Puerta magica

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ALDANA LUNA Nació en Córdoba, en 1964. Se radicó en Buenos Aires, donde estudió Letras. Viajó a París y fue Profesora de la Facultad de Letras en la Universidad de Rennes (Francia). Luego se trasladó a Madrid, y tras obtener el Doctorado en Letras en la Universidad Complutense, publicó su primer libro de poesía, Infancia en la tierra. Fue el comienzo de su carrera literaria, que desarrolló sin abandonar la docencia y la investigación en Lingüística. Dictó seminarios y conferencias, participó en congresos internacionales. Su primera novela, Con el alma, obtuvo el premio Renaudot y fue distinguida por la crítica europea. Entre sus últimas obras figuran: El misterioso desierto, Solos en el paraíso y El amor bajo otro cielo. De regreso a Córdoba, siguió escribiendo y proyecta crear una editorial que brinde oportunidades a jóvenes escritores del interior del país.




LA PUERTA MÁGICA Y OTROS CUENTOS

AC Biblioteca de Ediciones



ALDANA LUNA

LA PUERTA MÁGICA Y OTROS CUENTOS



Y podrás conocerte recordando del pasado soñar los turbios lienzos, en este día turbio en que caminas con los ojos abiertos. De toda la memoria, solo vale el don preclaro de evocar los sueños.

ANTONIO MACHADO Renacimiento (LXXXIX)


Luna, Aldana La puerta mágica y otros cuentos – 1.º ed. – Buenos Aires: AC Biblioteca de Ediciones, 2015 27 páginas, 14,8x21 cm ISBN 987-4321-09-8 1. Narrativa – Cuentos I - Título CDD A 863

Diseño de cubierta: Marcos Bazterrica Corrección: Adriana Cuerda © 2015, Aldana Luna Todos los derechos reservados ©2015, AC Biblioteca de Ediciones Las Heras 3942 -CABA – Buenos Aires Impreso en Imprenta Francia Mirasoles 240. Palomar. Provincia de Buenos Aires, en diciembre de 2015 Hecho el depósito que prevé la Ley 11.723 Impreso en la Argentina

1.º edición: diciembre 2015 350 ejemplares ISBN 987-4321-09-8 Reservados los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.


ÍNDICE

PRÓLOGO

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La puerta mágica

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II El niño y el delfín

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I

III El secreto de Türkee

IV La traición

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PRÓLOGO

Los cuentos de este volumen corresponden al período en que la autora vivió en París y formó parte del grupo de escritores argentinos que habían dejado el país por motivos políticos. Aldana Luna nos invita a conocer los secretos de su pluma en los cuentos de esta colección. A través de La puerta mágica que Antoine descubre, podemos ingresar a su nostalgia, acompañarlo y asombranos con la vida que aparece del otro lado de la puerta. La energía de Crispín, en El niño y el delfín, nos mece sobre las olas antes de experimentar el peligro, para festejar –luego- la oportunidad de recuperar la vida. La traición exhibe la herida que queda cuando la confianza se esfuma y aparece la alevosa falta de lealtad. Los ciegos ideales que se asoman en El secreto de Türkee confirman la profundidad de las acciones que –con frecuencia- juzgamos irracionales. Los cuentos de este volumen corresponden al período en que la autora vivió en París y formó parte del grupo de escritores argentinos que habían dejado el país por motivos políticos.


Aldana Luna nos invita a conocer los secretos de su pluma en los cuentos de esta colección. A través de La puerta mágica que Antoine descubre, podemos ingresar a su nostalgia, acompañarlo y asombranos con la vida que aparece del otro lado de la puerta. La energía de Crispín, en El niño y el delfín, nos mece sobre las olas antes de experimentar el peligro, para festejar –luego- la oportunidad de recuperar la vida. La traición exhibe la herida que queda cuando la confianza se esfuma y aparece la alevosa falta de lealtad. Los ciegos ideales que se asoman en El secreto de Türkee confirman la profundidad de las acciones que –con frecuencia- juzgamos irracionales. Dotada de una aguda percepción, la autora condensa en los cuentos un puñado de sentimientos difíciles de explicar y de absoluta vigencia. Las dificultades que experimentamos cada día para sobrellevar las angustias propias, los dolores presentes y la concreción de nuestros sueños se vislumbran en este abanico de palabras. La narradora enlaza alegrías, miedos y esperanzas con delicados hilos. Este vocabulario esencial de las vivencias de sus personajes se cuela en nuestros recuerdos, los acerca o los aleja, según la emoción que despertó. Aunque estática, la puerta refleja, paradójicamente, el ir y venir y transmite el potencial simbólico de la unidad con dos caras. En este juego mágico y dinámico descubrimos que las puertas se cierran y se abren, siempre. Adriana Cuerda


I LA PUERTA MÁGICA

Antoine se sentía solo. Desde que su esposa murió, la casa parecía vacía. La nostalgia lo acechaba desde los espejos, batiendo sus alas en el silencio. Su hijo, absorto en el trabajo -que no le daba tregua- se comunicaba brevemente para saber de su estado de salud. Su hija, ocupada con sus niños, que llevaba y traía a los cursos, tampoco era compañía. Varios de sus amigos ya no pertenecían a este mundo. Los que aún vivían tenían achaques o preferían evitar el estrés y los peligros de la calle. Con su caja de herramientas, se dispuso a arreglar el armario de su dormitorio, que tenía un tornillo flojo en la tabla del fondo. Al presionar, vio, estupefacto, que la tabla se deslizaba hacia el costado y dejaba a la vista un muro de cemento con una puerta apenas perceptible. La cerradura estaba cerrada. Probó todas las llaves hasta que consiguió abrirla y dio a una - 13 -


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calle desconocida. Se aventuró a entrar y se encontró en un pueblo bañado de sol, con encantadores chalés de tejados rojos, muros blancos y ventanas con cortinas bordadas. Era un placer caminar por esos jardines con plantas, flores y pequeños árboles cargados de frutos. En casi todos había mascotas. Un zorro lo siguió y le preguntó: -¿Buscás a alguien? Él, sorprendido, le respondió: – A nadie en especial, quería visitar el pueblo. El animal se ofreció para acompañarlo, pronto se les unió un loro parlanchín y una gata. Le explicaron que los habitantes eran gente mayor. Encontraron algunos, prolijamente vestidos, pero con ropas de distintas épocas y países. Habían decidido dejar una sociedad hostil, agresiva y mecanizada para gozar de una vida simple, serena y ecológica. Casi todos tenían mascotas que habían aprendido su idioma. Conversando con sus habitantes, supo más de su vida. La libertad era absoluta. Algunos vivían en parejas con su esposa de la vida anterior o con otra que encontraron en ese nuevo mundo. Había quien prefería la soledad, pero la mayoría formaba grupos y se repartían las tareas domésticas. Una vez por semana se celebraba una feria en la que intercambiaban lo que cada uno producía. Nadie estaba ocioso. No existía el dinero, se usaba el trueque, y nadie se esforzaba en acumular cosas que no precisara. Había eventos culturales y recreativos. Todos estaban dispuestos a colaborar con el que necesitaba ayuda. -¿Nunca discuten o se pelean? Quiso saber Antoine. –Sí, claro, para eso están los mediadores. -¿No hay jóvenes? -No de menos de 70 años. -Pero vi algunos niños. -Sí, niños sí, criaturas que en el mundo real no tienen a nadie o son descuidados o maltratados por su familia. Acá, son - 14 -


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adoptados por abuelos. Se hablan varios idiomas y se aceptan todas las religiones. Muchas cosas le llamaron la atención: ranas que volaban, gnomos que bailaban en ronda, hierbas medicinales de todo tipo, verduras desconocidas, huevos de distintas aves, frutas exóticas. Curanderas y brujos ejercían la medicina. Era una pequeña república. Las autoridades, elegidas por voto popular. Las discrepancias, decididas por consejo de mediadores. Lo invitaron a integrarse a su sociedad. Había que cumplir reglas: prohibido reintegrarse al mundo real ni comunicarse con nadie en él. No habría despedidas ni explicaciones. Aparecieron unos demonios que los querían llevar con ellos. Le advertían que esa era una prisión de la que no había retorno, ellos -en cambio- le ofrecían poder. Se acercaron unos ángeles para espantar a los demonios. Antoine, temeroso, quiso saber cómo era la muerte. Los ángeles le contestaron: -La muerte no existe. Es simplemente una mutación. Dejas tu cuerpo terrenal para convertirte en un espíritu que pasa a la eternidad. -¿Cuándo? -Cuando es tu hora. -¿Y la enfermedad? -Tampoco existe, las hierbas la anulan hasta que llega el fin. -¿Puedo ir a despedirme de mis hijos? -No, si traspasas esa puerta, no serás jamás admitido a este mundo mágico. Antoine corrió hacia la puerta, la cruzó y cerró con doble llave. Ninguna señal de la existencia de esa puerta quedó en el muro.

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el niño y el delfín

II EL NIÑO Y EL DELFÍN

Todos los días, el niño iba a sentarse en las rocas de la playa para ver al delfín. En el camino, pasaba por la feria del pueblo y recogía trozos de pescado que los vendedores habían dejado caer cuando los limpiaban. El delfín, al verlo, empezaba su desfile de piruetas. Crispín lo aplaudía, y premiaba cada prueba con un trozo de pescado. No era la gula lo que atraía al delfín sino su narcisismo, le encantaba sentirse admirado. -Como me gustaría nadar así- dijo el niño. -Bueno así será difícil. No eres un delfín. Pero puedo enseñarte a nadar como un ser humano. Quítate la ropa y ven. Fue una sensación deliciosa, el agua iodada acariciando su piel. -Regla número 1: perder el miedo. Relájate, yo te sostengo. El cuerpito se distendió, blando como una hoja de árbol caída. Flotaba, bogaba, cara al cielo, el calor del sol compen- 17 -


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saba la frescura del mar, confiado en que el delfín lo sostendría, si era necesario. Al día siguiente y al otro y todos los que siguieron se repetía la lección. Aprendió a mover brazos y piernas, a respirar, a dejarse mecer por las olas. -Ya sé nadar- le dijo al delfín. -Has hecho grandes progresos, pero hay que estar alerta porque puede ser peligroso. Debes tener prudencia. El niño, distraído con sus juegos, no lo escuchaba. Pero el delfín tenía su corazoncito y se enamoró de una grácil delfín hembra y, por cortejar a su pareja, se retrasó para su cita con Crispín. El niño llegó a las rocas y esperó. -Total, ya sé nadar pensó- y se arrojó al agua. Flotó, nadó. Hacía la plancha mirando al cielo, donde las nubes se iban juntando, cada vez más densas. El viento soplaba mar adentro, y él se dejaba llevar por las olas. Cuando miró, la costa estaba lejana. Movió con fuerza brazos y piernas, pero no avanzaba. Las olas eran cada vez más grandes. Sus energías se agotaban. Sintió miedo. Recordó los consejos del delfín. -Papá-llamó. Pero su padre estaba muy lejos. El delfín tampoco estaba allí. Tragó agua. El mar peligroso, recordó. Se hundía. Cerró los ojos, vio a su perro, su mamá, su hermanito, quería estar con ellos. Después sombras, solo sombras. El pequeño cuerpo yacía en la arena. Un pescador le apretaba rítmicamente el pecho. Vomitó agua. Varios lo rodeaban. Uno le hizo respiración boca a boca. -Lo trajo a remolque un delfín-, comentaban. -Sigue con el masaje cardíaco. Se está recuperando. Abrió los ojos. La ambulancia ya estaba allí, lo llevaban al hospital; el médico, con la cámara de oxígeno a su lado. Está fuera de peligro. -¡Qué extraordinarios son los delfines! dijo el doctor.

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el secreto de türkee

III EL SECRETO DE TÜRKEE

Enero 8 de 1996 No puedo dejar de pensar en Türkee. El otro día me topé con él en uno de los corredores de la facultad. Yo iba corriendo a toda prisa para ver si alcanzaba a beber algo y comer un bocado entre dos clases. Atolondrada como soy, tropecé con él, y si él no me agarraba me iba al suelo, de modo que quedé en sus brazos con nuestras miradas enganchadas, mudos. Cuando recuperé el habla, le pedí disculpas. Él llevaba un montón de papeles que quedaron esparcidos por el suelo. Lo ayudé a juntarlos, parecían panfletos que anunciaban una toma de la facultad. —Los encontré en la baranda de la escalera e iba a entregarlos en la dirección— se excusó. No tenía importancia de qué se trataba, atrapada por esos ojos orientales, negros, profundos, seductores y la barbilla - 19 -


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que le daba un aire de profeta sabio. Se presentó. —Mi nombre es Türkee y estudio ciencias políticas en esta facultad. —Yo soy Ruana y estoy en la cátedra de literatura y poesía. Disculpame que te atropellé, tengo unos minutos entre dos clases y quería ir a la cafetería. — —Entonces vamos juntos— dijo, disimulando los papeles en un envoltorio. Como si fuéramos viejos amigos, charlamos de la facultad, de nuestros estudios... Me dio su teléfono y dirección. Me invitó a que fuera a visitarlo. Naturalmente llegué tarde a clase. Esa noche, me dormí pensando en nuestro encuentro y soñé con él, lo veía envuelto en una nube que lo alejaba de mí. Cosas de los sueños... Enero 15 Nos vemos casi todos los días en la facu. A veces me invita a su casa. Tiene muchos amigos que se encuentran con él, pero nunca me los presenta, como si quisiera mantenerme ajena al grupo. No sé por qué... Cuando se quedan un rato me sirve una bebida, pone un CD y se encierran en su cuarto de trabajo. Tengo la sensación de que detrás de esa puerta cerrada están pasando cosas que no son lícitas; si no fuera así ¿por qué tanto misterio? También hay llamadas frecuentes en el celular, se aleja de mí para responderlas y con una excusa, se va corriendo sin acompañarme a casa. Me quedo intrigada y preocupada, esepcialmente por la situación que está pasando Afganistán en estos momentos. Papá dice que estamos sobre un volcán. El descontento con la dictadura comunista crece. Enero 30 Cada vez estoy más enamorada y él también... Cuando me besa y me abraza me siento en el paraíso, pero me inquieta ese grupo de amigos que no conozco; hay chicas, también, algunas con atuendo musulmán. ¿Qué pasará cuando no está conmigo? - 20 -


el secreto de türkee

¿Es un secreto que no encaramos nunca? Si hago alguna pregunta me da un beso, me hace una caricia y cambia de tema. En realidad, no sé nada de esa otra cara de la luna a la que no tengo acceso. Algo peligroso hay allí. A la noche, en la cama, mis temores me asedian. No quiero ni leer los diarios, ni escuchar la radio. La tele no se usa mucho en Kabul. ¡Si supiera mi padre que estoy con un desconocido! Él, que es tan estricto. No comenta mucho de su actividad como jefe de la policía soviética, pero tiene fama de inexorable. ¿Qué sería de mí si lo supiera? Sea como fuera, no lo puedo sacar de mi corazón. Cuando habla de sus ideales políticos, da gusto oírlo. Un mundo de libertad, sin dictaduras, sin represiones, donde cada uno piense libremente, donde todos los hombres sean como hermanos y no haya odios. ¡Suena con un paraíso tan distinto al que se vive en Afganistán actualmente! Febrero 10 La facultad está cerrada. Muchos alumnos en campos de concentración, por ser militantes de la guerrilla anticomunista, y el misterio sobre las actividades de mi novio crece. Marzo 20 No sé más quién soy, mi vida es solo dolor y vacío. Después de un mes en coma en el hospital me trajeron a casa, con una pierna amputada y una profunda depresión. Un día, mientras estaba con él en su casa, recibió una llamada de ese celular que odio. —Vamos ligero, me arrastró de la mano agitadísimo. No tengo tiempo para explicarte. Corre— me empujó. Corrimos juntos despavoridos, teníamos que cruzar la Plaza Mayor, que estaba cercada de policía. Si llegaba a estar mi padre dirigiéndola y me veía, me mataba... Súbitamente, Türkee me besó de una manera que me llenó de pavor, era un beso de despedida. —Nunca amé a nadie tanto. No me olvides. Corre. Escapa. - 21 -


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Abrió su chaqueta y vi su pecho cubierto de explosivos. Comprendí. Era un kamikaze listo para inmolarse en un atentado de la guerrilla. Desapareció entre la multitud; yo, instintivamente, ciega, seguí corriendo. No recuerdo más. Desperté en el hospital, había estado en coma muchos días. Me habían amputado una pierna. Mi padre me abrazaba llorando. — ¡Y yo que ordené que dispararan contra ese grupo! ¿Qué hacías allí? —Estaba con el chico que amo— confesé. Ya no podía callar mi secreto. — ¿Cómo se llama? —Türkee, balbuceé. —Türkee Tagarof, me dijo, uno de los kamikazes que provocó el atentado de la guerrilla. Me abrazó para contener mis sollozos casi culpándose a sí mismo. — ¡Qué mundo horroroso estamos viviendo!

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la traición

IV LA TRAICIÓN

Consigna 5 Corrían los años setenta y Sudamérica estaba sometida a las dictaduras militares. Los jóvenes nos sentíamos amenazados y nos sofocaba la falta de libertad. A nuestros padres les costaba creernos. “Si hay perseguidos, por algo será”, se decía. Pero los estudiantes veíamos que muchos compañeros desaparecían de la noche a la mañana y nadie, ni siquiera su familia, arriesgaba una explicación. Yo también había participado en protestas contra la dictadura. Acababa de terminar mi carrera de dirección de teatro y no veía ninguna perspectiva para mi futuro. Junté mis pertenencias, vendí lo que tenía y decidí largarme a Madrid, donde estaban algunos colegas. Mis padres me apoyaron, y, a pesar de sus dudas, juzgaron que era más prudente evitar riesgos. Buscar una oportunidad en el Viejo Mundo no era - 23 -


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mala idea, y me brindaron su apoyo. Los primeros tiempos fueron duros: desorientación, soledad, nostalgia. Así era el exilio. Pero, poco a poco, las cosas fueron mejorando. Me anoté en un curso de teatro y conseguí una visa de estudiante. Me contacté con una amiga, alquilamos un viejo piso “chorizo”, muy decaído que -con trabajo y esfuerzo- reparamos y llenamos de muebles conseguidos aquí y allá. Además de vivir en una democracia, me fascinaba la vida cultural de Europa y asistía no solo al teatro sino a cuanto museo y exposición podía, en las horas libres que me dejaba mi trabajo de mesera. Toda mi vida había deseado escribir una obra de teatro, y sentí que había llegado el momento. Además, me vinculé con chicos de la bohemia madrileña, locales e inmigrantes, dispuestos a poner mi comedia en escena. Mi sueño estaba a punto de hacerse realidad. Fue entonces que llegó Nancy, de Buenos Aires. Su brújula no funcionaba como la mía a mi llegada. Le ofrecí todo el apoyo que yo hubiera precisado entonces. Concordamos con mi compañera de vivienda que el piso era demasiado grande para las dos y que podíamos compartirlo con Nancy. Tres era el número ideal. Valiéndome de la experiencia adquirida, le ayudé con los documentos. Logramos que la tomaran de ayudante en una boutique, y, como le gustaba el teatro, ¡qué mejor que darle un papel en mi obra! Pero Nancy era ambiciosa. No se conformó con un rol secundario, me pidió el protagónico. Probamos. Aunque le faltaba experiencia, pensé que con mi ayuda podía mejorar. Fueron días felices. La obra gustaba. Una estrecha amistad me unía a los actores. Con mis compañeras de piso, éramos una verdadera familia. Todos me aconsejaban que registrara el derecho de autor, pero lo iba postergando, no lo consideraba necesario. Cuando Nancy se puso de novia y se fue a vivir con él, me alegré de verla feliz. Empezaron a faltar a los ensayos. Nancy estaba enferma, el diagnóstico no era preciso, necesitaba reposo y tenía prohibidas las visitas. Por solidaridad, no era correcto reemplazarla. El tiempo pasaba y los inconvenientes se acumulaban. - 24 -


la traición

Mis ansiados sueños de autora y escritora se esfumaban. Un día, leí en una revista de teatro el próximo estreno de una comedia. El título, calcado del mío. El argumento -con ligeras variaciones- el mismo. Los actores, los que yo había formado. Indignada, corrí al teléfono y les exigí explicaciones. Nancy corroboró que iban a estrenar la obra. Era lo correcto, porque todos habían participado en su elaboración. Su novio se consideraba capaz de asumir la dirección y tenía derecho de hacerlo. Yo no le cuestionaba sus derechos, pero no con mi obra. Criticó indignada mi envidia y egoísmo. Me sentí despojada y herida. Me habían asestado una puñalada por la espalda. Me dolía que me hubieran arrebatado un trabajo en el que había cifrado todas mis esperanzas, pero lo que más me dolía era la traición de alguien que consideraba amiga. ¡Feliz Julio César que no sobrevivió a la traición de Bruto para lamentarlo!, salvo que en el más allá nos persigan los problemas de este mundo. Vacía, defraudada, buscando un hombro amigo para descargar mis penas, sentí la pata de mi perro en mi falda, me lamía las manos y me miraba con una cálida expresión de amor y fidelidad.

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Esta edici贸n de 350 ejemplares Se termin贸 de imprimir en Imprenta Francia Mirasoles 240, Palomar, Buenos Aires en el mes de diciembre de 2015.


Otros títulos de la colección: Poesía entre las nubes Sergio Miralles Vibraciones del corazón María Muiño Viaje por los recuerdos Laura Genou

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