Las rosquillas

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LAS ROSQUILLAS. Con una pequeña navaja albaceteña de bolsillo, diminuta, cortante, de cachas de madera y hoja algo ennegrecida, caminábamos por el borde de las cunetas hasta Las Cañaillas donde nos esperaban, como centinelas armados, los casi secos cardos borriqueros. Ya habíamos dejado atrás las viña de Pacho y del Pota. Una, con sus africanos alcauciles olorosos y de verdes hojas grandes con sus flores de alcachofas que mi madre tan rícamente cocinaba en amarilllo; la otra, quedaba a la derecha, con su pozo y pila celeste por el sulfato de cobre con que se sulfataban sus cepas. Justo al otro lado del padrón, estaba el manzano donde cogíamos con miedo, con mucho miedo, sus ácidos peros, todavía, verdes, aunque ya algo granates. Más abajo la viña de Cepeda, cruzada de padrones por los que los carros entraban y salían en época de vendimia. ¡Cuántas tardes de enero, después de la poda, los cisqueros, gente pobre y humilde, amarrados sus borricos, sarmentaban, con permiso del amo, y hacían sus candelas para pregonar por las tardes: «¡Niñaaa el cisqueeeero! Arrancando o tronchando de un tirón los troncos de los cardos, los rajábamos con la navaja para buscar rosquillas de marfil en sus partes más podridas, para utilizarlas como cebos vivos, cuyos movimientos estrambóticos aprisionadas a las perchas atraían a los pájaros. Casi siempre teníamos éxito y cuando no conseguíamos los gusanos nos íbamos al maizal del Cuco a descuartizar sus cañas y llevárnoslos a casa. Al día siguiente, íbamos a poner las perchas al olivar. Los zorzales picaban engañados por el revoltoso insecto, que enterrada la percha, quedaban al descubierto a vista de pájaro. Siempre nos gustaba, todavía calientes, observar sus picos amarillos y sus patas rosas, el crema del interior de sus alas y el marrón de su lomo. Caminar hasta el pueblo con las presas cazadas nos hacía crecer y ser ante los adultos útiles para llenar las ollas. Si habíamos tenido suerte comeríamos arroz blanco con codornices. Ahora, prohibidas las perchar, ya casi no existen zorzales a causa de las practicas agricolas, los maizales son cultivos casi marginales y las rosquillas cada año siguen metamofoseando en bellas mariposas por los campos de Almonte. Metamorfósis necesaria para el ciclo de la vida y que siguen haciendo posible la invisible, pero existente, biodiversidad de la naturaleza. Manuel López Vega. 5 Agosto, 2017.



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