SÁBADO, 6 DE JUNIO DE 2020 19
LaOpinión DE MÁLAGA
Opinión y participación
QUE NADIE SE QUEDE ATRÁS TAMPOCO LAS PERSONAS SIN HOGAR Tribuna Arantxa Triguero
Presidenta de Málaga Acoge
L
a crisis del Covid- ha sacado a la luz la dura realidad del sinhogarismo en la ciudad de Málaga. Y es que, cuando empezó el estado de alarma muchos hombres y mujeres no pudieron hacer suyo el lema ‘Quédate en casa’. Porque dormían en la calle, porque no tenían una vivienda digna, porque no podían cubrir sus necesidades más básicas. La pandemia ha hecho visible un por ciento más de personas sin hogar en Málaga. Además, han fallado tanto los mecanismos de prevención previos a la crisis, como los de respuesta, según advierte la Agrupación de
Desarrollo de Personas Sin Hogar de Málaga en un diagnóstico llevado a cabo del de abril al de mayo. Durante la crisis, la mitad de las personas entrevistadas se encontraban en situación de calle. Es imprescindible que nadie se quede atrás en el camino y, para ello, hay que mirar de frente a las personas sin hogar y abordar su realidad de una forma integral. Son hombres y mujeres muy vulnerables, más de durmiendo en la calle o bien en los recursos de emergencia habilitados en el marco de la crisis. Y uno de ellos –porque conviene poner rostro a las cifras– es Carlos, alumno de nuestro curso de español en Málaga. Carlos, que antes de la pandemia ya vivió dos meses en la calle y que, reconoce, sufrió «mucho». Como él, el por ciento de las personas entrevistadas vivía en la calle antes de la pandemia, con dificultades para cubrir sus necesidades más básicas de vivienda, alimentación, higiene o ropa. Por eso, la solución no pasa sólo por resolver la consecuencias inmediatas de la crisis, sino en crear una hoja de ruta que aborde de forma integral la
realidad del sinhogarismo en Málaga. Y volvemos con Carlos, que hoy día se encuentra en el albergue municipal después de pasar por uno de los centros de acogida de urgencia habilitados durante la pandemia: «No sé cuánto tiempo me voy a quedar aquí – dice– si tendré que irme otra vez a la calle…». Ante la realidad de tantas personas que como Carlos tienen derecho a tener una oportunidad, consideramos que es vital aumentar los servicios de atención para necesidades básicas de este colectivo, así como garantizar que las personas que se encuentren hoy en los centros de acogida de urgencia tengan acceso a una vivienda para salir adelante dignamente. Esta crisis ha sacado también a la luz las múltiples vulnerabilidades y necesidades de las personas sin hogar y la feminización del ‘sinhogarismo’, ya que durante el periodo de estudio encontramos a una mujer por cada cuatro entrevistadas. Muchos de estos hombres y mujeres padecen enfermedades físicas o mentales, sufren adicciones o presentan discapacidades. También la pandemia
UNA FILA Y UN CÍRCULO PLANO «Estoy aprendiendo a no sentir vergüenza», me asegura Manuel, que hasta hace poco trabajaba en un chiringuito de la costa
Control C + Control V Roberto López @robertolopezzzz
U
na fila larga, eterna, insoportable, una fila afiladísima, kilométrica, llena de gente invisible, invisibles tras sus mascarillas, para todos invisibles, y silenciosa, callada diría, una fila que da la vuelta a una manzana, como un círculo plano y perfecto, una fila que pide ayuda urgente, que grita muda, una fila que baja la cara y suspira, una fila y un círculo plano. Esta columna es la historia contada desde esa fila que forma un círculo plano, alrededor de una manzana, en una de nuestras ciudades, muy cerca, una historia de personas, de testimonios, de vecinos, de amigos, de pobreza en definitiva, de gente que te cruzas por la calle y saludas, «hasta luego, Manuel», sin saber que Manuel ha perdido casi todo y tiene hambre. «Estoy aprendiendo a no sentir vergüenza», me asegura Manuel, que hasta hace poco trabajaba en un chiringuito de la costa, «la temporada, lo que se puede», y sigue, «y en invierno lo que salía, lo últi-
mo fue pintando fachadas». Manuel tiene mi edad y lleva una bolsa verde, de esas del chino, con un par de piezas de fruta y un yogur líquido. «Son para mi niña», me dice y mira a lo lejos de la fila, a la puerta, como si buscase algo, y yo pienso en «mi niña» y en esa forma que ha tenido de decirlo. Podría ser Cáritas, o Cruz Roja, o un Economato, cualquier Banco de Alimentos, pero en esta columna no daré datos ni apellidos. Al final de la fila, o al principio, al otro lado de la puerta, un equipo de voluntarios se afana en la distribución de los lotes de comida: leche, aceite, legumbres, pescado, carne, verduras, leches infantiles… Dicen que es la nueva normalidad pero, en verdad, es la nueva pobreza. Yolanda habla alto tras su mascarilla, organiza, rellena folios de la administración y bolsas, habla alto y muy claro: «Estamos viviendo situaciones que hacía décadas que no se vivían en Málaga». Se trata de una pobreza sobrevenida, no esperada, extraña e invisible, y me explica: «Casi el de las personas que vienen pidiendo ayuda no habían venido jamás». De pronto, asoma una nueva pobreza, como una gran secuela del coronavirus, acechante, discreta, el incendio y las cenizas, la herida, la venda y el dolor: la otra pandemia, la pandemia de la pobreza. Tras la crisis sanitaria, llega ahora el tsunami social que está dejando a numerosos hogares sin ingresos y a muchas familias colgadas en esta fila, encerradas en este círculo plano, el círculo de los servi-
cios sociales, de la ayuda, del que busca de lo mínimo, de lo justo y lo necesario, de nuestro deber y salvación. Mati es argentina, lleva casi años en España y dos horas en la fila, madre soltera de tres hijos que nacieron aquí, limpia casas, cuida de ancianos y quiere hablar: «Salí de mi país escapando de una crisis; siempre he trabajado en lo que he podido; no tengo ahorros, llevo casi tres meses sin trabajo; sólo tengo euros en el banco, en casa menos, y no creo que pueda optar al Ingreso Mínimo». De pronto para la retahíla, suspira, y concluye: «Sólo espero que mis hijos coman algo». Historias de paro, de desahucios, de no poder comprar material escolar, historias que se desvelan en un piso de metros, de darle vueltas a las vueltas, de recibos, de temblores, de un vértigo frío, de hipotecas, y de la luz, y del agua, las carta de amor del banco, ya saben de lo que hablo, e historias de autónomos que no llegan, que no duermen, de ERTES no cobrados,
Debemos de ser solidarios para, mejores para intentar sacarles, sacarnos de la fila, porque ellos somos nosotros
encontró en la calle a jóvenes procedentes del sistema de protección de menores, un cuatro por ciento de las personas identificadas en el estudio de la Agrupación, integrada por once entidades sociales y el área de Derechos Sociales del Ayuntamiento de Málaga. Durante la crisis, Málaga Acoge localizó a de estos jóvenes extutelados en situación de calle y, tras mucho trabajo con las instituciones y la labor en red con la Agrupación, logró trasladar a diez de ellos a centros de acogida. Para hacer frente a corto plazo a la realidad de las personas sin hogar en Málaga pedimos al Ayuntamiento que apruebe este año una moción para poner en marcha un Plan sobre el Sin Hogarismo en la ciudad que, entre otros aspectos, contemple el incremento de las plazas existentes para este colectivo y el aumento y accesibilidad de servicios para cubrir sus necesidades básicas. «Yo tengo que construir mi vida. Conseguir un trabajo, conseguir una casa. Seguir mi camino». Que Carlos no quede atrás. Que nadie –tampoco las personas sin hogar– se queden atrás.
de sueños que se escapan entre los dedos como agua. Hablo con un experto en lo social y es cristalino, también como el agua: «Estamos viendo a familias que, hasta ahora, tenían una vida normal, con ingresos para sobrevivir y que esta crisis les está llevando a ese precipicio de vulnerabilidad, que si se prolonga en el tiempo puede derivar en exclusión social». Y concluye, y le noto muy cansado, decepcionado: «La situación es muy preocupante y no se está hablando de ello: en el parlamento, ya ves, están a lo suyo». Hablo con Álvaro, unos años, de los últimos en la fila, de los primeros en el círculo. Su familia no percibe ningún ingreso. «Somos cinco en casa, y vengo yo para ver si puedo pillar algo». Le pregunto si tiene trabajo y sonríe: «Los de nuestra edad lo tenemos muy jodido, ahora hago un curso de programación, estoy apuntado a los cursos del SEPE y en el Ayuntamiento, pero nada», y pienso en el desamparo de esta generación, asustados, desolados, sin planes cuando lo único que hay que tener son planes, y del vacío de las tardes frente a Netflix. Una fila afiladísima, que ya ha dado la vuelta al círculo plano, a una manzana de una de nuestras ciudades, os aseguro que muy cerca de nosotros. Vuelvo al punto de inicio y apenas he visto nada. Siento rabia, decepción, un cierto frío de junio… Pienso en que cualquiera de nosotros podríamos estar encerrados en esta tela de araña, dentro de este círculo invisible, invisibles tras las mascarillas, dando vueltas a estas vueltas, y pienso que es cuestión de suerte y que, por ello, debemos de ser solidarios, mejores para intentar sacarles, sacarnos de la fila, porque somos nosotros, ellos somos nosotros, sacarles del círculo plano, de esta pandemia de la pobreza, del incendio y las cenizas.