foto: carmen álvarez marín
Lo recuerdo estudiando un manual de español-alemán y recitando frases en ese idioma lejano y bronco, con un acento andaluz que, si no fuera por la tristeza tan grande que había en aquella casa, nos hubiese hecho desternillarnos de risa a todos. Aquellos trenes del frío y hacia el frío, partían con la misma desolación con que parte la patera de la costa africana. Con la misma esperanza
Juan Antonio Gallardo Ramos “Gallardoski” (Huelva,1968). Desde casi siempre reside en Sanlúcar de Barrameda. Ha publicado libros de poesía, una antología de sus artículos en la prensa andaluza prologada por José Manuel Caballero Bonald, diarios, relatos, una novela y cuatro discos. En prosa ha publicado Confabulario (2016), Rara Avis (2017) y Después del invierno (2018); en poesía, Correspondencias (2018) o La tristeza de los días laborables (2016). En abril saldrá su último libro de poemas ¿Te acuerdas de nosotros? con prólogo de José Jurado Morales (Vitruvio).
también. Solo hemos perfeccionado, tras tres o cuatro décadas, los mecanismos de la infamia. De aquellos días de mi infancia recuerdo a una mujer joven, mi madre, que recibía cartas llenas de una ingenuidad enternecedora. Mi padre narraba inventos que la hacían sospechar con esa desconfianza femenina tan castiza e hispana: ¡qué hombre más exagerado! Porque contaba el pobre su fascinación frente a
los coches, los vídeos, la televisión en color y las puertas de los garajes que se abrían automáticamente gracias a la magia de “un botón”. También contaba mi padre que en Múnich hacía un frío las mañanas del mes de enero que ningún portugués, turco o español había siquiera imaginado en su vida. Que dormían hacinados en barracones a pie de obra más de cincuenta obreros de la construcción y que el agua salía invariablemente helada de aquellas tuberías asesinas, que jamás funcionó el grifo de agua caliente en todo el invierno y que esperaban ansiosos el fin de semana para alquilar una habitación en alguna pensión de la ciudad y darse un baño. Contaba que también en Múnich solía haber algún listo, antropólogo de taberna, que exclamaba, al ver llegar a la casa de pensión a la famélica legión de emigrantes, la peste que tenían los trabajadores españoles, turcos o portugueses. Yo no quiero olvidarme de quién soy, ni quiero olvidarme de dónde vengo porque sé exactamente a dónde van los que hacen acopio de esa desmemoria. Conviene acordarse.
Extraños en Babel María José Carmona
M
ahoua no sabía decir “vacuna”. Por eso el día que le tocó ir sola al pediatra, fue la primera en darse cuenta de que estaba destinada a fracasar. Cada vez que abría la boca, las palabras le brotaban en yulá, el dialecto que aprendió de niña en Costa de Marfil y, por más empeño que ponía en sus explicaciones, pronto llegó a la conclusión de que era inútil. Tan inútil como si intentase pedir auxilio sumergida a cien metros de profundidad. “¿Qué te pasa?”, “¿qué idioma hablas?”, “¿sabes inglés?”, le insistía el médico, pero ninguno de esos sonidos tenían sentido para aquella mujer que le miraba con los ojos desencajados mientras cargaba una criatura recién nacida en los brazos. Fue la primera vez que lloró desde que vino a España. “Yo lloraba, lloraba muchísimo. Yo no saber letras, es difícil para mí”. Hoy lo cuenta en un caste-
12 El Ciervo ˜ Enero-Febrero 2019
llano telegráfico, pero asombrosamente firme. Mahoua ha necesitado nueve años hasta llegar a esta conversación. Dice que se apuntó a clases de español porque no quiere depender más de su marido, porque le gustaría ayudar a sus hijos con los deberes, porque sueña con entender los diálogos de las telenovelas, porque está harta de tenerle miedo a las palabras y a las consultas de los médicos. * * * Un murmullo ahogado, como de patio de escuela, se escucha al fondo de la calle Bustamante. En el número cinco, tras la puerta de una antigua corrala de vecinos, las clases acaban de empezar: Decidme palabras que empiecen por b. ¡Barco! ¡Bandera! ¿Playa? Las voces corresponden a un grupo de mujeres marroquíes. En la mesa de
al lado una mujer guineana recita sílabas en voz alta –ma-me-mi-mo-mu–, mientras unos muchachos de Nigeria repasan justo enfrente la primera persona del plural. En total, serán unos cincuenta. Se dividen por grupos según el nivel, pero todos comparten un solo salón sin paredes. Unos biombos de madera, a modo de separadores, sirven de poco para amortiguar semejante orgía de acentos. “¡Esto es Babel!”, exclama sofocada Carmen Espeja. Es la coordinadora de las clases de español que imparte la asociación Málaga Acoge. Llevan casi 30 años trabajando con personas migrantes, ayudándolas a integrarse en “la jungla”, como ella lo llama. A dos kilómetros del puerto de Málaga, donde van a parar muchas de las pateras que atraviesan a tientas el Mediterráneo, la vida continúa aquí, en un cuarto donde se aprende a escribir playa con p. En países como Francia o Alemania, los gobiernos centralizan la administra-
30 años enseñando a los migrantes a expresarse en español: para integrarse mejor en la jungla enseñaron a leer ni a escribir, por eso aquí les toca empezar desde menos cero, asociando dibujos a palabras sencillas: sopa, paloma, papá. Algunas llevan más de doce años en España, pero todavía hay veces que en el mercado les dan garbanzos cuando quieren pedir champú. Es porque apenas salen de casa. “Cuando yo sola, pasar muy mal. No entender nada”, confiesa una de ellas y una lágrima emborrona el cuaderno a rayas, donde acaba de escribir “pelota” con letra redondeada. A un biombo de distancia, se oyen risas. Cinco chicos estudiaban la diferencia entre ser y estar, cuando un lapsus ha convertido “suizos” en “sucios”. La maestra intenta recuperar su atención y anota en la pizarra “¿Dónde estaréis mañana?”. Ellos se miran callados. No podrían responder ni aunque supieran. “It’s complicated”, resuelve finalmente uno en inglés. El futuro es muy complicado. * * * En la sede de Málaga Acoge guardan varias cartas. “Gracias porque cuando vine no sabía ni pedir un vaso de agua”. “Gracias en nombre de todos los inmigrantes que llegamos perdidos”. Son notas de agradecimiento de todos los alumnos que un día apare-
María José Carmona (1984, Málaga) es licenciada en Periodismo por la Universidad de Málaga. Lleva quince años trabajando para distintos medios escritos y audiovisuales como la Agencia EFE, la Cadena Ser de radio o la Sexta, de televisión. Desde 2015 es reportera freelance especializada en periodismo social, migraciones y derechos humanos. Ha publicado en revistas y medios digitales como Planeta Futuro (El País), eldiario.es, El Confidencial, Público, El Español, La Vanguardia, TintaLibre, Yorokobu o Altair Magazine. Actualmente colabora de manera habitual con las publicaciones EqualTimes, El Salto Andalucía y Cuarto Poder.
cieron por aquí y se marcharon sintiéndose menos extraños. Unos tuvieron más suerte (encontraron trabajo, se ennoviaron, fueron sin miedo a su primera reunión de padres), otros no. Pero todos recuerdan con cariño este lugar, su primer logro en un camino lleno de renuncias. “Arroz, pan, galletas”. Un grupo recita tipos de comida. Al fondo, las mujeres marroquíes repasan las horas. Sobre la mesa, el hijo de una de ellas –un bebé de cuatro meses– sigue atento la lección. Hace bochorno y se siente barullo de estación de tren. Varias personas, ajenas a las clases, hacen cola en mitad del salón para reunirse con la abogada o la trabajadora social. En la calle ladra un perro. A falta de un minuto para acabar ya se intuye, como en cualquier escuela,
foto: roberto martín
ción de estos cursos, pero en España casi todo el peso recae sobre oenegés y comunidades religiosas quienes gestionan, con los recursos que pueden, estas torres babilónicas. Les ayudan viejos maestros jubilados que, en lugar de disfrutar de un aburrimiento plácido, eligieron volver a clase, como si 60 años en activo hubieran sido un simple entrenamiento. Tanta demanda tienen, que el aforo está siempre completo. Eso sí, la gente entra y sale, viene y abandona. “A veces sale un trabajo o tienen que buscar ayudas. Son vidas muy precarias”, reconoce Carmen, “el idioma es una necesidad, pero antes tienen que comer”. –HOS-PI-TAL. Leen tres mujeres en alto. Y así, descuartizado en sílabas, el español se convierte en otra cosa, en una especie de lenguaje marciano. Son del grupo de alfabetización. En su país nunca les
el sonido de estuches y arrastrar de las sillas. Hasta que alguien por fin se levanta y el ambiente pasa de estación de tren a mercado en hora punta. Unos recogen cuadernos y gomas de borrar, otros se abrazan –“hasta el próximo día, si Dios quiere”–. A medida que salen, el ruido se funde en pitido sordo. “Es como si salieras de un túnel y se te destaparan los oídos”, resopla Carmen. Hasta la sala parece más grande. Las sillas desiertas, las mesas despejadas. Tan solo una pizarra, que alguien olvidó borrar, tendrá que quedarse hasta mañana, condenada a repetir conjugaciones como si fuera un conjuro: Yo como todos los días. Tú comes todos los días. Él come todos los días.
¡Primero, mi país! Antonio Alejo
W
endy Brown ha afirmado que “asociar al extranjero con la diferencia y el peligro es tan antiguo como la comunidad humana”. ¿Hay una especificidad contemporánea de esta asociación? Aquí se asume que sí. Se recurre al “nativismo” para explorar la lógica sociopolítica que subyace en la idea: ¡Primero, mi país! la cual refleja el sentir de amplios grupos de personas nativas que encuentran en esa idea la solución política a las carencias y desafíos a los que se enfrentan en su día a día.
El nativismo opera y se retroalimenta con acciones locales y transatlánticas. Steve Bannon, en un acto del Frente Nacional en Francia dijo: “Dejad que os llamen racistas. Dejad que os llamen xenófobos. Dejad que os llamen nativistas (…) Que sea un motivo de orgullo”. De manera similar, en España, el líder del partido Vox dijo: “Los insultos de Pablo Iglesias, Pedro Sánchez o Quim Torra, nos los ponemos como medallas en el pecho”. Por su parte, ciertos activismos juveniles europeos como Generación Identitaria, Hogar Social Madrid o Schild & Vrienden con su eslogan “Fronteras seguras, barrios seguros” llaman a pro-
PREMIO El ciervo-ENRIQUE FERRAN ˜ Enero-Febrero 2019 13