LaOpinión DE MÁLAGA
SÁBADO, 2 DE JULIO DE 2022 | 19
Opinión
L
a foto fija de sus cuerpos sin recibir socorro demuestra que hay vidas que valen menos que otras. Pablo Milanés tituló así una de sus canciones: La vida no vale nada. Desconozco si cuando la escribió también pensaba en perros como víctimas, pero de lo que estoy seguro es de que se refería a humanos como criminales cada vez que la cantaba. Y que como tú lloraba de tristeza, y que como yo se mordía los labios de rabia porque, efectivamente, hay vidas que no valen absolutamente nada y es más corto el precio por arrebatarlas que la agonía de los que la perdieron. Todo ello viene a colación por los sucesos del día 24 de junio cuando en la valla de Melilla perecieron 37 jóvenes africanos y otro centenar fue herido. En una dramática escena, bajo la atenta mirada de policías pagados por España y Europa para vigilar la frontera, aquellos jóvenes inmigrantes de Sudán, Malí, El Chad, República Centroafricana o Argelia morían aplastados o caídos de la valla. Viendo las imágenes de las personas asesinadas en Melilla sentimos rabia. Por-
E
l verano siempre es el último verano. El verano siempre nos hace un poco más mayores. El verano son aquellos veranos de entonces. Niño Becerra, que es economista y un personaje de Dickens, dice que «estamos ante el último verano». Pronostica pesimista que el porvenir de la economía española a corto plazo será malo, que está estallando la nueva crisis, que para lo que me queda en este convento… Llega el verano y uno siente que es el último, que se ha hecho un poco más mayor, que ya no quedan veranos como los de entonces. Pero a mí, de siempre, me gustó el verano. El verano es lo mejor. El verano son mis infancias en playas de arena blanca, paseos en bici y horchata. El verano es el escondite entre las cocheras, las zurras de mi padre con sus amigos y un Renault 10 que sigue volviendo a la ciudad. El verano es libertad, noches cortas, nuevos viejos amigos, viajes, lecturas y una orquesta de chicharras frente a mi ventana. Me gusta el verano, sí. Me gusta andar en chanclas o descalzo sobre la arena templada al atardecer. Me gusta esa vista, pocos minutos después de desaparecer el sol, iluminado el mar y convertido después en un espejo de estrellas y luces LED. Me gusta ese instante, ocaso sin escarpines, en el que la luz que se fuga y, por un instante, todo se detiene, tiempo y espacio, y uno cree que está agarrando la vida. Me gusta juntarme con amigos y ce-
La vida no vale nada MÁLAGA SOLIDARIA
Luis Pernía Ibáñez Plataforma de solidaridad con los/las inmigrantes de Málaga
que estas muertes eran evitables y no son fruto de ningún accidente. Son consecuencia de una política migratoria nefasta que deja a las personas migrantes desprotegidas, a merced de vallas y muros y sin un ápice de vías legales y seguras para emigrar. Ya sé que sólo eran inmigrantes sin papeles en un mundo donde la especie que siempre comete los crímenes es la misma que decide cuándo esos crímenes no lo son; una especie donde casi nadie ha pisado nunca una prisión por matarlos o apalearlos; una especie que ha hecho de la aporofobia y la xenofobia afición de nobles y plebeyos, y en el que su rechazo es aplaudido en nombre de la seguridad. Para entender la masacre de Melilla, no se puede dejar de poner el foco en un sistema económico sustentado en el colonialismo que extrae la riqueza de muchos
países para sostener la economía de unos pocos. No se puede entender esta masacre sin acercarse a la idea de que la riqueza europea se asienta en la muerte de personas negras. Las políticas colonialistas que han arrasado y siguen arrasando los recursos de los países africanos, junto con los graves efectos del cambio climático, que empeoran gravemente las condiciones de vida de los africanos y las africanas. No sólo las economías de sus países se encuentran supeditadas a Europa, sino que, además, la degradación del medio ambiente está mostrando la cara más dura en estos territorios. La mayoría de las personas que las están viendo en su televisión, en cambio, quizá no lo perciban así. El racismo está tan asentado como parte de nuestra cotidianidad que las muertes de personas negras en la frontera parecen ser inevitables. La foto fija de sus cuerpos sin
El último verano CONTROL C + CONTROL V
Roberto López
nar en casa,. Que suene de fondo Nicola Conte o Radiohead, mientras un uruguayo loco nos hace vacío, matambre y tira de asado en el fuego, y bebemos Luis Cañas, y dejamos que todos los huracanes nos sobrevuelen. Cenamos y esperamos que llegue septiembre con sus manos frías y sus malas predicciones. Brindamos por el presente de indicativo, bendita suerte de una noche de verano, y la belleza de los cuerpos bronceados. Me gusta el olor a jazmín, a dama de noche, a plumaria, a rosas… Sentarme en el patio cuando todos se han ido y sentirme abrazado por ese aroma andaluz que cubre la noche como un toldo, y que nos evoca recuerdos, memorias y olvidos, aquellos veranos de bici y horchata, y un perro viejo que ladra de fondo, y este ansia de estirar el tiempo hasta que no nos quede tiempo ni ansia ni nada que estirar. Me gusta ver a la gente relajada, más feliz, huidiza, tumbada en la playa escapando quietos de todos los problemas del mundo: el Whatsapp, el jefe, la rutina, la ruina, el vacío, las pesadillas, el ruido, las cartas de amor del banco y la soledad, el IPC, el no sé qué… Olvidarse, un instante de la hipoteca, la crisis, el
L.O.
pronóstico del tiempo que da nublado, lluvia, tormenta, frío para el próximo otoño. Me gusta la Porra Antequerana, las ensaladas y comer fruta de temporada. Me gusta comer mucha fruta, de colores, en la playa, por la mañana, tras la siesta, sandía, melón, mango, comer kiwi con cuchara y plátano después de nadar. Comer fruta, como un millonario, en verano y pensar que el tiempo es un círculo plano y que lo que hemos he-
recibir socorro demuestra que hay vidas que valen menos que otras. En este contexto, nos entristece particularmente la inclusión en la cumbre de la OTAN, en Madrid, estos días, no solo de la enfermiza escalada belicista, sino la inclusión de la inmigración como alerta de una nueva amenaza, que hay que combatir con medios militares. De hecho se viene hablando de que Moncloa vincula la mayor presencia militar de EEUU en Rota con el objetivo de frenar la inmigración irregular. Lo ocurrido en Melilla es el triunfo de las fronteras mentales y físicas, de la sinrazón, del olvido del derecho humano a emigrar. ¿Cómo se sustentará esta vieja Europa donde no nacen niños y la población es cada día mayor? ¿Cómo afrontará Europa el crecimiento demográfico de África que en unos años duplicará su población? ¿Qué resortes anidan en Europa que se abre de par en par a un grupo de ciudadanos del este mientras a los del sur se les niega el pan y la sal? Ante lo ocurrido en Melilla recordamos los versos del poeta Deme Orte: «Europa, España, Marruecos, no os vale ese disfraz/De policías y gendarmes de seguridad. /Los derechos humanos son sagrados/Y el derecho a la vida el primero./No son muertes. Son asesinatos».
cho lo repetiremos irremediablemente, un bucle, un metaverso de Alberti, una novela de Fernández Mallo. Me gusta nadar en el mar. Echarme al agua, y salir de mi cuerpo a través de las corrientes, los azules, verdes, gris marengo…, llegar al límite de mis fuerzas en baños terapéuticos, fresquitos y divertidos, al borde de una hipotética hipoxia pensando que Dios existe en todas las cosas, incluso en la marca blanca del Mercadona, y saber que al volver a la orilla estarán mis niñas esperándome para jugar y tener la sensación de que tan pronto se ha hecho tarde. Me gusta jugar. Siempre me ha gustado. Jugar a todo. Jugar a abrir ventanas y cerrar puertas, a esconderme y desaparecer, a hundirme en ti, a cambiar de disfraz, a reescribir nuestra historia, a empezar lo acabado, a jugar por jugar… Jugar a que dejo de escribir y a que solo imagino las columnas, que septiembre es una utopía, un anhelo y que aún no habéis visto nada de lo que somos capaces de hacer con un poco más de tiempo y de ganas. Me gustan los días largos, los helados, las piscinas, dormir sin ropa, una cerveza con Manuel, un vino con Álvaro, asomarme a los acantilados de mi pueblo, Rincón de la Victoria, Málaga, la bella, un libro de Rodrigo Cortés, perder el tiempo, verte bucear, las esquinas de tu bolso o es orquesta de chicharras frente a mi ventana. Sí, me gusta, aunque uno sepa que es el último, el puto último verano… Esta anual liturgia de la despedida, de escaparme de puntillas por el cable, por el hambre y por el amor al arte y saber que no hay por qué volver jamás.