Romanticismo y Realismo

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EL ROMANTICISMO Y EL REALISMO


1 EL ROMANTICISMO El siglo XIX: marco sociohistórico En esta época España vive uno de los períodos más agitados de su historia: empieza con la Guerra de Independencia y termina con el desastre del 98. La jefatura del Estado pasa por infinidad de avatares. La dinastía, tras los reinados de Fernando VII y de Isabel II, es derrocada en 1868 con la revolución llamada "La Gloriosa". Sigue la regencia de Serrano, el reinado de Amadeo I de Saboya, un paréntesis republicano, la jefatura de Serrano y la Restauración de la monarquía borbónica con Alfonso XII y la regencia de María Cristina hasta 1902, año en que sube al trono su hijo Alfonso XIII. Las tensiones políticas son enormes. Por un lado, las clases conservadoras defienden sus privilegios; por otro, los liberales y progresistas luchan por abolirlos. El pensamiento católico tradicional se tiene que defender de los librepensadores. Las clases trabajadoras desencadenan movimientos de signo socialista y anarquista, con una secuela de huelgas y atentados. Durante el siglo, el 65% de la población vive en el campo. Se inicia la red de ferrocarriles, aparecen los primeros sellos de correos. Entre 1854 y 1857 queda instalado el telégrafo. Se ensaya el alumbrado eléctrico en Barcelona en 1852. Se hace un gran esfuerzo industrial, pero en ningún modo comparable al del resto de Europa. La cultura es ínfima. En 1857, la Ley Moyano impone la escolaridad obligatoria entre los seis y los nueve años. Pero, en 1877 aún el 75% de los españoles eran analfabetos. El censo de población era de unos quince millones de habitantes. El Romanticismo Se trata de un movimiento cultural y político que tuvo su apogeo en la primera mitad del siglo XIX, y que afectó a los países europeos y americanos. Se gesta desde finales del siglo XVIII como reacción contra el racionalismo anterior, Prerromanticismo. Se pregunta ahora si la razón puede ser el único medio para explicar el mundo y actuar en él. Los resultados habían sido poco satisfactorios. Por eso, ellos afirman los derechos de la fantasía, la imaginación y las fuerzas irracionales del espíritu. Indagan en lo desconocido y misterioso, e imponen los derechos del sentimiento. Su consigna es la libertad en todos los órdenes de la vida, incluso el político. Un papel decisivo en la llegada del Romanticismo lo tiene el alemán Goethe. Sus obras fundamentales son Werther y Fausto. La primera es la historia de un fracaso amoroso que termina en suicidio, y en donde se exponen los sentimientos exaltados del protagonista. Fue traducida a todos los idiomas y su ejemplo fue seguido por autores como Larra. Fausto, poema dialogado, desarrolla una antigua leyenda medieval en la que un viejo entrega su alma al diablo para conseguir la juventud. Se trata de hacer un estudio de las pasiones y deseos de los hombres en conflicto con sus limitaciones. El Romanticismo toma tientes políticos en muchas ocasiones, hasta el punto de que Romanticismo y Liberalismo fueron considerados sinónimos. De esta manera, puede hablarse de dos tipos de Romanticismo: - Tradicional, es decir, el que trata de restaurar los valores ideológicos, patrióticos y religiosos, exaltando el Cristianismo, el trono y la Patria. - Liberal, caracterizado por los siguientes rasgos:

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2 . Individualismo . Afirmación de los derechos humanos (libertad de conciencia, reunión y expresión). . Fe en el progreso técnico . Limitar el poder del Estado, lo que desembocará en el sufragio universal. Características del Romanticismo literario * Subjetivismo.- El alma exaltada del autor es la verdadera protagonista de las obras románticas, porque éste expresa sus sentimientos de insatisfacción ante el mundo, que limita sus deseos. De tipo amoroso sobre todo, pero también de protesta social o de otro tipo. Y frente a los neoclásicos, apenas interesados en el paisaje, los románticos hacen que la Naturaleza se incorpore a sus estados de ánimo. * Fuga del mundo circundante.- El choque entre los anhelos extremos del romántico (amor, felicidad, etc.) y la realidad produce un inevitable desaliento y frustración, que llevan al suicidio como una de las soluciones; otros se evaden de sus circunstancias, recordando o imaginando épocas pasadas en las que triunfaban sus ideales. Prefieren la Edad Media y el renacimiento; y cultivan, como géneros más frecuentes, la novela, leyenda y el drama históricos, ambientados en esas épocas. Otra forma de escapar fue la inspiración en lo exótico de raíz oriental. Proclaman, en fin, su pesimismo y gesticulan mostrando un ánimo desalentado. Los ámbitos en que suelen moverse son la noche, los lugares apartados, los cementerios, el mar embravecido, la tormenta, etc. * Nacionalismo.- Frente al internacionalismo del XVIII, los románticos exaltan los rasgos peculiares de su país. Se revalorizan los antiguos poemas épicos o legendarios, las tradiciones locales. * Actitud frente al Neoclasicismo.- Los románticos rompieron las fronteras entre los géneros. En muchas obras se mezclan la prosa y el verso; dentro de un mismo poema se varían los metros; y alternan, en la novela y en el drama, elementos cómicos y dramáticos. Géneros - Poesía.- Si los neoclásicos aspiraban a que el poema fuese frío, los petas románticos quieren que sus versos sean cálidos, íntimos, expresión de su más honda intimidad. El poeta romántico más representativo fue José de Espronceda. Y ya habría que considerar como románticos rezagados a Gustavo A. Bécquer y a Rosalía de Castro, que comparten muchos rasgos con los poetas del Romanticismo, pero tienen cualidades que los separan de ellos. - Teatro.- Como el teatro neoclásico apenas tuvo repercusión en los gustos del público, a comienzos del siglo XIX se seguían representando las obras del Siglo de Oro. De ahí que el teatro romántico, también "desarreglado", sometido a las únicas leyes de la libertad creadora, triunfara con facilidad: Martínez de la Rosa, La conjuración de Venecia (1834) Duque de Rivas, Don Álvaro o la fuerza del sino (1835) Antonio García Gutiérrez, El trovador (1836)

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3 Eugenio Hartzenbusch, Los amantes de Teruel José Zorrilla, Traidor, inconfeso y mártir y, sobre todo, Don Juan Tenorio. - Prosa.- Tres géneros importantes en prosa se cultivan durante la época romántica: el cuadro de costumbres, la novela histórica y el artículo periodístico, cuyo maestro será Larra. Entre 1820 y 1870 se desarrollan los cuadros de costumbres, pequeños cuadros coloristas que reflejan modos de vivir, costumbres populares o tipos humanos representativos. Algunas veces, como en Larra, tienen carácter satírico. Ya se conocía en España el género costumbrista (Cervantes, Torres Villarroel, etc.), pero su auge se debe al gusto de los románticos por lo distintivo, extraño o peculiar. Ramón de Mesonero Romanos (Escenas matritenses) y Serafín Estébanez Calderón (Escenas andaluzas). Son los representantes más cualificados. El otro género en prosa triunfante fue la novela histórica, por influencia del inglés Walter Scott (Ivanhoe). Sus principales seguidores fueron Enrique Gil y Carrasco y Francisco Navarro Villoslada.

DON ÁLVARO.- (Solo) ¡Qué carga tan insufrible es el ambiente vital para el mezquino mortal que nace en signo terrible! ¡Qué eternidad tan horrible la breve vida! ¡Este mundo, qué calabozo profundo para el hombre desdichado a quien mira el cielo airado con su ceño furibundo! Parece, sí, que a medida que es más dura y más amarga, más extiende, más alarga el destino nuestra vida. Si nos está concedida sólo para padecer, y debe muy breve ser la del feliz, como en pena de que su objeto no llena, ¡terrible cosa es nacer! Al que tranquilo, gozoso vive entre aplausos y honores, y de inocentes amores apura el cáliz sabroso; cuando es más fuerte y brioso, la muerte sus dichas huella,

sus venturas atropella; Y yo, que infelice soy, yo, que buscándola voy no puedo encontrar con ella. Mas ¿cómo la he de obtener?, desventurado de mí, nací para envejecer. Si aquel día de placer (que uno solo he disfrutado) fortuna hubiese fijado, ¡cuán pronto muerte precoz con su guadaña feroz mi cuello hubiera segado! Para engalanar mi frente, allá en la abrasada zona, con la espléndida corona del imperio de Occidente, amor y ambición ardiente me engendraron de concierto. Pero con tal desacierto, con tan contraria fortuna que una cárcel fue mi cuna y fue mi escuela el desierto [...] Entonces risueño un día, uno sólo, nada más, me dio el destino: quizás con intención más impía. Así en la cárcel sombría mete una luz el sayón,

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4 con la tirana intención de que un punto el preso

el horror que le rodea en su espantosa mansión.

Don Álvaro o la fuerza del sino (Duque de Rivas) La concepción de la poesía de Bécquer El propio Bécquer expuso sus ideas poéticas en una reseña de La Soledad, de su amigo Augusto Ferrán, que sintetizamos así: “Hay una poesía magnífica y sonora que se engalana con todas las pompas de la lengua"; es una poesía que agrada al oído, pero que no cala, que se desvanece. Frente a ella, hay otra poesía "natural, breve y seca", "desnuda de artificio","que brota del alma como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con una palabra y huye"; es como el sonido de un arpa que se queda vibrando y deja la frente "cargada de pensamientos sin nombre". No hay que decir que Bécquer prefiere ese segundo tipo de poesía, calificada por él de natural, breve, seca y desnuda de artificios. Pero hay que matizar esas declaraciones suyas. Ante todo, la poesía de Bécquer, bajo su aparente naturalidad, oculta un gran cuidado constructivo. No está tan "desnuda de artificios", pero estos son sobrios y eficaces, no galas superfluas. Y cuando él la califica de seca, se está refiriendo a un tono menor casi conversacional, frente a la grandilocuencia de otros. Por lo demás, sus versos están llenos de vibraciones hondas, de ricos sentidos simbólicos. Concretando, la poesía de Bécquer se singulariza por los siguientes rasgos: -Ante todo, su hondo intimismo. –Un tono menor, nada grandilocuente. –El rigor formal, por debajo de su aparente sencillez. En fin, hay que atraer la atención sobre su condición de poeta simbolista (es decir, la importancia de los símbolos en su obra), que será ejemplo de grandes poetas posteriores. Y estos rasgos son los que hacen que Bécquer supere el puro Romanticismo y se convierta, como dijo Dámaso Alonso, en nuestro primer poeta contemporáneo. Se trata de una obra poética muy breve. Bécquer es uno de nuestros más excelsos líricos. Sin embargo, pocos de sus contemporáneos lo estimaban: Núñez de Arce, poeta admirado entonces, llamó a las Rimas "suspirillos germánicos". Su reconocimiento pleno y su influjo se produce en el siglo XX, con Antonio Machado o Juan Ramón Jiménez, a quienes seguirán los poetas del 27, Salinas, Alberti, Cernuda. Acabamos de aludir al lugar que le asignaba Dámaso Alonso; desde entonces, en efecto, la crítica lo sitúa como cabeza de la lírica contemporánea. Su inmensa importancia como lírico no debe hacernos olvidar que Bécquer fue un extraordinario prosista; frente a la funcionalidad de la prosa realista, él da a la suya una admirable calidad poética, verdaderamente fascinante. Destaquemos dos obras: Leyendas. Se trata de veintiocho relatos. Presentan rasgos claramente románticos: el amor imposible (El rayo de luna), lo misterioso y sobrenatural (Maese Pérez el organista, El miserere), lo exótico (La venta de los gatos), y otros títulos inolvidables. Cartas desde mi celda. Son sugestivas crónicas compuestas durante un estancia de reposo en el monasterio de Veruela.

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5 La Rimas Son ochenta y seis poemas, y en ellos se funda la importancia de Bécquer en nuestra lírica. Las fue publicando en diversas revistas. Para editarlas , las reunió en un manuscrito que se perdió. Y volvió a reunirlas en un cuaderno que , con el titulo de Libro de los gorriones, se conserva en la biblioteca Nacional. Por fin, tras la muerte de Bécquer, fueron publicadas, con el título definitivo de Rimas en 1871 por un grupo de amigos. Las Rimas son de extensión variable, pero abundan las breves. Es también variada su versificación: Bécquer emplea desde estrofas tradicionales a combinaciones personales de versos. Y muestra una clara preferencia por la asonancia. Su vida Dos constantes dominan la breve vida del más alto lírico español del siglo XIX: la pobreza y el sufrimiento. Se llamó Gustavo Adolfo Bécquer Domínguez Bastida, nació en Sevilla en 1836, y firmó con el segundo apellido de su padre, Bécquer, oriundo de Flandes. Quedó pronto huérfano, y se crió con su madrina Manuela Monehay, dama culta y sensible. Inició estudios de Náutica, que no pudo proseguir. Quiso ser pintor, como su padre y hermano Valeriano, y por fin, se consagró a las letras. A los dieciocho años se instala en Madrid, y pasa increíbles penurias escribiendo artículos y obras de teatro intrascendentes. A los veintiún años padece una tuberculosis. En política adopta una actitud conservadora. Obtiene el cargo de censor de novelas, pero es pronto despedido, porque "perdía" el tiempo escribiendo y dibujando. En su vida sentimental aparece la joven Julia Espín, a quien amó en silencio. Luego, amó con pasión a Elisa Guillén, que lo abandonó y lo sumió en la desesperación. Y se casó con Casta Esteban, con quien tuvo dos hijos, y mantuvo un hogar ejerciendo de periodista. Pero su esposa le es infiel, y el matrimonio se separa. Arrastra una vida bohemia y viste con desaliño: murió en Madrid a los treinta y cuatro años (1870). Romántico rezagado Bécquer escribe pasado el medio siglo, en pleno auge del Realismo. Domina entonces una poesía al gusto burgués, prosaica y con pretensiones filosóficas, poco dada al intimismo lírico. Pero no le satisface aquella poesía. Tampoco le gusta la de los primeros románticos, como Espronceda, tan exaltada y gesticulante. Vuelve su mirada a una nueva lírica alemana, Heine, sobre todo. Es un lirismo intimista, caracterizado por la aparente sencillez formal y la hondura del sentimieento. INTRODUCCIÓN SINFÓNICA Por los tenebrosos rincones de mi cerebro, acurrucados y desnudos, duermen los extravagantes hijos de mi fantasía, duermen por los tenebrosos rincones de mi

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6 cerebro, acurrucados y desnudos, esperando en el silencio que el Arte los vista de la palabra, para poderse presentar decentes en la escena del mundo. Fecunda, como el leche de amor de la Miseria, y parecida a esos padres que engendran más hijos de los que pueden alimentar, mi Musa concibe y pare en el misterioso santuario de la cabeza, poblándolo de creaciones sin número, a las cuales ni mi actividad ni todos los años que me restan de vida serían suficientes a dar forma. Y aquí, dentro, desnudos y deformes, revueltos y barajados en indescriptible confusión, los siento a veces agitarse y vivir con una vida obscura y extraña, semejante a la de esas miríadas de gérmenes que hierven y se estremecen en una eterna incubación, dentro de las entrañas de la tierra, sin encontrar fuerzas bastantes para salir a la superficie y convertirse, al beso del sol, en flores y frutos. Conmigo van, destinados a morir conmigo, sin que de ellos quede otro rastro que el que deja un sueño de la medianoche, que a la mañana no puede recordarse. En algunas ocasiones, y ante esta idea terrible, se subleva en ellos el instinto de la vida, y agitándose en terrible, aunque silencioso tumulto, buscan en tropel por dónde salir a la luz de las tinieblas en que viven. Pero ¡ay!, que entre el mundo de la idea y el de la forma existe un abismo, que sólo puede salvar la palabra, y la palabra, tímida y perezosa, se niega a secundar sus esfuerzos. Mudos, sombríos e impotentes, después de la lucha inútil lucha vuelven a caer en los surcos de las sendas, si cae el viento, las hojas amarillas que levantó el remolino. Estas sediciones de los rebeldes hijos de la imaginación explican algunas de mis fiebres; ellas son la causa, desconocida para la ciencia, de mis exaltaciones y mis abatimientos. Y así, aunque mal, vengo viviendo hasta aquí, paseando por entre la indiferente multitud esta silenciosa tempestad de mi cabeza. Así vengo viviendo; pero todas las cosas tienen un término, y a éstas hay que ponerles punto. El Insomnio y la Fantasía siguen procreando en monstruoso maridaje. Sus creaciones, apretadas ya como las raquíticas plantas de vivero, pugnan por dilatar su fantástica existencia, disputándose los átomos de la memoria como el escaso jugo de una tierra estéril. Necesario es abrir paso a las aguas más profundas, que acabarán por romper el dique, diariamente aumentadas por un manantial vivo. ¡Andad, pues; andad y vivid con la única vida que puedo daros! Mi inteligencia os nutrirá lo suficiente para que seáis palpables. Os vestirá aunque sea de harapos, lo bastante para que no avergüence vuestra desnudez. Yo quisiera forjar para cada uno de vosotros una maravillosa estrofa tejida de frases exquisitas, en la que os pudierais envolver con orgullo, como en un manto de púrpura. Yo quisiera poder cincelar la forma que ha de conteneros, como se cincela el vaso de oro que ha de guardar un preciado perfume. ¡Mas es imposible! No obstante, necesito descansar; necesito, del mismo modo que se sangra el cuerpo por cuyas hinchadas venas se precipita la sangra con pletórico empuje, desahogar el cuerpo, insuficiente a contener tantos absurdos.

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7 Quedad, pues consignados aquí, como la estela nebulosa que señala el paso de un desconocido cometa; como los átomos dispersos de un mundo en embrión que aventa por el aire la muerte antes que su Creador haya podido pronunciar el Fiat Lux que separa la claridad de las sombras. No quiero que en mis noches sin sueño volváis a pasar por delante de mis ojos, en extravagante procesión, pidiéndome con gestos y contorsiones que os saque a la vida de la realidad, del limbo en que vivís semejantes a fantasmas sin consistencia. No quiero que al romperse esta arpa vieja y cascada ya se pierdan, a la vez que el instrumento, las ignoradas notas que contenía. Deseo ocuparme un poco del mundo que me rodea, pudiendo, una vez vacío, apartar los ojos de este mundo que llevo dentro de la cabeza. El sentido común, que es la barrera de los sueños, comienza a flaquear, y las gentes de diversos campos se mezclan y se confunden. Me cuesta trabajo saber qué cosas he soñado y cuáles me han sucedido; mis afectos se reparten entre fantasmas de la imaginación y personajes reales; mi memoria clasifica revueltos nombres y fechas de mujeres y días que no han existido sino en mi mente. Preciso es acabar arrojándoos de la cabeza de una vez para siempre. Si morir es dormir, quiero dormir en paz en la noche de la Muerte, sin que vengáis a ser mi pesadilla, maldiciéndome por haberos condenado a la nada antes de haber nacido. Id, pues, al mundo, a cuyo contacto fuisteis y quedad en él como el eco que encontraron en un alma que pasó por la tierra sus alegrías y sus dolores, sus esperanzas y sus luchas. Tal vez muy pronto tendré que hacer la maleta para el gran viaje; de una hora a otra puede desligarse el espíritu de la materia para remontarse a regiones más puras. No quiero, cuando esto suceda, llevar conmigo, como el abigarrado equipaje de un saltimbanqui, el tesoro de oropeles y guiñapos que ha ido acumulando la fantasía en los desvanes del cerebro. RIMA I Yo sé un himno gigante y extraño que anuncia en la noche del alma una aurora, y estas páginas son de este himno cadencias que el aire dilata en la sombras. Yo quisiera escribirlo, del hombre domando el rebelde, mezquino idioma, con palabras que fuesen a un tiempo suspiros y risas, colores y notas. Pero en vano es luchar; que no hay cifra capaz de encerrarlo, y apenas, ¡oh hermosa! pudiera al oído, contártelo a solas.

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8 RIMA VII Del salón en el ángulo oscuro, de su dueño tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo veíase el arpa. ¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas como el pájaro duerme en la rama esperando la mano de nieve que sabe arrancarlas! ¡Ay! -pensé-, ¡Cuántas veces el genio así duerme en el fondo del alma, y una voz, como Lázaro, espera que le diga: “Levántate y anda”!

RIMA XXI ¿Qué es poesía?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿Que es poesía?, Y tú me lo preguntas? Poesía... eres tú. RIMA XXIV Dos rojas lenguas de fuego que a un mismo tronco enlazadas se aproximan, y al besarse forman una sola llama. Dos notas que del laúd a un tiempo la mano arranca, y en el espacio se encuentran y armoniosas se abrazan. Dos olas que vienen juntas a morir sobre una playa y que al romper se coronan con un penacho de plata. Dos jirones de vapor que del lago se levantan, y al reunirse en el cielo forman una nube blanca.

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Dos ideas que al par brotan, dos besos que a un tiempo estallan, dos ecos que se confunden, eso son nuestras dos almas. RIMA XXVI Voy contra mi interés al confesarlo; no obstante, amada mía, pienso cual tú que una oda solo es buena de un billete del banco al dorso escrita. No faltará algún necio que al oírlo se haga cruces y diga: Mujer al fin del siglo diez y nueve material y prosaica... ¡Boberías! ¡Voces que hacen correr cuatro poetas que en invierno se embozan con la lira! ¡Ladridos de los perros a la luna! Tú sabes y yo se que en esta vida, con genio es muy contado el que la escribe, y con oro cualquiera hace poesía. RIMA XXVII Despierta, tiemblo al mirarte: dormida, me atrevo a verte; por eso, alma de mi alma, yo velo cuando tú duermes. Despierta, ríes y al reír tus labios inquietos me parecen relámpagos de grana que serpean sobre un cielo de nieve. Dormida, los extremos de tu boca pliega sonrisa leve, suave como el rastro luminoso que deja en sol que muere. “Duerme!” Despierta miras y al mirar tus ojos húmedos resplandecen, como la onda azul en cuya cresta chispeando el sol hiere.

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10 Al través de tus párpados, dormida; tranquilo fulgor vierten cual derrama de luz templado rayo lámpara transparente. “Duerme!” Despierta hablas, y al hablar vibrantes tus palabras parecen lluvia de perlas que en dorada copa se derrama a torrentes. Dormida, en el murmullo de tu aliento acompasado y tenue, escucho yo un poema que mi alma enamorada entiende. “Duerme!” Sobre el corazón la mano me he puesto porque no suene su latido y en la noche turbe la calma solemne: De tu balcón las persianas cerré ya porque no entre el resplandor enojoso de la aurora y te despierte. “Duerme!” RIMA IV No digáis que agotado su tesoro, de asuntos falta, enmudeció la lira: Podrá no haber poetas; pero siempre habrá poesía. Mientras las ondas de la luz al beso palpiten encendidas; mientras el sol las desgarradas nubes de fuego y oro vista; mientras el aire en su regazo lleve perfumes y armonías; mientras haya en el mundo primavera, ¡habrá poesía! Mientras la ciencia a descubrir no alcance

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11 las fuentes de la vida, Y en el mar o en el cielo haya un abismo que al cálculo resista; mientras la humanidad siempre avanzando, no sepa a dó camina; mientras haya un misterio para el hombre, ¡habrá poesía! Mientras sintamos que se alegra el alma sin que los labios rían; mientras se llora sin que el llanto acuda a nublar la pupila; mientras el corazón y la cabeza batallando prosigan; mientras haya esperanzas y recuerdos, ¡Habrá poesía! Mientras haya unos ojos que reflejen los ojos que los miran; mientras responda el labio suspirando al labio que suspira; mientras sentirse puedan en un beso dos almas confundidas; mientras exista una mujer hermosa, ¡Habrá poesía! CARTAS LITERARIAS A UNA MUJER CARTA I En una ocasión me preguntaste: - ¿Qué es la poesía? ¿Te acuerdas? No sé a qué propósito había yo hablado algunos momentos antes de mi pasión por ella. -¿Qué es la poesía? -me dijiste. Yo, que no soy muy fuerte en esto de las definiciones te respondí titubeando: -La poesía es..., es... Sin concluir la frase, buscaba inútilmente en mi memoria un término de comparación, que no acertaba a encontrar.

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12 Tú habías adelantado un poco la cabeza para escuchar mejor mis palabras; los negros rizos de tus cabellos, esos cabellos que tan bien sabes dejar a su antojo sombrear tu frente, con un abandono tan artístico, pendían de tu sien y bajaban rozando tu mejilla hasta descansar en tu seno; en tus pupilas húmedas y azules como el cielo de la noche brillaba un punto de luz, y tus labios se entreabrían ligeramente al impulso de una respiración perfumada y suave. Mis ojos, que, a efecto sin duda de la turbación que experimentaba, habían errado un instante sin fijarse en ningún sitio, se volvieron entonces instintivamente hacia los tuyos, y exclamé, al fin: - ¡La poesía..., la poesía eres tú! ¿Te acuerdas? Yo aún tengo presente el gracioso ceño de curiosidad burlada, el acento mezclado de pasión y amargura con que me dijiste: - ¿Crees que mi pregunta sólo es hija de una vana curiosidad de mujer? Te equivocas. Yo deseo saber lo que es la poesía, porque deseo pensar lo que tú piensas, hablar de lo que tú hablas, sentir con lo que tú sientes; penetrar, por último, en ese misterioso santuario en donde a veces se refugia tu alma y cuyo umbral no puede traspasar la mía. Cuando llegaba a este punto se interrumpió nuestro diálogo. Ya sabes por qué. Algunos días han transcurrido. Ni tú ni yo lo hemos vuelto a renovar, y, sin embargo, por mi parte no he dejado de pensar en él. Tú creíste, sin duda, que la frase con que contesté a tu extraña interrogación equivalía a una evasiva galante. ¿Por qué no hablar con franqueza? En aquel momento di aquella definición porque la sentí, sin saber siquiera si decía un disparate. Después lo he pensado mejor, y no dudo al repetirlo; la poesía eres tú. ¿Te sonríes? Tanto peor para los dos. Tu incredulidad nos va a costar: a ti, el trabajo de leer un libro, y a mí, el de componerlo. ¡Un libro! -exclamas, palideciendo y dejando escapar de tus manos esta carta-. No te asustes. Tú lo sabes bien: un libro mío no puede ser muy largo. Erudito, sospecho que tampoco. Insulso, tal vez; mas para ti, escribiéndolo yo, presumo que no lo será, y para ti lo escribo. Sobre la poesía no ha dicha nada casi ningún poeta; pero, en cambio, hay bastante papel emborronado por muchos que no lo son. El que la siente se apodera de una idea, la envuelve en una forma, la arroja en el estudio del saber, y pasa. Los críticos se lanzan entonces sobre esa forma, la examinan, la disecan y creen haberla entendido cuando han hecho su análisis. La disección podrá revelar el mecanismo del cuerpo humano; pero los fenómenos del alma, el secreto de la vida, ¿cómo se estudian en un cadáver?

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13 No obstante, sobre la poesía se han dado reglas, se han atestado infinidad de volúmenes, se enseña en las universidades, se discute en los círculos literarios y se explica en los ateneos. No te extrañes. Un sabio alemán ha tenido la humorada de reducir a notas y encerrar en las cinco líneas de una pauta el misterioso lenguaje de los ruiseñores. Yo, si he de decir la verdad, todavía ignoro qué es lo que voy a hacer; así es que no puedo anunciártelo anticipadamente. Sólo te diré, para tranquilizarte, que no te inundaré en ese diluvio de términos que pudiéramos llamar facultativos, ni te citaré autores que no conozco, ni sentencias en idiomas que ninguno de los dos entendemos. Antes de ahora te lo he dicho. Yo nada sé, nada he estudiado; he leído un poco, he sentido bastante y he pensado mucho, aunque no acertaré a decir si bien o mal. Como sólo de lo que he sentido y he pensado he de hablarte, te bastará sentir y pensar para comprenderme. Herejías históricas, filosóficas y literarias, presiento que voy a decirte muchas. No importa. Yo no pretendo enseñar a nadie, ni erigirme en autoridad, ni hacer que mi libro se me declare de texto. Quiero hablarte un poco de literatura, siquiera no sea más que por satisfacer un capricho tuyo, quiero decirte lo que sé de una manera intuitiva, comunicarte mi opinión y tener al menos el gusto de saber que, si nos equivocamos, nos equivocamos los dos; lo cual, dicho sea de paso, para nosotros equivale a acertar. La poesía eres tú, te he dicho, porque la poesía es el sentimiento, y el sentimiento es la mujer. La poesía eres tú, porque esa vaga aspiración a lo bello que la caracteriza, y que es una facultad de la inteligencia en el hombre, en ti pudiera decirse que es un instinto. La poesía eres tú, porque el sentimiento, que en nosotros es un fenómeno accidental y pasa como una ráfaga de aire, se halla tan íntimamente unido a tu organización especial que constituye una parte de ti misma. Últimamente la poesía eres tú, porque tú eres el foco de donde parten sus rayos. El genio verdadero tiene algunos atributos extraordinarios, que Balzac llama femeninos, y que, efectivamente, lo son. En la escala de la inteligencia del poeta hay notas que pertenecen a la de la mujer, y éstas son las que expresan la ternura, la pasión y el sentimiento. Yo no sé por qué los poetas y las mujeres no se entienden mejor entre sí. Su manera de sentir tiene tantos puntos de contacto... Quizá por eso... Pero dejemos digresiones y volvamos al asunto. Decíamos ¡Ah, sí, hablábamos de la poesía!

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14 La poesía es en el hombre una cualidad puramente del espíritu; reside en su alma, vive con la vida incorpórea de la idea, y para revelarla necesita darle una forma. Por eso la escribe. En la mujer, sin embargo, la poesía está como encarnada en su ser; su aspiración, sus presentimientos, sus pasiones y Destino son poesía: vive, respira, se mueve en una indefinible atmósfera de idealismo que se desprende de ella, como un fluido luminoso y magnético; es, en una palabra, el verbo poético hecho carne. Sin embargo, a la mujer se la acusa vulgarmente de prosaísmo. No es extraño; en la mujer es poesía casi todo lo que piensa, pero muy poco de lo que habla. La razón, yo la adivino, y tú la sabes. Quizá cuanto te he dicho lo habrás encontrado confuso y vago. Tampoco debe maravillarte. La poesía es al saber de la Humanidad lo que el amor a las otras pasiones. El amor es un misterio. Todo en él son fenómenos a cual más inexplicable; todo en él es ilógico, todo en él es vaguedad y absurdo. La ambición, la envidia, la avaricia, todas las demás pasiones, tienen su explicación y aun su objeto, menos la que fecundiza el sentimiento y lo alimenta. Yo, sin embargo, la comprendo; la comprendo por medio de una revelación intensa, confusa e inexplicable. Deja esta carta, cierra tus ojos al mundo exterior que te rodea, vuélvelos a tu alma, presta atención a los confusos rumores que se elevan de ella, y acaso la comprenderás como yo.yo . Vuelva usted mañana Artículo del bachiller 14 de enero de 1833 Gran persona debió de ser el primero que llamó pecado mortal a la pereza; nosotros, que ya en uno de nuestros artículos anteriores estuvimos más serios de lo que nunca nos habíamos propuesto, no entraremos ahora en largas y profundas investigaciones acerca de la historia de este pecado, por más que conozcamos que hay pecados que pican en historia, y que la historia de los pecados sería un tanto cuanto divertida. Convengamos solamente en que esta institución ha cerrado y cerrará las puertas del cielo a más de un cristiano.

Estas reflexiones hacía yo casualmente no hace muchos días, cuando se presentó en mi casa un extranjero de éstos que, en buena o en mala parte, han de tener siempre de nuestro país una idea exagerada e hiperbólica, de éstos que, o creen que los hombres aquí son todavía los espléndidos, francos, generosos y caballerescos seres de hace dos siglos, o que son aún las tribus nómadas del otro lado del Atlante: en el primer caso vienen imaginando que nuestro carácter se conserva tan intacto como nuestra ruina; en el segundo vienen temblando por esos caminos, y preguntan si son los ladrones que los

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15 han de despojar los individuos de algún cuerpo de guardia establecido precisamente para defenderlos de los azares de un camino, comunes a todos los países. Verdad es que nuestro país no es de aquellos que se conocen a primera ni a segunda vista, y si no temiéramos que nos llamasen atrevidos, lo compararíamos de buena gana a esos juegos de manos sorprendentes e inescrutables para el que ignora su artificio, que estribando en una grandísima bagatela, suelen después de sabidos dejar asombrado de su poca perspicacia al mismo que se devanó los sesos por buscarles causas extrañas. Muchas veces la falta de una causa determinante en las cosas nos hace creer que debe de haber las profundas para mantenerlas al abrigo de nuestra penetración. Tal es el orgullo del hombre, que más quiere declarar en alta voz que las cosas son incomprensibles cuando no las comprende él, que confesar que el ignorarlas puede depender de su torpeza. Esto no obstante, como quiera que entre nosotros mismos se hallen muchos en esta ignorancia de los verdaderos resortes que nos mueven, no tendremos derecho para extrañar que los extranjeros no los puedan tan fácilmente penetrar. Un extranjero de éstos fue el que se presentó en mi casa, provisto de competentes cartas de recomendación para mi persona. Asuntos intrincados de familia, reclamaciones futuras, y aun proyectos vastos concebidos en Paris de invertir aquí sus cuantiosos caudales en tal cual especulación industrial o mercantil, eran los

motivos que a nuestra patria le conducían. Acostumbrado a la actividad en que viven nuestros vecinos, me aseguró formalmente que pensaba permanecer aquí muy poco tiempo, sobre todo si no encontraba pronto objeto seguro en que invertir su capital. Parecióme el extranjero digno de alguna consideración, trabé presto amistad con él, y lleno de lástima traté de persuadirle a que se volviese a su casa cuanto antes, siempre que seriamente trajese otro fin que no fuese el de pasearse. Admiróle la proposición, y fue preciso explicarme más claro. - Mirad - le dije-, monsieur Sans-délai, que así se llamaba; vos venís decidido a pasar quince días, y a solventar en ellos vuestros asuntos. - Ciertamente - me contestó -. Quince días, y es mucho. Mañana por la mañana buscamos un genealogista para mis asuntos de familia; por la tarde revuelve sus libros, busca mis ascendientes, y por la noche ya sé quién soy. En cuanto a mis reclamaciones, pasado mañana las presento fundadas en los datos que aquél me dé, legalizadas en debida forma; y como será una cosa clara y de justicia innegable (pues sólo en este caso haré valer mis derechos), al tercer día se juzga el caso y soy dueño de lo mío. En cuanto a mis especulaciones, en que pienso invertir mis caudales, al cuarto día ya habré presentado mis proposiciones. Serán buenas o malas, y admitidas o desechadas en el acto, y son cinco días; en el sexto, séptimo y octavo, veo lo que hay que ver en Madrid; descanso el noveno; el décimo tomo mi asiento en la diligencia, si no me conviene estar más tiempo aquí, y

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16 me vuelvo a mi casa; aún me sobran de los quince cinco días. Al llegar aquí monsieur Sansdélai, traté de reprimir una carcajada que me andaba retozando ya hacía rato en el cuerpo, y si mi educación logró sofocar mi inoportuna jovialidad, no fue bastante a impedir que se asomase a mis labios una suave sonrisa de asombro y de lástima que sus planes ejecutivos me sacaban al rostro mal de mi grado. -Permitidme, monsieur Sansdélai- le dije entre socarrón y formal-, permitidme que os convide a comer para el día en que llevéis quince meses de estancia en Madrid. -¿Cómo? -Dentro de quince meses estáis aquí todavía. -¿Os burláis? -No por cierto. -¿No me podré marchar cuando quiera? ¡Cierto que la idea es graciosa! -Sabed que no estáis en vuestro país activo y trabajador. -Oh!, los españoles que han viajado por el extranjero han adquirido la costumbre de hablar mal [siempre] de su país por hacerse superiores a sus compatriotas. -Os aseguro que en los quince días con que contáis, no habréis podido hablar siquiera a una sola de las personas cuya cooperación necesitáis. -¡Hipérboles! Yo les comunicaré a todos mi actividad. -Todos os comunicarán su inercia. Conocí que no estaba el señor de Sans-délai muy dispuesto a dejarse convencer sino por la experiencia, y callé por entonces, bien seguro de que no tardarían mucho los hechos en hablar por mí.

Amaneció el día siguiente, y salimos entrambos a buscar un genealogista, lo cual sólo se pudo hacer preguntando de amigo en amigo y de conocido en conocido: encontrámosle por fin, y el buen señor, aturdido de ver nuestra precipitación, declaró francamente que necesitaba tomarse algún tiempo; instósele, y por mucho favor nos dijo definitivamente que nos diéramos una vuelta por allí dentro de unos días. Sonreíme y marchámonos. Pasaron tres días: fuimos. -Vuelva usted mañana- nos respondió la criada-, porque el señor no se ha levantado todavía. -Vuelva usted mañana- nos dijo al siguiente día-, porque el amo acaba de salir. -Vuelva usted mañana- nos respondió el otro-, porque el amo está durmiendo la siesta. -Vuelva usted mañana- nos respondió el lunes siguiente-, porque hoy ha ido a los toros. -¿Qué día, a qué hora se ve a un español? Vímosle por fin, y "Vuelva usted mañana -nos dijo-, porque se me ha olvidado. Vuelva usted mañana, porque no está en limpio". A los quince días ya estuvo; pero mi amigo le había pedido una noticia del apellido Díez, y él había entendido Díaz, y la noticia no servía. Esperando nuevas pruebas, nada dije a mi amigo, desesperado ya de dar jamás con sus abuelos. Es claro que faltando este principio no tuvieron lugar las reclamaciones. Para las proposiciones que acerca de varios establecimientos y empresas utilísimas pensaba hacer,

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17 había sido preciso buscar un traductor; por los mismos pasos que el genealogista nos hizo pasar el traductor; de mañana en mañana nos llevó hasta el fin del mes. Averiguamos que necesitaba dinero diariamente para comer, con la mayor urgencia; sin embargo, nunca encontraba momento oportuno para trabajar. El escribiente hizo después otro tanto con las copias, sobre llenarlas de mentiras, porque un escribiente que sepa escribir no le hay en este país. No paró aquí; un sastre tardó veinte días en hacerle un frac, que le había mandado llevarle en veinticuatro horas; el zapatero le obligó con su tardanza a comprar botas hechas; la planchadora necesitó quince días para plancharle una camisola; y el sombrerero a quien le había enviado su sombrero a variar el ala, le tuvo dos días con la cabeza al aire y sin salir de casa. Sus conocidos y amigos no le asistían a una sola cita, ni avisaban cuando faltaban, ni respondían a sus esquelas. ¡Qué formalidad y qué exactitud! -¿Qué os parece de esta tierra, monsieur Sans-délai?- le dije al llegar a estas pruebas. -Me parece que son hombres singulares... -Pues así son todos. No comerán por no llevar la comida a la boca. Presentóse con todo, yendo y viniendo días, una proposición de mejoras para un ramo que no citaré, quedando recomendada eficacísimamente. A los cuatro días volvimos a saber el éxito de nuestra pretensión. -Vuelva usted mañana- nos dijo el

portero-. El oficial de la mesa no ha venido hoy. -Grande causa le habrá detenido- dije yo entre mí. Fuímonos a dar un paseo, y nos encontramos, ¡qué casualidad!, al oficial de la mesa en el Retiro, ocupadísimo en dar una vuelta con su señora al hermoso sol de los inviernos claros de Madrid. Martes era el día siguiente, y nos dijo el portero: -Vuelva usted mañana, porque el señor oficial de la mesa no da audiencia hoy. -Grandes negocios habrán cargado sobre él- dije yo. Como soy el diablo y aun he sido duende, busqué ocasión de echar una ojeada por el agujero de una cerradura. Su señoría estaba echando un cigarrito al brasero, y con una charada del Correo entre manos que le debía costar trabajo el acertar. -Es imposible verle hoy- le dije a mi compañero- su señoría está en efecto ocupadísimo. Dionos audiencia el miércoles inmediato, y ¡qué fatalidad! el expediente había pasado a informe, por desgracia, a la única persona enemiga indispensable de monsieur y de su plan, porque era quien debía salir en él perjudicado. Vivió el expediente dos meses en informe, y vino tan informado como era de esperar. Verdad es que nosotros no habíamos podido encontrar empeño para una persona muy amiga del informante. Esta persona tenía unos ojos muy hermosos, los cuales sin duda alguna le hubieran convencido en sus ratos perdidos de la justicia de nuestra causa. Vuelto de informe se cayó en la cuenta en la sección de nuestra bendita

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18 oficina de que el tal expediente no correspondía a aquel ramo; era preciso rectificar este pequeño error; pasóse al ramo, establecimiento y mesa correspondiente, y hétenos, caminando después de tres meses a la cola siempre de nuestro expediente, como hurón que busca el conejo, y sin poderlo sacar muerto ni vivo de la huronera. Fue el caso al llegar aquí que el expediente salió del primer establecimiento y nunca llegó al otro. -De aquí se remitió con fecha de tantos- decían en uno. -Aquí no ha llegado nada- decían en otro. -¡Voto va!- dije yo a monsieur Sansdélai, ¿sabéis que nuestro expediente se ha quedado en el aire como el alma de Garibay, y que debe de estar ahora posado como una paloma sobre algún tejado de esta activa población? Hubo que hacer otro. ¡Vuelta a los empeños! ¡Vuelta a la prisa! ¡Qué delirio! -Es indispensable -dijo el oficial con voz campanuda-, que esas cosas vayan por sus trámites regulares. Es decir, que el toque estaba, como el toque del ejercicio militar, en llevar nuestro expediente tantos o cuantos años de servicio. Por último, después de cerca de medio año de subir y bajar, y estar a la firma o al informe, o a la aprobación, o al despacho, o debajo de la mesa, y de volver siempre mañana, salió con una notita al margen que decía: «A pesar de la justicia y utilidad del plan del exponente, negado». -¡Ah, ah!, monsieur Sans-délai exclamé riéndome a carcajadas-; éste es nuestro negocio. Pero monsieur Sans-délai se daba a todos los diablos. -¿Para esto he echado yo mi viaje tan largo?

¿Después de seis meses no habré conseguido sino que me digan en todas partes diariamente: Vuelva usted mañana, y cuando este dichoso mañana llega en fin, nos dicen redondamente que no? ¿Y vengo a darles dinero? ¡Y vengo a hacerles favor? Preciso es que la intriga más enredada se haya fraguado para oponerse a nuestras miras. -¿Intriga, monsieur Sans-délai? No hay hombre capaz de seguir dos horas una intriga. La pereza es la verdadera intriga; os juro que no hay otra; ésa es la gran causa oculta; es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas. Al llegar aquí, no quiero pasar en silencio algunas razones de las que me dieron para la anterior negativa, aunque sea una pequeña digresión. -Ese hombre se va a perder- me decía un personaje muy grave y muy patriótico. -Esa no es una razón- le repuse-: si él se arruina, nada, nada se habrá perdido en concederle lo que pide; él llevará el castigo de su osadía o de su ignorancia. -¿Cómo ha de salir con su intención? -Y suponga usted que quiere tirar su dinero y perderse, ¿no puede uno aquí morirse siquiera, sin tener un empeño para el oficial de la mesa? -Puede perjudicar a los que hasta ahora han hecho de otra manera eso mismo que ese señor extranjero quiere. -¿A los que lo han hecho de otra manera, es decir, peor? -Si, pero lo han hecho. -Sería lástima que se acabara el modo de hacer mal las cosas. ¿Con que, porque siempre se han hecho las cosas del modo peor posible, será preciso tener consideraciones con los perpetuadores del mal? Antes se debiera mirar si podrían perjudicar los

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19 antiguos al moderno. -Así está establecido; así se ha hecho hasta aquí; así lo seguiremos haciendo. -Por esa razón deberían darle a usted papilla todavía como cuando nació. -En fin, señor Fígaro, es un extranjero. -Y por qué no lo hacen los naturales del país? -Con esas socaliñas vienen a sacarnos la sangre. -Señor mío- exclamé, sin llevar más adelante mi paciencia-, está usted en un error harto general. Usted es como muchos que tienen la diabólica manía de empezar siempre por poner obstáculos a todo lo bueno, y el que pueda que los venza. Aquí tenemos el loco orgullo de no saber nada, de quererlo adivinar todo y no reconocer maestros. Las naciones que han tenido, ya que no el saber, deseos de él, no han encontrado otro remedio que el de recurrir a los que sabían más que ellas. Un extranjero- seguí- que corre a un país que le es desconocido, para arriesgar en él sus caudales, pone en circulación un capital nuevo, contribuye a la sociedad, a quien hace un inmenso beneficio con su talento y su dinero, si pierde es un héroe; si gana es muy justo que logre el premio de su trabajo, pues nos proporciona ventajas que no podíamos acarrearnos solos. Ese extranjero que se establece en este país, no viene a sacar de él el dinero, como usted supone; necesariamente se establece y se arraiga en él, y a la vuelta de media docena de años, ni es extranjero ya ni puede serlo; sus más caros intereses y su familia le ligan al nuevo país que ha adoptado; toma cariño al suelo donde ha hecho su fortuna, al pueblo donde ha escogido una compañera; sus hijos son españoles, y sus nietos lo serán; en

vez de extraer el dinero, ha venido a dejar un capital suyo que traía, invirtiéndole y haciéndole producir; ha dejado otro capital de talento, que vale por lo menos tanto como el del dinero; ha dado de comer a los pocos o muchos naturales de quien ha tenido necesariamente que valerse; ha hecho una mejora, y hasta ha contribuido al aumento de la población con su nueva familia. Convencidos de estas importantes verdades, todos los Gobiernos sabios y prudentes han llamado a sí a los extranjeros: a su grande hospitalidad ha debido siempre la Francia su alto grado de esplendor; a los extranjeros de todo el mundo que ha llamado la Rusia, ha debido el llegar a ser una de las primeras naciones en muchísimo menos tiempo que el que han tardado otras en llegar a ser las últimas; a los extranjeros han debido los Estados Unidos... Pero veo por sus gestos de usted- concluí interrumpiéndome oportunamente a mí mismo- que es muy difícil convencer al que está persuadido de que no se debe convencer. ¡Por cierto, si usted mandara, podríamos fundar en usted grandes esperanzas! [La fortuna es que hay hombres que mandan más ilustrados que usted, que desean el bien de su país, y dicen: «Hágase el milagro, y hágalo el diablo.» Con el Gobierno que en el día tenemos, no estamos ya en el caso de sucumbir a los ignorantes o a los malintencionados, y quizá ahora se logre que las cosas vayan a mejor, aunque despacio, mal que les pese a los batuecos.] Concluida esta filípica, fuime en busca de mi Sans-délai. -Me marcho, señor Fígaro- me dijo-. En este país no hay tiempo para hacer nada; sólo me limitaré a ver lo que haya en la capital de más notable.

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20 -¡Ay! mi amigo- le dije-, idos en paz, y no queráis acabar con vuestra poca paciencia; mirad que la mayor parte de nuestras cosas no se ven. -¿Es posible? -¿Nunca me habéis de creer? Acordaos de los quince días... Un gesto de monsieur Sans-délai me indicó que no le había gustado el recuerdo. -Vuelva usted mañana- nos decían en todas partes-, porque hoy no se ve. -Ponga usted un memorialito para que le den a usted permiso especial. Era cosa de ver la cara de mi amigo al oír lo del memorialito: representábasele en la imaginación el informe, y el empeño, y los seis meses, y... Contentóse con decir: -Soy extranjero-. ¡Buena recomendación entre los amables compatriotas míos! Aturdíase mi amigo cada vez más, y cada vez nos comprendía menos. Días y días tardamos en ver [a fuerza de esquelas y de volver,] las pocas rarezas que tenemos guardadas. Finalmente, después de medio año largo, si es que puede haber un medio año más largo que otro, se restituyó mi recomendado a su patria maldiciendo de esta tierra, y dándome la razón que yo ya antes me tenía, y llevando al extranjero noticias excelentes de nuestras costumbres diciendo sobre todo que en seis meses no había podido hacer otra cosa sino volver siempre mañana, y que a la vuelta de tanto mañana, eternamente futuro, lo mejor, o más bien lo único que había podido hacer bueno, había sido marcharse. ¿Tendrá razón, perezoso lector (si es que has llegado ya a esto que estoy escribiendo), tendrá razón el buen monsieur Sans-délai en hablar

mal de nosotros y de nuestra pereza? ¿Será cosa de que vuelva el día de mañana con gusto a visitar nuestros hogares? Dejemos esta cuestión para mañana, porque ya estarás cansado de leer hoy: si mañana u otro día no tienes, como sueles, pereza de volver a la librería, pereza de sacar tu bolsillo, y pereza de abrir los ojos para ojear las hojas que tengo que darte todavía, te contaré cómo a mí mismo, que todo esto veo y conozco y callo mucho más, me ha sucedido muchas veces, llevado de esta influencia, hija del clima y de otras causas, perder de pereza más de una conquista amorosa: abandonar más de una pretensión empezada, y las esperanzas de más de un empleo, que me hubiera sido acaso, con más actividad, poco menos que asequible; renunciar, en fin, por pereza de hacer una visita justa o necesaria, a relaciones sociales que hubieran podido valerme de mucho en el transcurso de mi vida; te confesaré que no hay negocio que no pueda hacer hoy que no deje para mañana; te referiré que me levanto a las once, y duermo siesta; que paso haciendo el quinto pie de la mesa de un café, hablando o roncando, como buen español, las siete y las ocho horas seguidas; te añadiré que cuando cierran el café, me arrastro lentamente a mi tertulia diaria (porque de pereza no tengo más que una), y un cigarrito tras otro me alcanzan clavado en un sitial, y bostezando sin cesar, las doce o la una de la madrugada; que muchas noches no ceno de pereza, y de pereza no me acuesto; en fin, lector de mi alma, te declararé que de tantas veces como estuve en esta vida desesperado, ninguna me ahorqué y siempre fue de pereza. Y concluyo por hoy confesándote que ha más de tres meses

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21 que tengo, como la primera entre mis apuntaciones, el título de este artículo, que llamé: Vuelva usted mañana; que todas las noches y muchas tardes he querido durante ese tiempo escribir algo en él, y todas las noches apagaba mi luz diciéndome a mí mismo con la más pueril credulidad en mis propias resoluciones.¡Eh! mañana le escribiré. Da gracias a que llegó por fin este mañana, que no es del todo malo; pero ¡ay de aquel mañana que no ha de llegar jamás! [NOTA.-Con el mayor dolor anunciamos al público de nuestros lectores que estamos ya a punto de concluir el plan reducido que en la

publicación de estos cuadernos nos habíamos creado. Pero no está en nuestra mano evitarlo. Síntomas alarmantes nos anuncian que el hablador padece de la lengua: fórmasele un frenillo que le hace hablar más pausada y menos enérgicamente que en su juventud. ¡Pobre Bachiller! Nos figuramos que morirá por su propia voluntad, y recomendamos por esto a nuestros apasionados y a sus preces este pobre enfermo de aprensión, cansado ya de hablar.] Mariano José de Larra

REALISMO Y NATURALISMO A partir de 1850, se advierte en Europa un alejamiento paulatino de las formas de vida y de la mentalidad dominante en la época romántica. Veamos algunos aspectos de la sociedad, la política y las ideas en la segunda mitad del siglo. La burguesía se ha instalado definitivamente como clase social dominante, con una clara tendencia hacia posiciones conservadoras y una mentalidad práctica. El liberalismo atempera sus formulaciones exaltadas de principios de siglo y deriva hacia un moderantismo que se explica, en el fondo, como defensa de los nuevos privilegios de la burguesía. De ahí que, paralelamente, se desarrollen los movimientos proletarios (socialismo, comunismo, anarquismo) en lucha declarada contra el sistema político imperante. El positivismo es la corriente de ideas más característica del momento (en correspondencia con el progreso técnico y científico) y supone una nueva actitud frente a la realidad, desechando todo cuanto no proceda de la observación rigurosa y de la experiencia. Dentro de las aportaciones de la ciencia, debemos recordar -por su repercusión en la literatura- el nuevo método experimental (Claude Bernard), y las nuevas teorías sobre la herencia biológica (Mendel) o sobre la evolución de las especies (Darwin), basada ésta en conceptos como la adaptación al medio, la «lucha por la vida» y la selección natural. Veremos cómo muchos novelistas se inspiran de estas ideas. Los cambios sociales y de mentalidad explican el declinar de las tendencias románticas, cuyas principales características eran como vimos- el subjetivismo, el idealismo, el desacuerdo con el mundo circundante, etc. Según lo indicado en los párrafos anteriores, los nuevos tiempos conducen -al contrario- hacia las pretensiones de visión objetiva, hacia el propósito de someterse a las realidades inmediatas y hacia

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22 una instalación sólida en el mundo. Los sueños y la angustia vital del romántico serán sustituidos por programas concretos de acción y por un examen crítico de los problemas de la sociedad con vistas a encontrar soluciones concretas. Dentro de este cuadro hay que entender la significación de las nuevas corrientes literarias: el Realismo y el Naturalismo. El Realismo Los términos Realismo y realista aparecieron en Francia para designar, con intención peyorativa al principio, la obra de ciertos pintores (Courbet, por ejemplo) que, frente a los temas grandilocuentes y la escenografía aparatosa de los románticos, llevaban a sus lienzos sencillas escenas de vida cotidiana. En seguida se aplicaron aquellos términos a las obras literarias animadas de un análogo propósito de recoger fieles testimonios de la sociedad de la época. Desde entonces, se ha solido presentar al Realismo como la antítesis del Romanticismo. Ello es inexacto, al menos si atendemos a su génesis. El Realismo, en efecto, desarrolla elementos que ya existían en la literatura romántica. En sus orígenes, ambos aparecen íntimamente entrelazados. Obsérvese que Balzac (17991850) y Stendhal (1783-1842), considerados como los grandes maestros del Realismo, pertenecen de lleno a la generación romántica: Víctor Hugo, por ejemplo, vivió entre 1802 y 1885, y en sus grandes novelas (Los Miserables, Nuestra Señora de París) se encuentran admirables descripciones realistas; al igual que, en las de aquellos, se perciben abundantes elementos románticos. Recordemos, por otra parte, que el Romanticismo contaba entre sus géneros peculiares con el cuadro costumbrista, reflejo de la realidad pintoresca contemporánea. El Realismo se desarrollará a partir del Romanticismo por eliminación de algunas de sus facetas. Así, y de acuerdo con lo dicho sobre la evolucíón de las ideas, se combate el subjetivismo, se frena la imaginación, se rechaza lo fantástico o lo maravilloso y se pone un dique a las explosiones del sentimiento. La mirada del autor se desplaza de lo pintoresco a lo cotidiano. Y se abandona la evocación del pasado, tan grata a los románticos (novela histórica, etc.). A cambio de esta labor de depuración o rechazo, el Realismo presenta como rasgo fundamental, la rigurosa observación de la vida. Con pretensiones científicas, los autores aportan nuevos métodos de explorar la realidad: se documentan sobre el terreno, tomando minuciosos apuntes sobre los escenarios, las gentes, la indumentaria, etc.; o buscan en los libros los datos necesarios para conseguir la exactitud ambiental o psicológica. Flaubert, por ejemplo, consulta tratados médicos para describir la muerte por envenenamiento de Madame Bovary, y maneja más de mil quinientos libros antes de escribir su última novela (Bouvard et Pécuchet). Esta fidelidad descriptiva casi notarial se aplica en dos terrenos: la pintura de costumbres y la pintura de caracteres. Lo primero lleva al novelista a la ambición de trazar amplios frescos de la sociedad de la época (Balzac, Dickens, Galdós... ). Lo segundo da origen a la gran novela psicológica en la que se analizan con minucia los temperamentos y las motivaciones de los personajes (Flaubert, Dostolevski...)

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23 Estos aspectos ténicos van acampanados casi siempre de un propósito social y/o moral. El novelista pone al descubierto las lacras de la sociedad con una actitud crítica (orientada en cada caso por sus posiciones políticas); o se enfrenta con los entresijos del alma humana, ofreciendo al lector muestras de comportamientos nobles o deleznables, y orientando su juicio. La novela «de tesis» es frecuente en la época. Desde el punto de vista de la actitud narrativa y del estilo, las novedades son notables. El ideal de objetividad hace que el novelista adopte preferentemente una actitud de «cronista» y tienda a desaparecer de sus páginas. (Este propósito no siempre se cumple: la posición que el autor toma ante los problemas le lleva a estar presente a veces con sus juicios y observaciones personales.) En el estilo, se observa una progresiva eliminación de la retórica grandilocuente de los románticos. Se prefiere una prosa sobria, a veces cuidada, a veces desmayada, pero casi siempre adaptada -en los diálogos- a la índole de los personajes. De ahí, el reflejo, por ejemplo, del habla popular. Es la novela el género dominante en esta etapa. Si el lirismo o el drama parecían los géneros más adaptados a la expresión de la subjetividad o la plasmación de las tensiones propias del espíritu romántico, no cabe duda de que la novela es la forma que mejor podía corresponder a las características orientaciones del escritor realista. En Francia, durante esta época, la poesía se orientará por especiales caminos, que luego serán seguidos en otros países. Nos referimos al Parnasianismo y al Simbolismo. El Realismo, sin embargo, dejó también su impronta en el teatro y en la poesía. Naturalismo Este término se usó primero como sinónimo de Realismo y sólo más tarde se especializaría para designar una corriente que, en cierto modo, lleva a sus máximas consecuencias postulados subyacentes en la literatura realista. Las bases del Naturalismo fueron expuestas por Émile Zola (1840-1902) en obras como Le Roman expérimental (1880) o Les Romanciers Naturalistes (1881), cuando ya el autor había ilustrado con importantes novelas sus concepciones personales. Importa, ante todo, subrayar que el Naturalismo no es sólo una tendencia literaria con sus preferencias temáticas, su estilo, etc.; pretende ser, antes que eso, una concepción del hombre, así, como un método para estudiar y transcribir su comportamiento. Zola, en efecto, elaboró sus doctrinas sobre sus conocimientos -no muy profundos, por cierto- de ciertas teorías filosóficas y científicas de su época. En primer lugar, el materialismo. Se reduce la psicología a fisiología; las leyes naturales que rigen el organismo deben explicar las reacciones llamadas «anímicas» del hombre. En segundo lugar, el determinismo. El hombre no es libre, porque actúa impulsado ciegamente sea por el peso de una herencia biológica, sea por las presiones del medio social en que vive. La herencia biológica (estudiada por Darwin y otros) le marca al individuo su destino, determina de modo implacable un comportamiento que él cree libre -puro espejismo-. Por otra parte, las circunstancias sociales (analizadas por el pensamiento socialista de la época), constituyen un marco férreo que restringe las opciones del hombre para orientar su vida.

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24 En tercer lugar, debemos añadir la influencia de la ciencia experimental, representada por C. Bernard. Si el médico contrasta sus hipótesis con el historial de sus pacientes y el biólogo con las reacciones de sus cobayas, el novelista debe experimentar con sus personajes, colocándolos en determinadas situaciones y explicando sus actos por la iníluencia fatal de las circunstancias. En otro orden de cosas, recordaremos las ideas socialistas de Zola. Ya que no podemos combatir las leyes de la herencia, cabría al menos la posibilidad de luchar contra una organización social injusta que hace imposible la igualdad de condiciones de vida. Esta convicción le llevó, como a algunos de sus seguidores, a una actitud militante en la política de su tiempo. Cuanto hemos dicho explica en parte la temática dominante y el mundo que abordan las novelas naturalistas. Por ellas desfilan tarados, alcohólicos, psicópatas, seres que obedecen sin saberlo a sus impulsos primarios, aunque sus reacciones se diferencien accidentalmente según pertenezcan a la burguesía, a la aristocracia, a las clases inferiores, etc. Desde el punto de vista de las técnicas y las formas, los naturalistas llevan a sus últimas consecuencias los métodos de documentación puestos ya en práctica por los realistas. Es famoso el caso de Zola, que -por ejemplo- se aposta ante las puertas de una fábrica para tomar notas que luego utilizará al describir la salida de los obreros en una de sus novelas. Igualmente, se hace más precisa la reproducción del lenguaje hablado; en este sentido, los naturalistas dieron un gran paso en el estudio y aprovechamiento del habla popular y regional, así como de ciertas jergas especiales. El balance que hoy cabe hacer del Naturalismo señalará, por un lado, la superficialidad de sus pretensiones científicas, el convencionalismo de unos procedimientos que más bien son una caricatura de la verdadera experimentación. En cambio, debemos reconocer que, pese a sus teorías, Zola fue un escritor de potente capacidad creadora, dotado de un indudable poder de dar vida a una galería variadísima y copiosa de vidas humanas. Notables aportaciones se deben asimismo a algunos de sus seguidores (Maupassant, Daudet), quienes -por lo demás- no tardaron en desviarse de los presupuestos doctrinales del maestro. Realismo y Naturalismo en España. (Tradición hispánica y presencia de la narrativa europea) La literatura española contaba con una insuperable tradición de realismo en la novela de nuestros Siglos de Oro (Cervantes, la picaresca ... ), así como un costumbrismo floreciente en la primera mitad del siglo XIX. Nuestros escritores estaban, pues, especialmente preparados para incorporarse a las tendencias imperantes en Francia y otros países. En cierto modo, sería un retorno hacia los caminos de aquella vieja tradición. Y así, la novela española conocerá otra Edad de Oro, a partir, sobre todo, de 1870, año de la primera novela de Galdós. En esa fecha, sin embargo, ha operado ya, y seguirá operando, la influencia de los grandes representantes del Realismo europeo. Los escritores realistas extranjeros fueron, en efecto, muy leídos y tenidos en cuenta por nuestros novelistas. En ellos vieron modelos de nuevos temas y de nuevos tratamientos de la realidad contemporánea.

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25 -De los franceses, se admira sobre todo a Balzac, por su vasta visión de la sociedad de su tiempo en la Comedia humana; junto a él, Stendhal, como penetrante observador del corazón humano (en Rojo y Negro y La Cartuja de Parma); Flaubert, con su rigor documental y su conciencia estética, presentes en su genial Madame Bovary. -De Inglaterra llegan las novelas de Dickens, que interesaron sobre todo por su tierna y fina captación de las gentes humildes, como en Oliver Twist. -Los grandes novelistas rusos produjeron, a su vez, un hondo impacto: la grandeza y la intensidad de Dostoievski (El idiota, Crimen y castigo, Los hermanos Karamazov), la amplitud v el humanitarismo místico-social de Tolstoi ('Ana Karenina, Guerra y paz ... ), etc. Sin embargo, y aunque los novelistas españoles reciban provechosas lecciones de tales lecturas, nunca se ajustarán totalmente a los cánones del realismo francés o de otros países. Las técnicas de un Balzac o un Flaubert les llevaron, eso sí, a una mayor preocupación por la labor de documentación previa a la composición de una novela: Galdós, por ejemplo, era sumamente escrupuloso en la recopilación de datos o en la observación de los ambientes, a lo que se debe -en buena parte- la impresión de «cosa vista o vivida» que nos producen tantas páginas suyas. Fuera de esto, nuestros escritores realistas buscan la inspiración en la vida y las tierras de España, antes que en los libros venidos de fuera. Consecuencia de ello es el predominio de la «novela regional». Fernán Caballero y Valera sitúan sus novelas, preferentemente, en ambientes andaluces; Pereda, en el mar y la montaña de Santander; Clarín y Palacio Valdés, en tierras asturianas; etc. Galdós, en cambio, será el gran pintor de la vida madrileña. Hasta aquí, nos hemos referido al Realismo. ¿Existe un Naturalismo español? La cuestión ha sido discutida y merece aclararse. Las obras de Zola fueron conocidas pronto en nuestro país y suscitaron apreciaciones violentamente enfrentadas. Ciertos críticos acusaron de naturalistas a Galdós, a Clarín, a la Pardo Bazán... Doña Emilia Pardo Bazán, precisamente, publicó en 1882-83 una serie de artículos con el título general de La cuestión palpitante, con el propósito de aportar toda la claridad posible en un tema que era, en efecto, «palpitante». Con gran conocimiento de causa, estudia los precedentes del Naturalismo y expone las ideas de Zola. Por un lado, alaba la fuerza creadora del novelista francés y lo defiende contra quienes lo acusan de «inmoral»: Zola -dice- nunca hace apología del mal, y se limita a ejercer el derecho del artista a mostrar las lacras humanas. Por otro lado, en cambio, rechaza enérgicamente el determinismo y las demás bases ideológicas de la escuela, en nombre de una concepción cristiana del hombre. Personalmente, Doña Emilia se declara ferviente partidaria de un realismo «nuestro», de una fórmula «más ancha y larga» que la de Zola. El mismo Zola, al tener noticia de que la escritora española era tildada de «naturalista», confesó su extrañeza de que se pudiera ser, a la vez, naturalista y católica; con acierto sentenció que el naturalismo de esa señora es puramente formal, artístico y literario». Las aclaraciones de la Pardo Bazán y las palabras de Zola resuelven adecuadamente el problema del llamado «Naturalismo español». Si el Naturalismo es

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26 un sistema al que son consustanciales el materialismo, el determinismo (la herencia, etc.), apenas puede certificarse su presencia en España: todo lo más, se encontrarán algunos ejemplos de ello en alguna novela de Galdós (La desheredada), en algunas páginas de Clarín y -como caso aparte en novelas de Blasco Ibáñez. Los condicionamientos sociales sí que son evocados con cierta frecuencia (por ejemplo, en La Regenta de Clarín). En el fondo, el Naturalismo francés apenas influyó más que en las técnicas y en la presencia de ciertas realidades en la novela. En este sentido, su impacto fue notable: el reflejo de la miseria material y moral, a veces con propósito subversivo, la pintura de ambientes turbios y el relato de situaciones escabrosas entrarán en la obra de algunos realistas españoles. Algunas figuras de la novela realista en España

El paso del Romanticismo hacia un Realismo incipiente está representado por «Fernán Caballero» y Alarcón. «Fernán Caballero» era el seudónimo de Cecilia Böhl de Faber (1796-1877), nacida en Suiza e instalada en España a los veinte años. Su labor literaria arranca del costumbrismo. Refleja el ambiente popular andaluz tanto en sus relatos breves como en sus novelas largas, de las que La Gaviota (1849) es la más famosa. A pesar de su sentimentalismo, de su enfoque moralizador bastante mojigato y de otros puntos débiles, debe reconocérsele el mérito de haberse decidido a novelar la realidad cotidiana española.

Parecida posición crucial presenta la obra de Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891). También él comenzó como escritor costumbrista y narrador romántico.

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27 Ya en su madurez (a partir de 1875), pretendió incorporarse a los caminos del Realismo con novelas como El escándalo o El niño de la bola. En ellas, sin embargo, hay abundantes rasgos de una exaltación romántica rezagada. Son, por otra parte, novelas de tesis, inspiradas en un catolicismo muy conservador (hacia el que había evolucionado desde las ideas revolucionarias de su juventud). Antes de estas novelas, había producido, sin embargo, su mejor obra, una joya de la novela corta española: El sombrero de tres picos (1874), prodigio de gracia por su anécdota chispeante, por su transparente y aguda captación de tipos y ambientes populares, y por la sobriedad y expresividad del estilo.

Ya en los años centrales del Realismo, y al lado de Galdós, Valera o Clarín, se desarrolla la obra de José María de Pereda (1833 -1906). Era, «un hidalgo que escribía libros», según Menéndez Pelayo. Su estirpe hidalga, en efecto, sitúa a Pereda terrateniente santanderino- en una línea tradicionalista, apegada a una visión idílica del mundo rural, frente al mundo urbano, dinámico y progresivo, que para él encarna la corrupción y el mal. La pobreza y la ignorancia de los campesinos le parecen fuentes de santidad, frente a las “acechanzas” políticas e impías de la vida moderna. Así, en novelas como Pedro Sánchez o La Montálvez, fustiga el ambiente «corrompido» de Madrid. En cambio, en el resto de su obra -apuntes costumbristas, cuentos, novelasexalta la naturaleza y las gentes sencillas de su tierra. En Sotileza (1885), encierra su amor por el mar santanderino y su visión idealizada de los pescadores. En Peñas Arriba (1895), evoca la montaña y las virtudes ancestrales de sus gentes, que acaban conquistando a un joven madrileño que había ido a pasar unas semanas. En estas obras, ejemplos máximos de lo que se ha llamado «novela idilio», la idealización se combina con un indudable poder de descripción realista. Pereda -pobre pintor de caracteres- era en cambio un admirable pintor de la naturaleza; sus páginas sobre los paisajes de Santander alcanzan una fuerza notable, aunque a veces resulten prolijas. Su estilo, en fin, es recio y solemne, con rasgos arcaizantes que están en consonancia con su espíritu tradicionalista. Hoy, sus grandes novelas pueden resultarnos farragosas y alejadas de nuestra sensibilidad; en cambio, en sus relatos breves se encontrará lo más duradero del arte de Pereda.

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El asturiano Armando Palacio Valdés (1853-1937) no está muy alejado de Pereda, por su añoranza del mundo sencillo, por su tendencia a lo idílico y por su exaltación de las virtudes tradicionales. Su obra, sin embargo, está menos cargada de tesis y su tono es más amable, más cordial. La novela que le dio más fama fue La hermana San Sulpicio (1889), de pintoresco ambiente sevillano, pero son superiores La alegría del capitán Ribot (1899), localizada en tierras valencianas y -sobre todo La aldea perdida (1903), cuya acción presenta los «estragos de la invasión minera» en un valle asturiano, antes idílico y ahora poblado de «hombres enmascarados por el carbón y degradados por el alcohol».

Ya hemos citado a Emilia Pardo Bazán (1851-1921), eminente escritora coruñesa, de extensa cultura, conocedora a fondo de los grandes novelistas franceses, ingleses, y rusos, autora de múltiples estudios literarios, etc. La crítica de su tiempo la definió como naturalista. Al hablar de La cuestión hemos señalado su posición exacta con respecto a Zola y su escuela: su «Naturalismo» -recordémoslo- es puramente temático y técnico, compatible con su concepción cristiana de la vida. Pero, como los naturalistas, aborda rudos ambientes sociales y no retrocede ante crudezas. En La tribuna (1883), refleja la vida dura de una fábrica. Los pazos de Ulloa (1886) y La madre Naturaleza (1887) componen un gran friso de gentes y paisajes gallegos, traspasados por pasiones violentas. Más adelante, evolucionó hacia un espiritualismo a la manera de Tolstoi; a esta etapa corresponde su admirable San Francisco de Asís (1891) y varias novelas. Las novelas de la Pardo Bazán valen sobre todo por su captación de ambientes y tipos; sus puntos débiles son la prolijidad y los excesos discursivos. En cambio, merecen admirarse sin reservas sus relatos breves: escribió

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29 varios centenares de cuentos, prodigio de inventiva inagotable y, a menudo, perfectos modelos del género.

El novelista más cercano a la ortodoxia naturalista es, sin duda, el valenciano Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928). Se le llamó «el Zola español» y, en efecto, comparte con el novelista francés una ideología revolucionaria, una predilección por los ambientes sórdidos, la crudeza de los temas y cierta preocupación por las taras hereditarias. Desde un punto de vista artístico, ha de reprochársele la composición poco cuidada de sus novelas y su estilo no siempre correcto. En cambio, tiene a su favor el vigor colorista de sus pinceladas descriptivas en la captación del mundo rural valenciano. Así es en sus mejores novelas: Arroz y tartana (1894), La barraca (1894), Entre naranjos (1900) y Cañas y barro (1902). Por su situación cronológica y por determinados rasgos de su ideología, se le ha vinculado recientemente a la juventud de la generación del 98. escribiendo, que anochece más ... De un aposento próximo a la pronto que uno quisiera, y me entrada de la casa, salió una voz tienes aquí secándome la vida cavernosa sepulcral que decía: sobre el condenado papel. -Puuura, Puuura. Dofia Pura fue hacia el comedor, Abrió ésta una puerta que a la donde ya su hermana estaba izquierda del pasillo de entrada encendiendo una lámpara de había, y -entró en el llamado petróleo. No tardó en aparecer la despacho, pieza de poco más de señora ante su marido con la luz tres varas en cuadro, con en la mano. La reducida estancia ventana a un patio lóbrego. y su habitante salieron de la Como la luz del día era ya tan oscuridad, como algo que se crea escasa, apenas veía dentro del surgiendo de la nada. aposento más que el cuadro -Me he quedado helado -dijo don luminoso de la ventana. Sobre él Ramón Villaamil, esposo de doña se destacó un sombrajo Pura; el cual era un hombre alto y larguirucho, que al parecer se seco, los ojos grandes y levantaba de un sillón como si se terroríficos, la piel amarilla, toda desdoblase, y se estiró ella surcada por pliegues enormes desperezándose, a punto que la en los cuales las rayas de sombra temerosa empacada voz decía: parecían manchas; las orejas -Pero, mujer, no se te ocurre transparentes, largas y pegadas al traerme una luz. Sabes que estoy

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30 cráneo, la barba corta, rala y cerdosa, con las canas distribuidas caprichosamente, formando ráfagas blancas entre lo negro; el cráneo liso y de color de hueso desenterrado, como si acabara de recogerlo de un osario para taparse con él los sesos. La robustez de la mandíbula, el grandor de la boca, la

combinación de los tres colores: negro, blanco y amarillo, dispuestos en rayas, la ferocidad de los ojos negros, inducían a comparar tal cara con la de un tigre viejo y tísico que, después de haberse lucido en las exhibiciones ambulantes de fieras, no conserva ya de su antigua belleza más que la pintorreada piel. Benito Pérez Galdós, Miau

BENITO PÉREZ GALDÓS Benito Pérez Galdós nació en Las Palmas de Gran Canaria el 1843. En su tierra natal, vive y estudia hasta los 19 años. En 1862 fue a estudiar Derecho a Madrid, ciudad en la que transcurriría el resto de su vida y de la que había de ser el más ávido y profundo observador. Ya en sus años de estudiante se interesa especialmente por los problemas sociales, políticos e ideológicos de su época; colabora en diversos periódicos, y se define como progresista y anticlerical.

En 1867 y 1868 hace sendos viajes a París. Allí descubre a los grandes novelistas franceses; Balzac le deslumbra. Su primera novela, La Fontana de Oro, aparece en 1870. Con ella se inaugura el renacimiento de nuestra novelística. Años más tarde, en efecto, Menéndez Pelayo afirmaría: «Entre ñoñeces y monstruosidades, dormitaba la novela española por los años de 1870, fecha del primerlibro del señor Pérez Galdós». Emprenderá enseguida la redacción de los Episodios nacionales, que alterna con otras novelas. Su dedicación a la literatura es titánica: escribe sin descanso. Su producción, ingente, alcanza las mayores cimas en los años 80. Por entonces, Galdós entra en la liza política: de 1886 a 1890 es diputado por el partido de Sagasta (téngase en cuenta este dato para situar Miau, escrita en 1888). A partir de 1890, se advierte en su producción cierto giro hacia el idealismo, o mejor, un interés por los problemas espirituales. Por otro lado, a pesar de su fama,

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31 pasa notables apuros económicos; esa es, en parte, la razón de que pruebe fortuna en el teatro. A partir del 98, sus ideas políticas se radical¡zan: en varias ocasiones es diputado republicano y llega a establecer contacto con los socialistas. Pero esta radicalización de sus ideas va acompaiíada de un espíritu cada vez más tolerante: admiró al político conservador Cánovas; Alfonso XIII y él se dispensaron mutua simpatía; es significativo que nunca se rompiera la entrañable amistad que le unió a Pereda y Menéndez Pelayo, tradicionalistas. Los últimos años de su vida fueron tristes: pierde la vista, aumentan sus dificultades económicas, sus enemigos impiden que se le otorgue el Premio Nobel... Murió en Madrid en 1920, cuando resultaba «de buen tono» menospreciar su obra. El realismo de Galdós. Técnica y estilo El realismo de Galdós es el de gama más amplia entre los cultivadores de esta tendencia. Si otros novelistas brillaban especialmente en la descripción de ambientes (Pereda) o en el análisis psicológico (Valera), Galdós es el novelista integral. Por una parte, es un poderoso pintor de ambientes. Galdós cuida sumamente la documentación sobre escenarios, costumbres, gentes, etc., según los métodos del realismo más riguroso. Pero, además, sus penetrantes dotes de observación le hacen encontrar el detalle significativo, los rasgos que compondrán una «atmósfera». Calles y plazas de Madrid, interiores de casas burguesas o humildes, comercios, oficinas, etc., aparecen evocados en sus obras con relieve imborrable. Y la variedad es tal que nos ha dejado un fresco amplísimo de la sociedad de su tiempo, aunque con predominio de la «mesocracia». Por otra parte, Galdós es «un realista de almas»: sus personajes poseen una verdad que sólo puede conferir una agudísima intuición del corazón humano y una infrecuente capacidad de comprensión, que alterna con una lucidez exigente. Su pintura de caracteres se basa, unas veces, en una admirable técnica del retrato, a base de pinceladas sueltas sobre los rasgos físicos o morales, la indumentaria, los gestos; pero, sobre todo, Galdós domina el arte de caracterizar a sus personajes por su lenguaje, poniendo en cada uno rasgos diferenciadores de habla. Esto nos lleva a hablar de su estilo. El estilo de Galdós no ha sido siempre bien comprendido: no ha faltado quien le acusara de descuido y hasta de ramplonería (Valle-Inclán le ¡lamaba «Don Benito el garbancero»). Pero hay que insistir en cómo adapta Galdós el lenguaje a la índole de los personajes: ramplón, cuando el personaje lo es (cosa que sucede con frecuencia); ridículamente engolado, cuando se trata de un pedante; coloquial, tierno, etc., según lo exija la ocasión. Cuando habla el novelista, su estilo es espontáneo, antirretórico, diametralmente opuesto a la hinchazón romántica. En conjunto, es una prosa de una gran expresividad, ágil, plagada de rasgos geniales por su poder de sugerir. En algunos puntos, la técnica y el estilo de Galdós es de una sorprendente modernidad. En este sentido, hay que destacar su frecuente utilización del

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32 «monólogo interior», que consiste en la reproducción de los pensamientos de un personaje, imitando su fluir natural y hasta desordenado, sin aparente intervención del narrador. Tal procedimiento -del que veremos ejemplos eminentes en Miau- es uno de los más característicos de la novela contemporánea. La intención crítica, en fin, redondea estos rasgos del realismo galdosiano. Pero, salvo en algunas obras primerizas, no adopta la forma de «tesis». Su gran arma es la ironía, de la que Galdós es maestro. En esto, como en otras características de su arte, su gran modelo fue Cervantes. La obra El mismo Galdós dividió su producción en Episodios nacionales, «Novelas españolas de la primera época» y «Novelas españolas contemporáneas». A ello se añaden sus obras teatrales, sin contar sus numerosos artículos y su interesante correspondencia. Examinaremos brevemente los principales sectores. Los «Episodios nacionales» Constituyen un ambicioso proyecto narrativo: ofrecer una visión novelada del siglo XIX. Se componen de 46 novelas de mediana extensión, distribuidas en cinco series de diez títulos cada una, salvo la última -interrumpida- que sólo consta de seis. Las dos primeras series, compuestas entre 1873 y 1879, recogen la guerra de la Independencia y el reinado de Fernando VII. Dos protagonistas (Gabriel Araceli, en la primera; Salvador Monsalud, en la segunda) les confieren cierta unidad. En este ciclo se hallan las novelas más elogiadas por la crítica, como Trafalgar, Bailén, Zaragoza, etc. Muchos años después, Galdós emprendió las series restantes, escritas entre 1898 y 1912. Abarca en ellas desde las guerras carlistas hasta la Restauración. Su rasgo principal es la postura crítica de Galdós ante la intransigencia española, fuente de enfrentamientos fratricidas durante aquel período. Con los Episodios, Galdós logró un acierto fundamental: crear un nuevo tipo de novela histórica, lejos de lo que este género había sido en el Romanticismo. Ello se debe a su riguroso esfuerzo de documentación y a su propósito de objetividad (apenas contradicha por su enfoque personal de los hechos). El aliento colectivo integra las anécdotas individuales: de ahí su fuerza épica y la equilibrada fusión de lo histórico con lo novelesco. Las primeras novelas Son las que compuso hasta 1880, a la vez que escribía las dos primeras series de los Episodios. Se inician, precisamente con dos novelas históricas, que se sitúan también en la España del primer cuarto del siglo: La Fontana de Oro y El Audaz. A estas les siguen otras que abordan ya la vida contemporánea: Doña Perfecta (1876), Gloria (1877), La familia de León Roch (1878), etc. Las tres responden a la característica postura de Galdós ante los enfrentamientos ideológicos entre los españoles. En ellas, frente a protagonistas de espíritu abierto y moderno, coloca a personajes de estrecha mentalidad tradicionalista. Su propósito es atacar la

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33 intransigencia y el fanatismo; tal propósito, demasiado visible, convierte a estas obras en novelas «de tesis», con un maniqueismo algo primario, a diferencia de las novelas posteriores. Muy distinta, aunque de la misma época, es Marianela (1878), idilio trágico entre una muchacha fea y pobre, y su amo rico y ciego, a quien aquella sirve de guía. Las «novelas españolas contemporáneas» Así llamó Galdós a las 24 novelas que publicó a partir de 1881. El conjunto es impresionante; por estos miles de páginas desfila -como decíamos- todo el Madrid de su tiempo: burgueses adinerados, nobles arruinados, burócratas influyentes o cesantes, gentes humildes y míseras; el ideal se codea con la bajeza, la caridad con la avaricia, la ostentación con la mugre, la inocencia con la perversidad... La unidad de ese complejo mundo es sorprendente. La refuerza el hecho de que no pocos personajes aparezcan en varias de las novelas (unas veces como principales, otras como secundarios). Pero, sobre todo, es la unidad de una época, de un ambiente, de una sociedad: los personajes de ficción aparecen en un contexto histórico preciso, con exactas referencias al acontecer político. La mirada de Galdós sigue siendo la de un espíritu progresista, agudamente crítico frente al panorama que pinta. Pero las tesis han cedido el puesto a un análisis más objetivo y exacto. Galdós presenta: el lector tiene más margen para sus propios juicios. Todo lo más, la citada ironía galdosiana envuelve a los personajes mediocres, desnudándolos ante nosotros. Citemos algunos de los títulos más destacados: La deseheredada (1881) se hace eco de ciertos elementos naturalistas (la herencia y los condicionamientos sociales). Tormento y La de Bringas (ambas de 1864 y con personajes comunes) denuncian la ambición, la envidia, la hipocresía y el afán de «aparentar» de ciertos funcionarios y nobles arruinados en las postrimerías del reinado de Isabel II. Fortunata y Jacinta (1886-87) es, sin duda, su obra maestra y una de las máximas novelas españolas de todos los tiempos; son más de mil páginas de una riqueza inigualable, en donde no se sabe qué admirar más, si las inolvidables figuras de las dos mujeres que le dan título, o el amplio panorama social que las enmarca. En 1888, se publica Miau, que luego vamos a estudiar. Siguen, entre otras, las cuatro novelas sobre Torquemada, estudio estremecedor de la avaricia y del mundo de los negocios (Torquemada en la hoguera, Torquemada en la Cruz, Torquemada en el Purgatorio y Torquemada y San Pedro). Las tres últimas novelas citadas son ya posteriores a 1890. A partir de entonces, como hemos dicho, se percibe una inclinación de Galdós hacia los problemas espirituales. Así, Angel Guerra (1890) aborda el problema de la falsa vocación y la verdadera fe; Nazarín (1895) presenta a un sacerdote que fracasa en un mundo mezquino e incapaz de comprender sus exigencias de pureza evangélica; Misericordia (1897), otra de sus obras maestras, es la novela de la caridad: presidida por la inolvidable Benina -criada de pobres que aún quieren «aparentar»-, nos descubre diversos estratos de la miseria madrileña. El teatro de Galdós

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34 La producción dramática de Galdós fue tardía y, como sabemos, motivada en parte por su necesidad de salir de apuros económicos. No dejó, por ello, de pretender aportar fórmulas nuevas al teatro de su tiempo, dominado por los dramas altisonantes de Echegaray o por insulsas comedias burguesas. Indudablemente, las piezas de Galdós presentan mayor hondura y fuerza crítica, evidente sinceridad y una eliminación de todo lo que no sea esencial para la presentación de los conflictos íntimos. Con todo, no dominaba lo bastante la técnica escénica y, en general, careció de éxito, si se exceptúa Electra (1901), cuyo estreno dio origen a una batalla política antigubernamental. Algunas de sus obras teatrales son adaptaciones de novelas, como Realidad, El abuelo, Doña Perfecta, etc. Valoración de Galdós Admirado y discutido en su tiempo, Galdós ha sufrido altibajos en la estimación posterior. En los años veinte y treinta, casi era una moda el despreciar su obra (aunque sabemos, por ejemplo, que Lorca lo admiraba). Parecerá natural que su fama comenzara a crecer cuando, a partir de 1950, la literatura se orienta hacia un realismo social y crítico. En los últimos años, y a pesar de que el arte narrativo emprenda caminos muy alejados de los suyos, Galdós ha visto renovada su fama gracias a las diversas adaptaciones cinematográficas que de sus obras se han hecho. Hoy, definitivamente, Galdós representa una de las cimas de la novela española y universal.

Leopoldo Alas “Clarín” (Datos tomados de Diccionario de Literatura española e hispanoamericana, Madrid, Alianza, 1993, pp. 22-25.) (Zamora, 1852-Oviedo, 1901). Conocido por el seudónimo de «Clarín», forma con Pérez Galdós la pareja de grandes novelistas españoles del siglo XIX. Comparable a su labor de novelista es la desarrollada como cuentista, y la periodística: crítica, teoría literaria y temas políticos. Vivió en León y en Guadalajara durante la infancia, debido al cargo de Gobernador Civil que su padre desempeñó en esas ciudades; sin embargo, su persona y su obra están entrañablemente asociadas con Asturias, y aún más concretamente con la ciudad de Oviedo, a donde se trasladó en 1865, y donde estudió el bachillerato. Pasó en Madrid casi siete años, de 1871 a 1878, estudiando la carrera de Derecho, en la que se doctoró. En 1883 regreso a Asturias para ocupar en la Universidad la cátedra de Derecho Romano. Cinco años después obtuvo la de Derecho Natural. Los años madrileños fueron provechosos en cuanto que comenzó a escribir artículos periodísticos, tanto de pensamiento filosófico y religioso, como políticos y literarios. Esta faceta de Clarín, dedicado a explorar las cuestiones sociopolíticas de su época, ha sido olvidada durante mucho tiempo (igual que la actividad paralela de Galdós). Aparte del interés en las cuestiones del día, debe recordarse que Clarín estudió en una

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35 Universidad donde los maestros más estimulantes eran los seguidores del filósofo alemán Karl Krause. La gran aportación de estos hombres, especialmente de Francisco Giner de los Ríos, fue reformar la filosofía y la enseñanza en la España del último tercio del siglo pasado. El krausismo influyó en Clarín porque avivó en él una innata inclinación idealista, orientando su vida intelectual hacia la búsqueda de un sentido espiritual y metafísico de la existencia. Clarín fue el heredero de Mariano José de Larra, en cuanto que buscaba, como el escritor romántico, un sentido racional a la vida. Ambos preceden a los modernistas en la preocupación por las formas y en el culto de la belleza. Para entender a Clarín en cuanto a lo literario, conviene recordar que el interés intelectual, crítico, de origen krausista, da un sentido especial a sus obras; a ello se suman otros elementos de la filosofía de la época, en especial de la corriente positivista, del realismo y del naturalismo. Si el krausismo marcó el horizonte ético e intelectual del escritor, la corriente positivista del realismo y el naturalismo le proporcionó una manera de poner entre paréntesis ciertas parcelas del mundo y de examinar, valiéndose del microscopio naturalista, al ser humano de su tiempo. Las mencionadas corrientes filosófico-literarias le sirvieron de instrumento para la creación literaria, instrumento que, con la excepción de Galdós, supo utilizar en nuestra lengua mejor que nadie. El tono moralista de Alas aparece reforzado por su desengaño ante la sociedad de su época. Intentaba en sus escritos elevar el tono del discurso nacional sobre aspectos que afectaban a España y a sus habitantes, considerando como norte del cambio el ideal krausista de verdad y perfectibilidad humana. Sus artículos periodísticos y su crítica en general llamaron la atención sobre la problemática del país; sus extraordinarias novelas dramatizaron la situación de una nación cuya vida política y social vivía momentos contradictorios de apatía y confusión. España iba reduciéndose en tamaño, y no sólo geográfico. Al perder las colonias de América, cayó en una anemia espiritual, producida por la carencia de ánimo y de las ideas fertilizantes que la revolución industrial trajo consigo, contribuyendo a transformar las grandes naciones europeas. No olvidemos que Clarín vivió tres acontecimientos dramáticos de la historia española: la revolución liberal de 1868, la Restauración y la pérdida de las últimas colonias, en 1898. Pasando del trasfondo intelectual del pensamiento de Clarín a su práctica crítica, se observa que fue prolífico escritor y periodista. Sus escritos se caracterizan por una punzante ironía, que se ensañó en cuantos escritores de mal gusto cayeron en sus manos, aunque también supo ensalzar los méritos de quienes lo merecían. Sus críticas de las novelas de Galdós constituyen un auténtico estudio moderno, el primero de los dedicados a don Benito: su talento analítico y su modernidad conceptual sirvieron para elevar la figura del novelista a la categoría de maestro, a la vez que descubrían en él una veta crítico-teórica. En Galdós (1912) se recogió mucho de lo escrito sobre este autor. Es el libro fundacional de la crítica galdosiana. La crítica que podemos adscribir a Clarín es la que dedicó a zaherir el mal gusto y la inepcia artística, mientras que a Leopoldo Alas le atribuiríamos la más seria y reflexiva que dedica a escritores y obras dignos de atención.

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36 La mejor crítica de Clarín se encuentra en Solos de Clarín (1881), La literatura en 1881 (1882; en colaboración con Armando Palacio Valdés), Sermón perdido (1885), Folletos literarios (1886-91), Nueva campaña (1887), Mezclilla (1888), Ensayos y revistas (1892), Palique (1893), y Siglo pasado (1901). Varios investigadores han recogido la obra periodística del autor: Preludios de Clarín (1875-1880) (Jean-François Botrel, 1972), Obra olvidada, artículos de crítica (1882-1901) (Antonio RamosGascón, 1973) y Clarín político, tomos I y II (artículos dedicados a temas sociales y políticos, escritos entre 1875-1901, Yvan Lissorgues, 1980). Los prólogos de Leopoldo Alas fueron recogidos por David Torres (1984). La agresividad crítica de Clarín y el cortante filo de sus opiniones estéticas contrastan con la cautela con que aborda su labor creadora. Comenzó escribiendo cuentos cortos, en los que reflejó lo que el mundo y sus gentes ofrecían de interesante. La primera entrega fue Pipá (1879), novela corta influenciada por el naturalismo, que presenta en germen personajes que aparecerán en La Regenta (1884-85). La Revista de Asturias publicó en 1880, entre abril y junio, tres capítulos de Speraindeo, primer intento de novela, que nunca llegó a terminar. Cuestión interesante sería determinar de dónde le viene la ambición y el impulso de escribir una novela como La Regenta. Quizá el de mayor significación le fue dado por el naturalismo, según el propio autor sugiere al reseñar la obra de Galdós; por ejemplo, al considerar La desheredada (1881), indicó las posibilidades que ofrecía, por la concepción de la novela naturalista y sus técnicas. Por otro lado, la temática epocal iba perfilándose y se repetía en formas parecidas, con variaciones formales en las diferentes novelas del momento. El tema del adulterio, central en La Regenta, se rastrea en Madame Bovary, de Flaubert, O primo Basilio, de Eça de Queiroz, Ana Karenina, de Tolstoï, y La conquete de Plassans, de Zola, la obra que más se asemeja a la de Alas, aunque se le suele dar prioridad a Madame Bovary. Fenómeno digno de mención es el auge de la novela durante la década de los ochenta, con la aparición de una docena de obras relevantes de Galdós, Pardo Bazán, Ortega Munilla, Palacio Valdés y Pereda. Década áurea de la novela en el siglo XIX español, coincidiendo con la primera salida de Alas al campo de la narrativa extensa. La Regenta es el resultado de una conjunción: la suma de flaubertismo (la novela autoconsciente) más naturalismo (visión «moderna» de la realidad, que permitía ver en profundidad), más las circunstancias propicias (el público quería novelas), más el interés del autor por lo ético (krausismo) y el deseo del artista de ser oído en toda España. Todo ello dio lugar a la invención de un mundo ficticio y de un escenario cuyo referente es la ciudad de Oviedo (en la novela, Vetusta): la bella y sensible Ana Ozores, recién casada con el maduro Víctor Quintanar, ex regente de la Audiencia, se ve acosada por el donjuán de la ciudad, Álvaro Mesía, y por el magistral de la catedral, don Fermín de Pas. Acaba cediendo al cerco de don Álvaro, tras rechazar al sacerdote que tan apasionadamente la ama. Don Víctor, que descubre el adulterio, presionado por

Manuel López Castilleja (Departamento de Lengua Castellana y Literatura del IES Pablo Neruda de Castilleja de la Cuesta (Sevilla)


37 Pas, desafía a don Álvaro, y muere en el duelo. La novela resulta extraordinaria por el cuidado y detalle con que se presenta la vida de Vetusta y sus diferentes clases sociales; para la descripción del ambiente provinciano y del entramado de la vida colectiva, lo más naturalista de la obra, utiliza las técnicas más apropiadas, como el monólogo interior y el estilo indirecto libre, aptos para que la historia parezca contarse por sí misma -la narran los personajes- y para penetrar en el interior de los seres ficticios, en su sentir. La segunda novela, Su único hijo (1890), es otra obra maestra; aunque menor que La Regenta en el número de registros temáticos, la iguala en el acierto con que usa los recursos técnicos. La novela ejemplifica a la perfección las asimilaciones que el género realizaba a expensas del teatro, el esfuerzo por dramatizar la realidad en una intensa representación de los sucesos. El narrador cede la palabra con frecuencia a los personajes con el fin de que la ilusión de realidad se intensifique. El argumento de Su único hijo es sencillo: un hombre débil y sin fortuna, Bonifacio Reyes, vive sometido a la voluntad de su mujer, Emma, que lo tiraniza. Se consuela con la música, a la que es muy aficionado; llega a la ciudad una compañía de ópera y Bonifacio es seducido por Serafina, tiple y amante del director de la compañía, que a su vez se relaciona íntimamente con Emma. Queda esta embarazada, pero ¿de quién? Bonifacio, movido por el impulso de la paternidad, afirma que el hijo es suyo, su único hijo. Muchos y muy buenos cuentos y novelas cortas escribió Alas: El Señor y lo demás son cuentos (1892), Doña Berta, Cuervo y Superchería (los tres de 1892) y Cuentos morales (1896) son, posiblemente, los relatos más notables de la literatura española de su tiempo. Intentó, sin éxito, triunfar en el teatro; el estreno de Teresa (1895) fue un fracaso.

Manuel López Castilleja (Departamento de Lengua Castellana y Literatura del IES Pablo Neruda de Castilleja de la Cuesta (Sevilla)


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