Libro MDII 2014 V5

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LA ESTATUARIA CÍVICA: EL CASO DE COSTA RICA (SIGLOS XIX Y XX)

Guillermo Brenes Tencio


LA ESTATUARIA CÍVICA: EL CASO DE COSTA RICA (SIGLOS XIX Y XX) Esos monumentos que se levantan en los lugares públicos, son la primera palabra dirigida al corazón de los niños que en torno de ellos juegan, y que les habla de patriotismo y les infunde nobles y santas aspiraciones. Máximo Soto Hall (1897).



RESUMEN

Ante la degradación del significado histórico y simbólico de los monumentos escultóricos instalados en espacios públicos, se hace urgente fomentar el análisis del patrimonio cultural y los símbolos e iconos que evocan el pasado en el presente. Por ello, el presente trabajo pretende bordar la importancia del examen de la estatuaria cívica y los rituales asociados a su develización. En específico, nos ubicamos en el caso costarricense a fines del siglo XIX y principios del siglo XX.


ABSTRACT

Due to the degradation of the symbolic and historical meaning of the scuptural monuments installed in public places, it gets really urgent to promote the analysis of the cultural inheritance and the symbols and icons that evoke the past in the present. Because, ot that, this article tries to broach to the importance of the test of the civic statuary and the rituals associated to it being shown. As a matter of fact, we are located in the Costa Rican case at the end of the 19th Century and the beginning of the 20th Century.


INTRODUCCIÓN El acercamiento multidisciplinario entre la historia y las demás ciencias sociales ha llevado a problematizar la importancia de los símbolos, ritos y emblemas, en la emergencia de los estados nacionales. Los estados nacionales poseen tres rasgos fundamentales: primero, ejercen el monopolio del poder dentro de sus límites territoriales; segundo, se consideran autónomos con respecto a los otros estados nacionales; y tercero, crean el concepto de “nación” como forma de pertenencia y lealtad a la colectividad . Desde esta perspectiva, el estado-nación ecimonónico trataba de personificar un espíritu nacional y unas características nacionales que se expresaban mediante todo un conjunto de signos no solamente ideológicos, filosóficos o literarios, sino también iconográficos. Ciertamente, la elaboración de un imaginario y el despliegue de elementos culturales y simbólicos son parte integrante de la legitimación de cualquier régimen político, cuando no de sociedades enteras . Con estos puntos de referencia, la gente formó lo que Benedict Anderson denominó la “comunidad imaginada” . Como una forma de transferir lealtades matri-patrióticas hacia el estado-nación, los grupos hegemónicos pusieron en marcha el proceso de “invención de tradiciones”. Bajo este concepto, el

historiador inglés Eric J. Hobsbawn define un conjunto de prácticas de naturaleza ritual o simbólica, mediante las cuales se construyen identidades colectivas. Estas tienen una importancia central en la creación de la “comunidad política imaginaria”, pues permiten inculcar creencias, sistemas de valores y normas de comportamiento por medio de la repetición, a la vez que contribuyen a establecer la cohesión social, legitimando las instituciones y las relaciones de autoridad . Así, el Estado recurrió a la educación formal e informal, y a la exposición didáctica contenida en las ceremonias, los cultos personalizados a los héroes nacionales y la sacralización de los símbolos e iconos patrios.


En cuanto al caso que aquí nos preocupa, las estatuas que se instalan en los parques de las ciudades visualizan las glorias de la nación y la “verdadera” fisonomía de los héroes y próceres más emblemáticos. La imaginería cívica conceptuada como “material de la memoria”, manifiesta un carácter pedagógico y simbólico, que enlaza el pasado con el presente y lo proyecta hacia el futuro . Por lo tanto, el objetivo de este trabajo es brindar un acercamiento inicial al estudio de la estatuaria y el espectáculo que promovió su inauguración. En específico, examinaremos el caso de Costa Rica en los años que giran alrededor de las últimas décadas del siglo XIX y principios del XX. El Heraldo de Costa Rica. Diario del Comercio, (13 de abril de 1897), p. 2. Para profundizar en los procesos de formación del Estado y de la construcción cultural de la nación, véase: Anderson, Benedict, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y difusión del nacionalismo (México, Fondo de Cultura Económica, 1993). Centeno, Miguel Ángel, “Whose glorious dead? Latin American nationalism and the limits of history”. Princeton University (july 1996). (http://www.princeton.edu/~cenmiga.statues.txt). Elías, Norbert, “Los procesos de formación del Estado y de construcción de la nación”. En: Historia y Sociedad, nro. 5, Medellín (diciembre de 1998), pp.101-117. Gellner, Ernest, El nacionalismo (Barcelona, Editorial Destino, 1998). Hobsbawn, Eric, Naciones y nacionalismo desde 1780 (Barcelona, Editorial Crítica, 1991). Morin, Edgar, “Identidad nacional y ciudadanía”. En: Gómez, Pedro, coord., Las ilusiones de la identidad (Madrid, Frónesis, 2000), pp.17- 28. Romano, Ruggiero, “Algunas consideraciones alrededor de nación, estado (y libertad) en Europa y América centro-meridional”. En: Blancarte, Roberto, comp., Cultura e identidad nacional (México, Fondo de Cultura Económica, 1994), pp.21- 43. Según Bronislaw Baczko, el “... advenimiento del Estado-Nación, no podía ocurrir sin ciertas condiciones simbólicas, a saber, sin las representaciones que disuelven la exterioridad del fundamento del poder, fundan el estado sobre su principio y que, por consiguiente, suponen la autosuficiencia de la sociedad”. Véase: Baczko, Bronislaw, Los imaginarios sociales: memoria y esperanzas colectivas (Buenos Aires, Editorial Nueva Visión, 1991), p. 15. Benedict Anderson define la nación como una comunidad política imaginaria, construida culturalmente como una entidad soberana, dentro de determinados límites espaciales. Es imaginaria, porque cada uno de sus miembros tiene la certeza de formar una comunidad con el conjunto de habitantes de la nación, aún cuando no los llegue a conocer en la realidad. Para ampliar: Anderson, Benedict, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y difusión del nacionalismo (México, Fondo de Cultura Económica, 1993). Además, véase, Knight, Alan, “Pueblo, política y nación. Siglos XIX y XX”. En: Revista de Historia, nro. 34. San José (julio-diciembre de 1996), pp. 45-79. Para ampliar en el estudio del proceso de invención de tradiciones, véase: Hobsbawn, Eric, “Inventando tradiciones”. En: Historias, nro. 19, México (octubre, marzo de 1988), pp. 3-15. Posteriormente en su libro, Sobre la historia (Barcelona, Editorial Grijalbo, 1997), Hobsbawn prefiere referirse a “innovación” entendida como la utilización de elementos del pasado, sea este real o imaginario. Le Goff, Jacques, El orden de la memoria. El tiempo como imaginario (Barcelona, Ediciones Paidós, 1991), p. 227.)


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LA ESTATUARIA CÍVICA: SU SIGNIFICADO E IMPORTANCIA

En el tránsito del siglo XIX al XX, la estatuaria cívica se convierte en un medio idóneo para representar y evocar la memoria arquetípica de los héroes, los patricios y las glorias nacionales. Sobre este punto, el escritor costarricense Jenaro Cardona (1863-1930) se refiere en los siguientes términos: ... ¡Oh los bronces de nuestros héroes! Juan Santamaría en Alajuela, y Jesús Jiménez en Cartago, simbolizan y compendian las más grandes y excelsas virtudes del patriota. Aquél, en el campo de batalla, arma al brazo no vacila en correr al sacrificio por la Patria: es el portador de la tea incendiaria, con ella redujo á cenizas el antro de la conquista, de la opresión;... tea formidable que bastó para fundir el

bronce de la estatua del valiente Erizo que cayó como oscuro soldado del pueblo, y luego se alzó ante la conciencia de la Patria, victorioso, colosal, como un héroe legendario. Jesús Jiménez en las lides del derecho, en esas lides donde el estallido de los odios y de las pasiones ahogan y matan la plática de la razón y del derecho, con la ley por escudo, no vacila en el cumplimiento de sus altos deberes: es el portador de la otra tea, de la tea de la civilización, que brilla en la sociedad difundiendo suaves y moralizadoras costumbres: que brilla en la escuela difundiendo enseñanza; que brilla en las selvas indicando derroteros al comercio y á la industria: que brilla en nuestras instituciones con la luz deslumbradora de un sol en el zenit de su carrera. Es el héroe del civismo”.


Como iniciativa del Estado, el régimen o el grupo de poder, la imaginería cívica —indispensable en el amueblamiento urbano— cumple un doble papel significante: • Primero, mediante distintas manifestaciones escultóricas (bustos y estatuas) se construyó en el imaginario un vínculo asociado a “hombres ilustres” (héroes, próceres y beneméritos) con los valores y aspiraciones colectivas de la nación. • Segundo, entre los ciudadanos y las virtudes cívicas representadas por las figuras escogidas. Al respecto, como bien lo expresa Róger Chartier: ... la representación se transforma en una máquina de fabricar respeto y sumisión, en un instrumento que produce una coacción interiorizada, necesaria allí donde falla el posible recurso a la fuerza bruta. Una interrogante que surge en el estudio que nos ocupa es la siguiente: ¿Qué es un monumento? Jacques Le Goff

establece que los monumentos (en latín, monumentum) son obras materiales de carácter público, que se convierten en puntos de referencialidad espacial y de emociones emblemáticas ante los espectadores.En fin, el monumento es todo lo que puede hacer volver al pasado, perpetuar el recuerdo, vale decir, los acontecimientos conmemorativos. Para el historiador Thomas Benjamin, los monumentos: ... son diseñados con el fin de crear un espacio para representaciones rituales, para fiestas conmemorativas y celebraciones [...]. El monumento, el escenario, la representación y el día particular se combinan para evocar una promesa simbólica de que el Estado, el régimen o el gobernante es fiel a los “padres fundadores” y de que esa autoridad, por tanto, es legítima. Como escenarios de representaciones conmemorativas, los monumentos hacen que la gente no sólo recuerde, sino que recuerde junto a otras personas, por lo que se afirma la solidaridad de grupo y la unidad.


Una interrogante que surge en el estudio que nos ocupa es la siguiente: ¿Qué es un monumento? Jacques Le Goff establece que los monumentos (en latín, monumentum) son obras materiales de carácter público, que se convierten en puntos de referencialidad espacial y de emociones emblemáticas ante los espectadores.En fin, el monumento es todo lo que puede hacer volver al pasado, perpetuar el recuerdo, vale decir, los acontecimientos conmemorativos. Para el historiador Thomas Benjamin, los monumentos: ... son diseñados con el fin de crear un espacio para representaciones rituales, para fiestas conmemorativas y celebraciones [...]. El monumento, el escenario, la representación y el día particular se combinan para evocar una promesa simbólica de que el Estado, el régimen o el gobernante es fiel a los “padres fundadores” y de que esa autoridad, por tanto, es legítima. Como escenarios de representaciones conmemorativas, los monumentos hacen que la gente no sólo recuerde, sino que recuerde junto a otras personas, por lo que se afirma la solidaridad de grupo y la unidad. Para efectos de este trabajo, se pueden distinguir dos categorías principales de monumentos: • Las estatuas de los patricios y héroes nacionales. • El monumento alegórico-cívico de un hecho histórico. Cada una de estas categorías puede presentarse de la forma más sencilla a la más compleja: de esta manera se puede rendir tributo a la nación y sus figuras históricas más paradigmáticas, dedicándoles una inscripción, una lápida, una columna, un busto, una estatua, ya de pie, ya sedente, ya en reposo o en acción. A la vez, la efigie de héroes y próceres del pasado puede estar asociada con las alegorías femeninas de la república, la libertad, o la justicia.



Cabe agregar que el interés por mantener viva la imagen de personajes rutilantes —mediante estatuas y monumentos conmemorativos— cumplió diversos propósitos. De esta forma, unido a la preocupación por el embellecimiento del decorado urbano, la estatuaria cívica se consideró un instrumento pedagógico. Ello, porque los monumentos erigidos a la vista del público, permiten a los ciudadanos —cada vez más numerosos y conscientes— sentirse partícipes de una historia monumental vertida del linotipo al bronce y al granito. Siendo menos discursivos que un texto o la palabra, las estatuas (o bustos) poseen su propia relevancia: hacer que un recuerdo histórico este indefinidamente presente, imponerlo, incluso a la gente común, pasiva o indiferente. Al finalizar el siglo XIX, las plazas se convierten en arreglados parques, llenos de árboles y flores, con el fin de celebrar el retorno de la naturaleza a la ciudad. Efectivamente, como lo afirma la historiadora Patricia Fumero, se intentaba configurar un ambiente pseudo-natural, al imitar un panteón de paz, en cuyo

diseño se incluye el levantamiento de monumentos y estatuas. Así mismo, los parques dejaron de ser espacios públicos de sociabilidad transitoria: ... se convirtieron en lugares donde se medía el poder, y en los cuales los eventos de la vida social y política nacional eran recordados y reproducidos por hombres y mujeres que por sus acciones, son los que en última instancia, construyen y deconstruyen la cultura. De manera similar, los monumentos escultóricos se constituyen en símbolos ideológicos y en portadores de diversos códigos de significación. En primera instancia, el culto cívico a los “grandes hombres” domina la estatuaria urbana, que ha sido colocada con una clara intencionalidad política. Sin embargo, no se debe perder de vista que tampoco faltan monumentos de carácter épico dirigidos al fortalecimiento de sistemas de valores y formas de comportamiento. Conforme a ello, se trata de un claro ejemplo de “invención de tradiciones”.


Para fines del siglo XIX y comienzos del XX en Costa Rica, se rescatan del panteón nacional patricios y héroes que personifican, mediante la erección de sus figuras en los espacios públicos, los conceptos, normas y valores cívicos y patrióticos que son promovidos por el proyecto liberal de cultura. (Véase anexo). Así, el 10 de agosto de 1887, el general Bernardo Soto inaugura en la Plaza de la Laguna (convertida posteriormente en el Parque Morazán), el busto de su suegro, el general Próspero Fernández Oreamuno. El busto en mármol de Fernández se encarga al escultor italiano Francisco A. Durini, en 1886. Pero, a pesar de la oposición política que se gesta por la instalación de esta efigie, los liberales pretenden reelaborar una figura de por sí cuestionada, en el marco de las negociaciones fronterizas que Soto recién había terminado con el presidente de Nicaragua, Evaristo Carazo. Se aprovecha la coyuntura política y la movilización popular para legitimar la develización del busto de Fernández:

... Siguió al Presidente [Bernardo Soto Alfaro] tal concurrencia, que calcularla es difícil, y frente al monumento levantado en honor de la memoria del Ex -Presidente General don Próspero Fernández, se detuvo para declarar inaugurado oficialmente aquel testimonio de gratitud y justicia, consagrado por el pueblo de Costa Rica á uno de sus esclarecidos hijos. El ascenso del nacionalismo en Costa Rica y su promoción en el imaginario popular se evidencia en la develización de la estatua al héroe nacional Juan Santamaría, en la ciudad de Alajuela, el 15 de setiembre de 1891, y cuatro años después, también un 15 de setiembre, el Monumento Nacional, en el flamante Parque Nacional de San José. La estatua de Juan Santamaría fue esculpida en el taller de Aristide Croizy y fundida por A. Durenne. El monumento muestra a Santamaría de pie, en uniforme y kepis, con un fusil en una mano y una antorcha teatral en la otra. Los rasgos de la figura con la que el escultor francés plasma en la perennidad del bronce no


se corresponden con los del personaje que conocen en Alajuela mientras vivía (un mulato de cabello ensortijado), aunque sí con los patrones idealizados de belleza hegemónicos: el héroe nacional es, en la representación estatuaria, un garçon francés, adecuado a todos los gustos. La emotiva ceremonia de 1891 es claramente diseñada para interpelar a los grupos populares: animarlas a reconocerse en la hazaña del “tamborcillo alajuelense” y adoptar como suyos los valores cívicos que los intelectuales liberales identificaban con el ejemplo de Santamaría. El entonces presidente de la Corte Suprema de Justicia, don Ricardo Jiménez Oreamuno, explica esta transposición en su discurso a la masa reunida en torno al bronce del soldado Juan … que viene á ser esta estatua un monumento al pueblo humilde, á los desconocidos de Santa Rosa, el Río y Rivas, el heroísmo anónimo que salvó a la Nación... [con] el rifle en una mano, que le sirva para conservar la integridad de nuestro suelo y la de las genuinas instituciones republicanas; y la tea en la otra, pero que no sea nunca la tea de la discordia y de la guerra civil, sino á veces el mechón que incendia en defensa de la Patria, y á veces la antorcha de la Libertad, ante cuya luz se desvanezca, como sombras de la noche, en la conciencia nacional, todo espíritu

incompatible con nuestras instituciones, y con la emancipación que, en todo sentido, ellas provocan y garantizan. Así se logra abrir un espacio simbólico a la imagen de la épica nacional a partir de la figura heroica del “inmortal Juan Santamaría”. Y su estatua se convierte en la representación de las virtudes patrióticas de los sectores populares. Un héroe que se precie debe tener, de algún modo, la cara de la nación. En el siglo XIX, el uso de la alegoría femenina como representación de la República fue uno de los elementos más destacados del imaginario republicano francés. La figura femenina substituye la idea de la patria patriarcal. En este sentido, la figura de las mujeres repúblicas aparece en grandes monumentos. Así, el grupo escultórico más importante del país, el Monumento Nacional, ejecutado por Louis-Robert Carrier Belleuse, es un bronce de carácter


épico, en el cual las cinco repúblicas centroamericanas son representadas por vigorosas y enérgicas mujeres que repelen al invasor filibustero. La Campaña Nacional de 1856 y 1857 no sólo es inmortalizada por el arte, también es credencial de rituales cívicos. En efecto, la inauguración del Monumento Nacional se realiza con inusitado esplendor, el 15 de setiembre de 1895. Precedida por un desfile de funcionarios estatales, municipales y religiosos por las calles de San José, las cuales lucían sus mejores galas. De acuerdo con el programa de los tres días de la “suntuosa fiesta de la Patria”, la iluminación de los parques, juegos pirotécnicos y retretas con cuatro bandas en el Parque Nacional y Morazán son actividades centrales programadas por el Estado. Al pie del Monumento a los Héroes de 1856 y 1857, el Ministro de Guerra, general Juan Bautista Quirós, destaca el papel jugado por la Campaña Nacional, convertida en una guerra de independencia sustituta. En su alocución indica lo siguiente: Ese monumento [...] representa las glorias más puras y más legítimas de nuestra patria común: Centro América; él las perpetúa en bronce y estará ahí permanentemente para recordarnos, á manera de ejemplo que pueda servirnos é inspirarnos en lo futuro, cómo supieron sacrificarse nuestros padres para conservar la libertad que de sus mayores recibieron; para hacernos ver todos los

días que estos cinco pueblos de Centro América están no solamente ligados por su origen y por sus antecedentes históricos, sino también por sus glorias, y para excitarnos, en fin, con excitativa eficaz y constante, á reanudar los antiguos lazos de la familia centroamericana. Con ello queda claro que la Campaña Nacional y la figura de Juan Santamaría se convierten en elementos decisivos en la invención de la nación costarricense. Pero, sin duda, el culto cívico requiere, además, de la escogencia y exaltación de las figuras de los grandes servidores del Estado. Resulta oportuno anotar que el monumento al Benemérito Dr. Jesús Jiménez Zamora, ejecutado por el brillante escultor venezolano Eloy Palacios Cabello


e inaugurado el 18 de junio de 1903 en a ciudad de Cartago, fue propuesto por un Comité presidido por el ideólogo del liberalismo costarricense, Cleto González Víquez, en 1897. El bronce se financia mediante una suscripción voluntaria de donaciones y el aporte económico de la Municipalidad de Cartago. Corresponde el honor de develizarlo al presidente Ascensión Esquivel Ibarra (1902-1906). La representación estatuaria de Jesús Jiménez lo muestra de pie, el rostro grave, con la mano izquierda sobre el pecho en testimonio de la pureza de su conciencia, mientras que en la diestra sostiene un libro y un pergamino arrollado. A Jiménez Zamora se debían significativas transformaciones en materia de instrucción pública, pues además de establecer la obligatoriedad de la enseñanza, involucra directamente al Estado en el impulso y control de la educación. Los intelectuales liberales de principios del siglo XX hacen especial hincapié en la probidad, sencillez y óptimo comportamiento cívico y social del prócer cartaginés. La interpretación de Guillermo Vargas Calvo, miembro del foro costarricense, en 1903, es elocuente: ... en todos los días, á todas las horas de su vida, en todas las primaveras de su corazón, don Jesús Jiménez fue siempre un caballero sin tacha, —modelo de blanquísimas virtudes, —un alma eminentemente cristiana, benévola,

organizada para el deber, quizás para el sacrificio, sin duda para el consuelo de sus semejantes, y —he aquí su mejor elogio —para la hombría de bien más pundonorosa y perfecta. Y el Licenciado Leonidas Pacheco exponía argumentos como los siguientes: En una brillante página de sus anales, Costa Rica tiene escrito el nombre de Jiménez, porque él es emblema de una vida que fué pura, de un patriotismo nunca desmentido, de una honradez sin tacha, de una bondad inagotable, de un espíritu progresista que en sus patrióticos afanes miró con especial empeño el desarrollo de la enseñanza, trabajando en ella con entusiasmo inquebrantable y con fe de apóstol. En esta tipología donde se representan plásticamente personajes destacados o exaltaciones alegórico-nacionalistas, al pedestal se le concede un importante papel. Honrar al personaje y explicar el sentido del monumento, ya sea mediante inscripciones, o, con bajorrelieves que se extienden por los cuatro costados. Así pues, al basamento se le atribuye una función de realce que aísla, eleva y enfatiza la grandeza de las efigies. Se trata, efectivamente, de lo simbólico, si se admite que el emblema se hace símbolo cuando adopta una carga de significados múltiples, situados en distintos grados de conciencia y hasta de inconsciencia.



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LA RITUALIDAD FESTIVA ASOCIADA A LA ESTATUARIA CÍVICA

A partir de mediados del siglo decimonónico, el ceremonial en torno a la inauguración o develización de monumentos escultóricos, adopta las formas rituales de las conmemoraciones reales y sacras de la etapa colonial a los principios liberales, laicos y progresitas. El despliegue de los símbolos patrios, saludos de artillería y oratoria, repique de campanas, el culto a los hombres ilustres o sus gestas heroicas, los espléndidos desfiles, los cantos y músicas al compás de las bandas militares, empiezan a ser parte de la religión cívica que suscita el estadonación. Justamente, las prácticas culturales y simbólicas inculcan el sentimiento de amor, adhesión y lealtad hacia la comunidad nacional. A este respecto, el historiador Serge Berstein

señala que en los actos conmemorativos de la nación, los diferentes estamentos de la sociedad participan: ... colectivamente de una visión del mundo, de una lectura compartida del pasado, en una perspectiva idéntica de futuro, de normas, de creencias, de valores, que constituye un patrimonio indivisible y les proporciona, para expresar todo eso, un vocabulario, símbolos, gestos, incluso canciones que constituyen un verdadero ritual. De acuerdo con los aportes teóricos de François André Isambert, en la investigación sobre las fiestas de uso político, se debe definir, por un lado, un sujeto celebrante, es decir, las



características de la colectividad que realiza la ceremonia y la dota de significado. Y, segundo, un objeto celebrante, que designa al ser o acontecimiento evocado mediante un sistema de representaciones, ritos y símbolos. Las fiestas sacralizadas de la nación —en torno al espacio simbólico de los monumentos— soportan una lectura en tres dimensiones, a saber: • Primero, de cohesión, dado que las festividades conmemorativas crean espacios que reafirman la identidad individual o colectiva en torno a valores o imaginarios, tales como el patriotismo, el civismo, la libertad y las figuras de héroes y próceres. Los individuos participan como actores en una especie de fiesta comunitaria. • Segundo, de coerción, ya que las conmemoraciones permiten el ideal máximo de las puestas en escena del poder político. Dichas actividades se manifiestan, por ejemplo, en el espacio participativo estatal y civil, la oficialización de los días de fiestas patrias, la sujeción a la autoridad política, o bien, la exaltación de formas de comportamiento civilizado. En tal sentido, las relaciones que se establecen y las festividades que se organizan, expresan la renovación de la hegemonía política: El sentido dramático de la conmemoración se acentúa con los silencios, mientras se

ofrece el escenario ritual para que todos compartan un saber que es un conjunto de sobreentendidos [...] Todo grupo que quiere diferenciarse y afirmar su identidad hace uso tácito o hermético de códigos de identificación fundamentales para la cohesión interna y para protegerse frente a extraños. [Además] las ceremonias son acontecimientos que, a fin de cuentas, sólo celebran la redundancia. Buscan la mayor identificación del público-pueblo con el capital cultural acumulado, con su distribución y usos vigentes.


• Por último, los rituales cívicos —a los ojos de los pensadores liberales— cumplían una función formativa: representar un destino común y perpetuar el orden establecido. Además, los festejos son vistos como símbolo y realidad de una moderna cultura nacional, que celebra la identidad con la patria, la nación, los héroes e iconos inventados. No obstante, como advierte Eric Hobsbawn. ... los nuevos y oficiales días de fiesta,

las ceremonias, los héroes o símbolos, que dirigían los crecientes ejércitos de empleados estatales y el crecientemente cautivo público de niños escolares, todavía podía fracasar en movilizar voluntariamente a los ciudadanos, si carecían de una genuina resonancia popular. Desde esta perspectiva, el pueblo es un elemento fundamental en la fiesta política. Él es el que garantiza, tanto en su calidad de participante como de observador, una simbiosis de valores y sentimientos patrios que configuran la ciudadanía como elemento de la modernidad política. A modo de ejemplo, la sección editorial del periódico oficial La Gaceta se refiere a la develización del monumento levantado en honor al Benemérito de la Patria Jesús Jiménez Zamora, en 1903, de manera emotiva. Allí, En el momento oportuno, el elocuente orador Doctor don Antonio Zambrana [...] pronunció el discurso de inauguración. Instante sublime aquel en que descorrido el velo por el señor presidente de la República [Lic. Ascensión Esquivel Ibarra], surge de lo informe la excelsa figura del Preclaro Varón. La multitud se descubre reverente, honda emoción se refleja en su semblante; y fija la mirada en aquella frente ilustre, ve en ella, idealizada, la imagen sacrosanta de la Patria. El Himno Nacional, entonada por bien ensayados


ensayados coros [de escolares y colegiales] corona la apoteosis. Á continuación y á nombre del Congreso y de la Municipalidad de Cartago, respectivamente, hicieron uso de la palabra el señor Licenciado don Albino Villalobos y el señor don Félix Mata Valle. Después un coro de niñitas cantó un himno patriótico, letra del señor Mata Valle y música del maestro [José] Campabadal. El señor ministro de Relaciones [Leonidas Pacheco] en nombre del Poder Ejecutivo, pronunció un corto y expresivo discurso [...]. Todos merecieron entusiastas aplausos. De esta manera, los gobernados sienten que comparten —en el escenario del ritual cívico- devocional de la patria— un destino histórico común, el cual es memorizado, conmemorado y transmitido mediante las ceremonias públicas masivas, los discursos, la entonación de los himnos y la sacralización de emblemas nacionales. Así, según la crónica del diario La Justicia Social, una vez finalizados los actos oficiales frente al bronce: ... Infinidad de coronas cayeron á los pies del monumento y entre ellas llamó la atención la más modesta: una corona de siemprevivas llevada allí por un humilde hijo del pueblo. De lo anterior, se desprende que la pompa y el espectáculo desplegado en

torno a los “lugares de la memoria”, como las conmemoraciones. Se convierten en la representación del buen orden cívico: difundido día tras día, de generación en generación, por la familia, luego por la enseñanza de la historia patria y el respeto a los emblemas nacionales. Su correcta lectura (léase participación) “convierte” a los individuos (espectadores), en ciudadanos virtuosos y conscientes de su lealtad al estado-nación.



EPÍLOGO A finales del siglo XIX y los primeros años del siglo XX en Costa Rica, se erigen monumentos escultóricos en los parques con el fin de simbolizar en ellos valores cívicos y sociales, transmisibles colectiva e individualmente. Los primeros monumentos “costarricenses” con de factura extranjera. Prueba de ello es el Monumento Nacional, en el Parque Nacional, realizado por Carrier Belleuse. Recordemos también el Juan Santamaría de Alajuela, de Aristide Croizy y el Jesús Jiménez Zamora, en bronce, de Eloy Palacios. Para los ciudadanos, en la inauguración de los monumentos se perpetuaba la memoria histórica, tarea necesaria para fortalecer el concepto de la comunidad política imaginada que es la nación, al decir de Anderson. Esencialmente, se trata de una “cátedra abierta” representada en estatuas y la ritualidad de las ceremonias cívicas. Hoy en día, el sentido histórico y simbólico de los monumentos públicos se ha degradado y, concomitantemente, son objeto de la indiferencia del común de los ciudadanos. Ciertamente, en la mayoría de los casos, se ha olvidado qué o quién estaba perpetuado en ellos, su simbología, y cuáles gestas heroicas o logros sobresalientes por los

que se ensalzó a los allí representados. A menudo, sus actitudes han sido calificadas de “histriónicas” y se han convertido en objeto de la ridiculización o el vandalismo en no pocas ocasiones. Al respecto, Maurice Agulhon agrega: ... la importancia que el poder da a un cierto sistema de signos puede llevar consigo, si este poder sale vencedor, la difusión de este sistema. Pero la difusión conlleva la vulgarización, la familiaridad y la costumbre, y estos últimos fenómenos se vuelven contra la capacidad de influencia, luego contra la importancia práctica de los signos. Por lo tanto, se hace urgente promover el estudio sistemático del patrimonio cultural y los elementos o símbolos visuales que evocan el pasado en el presente. En este campo, las ciencias sociales, y particularmente la historia, tienen abierto un vasto horizonte de reflexión y acción determinantes.




EL PATRIMONIO HISTÓRICOARQUITECTÓNICO EN EL PANORAMA CULTURAL DE COSTA RICA “El costarricense vive sin pasado, no tiene memoria colectiva porque no tiene edificios conmemorativos y viceversa; más bien es un ser enajenado con una idea muy cuestionable de modernidad, que desprecia lo mejor de nuestro pasado e imita lo peor del presente ajeno. En este sentido, es urgente la difusión, valoración y protección de nuestra arquitectura patrimonial”. Richard Woodbridge París Historia de la arquitectura en Costa Rica.


RESUMEN

Más allá de lo declarado patrimonio histórico-arquitectónico según la Ley 7555, en Costa Rica esa categoría alcanza también a otras manifestaciones constructivas cuya singularidad histórica y cultural las hace valiosas para nosotros como grupo humano particular. Este artículo va dirigido a brindar un breve panorama de esas edificaciones portadoras de memoria social y generadoras de identidad colectiva, como aporte a su preservación. Palabras claves: patrimonio históricoarquitectónico, Costa Rica, conservación, conciencia.


ABSTRACT

Beyond the historical and architectural heritage site under Act 7555, in Costa Rica that category also extends to other manifestations constructive whose historical and cultural uniqueness makes them valuable to us as a particular human group. This article is intended to provide a brief overview of these buildings carry generating social memory and collective identity, as a contribution to its preservation. Keywords: historical and architectural heritage, Costa Rica, conservation, awareness. AndrĂŠs FernĂĄndez Arquitecto, ensayista e investigador de temas culturales. andfer1@gmail.com


INTRODUCCIÓN De modo general, se denomina Patrimonio Histórico al conjunto de bienes de carácter cultural, tanto materiales como inmateriales, acumulados a lo largo del tiempo por una sociedad. Estos bienes pueden ser de tipo artístico o histórico, paleontológico o arqueológico, documental o bibliográfico, científico o técnico, o bien, combinar en sí dos o más de dichas variables. En el presente artículo, sin embargo, nos referiremos exclusivamente al patrimonio material de carácter construido o inmueble, más comúnmente denominado en nuestro medio Patrimonio Histórico-Arquitectónico, y a su función en el panorama de la historia cultural costarricense. Para ello, haremos un breve repaso a los diversos tipos de arquitectura que pueden ser considerados de valor patrimonial en Costa Rica, y a los retos que enfrenta hoy su conservación en el contexto de una economía y una cultura mundializadas. Esto por cuanto parte de la desprotección que sufre el patrimonio histórico-arquitectónico en nuestro país, una vez declarado, es tal que, a pesar de estar incluidos en la respectiva ley (N.º 7555), no existen incentivos reales para llevar adelante dichas tareas de preservación, por lo que, fácilmente,

esos bienes pierden el interés de sus propietarios cuando son privados o no reciben la atención merecida cuando son públicos o institucionales. Y de ahí el grado de deterioro, cuando no su pérdida parcial o total, que caracteriza a muchas edificaciones aquí declaradas patrimonio histórico-arquitectónico o arqueológico. Pero es que el costo de las operaciones de preservación de un bien patrimonial no debería evaluarse solo en función del valor cultural de dichas construcciones y su entorno sino, también, de acuerdo con el valor derivado del uso que pueda hacerse de ellas por medio de nuevas funciones productivas. Estas, a su vez, tendrán que adaptarse a las necesidades sociales y económicas de los habitantes del lugar y no deben ir en detrimento de su identidad cultural ni del carácter específico del conjunto rural o urbano que las acoja. Pero, para ello, tras años de investigación y divulgación en este campo, sostenemos que primero es necesario que tanto los ciudadanos costarricenses como quienes nos visitan, tengan como mínimo un conocimiento básico del valor de esas arquitecturas en el contexto histórico y cultural de Costa Rica, que es lo que, precisamente, pretende aportar este artículo.


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ARQUITECTURA PRECOLOMBINA

Los grupos amerindios que habitaron la Costa Rica precolombina desarrollaron una arquitectura basada en diferentes conceptos, pero todos ellos se atenían a la relación con el medio ambiente natural sostenida por cada grupo particular. Así, puede tenerse, como característica común a dicha arquitectura, el hecho de que su monumentalidad no sobrepasará nunca la escala de la naturaleza humana; mientras que la diferenciación arquitectónica y de diseño urbano testimonian las diferencias tanto tecnológicas como en lo que a organización social, política, económica y religiosa se refiere entre los diferentes grupos y épocas que estos representan, mas siempre en consonancia con su hábitat y su cosmovisión. Las evidencias arqueológicas demuestran

el uso generalizado en esta arquitectura de dos materiales principales, a saber, la arcilla y la piedra en forma de cantos rodados o piedra de río; además de utilizar materiales orgánicos (madera, caña y fibras vegetales) tanto para paredes como para techos, todos los cuales permitieron, a las diferentes sociedades, integrarse arquitectónicamente de modo orgánico con su medio ambiente natural.


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ARQUITECTURA COLONIAL DE TRADICIÓN ESPAÑOLA

Como en toda Hispanoamérica, después de la conquista española, durante el período colonial se impuso en Costa Rica la antigua arquitectura de tradición mediterránea del adobe. Pero como los indígenas conocían también la utilización arquitectónica del barro, esto generó, desde el principio, un mestizaje cultural en este ámbito, el cual se tradujo en tres aspectos: los materiales de construcción utilizados, las técnicas aplicadas al proceso constructivo y la organización del trabajo indispensable para llevar a cabo las obras. El resultado de todo ese proceso que se inició en el siglo XVI, en la entonces incipiente ciudad de Cartago, es nuestra vieja y sentimentalmente arraigada casa

de adobes costarricense, predominante desde entonces y hasta principios del siglo XX en el Valle Central y en el Pacífico Norte de nuestro país. Construidas con pesados bloques de barro mezclado con estiércol y paja, techadas con tejas igualmente de barro y encaladas por dentro y por fuera a modo de pintura, las edificaciones de adobes marcaron cuatro siglos de nuestra historia arquitectónica. Una variante de estas edificaciones construidas con barro son las de bahareque, una técnica mestiza también, pero más liviana que el adobe, pues su estructura era de madera y caña, y solo el relleno y su recubrimiento eran de barro. Como las de adobes, este tipo de valiosas construcciones antiguas casi


han desaparecido de San José; no obstante, se conservan algunas en las demás cabeceras de las provincias centrales y en Liberia, así como en viejos centros de población como Escazú, Barva y Santo Domingo de Heredia. En lo que a la arquitectura religiosa se refiere, la escasa edificación representativa en Costa Rica es muestra de nuestra poca importancia económica colonial, que solamente nos dejó intacta la ermita franciscana de Orosi, en Cartago, y en ruinas el templo parroquial de Ujarrás, también en esa provincia. Más tardías, pero dentro de la misma tradición arquitectónica colonial, son la parroquia de San Blas de Nicoya, La Agonía de Liberia y la ermita de Quircot, en Cartago.


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ARQUITECTURA NEOCLÁSICA DE INFLUENCIA FRANCESA

A mediados del siglo XIX, y tras el triunfo en Francia del llamado Segundo Imperio napoleónico, se extendió, desde la Academia de Bellas Artes de París, la influencia de la arquitectura neoclásica. Esta se articulaba con elementos tomados de la arquitectura clásica de Grecia y de Roma: frontones curvos y rectos, columnas de varios tipos, cornisas y balaustradas, arcos de medio punto, los muros almohadillados o imitando serlo, frisos figurativos y, por lo general, era decorada con pinturas murales y una o varias esculturas alegóricas de igual factura. Adoptada tras la Independencia en toda Hispanoamérica, en Costa Rica esa arquitectura tuvo dos épocas claramente diferenciadas: una que utilizaba las

técnicas que le eran tradicionales y que inició hacia 1850 con la construcción del Palacio Nacional y culminó con la inauguración del Teatro Nacional a fines del siglo XIX; y otra construida en concreto armado y ladrillo confinado, que inició con el siglo XX y finalizó en 1950. En ambos períodos, también se utilizó mucho para darle carácter a la arquitectura religiosa, cuyos mejores ejemplos serían el Sagrario y la Catedral Metropolitana de San José. Se usó el neoclásico para brindar elegancia a residencias y a comercios en las ciudades del Valle Central, en cuyos centros y barrios históricos pueden apreciarse aún algunos ejemplos de ello.


ARQUITECTURA ELÉCTICA El eclecticismo fue una modalidad plástica y arquitectónica dispuesta a utilizar en su práctica diferentes fuentes históricas, fueran neoclásicas, barrocas, modernistas u orientales, y a lograr con estas una síntesis formal. Manifestada a fines del siglo XIX y principios del XX, con ella se trataba de crear y recrear lo necesario estéticamente hablando, sin importar la procedencia de sus referencias plásticas, pero acogidas todas por la rigurosa base geométrica de la arquitectura neoclásica, de la que proviene siempre, ya sea como variante o como reacción. En la Costa Rica liberal de entonces, ese tipo de arquitectura tuvo una gran acogida tanto entre los profesionales

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nacionales como extranjeros quienes aquí ejercían, por lo que dejó muchas manifestaciones de todo tipo en nuestros centros urbanos, desde las residenciales y educativas, religiosas e institucionales, hasta las comerciales y las recreativas. Así, de los edificios que sobreviven, son eclécticos el Teatro Variedades, el Edificio de Correos y la Estación al Atlántico, en San José; los edificios de la Escuela Normal y el de Correos, en Heredia; la iglesia de Palmares, y el edificio de Correos en Limón, entre sus más claros ejemplos


LA INFLUENCIA INGLESA Y NORTEAMERICANA Casi en simultánea con el eclecticismo, al culminarse el Ferrocarril al Atlántico, en 1890, e impulsada por la Revolución Industrial que se extendía por el mundo, llegó aquí la arquitectura de influencia victoriana. Originada en el reinado de Victoria Alexandra de Inglaterra (1847-1901), se caracterizó por ser una arquitectura totalmente industrializada tanto en materiales (ladrillo, metal de forja, madera acerrada, clavos de acero, lámina de hierro galvanizado, chapa metálica y pintura de aceite) como en sus muy prácticos métodos de construcción los cuales, en nuestro país, terminarían por sustituir a los tradicionales oficios heredados del período colonial. Al Valle Central de Costa Rica esa arquitectura llegó primero desde

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Inglaterra, por ubicarse originalmente, en esa Nación, el mercado del café; mientras que a la región Atlántica, y en un segundo momento, llegó de los Estados Unidos de Norteamérica, con los que se profundizó la relación comercial a partir de la exportación del banano. Pero si en el centro del país se manifestó como una arquitectura residencial de diversas escalas, en el Caribe su influencia fue casi total y abarcó, además de viviendas, edificios públicos, comerciales e industriales, ligada sobre todo a la actividad bananera y ferrocarrilera. En ambas regiones esta arquitectura se adaptó en todo al clima particular.


ARQUITECTURA NEOGÓTICA La arquitectura neogótica tuvo sus raíces en el influjo intelectual romántico que corrió por Inglaterra, Alemania y otros países nórdicos hacia 1840, como reacción a la influencia de lo neoclásico, considerado, sobre todo, mediterráneo y francés. Sin embargo, a nosotros nos llegó más bien como una moda estética y de la mano de la arquitectura industrial victoriana, por las mismas fechas de finales del siglo XIX. Basada en la arquitectura gótica de las grandes catedrales medievales europeas, tuvo aquí gran acogida para la construcción de iglesias católicas en ciudades y pueblos, pues contaba, además, con la predilección de nuestro segundo obispo, Monseñor Thiel, quien era alemán. Por eso, fueron neogóticas

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las iglesias de La Merced, en San José, San Rafael de Heredia, Las Mercedes de Grecia y, más tardíamente, también la de San Isidro de Coronado. Y a pesar que tuvo poca o ninguna aplicación en lo habitacional, el neogótico se utilizó en nuestro país para los centros hospitalarios, penitenciarios y militares, como el antiguo Hospital San Juan de Dios, el antiguo Asilo Chapuí, la Penitenciaría Central y los cuarteles de Cartago y de Puntarenas.


EL MODERNISMO O ART-NOUVEAU Alrededor de 1900, apareció en San José una nueva corriente arquitectónica que no gozó del favor oficial de la Iglesia ni del Estado, y que se limitó, por ello, al gusto privado. Era el art nouveau o modernismo, que surgió en Europa como reacción a las formas consideradas envejecidas del neoclásico y, en su libertad formal y romanticismo espiritual, buscaba su inspiración más bien en la naturaleza, en lo orgánico, lo fluido y lo femenino. Rechazaba, también, la masiva producción industrial, y apelaba al trabajo de artesanos y de artistas, por lo que su carácter es propio de una época de transición en los métodos y en las técnicas constructivas, con énfasis en una decoración de gran valor estético, que fue lo que más trascendió en nuestro

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modesto medio. En Costa Rica, su aplicación pura fue realmente escasa y concentrada en la ciudad capital (la casa Jiménez de la Guardia, es su mejor exponente y, también, es el único en pie); no obstante, su influencia decorativa se extendió en los detalles de decenas de edificios y de casas eclécticas de las principales ciudades del país o en combinación, muchas veces, con el victoriano o para decorar interiores y exteriores de sencillas casas criollas de bahareque, ladrillo o madera.


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EL NEOCOLONIAL HISPANOAMERICANO

La corriente conocida como neocolonial hispanoamericano tuvo distintas variables, entre ellas las llamadas neobarroco hispánico, colonial californiano, mission style y de restauración nacionalista. Apareció en la América hispana a principios del siglo XX, luego de la Revolución Mexicana, como parte de las corrientes de reivindicación socio-cultural de lo criollo y lo mestizo. Formalmente, fue una arquitectura generosa en sus espacios, de espesor simulado en algunos de sus muros, de arcadas y paños curvilíneos, de encalados y estucados rústicos, de cubiertas, tapias y pórticos con tejas; con enchapes en piedra y cerámicas de varios colores; un notable uso artesanal de la madera y el metal en muy diversos elementos.

Construido en los diferentes bahareques, pronto se ajustó al concreto armado, la mampostería confinada y los principios estructurales que ello implicaba. Así, se utilizó tanto en grandes obras públicas (de la Casa Amarilla a la Asamblea Legislativa, muchas escuelas y palacios municipales) como en edificios comerciales y residenciales, sobre todo para las clases más pudientes y en barrios aristocráticos como Escalante, en San José, y San Francisco de Heredia. Y aunque no faltaron manifestaciones más humildes de su pintoresca plástica en fachadas e interiores de viviendas más populares, no sobrevivió más allá de los años cincuenta del siglo XX, con la iglesia de San Rafael de Escazú como mejor ejemplo.


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LA MADERA Y SUS ARQUITECTURAS

Como hemos visto, la madera, como material de construcción, ya era utilizada en nuestro territorio desde la época precolombina, sobre todo en construcciones de tipo rancho pajizo, que sobrevivieron en el campo. Igualmente, fue usada luego en la época colonial de los siglos XVI al XIX, como componente constructivo esencial de la arquitectura de adobes y de bahareque. Pero, durante la colonización interna del país, impulsada por la extensión del cultivo del café, ya en la época republicana (segunda mitad del siglo XIX), este material volvió a ser ampliamente utilizado por nuestros colonos criollos en la llamada “casa de vigueta”. De tradición española, por vigueta también se conoce la pieza de madera larga, gruesa y labrada a mano con hacha

y azuela que, colocada una sobre otra y ensamblada en los extremos mediante cortes, permitía levantar paredes con gran facilidad; por lo que fue la casa típica de ese campesino que buscó las zonas altas y boscosas del centro del país para abrir sus abras o sembradíos de subsistencia. El techo era igualmente en madera o tejamanil, tabla delgada y cortada en listones para ser colocada a modo de pequeñas tejas. Sin embargo, con la llegada de la arquitectura victoriana y de las técnicas que le eran propias, la madera se vio sometida al proceso de industrialización que hizo más versátil su uso, empezando por ser aserrada en secciones y medidas uniformes, lo que facilitó su racionalización y, además, por poder ser ensamblada mediante clavos de acero y


techada con láminas de hierro galvanizado, todo lo cual la dotaba de gran ligereza y confiabilidad ante los sismos.

siendo una de las manifestaciones de la “arquitectura sin arquitectos” o “vernácula” más importante de nuestra historia.

Por otra parte, la primera arquitectura victoriana era importada al país en su totalidad, es decir, se trataba de casas prefabricadas cuyos planos constructivos les permitía, una vez aquí, ser edificadas por calificados maestros de obras. Pero una vez que se contó en el país con la maquinaria adecuada, se importaron solamente los planos, lo que llevó, paulatinamente, a la especialización de la mano de obra criolla en sus componentes estructurales, de cerramiento y decorativos, conocimiento técnico que enriqueció mucho a la industria constructiva nacional. De modo que cuando la crisis, provocada por la Primera Guerra Mundial, disminuyó el acceso al mercado europeo, ya existía en el país una mano de obra especializada que desarrolló un tipo de arquitectura criolla en madera, el cual empezó a dejarse ver en los desarrollos inmobiliarios, populares, tanto urbanos como rurales del Valle Central. Este tipo de construcción se manifestó, sobre todo, en la arquitectura habitacional, por lo que tomó del adobe y del bahareque su volumetría básica –rectangular o en “L”–, pero sin dejar de lado del todo la “modernidad” que representaban las formas victorianas. Y de hecho, así fue como se extendió por todo el Valle Central y más allá, en las mismas zonas de colonización que antes vieron aparecer las casas de vigueta,

Variantes muy propias por su origen distinto a la del centro del país, presentan las arquitecturas vernáculas en madera del Pacífico Norte (Guanacaste, Puntarenas, Miramar y Esparza) y de las Llanuras de Guatuso (Los Chiles, Upala y Guatuso) que, aunque diferenciadas entre sí, provienen ambas del sur de Nicaragua, por cabotaje la primera y por vía fluvial la segunda. Estas dejan ver en la decoración de sus puertas, ventanas y barandas, una fuerte influencia de la estética modernista con origen en Nueva Orleáns, y que por su permeabilidad colabora, además, a la climatización pasiva acorde con la temperatura y la humedad regionales. Del mismo modo, se distinguen las arquitecturas en madera del Pacífico Sur, variante muy simplificada de la arquitectura de influencia victoriana presente en el Caribe pero, igualmente, de importación norteamericana y ligada a la industria bananera; y la de las Llanuras de San Carlos (Sarapiquí, San Carlos y sus pueblos) que continúa la evolución victoriana criolla del Valle Central, pero que, tras la construcción de la carretera a esa zona, en los años cincuenta, deja ver la influencia de arquitectura moderna o internacional. Como las anteriores, ambas arquitecturas en madera muestran una gran adaptación a las condiciones climáticas a las que responden.


LAS MODERNAS ARQUITECTURAS

Cabe referirse, por último, a la arquitectura usualmente llamada renovadora o moderna, y que se manifestó aquí en sus tres vertientes más importantes. La primera de ellas y de origen europeo fue el racionalismo funcional, que se hizo presente desde inicios de los años treinta del siglo XX con su énfasis en la lógica constructiva del concreto armado, los volúmenes puros cúbicos o curvilíneos, las líneas rectas, la utilización de losas planas para cubierta de techo y del vidrio laminado y en bloques para las ventanas. Conocido también como “primer moderno”, por su misma austera racionalidad, en esa época esta arquitectura privó en el uso habitacional y aun así tuvo poca aceptación en el gusto de la clase media

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que podía aspirar a ella. La otra tendencia moderna aparecida igualmente en esos años, fue el racionalismo comercial conocido como art-decó, tendencia que se valió del diseño abstracto y puro de la línea recta y del semicírculo, así como del color con fines decorativos; encontró su inspiración en la naturaleza de las formas femeninas, el zig-zag del rayo, la ondulación del agua y la radiación del sol, para sus escenográficas fachadas. A diferencia de la tendencia anterior, gozó de una gran aceptación entre gente de todos los sectores sociales y, por eso se usó ampliamente tanto en residencias y en comercios, como en edificios educativos y de gobierno durante los años treinta y cuarenta.


Con el arribo de los años cincuenta del siglo XX, llegó también, de los Estados Unidos de Norteamérica, la arquitectura llamada históricamente de estilo internacional, última manifestación de la modernidad arquitectónica y que tendría en Costa Rica una amplia aceptación en el marco de lo que se llamó la “modernización” del país, posterior a la Guerra Civil de 1948. En ese contexto, dicha arquitectura contó con la aceptación de la nueva clase media alta, que hizo de ella la moda para sus casas en barrios como Los Yoses, en San José, La Granja, en San Pedro, y La Guaria, en Moravia. Por su parte, el Estado costarricense, reformado por la Constitución de 1949, la acogió también como suya en importantes hitos urbanos como el edificio del Banco Central y los del campus de la Universidad de Costa Rica, que marcaron la pauta por seguir para las otras instituciones, así como por los nuevos desarrollos comerciales. Este nuevo racionalismo internacional tenía, a diferencia del primero y por su filtro norteamericano, una mayor adaptación al clima del país, no obstante, seguía las constantes dictadas desde la metrópoli en cuanto a apariencia y materialidad. Pero ya en los años sesenta del siglo XX, esa arquitectura adquirió en Costa Rica ciertos matices regionalistas, con la llegada de los jóvenes arquitectos entonces graduados, sobre todo, en México y en Brasil. Pero esa etapa de la arquitectura moderna se cerraría, al igual que el panorama histórico abordado en este artículo, con la fundación de la Escuela

de Arquitectura de la Universidad de Costa Rica en 1970; hecho que abrió al país nuevas perspectivas en lo que a arquitectura se refiere, y que aún están por valorarse cultural e históricamente.


CONCLUSIÓN Es importante reiterar que el concepto de lo patrimonial, por lo visto aquí, va mucho más allá de lo declarado legalmente patrimonio histórico-arquitectónico, para alcanzar, también, a aquellas manifestaciones cuya singularidad histórica y cultural las hace valiosas para nosotros como grupo humano particular. Y, en ese sentido, es que, a nuestro juicio, el valor patrimonial de una edificación, como portador de memoria social y como generador de identidad colectiva que es, debe estar por encima de cualquier declaratoria oficial. Porque, por la dolorosa experiencia cotidiana de la desaparición de valiosos bienes patrimoniales construidos, está claro que, no obstante la existencia de la Ley N.º 7555 como marco legal regulatorio para su preservación, así como del Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural del Ministerio de Cultura y Juventud, en el ámbito público, y del ICOMOS de Costa Rica, en el ámbito privado, las amenazas al legado material costarricense continuarán si no se incide de modo directo en el más importante factor para su custodia y control social, cual es la conciencia ciudadana sobre el valor de esos inmuebles. Y es, precisamente, con el fin de ayudar a apreciar mejor la significación cultural

implícita en muchas edificaciones no declaradas como patrimonio, que este artículo divulgativo es un breve repaso por el origen y el desarrollo de las principales manifestaciones arquitectónicas que han signado las diferentes etapas históricas de nuestro país. Porque ese trabajo de concienciación, al menos de una forma sistemática, permanente y extendida a todas las capas de la población del país, es una labor pendiente no solo de los dos organismos mencionados –que lo tienen como fin declarado, mas no como programa articulado–; sino, también, de las universidades públicas y privadas que integran en su oferta académica la carrera de Arquitectura, y que, al igual que el Colegio de Arquitectos de Costa Rica, son instituciones llamadas por su misma naturaleza a contribuir en esta urgente tarea cultural.


Por nuestra parte, y en esa línea, en este artículo pretendimos exponer, de un modo llano pero riguroso, un panorama histórico que pueda constituirse en un primer instrumento de divulgación y enriquecimiento cultural entre costarricenses y extranjeros, y que desea redundar en una mayor conciencia y aprecio ciudadanos del legado construido por nuestros antepasados. NOTA: Todas las fotografías pertenecen al archivo digital de Andrés Fernández.

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