el pelo áspero, las orejas tiesas y las patas rígidas. Es su modo de recibir mi caricia. De su tímido hocico brota el lenguaje de la llanura, como una sonrisa muy recatada, teñida de amarillo y con labios de soledad. Y cuando más confiada me muestro, cuando ya estoy dispuesta a desperezar mis coloquios vespertinos, huye. Así, imperceptiblemente, como se van desvaneciendo las formas del paisaje y trocándose en tinieblas al llegar la noche. Tierra sobria y triste, me despides con un adiós parco, pero franco. Me quedo con tus colores de adagio y tus arrugas sin fin. Tendré que sumergirme en la oscuridad, con mis faros eléctricos como única guía. Y seguir mi viaje. Y seguir... con tu imagen anhelante agazapada para siempre en un resquicio de mi ser... 72
73
BOSQUE El bosque callaba, porque se sabía el todo de mis sueños. Entró primero con su aroma hondo y entrecerró mis ojos. Su aliento de nieblas, verde y serio, se acercó hasta posarse a mi lado. Los trinos de cientos de pájaros fueron llamados por el sol, que los reunía al atardecer en su regazo de fuego... A ellos: a sus mil corazones poetas. La algarabía era absoluta; de un absoluto tan dorado que dolía. Todo vibraba. Las alas removían las ramas como risas de niños. Yo casi flotaba, entre aromas de resina y rayos de luz, siguiendo la música como un viento ebrio. Y tan sólo era blanca, sencilla alegría, tan sólo... Luego ocurrió el milagro diario del silencio sobre las raíces. Tan sólo el cárabo quedó pintando una estela de bronce sobre la oscuridad. Olía intensamente a estrellas. Entre las hojas soñolientas pululaban a millones. Podías guardar las que quisieras bajo los párpados. Ellas te hablarían de que todo es posible, como pupilas de infinitos mundos que tú no puedes sospechar. En la oscuridad se hace patente que la inmensidad habla; y las ideas se hilvanan sin fin. Eliges la que deseas y sigues su trenza de plata. Entonces comprendes que todo se encadena, como un río profundo que circula por todos los seres, y puedes seguirlo por las venas de las hojas hasta las estrellas. Comprendes... Y quieres acariciar lo inédito. Mientras crujían mis zapatos por el suelo mullido de secretos, los árboles se alzaban más grandes y soberanos, más vivos. Notaba fuerza. Los percibía anchamente compasivos. Al pie de un gran abeto me dormí. Mi latido consumía la existencia, pacíficamente, como el fuego consume la leña.
74
75
SE SIENTEN LOS SUEÑOS DE UN CABALLO Éramos muchos esa mañana: yo, mi esposo, mi perra, el sendero, multitudes de plantas en flor, abetos, tilos, un río oculto tras la vegetación, del que sólo nos llegaba su voz como un suave hilo musical de burbujas; también estaban los corazones recién despertados de las nubes, los cantores alados afinando sus gargantas, abejorros despistados... y a lo lejos, paredes inmensas mostrándonos, impúdicas, su salvaje desnudez de tajos acariciados por el sol. ¡Ah!, y me olvidaba de los saltamontes de colores que brotaban bruscamente de la hierba a nuestro paso; de varios escarabajos peloteros, corriendo a refugiarse con sus trofeos redonditos y olorosos para instalar en ellos a la prole; y de una ninfa diminuta con algunas gotas de río aún en las pestañas. El rocío nos empapaba a todos por igual: desde mis botas a los ápices de los árboles (la naturaleza no discrimina a nadie). Después de caminar un rato, sacamos nuestros bocadillos a la vera del camino, sobre unas piedras que acordaron mantener nuestros traseros por un rato. De pronto, oímos un curioso bufido sobre nuestras cabezas (un susto dulce, de esos que a veces regala la natura). Nos giramos y descubrimos dos hermosos pares de ojos, redondos, curiosos y anhelantes. Tras una valla de alambre nos estaban contemplando, como surgidos de un sueño, dos bellos caballos, hembra y macho, blanca y negro. Los detenía la valla, casi clavada en sus hocicos, los cuales buscaban deleitar al aburrido paladar herbívoro con algunos de nuestros manjares. Intuí que sus mundos de verde encierro se tiñeron por un momento de fantasía, emoción, novedad: una mano nuestra sobre sus frentes, una migaja de los sabores privilegiados que los bípedos esconden en sus fragantes mochilas, una mirada de ternura y asombro para ellos... Tras un rato a su lado, el macho comenzó a cocear nervioso, quería más, esa valla no cedía... Su pelo negro brillaba, su cola, imparable, resbalaba de flanco en flanco, sus ojos, dos enormes planetas negros, clamaban un 76
nuevo orden en su vida, un nuevo perfume que seguir por los caminos, un harén que defender, nueva hierba por la que trotar... Adiós, caballos, dignos y soberbios hijos de los prados. Seguimos nuestro rumbo. Volví la cabeza: la yegua blanca ya se había ido, pero el caballo negro continuaba allí, mirándonos.
77
CABALLOS, AMADOS DE COBRE Y VIENTO El amor olfatea la frescura del trébol; se mueve entre las hierbas; luego cabalga ajeno a la tempestad. Y las extensas praderas rezuman relinchos como amapolas. El deseo tiene la crin suelta y plagada de estrellas. Corre sin detenerse quebrando las dunas de la noche. Amados de cobre y viento... Cuando pastáis, vuestras patas son columnas de sosegados templos; los grillos duermen, la tarde conversa con las abejas, y la luz juega a deslizarse por vuestros vientres de seda caliente. Y la paz... Dicen que a ella le gusta esconderse en los cabellos de vuestra cola, acariciadora de espigas, brisa peluda entre violetas. No sé si diez de vosotros sois bastantes para hablar de la gloria de la vida. Sí. Diez. En movimiento. Al ritmo de la libertad, disparada, intensa. Blancos, grises, negros, ocres, ¡pezuñas batiendo el infinito! Uno solo de vosotros, mirándome a los ojos, me basta para contemplar la belleza del cosmos.
78
79
HUNDIR LOS PIES Las rosas se tiñen de viento, mientras el viento gime en rojo. Mi alma anhela ser libre. En ese pozo se tiran las hojas de la tristeza. Los niños las ven caer hasta perder el color. Un burro pasa, me mira y rebuzna; el brezo despierta; huye un conejo. Aquel insecto se figura que no lo he visto mimetizarse en el silencio. Las alas limpias ya están preparadas. Y huele a leña. Todo está fresco. La lluvia ha disuelto la tierra a golpes de fragantes segundos. Ven conmigo, corramos desnudos, con nuestras crines sueltas. En aquel retazo de azul, recién abierto, trompetean al unísono los gansos. Ven conmigo: Al igual que la grama, las margaritas y los robles, ¡vamos a hundir los pies en este barro!
80
81
DESPERTAR DEL MUNDO Un ojo asoma bajo el manto recién bordado de la primavera. Se trata de un petirrojo, que despierta. El sol observa cómo brota de su pico una flor enorme y roja: es su primer piar, arrebatado. Las montañas sienten la caricia de sus alas, recién estrenadas, como un abanico de latidos. Se posa de nuevo, y se balancea una rama. El bosque, consciente del rebullir del día en sus brazos de madera, retoma su conversación del día anterior. Mientras, castamente, se retiran las grandes sombras a su morada sin fondo, arrastrando un revoloteo de miles de sueños. Y el pequeño pájaro ve las nubes reflejadas en el agua, y se pregunta adónde irán con semejante parsimonia. Brincan sobre ellas sus patitas de junco, y las nubes exclaman con ondas verdes de silencio. Las cabras notan un olor a flores nuevas; el milpiés estira sus patas empapadas de madrugada. En aquella vieja casa, alguien se levanta y abre dos ojos de fuego en la chimenea; y el frío se aparta con los pies abrasados. El ave se pone a cantar sobre la grama adormecida. Y su música llega a las guaridas olorosas de vida. Y despierta las ansias líquidas de un gran equipo de cantores: pájaros, gallos, perros, cigarras, leña, cazos, cántaros, moscas, campanas… Agua, ruedas, pezuñas, bastones, cencerros, silbidos, polen, alas y sandalias, más una música invisible sobre el pelo de los niños. Y coro tras coro, las cuerdas vocales del mundo comienzan su canción larga y bullente.
82
83
84
HOY ES DÍA DE CUMBRES Despierto y encuentro gotas de rocío en la hierba de mis pestañas. Lavan mi mirada. Y veo sobre mí un cielo que acaba de fundir su última estrella al sol. Me sonríe. Gracias. Pasan una, dos... hasta cuatro nubes viajeras. Y tras de mí, un pinzón acaba de coger una ramita con su pico. Pía. Sigo su revoloteo fugaz: baño de piares entre las ramas. Hoy tengo nueva luz para mi frente, distendida como el horizonte. Acaricio un tronco de tilo; toco sus hojas, que son de un verde tan intenso que acaban por teñir de pura vida mis dedos. Las cabelleras de las centauras bailan entre abejas, a las que les pesan las patitas, saturadas del corazón naranja de las flores. Llega un pétalo a mi piel: un suspiro amante de la mañana. Me espera un claro día de cumbres. El camino se insinúa tímidamente. Lo sigo... y mis botas resuenan deliciosamente por las piedras.
85
86
ASCENSIÓN Sonrisas moradas suben por la montaña: somos dos, y un piar amarillo muy grande a nuestra espalda: el sol. Saltamos de roca en roca, ahuyentando las sombras de las nubes. Mi corazón late ahora como aquella mariposa que se escapa. Uno, dos; abajo bostezan las casas de juguete; uno, dos, las esquilas de las vacas rasgan la bruma y soplan melancolías verdes... Uno, dos; adiós, lejanas vocecitas, murmullos humeantes del pueblo; hola, silbidos de viento, cantinela afilada entre las piedras. El cielo está adherido a la cima con un aire apasionado de besos; ¡vamos!, ya queda poco. ¡Date la vuelta!: chillan las marmotas sobre el silencio pulido. ¡Allá se esconde una!, y se le escapa un hijuelo juguetón: ¡más chillidos, más, más estridencias rosas por el valle! Una flor de nieve nos recibe ahora con su humildad pelosa. Es una estrella que chispea tímidamente en el áspero roquedal. La tocamos y ella nos deja en los dedos un latido de inocencia. Ya hemos llegado; el paisaje nos abre su inmenso corazón... Desde muy arriba, un buitre leonado observa perplejo: dos cuerpos humanos descansan sobre la cima mientras sus almas embelesadas... están echando el vuelo.
87
88
PINCELADAS POÉTICAS RISAS DELMAR El mar era azul, era plata, era verde, era añil. Era el soliloquio de la luz reverberando en el silencio. El mar reía gaviotas, reía cuerpos desnudos zambulléndose, reía su gozosa brisa en los oídos. El mar era la palma de Dios abriéndose en eternidades de espuma. LLANTO DEL MAR Aquella mañana el mar sufría. Agitaba con ira su cuerpo. Sangraba su espuma suicida por las rocas. Y los peces lloraron sal. El mar quebró su llanto en millones de gotas que aún resbalan por mis brazos. 89
LA OLA La ola se acerca con sus brazos de plata, y mientras viene se va dejando un hĂşmedo beso de eternidad.
90
EPÍLOGO UNIVERSO "En tus ojos hay un silencio embrionario y amante" Me agaché sobre un remanso de agua. La serenidad era absoluta. Entonces vi el prodigio: En mis ojos comenzaban a nacer estrellas. A miles... Tenía galaxias, cúmulos de ellas, girando y girando cada vez más dentro de mis iris... Tanto... que reflejé el vértigo del Infinito. Mientras, el Universo tocaba las campanas de mis células, una a una. Me llamaba. Me perdí, ciega de rosas abiertas como acordeones de luz, entre mundos que viajaban sin fin. Floté sobre la exquisita caricia de gasa de una nebulosa. Y contemplé el resonante e hirviente latido de trillones de estrellas con sus infinitos planetas, todos girando en sinfonía gloriosa. Cada latido de mi corazón resonaba hondamente en ellos. Mis pupilas ensanchadas en senderos de esperanzas, entonces, recibieron al Destino. No puedo describirlo; sería como tratar de sostener el mar en una mano. Sólo diré que la inmensidad me sobrecogió, y vi cómo sembraba estrellas en toda mi temblorosa pequeñez. Él despertó la caracola huracanada de mi Ser. Se tiñeron de lágrimas mis ojos: Y ahora eran soles azules, blandos, profundos, entregados, desnudos, dispuestos. Torbellinos serenos de galaxias se abrazaban... ¡tan dentro de mí! Una leve brisa entonces se levantó, borrando la quietud del remanso. Y dejé de contemplar... 91
Miré a mi alrededor el inerte suelo de pedernal, la carnosa melancolía de los cactus, el horizonte rezumando polvo con pequeños brillos naranjas de sol; el sonido aletargado de la vida en las casitas lejanas. Le di la mano a canté, las
los
muy aves
árboles
y
fuerte, hasta que
me
acompañaron.
92
Este libro se encuentra editado en papel en las tiendas de Amazon y Create Space Maite Sรกnchez Romero: https://maiteia.wordpress.com/
93
94