El lenguaje de las formas y los colores. En este libro, Kandinsky nos propone una relación directa entre el arte, la música y los colores, los cuales pueden reflejar emociones dentro de una obra. El autor no es el único en respaldar esta teoría, Goethe y Delacroix son predecesores de la misma. Las artes no son islas, se relacionan de maneras infinitas y el que tiene la palabra es el creador. La música influye la pintura, logrando que esta se vuelva abstracta y puramente pictórica, y para ello dispone del color y la forma. La forma puede existir independientemente como representación del objeto o como delimitación puramente abstracta de un espacio o una superficie. No sucede esto con el color, que no puede extenderse ilimitadamente. Un color debe estar reproducido en un material, con un tono escogido entre una gran selección y estará limitado a una superficie, y separarse de los otros colores que inevitablemente le acompañan y modifican (por delimitación y proximidad) la característica subjetiva, obteniéndose de este modo una consonancia objetiva. Las formas están relacionadas con un sonido interno, lleno de propiedades propias. Una figura redondeada no transmite lo mismo que una puntiaguda. Un triángulo amarillo, un círculo azul, un cuadrado verde, otro triángulo verde, un círculo amarillo, un cuadrado azul, entre otro, son entes totalmente diferentes y que actúan de modo completamente distinto. Determinados colores son realzados por determinadas formas y mitigados por otras. En cualquier caso, los colores agudos poseerán una mayor resonancia cualitativa en formas agudas, por ejemplo, el amarillo en un triángulo. El número de colores y formas es infinito, hay miles de posibilidades y emociones por expresar. La armonía formal tiene su única base en el principio del contacto adecuado con el alma humana, antes definido como principio de la necesidad interior. Al artista no le bastan hoy las formas puramente abstractas, que resultan demasiado imprecisas. Limitarse a ellas exclusivamente implica renunciar a otras posibilidades, excluir lo puramente humano y empobrecer sus medios de expresión. Por otra parte, en el arte no existe la forma totalmente concreta. Es imposible reproducir exactamente una forma material: quiéralo o no, el artista depende de sus ojos y de sus manos, que en este caso son más artistas que su alma, que no persigue más que un objetivo fotográfico. Por otra parte, en el arte no existe la forma totalmente concreta. Es imposible reproducir exactamente una forma material: quiéralo o no, el artista depende de sus ojos y de sus manos, que en este caso son más artistas que su alma, que no persigue más que un objetivo fotográfico. El artista consciente, sin embargo, no se contenta con registrar el objeto material sino que intenta darle una expresión, lo que antiguamente se llamaba idealizar, más tarde estilizar y mañana se llamará de cualquier otra manera. El artista se aleja completamente del sentido literario de lo que desea expresar. La composición puramente pictórica se plantea dos problemas concernientes a la
forma : 1° La composición general del cuadro. 2° La creación de las diversas formas, que se interrelacionan en distintas combinaciones subordinadas a la composición general. El ser humano está constantemente expuesto a estas irradicaciones psicológicas, cuyos efectos pueden permanecer en el subconsciente o pasar a la conciencia. El hombre puede evitarlos encerrándose en sí mismo. La naturaleza, es decir, la circunstancia exterior siempre cambiante del hombre, produce una vibración constante de las cuerdas del piano (alma) por medio de las teclas (objetos). Estos elementos, que a veces pueden parecemos caóticos, constan de tres elementos: el efecto cromático del objeto, el de su forma y el del objeto mismo, independientemente de la forma y el color. Cuanto menos oculto esté el elemento abstracto de la forma, más primitivo y puro sonará. La intuición debe ser el único juez, guía y armonizador de toda integración de formas puramente abstractas. Cuanto más uso haga el artista de formas casiabstractas o abstractas, más se familiariza con ellas, profundizando en su terreno. Lo mismo le ocurre al espectador quien, guiado por el artista, va adquiriendo conocimientos del lenguaje abstracto y acaba dominándolo.
El cambio de rumbo espiritual En este capítulo se habla más que todo sobre la abstracción no figurativa. En este sentido, se propone esencialmente despertar la capacidad de captar lo espiritual en las cosas materiales y abstractas, capacidad que Kandinsky intuía básica para la pintura del futuro y con posibilidades de hacer realidad innumerables experiencias. El artista no tiene por fin la reproducción de la Naturaleza, aunque ésta sea artística, sino la manifestación de su mundo interior. Se busca lo interior en lo exterior. Cualquier creación artística es hija de su tiempo y, la mayoría de las veces, madre de nuestros propios sentimientos. Igualmente, cada período cultural produce un arte que le es propio y que no puede repetirse. Pretender revivir principios artísticos del pasado. Por ejemplo, es totalmente imposible sentir y vivir interiormente como lo hacían los antiguos griegos. Los intentos por reactualizar los principios griegos de la escultura, únicamente darán como fruto formas semejantes a las griegas, pero la obra estará muerta eternamente. El Arte está en un nivel superior al de la Naturaleza, esto no es una premisa nueva. Los principios nuevos nunca salen de la nada, sino que se encuentran en una relación causal con el pasado y el futuro. Cuando la religión, la ciencia y la moral (esta última gracias a la obra demoledora de
Nietzsche) se ven zarandeadas y sus bases externas amenazan con derrumbarse, el hombre aparta su vista de lo exterior y la dirige hacia sí mismo. La literatura, la música y el arte son los sectores más sensibles y los primeros en registrar el giro espiritual de una manera real, reflejando la sombría imagen del presente, y la intuición de algo grande, todavía lejano e imperceptible para la gran masa; una gran oscuridad aparece apenas esbozada, volviéndolos sombríos. En la pintura, tras la época idealista surge la tendencia impresionista que alcanzará su forma más dogmática, con objetivos puramente naturalistas. En la teoría del neoimpresionismo, que a su vez entra ya en la abstracción: su teoría (en cuanto método universal) no consiste en fijar una parte casual de la naturaleza en el lienzo sino en reflejarla en toda su riqueza y todo su color
Representada en un gráfico, la vida espiritual sería como un triángulo dividido en tres partes desiguales. La menor y más aguda de ellas señala hacia arriba; a medida que se desciende, cada parte va agrandándose y ensanchándose. Este triángulo tiene un movimiento lento, casi imperceptible, hacia adelante y hacia arriba: en el lugar donde hoy se halla el vértice superior, mañana estará la parte siguiente. De tal manera que lo que hoy es inteligible para el vértice superior, estará mañana cargado también de sentido y razón para la otra parte de la figura. En la cima del vértice hay, muchas veces, sólo un Hombre: el Artista.
El artista no tiene por fin la reproducción de la Naturaleza, aunque ésta sea artística, sino la manifestación de su mundo interior. La necesidad interior es gestada y determinada por tres necesidades místicas: 1. El Artista, en tanto creador, expresará lo que le es específico (elemento de la personalidad). 2. El Artista, en tanto hijo de su época, expresará lo que es específico de ella (elementos del estilo, como valor interno, constituido por el lenguaje de la época, más el lenguaje del país, en tanto éste sea idiosincrático). 3. El Artista, en tanto amanuense del Arte, expresará lo que es específico del Arte en general (elementos de lo genuina y sempiternamente artístico, que sobrevive en todos los hombres, tiempos y tierras, porque la esencia del Arte se sustrae al Tiempo y al espacio).