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Après Por Manuel Guillén en Febrero 2012,Narrativa
“No hay nada como el sonido de las guitarras eléctricas”, Tamara piensa. Está sentada en el único sillón de su departamento. Tiene la tela podrida, que alguna vez fue verde olivo, y los resortes saltan debajo de sus nalgas. En la parte alta del respaldo destaca una gruesa media luna de grasa, negra y pegajosa, producto de las innumerables cabezas que ahí han reposado. De frente, una amplia pared cuyo papel tapiz verde lima con flores de lis doradas, escarapelado casi en su totalidad, deja ver en las esquinas superiores largos cordones negros de hongos desarrollados años atrás. Flexiona las piernas para poner los pies descalzos sobre el sillón y la cabeza entre las rodillas. Tiembla. Le duele la cabeza: punza y zumba. Tiene náuseas. Se le acabó la cocaína y tiene que aguantar el bajón que ya ha comenzado. Nirvana suena a buen volumen en la reproductora de cedés. Esta es música de verdad y no la mierda que le gusta a mi madre. Esa es un de las tantas razones por las que me alegro de haber dejado su casa. Todo el puto día escuchando a esos cubanos de mierda. Me vomito en el pinche Silvio Rodríguez. La verdad que aguanto más a las cantantes de dance que a esos pendejos de la Nueva Trova, y el dance ya es bastante insoportable. Ah, qué frío tengo. Espero que ya no tarde Rodrigo. Ojalá que no empiece con sus insinuaciones. Es un buen cuate y un buen surtidor, pero hasta ahí. Es insoportable cuando inicia la cantaleta de que si ándale, que si mira, que tanto tiempo de conocernos, que si le haces al porno, que aunque sea una probadita, mira que es de cuates, que qué tanto es tantito. Argh. No me gustan tanto los hombres, y menos como él. Siempre oliendo a sudor, aliento a tequila y lleno de pelos por todo el cuerpo. Los pelos es lo que menos me gusta de los hombres. Por eso prefiero acostarme con mujeres. Ninguna como Fabiola. Tenía que matarse la pendeja. La quería. Termina la versión pirata del Nevermind y Tamara intenta incorporarse por otro CD. Le cuesta trabajo. Le tiemblan las piernas, las manos y la coyuntura de la mandíbula. El dolor de cabeza es ya insoportable. Ha comenzado a sudar de manera considerable. El sudor frío escurre por la frente, las sienes y la nariz. Baja por el cuello y empapa el escote de la blusa de rayas negras y plateadas. Escurre por la nuca y ensancha la mancha de sudor de la espalda. Lo logra. Toma el Astro Creep: 2000 de White Zombie, que sobresale en una esquina, y lo mete en la reproductora. El sonido satura la habitación. Vuelve a tumbarse en el sillón y la punta de un alambre se clava en un muslo. Se queja. Echa la cabeza para atrás. Piensa que le va a salir sangre, pero sólo es moco acuoso que queda retenido a un milímetro del orificio de salida debido a la posición angular de la cara. Adelanta un poco la cabeza para liberarlo. Se limpia con la manga. Eructa y cierra los ojos tratando de dar un poco de paz a la monumental resaca del químico en bajada. Y la pendeja de mi madre acusándome de que me había insinuado al güey de José Luis. Si parecía oso el cabrón. Tenía pelos por todos lados. Muy desagradable, incluso asqueroso. Okay, okay, sí le di baje con algunos galanes, pero no con José Luis. Aquel día en que supuso que le estaba enseñando las tetas, me dijo de todo, que era una pinche putilla de mierda, una malnacida, que me odiaba, que no veía el día que dejara de estorbar en la casa. No me dejé, qué me iba a dejar. Le dije que quien se había lanzado era él, que era su culpa por ridícula, que si
17/12/2012 0:02