José Luis vallejo Marchite
La Palabra tardía
Entre dos albas (1965 )
A MarĂa Luisa Villar
María Luisa, nombre de claridad salada, de todo lo que inicia la aventura del vuelo, donde nacen y mueren mis días sin pecado, donde tiemblan mis labios y se salvan mis besos. En ese nombre, hendido por los dedos de un alba que ignoraban mis grandes dolores y mis sueños, regreso de mis viajes cuando la noche instala sus cuarteles de sombra sobre mis ojos ciegos. Nada tiene tu nombre de mis oscuras gredas, porque en él se concreta la claridad de nuevo y de su sal se nutre todo cuanto florece. Escóndeme en tu nombre de jazmines despiertos el gozo apresurado de tu presencia ansiada y el dolor que tu ausencia eterniza en mi pecho.
1
Otro llegarte a mí no poseída. Otro darme tu voz y tus pupilas sin darte toda. Nudos de la tarde para nuestra ambición iluminada. Sin ser mundos ajenos en la tarde, sin ser impenetrables, tus palabras han de volver de nuevo. Sé que cuesta reemprender un camino no acabado cuando no se adivinan nuestras bocas ni dan fruto, en la tarde, nuestros brazos. Volver y más volver, no golpeando el corazón amigo: aquí termina, para empezar de nuevo, nuestro llanto.
2
Porque el día se va de mí sin nombres por la abierta ventana de mi espíritu detrás de la ventana que se asoma al Mar Mediterráneo, estoy con mi rumor al primer viento, a la primera brisa, al rayo de la luz antepenúltima. ¡Si pudiera pesar mi soledad! ¡Si arrancarles pudiera tu memoria a las olas que rompen en mi arena, al vuelo fugitivo de mil pájaros! Pero es mi muerte lenta en mi retiro. ¡Otro día sin voz! Tu nombre inenarrable, ¡qué lejos de mis labios! Alfabetos de espuma, ante mis ojos, rumorean apócopes. ¿Qué alas de qué vientos acunan tu recuerdo? ¡Por fin será la noche! Un largo sueño será como una eterna despedida. Tú, el alba que me despierte para siempre.
3
En soledad te busco con urgencia de amante, sin que ya me compense dar vida a tu recuerdo. Se me agrandan los ojos ante tantos verdores creyéndote a mi lado. Abro, luego, los ojos para verte, y no estás. Oh mi ausente, ¿me engañas? Te conozco como eres: con tu sed abrasada, con tus negros cabellos, con el río fecundo de tus manos. Te he visto rondándome en las sombras hasta que te perdieron mis tres noches de insomnio. Entre mis manos tiembla mi corazón cortado. Como si en la mañana salieras a mi encuentro, ¿no detendrás el curso del dolor que me acecha? Con los ojos perdidos entre el verde y la arena, como un viento cansado me adentro, doblo esquinas y repito tu nombre por los cuatro costados de la ciudad. En tu nombre navegan mi dolor, hecho nave, y mi pobre palabra, asediada de noches. Por eso te seguiré esperando, porque eres tú la única que redime mis voces
4 Si tú no tuvieras nombre. PEDRO SALINAS
Yo te quisiera sin nombre. Tan sin nombre que me fuera igual el decirte viento, primavera o puro sueño, para llamarte sin nunca buscarte por todos lados. Notar en mí tu presencia cálida, no en sucesiones de tiempo. Verte en las olas, depositada en mi arena. Yo te quisiera sin nombre: Serías mía en mis pasos, en mis gritos sin barreras, en mi luchas cacofónicas por aprenderte de todo. ¡Si tú no tuvieras nombre...!
5
Para que tú me entiendas, tú sola, nadie más, te hablo desde el recuerdo. El tiempo cabe en una sola palabra: ¡Entonces! ¡Qué felices, sin cómputos ni horas, aquellos días que arrancamos los dos del calendario! Caminábamos juntos bajo una intensa lluvia de pronombres: tú toda luz, presencia; yo perdido en tu luz. Sabía que tú eras tú, ya sin preocuparme lo concreto del nombre, que nada significa. Nadie sabrá ya nunca quién eres más que yo que hoy, al cabo del tiempo, otra vez a la orilla del mismo mar, te llamo ya por tu nombre: TÚ.
6
Por si acaso me esquivas. Por si acaso -antes toda de luz multiplicadate vas, en mí, de mí sin yo notarlo. Por si desapareces de mi sueño, -¿qué otro cauce te lleva al mismo mar?-, he grabado tu nombre y el color de tus ojos en lo más escondido de mí mismo. ¡Qué pronto te hallaría tan pura y luminosa en mí, sin preguntarles al aire o a la alondra! Bastaría con quedarme en silencio.
7
Te he aprendido hace poco y es como si fueras mía desde siempre. Porque estabas en mi sueño tan sin esconder, tan pura en tu milagro de ausencia, tan de mi mano impalpable, que más te creí visión o fantasma: algo imposible. Pero, al despertar, mis ojos te hicieron realidad como la luz, como el mar incansable de rumores. ¡Oh gran sueño de mi sueño: DESPERTAR!
8
Empújame de nuevo más allá de la orilla de ti, a donde nada sepa de mi amargura. Sólo olvidando tanto resentimiento, puedo renacer para hacerte presencia tus olvidos. Tú nunca, nunca sabrás el precio, el duro precio a tus risas, -inocentes las llamas-, que me tienen el alma en eterna vigilia de esperanza. Detrás existes tú, -y me azotas el rostro como el viento-, sin brazos que me cerquen y labios sólo para reír, sin que ya importe el beso para tu mundo, ausente de entregas silenciosas, de presencias.
9
Tu otra voz. Tu otro mundo. Tu otra tú de ti misma, sin fingimiento posible. Caminos de la alta sierra por los que vienes conmigo en mi silencio de roca. Sólo voces vegetales contra un cielo sin rodillas. Porque abrasa el aire, quema las fauces desorbitadas. Tierra de clamor la mía, sin más caminos que el tuyo de tu voz acostumbrada. ¿Hasta cuándo en mí contigo sin tu otra voz para siempre?
10
Llégate a mí del silencio por albas recién nacidas. Que florezca la sorpresa y madure la esperanza. Habito mundos de ausencia. ¡Qué lejos ya de mí mismo; de ti, que alumbras misterios por tierras mediterráneas! Todo yo una espera inútil, ¿desde cuándo? ¿Hasta cuándo con mi carne desvelada en porfía con la noche? Todo el gozo presentido como un puro alumbramiento. ¡Oh gozo transfigurado: dolor esencial de todo este vivir sin presencia! Tú escondes aún tu tiempo en catálogos de espuma mientras mi tiempo se adhiere a las copas de mil pinos. Paseo sin mí. Te llevo de la mano, sin tenerte fuera de ti y de la noche. Llégate a mí del silencio por albas recién nacidas.
11
Por fin tu generosa voz de mujer cercana ha deshecho los nudos del llanto y de la duda. ¡Qué torpes pies! ¡Qué pasos antes de la certeza! Clamor de muerte intrusa, navegando en mis venas, ensordeció tus voces. Yo he sido, María Luisa, quien, atisbando cielos llenos de densas nubes, salvé distancias, mundos, horas desesperadas, porque me resistía tenazmente a perderte. No acepto anticipadas destrucciones. Si llegan, cebándose en mi cuerpo, me hallarán, desvelado, en actitud de espera. Tuyo es mi último abrazo; mío, tu último beso. Y como tú eres frágil, hasta mi voz es tuya. Hazte mía por siempre, voz de mujer cercana.
12
No lo grites en medio de la noche. No. Dímelo en silencio con sólo una sonrisa, aunque se quiebre al borde de tus labios. Tengo miedo. Puedes romper el vaso de mi gozo por quererlo llenar todo de golpe. Has de vivir más noches en tus ojos, más besos luminosos en tus labios, más dolor en tu pecho. No me digas que sí porque quiero soñarte hasta que en lo más profundo de mí mismo me duelan tus vigilias sin voz. Dame, en silencio, la verdad de ti misma. Como la luz, que llega de puntillas despertando las rosas, ha de llegar tu amor. ¡Oh plenitud del sí cuando los labios sólo hablan el lenguaje de los besos!
13
Ya va cobrando vida la afirmación de ti. Aún queda mucho tiempo por recorrer. No importa. Tú sabes que te espero, a espaldas de la noche, sin soñar más futuro que el de tus pasos leves, sin contar los minutos en mi reloj de dudas por la espera. Como hoy, y ayer, estaré siempre. -Puedo escuchar tus pasos y no ser tú quien vienes-. Un encuentro está hecho todo de afirmaciones. No estar ya aquí me dice que estás, en mí, llegando por el otro camino mío de la esperanza. Todo el tiempo de atrás viene como un futuro espléndido en tus manos. Todo es ya ese apacible ir y venir de entregas, en ensayo constante para la entrega última, a espaldas de la noche donde triunfa tu amor.
14
Cada palabra anuncia tu amor; cada minuto, tu gran quehacer de amar. Con palabras me adviertes que aceptas tu trabajo de amarme más y más. Y tu amor se hace vuelo por cartas sin finales. Una firma de luz de alba clausura abrazos que no se leen nunca, porque tú los encierras en rúbricas marinas, prolongación de tanto sabor salobre, amargo. Distanciada en el tiempo y en el espacio, rindes mi voluntad al beso, y mis labios te buscan por un eje de abcisas sin medida posible. Detrás de ese horizonte sin círculos concéntricos, estás tú, amor-presencia, pidiéndome que salte definitivamente la barrera insinuada donde triunfa tu amor.
15
Ya no puedo mirarte con los ojos de ayer. Estrenar cada día mis ojos, hacer nuevo tantas veces su brillo, es como descubrirte, crearte sin descanso. Con los ojos de ayer que tú, mi amor, conoces, evoco tu pasado: pura y vaga materia. Pero es esta mirada virgen la que te encumbra sobre montes y cielos, más allá de los astros que miraba sin ver, lejos de mis dolores, de tus goces continuos. Sólo así te prefiero: por encuentros, por rutas de luz, de transparencias, insinuando futuros donde todo se salva.
16
¿Quién ha despedazado mi silencio? Si te pregunto a ti, no sabrás responderme o no querrás, la siempre ausente. ¿Tantas veces te he reprochado tus palabras? ¿Tanto te he distanciado ya de mí, cuando era todo mi silencio quererte en silencio? Ya no tiene sentido la eternidad si el tiempo me señala medida y he de, al fin, confesarlo con los labios. ¡Ahora sí que duelen las distancias que no existían antes ni en el sueño, siempre en mí toda tú en el puro silencio de mi alma! ¿Por qué ese afán de hacerte lo que no has sido nunca en el más inocente de los besos? ¿Por qué abrazos, por qué? Ni el más leve rumor de mis pasos te tienen más a mi lado, más mía, que cuando para mí eras sólo silencio.
17
No quiero recurrir a la memoria cuando se me ha borrado esa celeste marca del amor. ¡Cómo duelen ahora los recuerdos! ¡Oh qué punzantes garfios si intento, a mis espaldas, salvar ciertos minutos del ayer! ¿Por qué estar al acecho de la palabra nunca pronunciada que puede ser la ruina o el alba esplendorosa de una día vislumbrado? Hambriento de tu risa breve y total, apenas resbalada, mi corazón de invierno se pierde por las nieblas de mis manos. Y así voy vacilante por las cosas, porque ya no te encuentro. Dame, dame tu voz. Yo la espero en el viento y en la lluvia, en la nube que cubre el mismo cielo: el de tus cumbres vascas y el mío, alto y lejano, de Levante.
18
Mis pasos, alejándose siempre, siempre en la sombra, matan labios contra la acera. Yo persigo palabras entre esos labios muertos. Estoy lejos, muy lejos, más que nunca, de ti, ahora mismo en que hasta tus palabras son labios encendidos, y tus labios, palabras casi recién nacidas. He mirado mis manos, he palpado mi alma, donde duermen tus labios y viven tus palabras,
y te he encontrado, dentro de mí, labios, palabras inseparables, puras. Como una mansa lluvia me has penetrado toda esta carne, esta tierra propicia a la palabra, al labio. (Sementera por ríos de futuro). Ahora yacen palabras, duermen labios partidos, que han de venir por sueños o caminos de sangre. Todo se multiplica, con el tiempo, en el tiempo. Hay que vencer la sombra con el alba en la manos; vivir de luz a luz de frente hacia el mañana.
19
Todo estaba ya perdido cuando tú me apareciste con el tiempo entre los dedos. Eras con mis alegrías sin serlas, con mi dolor sin recordarme ninguno. ¡Cuánto tiempo desvelado que no me pertenecía, que yo quisiera olvidar! Pero tú lo has hecho mío para siempre.
20
Haz tuyo este momento antes de que la luz se nos escape. Puede ya no volver, y, asido de tu mano, serรก por siempre tuyo. Cuando se haga la noche en tus ojos sin lunas, perdurarรก el recuerdo de tanta luz vivida, y aguardarรกs, sin prisas, el nuevo nacimiento del alba entre tus dedos.
21
Mi recién estrenado día de primavera es obra sólo tuya. ¡Qué manos para el trazo perfecto, inimitable! Detector ciego, el tacto encuentra hoy sus motivos por las turgentes yemas hacia un esplendoroso comenzar a vivir. Porque mis ojos sólo a través de tu luz saben, quieren mirarte. Amor, tú eres la única afirmación de ser que sufre mi memoria; la total realidad que sueño, que ambiciono. Bajo este cielo abierto, bandadas de aves traen tu alegría en sus alas, y el viento ríe y ríe provocando sus roces. Aquello que te guardas multiplica tu don, pues de darte no acabas aun dándote a ti misma. A cambio sólo luz, fortaleza mi pides para poder vivirme donde tú me has ganado día a día, hora a hora. Cuenta, cuenta los pasos inseguros que diste, al borde de mil albas, buscándome. En tu amor me fabricaste un mundo, edén para el abrazo, donde los dos podemos darnos, sin pedir más.
22
No. Nunca me reproches el haberte encontrado. Tú eras, entre dos albas, sin nombre, como el viento primero en la mañana. Te he buscado en la espuma blanca del mar insomne, en el azul anónimo del cielo, en la alta sierra, por el camino abierto del poniente. No eras ala, no abrazo ni beso luminoso. Por la herida profunda de mi dolor llegaste. ¡Qué dentro de mí estabas sin hacerte presente! Tiende tus blancas manos a la luz que se escapa cuando estamos al borde de vivir para siempre. Que nuestro amor no sepa esta noche de sombras; que el tiempo no posea nuestro beso, nacido ENTRE DOS ALBAS. Guardamar, agosto de 1965
Por un mundo sospechado (1975)
A MarĂa Luisa Villar
Yo te espero, mi amor, para el silencio. ¿Para qué cantar más cuando ya seas cierta? JOSÉ MARÍA VALVERDE
1
Vuelvo sobre las fechas previas al beso definitivo. Yo quisiera borrar del calendario el trece de septiembre, por más que, mientras viva, podré decir al mundo: Nuestro amor nació en lunes, lejos de los night clubs y de los bares donde se comentaban apasionadamente resultados de fútbol o el combate de Urtain contra Canal. El tren expreso de las diez soñaba sombras bajo la bóveda de la Estación del Norte. Nuestro beso fundió, sobre el asiento de un taxi sin matrícula, despedidas y encuentros. Entonces pronunciaste tú mi nombre con esa voz de aurora que no olvido. Y yo te dije adiós. Un lago adiós que no se acaba y duele, porque vuelvo, inseguro, sobre la fechas previas al beso definitivo.
2
Sí, pusieron tu nombre en entredicho. Yo tuve que hacer látigo mi voz, tralla y azote, para romper el cerco que contra ti estrechaban, despiadadas. Entonces fue tu nombre mi bandera, sobre la que llovían y llovían mis razones de amor. ¿No sientes el cansancio con que acudo al abrigado arrimo de tus brazos?. Nos condenaron a vivir de espaldas el uno contra el otro. Todavía celebran su victoria. ¿No será nuestra victoria? Porque ¿cómo podrán disociar nuestros nombres? No temas nunca ya por nuestro amor. Nosotros lo salvamos en nosotros.
3
Pero un día de septiembre desapareció de mi atlas el lugar donde te hallé cada vez que fui en tu busca. Entonces sí que eran verdes las montañas, alto el cielo, azul el mar. Yo vivía la aventura de tuyo, sólo tuyo, tuyo, tuyo. Por las manos nos sabíamos de memoria nuestro rumbo. Y qué apresuradamente inundábamos El Valle de presencias si, al amparo de las sombras iniciadas, nos urgían los minutos. Allí yo te vi en tu gloria, alejada de sospechas; allí te gané por siempre; allí fui en ti lo que soy. Hoy están contra nosotros el tiempo, -nos niega allí-, el mapa -nos niega allí-. Pero nuestro amor perdura más allá de las pequeñas realidades, mil veces creadas y destruidas. Somos, entre tanta ruina, lo único que se salva.
4
Buscaban su verdad, no la verdad, que sólo tú posees. Pero tú, en tu verdad inaccesible, el paso les cerraste con tu luz. Así nació de su impotencia el odio. Yo vivía aún al margen de su horribles diagnósticos. Largos y largos goces, iniciados a través de mis cartas, completaban su ciclo en tus manos, primero, luego en tus ojos. Entonces tus palabras te florecían toda, y era una realidad la intacta primavera de tu carne. Yo no sé cuántas veces, como si un árbol fuera, me encaramé a tu pecho. Desde su altura dominaba el mundo. Ámbitos florecidos mostrábanse a mis ojos por doquier. Mis labios modulaban el cántico aprendido. Bastábale a mi afán la sola melodía de la dicha. Su odio, entre tanto, iba afilando el hacha. Y yo, inconsciente, confiado, ajeno a tus gritos de alerta, no acerté ya a salvarte ni a salvarme.
5
Perdóname por ir buscándote a través de las preguntas. (¡Cuántas veces nombrada por la lluvia y el viento, por las olas de todos los océanos, por la primera luz del despertar del mundo, cada día!) Hoy ya no te conocen. Si ya no te conocen, ¿en qué punto de qué geografía de qué mundo valdrán las señas que de ti yo guardo? ¿Quién te adivinaría por tus manos? ¿Quién por el gran derroche de tu voz que no segó el hachazo en tu garganta? No sé si vives, porque tanto silencio de años de fe de que en la sucia página de un periódico cualquiera te han construido esa pequeña tumba que no deja lugar al epitafio. ¿O acaso, casi muerta, vives en ese mundo sospechado que tanto tú temías, donde ya no es posible casi ni la esperanza, “y el aire apenas es ya respirable”?. ¡Qué dolor que no sean hoy iguales las cosas que ayer fueron las mismas! Porque ya nuestras manos no descubren, no crean. Están como las alas de eses aves que no aprendieron nunca a volar, siempre extendidas,
ofreciéndole al viento su torpeza, su extenso erial al aguacero, al mundo falsos puntos cardinales. ¿Y tu voz? ¿Qué han hecho de tu voz, esa clara evidencia de ti que busco en mi dolor, forma última de amar?
6
He desencadenado todos los vendavales de mi tacto, queriendo aprisionarte, porque una voz me grita: ¡Sí! Goteándome está, desde lo alto, como lluvia que hiere, sin herir, como viento que canta provocando júbilos, dichas, dentro de mí: ese mundo que soy, donde tú vives desde antes que la luz recreara los ámbitos del mundo: ¡desde siempre!. ¡Lluvia de afirmaciones de ti! ¡Canto del viento de ti! ¡Júbilos, dichas de ti: Eres, eres! ¡Oh la dicha de ser! ¿Cantaré el gran hallazgo o esperaré a que amainen estos diez vendavales de mis dedos? Porque, ¿cómo estará el tierno junco de tu cuerpo, que tuve miedo siempre de quebrar si, a un gran espacio abierto, acariciaba? Ahora sí sé que al mundo sospechado que aún habitas, no llegan ya las voces que lo crearon, porque el odio se apaga si sopla, temblorosa, la esperanza.
7 Yo me callaré esperando PEDRO SALINAS
No más preguntas, no más. No haré preguntas al viento, donde estallaron mis gritos tantas veces; ni a la noche de mi soledad; ni al tacto, que tanto sabe de ausencias. (Ni siquiera a ti, que vuelves de tan amargo silencio con tanta paz rota a cuestas). ¿Sabrán, acaso, explicarme con sencillos monosílabos cómo te cercó el otoño, próximo a iniciar su ciclo? ¿Dónde creció la muralla que inventara con sus códigos el hacha, que fue talando los árboles donde alzaban vuelo la luz, las alondras, y el tiempo buscó su nido? ¿Acaso pueden mil síes hacer otra cosa que confirmarme tu presencia fuera del pasado? ¡Ser es ya suficiente! Basta a quien busca. Y yo busco. Labios, no roces; palabras, no luz menguada, serán comunicada verdad cuando yo no sea silencio por gracia tuya. Entre tanto, porque la vida, ese inmenso prodigio que nos desborda, es ya otra vez en ti, en mí yo me callaré esperando.
8
Así, así, en silencio. Que transcurran las horas, los meses o los años. Quizás lo que yo juzgo tiempo de no vivir por la urgencia que impone la evidencia de ti que llamo realidad, no se contabiliza, en ese extraño mundo, en minutos ni en horas, porque en él sólo existe como único valor la espera. Bien sé yo que esa equívoca dimensión sí trasciende las esferas de todos los relojes, las páginas de todas las agendas, los números del viejo calendario donde aprendí a contar, uno tras otro, todos mis dolores. ¿Y tú? Por culpa de ese tiempo que no es, ni fue, puedes venir, llegar vacilante en la luz de la mañana, o en la agria plenitud del mediodía, o cuando, ya cansado, esté lavándome los ojos en las aguas oscuras de la noche. ¿Y yo? Al margen siempre de los cómputos, por ser fiel, hasta el fin, a mi promesa, he de quemar, hasta que ardan, todos los alfabetos aprendidos, para que en el camino que tú traigas no encuentres más señales de mí que mi silencio.
9
¡Qué olvidadas están ya las palabras por las que fui aprendiendo cómo eras! ¡Qué olvidadas las fechas que los dos señalábamos con rojo para que en el momento del encuentro nadie nos confundiera con las otras parejas que todavía hoy acuden a su cita sin saber a qué van, porque lo dicen todo sin dejar sus espacios al silencio! ¡Qué olvidada la ruina a que nos condenaron tus dos manos, que sostenían solas más mundos que mil sueños! Manos, como la luz, hechas para salvar los horizontes en los que todavía la dicha era posible. ¡Qué olvidados tus ojos, tu voz! Pero tu nombre, ¿cómo puedo olvidarlo? Cabía en él el mar con su rumor y espumas, con sus olas rompiendo en la escollera o acercándose, dóciles, a morir en la playa. Cabía en él la luz desde que alzaba el vuelo. Pensando en ti doy fe de mis vigilias. Temo que, al llegar, me sorprendas nada más iniciado el camino de un sueño.
10
Como se precipitan sobre mí las promesas, -¿dónde nacen?-, tropeles de ansiedades, que antes se me quedaban atrás, me acosan, sin descanso. Y este desasosiego es como un vino ácido que me quema el estómago. Mas como tú, la que eras antes del tú que ignoro, no cederé. No quiero salir -¡no, no!- a esperarte, aunque sé los horarios de los trenes nocturnos. Porque eso, sí, de noche te traerán. Me estoy callando todo lo que no sé de ti para no dar salida fácil a ningún sueño. Esto y tantas promesas falaces me hacen daño. ¿Qué es, si no, este dolor soterrado que cava galerías, no venas, en mi cuerpo? ¿Y estas aguas viscosas que me inundan Calmar mi sed de ti sólo tú lo consigues, no esas voces que acuñan vagas promesas, siempre distintas y las mismas siempre. Porque de ti no vienen; llegan, sí, de ese mundo sospechado que habitas entre cosas ajenas, renunciando a la vida sin querer renunciar.
No resisten más agua mis manos, ni mis ojos más restregones. ¡Quiero
gritar! Pos eso rompo definitivamente mi pactado silencio. Que mis gritos se enciendan avisรกndote el fin de tu cansado viaje, antes de que te envuelvan nuevamente en sus redes. Ya apercibida, lรกnzate sobre los limpios suelos de este mundo. ยกEso basta!
11
Sólo cuatro palabras: AHORA, SÍ, LIBRE YA. Toda tu vida cabe dentro de tres adverbios. Porque la vida es, desde su instante mismo, afirmación exacta, consumación del ser. Albores azuzando llegó tu telegrama. Poco después, la luz se hizo en tu nombre. Unánimes, las playas recobraron su forma y editó el mar su cándido alfabeto de espumas. Con él iré creando los nuevos adjetivos -intacta, inajenable, delgada, virginal, reidora, perfectaque te harán a tu imagen y semejanza.
12
Ahora recuerdo todo lo que puedes vivir; lo que los dos -tú y yo-, sin duda, viviremos. Increíble parece tanta vida de después no viviéndola más que por los recuerdos. Algunos la confunden con un sueño. Ese es su gran error. ¿Acaso nuestras más tiernas miradas no se cruzaron antes de los siglos y aún esperando estoy para avisarte del color de tus ojos? ¿No fueron, desde siempre, nuestras manos únicas para el tacto de lo eterno? La vida se prolonga por el gozo, ese hilo frágil que al dolor se arranca para colgarle al cielo su futuro. En una vida así caben abrazos que desde hace milenios se estrenaron, y el beso que se dieron nuestros labios sin haberse juntado todavía. Porque ese mundo desde atrás, que traes a espaldas de tu yo, de puro viejo no cuenta ya, pues del olvido surge, no del recuerdo que proyecta. Cuenta lo por vivir: aquello que ha sido ya, sin ser, porque será, como el amor, que cada día es otro sin dejar de ser único. Por ti, recién llegada de ese absurdo trasmundo, dejo que este alboroto de necios silogismos vaya haciéndote el traje exacto a tu medida. Rompe las colecciones que aún guardas en tu armario, y vístete el azul de los cielos inéditos.
13
Estaba desandando el camino de un sueño cuando tú te cruzaste, aguadora de estrellas. Tan cambiada venías con tu sonrisa al aire, tan alta por las sombras tiernas del nuevo día, tan sin par entre miles, tan envuelta en azules, que eras mar y eras cielo: casi irreconocible. No entiendo cómo supe que eras tú y no otra, viniendo de tan lejos y tan distinta a ti. Quizás porque tu andar delgado es diferente al de todas por esa intensa carga de audaces desafíos con que apoyas los pies, segura de ti misma siempre por donde vas. Definitivamente venías tú salvada de la doble catástrofe que es vivir sin el yo, alerta por la orilla del despertar del mundo. ¡DESPERTAR: Ese grito tan bello de la vida que sigue siendo vida!
14
Acéptame -no pido más- el mundo que te ofrezco. Lo he ido yo creando, día a día, desde su misma nada. El hacha derribó todos los árboles, pero fui recogiendo troncos, ramas -tus doloresy construí la casa, nuestra casa. Entonces firmé pastos de silencio. Y esperándote estuve, lavándome los ojos en las aguas oscuras hasta casi cegarlos. Sobre una sucia mesa sin manteles fui desmigando el pan que, solapadamente y sin descanso, amasara el rencor en sus tahonas. Y cuando del trabajo regresaba, en el lecho mis manos se entregaban sus cinco largos haces de dolor como dádiva única. La luz volvía a darme, multiplicado, aquello que avariciosamente yo al sueño arrebataba: mi soledad y esa ausencia de ti que flotaba por la casa vacía. ¿Entiendes -di- por qué al aire confié gritos, mensajes? ¿Por qué rompí en pedazos tantas falsas promesas y aprendí de memoria los horarios de los trenes expresos? ¿Por qué mis titubeos por saber si eras tú, después de recobrarle al atlas tu presencia?
Ya nada temas, nada. En este mundo que te ofrezco, álzate sobre las viejas ruinas
de los siglos. Recobra, desde arriba, lo que es tuyo: tu afán de claridad. Y desciende la que eres por la pendiente mínima para ahorrarle cansancio a tu belleza. Estamos, definitivamente, lejos de las sospechas que inventan otros mundos sin horizontes. Nuestro quehacer es único: no cerrar más las manos donde cabe la dicha que será y es amar. Valencia, 1975
Afán sin término POEMAS DEL SILENCIO DE LOS OJOS (1977)
A Martine Detournay
Ninguna soledad me doli贸 tanto como 茅sta de los ojos sin respuesta
1
Avariciosamente estoy gozando estas últimas horas que quedan a mi paz. Está la muerte alzando sus bastiones sobre la insigne ruina del viejo Colosseo o, más allá, en las Termas de Caracalla. Exactamente allí donde yo he ido a apuntalar mi vida, desafiando a las mil realidades que gritan a mi lado. Soñé con encontrarme en la ciudad donde los siglos viven. Por eso estoy aquí, con mi gran muerte a cuestas, esperando. No sé si has venir por los recuerdos o por los sueños. Basta que tu presencia se me avise, para ahorrarle a este mundo andenes y aeropuertos, por los ojos. Escoge las hojas amarillas del otoño para escribirme si vendrás de noche o he estarme velando más vigilias para que por los ojos yo te sienta primero alba de luz antes que beso. Si he sabido esperar contra la vida, ¿sabré esperar también contra la muerte? A veces es lo mismo, pienso. Y nunca sé si vale la pena tanta espera. ¿Por qué mis brazos se alzan entre ruinas de historia, entre columnas, si no han de ser mis manos las que anuncien que esta ansia de soñar otro mundo no existe sino por la mirada creadora? ¿Por qué buscan mis labios, detrás de tanto sueño fatigado, otro milagro o lluvia, otro lamento o grito alborozado, si es tu felicidad el candoroso silencio?
Rendido a ese minuto fugacĂsimo que es el vivir, de bruces a la muerte, a esta primera luz del alba te convoco.
2
De naufragio en naufragio, de soledad en soledad, retornan siempre al mismo centro mis ojos tristes. Están cansados, ciegos, de buscar por las aguas remotas del pasado, donde grandes olvidos como barcos navegan proa al mar del futuro. ¡Oh cuántas miradas, que rozaron el alma, sin respuesta! ¡Cuántos abrazos, fechas, promesas, sueños, nombres naufragados! Si correr tras un nombre es tan inútil como correr tras una vaga promesa, entonces ¿por qué tanta carrera enloquecida? ¿Por qué no despedirnos bajo estas duras sombras antes de que la luz siembre, de nuevo, el suelo de menudas esperanzas? Millones y millones de palabras nos separan. No nos las aprendimos consultando aquel viejo diccionario donde, juntos, leíamos: abandono, adorable, alba, alameda, amanecer, alondra, álbum, amor. Las aprendimos cuando nuestros ojos ya no se intercambiaron sus respuestas. Hoy las grito por todas las esquinas y nadie las comprende. ¿Acaso tú comprendes nuestra absurda negación del vivir? No digas, sentenciosa, como siempre: Cada pareja tiene su lenguaje para expresar cómo su amor ha ido, de ruina en ruina, en busca de su muerte. ¿Cuál es nuestro lenguaje? ¡Cuánto derroche de horas y de siglos redimir este espacio, palmo a palmo, de escombreras de muertos y palabras! Eso es la tierra donde no descanso de la fatiga de seguir amándote. Cansancio que jamás has conocido, porque tú nunca has dicho el sí que compromete.
3 Antes de tantas peregrinaciones al mundo que no sufre la memoria, me preguntaba: ¿Existe un paraíso donde dos que ya no se aman pueden vivir el uno sin el otro? Después de atravesar la vida, vuelvo a preguntarme: ¿Dónde está ese edén o tierra prometida: en las terrazas donde se pregona toda una suma de felicidades a través de miradas y de gestos, palabras y palabras, mientas el humo de los cigarrillos disimula silencios y silencios? ¿En los escaparates donde alquilan cuerpos de salvación que a gozar el exacto instante invitan y generosa dádiva sobre dádiva ofrecen? (¿Te has desprendido, acaso, de tus albas vestiduras nupciales de la misma manera que el otoño, noviembre abajo, deja alfombrados los parques para que en fácil lecho un imposible amor tus tiernas carnes acaricie?). Por eso, a la hora de la amanecida por la que inútilmente aún te espero, he descendido al viejo cauce del río Tíber para arrojar a la corriente mi inmensa soledad y deponer la espada del vencido. Así, ya sin razones y sin armas, con los últimos ojos que siempre te encontraron allí donde tu amor lo disponía, te he requerido al agua, oscura de traiciones -¡cuánto Bruto asesino en nuestra sociedad del siglo xx!y de violencias, -¡pobre Julio César!-, para estrenar contra la claridad del cielo otro futuro. Y lo que ha sido ya,
(pocos aĂąos de historia y unos cuantos recuerdos que llamamos nuestra vida, ÂĄansia eterna de vida!), que no encuentre un mar donde morirse lentamente, y elija, como esas gigantescas olas tan enemigas de arenas y de playas, el cantil donde ha de ir a suicidarse.
4
¡Los ojos se equivocan tantas veces! Días hay, sobre todo aquellos en que el viento gris no cede y golpea furioso los cristales tras los que siempre yo te estoy soñando, que no distinguen dónde estamos arrojados: si en el lado terrible del amor -¡cuántas horas y días y semanas de no encontrarte en mí, de no saberte más que por el dolor o por la herida de la verdad más trágica: la muerte!-, o en ese lado edénico donde no pesa maldición alguna y hacemos de la vida nuestro cántico. Días de duda en vuelo, de aparente renuncia a andar de nuevo los caminos que juntos recorrimos tantas veces de decirnos que sí como en susurros, de acariciarnos por las tiernas sombras, de estarnos por las manos o los labios que no de otra manera es el amor, que tiembla ante el milagro de su propio ser. Hoy es uno de esos días para el equívoco, para el juego inocente de las adivinanzas. ¿Eres o no eres tú la que te escondes de mí tras esas sombras que se insinúan ya por los rincones a las tres de la tarde? ¿Eres o no eres tú la que conduce por los cielos altos esas bandadas infinitas de aves migratorias? ¿Eres, acaso, tú, recién salvada de la inmensa catástrofe que es vivir hacia atrás la vida, la que traes sólo a golpes de júbilo esta invisible lluvia vivificante? ¿Eres o no eres tú?
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No te detengas nunca si esperarme te obliga a ir al azar. Deja señales de tu paso por todas las esquinas del mundo. Todavía mis ojos pueden irte creando si no quieres engañarlos. Pero si detenerte no es estorbo para que seas tú la que te crees segura de ti misma, no abandones la orilla donde sueles estar elaborando tus proyectos. Una gran amenaza nos acecha por los cuatro costados, y no acierto a conjurarla. ¿Sabes de dónde nace, acaso, esta inminencia, esta inseguridad mientras la tarde va entregando a las sombras su identidad? ¿Por qué esta soledad agria, este miedo aun más allá del puente que me conduce a ti a través del sueño? Yo nunca estoy seguro de tus ojos porque más de una vez me han confundido con aquel que yo era en la ciudad donde los calendarios de verano rodaban ya sin fechas y, hora tras hora, se nos consumaba un amor que crecía por el tacto. Mira tus manos. Dime: ¿Son aquéllas las manos con que hoy tejes o me escribes? ¿Son aquéllas las manos que conducen por entre laberintos intrincados y resuelven problemas o acarician ¿Son aquéllas las manos que sostienen un libro de español -¡oh Tiempo de silencio!o cortan tulipanes del jardín de tu casa cuando apenas se insinúa la luz? Abre tus ojos grandes como un cielo donde el azul perdura por edades.
Dame razón de ti con ese monosílabo sencillo que tan sólo conoce quien sabe que la vida está en nosotros dos. ¡Tanta vida de dos en un sí cabe!
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Porque los ojos vuelvan a ser otra vez ojos y al abrirse penetren en la luz de las cosas y se cierren cargados de evidencias de ti; para que pueda en ellos contemplarte como eras tú antes de tantos siglos, sin los falsos adornos que te han ido poniendo los ciegos al soñarte; para que en ellos -ojos simplementeencuentre siempre lágrimas con que pueda llorarte si te pierdo, o la luz que corrija tus errores si das un paso en falso; para que con mis ojos, velándote, yo aprenda a ver qué hay más allá de mi indigencia, todo mi ser se asoma a las calles del mundo en que tú vives. Lo primero que veo es algo que llamamos “imposible”. (¡Oh aparición celeste. Eternidad que en mi pobre mirada se concentra en un solo momento y en un punto. Luz que perdura en este hoy mío. Privilegio y herencia para aquellos que ya saben mirar!). Todo cuanto has vivido,
nada más recobrado por los ojos, vive en mí. Verdad de dos se llama esta pujanza de vida que recorre todo mi ser, que en la mirada encuentra su raíz. Descubrirte por los ojos ha sido y es crearte, arrancarte del seno de la nada, del poderío ingrato de las sombras, hacerte realidad más allá de los mudos soñaderos donde te fui formando de manera imprecisa. ¡Qué paz saber que son mis ojos casa donde puedes descansar tus fatigas, trocar tus vestiduras equívocas y alzarte carne de eternidad hacia la vida! Tantas y tantas noches conjurándote con la mirada , -¡tristes ojos míos lacerados de ruinas y de espectros!-, definitivamente están salvadas en ti, en mí, en nosotros. Roma, 15-12-77