Morella Petrozzi

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PETROZZI mujer de performances Le ha dedicado 45 de sus 50 años a la danza contemporánea. Aquí cinco frases que nos vinculan al mundo de esta artista que renunció muy temprano al ballet clásico y que estudió diez años en Estados Unidos con los pioneros de ese baile que hasta hoy la envuelve. Es cierto que prefiere la soledad, la noche y el sosiego. Es cierto que es una ermitaña, pero es también una mujer dulce y entrañable. Para quererla hay que seguir su ritmo. Escribe: Alfredo Pomareda

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Foto: Alonso Molina

Arte: Felipe Esparza


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¿ Cómo será de pelo largo? ¿Cómo será en tutú y en ballerinas? ¿Es realmente la chica ruda que dicen que es? ¿Y ese tatuaje en el brazo izquierdo que dice «El lado oscuro»? ¿Será Morella Petrozzi ese vampiro chupasangre que goza de las madrugadas y que se emparenta con el mal para lograr las más sacrílegas danzas que se puedan concebir en una aún conservadora Lima? Como en el baile, vamos paso a paso. Desde los cinco hasta los dieciocho años, Morella fue una dulce chica de cabellos hasta la cintura, la pieza clave del Ballet Municipal. «Almorzaba chiquito y rápido, y luego — recuerda— me estaba colocando las mallas para ir al ballet». Entrenaba todos los días con el rigor de una atleta, y claro que tenía no un tutú sino más de diez. En su cuerpo ningún artista había plasmado aún su obra. Quedarse en Lima era una opción para Morella. Su papá, un reconocido cirujano; su madre, la gran bailarina Ducelia Woll. En el Perú tenía un futuro seguro. Por lo menos tenía el respaldo de una familia sólida que la apoyaría a continuar con su pasión: la danza. Pero los artistas, sobre todo cuando se encuentran en ciernes, nunca se conforman con lo seguro, con lo sencillo. El mundo no era como el ballet. El mundo era mucho más violento y rudo. Y Morella sentía un extraño desarraigo al sentirse desubicada en el escenario de los tutús. Ella ya sabía de Isadora Duncan, la bailarina estadounidense que, disconforme con el baile clásico, había iniciado ese arte aún borroso al que llamaban

danza contemporánea. Y claro que había sido vapuleada y minimizada por ser mujer, pero vamos: cuando alguien tiene agallas no hay por qué achicarse. Isadora lo sabía y de Estados Unidos había zarpado a Europa. Ahí sí le dieron valía, ahí conoció a genios e intelectuales como Toulouse Lautrec. Isadora tuvo una urgencia: cambiar el mundo de la danza. Morella tenía otra: cambiar su destino. Entonces viajó a Estados Unidos, la meca de la danza contemporánea. Ahí estudió durante diez años en las universidades de Michigan y New York. Se cortó el cabello, se tatuó brazos, piernas y torso. De la vestimenta clásica pasó al estilo vintage. Usaba botas del ejército rumano y se engominaba el pelo. No le pesaba mostrar los pechos en una danza. Conoció la verdad del baile, y esa verdad la hizo libre. Morella Petrozzi es la mujer que más sabe de danza contemporánea en el Perú, y punto. Es maestra de la historia de la danza, ha estudiado con los mejores del mundo y los mejores del mundo se han rendido ante su talento. Si lo dice ella puede parecer algo ególatra, pero esta vez el reconocimiento viene de Estados Unidos. Este año la premiarán en la Universidad de Michigan por su increíble trayectoria y por su entrega a esa danza que la mantiene vívida, joven a los 50 años, con fuerza y arrojo para seguir creando. Cada año presenta tres nuevos espectáculos. A veces pierde dinero, pero en ella no está por delante el lucro. Es una artista en esencia. Y si mil veces se fuera a la bancarrota por emprender un espectáculo, bienvenida sea la pobreza. Se podría escribir un libro de lujo sobre su alucinante vida, pero de nuevo, vamos paso a paso. La hemos visto de jurado en realities de baile, la hemos escuchado destruir o elevar a un bailarín aficionado. Sabemos que baila, que es vanguardista y que es arriesgada con su arte. Pero ¿qué es la danza contemporánea? ¿Qué tiene Morella que la diferencia del resto?

UNO. «El danzante contemporáneo no es el fumón que improvisa a la luz de la luna» ¿Quedó claro? Morella Petrozzi es una atleta. Entrena casi todo el día. Estudió diez años en

universidades y hasta ahora lee y analiza todo sobre la danza que la apasiona. Sin entrega absoluta no lo van a lograr. Pierden el tiempo. Eso va para aquellos que hacen maromas con palitroques en la plaza de Barranco, aquellos que hacen fuego en las esquinas, aquellos que piensan que dándose mil volantines en la calle ya son artistas o, peor aún, para aquellos que viven de la bohemia y de las noches inacabables. Es en vano seguir así. Los grandes como Morella fueron unos obsesos de la danza. «No esperé la inspiración. Yo siempre busqué adelantarme», susurra Petrozzi, sentada en una esquina del Tutú Café, ese paraíso cultural que ella y su madre fundaron en una calle residencial de Camacho. Tutú Café es una extensión de Danza Viva, la famosa escuela de baile que Morella y Ducelia empujan día a día. Jamás hubo tiempo para relajarse.

DOS. «Yo no he venido a entretenerte; he venido a conmoverte» Si quieres diversión, si quieres salir con una sonrisa que, sin duda, se borrará a la mañana siguiente, con todo respeto anda al circo. «Yo quiero remover lo más profundo de los sentimientos del ser humano a través del poema físico», dice Morella. La declaración parece pretenciosa, pero es cierta en sí misma. Porque el corazón de la danza contemporánea es eso: llegar a lo más profundo de la emoción humana. «Si en el camino te distraes, genial». Vamos con calma: Morella es una artista y como artista se define como una antena receptora. Lo dijo el pintor Fernando de Szyszlo alguna vez: «Nosotros tenemos la piel más delgada. Todo nos duele más». La guerra, la corrupción, los crímenes, la desidia humana, el abandono, lo descorazonado y otras acciones del hombre que son gravitantes en nuestra sociedad es lo que mueve, muchas veces, la obra de Petrozzi. No es la moda, porque «la moda es todo lo que pasa de moda», dijo Paul Valerý, un poeta francés del que ha gozado mucho Morella. Las tendencias, lo actual y todo eso que está enmarcado en la forma está en el segundo plano de la danza. Morella quiere contarnos una historia con su cuerpo. Intenta afectar nuestra vida con su danza. Y lo logra.

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TRES. «El ballet clásico hablaba de las mujeres que deben ser princesas y de los hombres que deben ser príncipes.

La verdad es Me fui del país en búsqueda de esta danza libre, moderna, contemporánea, que hablaba del mundo que existe» que eso no existe.

Cuando Morella llegó a Estados Unidos, encontró una posibilidad de arte que jamás había calculado. Los bailarines eran libres. Para empezar no existían el tutú ni los movimientos rígidos. Los principiantes bailaban con túnica griega y, fueran hombres o mujeres, usaban el cabello corto. La belleza era tratada desde otro canon. Bello podría ser cualquiera que así se sienta. Ahí aprendió de la técnica normativa de Erick Hopkins, un estudiante de Literatura de Harvard que se hizo bailarín a fuerza de talento y dedicación, y que rompió con las verdades de la danza rígida que provenía del ballet. Hopkins orientaba su danza hacia la filosofía zen. Fomentaba la relajación. Y de eso aprendió Morella: a concentrar su energía en un punto, sin necesidad de estresar ni tensar el cuerpo. Todo era nuevo y diferente para ella. Y si bien Estados Unidos la enamoraba, ella sabía que el Perú sería el lugar en donde aplicaría todo lo aprendido. Y así fue.

CUATRO. «Muchos piensan que soy mala porque tengo un tatuaje que dice “El lado oscuro”» Mientras acaba con una gaseosa zero, Morella Petrozzi se pregunta por qué algunas personas tienen una imagen medio vampirezca de ella. «El lado oscuro —dice— simboliza la noche, la tranquilidad, ese periodo en donde muchos duermen y en donde algunos como yo se la pasan leyendo o pensando en una

nueva danza». El lado oscuro es la paz, según Morella. Es la soledad, es apagar el televisor para entregarse a la meditación. Pero hay algunas personas que la siguen mirando como una mujer de las tinieblas, cuando es todo lo contrario: «Ahora me he tatuado “Se ilumina”. Entonces ahora se leerá en mi brazo: “El lado oscuro se ilumina”». Ocho tatuajes tiene Morella, pero dice que no le gustan los números pares. Por eso este año planea hacerse otro, y luego otro y otro. Su cuerpo es el lienzo donde ella ensaya. «¿Sabes qué es lo negativo, lo malo, lo que debe indignarnos? La corrupción, la mentira, el abuso de poder, la desigualdad en todos lados».

CINCO. «Todos los artistas tenemos que ser parricidas. Una vez que ya no conoces al maestro tienes que destruirlo» Morella está agradecida por todos los profesores de danza que pasaron por su vida. Ella ha bailado en Cunningham Studio (Manhattan), en el Gowanus Arts Exchange (Brooklyn) y en el Glenn Echo Park (Washington). Ha recibido las becas National Collegiate Fine Arts Award 1987, el Cornelius Lowe Young Artist Scholarship Award 1988, además de haber ganado innumerables concursos dentro y fuera del Perú. Pero siempre ha sido ella. «De los 30 a los 40 tienes que posicionarte. Y claro, siempre tienes que ser auténtico y no dejarte alienar», dice la bailarina. Y aquí paramos un rato. Sus alumnas de Danza Viva la esperan admiradas. Aquí en Camacho, la academia de Morella es el lunar de la zona. Pero es un lunar benigno. Muchos de los chicos que acuden a Danza Viva han encontrado aquí una posibilidad de expresión para la danza.

SEIS. «Brillante-brillante no soy. Brillantes eran los intelectuales, los grandes artistas, esos a quienes admiro» Otra de las pasiones de Morella Petrozzi es la literatura. Ella se autodenomina poeta del cuerpo, pero también ensaya versos en el papel. Es, además, una lectora apasionada que aprovecha las noches y las madrugadas para adentrarse en sus libros. Esta semana está leyendo la biografía de Marí Bonaparte, la hermana de Napoleón. A Morella le interesa mucho la literatura escrita o inspirada en la mujer. «El libro está ambientado a fines de 1800 y trata sobre la reivindicación de la mujer. Ella quería estudiar, no era feliz solo por ser rica. Sufría porque todos sus pretendientes estaban detrás de su riqueza. Tenía una abuela tuerta. Su madre había muerto al mes de su nacimiento. Me he quedado cuando cumple 16 años y está muy emocionante. Ese tipo de historias me atrapan», cuenta Morella sobre la historia de esta Bonaparte que fue, nada menos, discípula de Sigmund Freud. «Me hubiese encantado ser brillante», exclama Morella, como una niña. «Eres brillante», le digo. «No, brillante-brillante no soy. Brillantes eran los intelectuales, los grandes artistas, esos a quienes admiro», dice la bailarina. Quizás ella no se ha percatado de la legión de admiradores que arrastra. Su voz es considerada sagrada en el mundo de la danza contemporánea, aun cuando ella a veces se sienta una chiquilla al borde de cumplir 50 años. Es una mujer que vive en paz. Sola y en paz. Confiesa que a veces prefiere la soledad a una charla amical. Disfruta consigo misma. La danza más genuina de Morella aparece cuando nadie la ve.

PRODUCCIÓN: LORENA TULLINI // MAKE UP ARTIST: LUIS SALCEDO // STYLING: LOURDEZ CARRASCO AGRADECIMIENTOS: VESTUARIO DE José Francisco Ramos, Óscar Chunga Oblitas, Den Tavara, Santa Rosa Swimwear, Coco Jolie , NNM STUDIO

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«No he venido a entretenerte. Quiero remover lo más profundo de los sentimientos a través del poema físico», dice Morella. El corazón de la danza contemporánea es eso: llegar a lo más profundo de la emoción humana.

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