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Informe a fondo

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Volvemos a Siria

El pasado abril, dos personas de Manos Unidas volaron hacia Líbano como paso necesario para llegar en coche a Siria. Aunque la Organización apoya proyectos en el país desde el año pasado, este ha sido el primer viaje desde el inicio de la guerra. Esta es la crónica de lo que vivieron.

Texto de RAMÓN ÁLVAREZ. Departamento de Proyectos de Asia.

A pesar de nuestra ilusión y de las noticias positivas sobre la estabilidad de la zona, lo cierto es que nuestra vuelta a Siria iba acompañada de bastante prudencia. La guerra ha dejado, hasta la fecha, unos 470.000 muertos, casi 7 millones de refugiados y cerca de 6 millones y medio de desplazados.

Nuestra ruta comenzó en Beirut y, desde allí, por carretera, visitamos principalmente Alepo, Homs y la capital, Damasco, donde finalizaría nuestro viaje antes de regresar de nuevo a Beirut. A medida que nos acercábamos a Alepo empezamos a ver pueblos abandonados con claros signos de guerra, aunque los efectos del conflicto son más visibles y devastadores en las ciudades donde se libraron las grandes batallas durante años. En Alepo, núcleo comercial e industrial del país, vivían antes de la guerra tres millones de personas, un millón más que en la actualidad. La mitad este de la ciudad estuvo tomada por los rebeldes durante casi cinco años y fue brutalmente bombardeada por las fuerzas gubernamentales hasta recuperarla en 2017. Hay gran escasez de todo debido, en gran medida, al embargo impuesto por Estados Unidos, Europa y la Liga Árabe, lo que condiciona el acceso a alimentos, carburantes, medicinas…

Nos alojamos durante tres días con los Maristas Azules, con quienes colaboramos en un programa de apoyo a desplazados y vamos a iniciar otro proyecto de formación para la creación de microempresas. Tras reunirnos con otras organizaciones y con el párroco de la ciudad, con quien estamos preparando otro programa de formación, dejamos esta maltratada ciudad que trabaja en una reconstrucción que llevará muchísimos años y en la que, por las noches, aún se oyen algunos bombardeos.

El sacerdote carmelita libanés, Fr. Raymond Abdo, nos vino a buscar a Alepo para llevarnos a nuestro siguiente destino, Homs. También muy afectada por la guerra, esta ciudad fue tomada calle por calle y eso se aprecia en las fachadas de los edificios céntricos, cubiertos con impactos de balas y morteros. La ciudad fue liberada por el ejército en 2014 y, desde entonces, va recuperando la normalidad. Allí nos encontramos con los jesuitas, que nos alojaron en la misión que mantuvieron abierta durante todo el asedio y, gracias a ellos, pudimos reunirnos también con el obispo grecomelquita y con una ONG creada para generar espacios formativos que ayuden a salir adelante a aquellos jóvenes que no pudieron huir o salir de la ciudad.

En Damasco comprobamos cómo la capital trata también de volver a la calma. La ciudad fue liberada por el ejército a finales de 2012 y las obras de reconstrucción están muy avanzadas. Ya hay muchos comercios abiertos y el gran zoco funciona con normalidad. Allí nos encontramos con un párroco franciscano y con las Hermanas de Jesús y María, que hacen una increíble labor de acompañamiento a la comunidad cristiana que quedó en Damasco.

Todas las personas con las que nos reunimos nos transmitieron sus vivencias, el trabajo realizado durante la guerra y las enormes necesidades a las que aún deben hacer frente. Y, tras siete intensos días, volvimos a Madrid con una convicción y una apuesta en firme: los jóvenes que se han quedado en el país son el futuro de Siria y serán el colectivo en el que Manos Unidas volcará la mayor parte de sus esfuerzos l

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