MISTERIO EN "EL BROCENSE"

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INDICE DE AUTORES

Guillermo Alcántara Avís……………………………2 Álvaro Cantero Acedo………………………………..3 Elena Carballo Martín……………… ………………..5 Irene Carballo Martín…………………………………6 Carlos Miguel Díaz Domínguez……………………. 9 Beatriz Diéguez Gallego……………………………..7 Mario Holgado Fernández…………………………..11 Sara Fernández Insausti…………………………….13 Olga Gómez Llanos…………………………………..14 Pablo Hisado Romano…………………………….....16 Javier Macías González……………………………...17 Juan Francisco Macías Borrella……………………18 Alejandra Martínez Hornero………………………....19 Ana Mena Santano…………………………………….20 Alberto Molano Cortés………………………………..22 Jaime Molero Pino…………………………………….23 Fátima Montes Barroso……………………………....24 Silvia Pérez Pereira…………………………………....26 Alejandro Rino Mendo………………………………...27 Esther Rosado Barbancho…………………………...29 Diego Sobrino Álvarez………………………………...30 Francisco Zurita Montes………………………………31 2


EXTRAÑA MUERTE EN EL INSTITUTO

Hace unos años ocurrió algo muy extraño en el instituto I.E.S “El Brocense”, un suceso rodeado de misterio e incógnitas, y yo estuve allí cuando sucedió todo. Era un jueves normal en clase, parecía un día cualquiera, uno más, pero no iba a ser así. Estábamos en clase de gimnasia cuando sonó un ruido fortísimo en el cuarto de material deportivo. La clase se paró inmediatamente y Matilde, la profesora, me mandó a ver qué era lo que había sucedido dentro del cuarto, ya que había sido el último en entrar. Al abrir la puerta ya había algo extraño, la luz estaba encendida y yo al salir la había apagado, pero la gran sorpresa se escondía tras la segunda puerta, al abrirla me quedé sobrecogido, en el suelo yacía el cuerpo sin vida de Paloma, profesora de Historia del centro, rodeada de un gran charco de sangre y un bate de béisbol impregnado de sangre también. Mi primera reacción fue llamar rápidamente a Matilde, quien nos mandó a todos al aula para que el resto de la clase no viera lo sucedido. La policía y la ambulancia llegaron enseguida, pero ya nada se pudo hacer. La autopsia decía que había muerto por desangrarse debido a un fuerte golpe en la cabeza propinado por un objeto contundente, y que por el ángulo del golpe y la fuerza con la que se ejecutó era imposible que se lo hubiera propinado ella misma. Yo sigo teniendo varias incógnitas en mi cabeza ¿Cómo había entrado en el cuarto si minutos antes había entrado yo y allí no había nadie, ni tampoco había entrado nadie detrás de mí? ¿Quién la mató si nadie había entrado ni salido de esa sala durante la clase? Este caso sigue sin resolverse y de momento tampoco hay ninguna pista para esclarecerlo, pero sí muchos misterios y enigmas.

Guillermo Alcántara Avís, 2º de Bachillerato F

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Terror. Todo está oscuro. Veo mi vida delante de mí, incluso momentos que ni siquiera recordaba. No puedo creer que todo acabe aquí, no es justo. No dejo de ver ese momento, el que me ha conducido a esta situación. ¿Por qué tuvimos que entrar? Aquella tarde del mes de diciembre fue cuando todo empezó. Había quedado con Lucía en la puerta de mi casa para ir al cine con todos los compañeros del equipo de fútbol. Nos habíamos puesto en camino e íbamos turnándonos en nuestro gran juego de contar chistes malos con el que podíamos pasarnos horas y horas riéndonos a carcajadas. Estábamos pasando por El Brocense cuando, dentro, oímos un ruido muy extraño, como de una persona gritando, pero no estábamos seguros. Lucía tenía miedo. Yo le dije que entráramos por si alguien se había hecho daño. La puerta estaba abierta. Una vez dentro registramos todo el instituto, buscando la procedencia de aquel sonido, grito o lo que fuera, pero no encontramos nada por ninguna parte. Ya llegábamos tarde al cine así que, como no habíamos encontrado nada nos encaminamos a la salida, pero la puerta estaba cerrada y no había ninguna posibilidad de salir a menos que fuera saltando. En ese momento me di cuenta de que Lucía había desaparecido sin dejar rastro ¿qué estaba pasando? Empecé a gritar como loco, buscándola por todos lados: secretaría, los departamentos, el gimnasio, audiovisuales… Cuando, de repente, ese ruido de nuevo. Seguro que le había pasado algo. Sólo me quedaba por mirar en la biblioteca, por lo que fui directo hacia allí. Era ya completamente de noche y no veía nada. Lo poco que iluminaba mi móvil fue suficiente para darme cuenta de aquella enorme mancha roja. Seguí el rastro que dejaba, temiéndome ya lo peor. Al final del sendero escarlata olía muy mal. Apunté a esa zona con el móvil y no me lo podía creer. Estaba horrorizado. Me entraron náuseas y no pude aguantarlo. Las moscas e insectos volaban y reptaban por una cabeza, bañada en algo que olía como a alcohol, para que se conservase más tiempo, imagino, y estaba clavada en una pica. Imposible. Había visto a ese muchacho esa misma mañana. Me lo había cruzado varias veces en el pasillo durante los cambios de clase. Y ahora sólo quedaba de él una cabeza. No podía permitir que hicieran eso mismo con Lucía. Pero yo tenía mucho miedo. Me temblaban las rodillas como nunca antes lo habían hecho. Ya no me atrevía a entrar en la biblioteca, así que llamé a la policía, pero el móvil se había quedado sin batería. No tuve más remedio que echarle todo el valor del que disponía para intentar salvar a Lucía. Abrí la puerta poco a poco para que no hiciera ruido y, justo en ese momento, dentro, el grito de una chica, su último grito, hizo que la adrenalina recorriera todo mi cuerpo. 4


Entré y fui directo a las estanterías, para buscarla. Cuando atravesé el primer pasillo pasé rápidamente al siguiente y, cuando iba por la mitad, algo golpeó la mesa. Las luces de la sala se encendieron entonces, y vi que lo que había golpeado la mesa había sido la cabeza de Lucía. No pude soportarlo más y todo se desvaneció. Todo está oscuro. Hace mucho frío. Tengo una sensación extraña. ¿Dónde estoy? Estoy atado. No puedo moverme. Me palpo las manos y me doy cuenta de que me faltan dos dedos. Un torrente de recuerdos vuelve a mi mente y el miedo vuelve a recorrer mi cuerpo. ¿Qué he hecho? Hay una cabeza en el jardín, la de Lucía está rodando por la biblioteca, me faltan dos dedos… Súbitamente algo frío roza mi cuello y siento un hilillo húmedo que se desliza por mi garganta. Toda mi vida pasa por delante. Un dolor terrible comienza a atenazar mi garganta e, inesperadamente, todo acabó. La policía llegó a la mañana siguiente. Un vecino había dado la alarma de que en El Brocense había gran cantidad de gritos. Nadie podía creerse lo que había pasado, todas esas muertes, esas mutilaciones... Nadie supo nunca por qué sucedieron. Unos dicen que fue el fantasma de aquel bedel que se cayó por la ventana, otros dicen que fue un alumno que se había vuelto loco por todas las burlas y “bromas” que tuvo que soportar, pero son sólo especulaciones.

Álvaro Cantero Acedo, 2º Bachillerato A

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Abrí los ojos lentamente ante la mirada preocupada de Matilde, la profesora de Educación Física, y de mis compañeros. Me incorporé al instante descubriendo el charco de sangre que había dejado mi herida en el suelo tras la caída. Salí del gimnasio. Era la hora del recreo, por lo que la cafetería de Nino se encontraba en hora punta, me situé en la alborotada cola para pedir algo dulce que me aliviara de ese terrible mareo; sin embargo y a pesar de mi insistencia, el encargado del bar no hizo gesto alguno para atenderme. Aturdida, me acordé de que tenía que sacar un libro de poesía para examinarme la semana siguiente, por lo que bajé a la biblioteca esquivando a los alumnos de la E.S.O, que ocupaban desordenadamente las escaleras principales del instituto. Ninguno se apartó para dejarme paso, supongo que estarían absortos en sus conversaciones, en las cuales pude oír algo relacionado con un accidente en el gimnasio. Al llegar a la biblioteca, busqué rápidamente el libro para poder aprovechar los últimos minutos del descanso. De nuevo me encontraba ante otra cola, esta vez más ordenada, que hice pacientemente. Al llegar mi turno, Manoli, la responsable de la biblioteca, tampoco pareció percatarse de mi presencia. Sin duda estaba siendo un día muy extraño. De repente, el habitual silencio de la biblioteca fue invadido por el insoportable sonido de una sirena. Salí apresurada al igual que otros curiosos y me acerqué a la puerta observando un gran bullicio y desorden. A continuación sobresalió de entre la multitud una camilla, empujada por un sanitario acompañado por Matilde; sus rostros expresaban auténtico pánico y preocupación. Un médico miraba el reloj apuntando la hora en un documento. Miré al paciente. De repente descubrí el porqué de la extraña sensación experimentada en la última hora, por qué había parecido ser invisible e ignorada. Precipitadamente, subí al baño más cercano y me miré al espejo. No había ningún reflejo. Entonces comprendí y grité, grité, grité...

Elena Carballo Martín, 2º Bachillerato E

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EL ROBO

Ocho y media de la mañana. La alarma indicaba el comienzo de las clases, era lunes y todas las caras de los alumnos demostraban fatiga después del fin de semana. Entré por la puerta principal, y noté algo raro entre el arbusto que se sitúa en mitad de las escaleras, pero no averigüé qué era. Al entrar en mi clase mis compañeros comentaban lo mismo, hasta que uno de ellos gritó “¡han robado el busto de El Brocense!”. Nos quedamos anonadados ante la noticia, que pronto se extendió a los demás alumnos y profesores. Cuando llegué a casa le pregunté a mi hermana Elena qué pensaba de todo aquello. Al entrar en su habitación no necesité escuchar su respuesta, quedé asombrada ante lo que mis ojos contemplaban en ese instante. ¡Estaba viendo el busto que había sido robado! No podía creer que ella fuese la artífice de tal delito. Me rogó que no dijese nada, y decidí guardar el secreto haciéndome cómplice. Al día siguiente, nuestra compañera Alexa nos confesó que sabía la verdad y que nos delataría. Aterrorizadas ante la amenaza, y tan novatas como éramos en este tipo de delitos, decidimos hablar con Milagros para culpar a Alexa. Demasiado tarde, ella ya había declarado en contra nuestra, por lo que nunca más se volvió a ver las hermanas Carballo en El Brocense.

Irene Carballo Martín, 2º Bachillerato E

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MEMORIAS DE UN MORIBUNDO

Recuerdo el 25 de abril de 2012. Fue el día en el que debí morir. Aquella mañana tuvieron lugar los sucesos que me trajeron a esta sala de pre cadáveres. Algún día, los pasos que suenan en el pasillo del hospital me traerán al verdugo que llevo esperando desde aquel fatídico momento, a la persona que me saque del coma para sumergirme finalmente en el sueño de la muerte. En contra de lo que esos estúpidos doctores digan, soy completamente consciente de lo que pasa a mi alrededor, aunque no pueda abrir los ojos ni articular palabra. Solo puedo esperar mi fin rememorando una y otra vez lo sucedido aquel día. Era una calurosa mañana de primavera. Alfonso, el profesor de Filosofía, no había venido, o al menos eso creíamos. Antes de reunirme con mis compañeros en el parque del Rodeo fui a la biblioteca a devolver uno de los libros que nos habían mandado leer para Lengua. La puerta estaba cerrada, por lo que me marché con fastidio al saber que tendría que volver más tarde, pero al pasar frente a la ventana me percaté de que dentro había gente, ya que se oía una conversación. Volví y llamé a la puerta con ahínco. Tras esperar unos largos e irritantes minutos, Raquel, otra profesora de Filosofía, abrió la puerta y salió presurosa, tanto que ni me vio. Parecía estar muy enojada. Dentro estaba Manoli, la profesora de Lengua y una de las encargadas de la biblioteca, que me dijo que esperara un poco, que tenía problemas con el ordenador. Mientras tanto, me senté en un rincón a ojear un libro. Al poco escuché cómo alguien entraba e intercambiaba unas palabras con Manoli. No me molesté en levantar la cabeza hasta que oí un golpe seco y un débil grito que rápidamente cesó. Entonces, lleno de sorpresa, vi a Alfonso agarrando uno de los extintores de la biblioteca. Esta sorpresa se tornó en terror cuando me dí cuenta de que de la parte inferior de dicho extintor goteaba sangre. La misma sangre que manaba de la cabeza de Manoli, cuyo cuerpo inerte estaba tendido sobre la mesa del ordenador. Fue en ese momento cuando Alfonso, consciente de que le estaba observando, avanzó a grandes zancadas hacia mí con la improvisada arma en sus manos. Le tiré todo cuanto tenía a mi alcance con tal de retrasarlo. Una de las cajas llenas de piezas de ajedrez le golpeó de lleno en la cara haciendo añicos sus gafas. Aproveché esto para huir desesperadamente hacia la puerta. Allí me encontré con Raquel, que miraba impasible el cadáver. Emitió una leve exclamación de sorpresa al verme y acto seguido cerró la puerta. 8


Sin una salida posible corrí hacia los ventanales, pero Alfonso me pisaba los talones. Me situé tras una estantería e intenté tirársela encima. Demasiado tarde, ya estaba junto a mí. Alzó el extintor y descargó un duro golpe que, por suerte, esquivé a tiempo y dio contra la estantería, la cual no resistió el impacto y cayó sobre nosotros. Ironías de la vida: el extintor que el profesor usó para acabar con la vida de Manoli y por poco con la mía se hundió en su cabeza, matándolo. Yo no salí tan mal parado, pero casi. El golpe propinado a la estantería la había roto de forma que quedó dividida en dos partes. Una seguía en pie mientras que la otra era la que había caído sobre nosotros. Yo quedé bajo la zona por la que se había partido, de modo que un hierro afilado se me clavó en el abdomen. Escuché como la puerta se abría y entraba Raquel. Al ver la escena se acercó a mí. Estaba pálida. Me miró y pisó la estantería hasta que el hierro que tenía clavado acabó por atravesar mi cuerpo. Se agachó y me relató cómo Manoli había encontrado en el depósito de libros del instituto un libro inédito del filósofo español Ortega y Gasset y había informado rápidamente a los dos profesores de filosofía, quienes de jóvenes habían hecho juntos un aclamado estudio acerca de este autor. Este libro resultó ser su diario. En él, me contó, Ortega confesaba que la gran mayoría de sus obras habían sido escritas por un inglés, amigo suyo, al que mató para adueñarse de su trabajo. Raquel me dijo que Manoli quería hacer pública esta información, algo que Alfonso y ella no podían permitir, ya que desacreditaría al hombre a quien ellos habían consagrado su vida. Calló por unos minutos y me dijo que mi intervención podría serle de ayuda. El mundo sabría que un alumno enloquecido mató a dos de sus profesores, pero que él mismo también falleció. Yo solo tenía que morir. Ahora estoy aquí, en este hospital, esperando finalmente el frío abrazo de la muerte. La verdad nunca saldrá a la luz. Puede que una gran mentira sea mejor. Oigo pasos. Quizá sea ella. Quizá ya haya llegado el momento de partir...

Carlos Miguel Díaz Domínguez, 2º Bachillerato A

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HISTORIA DE UN MISTERIO

Aquella mañana, como tantas otras, Paula llegaba tarde a clase. Salió de su casa con el pelo empapado y en ayunas corriendo a contrarreloj para poder llegar a tiempo a su instituto. Todo apuntaba a que sería un día normal, sin embargo lo que ella no sabía es que su vida daría un cambio radical y sin retorno aquel 15 de junio del 2012. Mientras recorría las calles de su vieja ciudad, fue consciente de que no había bullicio a su alrededor. Caviló unos segundos y miró a un lado y a otro pero las calles estaban desiertas y los escaparates seguían cerrados. Tal vez el reloj estaba roto y era más pronto de lo que ella pensaba; continuó su marcha con un paso menos apresurado. Al llegar a su destino, subió por las escaleras laterales del instituto, pues eran más directas al pabellón de Bachillerato; sin embargo, no encontró a nadie, ni estudiantes, ni profesores. Todo a su alrededor estaba en calma. Mientras subía los últimos peldaños observó que su profesora de Filosofía la aguardaba cerca de la biblioteca; estaba distinta, con el rostro torcido y la mirada fija en Paula. La joven se asustó, no tenía muy claro cómo reaccionar. Se dirigía a saludarla, cuando de repente grito: “¡No vayas a clase!”, Paula se extrañó porque no tenía clase con ella a primera hora, ni siquiera en toda la mañana, pero antes de que la joven pudiera rechistar, su profesora la agarró por el brazo y la empujó al interior de la biblioteca. Paula comenzaba a asustarse, miró a un lado y a otro, la estancia estaba vacía e iluminada sólo por los tenues rayos de sol que penetraban a través del cortinaje. Ni un profesor, ni un alumno más en aquél lugar, solo ella, su profesora, y un millón de dudas que atronaban su cabeza. La profesora miró a la chica con ojos llorosos y le suplicó que se sentase. Mientras, se movía de un lado a otro de la estancia balbuceando algo que Paula no lograba entender. La chica estaba terriblemente confusa y asustada, cogió su teléfono móvil para llamar a sus padres, pero éste no tenía batería. Tras unos largos minutos de angustia, Paula se acercó a su profesora,

que estaba al borde de una crisis nerviosa y sujetándola

firmemente por el brazo le preguntó qué era lo que estaba pasando, por qué no había gente, dónde estaban todos, y qué hacían las dos allí encerradas. La mujer se echó a llorar y

cayó

al

suelo

débil

mientras

balbuceaba

la

causa

de

aquella

situación.

“Todos están muertos, Paula, y si no lo están aún muy pronto lo estarán. Están encerrados en la sala de profesores, he oído disparos… Oh Dios mío, oh Dios mío…” Dijo su profesora mientras temblaba arrodillada en el suelo. 10


-¿Qué está diciendo? ¿Se encuentra bien? ¿Quién los ha encerrado? ¿Disparos?”-la joven no podía hacer nada más que preguntar-. -Un joven se ha vuelto loco, ha encerrado a todo los de bachillerato y amenaza con matarlos uno a uno si no le ponen matrícula de honor en todas las asignaturas- respondió la mujer entre lágrimas. -Pues que finjan que se las han puesto y les deje salir de ahí- chilló Paula, agarrándose del pelo. -No es alumno del centro, ni siquiera tiene tu edad, no sabemos quién es, no está matriculado y por más que se lo decimos no tiende a razones. -Profesora, si están encerrados… ¿Cómo sabe usted todo esto? En ese momento la mujer dejó de temblar, miró a Paula con los ojos enrojecidos a causa de las lágrimas y soltó una risilla nerviosa que le puso a Paula los pelos de punta. -Bueno, me ha dejado salir con una condición. -¿Qué condición? Paula comenzaba a asustarse y empezó a retroceder alejándose de aquella mujer de rostro desencajado. -Ha pedido que le aprobemos todo con matrículas, o que le entreguemos a su ex novia. Y diciendo esto estalló en una carcajada maníaca “y esa eres tú, eres tú, ha dicho tú nombre, dice que él te quería pero tú dejaste la relación argumentando que él era un vago y no hacía nada de provecho con su vida, y ahora nos matará a todos si no consigue matrículas de honor… O te mata a ti” Y diciendo esto se abalanzó sobre Paula; la joven gritó. Revolviéndose sobre las sábanas, Paula se despertó empapada en sudor, todo había sido una pesadilla. Estaba en su cuarto, y unos suaves rayos de sol iluminaban tenuemente la habitación. “Sólo ha sido un sueño” suspiró. Pero al mirar su brazo izquierdo la vio, la marca de una mano, una mano que la había aferrado con fuerza, una mano desesperada que le había dejado una marca rojiza. ¿De verdad no había sido real?

Beatriz Diéguez Gallego, 2º Bachillerato F.

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LA TRAMPILLA MISTERIOSA

Era 19 de Septiembre y hacía un día de perros. Lucía, Luis y Ángel acababan de empezar primero de Bachillerato en el conocido instituto “El Brocense”. Como de costumbre, Doña Pilar Leal, esa profesora tan temida por los alumnos, llegaba al aula de 3º donde dio la típica información de Selectividad y la bienvenida a todos. Con ello, el curso quedaba inaugurado. Los tres amigos, a los cuales les habían designado el grupo A, cuya clase estaba en el pabellón B, pronto hicieron amigos que les fuero explicando las diferentes partes del centro y en que clase se impartía cada asignatura. Pocos meses después, ya conocían el instituto al dedillo y sabían las costumbres y manías de cada profesor: en las clases de Lengua no podían mover ni un dedo; las clases de Francés, por el contrario, eran más relajadas con Teresa y en las clases de Física era mejor llevarse tapones si no querías quedarte sordo con el vozarrón de Felipe. Unos de esos días que tenían Educación Física a primera hora, los chicos llegaban tarde y decidieron ir por otro camino totalmente diferente para llegar unos minutos antes. Cuando estaban a punto de llegar, Lucía tropezó con lo que parecía ser una trampilla. Con la curiosidad típica de unos adolescentes, intentaron abrirla pero, estaba cerrada. De camino a clase ninguno fue capaz de decir ni una sola palabra pensando en qué podía haber bajo esa trampilla. Al día siguiente, Ángel se fijó que Lorenzo, el portero de El Brocense, tenía un gran manojo de llaves colgadas del cinturón y entre ellas una dorada y bastante grande, entonces, decidieron hacerse con ellas mientras Lorenzo estaba pendiente de la puerta de entrada durante el recreo. Ya en su poder, fueron directos a la trampilla e introdujeron la llave dorada en la oxidada cerradura. Mientas la giraban sonó un ¡crak! que indicaba que la trampilla estaba abierta. Rápidamente bajaron por unas escaleras de granito, llegando a un túnel alumbrado por pequeños faroles. Al final de este, un portón de madera. Los tres amigos, bastante nerviosos, decidieron abrir la puerta, pero justo cuando Luis tenía los dedos rozando el manillar apareció Lorenzo al final del túnel, lo que provocó la huida de los tres amigos. Asustados, decidieron ir a clase de Francés y volver en unas horas. Cuando regresaron, se colocaron al lado del limonero y se agacharon para abrir de nuevo la trampilla, pero no la 12


encuentran. Buscaron y buscaron durante varios minutos, pero no quedaba rastro de ella, como si esta no hubiese existido nunca.

Mario Holgado Fernรกndez, 2ยบ Bachillerato A.

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Era una mañana atípica del mes de mayo, en la calle la lluvia obligaba a sacar los paraguas y los termómetros marcaban alrededor de los 6ºC, algo poco habitual en primavera. Sin embargo, nada nos quitaba la alegría ya que en cuanto acabara aquella clase de Lengua y después de hacer mil exámenes, de tardes encerradas en casa memorizando autores, obras, filósofos, países..., de noches despiertas frente a los libros donde nuestra única compañía era un flexo y un café para evitar que el sueño no impidiera seguir estudiando, de tardes donde la biblioteca se convirtió en nuestro sitio habitual; después de todo esto, por fin comenzaban nuestras vacaciones. Estábamos en clase haciendo bastante ruido cuando entró Manoli obligándonos a callar, nosotras le explicamos que era nuestra última hora en ''El Brocense'' y que no queríamos dar clase, pero ella nos dijo que debíamos repasar el análisis sintáctico, ya que era muy importante en Selectividad. Al rato, miré el reloj; solo eran las dos, quedaba media hora y ya nadie escuchaba a Manoli, todos queríamos acabar y olvidarnos por unos días de los estudios. A las dos y diez miré por la ventana: había comenzado una tormenta y el viento era muy fuerte; en ese momento, una de mis compañeras salió al bañó; de repente, se escuchó un golpe muy fuerte y todos los alumnos salieron al pasillo, pero solo había una nota: LA HISTORIA SE REPITE. Nosotros no entendíamos nada, todos estábamos asustados y exigíamos explicaciones por lo que Manoli y Paloma, nerviosas, nos contaron que hacía 30 años una alumna se quedó encerrada en el baño el último día de curso y nadie se acordó de ella; a la vuelta de vacaciones la encontraron muerta. Desde entonces, cada cinco años desaparece alguna alumna del instituto y ya nadie vuelve a verla nunca más.

Sara Fernández Insausti, 2º Bachillerato E

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Era un lunes como otro cualquiera. Nuestra profesora de Lengua, Manuela Camacho, se dirigía con cierta prisa hacia nuestra aula, pero algo salió mal y tuvimos hora libre. Ninguno de nosotros pensamos que fuera algo extraordinario, mas sí lo fue encontrarnos la biblioteca cerrada. Después de maldecir a nuestra profesora por no avisar de su falta, nos dirigimos nuevamente hacia nuestra clase y comenzamos a sacar nuestros cuadernos de Biología, tarea que fue interrumpida a causa de la llegada de la directora, Milagros Lancho, que con semblante serio nos comunicó que también tendríamos hora libre durante esa clase. Nadie se percató de la celeridad con la que la directora salió del aula; nadie… salvo yo. Después te tocar el timbre que anunciaba el comienzo de la tercera clase, nos dirigimos hacia el laboratorio de Química, ya que Lourdes Tabernero nos dijo que la esperásemos allí. Entramos e hicimos nuestras prácticas correspondientes, no sin antes advertir cierto nerviosismo y despiste en la profesora. El día transcurrió con normalidad y por fin llegó la última clase: Historia de la Filosofía, con Raquel Rodríguez. Anunció que había corregido los exámenes y se dispuso a repartirlos. Un alumno hizo una broma sobre Pichín, Pichín es para Raquel como Alá para los musulmanes. Esa broma desató la furia de la profesora, provocando una situación de tensión que vivimos con cierto temor, ya que nunca antes habíamos visto a Raquel de esa forma. Al sonar el timbre, salimos de la clase de forma precipitada. El conserje, en torno al cual gira esta historia, pensó que en el instituto ya no quedaba nadie y decidió cumplir con el mandato de la directora y averiguar el motivo por el cual la biblioteca permanecía cerrada. Le pareció extraño encontrar la puerta abierta, sin signos de haberla forzado, pero más extraño fue encontrar en su interior a Raquel. Nadie supo lo que sucedió en la estancia, puesto que ninguno de los dos salió con vida de allí. Espera, ¿he dicho nadie? quería decir: nadie… excepto yo. Debido a la situación tan tensa vivida minutos antes, se me olvidó el abrigo en mi asiento. Por suerte, la puerta todavía seguí abierta. La cogí y al salir del pabellón, comencé a escuchar voces procedentes de la biblioteca. Decidí dirigirme hacia allí, ya que en el instituto ese lunes era una sucesión de fenómenos anormales. Cuando llegué pude ver a Raquel y al conserje discutir acaloradamente y...en cuestión de segundos, el conserje se encontraba tirado en el suelo, agonizando, clavando sus ojos en mí. La profesora siguió la dirección de su mirada y me descubrió. Todo lo que pude hacer fue salir corriendo. Conseguí salir con vida, pero...hay una pregunta que me ronda a todas horas: ¿por qué la directora no alertó a la policía? Claramente, ella sabía algo sobre los sucesos acontecidos 15


durante la mañana de aquel fatídico día. La resolución de la investigación sacó a la luz la relación tan estrecha que mantenían Milagros y Raquel: eran tía y sobrina. La directora tomó como excusa el parentesco que existía entre ambas para justificar su nula reacción frente a los asesinatos.

Olga Gómez Llanos, 2º Bachillerato A

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Había dormido como nunca. Era la primera vez que descansaba en condiciones desde que dormía allí, lo odiaba. Me gustaba El Brocense antes de ser un internado, pero pasar las veinticuatro horas del día allí llegaba a ser tétrico. Para colmo, no se nos permitía la entrada al teatro porque años atrás un alumno lo quemó consigo dentro. Aquel día nos propusimos entrar al enorme teatro. A Chechu no le gustaba la idea, pero le pudo la curiosidad, igual que a mí. Esa noche nos escapamos y subimos al teatro, abrimos la vieja puerta con facilidad, y allí estaba. Sentado en uno de los pocos asientos que quedaban intactos, mirando al escenario, idéntico al día en que quemó el enorme edificio. Corrimos como si no hubiera mañana y juramos no volver a hablar de ello. Hoy, veinte años después, he acudido a una representación para antiguos alumnos y allí estaba, idéntico al día en que entramos en el teatro, y en el mismo asiento en el que contemplaba el escenario. Iba acompañado de una mujer mayor vestida con ropa antigua que le cogía la mano. Me miró y esbozó una sonrisa. Acto seguido un frío de muerte me recorrió el cuerpo.

Pablo Hisado Romano, 2º de Bachillerato F

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IN TEMPORE SUSPICIO, DIFFIDENTIA VEL NON TE (A la hora de sospechar, no confíes ni en ti mismo) Me llamo Javier Macías González, soy alto, pelo castaño y tengo un pequeño lunar en el lado derecho de la boca; se podría decir que soy una persona del montón, que pasa desapercibida por su aspecto físico. Estoy triste y hundido, estas cuatro paredes me bloquean anímicamente pero no son capaces de que olvide mis recuerdos, sobre todo lo que ocurrió cuando tenía 17 años... Corría el año 2012 y yo era un joven estudiante en el instituto El Brocense de la ciudad de Cáceres y estaba contento porque pronto sería la excursión de fin de curso para los de 2º de Bachillerato a Berlín, pero unos días antes ocurrió un trágico suceso: Alberto Molano, alumno de 2º Bachillerato F, fue descubierto en los baños de los chicos del pabellón A colgado de un gancho por la rodilla y por lo que me atrevería a decir que era la clavícula izquierda, sangrando, con ese miedo todavía en el rostro del que se podía deducir que había muerto hacía poco tiempo. Pero ese suceso no gozó de relevancia durante mucho tiempo, ya que se oyó un grito en el baño de las chicas de ese mismo pabellón, se había descubierto el cuerpo sin vida de Carmen Sánchez, alumna del mismo curso que la primera víctima. Había aparecido de la misma forma que Alberto, lo que llevó a la conclusión de que había sido el mismo asesino. Tras seguir una serie de pistas y que las coartadas de los profesores coincidían y que nadie había visto a ningún extraño, se sospechó que el asesino fuese algún alumno del centro. Una de las pistas fue que el asesino había dejado una huella de su zapatilla manchada de la sangre de Alberto en el lugar del primer crimen, por lo que se redujo la búsqueda de sospechosos a los que tenían ese número de zapatilla. Yo sospechaba de mi amigo Diego, a quien no había visto durante los crímenes. Pero en la huella de la zapatilla había un dato más, pues no era una zapatilla cualquiera, llevaba unas iniciales: JMG. Lo cual hizo que el único sospechoso fuera yo... Resulta raro cuando te detectan un trastorno de doble personalidad y esa otra personalidad tiene una mentalidad asesina y malvada, pero bueno, me ha alegrado contar esta historia desde el manicomio en el que llevo interno tanto tiempo. Sólo me queda decir de nuevo: “In tempore suspicio, diffidentia vel non te”. Javier Macías González, 2º Bachillerato F 18


Arrojó la botella de alcohol rompiéndola contra el suelo, saltó la verja y subió por las escaleras oculto entre las sombras. La puerta que daba a los aparcamientos estaba abierta, al igual que la del aula 3. Entró lentamente y tomó asiento en la primera fila de sillas. Cerró los ojos por un momento e inmediatamente las imágenes de las últimas noches le vinieron a la cabeza. Los cuerpos de las víctimas que había asesinado quedaron en su mente durante largo rato, cubiertas de sangre, con los ojos abiertos y mirándole fijamente. La culpa no era suya, era de aquellos profesores que le había obligado a leer y leer hasta el punto de que su afición por las novelas de misterio se había tornado a enfermiza. “La culpa no es mía” se repetía. Escuchó las sirenas de fondo y una brisa la recorrió la nuca, provocándole escalofríos. Una llamada a la policía había advertido de un hombre saltando dentro del instituto. Los agentes irrumpieron en la única sala iluminada, llamada “el zulo” por los estudiantes, apuntando con sus pistolas a cualquiera que allí se encontrara. Al fondo, una silueta se mantenía inmóvil en su asiento. Los agentes le tomaron el pulso, su corazón había dejado de latir. En sus manos manchadas de sangre, las fotos de los dos estudiantes sin vida. El caso estaba cerrado. La ambulancia tapó en el cadáver y lo introdujo en la furgoneta tras los comentarios sobre la causa de la muerte. Tal vez la conciencia, el remordimiento, la culpabilidad de su alma no le había permitido seguir con vida... Tal vez aquellos oscuros ojos que se escondían en lo más alto del recinto tendrían algo que ver. Un escalofrío volvió a recorrer su cuerpo, pero esta vez acompañado por una sonrisa. Un poco de sangre de las victimas, unas pequeñas dosis de veneno, indetectable en la autopsia, en una botella de alcohol, una falsa entrega de dinero y diez minutos de antelación le habían bastado para librarse de la cárcel. A fin de cuentas su obsesiva afición por las novelas de misterio le había enseñado que el crimen perfecto no es el que queda sin resolver, sino el que se resuelve con un falso culpable.

Juan Francisco Macías Borrella, 2º Bachillerato E

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Tenía un hambre atroz, aquella mañana no había desayunado. Me pasé la clase de Lengua contando los minutos para que Manoli, la profesora, dejara de hablar de aquellos aburridos poetas hispanoamericanos. Por fin sonó el timbre. Salí corriendo hacia la cafetería, subí aquellas interminables escaleras y abrí la puerta de una patada pues tenía las manos llenas de libros. Ante aquella imagen sólo logró salir un grito de mi garganta. No podía creerlo, Puri, la profesora de Biología estaba tirada en el suelo. Corrí hacía ella, pero el cadáver ya estaba frío. Muy asustada, salí corriendo de allí en busca de ayuda. Encontré a Susana por las escaleras y le expliqué todo rápidamente, pero ella hizo caso omiso de mis explicaciones y me mandó para clase. Llegué sofocada a clase de Química y le expliqué todo a mi compañera Almudena, ella sí me creyó y las dos decidimos averiguar qué estaba pasando. Sonó de nuevo el timbre y nos dirigimos a la cafetería, pero allí la mañana transcurría con normalidad, los niños compraban golosinas y los profesores tomaban café, incluida Susana, que me miraba de una forma extraña. No lograba entender nada, esta situación me agobiaba muchísimo y comencé a pensar que todo había sido un sueño. Almudena me tranquilizó y me dijo que ahora lo comprobaríamos todo pues teníamos clase de Biología. Corrimos hacia el otro pabellón y nos sentamos en nuestros pupitres. Pasados cinco minutos Susana entró en clase y nos comunicó que ella daría la clase, pues Puri se encontraba constipada. Al oír aquello Almudena y yo nos miramos rápidamente, aquello era muy sospechoso. Seguimos a Susana al acabar la clase y vimos como cerraba con llave la puerta del laboratorio tras entrar en él. Hechas un manojo de nervios, pues estábamos a punto de descubrir lo que pasaba, nos dirigimos al despacho de Milagros, le explicamos nuestras sospechas y le pedimos que nos acompañara al laboratorio. Al abrir la puerta nos encontramos con Susana, acompañada de Pilar Cardador. Al vernos, ambas intentaron velozmente tapar el cadáver de Puri, colocado sobre una mesa, pero fue demasiado tarde. Horas después, Pilar y Susana salían esposadas del laboratorio y nosotras recibíamos la felicitación de Milagros por haber descubierto el asesinato. Sentíamos una gran satisfacción, pero aún nos quedaba saber por qué aquellas dos profesoras tan simpáticas podrían haber hecho aquello.

Alejandra Martínez Hornero, 2º Bachillerato A

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El BROCENSE Y LA FLAUTA MÁGICA

Era uno de esos días en los que la lluvia y la tormenta hacían una perfecta combinación para una historia de terror. El aula estaba vacía; resignada a pasar un día más sobre esas cuatro paredes, decidí abrir mis apuntes. De repente, una leve melodía procedente de la biblioteca llegó a mis oídos. Bajé las escaleras que comunican ambos pabellones. Al entrar en la sala me quedé totalmente sorprendida ¡Todo el instituto rodeaba a Fátima mientras ella tocaba una flauta! Estaban tan hechizados como las ratas del flautista de Hamelín . Mi cuerpo comenzó a experimentar un ligero hormigueo que me incitaba a seguir la música; en ese momento apareció Raquel, con el pelo más rojo que nunca, se podría decir que casi radioactivo. Me agarró del brazo y me condujo hasta la sala de profesores, al entrar no pude evitar fijarme en Lourdes y en Maite ¿Estaban realmente disfrazadas de gnomos o era todo fruto de un sueño? Mientras mi cabeza trataba de buscar lógica a todo este absurdo, Raquel con un estado de exaltación máxima me contó que todo el mundo estaba siendo fruto de un hechizo producido por la flauta que tocaba Fátima. Ésta llevaba sin ser tocada cientos de años y cada vez que eso ocurría producía que los alumnos entrasen en un estado de hipnosis y los profesores adoptaran la forma de su verdadera naturaleza. Finalmente, añadió que la única manera de terminar con todo eso era conseguir arrebatarle la flauta, pero el problema radicaba en que la flauta adquiría tanta fuerza sobre la persona que la tocaba que ésta es capaz de perder su vida para protegerla. Solo faltaba idear un plan, pero ¿qué le podría llamar la atención a Fátima más que un instrumento? Estaba claro, un instrumento mejor .En ese mismo instante el pelo de Raquel se puso tan rojo que parecía que ardía. Yo me que quedé totalmente petrificada hasta que Lourdes

me dijo que

eso ocurría cada vez que tenía una idea. La estrategia

consistiría en la creación de una flauta idéntica, pero maciza por dentro, que actuase a modo de placebo hasta que consiguiésemos quitarle la original. El plan fue todo un fracaso; mi amiga es demasiado lista como para dejarse engañar de esa manera .Además ,el tiempo iba en nuestra contra , cuanto más pasase mayor sería el número de afectados y por la tanto mayor la fuerza que adquiere el hechizo . 21


Había que actuar ya, las cuatros fuimos decididamente a la biblioteca .Yo permanecí vigilando en la puerta. Sin pensárselo dos veces, Raquel se abalanzó sobre Fátima arrebatándole la flauta mientras que Lourdes la atrapó al vuelo. Fátima, al borde un ataque de ira, trató de detenerla lanzándole todo tipo de objetos. Maite, para defender a su amiga, ni corta ni perezosa le lanzó el libro más gordo a la cabeza. Fátima cayó redonda al suelo .Yo, completamente atemorizada, traté de asistirla, pero era demasiado tarde. Poco a poco todo volvió a su normalidad, todos despertaron del hechizo y los profesores recuperaron su forma humana .Pero lo peor estaba por llegar. María José al enterarse de la muerte de su hija, agarró la flauta y comenzó a tocarla. La historia se repite, pero en condiciones mucho peores, ya que es demasiado poderosa como para enfrentarse a él.

Ana Mena Santano, 2º de Bachillerato A

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Cáceres, una ciudad pequeña donde el día a día de sus habitantes suele ir acompañado de la rutina y la tranquilidad, tiene un lugar peculiar y que destaca por los extraños sucesos que en él acontecen; como podéis deducir del título, este lugar es El Brocense. Digo esto debido a que un día, cuando acompañé a mi amigo Javier a “El Brocense” para recoger un justificante, nos dimos cuenta de que ya en la puerta se notaba un ambiente extraño, como si miles de ojos nos miraran; llamamos al timbre y una voz tenue y suave nos dijo : “ no podéis entrar fuera de horario lectivo”, por lo que decidimos volver, pero de repente, todo empezó a dar vueltas a nuestro alrededor , y cuando volvió todo a la normalidad de nuevo estamos en secretaría delante una mujer bajita con el pelo pelirrojo y ondulado. Pero no solo ocurren cosas raras al entrar, también al salir. Recuerdo un día en el que mi amiga Cristina quiso ir en un recreo a comprar en una tienda de fuera; cuando se acercó a la puerta, un hombre bajito, algo rechoncho, con el pelo liso y gafas la interrumpió diciendo: “lo siento, muchacha, pero no tienes permitida la salida”, ella le enseñó el carnet, y él, en respuesta, le mostró una lista donde solo estaba su cara. Para asegurarme de que esa lista tenía más nombres, me asomé por detrás y vi que, en realidad, ¡estaba en blanco! El Brocense parece un instituto normal y corriente como cualquier otro, donde no se da ninguna situación particular, pero… ¿te animarías a entrar?

Alberto Molano Cortés, 2º Bachillerato E

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AJUSTE DE CUENTAS

Soplaba una brisa primaveral. El ascenso habitual por las escaleras principales del instituto el Brocense se hacía ahora eterno, pero el peso de la pistola de mi abuelo en el bolsillo derecho de mi chaqueta me recordó mi objetivo. Cuando llegué al final la vi. Raquel, la profesora de filosofía, se encaminaba al pabellón A, y yo tras ella. En el camino oí que me llamaban un par de voces, pero mi mente solo tenia capacidad para cumplir lo que prometí. Me las apañé para tirarla al suelo al llegar a la puerta del pabellón. Al desenfundar el arma noté que me sudaban las manos, y con el dedo en el gatillo escupí: “Recuerdos de Jose Luís Molero”. Su expresión incrédula se volvió desafiante, sabía de qué le hablaba. Un profesor intentó arrebatarme la pistola disparándola accidentalmente, pero errando en mi objetivo principal. La sangre fluía por mi pecho y mis piernas empezaban a fallarme. Lo último que recuerdo antes de desmayarme es el sonido lejano de las sirenas confundido entre los gritos de la gente, la misma situación que ocurrió en aquel traumático día de marzo. No me arrepiento de lo que intenté hacer ese día, solo lamento no haber podido cumplir mi promesa: vengar el asesinato de mi padre.

Jaime Molero Pino, 2º Bachillerato A

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LA OBSESIÓN DEL HOMBRE POR LA ETERNIDAD

Nunca me he sentido especialmente interesada por el mundo de los espíritus, por aquellas almas que vagan entre los vivos hasta encontrar la luz que los guíe hacia la dimensión a la que pertenecen. Debo reconocer, sin embargo, que me producen gran deleite esas novelas mágicas en las que los personajes no dominan sus sentimientos y éstos se camuflan en jardines que florecen o se secan en cuestión de segundos, o en unas nubes que inesperadamente se apoderan de un cielo claro y soleado creando una gran tormenta sobre la que, cincuenta años después, se seguirá hablando en tertulias invernales alrededor de una chimenea. No es difícil reconocer en estas palabras a autores como Carlos Ruiz Zafón, Isabel Allende, Cristina López Barrio, Laura Esquivel, por supuesto, Gabriel García Márquez y muchos otros. Embriagada de estas novelas a las que dediqué muchas horas estivales en mi caravana, camino de castillos medievales a lo largo de las orillas de Rin, comencé un nuevo curso en el IES “El Brocense”: refugio de adolescentes que, con caras asustadizas, inician una nueva etapa tanto escolar como personal y acaban dicha etapa con ese aire de autosuficiencia que confiere la mayoría de edad y la foto de la orla. Veterana en el centro, no dudé en asentir cuando mi profesora de Filosofía, Raquel, me pidió que cerrara con llave la biblioteca al terminar la tarea encomendada. La reunión de esa tarde se extendió más de lo previsto, pues ya estábamos dando el toque final al trabajo: La obsesión del hombre por la eternidad, tratado desde distintos puntos de vista- científico, filosófico y literario. Sin apenas darme cuenta, el crepúsculo invadió la biblioteca y una especie de ensoñación se apoderó de mí… Los libros tenían vida propia, se abrían y cerraban caprichosamente para llamar mi atención. Al intentar coger uno, los demás se interponían y abrían sus páginas insistentemente como niños en un orfanato con los brazos abiertos para que les lleven a un hogar. Fue entonces cuando comprendí que el hombre había alcanzado realmente la eternidad. Cervantes, Shakespeare, Mary Shelley, Lorca, Nietzsche, Darwin…reviven cada vez que alguien lee sus obras, las siente y las usa como fuente de conocimiento, de vida. 25


Aun aturdida y adormilada, salí de la biblioteca, pero antes de echar la llave no pude evitar mirar a través de la puerta entornada. Todo estaba en calma, ¿o no? ¿Qué ocurriría cuando me fuera? Fátima Montes Barroso, 2º Bachillerato A Accesit, categoría C

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Aquella mañana, Ana entró en su instituto, “El Brocense”, como cualquier otro día. Se encontró en las escaleras con su inseparable amiga Paula, y como siempre Carmen, la jefa de estudios, les recriminó sus risas. ¿Cómo podría respirar esa mujer entre tantas joyas? ¿Cómo podría escribir con ese gran anillo azul en el dedo? Muy feliz no vivía, desde luego, y se encargaba de que la gente a su alrededor tampoco lo hiciera. La mañana transcurrió sin incidentes, hasta que llegó la quinta hora. Todos estaban en clase cuando sonó la alarma de incendios. Las risas fueron instantáneas; todos suponían que aquello era un simulacro más, lo que implicaba perder tiempo y dar menos clase. Sin embargo, cuando salieron al pasillo, el humo estaba en cada rincón y apenas se veía nada. Ana notó un fuerte empujón que la llevó hasta el baño, y alguien cerró la puerta y la dejó encerrada. Ana no consiguió ver la cara de quien la había encerrado, sin embargo, la identificó fácilmente debido a un gran anillo azul en su mano. Cuando todos los alumnos estaban fuera, Paula reparó en que su amiga no estaba, miró su móvil y vio un mensaje de Ana que decía: “Sacadme de aquí, la jefa de estudios me ha encerrado en el baño”. Paula avisó de inmediato, pero cuando los bomberos entraron al baño, ya era demasiado tarde para Ana. Todos estaban consternados y lloraban sin consuelo ante una situación tan horrible. La jefa de estudios fue detenida inmediatamente entre los gritos y abucheos del personal y del alumnado del instituto, y la familia de Ana no podía creer lo que había pasado. Aquella noche fue horrible para todos. Milagros, la directora, preparaba un acto conmemorativo para la alumna fallecida, la familia permaneció junta en el tanatorio y Paula, en su habitación, se quitó un gran anillo azul antes de acostarse.

Silvia Pérez Pereira, 2º Bachillerato A

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¡Dios mío! Mira que olvidarme el libro el día antes del examen… y ahora aquí estoy, víctima de un confuso asesinato, boca abajo, colgando de uno de los árboles cercanos a un pabellón del Brocense, viendo como todos mis compañeros me miran con cara de espanto. Lo sé, no estoy muy presentable que digamos. Pero a ver… ¿Cómo he llegado hasta tal situación? Alejandro, haz memoria… Sí, iba al instituto porque se me había olvidado el libro de Filosofía, y al día siguiente era el examen a primera hora con Alfonso (¡Con Alfonso!) Llegué a la verja de la entrada y llamé a la puerta. Nadie me abría pero sabía perfectamente que había gente dentro. A veces la bedel no quiere abrirnos. Iba a dar media vuelta cuando de repente un terrible grito proveniente del interior cruzó mi cabeza de oreja a oreja, seguido de un portazo. Silencio. Salté la puerta con dificultad y acabé dentro. ¿Por qué había entrado? Todo estaba oscuro y hacía frío. Si es que no sé en que piensas, Alejandro. En fin, ahora estaba dentro, y subiendo las escaleras principales para averiguar la procedencia del grito avisté un hombre con ¿una lanza?, me escondí, y por suerte no me vio. Descubrí entonces que el grito procedía de jefatura de estudios. Enfrente de la puerta, a punto de abrirla, observé que había sangre saliendo por debajo de esta. Salí corriendo, nauseabundo y muerto de miedo. En ese momento noté que el hombre con la lanza, que no podía ser otro que el asesino, venía detrás de mí, gritándome, cuando de repente noté un fuerte tirón en el pie derecho, y consecutivamente tras notar un golpe en la cabeza, morí. Y ahora, colgando de la rama vi que él me estaba mirando, ¡el asesino! Pero no se veía feliz, estaba… ¿llorando? De repente un gato que estaba en la rama de la que yo colgaba me habló: -¡Humano, yo lo vi todo! Y tu muerte es de las muertes más patéticas e inútiles que jamás han visto mis ojos. ¿Quieres saber qué paso? – asentí. Por alguna extraña razón no me sorprendió que aquel gato, negro como la misma oscuridad, fuese capaz de hablarme. No sé como explicarlo, pero es como si… hubiese estado preparado desde mi nacimiento para recibirle- Bien. Verás, efímera criatura, el asesino no es otro que el jardinero del instituto, bueno, asesino asesino no es. El hombre solo tiró un bote de pintura roja en jefatura de estudio, y por eso salió corriendo. Aquel “grito” y aquel golpetazo no fueron otra cosa que la puerta de la sala (que chirría mucho). Aquella “lanza” era tan solo una fregonaempezó a reírse descontroladamente- y sí, te estuvo gritando, pero para que no pisaras la trampa que preparó para capturar un problemático animalillo que se come las semillas del jardín.

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En fin, ahora aquí estás, colgando como un jamón, ¿y todo por qué? Por curiosidad. Y está mal que yo lo diga, pero la verdad es que la curiosidad mató al gato.

Alejandro Rino Mendo, 2º Bachillerato F

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LA NOCHE MISTERIOSA

Un grupo de amigos entran por la noche en instituto El Brocense a robar un examen de Matemáticas. Todos tienen mucho miedo, la noche está cerrada, no encuentran las luces, hay ruidos extraños… empiezan a arrepentirse pero ya es tarde, no pueden dar marcha atrás ya que han sido amenazados por sus propios compañeros “si al día siguiente no tienen la foto del examen, revelarán a Paco, el profesor de Matemáticas, que todos ellos copiaron el último examen”. La noche está desapacible, ulula el viento y las sombras de los árboles semejan figuras amenazantes. De pronto, alguien grita “¡Dios!, ¿qué es eso?”, todos ríen, ese es “el cabezón”, contesta Alba, y no un fantasma que pretende asustarte. Entre risas, entran en el pabellón y atraviesan los pasillos pero ahora ya no hay confusión posible: una sombra, está parada justo enfrente de ellos. A pesar de la oscuridad, todos perciben una silueta humana. Al principio, piensan que es Lorenzo, el guarda del centro, y corren en dirección contraria para esquivarlo. Pero todos sus esfuerzos son inútiles, una vez más la sombra está frente a ellos. Empiezan a sentirse atemorizados y a percibir que la realidad deja de tener sentido. Dudan si correr una vez más en dirección opuesta o dirigirse hacia la sombre. Deciden comenzar a llamarlo por su nombre pero no hay ninguna respuesta; el terror les invade y no encuentran explicación a lo que les está sucediendo. Han olvidado su objetivo, la foto del examen, y ahora su único deseo es huir. Uno de ellos, Diego, conocido como “cagón” y haciendo honor a su apodo, emite un sonido inconfundible; los demás no saben si reír o llorar. Beatriz, dominando los nervios intenta tranquilizar al grupo “tan sólo quiere asustarnos”. Una vez más corren en dirección contraria y una vez más la sombra se topa con ellos. Alguien grita, Alba siente un fuerte dolor sobre su pecho y nota que la sangre corre por sus manos, inmediatamente cae al suelo desplomada. Todos gritan excepto Javi que percibe como el oxígeno no llega a sus pulmones… Amanece, es un día radiante, hay examen de Matemáticas en 2º de bachillerato F. Varios alumnos sonríen, pero ¡qué extraño!, hoy no han asistido a clase Alba, Beatriz, Esther, Diego ni Javi. Habrá qué decidir quiénes serán los próximos encargados de fotografiar el examen de Lengua de la semana que viene.

Esther Rosado Barbancho, 2º Bachillerato F 30


Un día normal me levanté a la misma hora de siempre para, sin desayunar, ir al instituto, en el que las cosas no serían tan normales. Una vez allí, observé que éramos pocos y que el ambiente no era el mismo. En los pasillos corría el temor por algún hecho del que, como suele ocurrir, no me entero hasta que sucede. Al parecer, esos alumnos que faltaban habían desaparecido en extrañas circunstancias, por lo que Edu y yo comenzamos a investigar para saber qué estaba pasando realmente. Al principio no encontramos ningún indicio que nos permitiera conocer que sucedía, pero la actitud del profesorado a la hora de impartir las clases comenzaba a ser sospechosa. Los profesores se mostraban ansiosos con algunos alumnos, mirándonos con desprecio e insinuando el deseo de nuestra desaparición. Al ver que todos se comportaban así pensamos que alguien tendría que estar detrás de todo, por lo que empezamos a buscar por ese camino. Para intentar saber quién era, debíamos buscar un profesor que no actuara fuera de la normalidad y solo había una persona que estuviera actuando de esta manera. Además, los desaparecidos, habían pasado antes de todo por secretaría, donde está habitualmente, por lo que las sospechas se iban haciendo cada vez mayores. A esto hay que añadirle que parecía haber tomado el control del instituto porque Milagros, la directora, estaba sumida, también, en este estado. Decidimos actuar. Fuimos directamente a verla para acabar con todo lo que estaba sucediendo y recuperar a nuestros compañeros desaparecidos. Sin embargo llegar a ella no resultó nada fácil. Al tener controlados a los profesores no encontramos más que trabas para llegar, en las que estuvimos a punto de desaparecer. Conseguimos llegar hasta la profesora y una vez allí nuestro objetivo era matarla para poder recuperar a los compañeros desaparecidos y que los profesores salieran de ese estado. Le clavé un cuchillo en el pecho para que todo finalizase pero en ese momento nos dimos cuenta de que Pilar también se encontraba en el mismo estado que los demás profesores. Entonces Edu y yo cruzamos miradas y las dirigimos hacia el único sitio en el que todo parecía tranquilo, la cafetería, donde únicamente estaba Nino.

Diego Sobrino Álvarez. 2º Bachillerato F 31


CRÓNICA DE UN SUCESO

Cuando volvió a por los apuntes que había olvidado al salir de las clases, ya había anochecido. Los alumnos del nocturno que acababan de finalizar su jornada dejaron pronto el instituto y en pocos minutos se hizo la nada. El viento empezaba a soplar cada vez más fuerte produciendo un tenue silbido que iba aumentando progresivamente mientras el frío le perforaba la cazadora entumeciéndole los huesos. Subió las escaleras, cansado, jadeando, y con un último esfuerzo alcanzó la puerta del pabellón. Cuando entró, los pasillos estaban oscuros, sin luces, con la típica sensación de un ambiente lúgubre y decaído inimaginable durante el constante bullicio del día. La luz de la luna se colaba por las ventanas permitiéndole ver la entrada de la clase. La puerta se abrió con dificultad, pero al final acabó cediendo. Intentó en vano encender nuevamente la luz y contempló aquel paisaje casi sepulcral que no se parecía nada al que hubo la última hora de clase. Se acercó lentamente a su pupitre y recogió lo que había estado buscando durante toda la tarde sin descanso. Fue entonces cuando sufrió el impulso de llevar sus ojos hacia la ventana. Nunca supo que se le pasó en ese instante por la cabeza cuando cruzó su mirada con aquello. Yacía quieto, imponente, observándole desde el exterior con una mirada fría, profunda y penetrante. Un escalofrío como no había sentido jamás recorrió de arriba abajo todo su ser. El pánico y el miedo se apoderaron de él, el cuerpo no le respondía, la frustración y la impotencia le consumían. Con el último nervio de su cuerpo emprendió la carrera por la vida. El pasillo le pareció kilométrico, su alma le pesaba. En su huida alcanzó a oír un chirrido metálico justo detrás de él. El tiempo se le detuvo e incitado por la curiosidad que ardía dentro de él volvió por un instante la mirada. En ese momento acabo todo.

Francisco Zurita Montes, 2º Bachillerato E

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