Breve antología de la poesía del 27

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BREVE ANTOLOGÍA DE POESÍA DE LA GENERACIÓN DEL 27

PEDRO SALINAS 35 BUJÍAS Sí. Cuando quiera yo la soltaré. Está presa, aquí arriba, invisible. Yo la veo en su claro castillo de cristal, y la vigilan —cien mil lanzas— los rayos —cien mil rayos— del sol. Pero de noche, cerradas las ventanas para que no la vean —guiñadoras espías— las estrellas, la soltaré. (Apretar un botón.) Caerá toda de arriba a besarme, a envolverme de bendición, de claro, de amor, pura. En el cuarto ella y yo no más, amantes eternos, ella mi iluminadora musa dócil en contra de secretos en masa de la noche —afuera— descifraremos formas leves, signos, perseguidos en mares de blancura por mí, por ella, artificial princesa, amada eléctrica. LA VOZ A TI DEBIDA VERSOS 1290 A 1316 Ayer te besé en los labios. Te besé en los labios. Densos, rojos. Fue un beso tan corto que duró más que un relámpago, que un milagro, más. El tiempo después de dártelo no lo quise para nada ya, para nada lo había querido antes. Se empezó, se acabó en él. Hoy estoy besando un beso; estoy solo con mis labios. Los pongo no en tu boca, no, ya no —¿adónde se me ha escapado?—. Los pongo

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2 en el beso que te di ayer, en las bocas juntas del beso que se besaron. Y dura este beso más que el silencio, que la luz. Porque ya no es una carne ni una boca lo que beso, que se escapa, que me huye. No. Te estoy besando más lejos. EL POEMA Y ahora, aquí está frente a mí. Tantas luchas que ha costado, tantos afanes en vela, tantos bordes de fracaso junto a este esplendor sereno ya son nada, se olvidaron. Él queda, y en él, el mundo, la rosa, la piedra, el pájaro, aquéllos, los del principio, de este final asombrados. ¡Tan claros que se veían, y aún se podía aclararlos! Están mejor; una luz que el sol no sabe, unos rayos los iluminan, sin noche, para siempre revelados. Las claridades de ahora lucen más que las de mayo. Si allí estaban, ahora aquí; a más transparencia alzados. ¡Qué naturales parecen, qué sencillo el gran milagro! En esta luz del poema, todo, desde el más nocturno beso al cenital esplendor, todo está mucho más claro. LA VOZ A TI DEBIDA VERSOS 1385 A 1406 La forma de querer tú es dejarme que te quiera. El sí con que te me rindes es el silencio. Tus besos son ofrecerme los labios para que los bese yo. Jamás palabras, abrazos, me dirán que tú existías, que me quisiste: jamás. Me lo dicen hojas blancas,

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3 mapas, augurios, teléfonos; tú, no. Y estoy abrazado a ti sin preguntarte, de miedo a que no sea verdad que tú vives y me quieres. Y estoy abrazado a ti sin mirar y sin tocarte. No vaya a ser que descubra con preguntas, con caricias, esa soledad inmensa de quererte sólo yo. RAZÓN DE AMOR VERSOS 343 A 370 ¿Fue como beso o llanto? ¿Nos hallamos con las manos, buscándonos a tientas, con los gritos, clamando; con las bocas que el vacío besaban? ¿Fue un choque de materia y materia, combate de pecho contra pecho, que a fuerza de contactos se convirtió en victoria gozosa de los dos, en prodigioso pacto de tu ser con mi ser enteros? ¿O tan sencillo fue, tan sin esfuerzo, como una luz que se encuentra con otra luz, y queda iluminado el mundo, sin que nada se toque? Ninguno lo sabemos. Ni el dónde. Aquí, en las manos, como las cicatrices, allí, dentro del alma, como un alma del alma, pervive el prodigioso saber que nos hallamos, y que su dónde está para siempre cerrado. Ha sido tan hermoso que no sufre memoria, como sufren las fechas, los nombres o las líneas. Nada en ese milagro podría ser recuerdo: porque el recuerdo es la pena de sí mismo,

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4 el dolor del tamaño, del tiempo, y todo fue eternidad: relámpago. Si quieres recordarlo no sirve el recordar. Sólo vale vivir de cara hacia ese dónde, queriéndolo, buscándolo.

LA VOZ A TI DEBIDA VERSOS 494 A 521 Para vivir no quiero islas, palacios, torres. ¡Qué alegría más alta: vivir en los pronombres! Quítate ya los trajes, las señas, los retratos; yo no te quiero así, disfrazada de otra, hija siempre de algo. Te quiero pura, libre, irreductible: tú. Sé que cuando te llame entre todas las gentes del mundo, sólo tú serás tú. Y cuando me preguntes quién es el que te llama, el que te quiere suya, enterraré los nombres, los rótulos, la historia. Iré rompiendo todo lo que encima me echaron desde antes de nacer. Y vuelto ya al anónimo eterno del desnudo, de la piedra, del mundo, te diré: «Yo te quiero, soy yo». LA VOZ A TI DEBIDA VERSOS 792 A 830 Qué alegría, vivir sintiéndose vivido. Rendirse a la gran certidumbre, oscuramente, de que otro ser, fuera de mí, muy lejos, me está viviendo. Que cuando los espejos, los espías, azogues, almas cortas, aseguran

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5 que estoy aquí, yo, inmóvil, con los ojos cerrados y los labios, negándome al amor de la luz, de la flor y de los nombres, la verdad trasvisible es que camino sin mis pasos, con otros, allá lejos, y allí estoy besando flores, luces, hablo. Que hay otro ser por el que miro el mundo porque me está queriendo con sus ojos. Que hay otra voz con la que digo cosas no sospechadas por mi gran silencio; y es que también me quiere con su voz. La vida —¡qué transporte ya!—, ignorancia de lo que son mis actos, que ella hace, en que ella vive, doble, suya y mía. Y cuando ella me hable de un cielo oscuro, de un paisaje blanco, recordaré estrellas que no vi, que ella miraba, y nieve que nevaba allá en su cielo. Con la extraña delicia de acordarse de haber tocado lo que no toqué sino con esas manos que no alcanzo a coger con las mías, tan distantes. Y todo enajenado podrá el cuerpo descansar quieto, muerto ya. Morirse en la alta confianza de que este vivir mío no era sólo mi vivir: era el nuestro. Y que me vive otro ser por detrás de la no muerte.

UNDERWOOD GIRLS Quietas, dormidas están, las treinta, redondas, blancas. Entre todas sostienen el mundo. Míralas, aquí en su sueño, como nubes, redondas, blancas, y dentro destinos de trueno y rayo, destinos de lluvia lenta, de nieve, de viento, signos. Despiértalas, con contactos saltarines de dedos rápidos, leves, como a músicas antiguas. Ellas suenan otra música: fantasías de metal valses duros, al dictado. Que se alcen desde siglos todas iguales, distintas

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6 como las olas del mar y una gran alma secreta. Que se crean que es la carta, la fórmula, como siempre. Tú alócate bien los dedos, y las raptas y las lanzas, a las treinta, eternas ninfas contra el gran mundo vacío, blanco a blanco. Por fin a la hazaña pura, sin palabras, sin sentido, ese, zeda, jota, i...

LA VOZ A TI DEBIDA VERSOS 102 A 126 ¡Si me llamaras, sí; si me llamaras! Lo dejaría todo, todo lo tiraría: los precios, los catálogos, el azul del océano en los mapas, los días y sus noches, los telegramas viejos y un amor. Tú, que no eres mi amor, ¡si me llamaras! Y aún espero tu voz: telescopios abajo, desde la estrella, por espejos, por túneles, por los años bisiestos puede venir. No sé por dónde. Desde el prodigio, siempre. Porque si tú me llamas « ¡si me llamaras, sí, si me llamaras!» será desde un milagro, incógnito, sin verlo. Nunca desde los labios que te beso, nunca desde la voz que dice: «No te vayas». SIN VOZ, DESNUDA Sin armas. Ni las dulces sonrisas, ni las llamas rápidas de la ira. Sin armas. Ni las aguas de la bondad sin fondo, ni la perfidia, corvo pico. Nada. Sin armas. Sola.

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7 Ceñida en tu silencio. «Sí» y «no», «mañana» y «cuando», quiebran agudas puntas de inútiles saetas en tu silencio liso sin derrota ni gloria. ¡Cuidado!, que te mata —fría, invencible, eterna— eso, lo que te guarda, eso, lo que te salva, el filo del silencio que tú aguzas.

FEDERICO GARCÍA LORCA LA COGIDA Y LA MUERTE A las cinco de la tarde. Eran las cinco en punto de la tarde. Un niño trajo la blanca sábana a las cinco de la tarde. Una espuerta de cal ya prevenida a las cinco de la tarde. Lo demás era muerte y sólo muerte a las cinco de la tarde. El viento se llevó los algodones a las cinco de la tarde. Y el óxido sembró cristal y níquel a las cinco de la tarde. Ya luchan la paloma y el leopardo a las cinco de la tarde. Y un muslo con un asta desolada a las cinco de la tarde. Comenzaron los sones de bordón a las cinco de la tarde. Las campanas de arsénico y el humo a las cinco de la tarde. En las esquinas grupos de silencio a las cinco de la tarde. ¡Y el toro solo corazón arriba! a las cinco de la tarde. Cuando el sudor de nieve fue llegando a las cinco de la tarde cuando la plaza se cubrió de yodo a las cinco de la tarde, la muerte puso huevos en la herida a las cinco de la tarde. A las cinco de la tarde. A las cinco en Punto de la tarde. Un ataúd con ruedas es la cama a las cinco de la tarde. Huesos y flautas suenan en su oído

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8 a las cinco de la tarde. El toro ya mugía por su frente a las cinco de la tarde. El cuarto se irisaba de agonía a las cinco de la tarde. A lo lejos ya viene la gangrena a las cinco de la tarde. Trompa de lirio por las verdes ingles a las cinco de la tarde. Las heridas quemaban como soles a las cinco de la tarde, y el gentío rompía las ventanas a las cinco de la tarde. A las cinco de la tarde. ¡Ay, qué terribles cinco de la tarde! ¡Eran las cinco en todos los relojes! ¡Eran las cinco en sombra de la tarde! EL POETA PIDE A SU AMOR QUE LE ESCRIBA Amor de mis entrañas, viva muerte, en vano espero tu palabra escrita y pienso, con la flor que se marchita, que si vivo sin mí quiero perderte. El aire es inmortal. La piedra inerte ni conoce la sombra ni la evita. Corazón interior no necesita la miel helada que la luna vierte. Pero yo te sufrí. Rasgué mis venas, tigre y paloma, sobre tu cintura en duelo de mordiscos y azucenas. Llena pues de palabras mi locura o déjame vivir en mi serena noche del alma para siempre oscura.

BALADILLA DE LOS TRES RÍOS A Salvador Quintero El río Guadalquivir va entre naranjos y olivos. Los dos ríos de Granada bajan de la nieve al trigo. ¡Ay, amor que se fue y no vino!

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9 El río Guadalquivir tiene las barbas granates. Los dos ríos de Granada uno llanto y otro sangre. ¡Ay, amor que se fue por el aire! Para los barcos de vela, Sevilla tiene un camino; por el agua de Granada sólo reman los suspiros. ¡Ay, amor que se fue y no vino! Guadalquivir, alta torre y viento en los naranjales. Dauro y Genil, torrecillas muertas sobre los estanques, ¡Ay, amor que se fue por el aire! ¡Quién dirá que el agua lleva un fuego fatuo de gritos! ¡Ay, amor que se fue y no vino! Lleva azahar, lleva olivas, Andalucía, a tus mares. ¡Ay, amor que se fue por el aire!

ROMANCE DE LA LUNA a Conchita García Lorca La luna vino a la fragua con su polisón de nardos. El niño la mira mira. El niño la está mirando. En el aire conmovido mueve la luna sus brazos y enseña, lúbrica y pura, sus senos de duro estaño.

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10 Huye luna, luna, luna. Si vinieran los gitanos, harían con tu corazón collares y anillos blancos. Niño déjame que baile. Cuando vengan los gitanos, te encontrarán sobre el yunque con los ojillos cerrados. Huye luna, luna, luna, que ya siento sus caballos. Niño déjame, no pises, mi blancor almidonado. El jinete se acercaba tocando el tambor del llano. Dentro de la fragua el niño, tiene los ojos cerrados. Por el olivar venían, bronce y sueño, los gitanos. Las cabezas levantadas y los ojos entornados. ¡Cómo canta la zumaya, ay como canta en el árbol! Por el cielo va la luna con el niño de la mano. Dentro de la fragua lloran, dando gritos, los gitanos. El aire la vela, vela. el aire la está velando. ROMANCE DE LA PENA NEGRA A José Navarro Pardo Las piquetas de los gallos cavan buscando la aurora, cuando por el monte oscuro baja Soledad Montoya. Cobre amarillo, su carne, huele a caballo y a sombra. Yunques ahumados sus pechos, gimen canciones redondas. Soledad, ¿por quién preguntas sin compaña y a estas horas? Pregunte por quien pregunte, dime: ¿a ti qué se te importa? Vengo a buscar lo que busco, mi alegría y mi persona.

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11 Soledad de mis pesares, caballo que se desboca, al fin encuentra la mar y se lo tragan las olas. No me recuerdes el mar, que la pena negra, brota en las tierras de aceituna bajo el rumor de las hojas. ¡Soledad, qué pena tienes! ¡Qué pena tan lastimosa! Lloras zumo de limón agrio de espera y de boca. ¡Qué pena tan grande! Corro mi casa como una loca, mis dos trenzas por el suelo, de la cocina a la alcoba. ¡Qué pena! Me estoy poniendo de azabache carne y ropa. ¡Ay, mis camisas de hilo! ¡Ay, mis muslos de amapola! Soledad: lava tu cuerpo con agua de las alondras, y deja tu corazón en paz, Soledad Montoya. * Por abajo canta el río: volante de cielo y hojas. Con flores de calabaza, la nueva luz se corona. ¡Oh pena de los gitanos! Pena limpia y siempre sola. ¡Oh pena de cauce oculto y madrugada remota! LOS CUATRO MULEROS 1 De los cuatro muleros que van al campo, el de la mula torda, moreno y alto. 2 De los cuatro muleros que van al agua, el de la mula torda me roba el alma. 3

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12 De los cuatro muleros que van al río, el de la mula torda es mi marío. 4 ¿A qué buscas la lumbre la calle arriba, si de tu cara sale la brasa viva? MUERTE DE ANTOÑITO EL CAMBORIO a José Antonio Rubio Sacristán Voces de muerte sonaron cerca del Guadalquivir. Voces antiguas que cercan voz de clavel varonil. Les clavó sobre las botas mordiscos de jabalí. En la lucha daba saltos jabonados de delfín. Bañó con sangre enemiga su corbata carmesí, pero eran cuatro puñales y tuvo que sucumbir. Cuando las estrellas clavan rejones al agua gris, cuando los erales sueñan verónicas de alhelí, voces de muerte sonaron cerca del Guadalquivir. * Antonio Torres Heredia, Camborio de dura crin, moreno de verde luna, voz de clavel varonil: ¿Quién te ha quitado la vida cerca del Guadalquivir? Mis cuatro primos Heredias hijos de Benamejí. Lo que en otros no envidiaban, ya lo envidiaban en mí. Zapatos color corinto, medallones de marfil, y este cutis amasado con aceituna y jazmín. ¡Ay Antoñito el Camborio digno de una Emperatriz!

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13 Acuérdate de la Virgen porque te vas a morir. ¡Ay Federico García, llama a la Guardia Civil! Ya mi talle se ha quebrado como caña de maíz. * Tres golpes de sangre tuvo y se murió de perfil. Viva moneda que nunca se volverá a repetir. Un ángel marchoso pone su cabeza en un cojín. Otros de rubor cansado, encendieron un candil. Y cuando los cuatro primos llegan a Benamejí, voces de muerte cesaron cerca del Guadalquivir. ROMANCE SONÁMBULO A Gloria Giner y a Fernando de los Ríos Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar y el caballo en la montaña. Con la sombra en la cintura ella sueña en su baranda, verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Verde que te quiero verde. Bajo la luna gitana, las cosas le están mirando y ella no puede mirarlas. * Verde que te quiero verde. Grandes estrellas de escarcha, vienen con el pez de sombra que abre el camino del alba. La higuera frota su viento con la lija de sus ramas, y el monte, gato garduño, eriza sus pitas agrias. ¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...? Ella sigue en su baranda,

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14 verde carne, pelo verde, soñando en la mar amarga. * Compadre, quiero cambiar mi caballo por su casa, mi montura por su espejo, mi cuchillo por su manta. Compadre, vengo sangrando, desde los montes de Cabra. Si yo pudiera, mocito, ese trato se cerraba. Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa. Compadre, quiero morir decentemente en mi cama. De acero, si puede ser, con las sábanas de holanda. ¿No ves la herida que tengo desde el pecho a la garganta? Trescientas rosas morenas lleva tu pechera blanca. Tu sangre rezuma y huele alrededor de tu faja. Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa. Dejadme subir al menos hasta las altas barandas, dejadme subir, dejadme, hasta las verdes barandas. Barandales de la luna por donde retumba el agua. * Ya suben los dos compadres hacia las altas barandas. Dejando un rastro de sangre. Dejando un rastro de lágrimas. Temblaban en los tejados farolillos de hojalata. Mil panderos de cristal, herían la madrugada. * Verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas. Los dos compadres subieron. El largo viento, dejaba en la boca un raro gusto de hiel, de menta y de albahaca. ¡Compadre! ¿Dónde está, dime?

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15 ¿Dónde está mi niña amarga? ¡Cuántas veces te esperó! ¡Cuántas veces te esperara, cara fresca, negro pelo, en esta verde baranda! * Sobre el rostro del aljibe se mecía la gitana. Verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Un carámbano de luna la sostiene sobre el agua. La noche su puso íntima como una pequeña plaza. Guardias civiles borrachos, en la puerta golpeaban. Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar. Y el caballo en la montaña. SONETO GONGORINO EN QUE EL POETA MANDA A SU AMOR UNA PALOMA

Este pichón del Turia que te mando, de dulces ojos y de blanca pluma, sobre laurel de Grecia vierte y suma llama lenta de amor do estoy pasando. Su cándida virtud, su cuello blando, en limo doble de caliente espuma, con un temblor de escarcha, perla y bruma la ausencia de tu boca está marcando. Pasa la mano sobre tu blancura y verás qué nevada melodía esparce en copos sobre tu hermosura. Así mi corazón de noche y día, preso en la cárcel del amor oscura, llora, sin verte, su melancolía. LA CASADA INFIEL a Lydia Cabrera y a su negrita Y que yo me la llevé al río creyendo que era mozuela, pero tenía marido. Fue la noche de Santiago y casi por compromiso.

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16 Se apagaron los faroles y se encendieron los grillos. En las últimas esquinas toqué sus pechos dormidos, y se me abrieron de pronto como ramos de jacintos. El almidón de su enagua me sonaba en el oído, como una pieza de seda rasgada por diez cuchillos. Sin luz de plata en sus copas los árboles han crecido, y un horizonte de perros ladra muy lejos del río. * Pasadas las zarzamoras, los juncos y los espinos, bajo su mata de pelo hice un hoyo sobre el limo. Yo me quité la corbata. Ella se quitó el vestido. Yo el cinturón con revólver. Ella sus cuatro corpiños. Ni nardos ni caracolas tienen el cutis tan fino, ni los cristales con luna relumbran con ese brillo. Sus muslos se me escapaban como peces sorprendidos, la mitad llenos de lumbre, la mitad llenos de frío. Aquella noche corrí el mejor de los caminos, montado en potra de nácar sin bridas y sin estribos. No quiero decir, por hombre, las cosas que ella me dijo. La luz del entendimiento me hace ser muy comedido. Sucia de besos y arena yo me la llevé del río. Con el aire se batían las espadas de los lirios. Me porté como quien soy. Como un gitano legítimo. Le regalé un costurero grande de raso pajizo, y no quise enamorarme porque teniendo marido me dijo que era mozuela cuando la llevaba al río.

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17 SEVILLANAS DEL SIGLO XVIII 1 ¡Viva Sevilla! Llevan las sevillanas en la mantilla un letrero que dice: ¡Viva Sevilla! ¡Viva Triana! ¡Vivan los trianeros, los de Triana! ¡Vivan los sevillanos y sevillanas! 2 Lo traigo andado. La Macarena y todo lo traigo andado. Lo traigo andado; cara como la tuya no la he encontrado. La Macarena y todo lo traigo andado. 3 Ay río de Sevilla, qué bien pareces lleno de velas blancas y ramas verdes.

JORGE GUILLÉN LOS NOMBRES Albor. El horizonte entreabre sus pestañas, y empieza a ver. ¿Qué? Nombres. Están sobre la pátina de las cosas. La rosa se llama todavía hoy rosa, y la memoria de su tránsito, prisa. Prisa de vivir más. A lo largo amor nos alce

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18 esa pujanza agraz del Instante, tan ágil que en llegando a su meta corre a imponer Después. Alerta, alerta, alerta, yo seré, yo seré. ¿Y las rosas? Pestañas cerradas: horizonte final. ¿Acaso nada? Pero quedan los nombres. LAS DOCE EN EL RELOJ Dije: Todo ya pleno. Un álamo vibró. Las hojas plateadas Sonaron con amor. Los verdes eran grises, El amor era sol. Entonces, mediodía, Un pájaro sumió Su cantar en el viento Con tal adoración Que se sintió cantada Bajo el viento la flor Crecida entre las mieses, Más altas. Era yo, Centro en aquel instante De tanto alrededor, Quien lo veía todo Completo para un dios. Dije: Todo, completo. ¡Las doce en el reloj!

GERARDO DIEGO El ciprés de Silos Enhiesto surtidor de sombra y sueño que acongojas el cielo con tu lanza. Chorro que a las estrellas casi alcanza devanado a sí mismo en loco empeño. Mástil de soledad, prodigio isleño; flecha de fe, saeta de esperanza. Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza, peregrina al azar, mi alma sin dueño. Cuando te vi, señero, dulce firme, qué ansiedades sentí de diluirme y ascender como tú, vuelto cristales,

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19 como tú, negra torre de arduos filos, ejemplo de delirios verticales, mudo ciprés en el fervor de Silos. Vía crucis Por fin en la cruz te acuestas. Te abren una y otra mano, un pie y otro soberano, y a todo, manso, te prestas. Luego entre Dimas y Gestas, desencajado por crueles distensiones de cordeles, te clavan crucificado y te punzan el costado y te refrescan de hieles. Y que esto llegue es preciso y así todo se consuma, y, a la carga que te abruma, el cuello inclinas sumiso. -Conmigo en el paraíso serás hoy- al buen ladrón prometes. Tierna lección la de tus palabras ciertas. Toma mis manos abiertas. Toma mis pies: tuyos son. Romance del Duero. Río Duero, río Duero nadie a acompañarte baja, nadie se detiene a oír tu eterna estrofa de agua. Indiferente o cobarde, la ciudad vuelve la espalda. No quiere ver en tu espejo su muralla desdentada. Tú, viejo Duero, sonríes entre tus barbas de plata, moliendo con romances las cosechas mal logradas. Y entre los santos de piedra y los álamos de magia pasas llevando en tus ondas palabras de amor, palabras. Quién pudiera como tú,

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20 a la vez quieto y en marcha, cantar siempre el mismo verso, pero con distinta agua. Río Duero, río Duero, nadie a estar contigo baja, ya nadie quiere atender tu eterna estrofa olvidada, sino los enamorados que preguntan por sus almas y siembran en tus espumas palabras de amor, palabras. (De Soria) El sueño Apoya en mí la cabeza, si tienes sueño. Apoya en mí la cabeza, aquí, en mi pecho. Descansa, duérmete, sueña, no tengas miedo, no tengas miedo al mundo, que yo te velo. Levanta hacia mí los ojos, tus ojos lentos, y ciérralos poco a poco conmigo dentro; ciérralos, aunque no quieras, muertos de sueño. Ya estás dormida. Ya sube, baja tu pecho, y el mío al compás del tuyo mide el silencio, almohada de tu cabeza, celeste peso. Mi pecho de varón duro, tabla de esfuerzo, por ti se vuelve de plumas, cojín de sueños. Navega en dulce oleaje, ritmo sereno, ritmo de olas perezosas el de tus pechos. De cuando en cuando una grande, espuma al viento suspiro que se te escapa

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21 volando al cielo, y otra vez navegas lenta mares de sueño, y soy yo quien te conduce, yo que te velo, que para que te abandones te abrí mi pecho. ¿Qué sueñas? ¿Sueñas? ¿Qué buscan -palabras, besostus labios que se te mueven, dormido rezo? Si sueñas que estás conmigo, no es sólo sueño; lo que te aúna y te mece soy yo, es mi pecho. Despacio, brisas, despacio, que tiene sueño. Mundo sonoro que rondas, hazte silencio, que está durmiendo mi niña, que está durmiendo al compás que de los suyos copia mi pecho. Que cuando se me despierte buscando el cielo encuentre arriba mis ojos limpios y abiertos. En mitad de un verso Murió en mitad de un verso, cantándole, floreciéndole, y quedó el verso abierto, disponible para la eternidad, mecido por la brisa, la brisa que jamás concluye, verso sin terminar, poeta eterno. Quién se muriera así al aire de una sílaba. Y al conocer esa muerte de poeta, recordé otra de mis oraciones. "Quiero vivir, morir, siempre cantando y no quiero saber por qué ni cuándo." Sí, en el seno del verso,

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22 que concluya y me concluya Dios. (De Cementerio Civil.)

DÁMASO ALONSO CALLE DEL ARRABAL Se me quedó en lo hondo una visión tan clara, que tengo que entornar los ojos cuando intento recordarla. A un lado, hay un calvero de solares en frente, están las casas alineadas porque esperan que de un momento a otro la Primavera pasará. Las sábanas, aún goteantes, penden de todas las ventanas, el viento juega con el sol en ellas y ellas ríen del juego y de la gracia. Y hay las niñas bonitas que se peinan al aire 1ibre. Cantan los chicos de una escuela la lección. Las once dan. Por el arroyo pasa un viejo cojitranco que empuja su carrito de naranjas. ORACIÓN POR LA BELLEZA DE UNA MUCHACHA Tú le diste esa ardiente simetría de los labios, con brasa de tu hondura, y en dos enormes cauces de negrura, simas de infinitud, luz de tu día; esos bultos de nieve, que bullía al soliviar del lino la tersura, y, prodigios de exacta arquitectura, dos columnas que cantan tu armonía. Ay, tú, Señor, le diste esa ladera que en un álabe dulce se derrama, miel secreta en el humo entredorado. ¿A qué tu poderosa mano espera? Mortal belleza eternidad reclama. ¡Dale la eternidad que le has negado!

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23 INSOMNIO Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas). A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro, y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna. Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla. Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma, por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid, por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo. Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre? ¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches? HOMBRE Y DIOS Hombre es amor. Hombre es un haz, un centro donde se anuda el mundo. Si Hombre falla otra vez el vacío y la batalla del primer caos y el Dios que grita «¡Entro!» Hombre es amor, y Dios habita dentro de ese pecho y profundo, en él se acalla; con esos ojos fisga, tras la valla, su creación, atónitos de encuentro. Amor-Hombre, total rijo sistema yo (mi Universo). ¡Oh Dios, no me aniquiles tú, flor inmensa que en mi insomnio creces! Yo soy tu centro para ti, tu tema de hondo rumiar, tu estancia y tus pensiles. Si me deshago, tú desapareces. SONETO SOBRE LA LIBERTAD HUMANA Qué hermosa eres, libertad. No hay nada que te contraste. ¿Qué? Dadme tormento. Más brilla y en más puro firmamento libertad en tormento acrisolada. ¿Que no grite? ¿Mordaza hay preparada? Venid: amordazad mi pensamiento. Grito no es vibración de ondas al viento: grito es conciencia de hombre sublevada. Qué hermosa eres, libertad. Dios mismo te vio lucir, ante el primer abismo sobre su pecho, solitaria estrella.

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24 Una chispita del volcán ardiente tomó en su mano. Y te prendió en mi frente, libre llama de Dios, libertad bella. PREPARATIVOS DE VIAJE Unos se van quedando estupefactos, mirando sin avidez, estúpidamente, más allá, cada vez más allá, hacia la otra ladera otros voltean la cabeza a un lado y otro lado, sí, la pobre cabeza, aún no vencida, casi con gesto de dominio, como si no quisieran perder la última página de un libro de aventuras, casi con gesto de desprecio cual si quisieran volver con despectiva indiferencia las espaldas a una cosa apenas si entrevista, mas que no va con ellos. Hay algunos que agitan con angustia los brazos por fuera del embozo, cual si en torno a sus sienes espantaran tozudos moscardones azules o cual si bracearan en un agua densa, poblada de invisibles medusas. Otros maldicen a Dios, escupen al Dios que los hizo y las cuerdas heridas de sus chillidos acres atraviesan como una pesadilla las salas insomnes del hospital, hacen oscilar como viento sutil las alas de las tocas y cortan el torpe vaho del cloroformo. Algunos llaman con débil voz a sus madres las pobres madres, las dulces madres entre cuyas costillas hace ya muchos años que se pudren las tablas del ataúd. Y es muy frecuente que el moribundo hable de viajes largos, de viajes por transparentes mares azules, por archipiélagos remotos, y que se quiera arrojar del lecho porque va a partir el tren, porque ya zarpa el barco. (Y entonces se les hiela el alma a aquellos que rodean al enfermo. Porque comprenden.) Y hay algunos, felices, que pasan de un sueño rosado, de un sueño dulce, tibio y dulce, al sueño largo y frío. Ay, era ese engañoso sueño, cuando la madre, el hijo, la hermana han salido con enorme emoción, sonriendo, temblando, llorando, han salido de puntillas,

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25 para decir: « ¡Duerme tranquilo, parece que duerme muy bien!» Pero, no: no era eso. ... Oh sí; las madres lo saben muy bien: cada niño se duerme de una manera distinta... Pero todos, todos se quedan con los ojos abiertos. Ojos abiertos, desmesurados en el espanto último, ojos en guiño, como una soturna broma, como una mueca ante un panorama grotesco, ojos casi cerrados, que miran por fisura, por un trocito de arco, por el segmento inferior de las pupilas. No hay mirada más triste. Sí, no hay mirada más profunda ni más triste. Ah, muertos, muertos, ¿qué habéis visto en la esquinada cruel, en el terrible momento del tránsito? Ah, ¿qué habéis visto en ese instante del encontronazo con el camión gris de la muerte? No sé si cielos lejanísimos de desvaídas estrellas, de lentos cometas solitarios hacia la torpe nebulosa inicial, no sé si un infinito de nieves, donde hay un rastro de sangre, una huella de sangre inacabable, ni si el frenético color de una inmensa orquesta convulsa cuando se descuajan los orbes, ni si acaso la gran violeta que esparció por el mundo la tristeza como un largo perfume de enero, ay, no sé si habéis visto los ojos profundos, la faz impenetrable. Ah, Dios mío, Dios mío, ¿qué han visto un instante esos ojos que se quedaron abiertos?

VICENTE ALEIXANDRE CANCIÓN A UNA MUCHACHA MUERTA Dime, dime el secreto de tu corazón virgen, dime el secreto de tu cuerpo bajo tierra, quiero saber por qué ahora eres un agua, esas orillas frescas donde unos pies desnudos se bañan con espuma. Dime por qué sobre tu pelo suelto, sobre tu dulce hierba acariciada, cae, resbala, acaricia, se va un sol ardiente o reposado que te toca como un viento que lleva sólo un pájaro o mano. Dime por qué tu corazón como una selva diminuta espera bajo tierra los imposibles pájaros, esa canción total que por encima de los ojos hacen los sueños cuando pasan sin ruido. Oh tú, canción que a un cuerpo muerto o vivo, que a un ser hermoso que bajo el suelo duerme, cantas color de piedra, color de beso o labio, cantas como si el nácar durmiera o respirara.

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26 Esa cintura, ese débil volumen de un pecho triste, ese rizo voluble que ignora el viento, esos ojos por donde sólo boga el silencio, esos dientes que son de marfil resguardado, ese aire que no mueve unas hojas no verdes... ¡Oh tú, cielo riente, que pasas como nube; oh pájaro feliz, que sobre un hombro ríes; fuente que, chorro fresco, te enredas con la luna; césped blando que pisan unos pies adorados!

EN EL FONDO DEL POZO (El Enterrado) Allá en el fondo del pozo donde las florecillas donde las lindas margaritas no vacilan donde no hay viento o perfume de hombre donde jamás el mar impone su amenaza allí allí está quedo ese silencio hecho como un rumor ahogado con un puño Si una abeja si un ave voladora si ese error que no se espera nunca se produce el frío permanece El sueño en vertical hundió la tierra y ya el aire está libre Acaso una voz una mano ya suelta un impulso hacia arriba aspira a luna a calma a tibieza a ese veneno de una almohada en la boca que se ahoga ¡Pero dormir es tan sereno siempre! Sobre el frío sobre el hielo sobre una sombra de mejilla sobre una palabra yerta y más ya ida sobre la misma tierra siempre virgen Una tabla en el fondo oh pozo innúmero esa lisura ilustre que comprueba que una espalda es contacto es frío seco es sueño siempre aunque la frente esté borrada Pueden pasar ya nubes Nadie sabe Ese clamor ¿Existen las campanas? Recuerdo que el color blanco o las formas recuerdo que los labios, sí, hasta hablaban Era el tiempo caliente. Luz inmólame Era entonces cuando el relámpago de pronto quedaba suspendido hecho de hierro Tiempo de los suspiros o de adórame cuando nunca las aves perdían plumas Tiempo de suavidad y permanencia Los galopes no daban sobre el pecho no quedaban los cascos, no eran cera Las lágrimas rodaban como besos Y en el oído el eco era ya sólido

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27 Así la eternidad era el minuto El tiempo sólo una tremenda mano sobre el cabello largo detenida Oh sí. En este hondo silencio o humedades bajo las siete capas de cielo azul yo ignoro la música cuajada en hielo súbito la garganta que se derrumba sobre los ojos la íntima onda que se anega sobre los labios Dormido como una tela siento crecer la hierba verde suave que inútilmente aguarda ser curvado Una mano de acero sobre el césped un corazón un juguete olvidado un resorte una lima un beso un vidrio Una flor de cristal que así impasible chupa de tierra un silencio o memoria. CONSUMACIÓN Si yo fuese un niño, si yo fuese un niño, redondo, quieto y sumergido. Sumergido, no; sacado a la luz, estallado hacia fuera, exhibido en esa otra Creación donde un niño es un niño en su reino. Pero si sumergido estuve antaño, bajo las aguas de la luz que eran cielo y sus ondas, hoy no puedo sino decirlo, tomar nota, procurar explicarlo, prohibiéndome al mismo tiempo la confusión de lo que veo con lo que fue y ha sido. Todavía el hombre a veces intenta explicar un sueño, dibujando la presencia del amor, el límite del corazón y su centro justísimo. Aún intentar decir: «Amo, soy feliz; me conformo.» Que es tanto como decir: «Soy real.» Pero cuando las hojas todas se han caído: primero las flores, luego los mismos frutos, más tarde el humo, el halo de persuasión que rodea a la copa como su mismo sueño entonces no hay sino ver aparecer la verdad, el tronco último, el despojado ramaje fino que ya no tiembla. La desnudez suprema del árbol quedado que finísimamente acaba en la casi imposible ramilla, tronquito extremo sin variación de hoja, superación sin música de la inquietante rueda de las estaciones. Entonces llega el conocimiento, y allá dentro en el nudo del hombre, si todavía existe un centro que tiene nombre y que yo no quiero mencionar; si aún persiste y exige y golpea imperiosamente, porque nadie quiere morir, puedes sonreír de buena gana, y burlarte, y mirándolo con desdén quiere morir, decir con voz muy baja, de modo que todo el mundo te oiga: «Amigo...: todo está consumado». LA DICHA No. ¡Basta! Basta siempre. Escapad, escapad: sólo quiero, sólo quiero tu muerte cotidiana. El busto erguido, la terrible columna. el cuello febricente, la convocación de los robles;

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28 las manos que son piedra, la luna de piedra sorda y el vientre que es sol, el único extinto sol. ¡Hierba seas! Hierba reseca, apretadas raíces, follaje entre los muslos donde ni gusanos ya viven porque la tierra no puede ni ser grata a los labios, a esos que fueron —sí— caracoles de lo húmedo. Matarte a ti, pie inmenso, yeso escupido pie masticado días y días cuando los ojos sueñan, cuando hacen un paisaje azul cándido y nuevo donde una niña entera se baña sin espuma. Matarte a ti, cuajarón redondo, forma o montículo, materia vil, vomitadura o escarnio, palabra que pendiente de unos labios morados ha colgado en la muerte putrefacta o el beso. No. ¡No! Tenerte aquí corazón que latiste entre mis dientes larguísimos, en mis dientes o clavos amorosos o dardos, o temblor de tu carne cuando yacía inerte como el vivaz lagarto que se besa y se besa. Tu mentira catarata de números, catarata de manos de mujer con sortijas, catarata de dijes donde pelos se guardan, donde ópalos u ojos están en terciopelos, donde las mismas uñas se guardan con encajes. Muere, muere como el clamor de la tierra estéril, como la tortuga machacada por un pie desnudo, pie herido cuya sangre, sangre fresca y novísima, quiere correr y ser como un río naciente. Canto el cielo feliz, el azul que despunta, canto la dicha de amar dulces criaturas, de amar a lo que nace bajo las piedras limpias, agua, flor, hoja, sed, lámina, río o viento, amorosa presencia de un día que sé existe. SE QUERÍAN Se querían. Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada, labios saliendo de la noche dura, labios partidos, sangre, ¿sangre dónde? Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz. Se querían como las flores a las espinas hondas, a esa amorosa gema del amarillo nuevo, cuando los rostros giran melancólicamente, giralunas que brillan recibiendo aquel beso. Se querían de noche, cuando los perros hondos laten bajo la tierra y los valles se estiran como lomos arcaicos que se sienten repasados: caricia, seda, mano, luna que llega y toca. Se querían de amor entre la madrugada, entre las duras piedras cerradas de la noche,

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29 duras como los cuerpos helados por las horas, duras como los besos de diente a diente solo. Se querían de día, playa que va creciendo, ondas que por los pies acarician los muslos, cuerpos que se levantan de la tierra y flotando... Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo. Mediodía perfecto, se querían tan íntimos, mar altísimo y joven, intimidad extensa, soledad de lo vivo, horizontes remotos ligados como cuerpos en soledad cantando. Amando. Se querían como la luna lúcida, como ese mar redondo que se aplica a ese rostro, dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida, donde los peces rojos van y vienen sin música. Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios, ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas, mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal, metal, música, labio, silencio, vegetal, mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.

LUIS CERNUDA Escondido en los muros este jardín me brinda sus ramas y sus aguas de secreta delicia. Qué silencio. ¿Es así el mundo?... Cruz al cielo desfilando paisajes, risueño hacia lo lejos. Tierra indolente. En vano resplandece el destino. Junto a las aguas quietas sueño y pienso que vivo. Mas el tiempo ya tasa el poder de esta hora; madura su medida, escapa entre sus rosas. Y el aire fresco vuelve con la noche cercana, su tersura olvidando las ramas y las aguas. QUISIERA ESTAR SOLO EN EL SUR

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30 Quizá mis lentos ojos no verán más el sur de ligeros paisajes dormidos en el aire, con cuerpos a la sombra de ramas como flores o huyendo en un galope de caballos furiosos. El sur es un desierto que llora mientras canta, y esa voz no se extingue como pájaro muerto; hacia el mar encamina sus deseos amargos abriendo un eco débil que vive lentamente. En el sur tan distante quiero estar confundido. La lluvia allí no es más que una rosa entreabierta; su niebla misma ríe, risa blanca en el viento. Su oscuridad, su luz son bellezas iguales. DIRÉ CÓMO NACISTEIS Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos, Como nace un deseo sobre torres de espanto, Amenazadores barrotes, hiel descolorida, Noche petrificada a fuerza de puños, Ante todos, incluso el más rebelde, Apto solamente en la vida sin muros. Corazas infranqueables, lanzas o puñales, Todo es bueno si deforma un cuerpo; Tu deseo es beber esas hojas lascivas O dormir en esa agua acariciadora. No importa; Ya declaran tu espíritu impuro. No importa la pureza, los dones que un destino Levantó hacia las aves con manos imperecederas; No importa la juventud, sueño más que hombre, La sonrisa tan noble, playa de seda bajo la tempestad De un régimen caído. Placeres prohibidos, planetas terrenales, Miembros de mármol con sabor de estío, Jugo de esponjas abandonadas por el mar, Flores de hierro, resonantes como el pecho de un hombre. Soledades altivas, coronas derribadas, Libertades memorables, manto de juventudes; Quien insulta esos frutos, tinieblas en la lengua, Es vil como un rey, como sombra de rey Arrastrándose a los pies de la tierra Para conseguir un trozo de vida. No sabía los límites impuestos, Límites de metal o papel, Ya que el azar le hizo abrir los ojos bajo una luz tan alta,

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31 Adonde no llegan realidades vacías, Leyes hediondas, códigos, ratas de paisajes derruidos. Extender entonces una mano Es hallar una montaña que prohíbe, Un bosque impenetrable que niega, Un mar que traga adolescentes rebeldes. Pero si la ira, el ultraje, el oprobio y la muerte, Ávidos dientes sin carne todavía, Amenazan abriendo sus torrentes, De otro lado vosotros, placeres prohibidos, Bronce de orgullo, blasfemia que nada precipita, Tendéis en una mano el misterio. Sabor que ninguna amargura corrompe, Cielos, cielos relampagueantes que aniquilan. Abajo, estatuas anónimas, Sombras de sombras, miseria, preceptos de niebla; Una chispa de aquellos placeres Brilla en la hora vengativa. Su fulgor puede destruir vuestro mundo. GÓNGORA El andaluz envejecido que tiene gran razón para su orgullo, El poeta cuya palabra lúcida es como diamante, Harto de fatigar sus esperanzas por la corte, Harto de su pobreza noble que le obliga A no salir de casa cuando el día, sino al atardecer, ya que las sombras, Más generosas que los hombres, disimulan En la común tiniebla parda de las calles La bayeta caduca de su coche y el tafetán delgado de su traje; Harto de pretender favores de magnates, Su altivez humillada por el ruego insistente, Harto de los años tan largos malgastados En perseguir fortuna lejos de Córdoba la llana y de su muro excelso, Vuelve al rincón nativo para morir tranquilo y silencioso. Ya restituye el alma a soledad sin esperar de nadie Si no es de su conciencia, y menos todavía De aquel sol invernal de la grandeza Que no atempera el frío del desdichado, Y aprende a desearles buen viaje A príncipes, virreyes, duques altisonantes, Vulgo luciente no menos estúpido que el otro; Ya se resigna a ver pasar la vida tal sueño inconsistente Que el alba desvanece, a amar el rincón solo Adonde conllevar paciente su pobreza, Olvidando que tantos menos dignos que él, como la bestia ávida Toman hasta saciarse la parte mejor de toda cosa, Dejándole la amarga, el desecho del paria. Pero en la poesía encontró siempre, no tan sólo hermosura, sino ánimo, La fuerza del vivir más libre y más soberbio, Como un neblí que deja el puño duro para buscar las nubes

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32 Traslúcidas de oro allá en el cielo alto. Ahora al reducto último de su casa y su huerto le alcanzan todavía Las piedras de los otros, salpicaduras tristes Del aguachirle caro para las gentes Que forman el común y como público son árbitro de gloria. Ni aun esto Dios le perdonó en la hora de su muerte. Decretado es al fin que Góngora jamás fuera poeta, Que amó lo oscuro y vanidad tan sólo le dictó sus versos. Menéndez y Pelayo, el montañés henchido por sus dogmas, No gustó de él y le condena con fallo inapelable. Viva pues Góngora, puesto que así los otros Con desdén le ignoraron, menosprecio Tras del cual aparece su palabra encendida Como estrella perdida en lo hondo de la noche, Como metal insomne en las entrañas de la tierra. Ventaja grande es que esté ya muerto Y que de muerto cumpla los tres siglos, que así pueden Los descendientes mismos de quienes le insultaban Inclinarse a su nombre, dar premio al erudito, Sucesor del gusano, royendo su memoria. Mas el no transigió en la vida ni en la muerte Y a salvo puso su alma irreductible Como demonio arisco que ríe entre negruras. Gracias demos a Dios por la paz de Góngora vencido; Gracias demos a Dios por la paz de Góngora exaltado; Gracias demos a Dios, que supo devolverle (como hará con nosotros), Nulo al fin, ya tranquilo, entre su nada.

QUÉ RUIDO TAN TRISTE Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman, parece como el viento que se mece en otoño sobre adolescentes mutilados, mientras las manos llueven, manos ligeras, manos egoístas, manos obscenas, cataratas de manos que fueron un día flores en el jardín de un diminuto bolsillo. Las flores son arena y los niños son hojas, y su leve ruido es amable al oído cuando ríen, cuando aman, cuando besan, cuando besan el fondo de un hombre joven y cansado porque antaño soñó mucho día y noche. Mas los niños no saben, ni tampoco las manos llueven como dicen; así el hombre, cansado de estar solo con sus sueños, invoca los bolsillos que abandonan arena, arena de las flores, para que un día decoren su semblante de muerto. TE QUIERO

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33 Te lo he dicho con el viento, jugueteando como animalillo en la arena o iracundo como órgano impetuoso; Te lo he dicho con el sol, que dora desnudos cuerpos juveniles y sonríe en todas las cosas inocentes; Te lo he dicho con las nubes, frentes melancólicas que sostienen el cielo, tristezas fugitivas; Te lo he dicho con las plantas, leves criaturas transparentes que se cubren de rubor repentino; Te lo he dicho con el agua, vida luminosa que vela un fondo de sombra; te lo he dicho con el miedo, te lo he dicho con la alegría, con el hastío, con las terribles palabras. Pero así no me basta: más allá de la vida, quiero decírtelo con la muerte; más allá del amor, quiero decírtelo con el olvido.

RAFAEL ALBERTI El mar. La mar. El mar. ¡Sólo la mar! ¿Por qué me trajiste, padre, a la ciudad? ¿Por qué me desenterraste del mar? En sueños, la marejada me tira del corazón. Se lo quisiera llevar. Padre, ¿por qué me trajiste acá? EL TONTO DE RAFAEL (Autorretrato burlesco)

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34 Por las calles, ¿quién aquél? ¡El tonto de Rafael! Tonto llovido del cielo, del limbo, sin un ochavo. Mal pollito colipavo, sin plumas, digo, sin pelo. ¡Pío-pic!, pica, y al vuelo todos le pican a él. ¿Quién aquél? ¡El tonto de Rafael! Tan campante, sin carrera, no imperial, sí tomatero, grillo tomatero, pero sin tomate en la grillera. Canario de la fresquera, no de alcoba o mirabel. ¿Quién aquél? ¡El tonto de Rafael! Tontaina tonto del higo, rodando por las esquinas bolas, bolindres, pamplinas y pimientos que no digo. Mas nunca falta un amigo que le mendigue un clavel. ¿Quién aquél? ¡El tonto de Rafael! Patos con gafas, en fila, lo raptarán tontamente en la berlina inconsciente de San Jinojito el lila. ¿Qué runrún, qué retahíla sube el cretino eco fiel? ¡Oh, oh, pero si es aquél el tonto de Rafael! LA PALOMA Se equivocó la paloma, se equivocaba. Por ir al norte fue al sur, creyó que el trigo era el agua. Creyó que el mar era el cielo que la noche la mañana. Que las estrellas rocío, que la calor la nevada. Que tu falda era tu blusa, que tu corazón su casa. (Ella se durmió en la orilla, tú en la cumbre de una rama.) GALOPE Las tierras, las tierras, las tierras de España, las grandes, las solas, desiertas llanuras.

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35 Galopa, caballo cuatralbo, jinete del pueblo, al sol y a la luna. ¡A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar! A corazón suenan, resuenan, resuenan las tierras de España, en las herraduras. Galopa, jinete del pueblo, caballo cuatralbo, caballo de espuma. ¡A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar! Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie; que es nadie la muerte si va en tu montura. Galopa, caballo cuatralbo, jinete del pueblo, que la tierra es tuya. ¡A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar! A FEDERICO GARCÍA LORCA Sal tú, bebiendo campos y ciudades, en largo ciervo de agua convertido, hacia el mar de las albas claridades, del martín-pescador mecido nido; que yo saldré a esperarte, amortecido, hecho junco, a las altas soledades, herido por el aire y requerido por tu voz, sola entre las tempestades. Deja que escriba, débil junco frío, mi nombre en esas aguas corredoras, que el viento llama, solitario, río. Disuelto ya en tu nieve el nombre mío, vuélvete a tus montañas trepadoras, ciervo de espuma, rey del monterío. A LUIS CERNUDA, AIRE DEL SUR BUSCADO EN INGLATERRA Si el aire se dijera un día: —Estoy cansado, rendido de mi nombre... Ya no quiero

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36 ni mi inicial para firmar el bucle del clavel, el rizado de la rosa, el plieguecillo fino del arroyo, el gracioso volante de la mar y el hoyuelo que ríe en la mejilla de la vela... Desorientado, subo de las blandas, dormidas superficies que dan casa a mi sueño. Fluyo de las paradas enredaderas, calo los ciegos ajimeces de las torres; tuerzo, ya pura delgadez, las calles de afiladas esquinas, penetrando, roto y herido de los quicios, hondos zaguanes que se van a verdes patios donde el agua elevada me recuerda, dulce y desesperada, mi deseo... Busco y busco llamarme ¿con qué nueva palabra, de qué modo? ¿No hay soplo, no hay aliento, respiración capaz de poner alas a esa desconocida voz que me denomine? Desalentado, busco y busco un signo, un algo o alguien que me sustituya que sea como yo y en la memoria fresca de todo aquello, susceptible de tenue cuna y cálido susurro, perdure con el mismo temblor, el mismo hálito que tuve la primera mañana en que al nacer, la luz me dijo: —Vuela. Tú eres el aire. Si el aire se dijera un día eso... SALAS DE LOS INFANTES (PREGÓN DEL AMANECER) ¡Arriba, trabajadores madrugadores! ¡En una mulita parda baja la aurora a la plaza el aura de los clamores, trabajadores! ¡Toquen el cuerno los cazadores; hinquen el hacha los leñadores; a los pinares el ganadico, pastores!

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NOCTURNO Cuando tanto se sufre sin sueño y por la sangre se escucha que transita solamente la rabia, que en los tuétanos tiembla despabilado el odio y en las médulas arde continua la venganza, las palabras entonces no sirven: son palabras. Balas. Balas. Manifiestos, artículos, comentarios, discursos, humaredas perdidas, neblinas estampadas. ¡qué dolor de papeles que ha de barrer el viento, qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua! Balas. Balas. Ahora sufro lo pobre, lo mezquino, lo triste, lo desgraciado y muerto que tiene una garganta cuando desde el abismo de su idioma quisiera gritar lo que no puede por imposible, y calla. Balas. Balas. Siento esta noche heridas de muerte las palabras.

MANUEL ALTOLAGUIRRE Era mi dolor tan alto, que la puerta de la casa de donde salí llorando me llegaba a la cintura. ¡Qué pequeños resultaban los hombres que iban conmigo! Crecí como una alta llama de tela blanca y cabellos. Si derribaran mi frente los toros bravos saldrían, luto en desorden, dementes, contra los cuerpos humanos. Era mi dolor tan alto, que miraba al otro mundo por encima del ocaso. BESO

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38 ¡Qué sola estabas por dentro! Cuando me asomé a tus labios un rojo túnel de sangre, oscuro y triste, se hundía hasta el final de tu alma. Cuando penetró mi beso, su calor y su luz daban temblores y sobresaltos a tu carne sorprendida. Desde entonces los caminos que conducen a tu alma no quieres que estén desiertos. ¡Cuántas flechas, peces, pájaros, cuántas caricias y besos! LAS CARICIAS ¡Qué música del tacto las caricias contigo! ¡Qué acordes tan profundos! ¡Qué escalas de ternuras, de durezas, de goces! Nuestro amor silencioso y oscuro nos eleva a las eternas noches que separan altísimas los astros más distantes. ¡Qué música del tacto las caricias contigo! PLAYA A Federico García Lorca Las barcas de dos en dos, como sandalias del viento puestas a secar al sol. Yo y mi sombra, ángulo recto. Yo y mi sombra, libro abierto. Sobre la arena tendido como despojo del mar se encuentra un niño dormido. Yo y mi sombra, ángulo recto. Yo y mi sombra, libro abierto.

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39 Y más allá, pescadores tirando de las maromas amarillas y salobres. Yo y mi sombra, ángulo recto. Yo y mi sombra, libro abierto. TUS PALABRAS Apoyada en mi hombro eres mi ala derecha. Como si desplegaras tus suaves plumas negras, tus palabras a un cielo blanquísimo me elevan. Exaltación. Silencio. Sentado estoy a mi mesa, sangrándome la espalda, doliéndome tu ausencia. MIS PRISIONES Sentirse solo en medio de la vida casi es reinar, pero sentirse solo en medio del olvido, en el oscuro campo de un corazón, es estar preso, sin que siquiera una avecilla trine para darme noticias de la aurora. Y el estar preso en varios corazones, sin alcanzar conciencia de cuál sea la verdadera cárcel de mi alma, ser el centro de opuestas voluntades, si no es morir, es envidiar la muerte.

EMILIO PRADOS Entre nuestros dos cuerpos, ¡qué inolvidable abismo! SUEÑO RINCÓN DE LA SANGRE Te llamé. Me llamaste. Brotamos como ríos. Alzáronse en el cielo los nombres confundidos.

Tan chico el almoraduj y... ¡cómo huele! Tan chico.

Te llamé. Me llamaste. Brotamos como ríos. Nuestros cuerpos quedaron frente a frente, vacíos. Te llamé. Me llamaste. Brotamos como ríos.

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De noche, bajo el lucero, tan chico el almoraduj y, ¡cómo huele! Y... cuando en la tarde llueve, ¡cómo huele!

Manuel López Castilleja (Departamento de Lengua Castellana y Literatura del IES Pablo Neruda de Castilleja de la Cuesta)


40 Y cuando levanta el sol, tan chico el almoraduj ¡cómo huele!

tan chico, el almoraduj! ¡Cómo duele!... tan chico el almoraduj Tan chico.

Y, ahora, que del sueño vivo ¡cómo huele,

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Manuel López Castilleja (Departamento de Lengua Castellana y Literatura del IES Pablo Neruda de Castilleja de la Cuesta)


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