La generación del 27

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La GeneracioĚ n del 27


LA GENERACIÓN DEL 27 Un grupo poético En 1927 se celebra en el Ateneo de Sevilla un acto para conmemorar el tercer centenario de la muerte de Góngora. Una fotografía recoge, en el salón de actos, tras la mesa, a un grupo de jóvenes. Ahí están, entre otros, Alberti, García Lorca, Jorge Guillen, Dámaso Alonso y Gerardo Diego. Añadamos a Pedro Salinas, a Vicente Aleixandre, a Luis Cernuda... Se trata de grupo de poetas que ha dado a la lírica española una nueva Edad de Oro. Es la Generación del 27. Rasgos generacionales Se trata, en efecto, de un grupo compacto.

Todos sus miembros tuvieron

conciencia de ello. Por eso constituyen un ejemplo de «generación literaria». -

Tienen una edad aproximada: entre el mayor, Salinas y el más joven, Cernuda, sólo median nueve años.

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Su formación es semejante: todos fueron universitarios y varios de ellos profesores de Literatura.

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Su convivencia fue estrecha: les unió una entrañable amistad y sólo la guerra civil logró separarlos en el espacio, no en el afecto. Juntos participaron en actos públicos, recitales y conferencias, como aquel homenaje a Góngora. — Tal homenaje es, precisamente, el «acontecimiento generacional» que los unió del todo, aunque algunos de ellos se conocieran de antes.

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Sobre todos ellos planeó el magisterio de Juan Ramón Jiménez. Además, sintieron, como veremos, semejante admiración por ciertos poetas españoles y extranjeros.

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Todos experimentaron la necesidad de encontrar un nuevo lenguaje poético, aunque cada cual imprimiera a su búsqueda un sello personal. Lo que no encontraremos en ellos —a diferencia de ciertos vanguardistas— es rupturas ni denuestos contra las generaciones anteriores. El ansia de renovación se combina en estos poetas con un ecuánime respeto —y, en ocasiones, gran admiración— por la literatura del pasado.

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Tradición y renovación

Las diversas facetas que ofrece la obra del grupo nos descubren sus preferencias comunes y las influencias que recibieron.

De los poetas inmediatamente anteriores, admiraron a Unamuno y, más aún, a Machado. Valoraron a Rubén Darío, aunque el Modernismo dejó escaso rastro en sus obras. Ya hemos aludido a la fascinación que ejerció sobre todos Juan Ramón Jiménez.

Desde más lejos les llega la influencia de Bécquer, que puede apreciarse en los comienzos de Lorca, de Salinas, de Cernuda, etc., y aún más tarde en Alberti.

En su búsqueda de un lenguaje estrictamente poético, fue decisivo el

ejemplo de Góngora. Y es que, tres siglos atrás, el autor del Polifemo ya se había propuesto encontrar un lenguaje especial para la poesía, diametralmente alejado de la lengua usual de la comunicación, un «lenguaje dentro del lenguaje», un «subcódigo» inconfundible. •

Otros clásicos contarían con su fervor. Como profesores y críticos,

algunos de los miembros del grupo nos han dejado magistrales estudios y homenajes poéticos dedicados a Manrique, Garcilaso, San Juan de la Cruz, Fray Luis, Quevedo, etc. Especial interés suscitó Lope de Vega, sobre todo con sus poemillas de corte popular. •

Y esto nos lleva a otro punto: a pesar de su estética cultísima, hay en

la Generación del 27 una profunda veneración por las formas populares, El Cancionero y el Romancero tradicionales, Gil Vicente, Juan del Encina están presentes en Lorca y en Alberti, como en Dámaso Alonso y Gerardo Diego. •

Pero, junto a esta tradición remota o próxima, los autores del 27

recibieron la influencia de corrientes extranjeras: del poeta francés Valéry o del anglosajón T. S. Eliot, y de ciertos aspectos de las vanguardias, sobre todo del surrealismo. En relación con esto, les subyugó el análisis de Ortega sobre La deshumanización del arte, aunque pronto superarían tal postura. En suma, la Generación del 27 nos sorprende porque su asimilación de formas pasadas y tradicionales no contradice esa inmensa labor suya en la renovación de la lírica española; renovación que es, en definitiva, lo que le

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confiere un puesto glorioso en nuestra literatura, así como en la poesía mundial. Evolución Aun teniendo en cuenta las diferencias entre los distintos autores, pueden señalarse, en conjunto, las siguientes etapas: 1.a) Tras unos comienzos en que es más notoria la influencia de Bécquer, el aludido magisterio de Juan Ramón los orienta hacia una poesía «pura»; es decir, depurar el poema de la «anécdota humana» y perseguir la perfección formal. Fue un intento. Por fortuna, lo humano late —hasta en esta primera etapa— en la poesía de Lorca, de Alberti, de casi todos. El mismo Guillén se declararía partidario de «una poesía pura, ma non troppo». 2.a) La «humanización» de la poesía es cada vez mayor. Coincide esta segunda etapa con la influencia del Surrealismo. A partir de entonces, pasarán a primer término los eternos sentimientos del hombre: el amor, el ansia de plenitud, la inquietud ante los problemas de la existencia... 3.a)

Nuevas

circunstancias

y

nuevas

exigencias.

En

los

años

inmediatamente anteriores a la guerra, se impone en algunos poetas la urgencia de una literatura «social»; últimas obras teatrales de Lorca, nuevos libros de Alberti. Este último —como Cernuda— adopta un compromiso político concreto. Un dato significativo: en 1935, Pablo Neruda, residente en Madrid, publica un «Manifiesto por una poesía impura»; es decir, inmersa en las circunstancias humanas y sociales más concretas. Pasa la guerra civil. Lorca ha muerto. En España, la poesía deriva hacia un humanismo angustiado (Dámaso Alonso) o abierto hacia una nueva solidaridad (Aleixandre). En el exilio, la nota dominante será, al correr de los años, la nostalgia de una patria perdida (sobre todo en Cernuda y Alberti).

Innovaciones formales

Como hemos apuntado, la Generación del 27 aportó muchas y profundas novedades a la expresión poética. Hemos aludido a su búsqueda de un lenguaje «distinto», a la renovación de la metáfora, etc. Si comparamos la métrica de estos poetas con la del Modernismo, la primera impresión es que se ha operado una reducción: se renuncia a muchas

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de las brillantes y sonoras variedades de versos que usaron los modernistas; se prefieren formas más sencillas. Pero, junto a las formas tradicionales y clásicas, los poetas del grupo desarrollaron ampliamente el verso libre y el versículo. También en esto contaron con precedentes: Juan Ramón Jiménez —en su madurez— y los vanguardistas. Como es sabido, la métrica tradicional se basa en el cómputo de sílabas, en la distribución de los acentos y en las rimas, como medios para crear el ritmo. Se trata, en suma, de la reiteración de elementos fónicos. El verso libre y el versículo responden a otra concepción del ritmo. La medida y las pausas son variables. Los acentos no aparecen con regularidad, aunque su distribución puede quedar dentro de ciertos límites, a diferencia de la prosa ordinaria. ¿En qué se basa entonces el ritmo? Normalmente, en la reiteración de palabras y de esquemas sintácticos o en ciertos paralelismos en las mismas ideas. Los poetas Dejaremos fuera a poetas estimables: Prados, Altolaguirre, Villalón, Basterra, Moreno Villa, Domenchina... Los que elegimos podrían distribuirse en varios grupos: —Figuran, ante todo, Pedro Salinas, Jorge Guillén y Gerardo Diego, en quienes encontraremos los ejemplos más característicos de «poesía pura». —Las hondas raíces populares emparentan a García Lorca y Rafael Alberti. —Dámaso Alonso y Vicente Aleixandre tienen en común el haberse aproximado, después de la guerra, a las corrientes de la poesía más joven. —En un lugar hasta cierto punto aislado, se sitúa la obra singular de Luis Cernuda. —Y añadimos al que podríamos considerar «el hermano menor de la Generación del 27» (o su «genial epígono», como lo llamó Dámaso Alonso): nos referimos a Miguel Hernández.

Fuente: Literatura española de 2º de BUP de la editorial Anaya. Autores: Fernando Lázaro y Vicente Tusón.

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