De los Catálogos de las Librerías Anticuarias

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De los Catálogos de las Librerías Anticuarias Españolas de los años 40 y 50 del siglo XX. Anécdotas, Curiosidades y Cavilaciones (I) Los catálogos de las librerías anticuarias eran el principal medio por el cual daban a conocer los libreros a sus clientes sus fondos. Existen desde que hay libros impresos. Antes de la llegada de Internet estos libritos (o librazos) eran el pan del librero y el vino del bibliófilo. Hay tantos tipos de catálogos como tipos de librería, o digamos mejor librero, ya que el catálogo es siempre el reflejo del autor, es decir el librero. Veamos, sin ánimo de hacer un estudio sesudo, algunas peculiaridades de catálogos impresos en los años 40 y 50 del pasado siglo. Podemos empezar con uno que inicia la década de los 50. De la librería Orbiblio de Barcelona, Enero de 1950, Catálogo nº 5, en 4º, 78 páginas, 1100 referencias, leemos en un curioso prólogo las quejas del librero sobre la escasez de libros antiguos, lo que justifica el alza de los precios. “Plácenos una vez más comunicar con nuestros amigos y clientes a través de este catálogo número cinco. Buena ocasión se nos presenta para decir algo sobre la notoria escasez de libros antiguos y las altas cotizaciones que alcanzan. Aprovechámosla con gusto. La escasez e incluso la rareza extraordinaria con que se ilustran muchos de los libros que eran habituales en comercio, no es un término relativo. Obedece a una realidad que se explica fácilmente por razón de su índole. Sucede que mientras el curso del tiempo agota las fuentes tradicionales de adquisición, surge una poderosa y creciente demanda por parte de las instituciones públicas y privadas, de bibliófilos y coleccionistas. Y hasta el dinero mismo, de por sí tan inquieto y temeroso, parece haber encontrado refugio sosegado y remunerador en la inversión de tan preciosa mercancía. Corolario imperativo de esta limitación radical en la oferta e ilimitada demanda, que alteran el equilibrio de antaño, son los precios altos que hemos de aceptar todos, bibliófilos y libreros. Circula una versión, cuajada de típico anecdotario, que pareciera postular una actitud desfavorable para el mercader de libros antiguos, unciéndole a la picota como agente de agio, ávido de presa y de lucro. Conviene afirmar todo lo contrario. A nuestra manera de ver, existe otra profunda y más sustanciosa realidad, porque nos consta la oposición del librero a dar acogida a cuantas ofertas no guardasen alguna proporción con los precios anteriores al segundo cuarto de este siglo. Algunos lucharon con tenacidad por mantener su criterio y la defensa de los intereses que representaban, no faltando, incluso, víctimas en este empeño. Otros prefirieron la oscuridad del silencio al ruido alegre de lo que consideraban escandaloso. Pero finalmente tuvieron que rendirse a la realidad imperiosa al comprobar que los volúmenes que rechazaban encontraban cauce inmediato bajo fórmulas improvisadas de comercio, donde los interesados en comprar batían todas las marcas registradas en los repertorios usuales.


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