La perpetua brevedad del instant todo fantasma es 3 0

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En la perpetua brevedad del instante| JMOS

En la perpetua brevedad del instante todo fantasma es un sobreviviente

JosĂŠ Manuel Ortiz Soto

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En la perpetua brevedad del instante| JMOS

En la perpetua brevedad del instante todo fantasma es un sobreviviente

D. R. 2017 José Manuel Ortiz Soto D. R. Fotografías Andrés Galindo (Ciudad de México, 1974). Twitter: @andresrsgalindo Flickr: https://www.flickr.com/photos/andresrsgalindo/ Diseño: Diana RHM

|| Lagarta Azul || 2017

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Es de sobra conocida la promesa que Max Brod hiciera a Franz Kafka. Hubo, sin embargo, otro evento del que casi no se habla: durante su trasladado a un sanatorio de Kierling, el autor de El proceso externó a su amigo y albacea su deseo de ver, por última vez, una función circense. «Después de todo, qué es la vida sino una gran carpa de circo», musitó con amargura. Mientras las fieras ejecutaban su acto, amedrentadas por los chasquidos del látigo y la mirada fría del domador, Kafka evocó al ayunador de su cuento «Un artista del hambre» y, por asociación de infortunios, a Gregorio Samsa. Quizá fue el semblante sombrío del amigo moribundo, quizá la desventura de los personajes en cuestión lo que más tarde llevaría a Max Brod a faltar a su palabra, para beneplácito de los futuros lectores kafkianos.

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El mensaje del náufrago decía: «Escribo desde el vientre de mi madre».

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Bajo la cĂĄscara del dĂ­a habita la noche; hay veces que somos su reflejo.

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Las hojas secas caen del ĂĄrbol, y el viento las dispersa. Un dĂ­a vuelven en floridas mariposas.

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La locura es uno de los muchos estados del alma, antes que un trastorno de la mente.

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Se sacudĂ­a el amor como el perro se quita las pulgas, y ladraba, resignado.

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Era todo un caballero, con molinos de viento, damas y hechiceros. Lo acusaron de plagiar su locura.

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«Atención caballeros andantes: se han detectado molinos de viento apócrifos, disfrazados de gigantes». El hombre, dubitativo, dijo no más, y se abrió la cabeza.

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Desde la perspectiva del muro, todos somos ladrillos.

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«No sólo te vas, ¡huyes de mí!», le dijo la mujer a su joven amante, y deseó la muerte. Muchos años después, en un destello de lucidez que tuviera el anciano, carcomido por el tiempo, se encontró con su recuerdo. Se contaron todo lo que no había sido de sus vidas.

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El simulacro fue todo un ĂŠxito: la ciudad quedĂł devastada.

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No tiene prisa por llegar, y aminora el paso. La tarde a su alrededor sigue su curso. AsĂ­ se vio a ĂŠl mismo caminando, arrastrado por la urgencia de llegar.

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Deforestado el bosque, el hijo del leñador regresó a casa con el hacha al hombro, dispuesto a talar el árbol genealógico de la familia.

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El frĂ­o de la calle es inclemente; por eso procuro dormir dentro de mĂ­.

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En lugar de construir un barco enorme, como le había ordenado su Dios, el naturalista invirtió su tiempo en recolectar óvulos y esperma de las especies elegidas. «Son otros tiempos», diría en su defensa cuando lo llamaran a declarar.

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El gato maullรณ lastimeramente, pero la luna era sorda. El zapato del vecino, no.

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El ángel se arrancó las plumas una a una hasta quedar completamente desnudo. «Tienes piel de decepcionó el fotógrafo.

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gallina»,

se


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Eufรณrica, al borde de la histeria colectiva, los espectadores esperan el mejor truco del mago: la mujer serruchada sigue perdiendo mucha sangre.

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El emperador accedió a quitarse el traje, con la condición de que un noble lo lavara, planchara, remendara y repusiera los botones estropeados. El marqués de Sade aceptó gustoso la encomienda.

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DespuĂŠs de hacer el amor toda la tarde, se quitaron los recuerdos bajo la regadera y volvieron a casa limpios, para ser los mismos desconocidos de siempre.

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Cuando volví a casa, Ofelia flotaba por la sala como un globo. Siempre la obsesionaron la levitación y demás asuntos paranormales, que yo tenía por improbables. En silencio para no interrumpirla, di media vuelta y regresé al bar con mis amigos. No estoy seguro si cerré la puerta.

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«El Palacio de Bellas Artes es un hermoso elefante blanco», me dijo Guillermo Samperio una tarde mientras bebíamos café y fumábamos cigarros como chacuacos, y lanzábamos piropos y les veíamos las nalgas a las muchachas que pasaban por la acera.

«Sí un día presentas tu libro allí, no olvides llenar las bolsas de tu saco de cacahuetes. Una palabra, un maní».

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Las camas de hospital tienen la dureza premonitoria de una tumba.

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Llevaba algo de prisa, pero me detuve a observar un momento la enorme maqueta de Tenochtitlán. Imposible no imaginarme en lo alto de una pirámide y revivir la gloria del México antiguo. Entonces sentí el dolor punzante en el pecho. Antes de perder el sentido, alcancé a ver a uno de aquellos hombrecitos de plástico con el cuchillo de obsidiana en una mano, y en la otra mi corazón palpitante.

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La desnudez es un estado del alma.

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Un hombre con sombrero y traje de mariachi abordó el tren, trompeta en mano. «No veo qué de significativo pueda tener», inicié uno de esos diálogos internos en los que me embebo cuando no tengo nada mejor que hacer. «¡Estamos en la estación Garibaldi! ¡La capital del mariachi!», rematé. Pero no obtuve respuesta: mi otro yo se alejaba por el andén cantando, despreocupado.

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A la salida del metro, una orquesta de músicos ciegos tocaba una canción de Glenn Miller, que me hizo recordar a mi padre. Una bandada de cuervos graznaba en las viejas torres de la iglesia. Arrojé unas monedas a los músicos y me marché.

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Del otro lado de la puerta espera el mundo, sólo tiene que empujarla e ir a su encuentro. Con las puntas de los dedos roza la madera rugosa, y una corriente eléctrica le recorre el cuerpo. El anhelo de libertad que lo acompaña desde siempre le provoca la misma sensación. Deja escapar un suspiro y vuelve atrás. Si hubiera seguido adelante, ¿qué le habría quedado después?

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Pensaba que lo habĂ­a visto todo en el juego, hasta que su mujer se sacĂł un amante del escote.

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Un loco es aquel que vive en la cabeza de los otros, mas no en la propia.

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Golpeรณ la puerta con tanta insistencia y fuerza que se le rompieron las dos manos. La puerta, aterrorizada, jamรกs le abriรณ.

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ÂŤTodo fantasma es un sobrevivienteÂť, gritaba aquel hombre antes de desaparecer.

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Encuentro a mi mujer más retraída que de costumbre. Pienso en la salud de su padre, en el vecino que martilla las paredes como si quisiera derrumbarlas, en mi argolla de matrimonio que no recuerdo dónde perdí… Me sirvo un vaso de leche y voy a la cama. En el sueño, ella todavía no es fantasma.

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El lugar llevaba años deshabitado, era una ruina que las palabras del agente de ventas no podían embellecer. «Lo compro, dijo el fantasma», decidido.

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Los golpes en la puerta son insistentes, pero me niego a despertar, salir de la cama, cruzar la habitación, abrir la puerta…, saber qué se esconde más allá de la muerte.

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«La muerte jamás pudo vencerme», se vanagloria el fantasma.

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El tren de la nostalgia es una mĂĄquina de vapor descompuesta; su Ăşnico pasajero es el alma.

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«¿Por qué llora?», la chiquilla señala el rostro afilado de la muñeca de porcelana que se encuentra encima del buró, y que parece mirlas fijamente. La anciana toma el juguete con mano temblorosa, lo acaricia y luego lo aprisiona contra su pecho marchito. Pero no dice nada: siempre que está sola, vuelve desde la distancia, de tantos años, la voz de su hija ausente.

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Al levantar la vista del libro, ve que se ha quedado solo y el tren se aleja por el tĂşnel a toda velocidad, como si se tratara de la continuaciĂłn de la historia que acaba de leer.

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Llegué al cielo, pero las almas que habitaban ahí ya no tenían memoria, el lenguaje que una vez fue el nuestro era un extraño gorjeo al que nadie respondía. Sin el bagaje del cuerpo, sólo éramos fantasmas desmemoriados. Quise despertar, pero la muerte no es un juego, lo sé ahora.

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Mostró sus colmillos a la bestia, que detuvo el ataque y se alejó. Jamás sabría si aquello fue algún tipo de cortesía animal.

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El día que murió papá la casa se hizo más chica, el reloj despertador sonó de madrugada y la mañana me encontró con un cansancio que no conocía; la voz grave, la barba espesa y el bigote daban un aspecto extraño a mi cara de nueve años. Mis hermanitos reían divertidos.

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La suya era una sonrisa magnĂ­fica, como para no desprenderse nunca de ella, pero apenas le durĂł un instante. La fotografĂ­a hizo su parte.

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El calendario se sacudiรณ un poco y las hojas de los meses pasados se desprendieron, entre nubes de polvo. Las hojas de los meses por venir comenzaron a florecer.

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El león quería ser fabulista y convocó a los animales de la sabana para darles la noticia. No acudió ninguno. Estaban con la hiena, en la presentación de su novela.

*Esta fábula agradece a Eric Uribares el remate.

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«¿Que eres quién?», preguntó el lobo sin salir de su asombro.

El camaleón volvió a repetir: «Soy Caperucita».

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El frío penetra piel y músculos, inmovilizándolo, e impide que piense con claridad. Nunca sabrá que aquello era la muerte.

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Respiró el aroma de su cuello, se detuvo un momento entre los pechos‌ Pero el trabajo apremiaba y continuó con la autopsia.

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Al pulpo del deseo nunca le sobran tentรกculos.

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Construí un laberinto. Ella hizo lo propio. Hoy vamos por ahí con la ilusión de encontrarnos algún día.

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Él envejeció esperándola, ella se mantuvo intacta en su recuerdo, si acaso maltratada por pequeñas lagunas mentales.

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«Cuando un fantasma muere, ¿adónde va?», preguntó el nonato a su madre.

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Tomó el mejor recuerdo y lo guardó en una botella, que arrojó al mar. No entiende por qué vuelve vacía cada mañana.

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Confieso que ya no soy yo… Me explico: yo no soy quien antes creía ser, ese que ustedes conocen y tratan, sino otro, un perfecto desconocido para mí. Intentar explicarlo ya es bastante complicado, ¿se imaginan lo que implica vivirlo? He asistido a terapia con expertos, con grupos de auto ayuda, he leído cuanto libro me han recomendado… Es inútil. Todo sigue igual. A lo mucho vuelvo a recordar, como entre bruma, algún momento del pasado. Pero es algo tan terrible que de inmediato el otro, el que no soy yo, el que convive con ustedes, me usurpa, me cierra la puerta de mí mismo.

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